
Harry Potter estaba bebiendo café en una pequeña y hogareña cafetería en el centro de Londres. Estaba sentado en una mesa para dos junto a la pared de cristal, con vistas a las ajetreadas calles de Londres y los apurados londinenses con sus ajetreadas vidas. Viendo a toda esa gente correr apresurada y estresada por las calles de Londres desde dentro de la pacífica cafetería hacía que Harry sintiera que estaba dentro de una burbuja, en otra dimensión donde nadie podía tocarlo o alcanzarlo.
Harry no había sido el mismo desde la muerte de Sirius en el Ministerio de Magia dos meses atrás. Se sentía desconectado del mundo, como si todos los hilos que lo mantenían conectado a tierra se hubiesen cortado de golpe en el instante en el que el cuerpo de Sirius había desaparecido a través del Velo. Recordaba estar presente en la destitución de Fudge como Ministro de Magia como si lo hubiese estado viendo todo a través de una pantalla de televisión en lugar de estar viviéndolo, y recordaba la audiencia en la que Madame Bones, la jefa del DMLE, le había concedido sus ‘más sinceras disculpas’ por el injusto encarcelamiento y posterior persecución de Sirius Black y sus ‘aún más sinceras condolencias’ por su perdida justo antes de declarar a Sirius inocente y darle una Orden de Merlín de Primera Clase póstuma por sus esfuerzos durante la Primera Guerra y su heroicidad al morir defendiendo el Ministerio de El-Que-No-Debe-Ser-Nombrado y sus seguidores.
Harry bufó incrédulo después de salir del tribunal en el que le habían entregado la absolución de Sirius y el documento que certificaba su Orden de Merlín póstuma, como si algo de eso fuese a devolverle a Sirius o todos los años de una infancia normal y feliz que había perdido.
Pero no importaba, nada de eso importaba. Ya no, al menos.
Porque Harry se había cansado de luchar, se había cansado de seguir despertando y luchando un día más, de vivir de sacrificio en sacrificio, de pérdida en pérdida, de luto en luto, por un mundo al que no le importaba qué le ocurriera una vez su tarea de ‘salvarlos’ estuviera completada. Harry no iba a luchar más. No por el Mundo Mágico, no por la Orden del Fénix, no por la memoria de sus padres muertos, no por el bando de la luz, no por ‘el bien mayor’ y, ciertamente, no por Albus Dumbledore.
Se acabó. Hasta aquí había llegado. No más luchas. No más guerras. No más batallas sin sentido que solo traían dolor y desgracia y no aportaban nada a nadie. Harry había jugado a ser el chico bueno, el Chico de Oro de Gryffindor, el perfecto león valiente, el Niño-Que-Vivió, el héroe de la profecía, la marioneta perfecta de Dumbledore desde el momento en que puso un pie en Hogwarts, desde el momento en que descubrió la verdad sobre sus extrañas habilidades para conseguir lo que quería cuando quería. Pero no más. Harry se había cansado de Dumbledore y de sus manipulaciones, de sus mentiras y de su predisposición a sacrificar todo aquello que Harry amaba por ‘un bien mayor’.
Harry había llegado a su límite. Había estado dispuesto a morir por la causa de Dumbledore, por el estúpido viejo y su estúpido ‘bien mayor’, pero no había accedido a perder todo y a todos los que le importaban en el camino. Harry no estaba dispuesto a ver morir sistemáticamente a todas las personas que amaba delante de él solo para poder morir él mismo en el momento que Dumbledore considerara más adecuado, eso era algo a lo que nunca accedió, pero a esas alturas no debería haberle sorprendido que Dumbledore manipulara las condiciones y las lagunas de la promesa de lealtad y sacrificio que Harry le había hecho en su momento más vulnerable. Al fin y al cabo, Dumbledore podría haber sido clasificado en Gryffindor en sus tiempos de estudiante, pero no era más que una serpiente con piel de león. Después de todo, se necesitaba a uno para reconocer a uno.
