
Chapter 9
La almohada bajo su cabeza lo atrapaba, la cama le susurraba promesas de amor que solamente eran opacadas por las mantas que se hundían ligeramente bajo su peso. Harry con los ojos pegados se retorció en la calidez del fuerte que no recordaba haber construido. Hasta que lo recordó. Y los ojos se le abrieron. Pero no pudo ver nada. Entonces parpadeo una vez, y otra y otra .Hasta que aclaró su visión. Él miró al frente de él, la pared que estaba decorado de un estampado hogareño de tonos marrones le saludaba con una comodidad inusual.
Harry se pasó una mano por la cara.
No había nada.
Harry se sentó en la cama de golpe. El corazón corazón golpeando. De repente fue consciente del sudor frío en su espalda y en su cuello. Giró la cabeza rápidamente hacia la mesita de luz al costado. Los lentes estaban allí, plegados, con los vidrios terriblemente sucios en una capa transparente. Él abrió la boca, gesticulando palabras sin cuerpo, sin el más mínimo sonido. Se estiró hacia el costado, agarrando los lentes entre sus dedos pálidos, los vidrios reflejando el anillo que llevaba consigo hace muchas semanas.
Harry agarro los lentes y los alineó frente a sus ojos, pero no había nada más que el mismo vidrio molesto y manchado. Los asomó sobre su nariz, las patas de los lentes apenas habían rozado la parte de atrás de sus orejas cuando la cabeza le dolió. La cicatriz le quemó, como si estuviera siendo cocida a carne viva. Harry casi tiró los lentes sobre la mesita, agarrándose la cabeza mientras la apoyaba conta sus rodillas, de piernas flexionadas.
Su cicatriz, ahora plateada, parecía palpitar bajo el toque de la mano que llevaba el anillo al que no le había podido ver el grabado.
Lirio. Las vacaciones de verano, la cabaña, los erráticos, la biblioteca, el anillo, la mochila, los tres hombres, el bosque. Tantas cosas en...¿Cuánto tiempo? ¿Cuánto tiempo había pasado? ¿En qué mes estaba? No, mas importante, ¿Dónde estaba? ¿Con quién? Harry siseó cuando la argolla del anillo se le enredó en el cabello, apretando los ojos mientras trataba de deshacerse del pequeño nudo con ambas manos.
La silueta al costado, parecida a una puerta hecha de cortina, se movió. Harry abandonó lentamente sus rizos enredados al anillo, mirando de reojo a la silueta que entraba, con los ojos clavados en ella.
Entraba sosteniendo una bandeja, el calor emanaba de una taza con dibujos de dinosaurios infantiles. Harry movió la nariz. Si hubiera caminado con la misma falta de equilibrio de la chica, si lo hubiera hecho mirando lo que traía en la bandeja, de seguro ganaría un golpe y un gritó. Entendió ahí, porque a sus tíos no le gustaba la idea de que mirara la comida, como si quisiera asegurarse de algo. Aunque nunca pensó en envenenar a sus tíos, primero porque no había nada con que hacerlo, segundo porque era una mala idea, si pensó brevemente que la chica podría tener esas intenciones.
Sin embargo, mientras tiraba de su mano, pudo sacar el pequeño nudo que se había hecho entre el anillo y su mechón negruzco. Con el dolor momentáneo, reflexionó otra posibilidad. ¿Por qué ella lo envenenaria? Lo había sacado de ese árbol...
Mientras la chica se acercaba, Harry la miraba a través de sus nuevos ojos. Otra duda se le cruzó.
¿Ella le había hecho esto? ¿Le había sanado la vista?
En el estómago algo se movió, incómodo.
No, un humano normal no podría haber hecho eso como si nada.
La chica, de tez cálida, con cabello corto negro hasta abajo de la mandíbula y de mechones dorados, no era algo que hubiera visto jamás. Tenía la apariencia de alguien que no iba con la decencia que le gustaba a sus parientes. Sin embargo, contraria a las botas negras altas que ella llevaba, su actitud fue más...suave. La chica se sentó a los pies de la cama, poniendo la bandeja sobre la misma, aprovechando que tenía las piernas flexionadas. Y luego, luego le sonrió.
De esa manera que no se espera de los vivos, no de los tres hombres que había conocido hace...¿Poco?
—Mi nombre es Laurie, Laurie Gillen —ella ofreció, sus manos estaban sobre su pantalón, lejos de la bandeja. Aunque sus ojos estaban sobre él, mirando sus ojos directamente—. Tengo que hacerte algunas preguntas, pero deberías comer algo primero. ¿Está bien?
Harry se pegó más contra el respaldar de la cama. Mirándola con cautela, sobre sus rodillas. El estómago se le contrajo, parecía como un agujero negro que iba a consumirse a si mismo. La boca le salivaba pero se obligó a mantener la mandíbula bien cerrada. Frente a él había un desayuno que pensó no volver a ver en mucho tiempo.
