
Asgard
ASGARD
REGRESANDO A MJOLNIR
Y EL AETHER (GEMA DE LA REALIDAD)
* * *
Reducirse a nivel subatómico de una sola vez jamás sería una sensación a la que se acostumbraria.
Todas esas nebulosas, energías, texturas, eran surrealista. Ser lanzado a través de alguna especie de canal hacia el aire para tomar su tamaño real fuera de ahí, era como ser catapultado desde un rascacielos hacia el fondo del mar y ser devuelto a tierra firme, todo en una fracción de segundo. El traje amortiguaba cualquier efecto secundario del viaje, pero no decrecía el caos en su sistema nervioso.
Esa vez su cuerpo estaba agitado porque el mapa se distorsionaba donde comenzaba el reino de Asgard y una energía poderosa interfería. Sin embargo, pudo recobrar su tamaño real sin mayor inconveniente.
Cuando el traje se retrajo, Steve aspiró profundo, necesitando inhalar por la boca con la mano engarrotada en la empuñadura del martillo. Lo apoyó en el suelo y decidió que tal vez este salón no era mala ubicación para dejarlo.
Con los pulmones reabastecidos de oxígeno, se incorporó para activar las coordenadas en su rastreador. Este mínimapa en su GPS del tiempo fue incluido por el doctor Pym con indicaciones de Rocket, para que Steve pudiera llegar sin problemas a la habitación de la doctora Foster.
Buscó en el maletín la herramienta; la gema era líquida de nuevo, lista dentro del artefacto de inserción. Steve la miró con detenimiento y la temperatura le subió por la garganta hasta las orejas.
¡Tenía que colarse a la habitación de una chica! Tendría que noquearla o dormirla y luego introducir aquella cosa en su sistema otra vez.
La incomodidad escaló haciendo flaquear su determinación. Tal vez si le explicaba… tal vez si conversaba con ella… no. Thor (de su tiempo) le advirtió que Jane era un tanto cerebrito y querría saberlo todo acerca de una máquina del tiempo, seguramente lo obligaría a llevarla con él.
Tenía que trazar un plan, pero ya le vendría uno a la cabeza. Debía ponerse en marcha porque según las coordenadas Rocket y Thor acababan de partir de esa realidad con el martillo y la gema.
Steve avanzó rápidamente pues solo debía recorrer un largo pasillo hasta la terraza donde parpadeaba el punto amarillo (Thor) que gradualmente se desvaneció. Un tercer punto de color rosa permaneció estático rodeado por una decena de puntitos blancos.
Steve supo que se se trataba de Frigga calmando a los soldados que los persiguieron hasta allí.
Esperó paciente donde se formaba un muro que concluía con un pilar. Por ese pasillo podía torcerse a la izquierda y salir al encuentro con ella o continuar a la derecha hasta el final donde Steve no tuvo idea que sorpresas le esperaban.
Los soldados se marcharon un tanto recelosos cuando Frigga los despachó. Desde ese punto no pudo hacer otra cosa que contemplar su larga melena a la altura de la cintura, la alineación perfecta de los hombros con sus caderas y sorprenderse al caer en cuenta de que admiraba el porte de una reina. Sin embargo, dos largos minutos transcurrieron sin que ella se moviera un ápice.
— Ya puedes salir. — la escuchó decir. En un principio creyó estar equivocado, luego se convenció porque ella echó un elegante vistazo por encima del hombro. — Estás aquí para entregar a Mjolnir y el Aether ¿No es asi? — Steve se sintió perplejo, pero decidido a mantenerse oculto.— Cariño, he sido criada por brujas; no solo veo con los ojos.
La calidez y determinación en su voz dio un énfasis en las palabras que pusieron en acción su cuerpo. Lentamente salió de su refugio con el maletín colgando a su costado.
— ¿Quién eres?
— El Capitán América, Señora.
— Capitán América…— repitió no muy convencida. — Thor me ha hablado de ti; Cuenta que eres un gran y honorable guerrero, de incuestionable nobleza y rectitud.
Steve se sintió un tanto avergonzado de sí mismo, porque pensó que no era así cómo se comportó últimamente y eso lastimó a las personas que amaba.
— Asi es cómo se supone que deberías ser. Pero… yo… tal vez… le he fallado a las personas que me necesitaron.
— ¿Hablas de ti o del Capitán América?
— Creo… — Steve bajó la mirada. — … que ambos.
— Contrario a lo que muchos piensan, el destino puede o no cumplirse, incluso puede reescribirse. — Respondió luego de un breve silencio. — Le dije a mi hijo que todos fracasan en lo que se supone que deben ser, que la grandeza se mide porque tan lejos llegas siendo quien eres. Y tu debes ser un gran hombre si Mijolnir acepta el abrazo de tu puño. Entonces, repetiré mi pregunta: ¿Quién eres?
Steve reflexionó un instante.