Voldemort, por otro lado, tan malvado y desquiciado como estaba, increíblemente cruel y asesino, todavía iba con la verdad por delante. Todos los mortífagos sabían a qué se unían cuando tomaban la marca tenebrosa, todos sabían cuál era su causa y cómo funcionaban las cosas, aún si a algunos de ellos no les acabara de gustar el rumbo sangriento y violento que el infame Señor Oscuro estaba tomando. Y eso era algo que Harry admiraba del hombre. No había necesidad de mentiras ni engaños. ¿Para qué? La verdad podía ser tu mayor aliada si aprendías usarla con sabiduría.
Por esa razón Harry estaba bebiendo un estupendo capuccino y comiendo un fantástico bocadillo en una cafetería muggle en Londres dos días antes de la llegada de la carta de Hogwarts, esperando a que su invitado, que parecía tener una vena tan dramática cómo Harry recordaba de todas sus interacciones pasadas, llegara.
—¿Sabes? Todavía soy un menor de edad, así que si te quedas mirándome mucho más tiempo alguien podría malinterpretarlo y llamar a la policía. Ah, esos son los aurores muggles, por si no lo sabías.
De repente, una mano con dedos de pianista y uñas bien cuidadas agarró el respaldo de la silla que estaba en frente de Harry, moviéndola lo suficiente como para que su dueño pudiera sentarse. Y así, Harry se encontró frente a frente con un rostro que no esperaba volver a ver después de su segundo año.
—Hola, Tom. Ha pasado un tiempo desde la última vez que te vi. Unos años desde la última vez que te vi con aspecto humano, al menos.
El hombre frente a él enarcó una perfecta ceja oscura, que decoraba un rostro anguloso y atractivo con una mandíbula definida marcada por la sombra de una ligera y elegante barba incipiente. El pelo marrón oscuro como la madera quemada, peinado ordenadamente hacia atrás, contrastando enormemente con el cabello azabache rizado y descontrolado de Harry. Era un hombre atractivo, ciertamente podría haber sido el tipo de Harry si se lo hubiese cruzado por la calle y no lo hubiese reconocido. Pero había un detalle, un mísero detalle, que habría hecho imposible que Harry no lo reconociera ni siquiera si pasaba corriendo a su lado por la calle.
—Los glamures no son lo tuyo, ¿eh? La cara y las manos están muy bien, pero te ha fallado en los ojos, no creo que encuentres a nadie más con ojos rojo sangre por aquí. Deberías practicar más la próxima vez que te muestres en público, no queremos que un error como ese te cuesta la victoria de la guerra, ¿verdad?
Tom Riddle, también conocido como Lord Voldemort, sonrió con suficiencia cuando Harry terminó de hablar.
—Aprecio tu… Consejo, Potter. Pero he de informarte, seguramente para tu desilusión, de que no estoy usando ningún glamur en absoluto. Este es mi auténtico aspecto.
Harry casi se sintió impresionado. Casi. Si no hubiera sentido como el trozo del alma de Voldemort que había tenido una residencia permanente en su frente durante casi toda su vida había desaparecido un día a principios de verano. Un movimiento inteligente por parte del hombre. Sobre todo ahora que Dumbledore volvía a tener a la opinión pública de su parte después de la reaparición oficial del hombre ante la totalidad del mundo mágico.
—Me preguntaba si habías reabsorbido todos tus horrocruxes o solo el que estaba en mi cicatriz cuando desapareció a principios de verano. Me alegra saber que hiciste un movimiento tan inteligente, aún si eso te deja indefenso ante tu mayor miedo.
Tom se recostó en el respaldo de la silla en la que estaba sentado, mirando a Harry como si le hubiese dado un puñetazo en el estómago tan fuerte que lo había dejado sin respiración. El chico escondió una sonrisa divertida detrás de su taza de café mientras tomaba un sorbo, dejando que la bomba que acababa de soltar se asentase antes de seguir con la conversación. Necesitaba a Riddle cuerdo para esto si quería que todo saliese bien.
