
El General y la Serie
No, no se había sentido bien desde la noche en que prácticamente había espantado a Loki.
Sí, había sido maravilloso el poder… ¿cómo le decía Larry? descubrir que Jedediah correspondía sus sentimientos y que, a sus ojos, no era una especie de transgresor, como había temido luego de haberse interiorizado en lo que se suponía era la historia del tiempo del vaquero.
Suspiró recordando cuantas noches había pasado cuestionándose su accionar en Londres, luego de que Akhmenrah retornase a New York y todas las exhibiciones volviesen a cobrar vida gracias a su tabla y pudiese usar la internet para profundizar en lo que le habían parecido actitudes algo... desconcertantes del hombre del Lejano Oeste.
Y había llegado a una asombrosa conclusión.
Roma.
La vieja Roma.
Había sido demasiado de avanzada aparentemente.
Con su fauna nocturna y sus diversiones constantes, al menos, para un hombre de su estatus, el amor no conocía limitaciones y, de haber vivido ambos en su gloriosa época, seguramente no hubiese levantado ni una sola ceja a su alrededor.
Sin embargo, los tiempos habían evolucionado de una forma algo… extraña y, lo que alguna vez fue visto como una conducta que no llamaba demasiado la atención, había sido penalizado.
Negó con la cabeza intentando dimensionar el caos que hubiese acontecido dentro de la ciudad sagrada si a alguien se le hubiese cruzado por la cabeza semejante idea.
En fin.
Por un tiempo breve, gracias a Júpiter, había tratado de “reconstruir” la relación de amistad entre ambos, considerando que la había expuesto innecesariamente con su escaso tacto a la hora de intentar presentarle la idea al líder del diorama de la Expansión al Oeste, de que el líder del diorama del Imperio Romano, guardaba sentimientos profundos para con su persona.
Venus lo auxiliará.
Pensó bajando la mirada, mientras sentía el rubor colorearle las mejillas.
Había actuado de una manera tan poco… adecuada para su persona.
Él, que en el campo de batalla era arrojado y directo, había tratado de darle a entender al vaquero que apreciaba sus ojos celestes, emitiendo un torpe elogio hacia la tonalidad similar que tenían los del caballero londinense. Lo que había sido mil veces más vergonzoso cuando averiguase que el otro lo más seguro es que encontrase sus avances insultantes.
Oh, su corazón había sentido los mil pinchazos que sobre los dolores de los amantes no correspondidos siempre habían cantado en los teatros de su tierra.
Llevó una mano a la lorica que cubría su pecho a la altura de su corazón.
Qué irónico que el famoso General Octavius, que nunca había conocido de estos dolores en su tiempo, los hubiese venido a vivir en su segunda vida como una exhibición de museo de tamaño miniatura.
Pero, la Diosa que protegía a los amantes y el Señor de la Guerra, que había sido su guardián en el pasado, no habían querido que su destino fuese trágico y había descubierto que en ese mundo caótico al que había pertenecido aquel que le robase el corazón, el Estado había estado tremendamente ausente de la vida privada de los ciudadanos y, naturalmente, ello había llevado a que, las uniones diferentes, no causarán tanto revuelo como se había supuesto luego.
En palabras de su ahora pareja cuando le había explicado sus miedos en la cita que había seguido a esa noche de descubrimientos: “Mientras montarás bien un caballo, disparases decentemente e hicieses lo que hacía falta, a nadie le importaba con quien pasabas la vida. Especialmente cuando se podía acabar en un chasquido de dedos, Ockie. Jugabamos con dinamita, Laredo. Nadie esperaba durar demasiado”.
Y vaya que Jedediah Smith había probado que, de acuerdo a su termómetro de existencia, vivía como si cada día fuese el último. A su caballeresca forma de solicitar su permiso, con aquel beso sobre sus nudillos, al irlo a buscar al día siguiente a su correspondiente diorama, había descubierto que el líder de este, había congregado a la población y tomándolo de la mano, había establecido que: “cualquier rapidito de manos o de miradas que se atreviese a considerar joderlo pretendiendo comportarse de manera inapropiada, le iba a pedir a Gigantor que le consiguiese balas más potentes para sus pistolas y lo iba a dejar echo un colador, fuese quien fuese”.
