La muerte de los dioses

Star Wars - All Media Types The Mandalorian (TV) Moon Knight (TV 2022)
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La muerte de los dioses
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Summary
La pelea por la Tierra ha comenzado y los dioses no parecen encontrar respuestas.Irónicamente, las mismas, están en una Galaxia muy, muy lejana.
Note
Culpo a don Pedro por esto, en ese video falopa en el que se reía porque Oscar había dicho que Moonknigth era más fuerte que Din. No me pude sacar de la cabeza esa idea y aquí está.Como siempre, les recuerdo que no soy una autora de base inglesa, por lo que habrán errores de ortografía y gramática, tampoco soy especialista en Egipto y los personajes le pertenecen a sus propios autores, yo no percibo ingreso por esto y sólo lo escribo para divertirme y entretener a otros.
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La orden

Arthur Harrow sonreía bajo la luz de la luna.

La luz del dios que, anteriormente, lo había esclavizado.

Y que ahora… ahora no era más que una sombra del poder que en otros tiempos le había quitado el aliento y había arrastrado al humano a ser el puño de la venganza de este.

Aún recordaba como lo había visto por primera vez. Dónde lo había hecho. Qué había sentido.

Muy similar a la historia de Marc Spector, la de Arthur había comenzado durante uno de los trabajos que había llevado a cabo como mercenario y estafador.

Oh, esos años de juventud, en los que había creído que el mundo le pertenecía y en los que, con un cinismo desquiciado, no se había hecho cargo de las consecuencias de sus actos. Todos los placeres habían formado parte de sus días y de sus noches, hasta que, durante un robo a la vivienda de un importante traficante en Turquía, la información falsa brindada por sus compañeros, había provocado que cayeran en una trampa y que Arthur terminase encerrado en un cuarto, rodeado de hombres armados, con la sola certeza de que sí se movía de allí o de que, si los hombres lograban entrar, sus días estaban terminados.

El lugar había estado repleto de reliquias.

En ese entonces, había reído y con sarcasmo afirmado en voz baja de que, al menos, se iría entre figuras de dioses, a lo que, segundos después, le había añadido que, si alguno de esos dioses lo escuchaba, con tal de salvar la vida, haría lo que esa deidad le ordenase, por siempre.

Y así había llegado Khonshu y el traje de Moon Knight. Y, maldita sea, como había disfrutado serlo.

Juntos, el dios de la luna y su puño de venganza, habían sido legendarios.

Más, no había pasado demasiado tiempo, hasta que Harrow comprendió que lo de Khonshu era una propuesta inútil.

¿Castigar a quién ya había hecho daño?

¿De qué servía?

Tipos como él o peores que él, no tenían en cuenta las consecuencias, muchos las vivían con tanto placer como el crimen. Mientras que quiénes habían sido víctimas de ello, nunca lograban encontrar una gota de satisfacción en el sufrimiento resultante de las acciones de los malhechores.

Lo había discutido con Khonshu entonces.

El dios había expresado que no era su lugar el detener las tragedias. Que intentar hacerlo era labor de un tonto o de otro malhechor mucho peor que los que combatían. Que ese tipo de justicia era una que embriagaba y perdía, que más temprano que tarde, provocaría la desaparición de la vida misma, porque juzgar antes de lo sucedido era un insulto a los mismos dioses.

Claro que, para ese entonces, Harrow no solo sabía que había más dioses, sino que esas deidades despreciaban a Khonshu. Por ende, había buscado consejo en los textos antiguos. Y había encontrado la forma de cortar la promesa que lo había unido al dios de la luna. Más lo que había quedado del Arthur que Khonshu había abandonado había sido la sombra del ser que alguna vez fuese.

Ello lo había llevado a buscar a Ammit.

En su mente, reprogramada en sus tiempos como sirviente de una deidad, servir a otra era la forma de volver a centrarse, de hallar nuevamente su salud física y su sanidad mental.