—¿Cómo-…?
—-¿...-lo sé? —Harry sonrió, esta vez sin ocultarlo, y dejó su taza de café casi vacía encima de su pequeño plato, puso su mano abierta sobre la mesa, tratando de demostrar que no representaba una amenaza, estaba ahí para negociar, no para luchar. —Yo sé muchas cosas, Tom. Te sorprenderías de la cantidad de información que poseo.
Riddle lo examinó durante unos eternos minutos antes de girarse hacia la barra y llamar la atención de una camarera, le pidió un café solo y ninguno de los dos volvió a hablar hasta que dicho café estuvo en la mesa. Riddle dio un sorbo y fijó sus intensos ojos rojos en Harry antes de retomar la conversación.
—Me enviaste una carta. Dijiste que querías hacer un trato. Te escucho. ¿Qué es lo que quieres? ¿Y que me ofreces a cambio?
Harry sonrió, complacido consigo mismo por haber sido capaz de llamar la atención de Riddle, y también de conservarla.
—Bueno, Tom, tengo una petición muy sencilla para ti, y encontrarás que dicha petición es beneficiosa para ambos. —Riddle simplemente siguió mirándolo con curiosidad, así que Harry continuó—Quiero que me mates.
En retrospectiva, Harry estaba convencido de que su estado de cansancio absoluto y deseo de morir para poder estar en paz empezó mucho antes de la muerte de su padrino. Tal vez empezó cuando descubrió que, a pesar de tener magia y una fortuna digna de un noble, no tenía unos padres o una familia que le amara, o quizás empezó cuando la soledad de su armario se había vuelto tan opresiva después de tantos años que ya ni siquiera entendía un concepto tan simple como la compañía, o quizás empezó cuando empezaron los golpes, o en tantos otros momentos horribles que había experimentado a lo largo de su vida. Pero quizás, si lo pensaba objetivamente, Harry estaba convencido de que la primera vez que deseó morir de verdad fue a los 4 años, en Navidad, cuando los Dursley le hicieron creer que Papá Noel le había traído un regalo solo para descubrir que era carbón, mientras ellos se reían y volvían a la pila de regalos de Dudley, encerrándolo en su alacena por el resto de la semana, y Harry entendió en ese momento que no era amado, y que probablemente nunca lo sería.
Después de eso, Harry se descubrió a si mismo sintiéndose increíblemente vació y robótico durante el resto de su vida. Empezó a sentirse vivo de nuevo, cuando descubrió la magia, pero rápidamente tanto la magia cómo la conexión que esta le ofrecía con sus padres muertos dejaron de ser suficiente para que Harry dejara de desear morir todas las noches antes de acostarse. Luego apareció Remus y, posteriormente, Sirius, ofreciéndole una salida, ofreciéndole una familia que lo amaba incondicionalmente y una razón para que su existencia dejara de ser monótona e increíblemente dolorosa. Creyó que podría hacerlo, que podía seguir adelante y encontrar una forma de vivir con Sirius y Remus, de que fueran una familia.
Y entonces ese sueño también le fue arrebatado, de forma cruel e inevitable, justo frente a sus ojos sin que pudiese hacer nada para evitarlo. Y por mucho que Harry amara a Remus, y lo amaba, lo amaba de verdad, sin Sirius alrededor, el hombre se había convertido en una cáscara vacía tanto como Harry. Ambos eran un par de muertos vivientes cuyos cuerpos se movían por inercia. No les quedaba nada por lo que vivir, nada por lo que seguir luchando. Porque ninguno de los dos era razón suficiente para mantener al otro cuerdo. ¿Y no era eso una broma pesada? Harry no podía odiar a Remus por no amarlo lo suficiente como para querer vivir por él, porque el propio Remus no era razón suficiente como para que Harry quisiera vivir por él.
