
Chapter 4
Pero aguantar la respiración no estuvo ni cerca de ser suficiente, las uñas de Harry que era más similares a garras a este punto, se hundÃan en las mejillas pálidas. No cuando escucho como el auto se estacionaba frente a la biblioteca, el motor rugiendo una señal silenciosa que advertÃa al niño a esconderse en la poca profundidad que habÃa debajo del escritorio. A fundirse con la madera, a hacer de la materia de este junto con la mochila que aferraba a los brazos, una sola piel.Â
La puerta chilló, y un rayo de luz opaco entró en la biblioteca. Pero Harry no se enfocó en eso, sino en los pasos dados hacia el interior.
No eran cuidadosos. Cómo alguien está tratando con una amplia biblioteca.
Eran cautelosos, como alguien que trata con un animal acorralado.
Grandes pasos dados desde la planta del pie hacia la punta de los mismos, apoyando todo el peso de ellos en eso. Harry lo sabÃa, sus ojos ardieron al reflejo de los juegos de su primo, de las tardes dónde debÃa treparse a los árboles para evitar los dolores nocturnos.Â
Esta persona, este hombre, no tenÃa miedo. Harry asfixió su nariz contra el espacio entre su pulgar e Ãndice, la palma contra sus labios. Era obvio, ellos eran tres...y aquà solamente él.Â
La respiración del niño tembló, mientras presionaba sus ojos, aguantando las lágrimas ardientes. ¿Qué buscaba de él?
—Niño...vamos, sal de dónde estés— llamó la voz, que no era demasiado grave, sino como una entonación masculina aguda. Daba pasos hacia el interior de biblioteca, que fueron reflejados cuando una segunda persona entró. Y una linterna se prendió por el pasillo, Harry podÃa verlo desde su lugar, cosa que hizo que se arrinconara más contra la madera del escritorio. La mochila azul que mantenÃa su color porque no habÃa visto al agua en casi un mes, estaba sobre su pecho, sin riesgo de caerse.
No. Harry no saldrÃa.Â
—Escucha, pequeño, no somos gente mala—dijo otra voz, que apoyaba su mano sobre la madera del escritorio: como si estuviera contemplando dónde estaba—. ¿Estás solo, verdad?
Harry no se digno a responder, sin atreverse a siquiera estirar las piernas por el miedo de que sus zapatillas pudieran hacer un mÃnimo sonido. Sus ojos detrás de los vidrios miraban a su costado, tal como uno de esos gatos de la suerte que habÃa visto en la casa de su vecina hace mucho tiempo. Los pasos del primer hombre seguÃan extendiéndose hacia la oscuridad, buscando con la linterna entre los estantes.Â
Â
—Escucha, niño—pronunció nuevamente la segunda voz, tamborileando sus dedos sobre el escrito—. Estamos de camino a un refugio, ya sabes, un montón de comida, medicamentos, una cama cómoda. ¿No te gustarÃa eso? Mira, sé que suena extravagante, pero podemos viajar juntos.Â
Â
El cuerpo del niño se erizó, como un felino, mientras sus grandes ojos detrás de los vidrios de sus anteojos miraron hacia arriba, el techo del escritorio, sintiendo el sonido. Estaban tan cerca pero tan distanciados a la vez. Entonces, naturalmente, sintió cuando el hombre golpeó brevemente la madera, como frustrado; y si Harry hubiese tenido una pizca, por más mÃnima que fuera, de esperanza, se desvaneció en un soplido.
Casi podÃa oler la violencia que el hombre de la segunda voz emanaba. Lo sentÃa, recorriendo sus sentidos, cosquilleando en sus piernas, como la primera vez antes de que todo esto ocurriera.
—Escucha bien, mocoso, no tienes nada para vivir aquÃ, nos llevamos todo en nuestro automóvil. ¿Por qué te aferras a este lugar de porquerÃa? ¿A caso quieres terminar como esas porquerÃas andantes encerrados en las cabañas? —el hombre de la segunda voz le hablaba como si fuera una persona que importaba, y Harry desconfÃo, desconfÃo con todo su ser. Sus ojos se apretaron otra vez, mientras se retorcÃa en silencio, repitiendo la frase que habÃa escuchado a la...a Petunia decir:Â
Los desconocidos que ofrecen cosas a los niños pequeños son peligrosos.