La reacción que había seguido había sido sorpresiva.
Todo el diorama lejos de sentirse ofendido, había celebrado en grande, con discurso del Alcalde incluido festejando su encuentro luego de tiempos tan aciagos y habían terminado hundidos en abrazos y palmadas de felicitaciones, que les habían quitado una cantidad obscena de tiempo, pero que le habían puesto tal sonrisa en la cara al vaquero, que no había tenido el corazón de cortar su diversión y felicidad.
Menos cuando, igual habían podido escaparse del festejo y evitando que repitiese la escena inmediatamente en su propio diorama (que de todas maneras realizó dos días después para el entretenimiento sin límite de sus comandantes y legionarios), lo había llevado a su idea de una noche merecedora de rectificar sus errores, que había acabado en el más dulce de los besos al retornar.
Suspiró sonriendo mientras se cruzaba de brazos.
Jedediah era magnifico cuando hablaba, pero era mucho más cautivador cuando callaba en esas circunstancias. Sus ojos hablaban por él de una manera que lo hacían querer golpearse de nuevo por haber pensado que los de Lancelot, se aproximaban en belleza y expresividad a los de su vaquero.
Lo que lo devolvía al asunto en cuestión: Loki.
El amigo de su pareja.
Al que no había vuelto a ver desde aquella noche, más que cuando se lo cruzó sin querer un par de veces en los pasillos.
“Nunca me ha parecido muy saludable, flaco, alto y con ese uniforme tan poco favorecedor” le había comentado Teddy “pero estos días, el pobre muchacho me causa más pena aún. Usualmente, las exhibiciones, cuando descubren que van a permanecer fijas en la exposición, suelen alegrarse”
Sí, así era.
Akhmenrah se quedaba en New York permanentemente.
Y, parecía que, a razón de que una nueva exhibición egipcia, mucho más grande iba camino a Londres, el Museo Británico, había necesitado espacio y, gracias a la intervención de Tilly y el Dr. McPhee, un contrato de préstamo sin término se había establecido entre ambas instituciones, por lo que, muy pronto, los padres del Faraón, se unirían a su hijo y la familia podría convivir nuevamente, mientras todos ellos podían beneficiarse del poder de la restaurada tabla.
Todos salvo Loki.
Había recorrido los planos de la renovación del Museo que había incluido la muestra del pelinegro que se encontraban en el escritorio del Dr. McPhee y había descubierto que la misma había sido donada a este gracias a que tenían otra de respando, pero que el resto de las exhibiciones correspondientes a un Universo Cinematográfico del que la historia del hombre parecía formar parte, permanecerían en gira permanente.
Por lo que, a la pérdida del sujeto llamado Mobius, ahora debía sumarle la pérdida de su hermano, su madre y su padre, de los que, por lo que había podido averiguar en la página de internet correspondiente a la muestra intinerante, de haber estado incluidos en el catalogo del museo, habrían cobrado vida también, ya que tenían sus esculturas propias.
Le había llegado a doler la cabeza pensando en que, por sus celos inmerecidos, la persona que despertaba todas las noches como ellos, había perdido la posibilidad de encontrar en Jedediah un pequeño bálsamo a su soledad y dolor.
Pero el no se llamaba Octavius, ni había llegado al puesto de General de las Legiones Romanas, por cobarde.
Iba a enfrentar sus errores y a hallarle una solución al predicamento.
_Convoquen el aparato. Marquen el número – le indicó a uno de sus comandantes.
_¡Convoquen el aparato! ¡Marquen el número!
Exclamó su subordinado, mientras se colocaba junto a la bocina del viejo teléfono de la zona de guardias, que aún utilizaba un mecanismo a presión, que podían manipular de modo muy similar al que llevaban a cabo en el teclado de la computadora del escritorio de informes.
Los botones sonaron varias veces hasta que la llamada empezó a correr y pudo sentir que alguien atendía.
_¡Hola!
_¿Estoy hablando con Nick Daley?
_Con el mismo, ¿quién pregunta?
