
Fiebre
El termómetro marcó 38.5°C con un suave clic al ser retirado. Bora, reducida a un montoncito de mantas arrugadas y una nariz enrojecida, protestó débilmente cuando Seulgi le pasó el paño húmedo por la frente.
—Mami, para... —pidió con voz quebradiza, como si cada palabra le costara esfuerzo—. No me gusta.
—Es para bajar la fiebre, mi amor —susurró Seulgi, escurriendo el exceso de agua antes de volver a pasar el paño por el flequillo pegajoso de la niña.
—¿A los niños del hospital... también les pones paños así? —preguntó Bora entre escalofríos febriles.
Seulgi no pudo evitar sonreír ante la pregunta, dibujando un beso en aquella frente caliente.
—Y muchas más cosas —respondió, evitando mencionar las inyecciones que conocía demasiado bien.
—Mami... —la vocecita ronca insistió, tirándole del suéter—. ¿Me haces la leche calentita?
Seulgi ya se estaba levantando cuando la puerta crujió abruptamente.
—Yo me encargo —declaró Jaeyi desde el umbral.
Sus pasos resonaron hacia la cocina antes de que nadie pudiera protestar.
Bora se hundió aún más bajo las mantas, aferrándose a Seulgi como un koala.
—Pero yo quiero... la tuya—murmuró contra su pecho, con un tono tan lastimero que hizo que Seulgi la abrazara más fuerte.
El tic en la mandíbula de Jaeyi fue casi imperceptible.
Casi.
***
Bora arrugó la nariz al ver la taza que Jaeyi le acercaba, aferrándose con más fuerza a la cintura de Seulgi.
—Eso no es la leche de siempre, mamá... —protestó con voz temblorosa y los ojos vidriosos por la fiebre.
Jaeyi insistió, manteniendo la taza a medio camino:
—Tiene miel y limón, princesita. Te ayudará a sentirte mejor.
La niña olfateó el vapor que ascendía y apartó la cara con un gesto de asco.
—Huele... fatal —tosió, escondiéndose en el pecho de Seulgi.
—Es jengibre —explicó Jaeyi, aunque el borde de sus orejas empezaba a enrojecer—. Fortalece tus defensas.
Seulgi, acariciando el pelo húmedo de Bora, intervino suavemente:
—Cariño, al menos hazle la leche normal. Lo importante es que beba algo-
Bora respondió aferrándose como una lapa al suéter de su madre con los nudillos blancos de tanto apretar. Jaeyi contuvo un suspiro y se llevó la taza, pisando más fuerte de lo necesario.
Una vez en la cocina, el móvil de Jaeyi brillaba con una búsqueda: "Remedios caseros para gripe infantil (rápidos)". Treinta minutos después, regresó con un plato hondo.
—Prueba —ordenó, llevando una cuchara a los labios de Bora. El efecto fue inmediato. Bora escupió el contenido, lagrimeando.
—¡Pica! ¡Mucho! —gritó, buscando a tientas su botella de agua.
Jaeyi cruzó los brazos.
—Por supuesto que pica Bora. Es Ajo fermentado coreano, un antiviral natural.-
Seulgi, conteniendo una sonrisa, rescató a Bora y la envolvió en un abrazo protector.
—Shhh... Yo te hago mi sopa de pollo, la que te gusta —susurró mientras lanzaba una mirada divertida a su mujer.
—Seulgi, la estás malcriando, con mimos no se curan los virus —replicó Jaeyi, aunque su voz perdió fuerza al ver cómo Bora se relajaba de nuevo en los brazos de su esposa.
***
Jaeyi ajustó la lámpara de noche, iluminando las ilustraciones anatómicas del libro "El Cuerpo Humano para Niños".
—...y entonces —continuó con tono de conferencia—, el neutrófilo rodeó al patógeno como un agente especial, liberando enzimas lisosomales que...
