Feel like a brand new person

Harry Potter - J. K. Rowling Fear the Walking Dead (TV) The Walking Dead (Comics)
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Feel like a brand new person
Summary
𖹭 Sin la certeza de nada y con pocas cosas a las que aferrarse, Harry Potter, abandonado en un pueblo fantasma, se embarca a los nuevos desafíos que el mundo apocalíptico pone en su camino.
Note
He decidido hacer de este fic dos series, la primera parte, ya finalizada, "As long as I can" ; que cuenta como nuestro protagonista, Harry Potter, de diez años, lleva adelante su vida después de ser envuelto en los inicios de un apocalipsis zombie. Lo que se ubicaría antes y durante el tiempo en el que Rick está en coma (seis semanas).De aquí en adelante, pienso llevar el fic hasta el final, así que no habrá interrupciones con respecto a series. Datos (ir)relevantes:• "As long as I can (Move On)" es la línea de una canción de Tame Impala que estaba escuchado cuando se me ocurrió la premisa del fic (One more Hour). Tal como el título de esta serie, también pertenece a una de sus canciones (New Person, Same Old Mistakes).• Harry paso alrededor de tres semanas solo. Porque el apocalipsis comienza, en este fic, en principios de agosto (el día nueve específicamente). Actualmente está transcurriendo principios de septiembre.
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Chapter 8

Todo había sido demasiado rápido.

Era entonces verano. Agosto. 26 de Agosto.

El Presidente se había dirigido a la nación sobre la creciente violencia y malestar en el país debido al virus que circulaba. En las radios se hablaba de esto, de gente agresiva, descontrolada, o más bien, controlada por la rabia. Los medios se habían dado un tiempo para retratar la escena, antes de que fuera demasiado para ser contenido.
Todos se dirigieron al mismo lugar, al santuario que se había alzando en Atlanta. La ciudad más segura con los acontecimientos que nadie tenía demasiado claros.

Fila y filas de autos. Todos entrando a un mismo lugar.

Su padre había tenido una mano firme alrededor de su hombro, diciéndole con una mirada profunda que debía mantener un ojo todo el tiempo de Jesse, su hermano menor.
Había demasiada gente en la ciudad, todos hablaban demasiado alto, se reunían casualmente en las veredas, continuando sus vidas pese a la adversidad. Festejaban algún logro fantasma, mientras los militares permitían el paso de las personas a diestra y siniestra, siempre que no mostrarán un indicio de ser como esas cosas. Si lo miraba en retrospectiva, era normal. Todos llevaban su vida con normalidad, porque estaban refugiados de lo que sea que fuera a lo que había que temerle. Los niños jugaban, corrían, sus padres les dejaban tomar su rumbo con sonrisas confiadas.

Al principio no había filas para alimentarse, cada uno compraba su comida en las tiendas, pese a la presencia de los militares, de la gente agresiva manifestándose en distintos lugares del pais. No había nada que indicará que una verdadera tragedia estaba sucediendo. Por otro lado, Laurie que tenía una tía obsesionada con la historia, a la que había oído divagar en charlas políticas con su padre, recordó que la mayoría de las tragedias comenzaron con una calma inusual. Existian antes de que los demás supieran que estaban sucediendo, dándole a sus víctimas un suelo sobre el que asentarse: para luego sacudirlo con vehemencia.

Así fue como apareció el Brote en Atlanta.

El privilegio que se le había arrebatado por ser hija de un muggle frente al mundo mágico —que le había cerrado las puertas después de los indicios de turbulencia, dándole solamente una bolsa sin fondos de suministros— se le devolvió ese día. Su padre, muggle, era médico. No era alguien de renombre, ni exaudaba la excelencia de los cirujanos plásticos: pero fue quien les permitió sobrevivir.

Entonces se encontraron yendo al campo de refugiados. Cómo todos los refugiados, tenían que compartir con gente desconocida, pero no había sido un problema: eran una pareja adulta que se mantenía alejada y que no escatimaban esfuerzos en entablar lazos ni ser hostiles. Sin embargo, había oído a la voz de su madre fallecida mientras entraba en la carpa enorme. La bruja que le había enseñado pequeños truquitos que ilvermorny hacia de menos, recitaba contra su oído con suavidad, ella decía que estaba en su naturaleza, en la de la sangre que corría por la suya, desconfiar de los demás y de las reacciones de los humanos ante el caos.

Es así que las primeras noches, había dormido lo más apegado a su padre y su hermano. Ella al costado derecho de su padre y Jesse al lado izquierdo, los tres formando una especie de triangulo sobre una cama improvisada pequeña.
Los había mirando en medio de la madrugada. Memorizado sus rasgos. Sintiendo su magia enloquecida debajo de su piel, rasgando para avisarle de algo que estaba más allá de ella misma.

Fue cuando la seguridad de su hogar se le fue arrebatada por tercera vez en su vida; está vez. Con la aparición de dos militares. Ellos estaban a los costados de su padre, necesitando de su servicio como médico para una serie de personas descompuestas, de fiebre alta. Laurie observó a su padre salir, los ojos marcados de algo más. Él agarro suavemente su nuca, dándole un beso en la frente que duro más que todos los que había recibido en su vida.

Esos ojos marrones que compartía con Jesse la miraron como un ciervo.

—Cuida a tu hermano

Laurie asintió. Más como una respuesta mecánica.