Toda su vida trató de ser quien se suponía que debía; el hijo que no se enfermaba, el que resistía las burlas, los golpes, el galán que conquistaba a la chica, el soldado que cumplía con su misión, el amigo que no abandonaba, el patriota que acataba las reglas, el héroe que se sacrificaba por los demás.
Pero… ¿Quién era en realidad?
Él era un ser humano que dudaba, que temía, que sentía soledad y tristeza, que se enfurecia, que amaba y lo hacía con todo el corazón. Si. Una parte de su vida era “El Capitan America”, pero él… él era...
— Steve Rogers, de la T-... Midgar. — se corrigió provocando en Frigga un arqueo de ceja. Steve convivió lo suficiente con Thor para acostumbrarse esa palabra cuando se refería a la tierra.
Lo que era completamente cierto. Fue hora de abrir un espacio en su vida para que Steve emergiera, para que tuviera su propia voz. Entonces las palabras de Peggy cobraron su verdadero sentido; Steve Rogers estaba constituido por su eterno amor a lo correcto, por aquello que debía hacerse simplemente porque era justo. Esto llenaba su alma de una plenitud que muchas cosas en la vida jamás lo harían. ¿Y no lo merecía? ¿No se sentía correcto respirar sintiéndose libre? ¿Feliz? ¿Y cómo conseguió la libertad? ¿Cómo se hizo con la dicha que infló su pecho? A través del único amor de su vida, eso era más que claro. ¿Por qué debió renunciar a él? Su partida, su sacrificio, jamás se sintió correcto o justo. ¿Por qué tenía que existir un Capitán América sin Iron Man? Era impensable. Jamás podría existir, en ningún contexto, un Steve Rogers sin Tony Stark.
Lo decidió.
— ¿Mjolnir? — interrumpió Frigga, sin saber (tal vez), que rompió la cadena que los ancló todo ese tiempo al Capitán América.
— En la sala contigua. — respondió Steve luego de reponerse.
— Tendré que pedirte que lo traslades a otra habitación. Si mi hijo lo llama necesitaremos un muro nuevo. En otras circunstancias no importaría, pero se nos agota el tiempo.
Steve reflexionó un instante.
— Usted… ¿Usted sabe que…? —
Los ojos de la reina hicieron una pausa conciliadora, luego al abrirlos, los centró en Steve. Así que él lo tomó como una respuesta afirmativa y trató de sobreponerse a los escalofríos que le erizaron los vellos de la nuca. — ¿Siempre lo supo? ¿Sabía lo que iba a sucederle? — ella giró el rostro hacia el balcón sin mutar su expresión.
— Qué estes aquí, dispuesto a regresar a Mjolnir, implica que mi hijo ha conseguido encontrar su propio camino. Mi unico pendiente, tal vez, es mi pequeño travieso; Loki.
— Loki…
— ¿Si?
— Él… — Le causó una gran pena darle esta noticia, pero de nuevo, callarlo no se sentía correcto. — Thor nos contó que dió su vida para proteger al universo de Thanos. Sus últimas palabras fueron “El sol volverá…”
— “... a brillar sobre nosotros.” — Terminó la Reina.
Estas palabras salieron de su boca real, una por cada vez que Loki cometió una fechoría y fue castigado por Odin, desde pequeño. La misma frase que le repitió una de las noches más difíciles tras su encierro luego de los sucesos en Midgar. Fue una declaración de fe por parte de Frigga, porque sabía que en algún momento, su hijo iluminaria su camino. Fuera del resentimiento y la malicia, emergería el tierno muchacho que se ocultaba en el fondo. Con esa frase dicha de él, se sintió natural aceptar su destino. Llena del confort que le dió saber que su trabajo estaba hecho. Su incansable labor, las constantes preocupaciones, todo se magnificó en este momento. No dejaba ningún cabo suelto, no había ninguna duda. Sus dos pequeños se convertirian en todo aquello que siempre deseó para ellos; dos hombres de bien, autosuficientes, capaces de alcanzar sus metas, de levantarse y enfrentarse a la adversidad sin depender más de la constancia maternal. Siempre le necesitarian, claro. Pero ahora ellos… ellos podían valerse por sí mismos. Estaban más que preparados para afrontar al universo, sus mundos y la adversidad. Cómo madre, Frigga no podía sentir mayor paz o satisfacción. Así que esbozó una sonrisa que nació en la calidez de su alma pacífica.
— Si ese es el caso, Steve Rogers de Midgar, no veo razón por la que no podamos compartir esta carga. — Ella extendió la mano con la palma hacia arriba y Steve la miró pensando que tal vez no estaba entendiendo. — El Aether. Debe regresar a Jane ¿No es así?
Steve sintió enrojecer de nuevo pero asintió. Abrió el maletín lo necesario par tomar el cilindro y sostenerlo.
— Yo… todavía no…
— Por supuesto, comprendo que no será fácil entrar en la alcoba de una doncella. Tengo entendido que las mujeres no son tu fuerte. — Esto potenció el rojo en las orejas de Steve que frunció el ceño, pero fue consciente de que Thor tenía facilidad para hablar demás. — Tendré la oportunidad en breve. Tu, por otra parte, aun tienes un largo camino para llegar a él.