Bora parpadeó lentamente al escuchar a su madre mientras su cara febril se arrugaba en un gesto de confusión absoluta. Antes de que Jaeyi pudiera explicar algo más, la niña estiró su manita caliente hacia la estantería.
—¡Eso es aburridisimo mamá! —protestó con voz ronca—. ¡Quiero el de Mowgli!, ¡El que tiene dibujos de colores!—Señaló el libro viejo con el lomo gastado que la abuela había regalado.
Seulgi, que observaba desde la cocina, se mordió el labio con fuerza. La expresión exasperada de Jaeyi, valía su peso en oro.
—Con voces —añadió Bora, golpeando suavemente el edredón con entusiasmo—. ¡Como hace Mami!-
Jaeyi se llevó una mano a la cabeza.
—Por el amor de... ¿En serio necesitamos teatralizar a Ballo a las diez de la noche?.
—¡Tranquila, directora! cuando llegues a la parte de los monos entonces si que te quejarás con razón-Rió su mujer desde la cocina mientras le daba los ultimos retoques a la sopa.
Lo que siguió fue un espectáculo digno de Broadway. Jaeyi, arrodillada junto a la cama, alternaba entre: La voz ronca de Baloo (que sonaba sospechosamente como su imitación de Seulgi resfriada) y Los gruñidos de Shere Khan.
Seulgi sonrió mientras servía el caldo en la taza favorita de Bora.
Definitivamente, pensó Seulgi, meneando la cabeza con ternura. su mujer tiene una kriptonita: una niña pequeña con fiebre vestida con un pijama de unicornios.
***
A las 3:17 de la madrugada, el sonido de la tos de Bora, rompió el silencio del dormitorio. Jaeyi, que llevaba diez minutos fingiendo dormir en el incómodo sillón de la esquina, entreabrió los ojos justo cuando la puerta se abrió.
Seulgi entraba con una taza que desprendía vapor, iluminada sólo por la luz de la luna que se filtraba por las cortinas.
—¿Qué es eso? —susurró Jaeyi, rascándose la marca que la costura del cojín le había dejado en la mejilla.
—Té de manzana —respondió Seulgi, sentándose con cuidado en el borde de la cama y deslizando un brazo bajo los hombros de Bora para levantarla—. Con canela.
Jaeyi iba a protestar ("La canela no tiene estudios clínicos..."), pero las palabras murieron en sus labios cuando Bora, aún medio dormida, bebió un sorbo y esbozó su primera sonrisa en horas.
El te caliente le reconfortaba y la canela le ayudaba con la tos.
Jaeyi observo con devoción a ambas en silencio. Examinó cómo Seulgi canturreaba esa canción sin sentido sobre estrellas exploradoras, y aprendió cómo sus dedos dibujaban círculos mágicos en la espalda de Bora hasta que la tos cedía.
—Ven —Seulgi le tendió la mano sin mirarla, como si supiera que Jaeyi llevaba horas necesitando ese permiso.
—No quiero... estorbar —mintió Jaeyi.
—Jaeyi.
Fue esa palabra, dicho en ese tono, lo que la hizo moverse.
Se sentó torpemente junto a ellas, sintiendo cómo el calor de Bora - ese hornito humano que olía a champú infantil- se pegaba a su costado.
—Mamá, quedate conmigo—murmuró la niña, enterrando la nariz en su camiseta—. Estás calentita... me gusta.
Jaeyi sintió un vuelco en el pecho, como si una pieza perdida de sí misma hubiera encontrado por fin su huequito.
Con movimientos lentos, inclinó la cabeza y dejó un beso en la frente sudorosa de Bora, mientras su brazo izquierdo rodeaba a Seulgi, atrayendo hacia sí a las dos personas que formaban su universo completo.
En ese momento de calma en la habitación, comprendió la verdad más sencilla y profunda: su hija no necesitaba medicinas sofisticadas ni ninguna explicación científica. Solo necesitaba de amor y seguridad. Ese mismo amor que ahora fluía libremente, sin necesidad de resultados clínicos que lo avalaran.