Ammit, como era obvio, había percibido su voluntad y lo había premiado haciéndose presente en su vida en forma del báculo que le entregase en mano su anterior sirviente, quien al igual que Arthur, precisaba un descanso de la diosa, aunque este hombre siguió sirviendo fielmente hasta el fin de sus días.

La salud y un objetivo acorde con sus propios ideales, había aparecido en el horizonte.

Y ahora, ese mismo triunfo estaba en sus manos.

En la figura de su señora caminando hacia el Cairo, seguida de los hombres y mujeres que Arthur había identificado y juzgado por ella.

 

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Thoth sonrió de costado observando a Anubis, y el dios con cabeza de chacal suspiró, pero asintió con suavidad.

Si bien ni ellos, ni Khonshu, habían sido grandes amigos en el pasado, pertenecían a la misma generación de dioses. Hijos de otras deidades, con vidas bastante desafiantes los tres, no era la primer vez que se apoyaban mutuamente y, en aquellos momentos, las buenas o malas decisiones de los tres podían ser verdaderamente un impedimento para el poder volver a encerrar o a eliminar a Ammit.

_No hables – le dijo entonces Thoth a Khonshu – a menos que sea para decir: sí. ¿Entendido?

El dios de la luna giró su rostro cuasi fantasmagórico y lo observó por unos instantes con atención, para luego volver ese mismo rostro hacia Anubis, quien le hablaba suavemente a su pequeño avatar, el que asentía al escucharlo.

_De acuerdo – respondió Khonshu volviendo nuevamente su rostro hacia Thoth.

El dios del conocimiento se adelantó y volvió a hincar su rodilla en el piso frente a Isis.

_Mi estimada señora – expresó el dios con cabeza de Ibis – Te pido tu intercesión en este momento complejo.

La diosa cruzó sus brazos y sonrió divertida, mientras el hombre que había elegido como avatar se situaba a su costado derecho.

Isis no solía tragar sus aggiornados discursos, pero igual los dejaba suceder. La mujer era lo suficientemente inteligente para discernir entre las palabras agradables al oído las luchas de poder e intereses.

_Es mi pedido a usted, como a su Majestad, que intermedien entre Khonshu y su avatar – dijo Thoth volviendo a levantarse - El dios de la luna es el protector de la Tierra. El único que ha seguido en su campos y sentido la necesidad de su gente. No es una excusa para su comportamiento con su avatar, pero… es una explicación necesaria de dar. Los dioses abandonamos a Khonshu con un deber muy grande. Y ese mismo compromiso, ha provocado un daño en su capacidad de limitarse en ciertos aspectos. El poder tiene esa maldición, después de todo. Sin reglas, ni quien las haga obedecer, cualquiera de nosotros caería en la tentación.

La diosa inspiró profundamente y el Mandaloriano le cuestionó.

_¿Ustedes abandonaron este mundo a las manos de un solo dios?

_Lamentablemente sí – admitió Isis – Lo que Thoth cuenta es verdad. Los dioses, por orden de quién nos dirigía en esos momentos, decidimos que dejar la Tierra, que ya se gobernaba con bastante más estabilidad y que no precisaba de nuestra intervención para asegurar la supervivencia, era lo más lógico y, de hecho, parecía ser lo que ellos deseaban. Que no hubiese más dioses entre los humanos.

_¿Y los humanos de este mundo? – preguntó la Princesa tomando la palabra - ¿Qué opinaron acerca de ello?

_No mucho – confesó Layla – No se nos preguntó si queríamos o no que ellos partiesen. Los panteones de dioses, de un día para el otro, dejaron de comunicarse con la humanidad y, de hecho, no pocos llegaron a la conclusión de que los dioses habían muerto.

Bastet río con sorna y adelantándose también, arrojó entre los dioses un puñado de arena que se transformó en un polvo violeta que se desplegó como una sábana y en el cual se fueron sucediendo escenas de la historia de la humanidad.

