
La curiosidad mató al gato
Se había despedido de Akhmenrah y Sacajawea diciéndoles que estaba bien y que prefería volver caminando a su diorama para poder pensar.
Pero la verdad era que, ni bien había dado la vuelta a la esquina al salir de la exhibición egipcia, había vomitado todo lo que llevaba en el estómago detrás de una de las plantas de plástico del museo.
Las seis horas pasadas, habían sido literalmente un tortura, en las que la culpa le había revuelto el estómago.
Octavius había tenido razón, se dijo en esos momentos, cuando le había advertido que todo el asunto de Mobius y de las visitas de Loki, era extraño. O sea, no culpaba al que ahora sabía que era un dios del norte de Europa, como le había explicado Akhmenrah.
“La historia de Loki, es una historia de tragedia. Siempre me recordó, sin la maldad intrínseca de este, a la historia del dios egipcio Seth. Loki fue condenado a ser el segundo en todo y maltratado por los demás dioses que prefirieron siempre a Thor. Era el chivo expiatorio de todos los problemas y sus castigos eran horrendos. Por muy cruel que hubiese sido, por muy malvado, que de hecho no lo era, no merecía el destino al que lo condenaron. Que, como en esta historia, fue el observar la pérdida de todos los que le importaban de manera terrible. Aunque debo admitir que esta es una experiencia aún más dura, si su identidad como gigante le había sido ocultada de niño. Asgard era enemiga de los gigantes de hielo. Si la historia previa que se insinúa en esta serie es verídica… le enseñaron a odiarse antes de aprender a caminar. Y, por lo visto, las personas por las que se rodeaba su hermano, lo despreciaban, lo que no debe haber colaborado mucho con la imagen que de sí mismo tenía”
No, Loki no tenía la culpa.
La tableta tampoco la tenía.
Había sido una creación de los padres de Akh en un momento de dolor por la pérdida de su hijo, que le había brindado a este la posibilidad de una vida plena, muchos miles de años en el futuro.
De una segunda oportunidad.
Como la suya, como la de Octavius, como la de Teddy, como la de Gigantor.
Demonios.
Hasta Laa había tenido una segunda oportunidad, con su noviazgo virtual a distancia con la guardia nocturna londinense.
La culpa la tenían los que habían creado una historia tan desesperanzadora.
¿Qué le pasaba a la gente de este siglo?
De dónde él venía las historias solían terminar bien, porque la vida ya era lo suficientemente problemática como para sumarle tristeza literaria o teatral. Eso era cosa de los europeos que amaban sufrir. Los vaqueros preferían los finales épicos y felices, en los que el protagonista, al final, se quedaba con su enamorado o enamorada y eran felices para siempre.
¿Era mucho pedir que sus descendientes respetarán esa pequeña regla?
¿No hacer de la vida de un personaje ficticio un collar de perlas de miserias?
Se llevó las manos a la cabeza y las bajó negando.
Encima ni uno.
O sea.
Ni uno de los tres.
Ni Loki.
Ni Sylvie.
Ni Mobius.
Ninguno de los tres había alcanzado un pequeño granito de felicidad.
Mobius no había podido reformar la TVA como se había propuesto.
Sylvie se había dado cuenta que había cometido un error horrendo al matar al desquiciado ese, rechazando a Loki, demasiado tarde.
Y Loki… con un demonio… Loki había terminado con el corazón roto, no una, sino dos veces, después de haberlo apenas reconstruido tras de enterarse de todo lo que había acontecido en su vida pasada.
_Para luego despertar aquí así… que situación de mierda.
Murmuró suspirando, mientras decidía que… no quería estar más sólo esa noche.
Por lo que asintiéndose a sí mismo, se acomodó el sombrero y se dirigió con un paso más enérgico hacia los dioramas.
Vagos o no, los reclutas de su pareja, iban a perder a su General esta noche. Él necesitaba abrazarse a Octavius y, de ser posible, dormirse abrazado al romano. Aunque al otro día, Larry los regañase por ello.
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Se maldijo por dentro.