Los desconocidos son peligrosos.
Son. Peligrosos.Â
Si hubiera abierto los ojos se habrÃa dado cuenta de cómo el dueño de la primera voz, que habÃa estado callado, movÃa la linterna cerca de su dirección. La luz blanca le destello en la cara, reventando contra sus vidrios sucios. Con ello una risa sonó contra las paredes biblioteca, una victoriosa.
—Alli estás, bambi.Â
Pasos, risas y palabras que no se filtraron en su cabeza. Los sentidos de Harry se abrumaron, pero asÃ, con la mirada desenfocada, rodó sobre su costado, aferrándose a la mochila como su vida; porque de eso dependÃa su existencia. HabÃa logrado el primer paso, salir de abajo del escritorio con la mochila, pero cuando se encontraba rodeando el mueble sintió los pasos del primer hombre, uno rapado con baja estatura, acercándose a él. Las pupilas negras se movieron nerviosamente, achicandose, mientras daba pasos hacia atrás.
Fueron flashes. El tiempo pareció hacerse lento, los movimientos también, como si pasaran por delante de los ojos del niño minuciosamente.Â
 Las lágrimas se le acumulaba contra los ojos mientras daba pasos hacia atrás, aferrado con fuerza a la mochila, justo cuando chocó contra una superficie dura.
Â
No era una pared. Las paredes no tenÃan brazos.
Â
Harry levanto la cabeza, mirando hacia arriba, encontrándose con una falsa mirada amigable, mezclada con los rostros borrosos de gente a la que no recordaba con cariño. No abrió la boca, no porque no quiso, sino porque antes de decir nada sintió un apretón fuerte cerca de su oreja.Â
Y todo se oscureció mientras era agarrado por los brazos de ese alguien. Cómo un pájaro al que le habÃan agarrado por las alas.Â
Â
Â
Â
—Es una pluma—silbó Clive mientras acomodaba como un falso padre al niño en la parte de atrás del auto. Sus extremidades, sorprendentemente pálidas sin el más mÃnimo indicio de venas estaban desparramadas, los brazos tan flojos como las piernas; el niño se caÃa cuando lo sentaban, asà que Clive se las ingenio para recargar su peso contra la puerta cerrada.Â
Travis jugaba con la montura del hacha que se habÃa encontrado hace una semana, recostado contra el asiento copiloto. Y jereth estaba en el otro extremo del asiento trasero, mordisqueando un palito de una paleta que habÃa comido hace rato, evitando mirar siquiera por accidente a la criatura que parecÃa más un muñeco de porcelana tétrico.Â
—¿No se te pasó por la cabeza si el mocoso nos podrÃa denunciar frente a los militares, Clive?—preguntó Jereth en un tono seco como el del ambiente, estirando los pies sobre el asiento de Travis—no quiero que me miren como si fuera un jodido pederasta.Â
Clive le sonrió de manera indulgente, subiéndose al asiento del conductor. Mantuvo un silencio breve, mientras torcia su cintura hacia el costado para dejar la mochila azul —misma que habÃa revisado, encontrando un par de libros inútiles con una cantidad pobre de suministros— sobre el regazo del mocoso y poner las manos en el volante. Solo allà le dedicó una sola mirada.Â
—No lo hará, confÃa en mÃ.Â
El auto empezó la marcha, las llantas rugieron contra el cemento olvidado.Â
—Además el mocoso está asustado,—agregó Travis, aparentemente de mejor humor como para ignorar deliberadamente los zapatos de jereth cerca de su nuca—solo hay que darle una paliza si se hace el rebelde para enseñarle su lugar y lo tendrás diciendo que somos sus parientes o una mierda parecida.
Jereth tampoco les creyó, clavando sus dientes sobre el plástico blanco. Él entorno su mirada contra el relflejo del vidrio mugriento, mirando al niño que reposaba como un ángel, uno de alas cuervo atadas, contra el vidrio que reflejaba sus rasgos monótonos.Â
Â
Â