
Suicide
C.C. entró en el apartamento y arrojó sus tacones hasta el otro lado de la estancia, haciéndolos sonar con los vidrios rotos de lo que solían ser marcos para fotografías. Jamás comprendió por qué no se los había llevado junto con el resto de sus cosas.
Luego del divorcio, todo lo que le quedaba a C.C. era ese apartamento, tan lleno de memorias como su propia cabeza. Volver cada noche era volver a vivir desde lo más bello hasta lo más oscuro de aquella vida que ahora parecía tan lejana, tan fuera de su alcance.
Entrar ahí era morir de nuevo cada vez. Entrar la condenaba a lanzar los tacones para luego dejarse caer en el polvoso sillón, estirar el brazo para alcanzar la botella de ron de debajo del sillón y beberla sin remordimientos.
C.C. miró la mesa de centro cubierta de polvo y periódicos abandonados de hacía años. Era desquiciante, incluso para ella, verse atada a ese espantoso destino.
Bebió la botella completa y caminó de nuevo hasta el baño, llenó la tina y buscó en el cajón el mismo bote de burbujas de siempre. Solo con olerlo, podía volver a saborear aquellos recuerdos felices, aquellos años maravillosos llenos de sonrisas y besos. Cuando si única queja era no tener la tina para ella sola jamás.
Salió descalza, pisando los vidrios de las fotografías y sintiendo las pelusas entre sus dedos. Recogió uno de los vidrios rotos del piso y se sumergió en la tina.
El agua haciendo flotar las pelusas solía hacerla reír, todo la devolvía a la enorme cantidad de canciones que habían sido cantadas en ese baño, las burbujas derramadas y las lágrimas cuando el final de todo se acercaba.
C.C. hizo los cortes irregulares, y encerró ambas letras en un corazón. Le gustaba ver cómo todo se iba tiñendo poco a poco de su color favorito, le recordaba a toda la ropa roja junto a la de ella en el armario que alguna vez compartieron.
Y luego, para sentir por completo la marea roja cubriéndola, embriagada con el olor a las burbujas de baño, se sumergía, dejándose llevar una vez más. Cerrando los ojos y desapareciendo del mundo por algún tiempo.
C.C. entró en el apartamento y arrojó sus tacones hasta el otro lado de la estancia, haciéndolos sonar con los vidrios rotos de lo que solían ser marcos para fotografías. Jamás comprendió por qué no se los había llevado junto con el resto de sus cosas.
Entrar ahí la condenaba a morir al igual que hacía años, porque al igual que su alma, sus mejores recuerdos estaban atrapados ahí. Volver a morir valía la pena siempre y cuando pudiera recordarlos todos una vez más.