Así que aquí estaba, en una modesta cafetería del centro de Londres, tomándose un café con el Señor Oscuro responsable de las muertes de casi todas las personas a las que Harry amaba, pidiéndole que lo matara. El destino tenía formas graciosas de jugar en su contra.
—¿Disculpa?
Harry miró la expresión completamente atónita de Lord Voldemort y pensó que valdría la pena abandonar todos sus planes y salir pitando en ese mismo instante para buscar a Remus y poder darle este recuerdo en un pensadero, solo para que los dos pudieran pasarse horas riéndose a expensas del tan temido Señor Oscuro que tenía delante.
Pero Harry no hizo nada de eso, solo sonrió cortésmente y luego miró a Tom Riddle directo a los ojos mientras repetía las palabras que le acababa de decir, para asegurarse de que Riddle supiera que hablaba en serio.
—Quiero que me mates.
El silencio que siguió a la declaración de Harry era tan tenso que parecía una bomba a punto de estallar en sus caras. Riddle miraba a Harry. Harry miraba a Riddle. Riddle intentaba descubrir si esto era una maldita broma o una trampa muy estúpida en la que había caído de cabeza. Harry pensaba en todas las formas en que Riddle podría matarle una vez aceptara su oferta. Ninguno de los dos apartaba los ojos del otro, ninguno de los dos movía un solo músculo, casi parecía un duelo de miradas, un duelo de poder. Y Harry había aprendido a muy corta edad la importancia del poder para ser capaz sobrevivir, por lo que siempre se había asegurado de ser la persona más poderosa de la habitación, especialmente cuando había negociaciones de por medio.
Aún si ahora mismo iba a usar su poder para hacer que lo mataran, eso solo era un detalle insignificante, lo importante era que él, Harry Potter, iba salir de esa cafetería habiendo ganado esta negociación y habiendo conseguido todo lo que se proponía.
—Una foto te duraría más, si tan interesado estás.
Harry guiñó un ojo cuando estuvo claro que el Señor Oscuro había perdido su concentración, sintiéndose victorioso por haber ganado ese pequeño asalto.
—¿Es esto una trampa?
Tom tenía el ceño muy fruncido mientras observaba a Harry como si fuera una bestia salvaje a punto de comérselo vivo. Bueno, Harry ciertamente no iba contradecir esa creencia, como ya ha mencionado antes, él siempre se aseguraba de ser la persona más poderosa de la habitación. Siempre.
—No, no lo es. Si lo fuese habrías tenido a Dumbledore y su estúpida Orden en tu trasero en el momento en el que has entrado aquí.
Voldemort lo miró durante unos segundos más antes de tomar un largo sorbo de su café.
—Cierto. Así que no es una trampa, ¿una broma de mal gusto, entonces?
Harry ciertamente podría verse a sí mismo haciéndole una broma como esta al Señor Oscuro solo para incordiarlo. Pero no lo era.
—No lo es. Es la verdad. —Harry sonrió con amargura, listo para revelar su mayor secreto a su mayor enemigo. —No tengo muchas razones por las que vivir últimamente. Aunque no es como si mi deseo de morir fuese algo tan reciente. Simplemente he decidido dejar de ignorarlo y hacer algo al respecto al fin. Así que, ¿qué me dices Tom? ¿Es esta petición lo bastante buena como para estar dispuesto a una negociación?
Tom sabía que algo no iba bien en el momento exacto en el que había entrado en su despacho para encontrar a una arisca lechuza albina posada encima de sus papeles más importante mientras le tendía una nota y lo miraba con la mirada más juzgadora que había recibido en su vida. Se pasó una hora intentando ahuyentar a dicha lechuza de su despacho sin éxito, consiguiendo únicamente que la lechuza mordisqueara y destrozara sus documentos hasta que leyó la nota que ella le había traído.