_Mis hijos de Wakanda han sido mis ojos y oídos estos largos años. He obedecido y sólo me he comunicado con ellos a partir de sus sueños, pero la humanidad… ha sufrido con nuestra ausencia. Y no digo que Khonshu sea el mejor de los dioses, ni un héroe por quedarse aquí, pero vivir aislados… no ha beneficiado a nadie. Lo estamos aprendiendo nosotros, lo han aprendido mis hijos.

_Los universos ya no pueden vivir seguros sin relacionarse. Hoy las amenazas son muy superiores y nos involucran a todos – añadió Shekmet – De muestra sólo queda ver lo que sucedió con Asgard.

 

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Las puertas internas del templo se abrieron para dar paso a dos personas a la antecámara de dónde se encontraba la reunión de la Ennead.

_Buenos Días - saludó el mayor de los recién llegados - Mi nombre es T'Challa, avatar de la gloriosa Bastet

_Oh, un placer - comentó el joven que se encontraba a su lado - Mi nombre es Kehmu, avatar de Kebechet

_Mis disculpas joven Kehmu, pero... no tengo registro de la diosa a la que representas.

_Es que es nueva... o más o menos nueva - explicó el muchacho divertido - Es la última hija de dos dioses

_No tenía idea de que seguía existiendo nacimiento de dioses - confesó el joven rey de Wakanda - Siempre pensé que los panteones estaban ya determinados

_¿Determinados? No, no, los panteones son cosas vivas, por eso también tenemos tantos problemas cuando tienen peleas de familia - explicó Kehmu, sacando su celular de uno de sus bolsillos - Vaciar Cairo ha sido una locura

_¿Perdona? ¿Vaciar qué? - preguntó T'Challa asombrado.

_Cairo. Ammit va hacia allá y... ¿Bastet no te dijo que estaba pasando? - le preguntó el chico levantando el rostro tanto o más asombrado que el monarca.

_La señora Bastet hace muchos años que no se comunica con nosotros directamente - comentó el rey - Sólo recientemente lo ha hecho a través de sueños y visiones

_Demonios - suspiró el muchacho volviendo a guardar el celular - Voy a ser breve entonces. Hay un estúpido que se le ocurrió liberar a una diosa a la que habían encerrado los demás dioses porque... bueno, no está bien de la azotea y es lo suficientemente poderosa como para que hagan falta varios dioses para hacerlo. Su nombre es Ammit

_La devora almas

_Exactamente - asintió el chico - Mi señora ha estado preparándose para una situación de peligro en la Tierra desde que pasó lo de Thanos. Según ella sólo podían venir cosas complicadas después de ese desequilibrio y, por ello, volvió a nuestro mundo a escondidas para ponerse en contacto con una organización muy antigua que ha servido desde siempre a su padre adoptivo Anubis

_¿Y tú eres parte de esa organización?

_Soy su actual dirigente. Mi padre, no quedó en un buen lugar después del blip. Y durante su ausencia yo ya había encabezado a nuestro grupo, por lo que...

_No hubo problemas en la transición – terminó por Kehmu el rey de Wakanda – Lamento mucho que hayas tenido que asumir en esas condiciones. Yo… viví algo similar y… no es el más dulce de los momentos.

_No, no lo es – admitió el muchacho – ¿Cómo se llamaba tu padre o madre?

_T’Chaka – le dijo T’Challa – Rey de Wakanda

_Ese nombre me suena… - le dijo Kehmu llevándose una mano a la barbilla para instantes después abrir los ojos grande – No puede ser… ¡¿Tu eres el nuevo Black Panther?!

El joven rey se largó a reír ante la expresión de asombro del joven.

Aún le costaba lidiar con todo eso de la fama fuera de las fronteras de su reino.

Desde que Wakanda se integrase al mundo, había sido poco factible el esconder a todos su doble identidad. Bajo la luz de los Acuerdos, había tenido que registrarse y no pocas organizaciones y países conocían de sus actividades extra curriculares. Imaginaba que un jovencito asistido por una diosa, no desconocería tampoco las mismas.