La raza de dinosaurios soltaba vapor, se veía caliente, tibia, quizás. Su interior tenía un líquido naranja oscuro, como los té que debía hacerle a las amigas de la tía Petunia (y que debía fingir que no había hecho por razones que entendió al crecer, como el hecho de que un niño no era un sirviente y que los sirvientes no son esclavos). Al lado, había un plato, de plástico blanco, de los que había visto muchas veces en los cumpleaños de Dudley, con tostadas, pinceladas de mermelada rojiza.
Harry notó que la chica había sido generosa al momento de poner mermelada sobre las tostadas
Fue raro.
Pero ella, Laurie lo miró. Cómo si pudiera leer su mente o escuchar sus pensamientos, ladeó la cabeza, justo como lo hacía Lirio.
—Puedes comer, sabes —dijo ella, soltando una risita. Ella agarró una de las tostadas, y se lo llevó a la boca: lo masticó unas pocas veces y luego trago. Con la boca llena de migajas, machada de la mermelada rojiza, ella habló, se le formaba esa sonrisa cálida mientras lo hacía—, no te hará nada, ¿Ves? He hecho está mermelada hace poco, te prometo que está rica.
Harry miró las tostadas y después miró la taza. Laurie, que le siguió la mirada, mantuvo esa sonrisa.
—Bueno, admito que le puse hierbas al té, —al decir eso, ella observaba la taza con una mirada casi triste, su sonrisa vaciló bajo los dinosaurios pintados. Antes de levantar la cabeza, viendo a través de los ojos despojados de vidrio de Harry—Pero solo para que te mejores, veo que estás un poco débil, pálido como un muerto. ¿Quieres que pruebe?
Harry asintió. Y la chica lo hizo. Ella agarró la taza y tomo un sorbo. Luego volvio a dejar la taza. Una sonrisita juguetona apareció en sus labios antes que hablara.
—Esta bien, aunque un poco tibio. ¿Te parece?
Solo con aquella confirmación se animó a comer. Se abalanzó hacia la bandeja con cautela, y antes de poder detenerse ya tenía la taza con una mano y con la otra sostenía una tostada con mermelada.
Jamás había experimentado tanta dulzura en un solo momento, pero supo aprovecharla.
Había hecho lo que estaba haciendo alrededor de una semana. Pero no del todo. Primero hirvió el agua que había estado juntando, aseguradose de no dejar caer ni una sola gota en estos tiempos donde conseguir las cosas se volvía algo complejo, incluso si llegaba viviendo en este mundo desde hace dos meses. Luego hizo lo que haría normalmente, revisar las trampas, una por una, todas las que habia preparado sobre los árboles que rodeaban su tienda.
No todo fue tan normal como podía pensarlo.
En la mañana, mientras hervía el agua, había escuchado dos veces las latas chocar contra si cerca de la tienda. El hechizo que había hecho resonó contra en el interior de la tienda, de su tienda.
Había dos presas.
Laurie sacó el agua, dejándola sobre la mesada. Frotándose las manos contra el rostro, soltó una gran exhalación. Esperaba que no fueran esos malditos cadáveres. Desde la última vez que atrapó uno, había tenido que lavar bien la soga antes de volver a colocarla. Era un dolor de cabeza. Quizás debería cambiarse de lugar antes de que empezarán a venir más. Era lo mejor. Porque pese a que tenía hierbas, medicinas de su padre y las pociones que el mundo mágico le había ofrecido en una condolencia adelantada, no podía darse el lujo de gastar todo de manera imprudente.
Sí. Iba a buscar un lugar mejor. Pensó en ello mientras caminaba hacia las trampas.
En la primera trampa encontró una liebre. La pobre tenía el pecho acelerado, las orejas estaban rectas y su nariz de botón se movía mientras la veía con esos ojos enormes. Laurie se acercó a ella, agarrándola de las patas. La última vez que había agarrado una liebre de manera incorrecta, había perdido a la criatura y había tenido que conformarse con una lata de frijoles. No fue su mejor noche. Laurie prefería seguir guardando los enlatados para cuando se encontrará en una situación donde lo ameritara. Mientras tanto, seguiría cazando animales.
Ella suspiró mientras mataba a la liebre. No le gustaba para nada, tener que quitarle la vida a los pobres, pero tuvo que hacerlo o no podría seguir en pie. Una sonrisa floja adorno sus labios mientras cargaba la liebre. Pensar que de pequeña había estado tan negada a matar a un animal, que se escondía detrás de su padre cada vez que el tio Terry venía, cargando a sus animales muertos con el orgullo de un campeón. Qué irónico.
Laurie siguió caminando, dejando atrás todos los pensamientos, los recuerdos de un mundo que se había llevado consigo parte de la humanidad. Dejó también a la liebre muerta en el interior de tienda, a un costado de la entrada.
Iba encargarse de ella después, cuando revisara la otra trampa. Sin embargo cuando llegó, con cuchillo en la mano, pisando las ramitas bajo sus pies, se quedó fria, quieta en su lugar.
Había un niño.
Un niño.
—¡Hey! —gritó antes de poder detenerse.
