
El Mandaloriano
_¡Esta es tu culpa!
Exclamó Layla sujetando al avatar de Horus hasta estamparlo contra la pared de la prisión.
_¡No! ¡No! – le contestó el rubio negando con la cabeza - ¡No es mía! ¡Horus lo hizo! ¡Yo sólo fui un canal para…!
_¡¿Para qué?! ¡¿Para su idiotez?! ¡¿Para su venganza?! – siseo la mujer señalando a su alrededor – Mira atentamente a que te llevó tu Dios. No sólo la Tierra va a ser diezmada, también nosotros vamos a ser comida en el festín de Ammit. ¿Y todo por qué? Porque Horus tenía una que devolverle a Khonshu.
La egipcia se llevó las manos al rostro, gruñendo, para bajarlas luego.
Realmente habían sido todos unos imbéciles.
Todos habían terminado siendo presa de Ammit, debido a sus propias debilidades y falta de foco.
El de Marc, por insistir en ocultarle cosas.
El de Steven, por estar convencido – gracias bastante al propio Marc -, de que era un incapaz.
El de Khonshu, por no haber ordenado sus prioridades y haber destruido a Harrow cuando tuvo oportunidad.
El de Horus, por concentrarse en sus rencores y no en que Ammit no era una diosa con la cual se podía jugar y abandonar.
El de los demás dioses por insistir en que Khonshu era un alarmista y no prestar especial atención a sus advertencias.
Harrow y la diosa habían sabido hacer buen uso de sus idioteces combinadas.
Y ahora estaban pagando el precio.
Con casi todos los dioses anulados por Ammit, Khonshu aprisionado en piedra, Marc vencido, poca oportunidad le quedaba a la humanidad.
_¿Qué haces? – le preguntó el avatar de Horus al verla abrir su collar.
_¿Qué crees? – le contestó usando la hoja en los intersticios de la prisión – Este edificio tiene miles de años y no la mejor estabilidad. Voy a liberarnos.
O al menos, era lo que esperaba.
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La señora bonita caminaba alrededor de la estatua pequeña.
_No preocupar - le dijo Grogu sonriendo – Todo salir bien
_Ay, pequeño – suspiró la mujer inclinándose a su lado – Quisiera tener tu optimismo.
_Señor Anubis decir que hablar y volver. Esperar.
La señora asintió y volvió a levantarse.
Justo a tiempo para ver una bruma salir de la estatua y convertirse en el señor con cabeza de perro.
_Khonshu dice que nos ayudará – le explicó el dios a Grogu – Dile al avatar de Hathor, que pueden comenzar.
Grogu asintió y saltó para aterrizar junto a la pequeña escultura.
Era igual de distinta que el señor Anubis. Esta reflejaba a un pájaro con cuerpo de hombre, no a un perro.
_¿Pequeño?
Le preguntó la mujer acercándose al ver que le estiraba la mano llamándola.
_Seguro. Comenzar.
_Muy bien – aceptó la mujer acercándose hasta tomar su mano – Presentes, Hathor y Anubis.
Un destello blanco cruzó los ojos de los avatares indicando que los dioses habían entrado en sus cuerpos.
_¿Estás seguro de esto Anubis? – le cuestionó Hathor a su amigo aún jadeando luego de haber escapado de la furia de Ammit – Este pequeño…
_Es más fuerte de lo que usted cree, señora – le aseguró el Dios – Y, por otro lado, es la última esperanza, tanto de Khonshu, como de la humanidad.
La diosa tragó saliva, pero asintió y moviéndose alrededor de la escultura, ambos, niño y mujer, comenzaron a recitar las palabras rituales que habrían de liberar al dios de la luna.
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Ok.
La cosa no mejoraba.
Primero un dios que decía que su hijo era su avatar, que su Maestro Jedi era su nieto y que los llevaba a través de un portal a otro universo.
Luego una mujer herida que, según el mismo Dios, era otra diosa.
Y ahora, un loquito que venía hablando consigo mismo, cubierto de cabeza a pies con un traje blanco, salido de algún relato de fantasía de las terminales.
_No, Steven. No voy a quebrar la escultura. Sé que así no funciona, pero tenemos que encontrar una manera y…
Din carraspeó para llamar la atención del tipo, el cual se detuvo en seco, fijando su mirada – o lo que creía que era su mirada porque tenía toda la cabeza cubierta por trapos blancos – inmediatamente en el Mandaloriano.
_No se puede pasar – le advirtió el guerrero de armadura plateada al recién llegado – La entrada está prohibida.
_¿Y tú quién eres?
Le preguntó el de la vestimenta blanca con arrogancia.
_El guardián de la entrada
Respondió el Mandaloriano colocándose delante de la mencionada entrada, al final del pasillo.
_Mira, no sé, ni la verdad me importa quién eres, pero… yo voy a pasar por encima tuyo, de ser necesario. Así que te pediría que me dejes hacerlo, así no sufres daño.