_A tu servicio – expresó sonriendo – Avatar de Kebechet.

_Hombre… tu Guardia Real es lo máximo – le comentó el chico juntando sus manos con entusiasmo – Soy un gran fan de las Dora Milaje desde que entrené con ellas…

_¿Perdón? ¿Cómo? – le cuestionó T’Challa al joven - ¿Entrenaste con las Dora Milaje?

_Por supuesto. Es requisito para poder integrar mi organización el ser aprobados por las guardianas.

El monarca sin salir de su estupor volvió a fijar su vista en el joven. Además de su corta edad, que no debía superar los diecisiete o dieciocho, el muchacho usaba una capucha blanca que apenas cubría sus rastas, sobre un traje pegado al cuerpo, que a sus espaldas mostraba una serie de armas a todas luces afiladas y listas para el combate.

_Creí que nunca en la vida…

_¿Ibas a conocer a uno de los míos? – comentó el chico riendo bajo mientras le guiñaba un ojo – No por nada somos los ocultos, Rey de Wakanda.

 

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Marc removió una de sus dagas para ver el reflejo de Steven en ella.

_¿Qué dices?

Le preguntó a su alter, quien se cruzó de brazos suspirando.

“Para ser sincero, Marc, yo no he tenido relación con Khonshu como tú, pero no es un tipo… dios… que considero debamos proteger u obedecer. Pese a ello, hay que detener a Ammit. Nadie estará a salvo si no lo hacemos”

_¿Y después? – volvió a cuestionar el americano al londinense – Porque va a haber un después, si todo sale bien.

“Ni de broma seguimos con ese tipo. Layla, tú y yo, vamos a estar juntos haciendo lo que queramos, pero no con él de por medio”

_Si termino mi promesa, Steven, sus poderes ya no nos protegerán más y…

“Moriremos, ¿no?”

Preguntó el ex vendedor de recuerdos y el ex mercenario asintió.

“Pues no. No lo aceptó” resopló el londinense “Déjame hablar con los demás dioses”

Marc asintió y Steven se hizo cargo de la situación, permitiéndole observar lo que sucedía desde el reflejo que este mantenía orientado, al permanecer la daga con la que habían conversado en control de Mr. Night.

_Señora Isis – comenzó Steven aclarándose la garganta – Usted nos dijo que… Khonshu… debería haber hecho las cosas de manera diferente con Marc y conmigo y… por lo que entiendo que está diciendo el señor Thoth aquí presente que, por cierto, gran fan, dios del conocimiento, tú eres su avatar, ¿verdad Layla?

“¡Steven! ¡Concéntrate!”

Exclamó el ex mercenario viendo que su alter había perdido el hilo de su argumentación.

_Sí, cierto – siguió el londinense – El señor Thoth entonces, quiere que perdonen a Khonshu. ¿O me equivoco?

_Necesitar seguir juntos – le dijo a Steven una voz finita a sus pies.

_Ho… hola – saludó el ex vendedor de regalos al pequeño verde.

_Hola. Yo Grogu.

_Grogu, yo soy Steven.

El niño saltó a sus brazos y el hombre algo asombrado lo sostuvo con uno de llos, tras lo cual el chico se giró para ver el reflejo de Marc.

_Ser avatar. Señor irse. Estar tranquilo.

 “¿Cómo?”

_Creo que este niño nos está diciendo que… podemos seguir siendo avatares de Khonshu… sin él presente.

_Es exactamente lo que está diciendo – comentó Anubis acercándose – Marc Spector, Steven Grant, si ustedes acceden a perdonar a nuestro hermano, pueden conservar sus poderes y llamarlo inclusive si lo necesitan, pero prometemos que, hasta que ustedes exhalen su último aliento, Khonshu permanecerá en el Vacío, tratándose para estar mejor y reconstruyendo ciertas relaciones y vínculos que le conviene volver a formar. ¿O no, Khonshu?