— ¿Cómo?
— Ve. — ella le retiró el cilindro que contenía el Aether antes de que Steve pudiera reaccionar para esconderse, pues las doncellas que Frigga despachó en un principio, anunciaron que Jane despertó y se reunió con Thor en una de las terrazas.
— Tengo que admitirlo, mi señora. — iba diciendo una de ellas. — Las prendas apropiadas resaltan la belleza de la mortal. No podemos culpar al príncipe por su elección.
Unas risitas tontas revolotearon como mariposillas en el aire, pero Frigga no las escuchó del todo. Les pidió a todas ellas que se hicieran cargo de la habitación de su huésped mientras escondía la herramienta en su toga.
Ella era una mujer bastante inteligente. Asi que buscó quedarse a solas en una de las cámaras desocupadas para descifrar cómo podría utilizar aquel artefacto extraño, pero no era muy distinto a lo que Jane le había hablado de Midgar acerca de aquellos artefactos puntiagudos a los que llamaban “jeringas”, durante las constantes examinaciones para determinar su estado, dado que alojaba el Aether en su cuerpo.
Encontró un botón en la parte superior que al presionarlo preparó las patitas, una afilada y gruesa aguja en el centro, al extremo final. Frigga sospechó que al clavarla lo unico que tendria que hacer era mantener presionado el botón hasta que se vaciara. De cualquier manera, tuvo listo un encantamiento para dormirla si no funcionaba cómo lo esperaba.
Buscó a lo largo del cilindro para encontrar una diminuta pestaña que al correrla hacia abajo, regresaba las patitas y la aguja a su lugar. Practicó una decena de veces hasta que un estruendo la hizo ponerse en alerta.
De repente las visiones que había estado teniendo toda la semana se hicieron más fuertes; vio la sangre correr, las lágrimas de sus hijos, escuchó la voz de su esposo convertida en la furia de un rayo causando que la tierra se partiera en dos.
Cuando regresó en sí, se sintió mareada, pero se puso de pie. Supo lo que se aproximaba y ya no hubo vuelta atrás. Siguió su intuición que la llevó al piso inferior. No tardó mucho en encontrar el pasillo que daba a la terraza donde Thor coqueteaba con Jane.
— ...Mi padre no lo sabe todo.— Lo escuchó decir.
—… que jamás te escuche decirlo. — Frigga le advirtió con una sonrisa. Thor se volvió para poder presentarlas adecuadamente.
— Jane, ella es Frigga, reina de Asgard y mi madre.
Actuar con naturalidad se le dió bien, pero sus sentidos desarrollados desde la juventud le alertaron acerca del momento que estuvo cada vez más próximo. Hasta que al fin, en la lejanía y a través de aquella terraza, divisaron los escudos de la fortaleza principal caer.
Thor manifestó su deseo de acudir en ayuda y Frigga lo alentó a marcharse, prometiendo que cuidaría de la mujer.
Cuando su hijo de marchó, llevó a Jane consigo al ala donde se encontraba su esposo Odin preparando al ejército para contraatacar y luego de un intercambio de palabras con él, robó la espada de un soldado.
— Escúchame bien: necesito que hagas todo lo que te diga, sin cuestionar.
— Si, señora.
Las dos se pusieron en marcha hasta alcanzar un sala redonda, aquella sala que Frigga reconocía por sus visiones.
— Necesito que me escuches cuidadosamente Jane Foster. — Ella asintió inmediatamente. — Quiero que te ocultes en el pasillo que está detrás de esta habitación y no importa lo que escuches, no salgas hasta que todo haya terminado ¿Entendido?
— Pero..
— Sin cuestionar ¿Esta claro? — Jane dudó así que Frigga arqueó una ceja cómo advertencia. A la doctora no le quedó otro remedio que aceptar. — Sígueme.
La acompañó hasta el extremo del pasillo del que le habló y una vez las dos estuvieron ahí, Jane no se mostró conforme con solo esconderse como alguna especie de cobarde. Asi que después de morderse el labio inferior, decidió girarse para confrontarla, poco le importaba que se tratara de una reina, sin embargo, Frigga fue mucho más rápida y obró sobre ella un hechizo para someterla a un sueño profundo, del cual no despertaría hasta que Frigga lo retirara o se perdiera la conexión. En ese instante Frigga tomó el diminuto cilindro de entre sus ropajes y lo accionó para clavarlo en el esbelto brazo de la jovencita. Cuando el compartimento quedó vacío, con el pase de otro hechizo, lo destruyó de forma que no quedó de él más que las cenizas. Lo siguiente en la lista fue concentrarse para crear una doble perfecta de la hermosa mujer cuyo original dormitaba. Acompañada de la copia, Frigga regresó a la sala para sentarse a esperar por Malekith.