El Mandaloriano se encogió de hombros, como diciendo: “bueno, gracias por señalarlo, pero no, la verdad es que no me pienso mover”.
_Ya está – murmuró el tipo girándose hacia un costado viendo su propio reflejo en la pulida pared del pasillo – Ya le advertí, ahora, ¿podemos pelear para poder pasar?
Ah, bien.
Estaba frente a alguien que no estaba bien del puente de la nave.
Din suspiró y, antes de que el otro pudiese moverse, lanzó el gancho de su muñequera, permitiendo que su extensión de soga de metal cruzará la distancia entre ambos y aferrará el pie del charlatán, mientras que de un solo tirón lo hacía perder el equilibrio y caer con fuerza en el lugar.
“Siempre mantener la guardia”
Le había dicho su propio Maestro en los cuerpos de combate, luego de golpear a su batallón innumerables veces por no hacerlo.
Y él recordaba perfectamente la lección.
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Marc se mordió un labio y ahogó un gemido ante la potencia del golpe.
Literalmente el tipo lo había levantado en el aire y lo había hecho caer sobre sí mismo con suficiente potencia como para sacarle el aire de los pulmones.
“Es muy fuerte. ¿Qué vamos a hacer?”
_¿Có… cómo que… qué vamos a hacer? – le cuestionó a Steven sacando sus dagas de su pechera al levantarse – Pelear.
El caballero de la luna tomó carrera, hecho que fue imitado por el hombre de armadura plateada y ambos se encontraron a mitad de camino en el pasillo.
La agilidad del primero, por unos breves instantes fue una ventaja, más, el segundo era realmente una pared de concreto. A cada intento de perforarlo con sus dagas, el metal que lo recubría rechazaba las mismas. Y por cada golpe o patada, con la misma o mayor intensidad, estos eran devueltos a su persona.
_¿Qué eres?
Le preguntó al separarse, luego de los primeros golpes.
_Mandaloriano
Le contestó el guerrero, enderezándose.
_¿Qué? ¿Y eso qué es?
_Digamos que – comentó el hombre, sacando una pistola de su pierna – no de por aquí.
_Las balas no me afectan – le explicó esta vez encogiéndose de hombros Marc – Este es el traje ceremonial del templo de… ¡mierda!
_Y este es un blaster – le explicó el tipo volviendo a apuntar – Y la próxima, no va a ir a tu hombro el disparo.
“Esa pistola… ¡Disparó un rayo, Marc! ¡Un rayo no una bala!”
_No me digas, Steven – masculló Marc sobándose el hombro – Pero créeme que lo sentí y pude percibir la diferencia.
Tenía que agradecer a cualquier deidad que no fuera la hija de puta de Ammit, el traje aún conservara la capacidad de permitirle sanar casi instantáneamente, por lo que el ardor y la sorpresa que lo habían hecho retroceder no había durado demasiado.
Quizá había errado en el approach al tipo.
Necesitaba pasarlo, no vencerlo.
Si lograba distraerlo lo suficiente…
“Déjame hablar con él”
_Ni de broma
“Marc, ¿qué pasa si no ganas pronto? ¿Crees que podremos sobrevivir al reinado de Ammit? ¿Crees que Layla podrá?”
_Creo que puedo vencerlo
“Marc…”
_Solo una vez, Steven. Si no puedo, te dejo intentar.
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Novatos.
Literalmente, las dos personas que habitaban el cuerpo del combatiente delante suyo, eran… novatos.
Din negó con la cabeza, pensando en que, no era anormal lo que le tocaba ver.
Como cazarrecompensas se había topado en reiteradas oportunidades con personas así.
Uno aprendía a tenerle respeto a ese tipo de guerreros. Porque en esa fragmentación de sus mentes, usualmente, se encontraba la respuesta a los mayores aprietos que podía existir.
Más en este caso, no era exactamente así.
El hombre que estaba en control no comprendía la situación y creía que podía salir victorioso de un enfrentamiento muy desigual.
Esta Tierra en la que se encontraba, no era un mundo evolucionado. Se notaba. Aún le faltaban centurias para poder tener puertos espaciales o blasters. Ni hablemos de otro tipo de armas.
Sus manos reemplazaron el blaster por el sable oscuro y lo activó justó a tiempo para girar sobre sí mismo y golpear al guerrero de blancas vestiduras, quien por puro instinto pudo cubrirse del arma Jedi-Mandaloriana con sus dagas, evitando que la misma le hiciera mayor daño que quemarle un poco las manos.
Claro que, en esta ocasión, el Mandaloriano que la empuñaba, no le permitió a su contrincante un segundo de descanso. Giró el sable sobre sus manos y continuó cortando, obligando al otro a retroceder asombrado, hasta que cayó sobre sí mismo.
_Este es el sable oscuro – le gruñó apuntando el arma al cuello de su contrincante – Ríndete o prometo que no vas a poder recuperar tu cabeza.
El tipo suspiró derrotado y se dejó caer murmurando.
_Tu turno, Steven