Severitus Drabbles

Harry Potter - J. K. Rowling
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Severitus Drabbles
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La primera poción

—¡Mira, papá! ¡Conseguía hacer bien la poción!— Severus sonrió casi por inercia ante la ilusión de su hijo. Puso su caldero en pausa para concentrarse en la creación del menor, y grata fue la sorpresa que se llevó cuando vio el líquido. Si bien no era perfecta, para ser el tercer intento de un chico de ocho años estaba muy bien.

— Estás muy bien hecha, Harry.— Le felicitó el pocionista, revolviendo los cabellos del chico. Ante eso el ojiverde soltó una risita.— ¿Qué te parece si embotellamos y vamos a por un helado?— Harry asintió frenéticamente, corriendo a por los viales que su padre guardaba.— Ya sabes la regla de correr por la casa, Har.

— Lo siento, papá.— Se disculpó con rapidez el menor, luciendo algo avergonzado.

Con cuidado intentó apilar los recipientes entre sus dos manos, algo que no estaba funcionando muy bien. Al ver una cesta de madera vacía al lado pensó en utilizarlo para solucionar su problema, y poco a poco puso cada vial dentro, como si de un puzle se tratara.

Regresó donde su padre, esta vez sin correr pero con un paso algo ligero, y extendió la cesta hacia el adulto.— ¡Aquí están!— Exclamó con una gran sonrisa. Severus volvió a reír por… ¿cuantas veces ya llevaba ese día? Había perdido la cuenta. Ver al niño, a su hijo, de esa forma le transmitía una gran cantidad de luz que iluminaba sus días. A saber qué hubiera pasado con él si el chico no hubiera llegado a su vida.

Con paciencia, y tras evitar numerosas veces que Harry metiera sus manitas en el líquido, consiguieron llenar todos los viales, dejando casi vacío el caldero. Con un movimiento de su varita lo transportó hasta el fregadero pegado a la pared, ganándose una mirada de asombro por parte del pequeño. “Un año ya en el mundo mágico y aún se emociona ante cualquier muestra insignificante de magia.” Pensó Severus, negando con la cabeza a la vez que una genuina sonrisa aparecía en su rostro.

— ¿Podemos ir ya a por el helado, papá?— Harry preguntó, moviéndose con rapidez alrededor del adulto. Cerrando ya la alacena con las pociones guardadas Severus asintió, ofreciéndole la mano a su hijo, quien no tardó en agarrarla.

Segundos después el laboratorio principal de Prince Manor quedó vacío, para luego empezar a desenfocarse y volverse todo oscuro.


Cuando regresó a la realidad todo daba vueltas. Unas manos evitaban que el maestro de pociones se cayera hacia atrás, mientras que inevitables lágrimas caían por su mítico rostro de piedra.

— No puedes seguir con esto así, Severus.— Dijo la personas que estaba detrás de él, el cual no tardó en identificar que se trataba de su mentor.— Comprendo que la pérdida de un ser querido es dolorosa, pero no te puedes aferrar a recuerdos que hacen más mal que bien. Te lo digo por experiencia.— El temido murciélago de las mazmorras no aguantó más y dejó salir toda la tristeza. Albus lo sostuvo, brindando un poco de apoyo en momentos difíciles como ese.

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