Tom,
Dentro de dos días estaré esperando en un café muggle a tres manzanas de la calle Grimmauld Place, sabrás cuál es en cuento lo veas. Quiero hacer un trato, esperaré ahí todo el día, sé que podemos negociar algo beneficioso para ambos.
Harry J. Potter
Tom había sabido que había gato encerrado en cuanto vio el nombre al final de la nota, pero la lechuza ya había desaparecido para cuando quiso darse cuenta, así que solo quedaba decidir si su curiosidad era lo bastante fuerte como para caer en una trampa tan obvia. Pero lo que estaba ocurriendo ese momento era lo último que habría esperado de ese encuentro.
—¿Quieres que yo te mate? —la incredulidad y el escepticismo tiñeron su voz mientras observaba al impasible chico de 16 años entado frente a él.
Harry Potter no era como lo recordaba. Algo había cambiado en él desde la última vez se vieron, en el Ministerio hacía ya 2 meses. No debería sorprenderle, el chico había visto morir a su padrino y había usado la maldición cruciatus en la mujer que lo había matado, pero, aun así, Tom sentía que el cambio en la actitud del chico era algo más profundo que simplemente el luto. Se sentía casi como si el adolescente siempre hubiese sido así, pero lo hubiese ocultado, y ahora sencillamente hubiese dejado de hacerlo.
La mirada del chico hacía que Tom se sintiera amenazado de formas que en no se había sentido amenazado desde su época como alumno en Hogwarts. Y eso no tenía sentido. Sí, el chico había mencionado a sus horrocruxes, y también que él mismo era un horrocrux hasta que Tom los había reabsorbido todos a principio de verano, pero esa era probablemente toda la información que el chico poseía. Era un farol, para asustar a Tom y obligarlo a aceptar los términos del adolescente en este estúpido trato que Tom ni siquiera estaba seguro de entender todavía, pero era imposible que Harry Potter, de todas las personas, hubiese descubierto todas las implicaciones de la razón de su retorno cuando ni siquiera Dumbledore lo había descubierto.
—Eso es lo que he dicho, sí. Dos veces, de hecho. Ahora, ¿vas a escuchar mi parte del trato o prefieres que te deja entrar un poco en pánico antes?
Tom frunció el ceño ante el tono condescendiente del adolescente. No dejaría que un chiquillo se burlase de él tan fácilmente.
—Adelante. Habla. Te escucho.
Los ojos del chico, ya de un verde demasiado vibrante para ser normal, brillaron aún más verdes y, por un momento, Tom se sintió como una presa siendo observada por un depredador a punto de atraparlo.
—Bien. Según la profecía, que te revelaré a su debido tiempo, —Harry no dejó que Tom lo interrumpiera—yo solo puedo morir si eres tú quien me mata. Por lo que no puedo suicidarme. Más precisamente, ya no puedo suicidarme, desde que absorbiste el trozo de tu alma que residía en mi cicatriz. Por lo que la única opción que me queda es que tú me mates. De ahí que estemos teniendo esta conversación en este momento.
Si la interpretación que el chico había hecho de la profecía era cierta, significaba que la profecía decía que solo podían morir a manos del otro. Por lo que, si Tom mataba al chico, ya no podría morir a manos de nadie más. Ni siquiera Dumbledore.
—Es exactamente lo que estás pensando—dijo el chico, como si pudiese leerle la mente a Tom, pero el mago adulto sabía que no era así, pues no había mantenido el contacto visual directo con el chico desde esa guerra de miradas al principio de esta ridícula conversación—. Te dije que mi petición resultaría beneficiosa para ambos.
Tom observó a Harry Potter atentamente por primera vez en, bueno, siempre. Nunca antes se había detenido a mirar al chico, como, realmente mirarlo. Siempre había estado demasiado ocupado tratando de matarlo o había estado demasiado desinteresado en él como para realmente prestarle atención. No tardó en reconocer lo que tenía delante una vez dejó todos su prejuicios e ideas preconcebidas sobre Harry Potter a un lado.
