
Chapter 1
Diez años desde aquel caso que casi les cuesta la vida. El tiempo les dio a Bora, su hija de seis años, adoptada cuando apenas tenía tres.
Ahora Yoo Jaeyi dirigía el Hospital Universitario de Seúl, trabajando codo con codo con su esposa, Woo Seulgi, la mejor cirujana pediátrica del centro.
***
El hospital resonaba con el murmullo habitual de enfermeras y médicos cuando la recepcionista apareció en el despacho de Jaeyi.
—Directora Yoo, llaman de la escuela de Bora— informó, con un tono que hizo que Jaeyi apretara instintivamente el bolígrafo entre sus dedos.
—De acuerdo, pasemela por la otra línea— ordenó, y al escuchar la voz de la profesora, su expresión se endureció como el acero.
—Disculpe la llamada a estas horas de la mañana señora Yoo… sería mejor que vengan. Bora ha tenido un altercado con otro niño en el horario del recreo—.
No hubo vacilación.
—vamos para allá—.
Colgó y salió disparada hacia quirófanos, rezando para que Seulgi no hubiera entrado aún a una cirugía.
***
El aire en la oficina de la profesora olía a acuarelas y plastilina, muy diferente al olor a desinfectante que estaban ambas acostumbradas a respirar.
—Bora golpeó a un compañero —anunció la profesora, ajustándose las gafas—. El niño le dijo que... bueno, que era como un perrito abandonado y que ustedes la "compraron en una perrera".
—Obviamente se refería a la adopción —espetó Jaeyi con los nudillos palideciendo al apretar los brazos de la silla.
—Señora Yoo, ese no es el...
—¿Ah no? —interrumpió Jaeyi, con la voz cargada de hierro—. Entonces dígame, ¿cuál es el punto exactamente?
Seulgi contuvo el aliento mientras presenciaba el tenso intercambio. Conocía demasiado bien esa mirada en los ojos de Jaeyi - oscura, cargada de peligro, la misma que había visto brillar en sus días de instituto cuando alguien cruzaba la delgada línea.
—Mi hija se defendió —declaró Jaeyi con una calma que helaba la sangre—. Ahora hablemos del niño. ¿Qué consecuencias tendrá por su acoso?
La profesora se removió incómoda.
—Ya hablé con él, pero... Bora le causó una hemorragia nasal. La violencia nunca es...
—Tampoco lo es el bullying—cortó Jaeyi, afilada—. ¿O es que en esta escuela solo castigan las heridas visibles?-
***
Bora ocupaba el asiento trasero con los brazos cruzados y el ceño fruncido, una réplica perfecta de los gestos de Jaeyi que arrancó una sonrisa a Seulgi.
—¿Estás bien, cariño? —preguntó Seulgi, alisando con ternura el flequillo rebelde de la niña.
—Él empezó —masculló Bora, clavando la mirada en el paisaje que pasaba por la ventana.
Jaeyi ajustó el retrovisor para observarlas.
—No debiste pegarle... aunque se lo mereciera—comentó con un tono de complicidad que no pasó desapercibido para su mujer.
—Jay... —susurró Seulgi, lanzándole una mirada de advertencia.
—Si alguien te toca, te defiendes… —continuó Jaeyi, haciendo caso omiso—.
—¿Me vais a castigar? —la voz temblorosa de Bora interrumpió el diálogo, haciendo que Seulgi sintiera un vuelco en el corazón.
—No es un castigo, cariño —respondió Seulgi, apretándole suavemente la mano—. Pero tenemos que hablar de lo que pasó, pegar no está bien.
—Exacto, hay otras formas mejores de solucionar las cosas, la intimidación por ejemplo —añadió Jaeyi, concentrada en el tráfico.
—Jaeyi... —volvió a suspirar Seulgi, esta vez entre divertida y exasperada—. No confundas a la niña, por favor te lo pido... No está bien y punto-
Bora, observando el intercambio entre sus madres, asintió en silencio mientras intentaba procesar la contradicción de mensajes.
***
La luz tenue de la lámpara proyectaba sombras suaves sobre la cama donde Bora, ya en pijama, luchaba contra el sueño. Seulgi, sentada a su lado, acariciaba con ternura su cabello oscuro mientras la arropaba.
—Mami... —la voz somnolienta de Bora rompió el silencio— ¿Tú también te peleabas cuando eras pequeña?
Seulgi dejó escapar una risa suave.