Se había prometido no hacerlo. Jedediah no era Mobius. Él no tenía que seguirlo por todos lados como un acosador.
Especialmente cuando sabía que la pareja de este lo detestaba.
Y que, en serio, no estaba para nada bien.
Pero no podía evitarlo. El vaquero se cruzaba por su camino y sus pies lo llevaban detrás de este sin siquiera proponérselo. Aunque no fuese conveniente. Aunque estuviese mal del todo. Aunque condenase su alma a la miseria.
Observar a Jedediah a la distancia era, tristemente, su único consuelo.
La única conexión que tendría de ahora en más con la posibilidad de haber sido feliz que le había entregado su historia. Que ahora descubría, por añadidura, que había sido totalmente ficticia y que, en esta realidad que le tocaba vivir, su glorioso propósito se reducía a entretener a las masas durante el día, cuando se convertía en un muñeco rígido en medio de una sala llena de carteles y elementos de vestuario.
El guardia nocturno le había dicho, no sin cierta amabilidad, que varias de las exhibiciones se habían asombrado de la publicidad que había recibido la suya y la afluencia de público que mostraban las cámaras y algo llamado Instagram.
Fantástico, había pensado en ese momento. En un lugar en el que estaba totalmente solo y cuyo dirigente era un faraón con los poderes de un dios, él no paraba de hacer “nuevos amigos”, al estilo de los que siempre habían acompañado a su hermano.
Negó con la cabeza, en tanto se ocultaba tras un biombo del pasillo, para poder seguir al vaquero con las mirada, sin que este pudiese verlo.
Sif, tenía razón.
La suya era una existencia patética e innecesaria, que no le aportaba nada a ningún sitio y que sólo servía para, tal vez con suerte, apuntalar a otros.
Cerró los ojos brevemente, tragando saliva, mientras recordaba a la verdadera razón por la que se encontraba transitando los mismos pasos que una pequeña figura de museo que no superaba los veinte centímetros.
Mobius.
Había respirado al verlo en los archiveros junto a B-15.
Mobius.
El analista de la TVA que siempre había permanecido fiel a su palabra, que había aprendido a distinguir la verdad de entre tantas mentiras que rodeaban sus palabras, que lo había apoyado a tal punto que, había renunciado a él, cuando había creído que era necesario.
No era estúpido.
Un desastre, seguro. Estúpido, no.
Ese abrazo en la colina de ambos. No… no había dimensionado lo que había significado hasta que, totalmente derrotado en la sala de interrogatorios de la TVA en la que lo arrojará Sylvie, mientras recorría todo lo que había hecho mal durante esos días, todo lo que le costaría a la realidad multiversal en la que hasta ese momento había creído vivir, se había percatado de que la escena que se reproducía en su cabeza una y otra vez no era la del beso que había vivido momentos antes, sino la de ese abrazo en la que el circunspecto analista simplemente lo había envuelto en sus brazos y lo había apretado de tal manera contra su cuerpo que había podido sentir el latido de su corazón.
Mobius.
Mobius había tenido el cuidado de hasta bromear con Sylvie, para que esta no tomase a mal la escena, porque sabía cómo podía interpretarse.
Era una despedida.
Sí.
Pero también una reafirmación.
De alguien que no había ganado nada al apoyarlo. Ni honores, ni venganza, ni placeres, ni tan siquiera la libertad. Y que, a cambio, había entregado todo.
Recordaba cómo se había levantado para correr entre los minuteros, buscándolo. Para respirar aliviado al encontrarlo sano y salvo. Sin que ninguna de las versiones de ese hombre tan peligroso que habían conocido en la citadela al final de los tiempos, lo hubiese alcanzado y decidido que el analista era demasiado peligroso. O la jueza, que para el caso era lo mismo. Se había aproximado a quien ahora sabía que nunca debería haber dejado, con la esperanza dibujada en el rostro, para que la misma se destruyese en mil pedazos cuando este le preguntase quién era, con un desconocimiento en la mirada que le había arrancado el piso de los pies.
Y luego… el museo.
En el que había despertado llorando y confundido, mientras el guardia nocturno y el faraón cuya tabla les otorgaba vida, trataban de explicarle las reglas de convivencia y los cuidados que tenía que tener como exhibición.