_Joven Nick, soy Octavius.
_¡Hey, Octavius! ¿Cómo estás? ¿Cómo están todos por allá? ¡Papá me contó que Akh retornó al Museo y que va a quedarse!
_Estamos perfectamente. Acostumbrándonos de nuevo a la vida nocturna.
_Un pajarito me dijo que mucho más que acostumbrarse en tu caso.
Río bajo.
Larry no podía guardar un secreto con su hijo.
_Ese pajarito va a sufrir la furia romana, me parece.
_Nah, no vale la pena. Cuando lleguen los papás de Akh, ya va a sufrir la furia egipcia.
Tanto él como sus legionarios se largaron a reír ante la insinuación del joven.
Sí, esa era toda una historia a contar.
El guardia del museo y el faraón.
¿Quién lo hubiese pensado?
_En cualquier caso, Octavius, ¿tú estás contento? No necesito amenazar a cierto vaquero bocón que conocemos con encerrarlo en un cuarto que sólo reproduzca música electrónica experimental, ¿no?
Sonrió enternecido.
En su otra vida había sido padre y había tenido a su cargo a jóvenes atentos como Nick.
Nunca dejaría de asombrarle como ese pequeño, hoy ya hombre, siempre se había preocupado por todos ellos.
_Soy muy feliz junto a Jedediah, Nicholas.
_Mejor para él – comentó el jovencito – Pero, me llamabas por algo, ¿qué precisas?
_Verás Nick, hay una nueva exhibición en el museo. Es sobre una serie muy conocida.
_Loki. Mi papá me dijo. Estoy super ansioso de terminar mi trabajo en la Costa Azul para volver a New York. O sea, el actor que interpreta a Loki no es muy difícil de conocer en el ambiente en el que me muevo, pero no es el personaje. No es Loki. Debe ser genial conocer a ese tipo.
Inspiró profundo. Lamentaba decepcionarlo, pero la verdad era el mejor de los senderos en este caso.
_Para ser honesto, joven Nick, el tal Loki, no está en la mejor de las condiciones. Parece estar sumido en lo que Sacajawea llama depresión.
_Mierda – dejó escapar el chico con una exhalación.
_Exactamente mi conclusión al respecto.
_¿Y tienes idea por qué? – le preguntó Nick.
_No he hablado con él exactamente acerca del tema, pero se que gira en torno a un tal Mobius, que se parece a Jedediah
_Oh, diablos – le dijo el muchacho – Octavius, amigo, tú no has visto mucho de la serie, ¿verdad?
_No. Para ser honesto, no estaba muy contento con el hecho de que este personaje se acercase a Jedediah, por lo que he evitado el contacto con la muestra de su serie y lo poco que he podido averiguar es lo que figura en la donación que se le hizo al Dr. McPhee. Que forma parte de un Universo Cinematográfico y que tiene un hermano, un padre y una madre que forman parte de la gira itinerante del mismo.
_Mira Octavius, no es algo tan simple de explicar. Llevaría mucho tiempo, por lo que te sugiero que veas la serie cuanto antes y luego vuelvas a llamarme.
_Por eso mismo es que he llamado. La serie en cuestión requiere una autorización para ser reproducida en la computadora de informes ya que forma parte de algo que se llama plataforma.
_Y supusiste que, de los Daley, el que seguramente no viviría con Laa en la Edad de Piedra era yo, ¿eh?
_No quiero ofender a Larry, pero…
_Hiciste bien. Tengo cuenta y contraseña. ¿Tienes como anotar?
_Tenemos.
Le dijo indicándole a sus legionarios, que acercaron el pedazo de grafito que utilizaban en esas ocasiones para apoyarlo sobre uno de los post it, del abarrotado escritorio del Director del museo.
_Solo una cosa antes Octavius: usa la computadora del Doctor o pídele a alguien su celular. No la veas en la computadora de informes. En serio. Es… para el Loki del Museo va a ser una tremenda violación a su intimidad si lo expones así frente a todos.
_Lo prometo Nicholas, no le enseñaré a nadie lo que descubra al ver la serie.
_Perfecto, entonces, mi usuario es…