El joven mago podría ser un Gryffindor, pero en verdad era igual que él. Una serpiente despiadada listo para hacer absolutamente cualquier cosa para conseguir sus objetivos. Supo en ese instante que el chico no tardaría ni dos segundos en destrozarlo vivo si dejaba de serle útil en algún momento. No había ninguna clase de duda o bondad en la expresión depredadora del adolescente sentado frente a él.
Este era el auténtico Harry Potter. Sin máscaras ni disfraces.
Tom estaba más interesado que nunca en ver a donde los llevaría esta negociación.
Harry sabía que había captado el interés de Tom al mencionar la profecía, pero también sabía que ese interés era pasajero y mantenerlo dependía totalmente de que Harry le ofreciera la profecía completa. Sin embargo, no estaba dispuesto a ceder su carta más valiosa nada más empezar con la negociación, así que tendría que encontrar otra forma de captar el interés del Señor Oscuro sin tener que recurrir a la profecía.
—Entonces, comprenderás que no voy a revelarte ni una sola palabra más con respecto a la profecía hasta que tengamos un trato.
Tom sonrió con malicia y sus ojos brillaron con orgullosa satisfacción ante las palabras de Harry, así que Harry se permitió relajarse imperceptiblemente. Tom escucharía su parte del trato sin tener que revelarle la profecía primero, porque Harry mismo había despertado su interés.
—Por supuesto, señor Potter, no esperaría que revelaras tu carta más valiosa nada más empezar una negociación.
Harry vio eso por lo que era. Tom lo estaba poniendo a prueba, quería ver qué tan buen negociador era Harry. Y Harry era un jodido buen negociador, al fin y al cabo, había mantenido a Dumbledore y los Dursley en jaque durante años sin revelar ni la mitad de sus cartas contra ellos.
—Oh, por favor. No seas condescendiente conmigo, Tom.
Harry se inclinó hacia adelante, fijando sus ojos en Tom con una mirada depredadora, no pudo evitar que su verdadera naturaleza saliera a la luz cuando tenía un adversario a su nivel por primera vez en su vida. Harry lo sentía en sus huesos. Tom era como él. Tom podía seguirle el ritmo, presentar un desafío para Harry como nadie más lo había hecho.
Harry había esperado mucho de Dumbledore. Había esperado que el hombre fuera una fuerza poderosa que le daría dificultades para mantenerlo a raya, había esperado que el viejo directo ofreciera un verdadero desafío. Harry había esperado tantas cosas del viejo. Por eso, cuando no tardó más de dos meses en su primer año en descubrir todos los secretos más oscuros de Dumbledore, la decepción que sintió fue tan aplastante que lo hizo llorar de frustración todas las noches durante una semana entera. Harry había creído que Dumbledore era una mente capaz de competir contra él y ser un desafío intelectual como jamás había visto. Pero cuando no lo había sido, el pequeño Gryffindor que era entonces temió que nunca encontraría una mente capaz de competir con la suya, que nunca sería capaz de encontrar a alguien que presentara un verdadero desafío contra él.
Entonces había conocido a Voldemort por primera vez, un espectro en el turbante de Quirrel, y se había encontrado sorprendido. No lo había visto venir, no había ni siquiera sospechado que Voldemort estuviera involucrado en el misterio de la piedra filosofal. Y cuando Voldemort empezó a hablar con él, Harry se sintió completamente eufórico.
Por fin.
Había encontrado a un igual. Había encontrado una mente tan aguda como la suya, alguien, no solo capaz de seguirle el ritmo, sino incluso capaz de desafiarlo, de ser un reto. Un misterio que Harry era incapaz de desvelar. Y en segundo año, cuando descubrió el diario de Tom Riddle y la absoluta satisfacción que sintió cuando no tardó ni dos minutos en conectarlo con Voldemort, pensó que nunca volvería a encontrar a alguien como el Señor Oscuro. Y no se había equivocado.