Había escuchado casi en silencio al principio, porque había pensado que era obra de aquel que permanece o de Sylvie. Pero no. Los días habían transcurrido y el hecho de que su historia no era exactamente producto de la realidad, sino una ilusión cinematográfica, había sido comprobado. Gente extraña, ajena al museo, a la que había conocido al escaparse brevemente de este, le había relatado con entusiasmo toda su vida. Toda. Hasta su origen biológico. Que, sabía que nadie más que Odín y la familia real asgardiana o los cuadros más importantes de SHIELD y los Avengers conocían. Su vida era una producción cinematográfica. Una ilusión para el entretenimiento. Y si ahora respiraba, era por la simple casualidad de que, al show itinerante de ese universo inventado, le sobraba una exposición de Loki y, antes de que la novedad pasase, prefieron donarla que almacenarla.
Inspiró profundo y se dio media vuelta al ver como el vaquero entraba sin problemas a la sala de los dioramas.
El amanecer se acercaba.
Era preciso que retornará a su espacio en el museo.
Aunque aún, no sabía bien para qué.
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_Menos mal que el artista del museo, tiene una escultura ya hecha del tipo que se parece a Jed, Teddy
Le dijo al ex presidente al observar la figura del dios nórdico que se alejaba de la entrada de la sala de dioramas, con la cabeza gacha y las manos metidas en el bolsillo de su chaqueta de variante de la TVA.
Tilly les había hecho el contacto y el tipo había resultado ser un apasionado de los comics y del actor que protagonizaba al analista, que con el primer capítulo de la serie había empezado la escultura del mismo porque, según sus propias palabras, “ya iba a haber muchos haciendo a Loki”. Entonces, un capítulo antes del final de la serie, había terminado la escultura y se la había ofrecido a las autoridades de diversos museos, no sólo el londinense y se la habían rechazado, puesto que la falta de afluencia de público a las exhibiciones, como le pasaba a ellos, los había puesto en rojo en los números.
Por lo que habían podido conseguir a un Mobius perfecto, con descuento, que junto con los padres de Ahkmenrah estaría emprendiendo viaje ese mismo día hacia Nueva York, ya que habían logrado el entusiasmo del artista al explicarle que completaría la exposición neoyorkina de Loki y al encontrarse que, cerrado el trato verbalmente, le habían depositado el dinero. Hecho que comprobaba el dicho de que, por el mismo, giraba el mundo.
_Así es, Lawrence. Hemos sido afortunados.
Le contestó el hombre y asintió pensando en lo duro que debía ser para el de los cabellos negros, en comparación con las otras exhibiciones.
Octavius había tenido razón.
Iba a requerir un tipo especial de intervención el lograr mantener a esta en particular dentro de sus cabales.
O sea, era demasiado.
Todas las otras exhibiciones tenían una que otra tragedia tras su historia, pero ninguna venía del momento más catastrófico de la misma. Ninguna había despertado de una crisis tan grande a la vida nocturna del museo. Loki sí.
Él había pasado de su cierre de temporada, dónde no le había quedado ni amante, ni amigo, ni familia a su lado, a enterarse de que era una escultura de cera y que, todo lo que había vivido era, básicamente, una gran ficción.
Suspiró. Por lo menos, gracias al accionar de uno de los líderes del salón de miniaturas tenían un plan para afrontar esta situación. Con un poco de suerte, el romanticismo del romano, podía cambiar el destino del dios nórdico rotundamente.
Y hablando de romance.
_Voy a ver a Ahkmenrah – le dijo palmeándole el hombro a Teddy – Lo he dejado casi toda la noche solo y no me lo perdonaría si llega el día y no he podido verlo.
_Lo mismo voy a hacer yo con Sacajawea – le contestó sonriendo el ex presidente, antes de que ambos siguieran caminos diferentes.
El amanecer se acercaba.
Y, honestamente, luego de ese triste momento, ambos necesitaban las sonrisas de sus respectivas parejas para iluminarles lo que les quedaba de noche.