El corazón le martillaba el pecho. Uno, dos. Uno, dos. Se acercó al niño, guardándose el cuchillo cerca de la cadera. Observo al niño más de cerca.
Estaba pálido. Pálido como un muerto. Y con la gracia de una de las muñecas que la abuela había querido tener de pequeña. Cabello negro cayendo el rizos ondulados sobre su cara sudada, los lentes sucios casi se le caían. Y esa mochila, debía ser una molestia.
Laurie inhaló temblorosamente mientras se acercaba al niño. ¿Cómo...?
¿Cómo había sobrevivido? Debía tener la misma edad que él, que su hermano. Y sin embargo...
Laurie exhaló temblorosamente.
¿Y si estaba mordido...?
Lo miró desde ahí. Miró los brazos blancos, pero no encontró nada en esos bracitos delgados debajo de esa remera holgada. Bajó la mirada al torso descubierto por la remera, pero no había ni una sola mordida. No había tampoco una sola lastimadura que explicara el blanco de su cuerpo. Laurie se acercó un poco más, sintiendo con sus dedos el cuchillo sobre su cadera. No sería la primera vez que esos cadáveres la sorprendían pretendiendo ser gente muerta.
El niño no era blanco como un albino. Quizás hubiera gente más blanca que el niño. Pero había algo que no coincidía del todo. El niño parecía, muerto, impasible, de una manera que le pareció irreal en un sentido en el que todavía no encontraba palabras para describir. No como las cadáveres que encontraban camino por el bosque. Muerto de una manera diferente.
Laurie se siguió acercando, teniendo cuidado de dónde plantaba sus pies.
No había sentido eso jamás. Con ningún mago, ni ningún muggle.
Había conocido a gente en ilvermorny que parecía haber sido besada por la misma Afrodita, pero aunque el niño no era precisamente feo, el parecía ser creación de la muerte misma, entre tantos selectos que iban contra su voluntad, ella habia tomado a un niño. Podía sentirlo. ¿Era eso magia?
Laurie agarró el rostro del niño cuando estuvo cerca, viendo a esos ojos verdes, un impresionante verde, mirarla sin fuerza. Nisiquera tenía la mitad del miedo que había visto en la liebre. Estaba cansado. Terriblemente cansado.
Sin embargo, tenía magia. Magia pulsante, como un latido.
Laurie parpadeó, mirando hacia todos lados.
Un niño. Uno mágico.
—Espera, te voy a desatar...
Lo bajo de la soga y colgándose la mochila del niño, que ciertamente tenía un peso, lo llevo hasta la tienda. Levitando al niño, a una distancia prudente, se encontró guiandolo a la cama que alguna vez había pertenecido a su hermano menor.
Laurie volvió su mirada hacia el pequeño, que comía si fuera la última que fuera a hacerlo. No le dió asco, al contrario, llenaba su pecho que el niño confiara lo suficientemente para aceptar la comida. Se veía demasiado flaco, su cuerpo era pequeño, quizás tuviera la misma edad de su hermano si era carita suave dijera algo.
Laurie inhaló. Mirando de la mochila que no se había atrevido a revisar, a los ojos del niño con la boca manchada de mermelada. Había dejado los lentes de lado. ¿Podía ver bien si ellos? ¿Eran, quizás, para leer y los llevaba puestos para no perderlos o romperlos?
El niño sin nombre, de cabello alborotado negro, y ojos verdes, termino de comer. También había terminado de tomarse la taza de té, y aunque había arrugado la nariz ligeramente, ella se sintió satisfecha que de tomara lo suficientemente. Honestamente, no sabía cómo se las había arreglado para sobrevivir solo. Así que direccionó su pregunta hacia allí.
—¿Cuál es tu nombre?
El niño humedecio sus labios antes de hablar.
—Harry.
Laurie sonrió. Sí, no había recibido un apellido, pero era el fin el mundo; o al menos, el fin de la raza humana. Los apellidos no eran tan importantes.
—¿Cuantos años tienes, Harry?
El niño la miró con recelo.
—Diez años.
Eso hizo a Laurie abrir la boca. Era más grande que su hermano, tres años más grande. El niño, Harry, arrugó la nariz un poco más, él parecía estar mirándola, buscando resolver sus propias preguntas. Laurie inhaló suavemente.
—¿Puedo preguntarte cómo llegaste hasta aquí, Harry? —preguntó. No le cabía en mente la idea de que el niño simplemente hubiese caminado desde quien sabe dónde hasta aquí. No lo había visto en Atlanta, pero incluso así, eso le resultaba poco posible. Los niños, no corrían suerte al andar entre los cadáveres caminantes. Esas porquerías no tenían piedad, no discriminaban entre niños y adultos.
Así que estaba intrigada.
El niño miró hacia un costado, sin disimulo alguno. Concentrándose en la pared que tenía Laurie a la derecha, pese a que ahí no había nada más interesante que el papel de lo que simulaba ser una pared en su tienda mágica. No estaba segura de si Harry sabía eso. Ella quería indagar sobre ello.