Tom Riddle no había sido más que un misterio andante para Harry desde la primera vez que lo vio y, aunque Harry había logrado desvelar gran parte de sus secretos a lo largo de los años, todavía era incapaz de ver todo el conjunto. A pesar de todos los secretos que poseía de él, Harry nunca se quitaba de encima la sensación de que tan solo había rascado la superficie, y que aún le quedaba todo un iceberg por descubrir.
El Señor Oscuro era, probablemente, la única mente del mundo capaz de competir contra Harry, capaz de mantener a Harry en jaque tanto como Harry lo mantenía a él en jaque. Eran iguales y desafiantes el uno para el otro. Y por eso Harry lamentaba, en parte, tener que pedirle al hombre que lo matara, pues conocía de primera mano la sensación de aburrimiento y abatimiento al tener que vivir siendo la persona más poderosa y la mente más aguda de la habitación sin que nadie más sea capaz de seguirte el ritmo.
—Te contaré un pequeño secreto, Tom. Solo por ser tú. —Harry vio el interés brillar en los ojos de Tom y sonrió con tristeza, sabía que Tom echaría de menos este desafío una vez Harry se fuera y ya no quedara nadie capaz de mantenerse a su altura— Aprendí desde muy pequeño que la única forma de mantenerte con vida es asegurarte de ser la persona más poderosa de la habitación. Por lo que yo siempre, siempre, me aseguro de ser la persona más poderosa de la habitación. Sin excepciones.
La expresión de Tom cambió mientras miraba a Harry pensativo, y Harry le dio tiempo, sabía que Tome estaba calculando las implicaciones de la confesión de Harry y sacando conclusiones. Harry vio el momento exacto en el que Tom entendió a lo que se refería Harry porque el hombre sonrió con malicia y se levantó de su silla. No era una invitación para hablar en un sitio más privado, era Tom desafiando a Harry a revelar parte de sus cartas para ver hasta donde había metido Harry sus garras.
—Entonces supongo que esta negociación no tiene ningún sentido, porque ambos sabemos quién tiene el poder aquí, señor Potter. Y ambos sabemos, también, que no es usted.
Harry pensó que podría gritar de la alegría. Una mente capaz de seguirle el ritmo sin inmutarse, su igual, como bien había dicho la profecía. Por primera vez en su vida, Harry se sintió desafiado, se sintió acorralado por alguien que tenía la capacidad de ponerlo contra las cuerdas. La euforia de ese momento podría haber sido razón suficiente para mantenerlo con ganas de vivir, al menos en otra vida.
—¿Has visitado a Dennis y Amy últimamente? Creo recordar que el señor Bishop y la señorita Benson se encuentran en un estado de salud cuestionable, deberías llevarles mis mejores deseos la próxima vez que los veas.
Tom Riddle se quedó congelado en su camino a la puerta, justo al lado de Harry. Lentamente, miró a Harry con una mezcla entre pánico horroroso y asombrado respeto en su expresión. Harry sonrió lentamente, había ganado esta ronda, pero también sabía que esto acababa de comenzar. Dennis Bishop y Amy Benson habían sido el secreto que más le había costado averiguar a Harry, pero también el que más había disfrutado descubrir. Nadie odiaba a los abusones como Harry y había disfrutado cada segundo de lo que Tom les había hecho en esa cueva que, Harry ahora sabía, posteriormente había custodiado uno de los horrocruxes de Tom que Regulus Black había robado con la intención de destruir.
—La cosa es, Tom, que tu concepto de poder no es el mismo que mi concepto de poder. Tú crees en el poder mágico, el poder bruto. Yo conozco el verdadero poder—la mirada aguda en los ojos de Tom seguía todos los movimientos de Harry con respeto e interés, Tom ya sabía lo que Harry estaba diciendo, pero permitía que Harry disfrutara de su pequeña victoria, la única muestra de que Tom lo reconocía como su igual —La información es poder. Yo tengo el poder aquí, Tom. Tú, no tienes nada. Así que siéntate, porque no he terminado de hablar.