Y desde entonces había pasado una semana. Había más personas descompuestas, enfermas de un virus sin fuente, lo peor habia extendido raíces. Laurie apenas había visto a su padre, siempre desde la distancia: lo veía moviéndose de establecimiento en establecimiento, no tan alejada de dónde estaban. Lo había escuchado hablar con algunos militares, una urgencia que le hacía sudar se exhibía en su físico. Su padre agitaba las manos como un mudo intentando expresarse, pero los militares permanecieron estoicos. Indiferentes.

También sucedió con ella.

Laurie de diecisiete años, rogó como una niña pequeña para ver a su padre nuevamente después de lo que fue una noche de oir el sonido de disparos. Uno de los militares les había mirado con reserva, desestimando la existencia del nombre. Una mirada penetrante, un sutil movimiento del arma que cargaba contra su pecho y no se habló más del tema.

No lo habló. Pero lo pensó. Cada noche, mientras estaba en la colchoneta. El corazón le golpeteaba el pecho, una de las piernas golpeaba como conejo el suelo, repetidamente, sin pausa. Ella agarró la mano diminuta a su costado, apretando los cuatro dedos más pequeños de la mano ajena con la suya, haciendo un gancho con su índice alrededor del pulgar de su hermano. Sus ojos miraron el rostro de su hermanito, Jesse, lloroso; empapado de una tristeza inocente.

Inocente, no culpable como la suya.

Papá no había vuelto, y Jesse no paraba de hacer preguntas. Pero Laurie estaba a cargo. Así que le sonrió, incluso si no se le veían los dientes como cuando sonreía. Cuando sonreía de verdad.

—No te preocupes, está bien. Vamos a estar bien, ¿Sí? —le dijo, inclinándose hacia él. Con el corazón pesado, le dió un beso en la frente—. Tranquilo.

Pero no ni su propia voz la detuvo. En el fondo, con su padre desaparecido, sabía que eran lo único que tenían. Durmió todas las noches con la cabeza de su hermanito en el pecho, abrazándolo, apropiándose de su calor corporal egoístamente, peinando su cabello con las manos. Incluso en las mañanas, mientras todos estaban caminando bastante bien por el campamento, buscando sus raciones, y los militares patrullando con sus armas orgullosamente cargadas, mantuvo a su hermano contra su cadera.

¿Se había estado preparando para las consecuencias de sus mentiras?

 

Laurie se encontró apareciendo cerca de una carrera de Atlanta. El bolso sin fondo, la enorme mochila muggle, estaban intactos; llenos. Ella, por otro lado, se había inclinado contra un árbol, el pecho le subía y bajaba tan rápido que el aire no alcanzaba entrar correctamente por mucho que tuviera la boca abierta. Los ojos apretados, cerrados, mientras se doblaba en dos hacia adelante, sosteniendo sus rodillas.
La saliva manchaba su mentón y las lágrimas le corrían por el rostro. Podía sentir la muerte mirándola desde todas las direcciones. El escozor en el pecho se empujaba desde su caja torácica, agarrándole las costillas, quebrandolas, arañando contra su carne: parecía querer acabar con ella.

¿Había sido culpa de la muerte, que siempre estaba presente? ¿O de la vida que la había ilusionado?

 

Similar a una crisálida, todo su cuerpo dependía de la soga gruesa atada alrededor de sus tobillos, ajustándose hasta el menor movimiento inconsciente. Los brazos de la mochila se habían contorsionado de una manera extraña, todo el peso de su interior cayó contra su nuca en un peso muerto, pero era más ligero que el esfuerzo de las tiras por aferrarse a sus hombros, escociendo contra sus hombros delgados.

Y el bosque giraba. Giraba y no paraba de girar.  Violeta, blanco y quizás hasta azul. Brillantes flashes de luz, moviéndose burlonamente contra el suelo del bosque, sobre la tierra, asentándose sobre las ramas de los árboles: sobresalientes como una columna vertebral. Cómo la de él, quizás.

Allí fue cuando lo vió, mirando el suelo, la aparición de unas botas altas negras, aplastando sin consideración las ramitas indefensas.

—¡Hey!

Harry parpadeó. La sangre había descendido hacia su cabeza, estaba mareado y la saliva se le acumulaba debajo de la lengua como una pelota. Sus pesados párpados aletearon, pero el esfuerzo hizo de sus ojos arañas; ojos abiertos, pegados por sus pestañas superiores e inferiores a su piel.

Nuevamente, la voz que le llamaba volvía a hablarle. Pero Harry era incapaz de traducir las palabras ahogadas. El esfuerzo por mantener los ojos abiertos no le permitía ver en realidad.

—Niño...¡Niño! —gritó la voz, esa que le pertenecía a la silueta de botas negras.

Harry lo intentó. Verdaderamente lo intentó, moviendo la mirada hacia arriba, tan profundo que dolía contra sus cuentas. Pero no podía ver absolutamente nada antes de que la situación fuera demasiado incómoda como para llevarla adelante.

Era como pedirle a un hormiga cargar un ladrillo. Así que dejo de intentar descubrir la identidad del hablante.

—Espera, te voy a desatar. —La voz apareció otra vez, está vez acompañada del toque de manos callosas, asentándose sobre su rostro frío, como si pretendiera grabar dichas palabras en su cabeza.  Las manos no eran demasiado grandes, pero eran más grandes que las del propio Harry, además, parecían estar envueltas en telas: si la sensación contra sus mejillas era algo. Y la voz, la voz era femenina.

A pesar de estar enfocado en todo, por poco se pierde lo que la desconocida estaba diciéndole. 

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