El dios de la luna asintió con la cabeza suspirando, mientras Thoth le palmeaba la espalda.

Era evidente que, como le decía Steven, al pichón con mal genio para el que había trabajado, la idea de salir de la Tierra no le agradaba más, no tenía demasiada opción. Estaba en franca desventaja. Y, además, las sonrisas que tanto Marc como su alter vieron en el rostro de Hathor y de Kebechet cuando el dios de la luna asintiera finalmente a la petición de Anubis, presagiaban que esa misma deidad, en verdad, no iba a extrañar demasiado su vida en el planeta.

_Nosotros nos encargaremos de Khonshu y nuestros avatares te asistirán de ser necesario – expresó Isis.

_¿Marc?

Le preguntó Steven y el americano se mordió el labio pensando antes de responder.

No le pasaba de hacía meses, pero la verdad, ya no quería morir. Sólo quería dejar pasar todo este delirio de Ammit y descansar al menos un tiempo junto a Layla, en algún lugar remoto en el que el mundo no se estuviese acabando cada cinco segundos.

“Está bien”

Le dijo a Steven.

_¿Estás seguro?

“Lo estoy”

_Entonces – comentó el ex vendedor de regalos viendo a Khonshu a los ojos – seguiremos siendo tus avatares, pichón.

 

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Los miembros más antiguos de la orden de los ocultos, observaban como la diosa con cabeza de cocodrilo y sus acólitos se introducían por las primeras calles del Cairo.

_Menuda sorpresa va a llevarse

Susurró Ahmed sonriendo con malicia y su mellizo, Eman, río bajo.

_No podemos cantar victoria aún, hermano.

_No, es cierto.

Reconoció Ahmed siguiendo con sus ojos el caminar de la diosa.

Al igual que su líder, Kehmu, el resto de la orden, escondida en diferentes partes de la ciudad y protegida por los amuletos dados por la noble Kebechet, nunca habían visto a una deidad de cerca.

La comunicación con la diosa que solicitara su asistencia, Kebechet hija de Anubis, había sido llevada casi exclusivamente por Kehmu, quien era descendiente directo de los guardianes de los faraones y a quien ella se le había presentado en sueños, dándole el poder suficiente como para resistir las pruebas que hacían falta para dirigir la organización una vez que su padre Bayek no pudo seguir haciéndolo.

El joven dirigente, bajo el influjo de la presencia de su protectora, llevaba el entrenamiento que había sobrevivido con las Dora, a un nivel de perfección, que siempre los había dejado sin aliento.

El poder de la diosa, era algo que sólo pudieron imaginar, hasta que los amuletos les fueron entregados. Con ellos, la orden pudo abrir pasajes en la realidad, hasta un monasterio muy alejado entre montañas, en dónde sus dirigentes, magos o espiritistas de algún tipo, habían aceptado recibir y acomodar por una noche a toda la población de una ciudad enorme a lo que ellos denominaron otras dimensiones, población a la que habían movilizado sus propias autoridades usando el miedo a un nuevo Thanos como recurso para convencerlos.

Tras lo cual, los miembros de la orden, habían permanecido en el lugar esperando.

¿Qué?

Que la realidad golpease a Ammit y sus seguidores.

Y que su frustración saliese a la luz.

Tal y como estaba sucediendo en esos momentos, en gritos de enojo, cuando la diosa y su gente, habían caído en que, no había un solo alma en el Cairo para cosechar.

_Debemos marchar junto a Kehmu – susurró Eman levantándose con sigilo – Ya hemos visto que pasó lo que necesitábamos.

Ahmed asintió y ambos se retiraron del techo, haciendo señas que fueron recibidas y replicadas por los techos de toda la ciudad, desde dónde, momentos después, decenas de luces refulgieron. Los amuletos de Kebechet, llevaban a la orden más oculta del planeta, a la cámara y templo de la Ennead.

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