Riddle lo miró fijamente durante varios segundos, y luego sonrió con verdadera alegría en su expresión. Y Harry lo supo. Tom se sentía exactamente igual que él. La euforia absoluta de haber encontrado una mente capaz de hacerle frente, una mente que era un misterio absoluto para él y presentaba un desafío por primera vez en, bueno, probablemente toda su vida.
Lentamente, el Señor Oscuro volvió a sentarse frente a Harry. Durante varios minutos los dos se miraron fijamente, no para entrar en la mente del otro, simplemente reconociendo a la mente frente a ellos, reconociendo a su igual de la forma más oficial que podían hacerlo dos mentes maestras del engaño. Eran iguales, siempre lo habían sido, siempre lo serían.
—Habla, pequeño mago, escuchemos lo que tienes para ofrecer.
El siseo de Tom recorrió la piel de Harry con un escalofrío. Era familiar y, de alguna extraña forma, tranquilizador. Se sentía como Harry suponía que debía sentirse volver a casa después de un día de mierda y sentirse seguro, apreciado. Se sintió protegido y a salvo, como si siempre hubiese estado esperando este momento, como si toda su vida y sus decisiones hubiesen llevado inevitablemente a esto. Y una parte de Harry, la parte de Harry que sabía cosas antes de que pasaran y descubría secretos con una facilidad fascinante con tan solo una mirada, sabía que era verdad, que nada de lo que Harry pudiese haber dicho o hecho habría evitado que llegara este preciso momento. Esa misma parte de él se sentía tranquila y a salvo por primera vez en su vida, y Harry había aprendido a muy temprana edad a escucharla.
—Tengo tus secretos, al igual que tengo todos los secretos más oscuros de Dumbledore y de todos los que me rodean. Tengo información que ansias y te la daré, te la daré toda, con la condición de que me mates y de que Remus Lupin esté a salvo después de mi muerte.
Tom lo miró pensativo y, por un terrible momento, Harry temió que se negaría a matarlo ahora que había descubierto la alegría de tener a alguien capaz de desafiarlo, el igual que debería haber buscado toda su vida. Pero, entonces, Tom asintió con convicción y Harry suspiró aliviado. Ni siquiera la euforia que le provocaban sus enfrentamientos con Tom eran razón suficiente para querer vivir, ya no.
—Tengo una contraoferta.
Harry se tensó, se había relajado demasiado pronto, por supuesto que Tom no querría dejarlo ir.
—Te mataré justo al inicio del próximo curso en Hogwarts, ni un día antes. Y solo si no he encontrado una forma de convencerte para seguir viviendo hasta entonces.
Harry lo mira fijamente, parpadeando mientras intentaba que la información calase en su cerebro. Tom lo mataría, había accedido a matarlo, pero a cambio pasaría un mes entero intentando convencerlo de que se mantuviera con vida, intentando darle razones para vivir. Harry miró a la mesa con concentración, podía aceptar la oferta y arriesgarse a que Tom lo convenciese de mantenerse con vida a lo largo de ese mes, o podría rechazar la oferta y pasar a un enfoque más ofensivo para provocar a Tom y hacer que lo matase lo antes posible. Lo más lógico sería lo segundo, porque Harry no quería vivir, pero algo le impedía hacerlo, una gran parte de él quería aceptar la oferta de Tom. Era un deseo egoísta de querer tener más tiempo con Tom, más tiempo conviviendo con la única mente capaz de hacerle frente.
Las palabras salieron siseadas de sus labios antes de que Harry pudiera pararlas.
—Bien. Acepto. Tienes un mes para convencerme de vivir, Mi Lord.
Harry hizo una burlona inclinación de cabeza y Tom rio con diversión ante el sarcástico gesto de Harry. Iba a ser un mes muy divertido, para los dos.