
CAPÍTULO 10
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CAPÍTULO 10
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—¿Alguna vez no te ves miserable? —preguntó Mirth. Draco le frunció el ceño.
—“Dormidos, pesadillas turban nuestro reposo;
despiertos, vagos sueños contaminan el día16” —dijo Astoria.
—¿Qué es eso en inglés? —preguntó Mirth, encontrando los ojos de Astoria en el espejo. Astoria le estaba mostrando un nuevo peinado. Draco estaba recostado en el tocador, de mal humor y siendo una molestia general. Por muy infeliz que haya parecido, en realidad le dio algo de consuelo molestar a Mirth, porque ella lo soportaría.
—Shelley —dijo Astoria.
—Mi día no ha sido turbado por un pensamiento errante —dijo Draco— Deberías cortarte un flequillo, Mirth. Te ves más bonita cuando no pueden ver tu cara.
Mirth le clavó una horquilla en la mano.
—¡Ay! —dijo Draco.
—El misterio hace que todos sean más hermosos —dijo Astoria— Todo el mundo es más atractivo cuando lleva gafas de sol.
—¿Qué son las gafas de sol? —preguntó Draco.
—Abre ese cajón —dijo Mirth. Draco lo abrió y encontró un par de anteojos oscuros. Se lo puso y se observó a sí mismo.
—Oh sí. Me follaría —dijo.
—Allí —dijo Astoria, alejándose de Mirth. Ella rizó y sujetó el cabello de Mirth para que sus rasgos bastante duros se suavizaran y sombrearan— ¿Qué opinas?
—Es tan… femenino —dijo Mirth.
—Se ve maravilloso —dijo Astoria cálidamente. Nunca le hablaba así a Draco. Ella y Mirth se miraron atentamente en el espejo.
—¿Tú crees? —preguntó Mirth. Un rubor subió por su cuello.
—Te ves hermosa —dijo Astoria, moviendo un rizo en la cabeza de Mirth con una veneración que Draco estaba bastante seguro de que nunca sentiría por él.
Mirth se humedeció los labios. Esto pareció sacar a Astoria de su ensimismamiento.
—De todos modos, es sólo una opción —dijo— Draco, ¿Cuándo vas a visitar a Goyle?
—¿Eh? —dijo Draco, tambaleándose por este repentino cambio de tono— El miércoles.
—Eso será bueno —dijo Astoria, alejándose de Mirth para ir a buscar algo en su armario. Mirth tiró con tristeza de las horquillas de su cabello, tirando del peinado hacia abajo alrededor de sus orejas.
Draco le dio un golpecito en la frente.
—¿Qué diablos, Malfoy?
Draco señaló a Astoria con la cabeza.
—¿Qué? —dijo Mirth.
—No importa —dijo Draco— Eres malhumorada. Nunca encontrarás marido.
—Eres tan sexista.
—Algo extraño me pasó ayer —dijo Draco— Potter me pidió que fuera su amigo.
Astoria se dio la vuelta.
—¿Lo hizo? —ella preguntó.
Draco y Mirth intercambiaron miradas.
—¿Por qué? —preguntó Draco— ¿Eso es parte de tu Gran Plan?
—No —dijo Astoria, perdida en sus pensamientos— Pero ayuda.
—No ayuda en nada —dijo Draco, derribando los frascos de perfume de Mirth mientras se apoyaba en los codos— Solo me está vigilando. Protegiendo a las masas de mis intrigas. He intentado decirle que no estoy tramando nada, pero por supuesto que no me escucha.
—Probablemente porque históricamente has estado planeando algo —dijo Mirth. Draco le quitó las gafas de sol y se las puso en la cara.
—Mucho mejor —dijo— Con estos, un flequillo y una bufanda, estás en camino a la belleza.
—Vete a mierda —dijo Mirth, agitando su mano, pero ella estaba sonriendo.
—¿No crees que en realidad quiere que sean amigos? —preguntó Astoria.
—¿Potter? No —rio Draco. Luego, más serio— No. Solo está probando sus ruedas de entrenamiento de Auror.
—Si eso es cierto, podría causarte problemas —dijo Astoria.
—Sí, lo sé —dijo Draco.
Y no solo el tipo de problemas que Astoria estaba imaginando, tampoco. Hablar con Potter a altas horas de la noche había hecho que Draco se sintiera incómodamente esperanzado. Deseaba no saber que Potter era bisexual. No lo convertía en una opción más en términos reales… Potter terminara con algún brillante faro de bondad, sin importar del género que sea.
—Tienes que hablar más abiertamente sobre la guerra —dijo Astoria.
—A la mierda con eso —dijo Draco.
—La gente no sabe cómo te sientes al respecto —dijo Astoria.
—¡No es asunto de ellos!
—¿Cómo se supone que van a simpatizar contigo si creen que todavía eres un mortífago? —preguntó Astoria.
Draco cerró los ojos. Podía sentir su rostro retorcerse en una mueca, aunque no quería que lo hiciera.
—Todavía soy un mortífago, Astoria.
Hubo una pausa incómoda.