—Bueno... alguna que otra vez —admitió, jugueteando con un mechón rebelde—. Pero tu mamá Jaeyi era más astuta que yo, porque ella siempre ganaba sin pelear.
—¿Cómo lo hacía? —preguntó Bora, con los ojos brillando de curiosidad a pesar del cansancio.
—Observando —intervino Jaeyi, apareciendo en el umbral mientras se sentaba al borde de la cama—. Y a veces, simplemente ignorando a los tontos, cómo a ese niño de tu clase —su voz tomó un tono más suave— Las palabras solo pueden hacerte daño si les das permiso, cariño.
Un silencio se extendió por la habitación antes de que Bora, retorciendo nerviosamente el borde de la sábana, soltara la pregunta que había llevado dentro durante horas:
—Mamás... —tragó saliva— ¿Me vais a devolver al orfanato si... si me vuelvo a pelear?
El corazón de Seulgi dio un vuelco tan violento que por un momento olvidó cómo respirar.
—Nunca —respondió, tomando el rostro de Bora entre sus manos como si fuera el tesoro más preciado—. Eres nuestra hija para siempre. Nada podría cambiar eso, mi amor.
Jaeyi, reconociendo que las palabras no eran su fuerte como lo eran para Seulgi, optó por el lenguaje que mejor dominaba: el de los gestos. Se inclinó y dejó caer un beso suave en la nariz de Bora, provocando que la niña arrugara instantáneamente su carita y soltara una risa burbujeante.
—¡Mamá! —protestó Bora entre risas, hundiéndose en las sábanas para ocultar su sonrojo.
Jaeyi se acercó hasta que sus labios rozaron la oreja de la pequeña y susurró en un tono cómplice:
—Eres nuestra pequeña delincuente —el beso sonoro que dejó en su mejilla hizo temblar los hombros de Bora de risa contenida—. Y aquí te quedas, ¿entendido? Hasta que seas mayor y te cases..- Bueno no, hasta que te cases no, eso no va a suceder nunca-
-¿Que le estás diciendo ahora a la niña?, no la confundas- Se quejó Seulgi de nuevo pero esta vez con una sonrisa que podía iluminar toda la habitación.
***
El suave resplandor azulado de la televisión bañaba el salón mientras Jaeyi y Seulgi se acomodaban en el sofá. Seulgi buscó instintivamente el calor de su esposa, hundiendo el rostro en el hueco de su hombro como si fuera su refugio natural.
—Sigues dándole vueltas —murmuró Jaeyi, dejando que sus labios rozaran la coronilla de Seulgi, donde el aroma a champú de vainilla se mezclaba con el estrés del día.
—Es solo... no soporto imaginar a Bora sintiéndose como yo me sentía —confesó en un susurro quebrado—.
Jaeyi la envolvió en un abrazo que pretendía ser escudo - sus brazos firmes, su pecho cálido, formando una barrera física contra cualquier recuerdo que osara acercarse.
—Nuestra hija tiene algo que tú no tuviste —dijo mientras dibujaba círculos tranquilizadores en la espalda de Seulgi—. Tiene a una mamá leona que haría trizas a cualquiera que la lastimara.-
El golpecito en el hombro no se hizo esperar.
—¿Acabas de compararme con un animal salvaje? —preguntó Seulgi, aunque el rubor en sus mejillas delataban que el "piropo" había encontrado su marca.
—El mejor cumplido de mi repertorio —afirmó Jaeyi orgullosa.
Seulgi se apartó lo justo para estudiarla con falsa solemnidad.
—Pues tú eres... —hizo una pausa teatral— un lémur.-
-¿un qué?- Volvió a la carga la directora del hospital.
-De Madagascar- Completó Seulgi con bravuconería.
Jaeyi parpadeó, perpleja.
—Tienes esa misma mirada redonda —explicó Seulgi imitando con los dedos las grandes órbitas oculares del primate.
Lo que siguió fue un torbellino de cosquillas, besos húmedos en el cuello y protestas ahogadas entre risas, hasta que Seulgi quedó atrapada bajo el peso de Jaeyi, jadeante y derrotada.
—Eres mi lémur gruñona particular —susurró entonces, alisando el flequillo de Jaeyi antes de dejar un beso en sus labios—. Y te quiero por eso.
Los ojos oscuros de Jaeyi brillaron con esa luz particular que solo Seulgi sabía elicitar.
—Lo sé —