—Tal vez Potter realmente quiere que sean amigos —dijo Mirth. Draco abrió los ojos y le sonrió. Tenían una alianza espinosa, pero funcionaba.
—¿Amigo mío? —preguntó— Mirth, ¿No te has enterado? Soy un ángel caído.
Mirth se rio.
—Como podría olvidarlo. Oh, por el amor de Dios, Draco, deja de tirar las cosas al suelo. Eres como un perro mal entrenado.
Draco le lamió la cara, Mirth chilló y no fue hasta una hora después que se dio cuenta de que apenas había pensado en morir en toda la tarde.
Con la capa de invisibilidad de Potter, pudo visitar la tumba de su madre. Su mente se quedaba bastante en blanco en los Claustros. Se paró frente a una pequeña lápida gris y no sintió nada.
Las flores eran bonitas.
La cuarta vez que fue, apareció Potter. No podía ver a Draco, por supuesto, pero por la forma tímida en que se movía, Draco podía decir que sabía que estaba allí.
Potter conjuró una corona de rosas amarillas.
—¿Estos están bien? —preguntó en voz baja, apenas moviendo los labios. Había gente en los Claustros.
—Sí —dijo Draco. Potter dejó la corona sobre la lápida. Se quedó quieto por un momento, con la cabeza inclinada. Draco se permitió mirar, porque sabía que Potter no lo sabría. Trató de memorizar la salvaje imprevisibilidad del cabello negro como la tinta de Potter. Se preguntó qué tan diferentes se veían los hombros de Potter de los de otras personas. Eran solo hombros, ¿No? Sin embargo, Draco los reconocería en cualquier lugar.
La mandíbula de Potter estaba apretada y fruncía el ceño. Parecía mucho más emocional de lo que Draco se sentía. “Madres”, se dio cuenta Draco. “Siempre ha estado triste por las madres”.
El pensamiento hizo que el corazón de Draco diera un vuelco. Sintió un ridículo impulso de extender la mano, de tocar el hombro de Potter. Él se resistió.
Solo Potter mostraría tanta amabilidad con alguien a quien estaba vigilando.
Se encontró pensando en Potter, mientras iba a Azkaban a visitar a Goyle. Potter había hablado en el juicio de Goyle. Ese solo hecho habría puesto a Draco en deuda con él para siempre.
Goyle parecía una pesadilla. Rompió en sollozos en el momento en que vio a Draco, apoyando la frente en la mesa que los separaba.
—Quiero irme a casa —lloró.
Draco miró sin ver la cabeza temblorosa de Goyle. “No siempre estaré aquí”, se recordó a sí mismo. “Este momento terminará”. Pero cada sollozo que salía de la garganta en carne viva de Goyle parecía destrozar el corazón de Draco, de una manera que se sentía permanente.
—¿Me sacarás, Draco? —preguntó Goyle.
—No puedo Greg —dijo Draco. Era difícil hablar, porque imágenes violentas se agolpaban en su mente, cosas terribles que quería hacer él mismo, formas en las que podía liberar la miseria a través del dolor.
—¿Les dirás que lo siento? Quiero irme a casa ahora —dijo Goyle.
—Les diré —dijo Draco.
—Quiero ir a casa —dijo Goyle de nuevo.
—Lo sé —dijo Draco. No se le permitió tocar a Goyle. Sus nudillos estaban blancos por el esfuerzo de estar quieto.
—Volveré el próximo mes, Greg, ¿Sí? Y traeré más dulces.
Goyle miró la pila de dulces que Draco había traído como si no reconociera lo que eran.
—¿Me estás dejando? —preguntó— ¿Dónde está Vince?
No se trataba realmente de elegir vivir o morir, se dio cuenta Draco. Podías luchar contra el sueño todo lo que quisieras, pero finalmente te atrapaba. Así era con la oscuridad, la horrible culpa que se aferraba a él ahora. Lo tenía atrapado.
—Volveré el próximo mes —mintió— Sé fuerte, Greg. Puedes hacerlo.
La profesora McGonagall lo estaba esperando fuera del flu en su oficina.
—¿Y cómo está el señor Goyle? —preguntó ofreciéndole una galleta. Draco la rechazó con un gesto de agradecimiento.
—Algo indispuesto —dijo.
—Hmm —dijo McGonagall— Señor Malfoy… espero que sepa que quiero lo mejor para usted.
Draco movió su boca en una sonrisa.
—Gracias Profesora.
—Siempre puedes venir a mí con cualquier problema.
—Se lo agradezco, profesora —dijo Draco, desesperado por escapar. McGonagall le sonrió y abrió la puerta. Draco se contuvo antes de echar a correr mientras corría hacia la Torre de Astronomía.
Era obvio, realmente que ahí era donde lo haría. Ahora que lo pensaba (y realmente no estaba pensando en eso), era el único lugar que tenía sentido.
Corrió por los pasillos del castillo, tratando de escapar de sus pensamientos, que lo perseguían como una inundación venenosa, furiosa, interminable, implacable, incurable. Él no quería morir… ¿Suicidarse? Pero él quería paz. La deseaba tanto que podía saborearlo.
Y luego choco de cabeza con Potter.
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...CONTINUARÁ...