
La mañana del jueves amanece soleado, ni una nube se asoma por el horizonte; el pronóstico del tiempo es favorable en éstos días. Y en el departamento de Londres reina el caos.
Marc lo oye moverse inquieto por más de veinte minutos de aquí y allá, tomando libros y dejándolos en lugares al azar de su departamento como si eso fuese ayudarlo en algo. Una parte de sí mismo desea preguntar cuál es el maldito problema, al menos para hacer que Steven dejé de moverse como si hubiese bebido todo el café colombiano del estante de la cocina; que cosa lo tiene sacudiéndose toda la mañana. Pero otra parte de él, la que está llena de empatía por su compañero, decide mantener la boca cerrada por una vez.
Si Steven desea hablar con él, sabe que lo hará cuando ordene sus pensamientos lo suficiente como para ya no enloquecer como lo hace. Después de todo, el otro hombre no es alguien para guardar sus preocupaciones por el simple hecho de hacerlo. Steven es demasiado abierto como para ir guardando secretos.
Y no como si Marc lo hiciera últimamente, ya no. Desde que volvieron a la vida en cuerpos separados y fueron liberados de Khonshu tras encerrar a Ammit, prometieron llevar una vida civil pacífica entre ambos tanto como les fuera posible. Eso también conlleva a ser honestos el uno con el otro si es que planean seguir juntos, y planean hacerlo.
Así que Marc espera sentado junto a Gus II, leyendo en su móvil cualquier vestigio de los seguidores de Ammit que Arthur Harrow pudo haber dejado por allí. No necesita otro culto religioso en su espalda listos para dominar el mundo, muchas gracias.
Le había prometido a Steven una vida tranquila en los suburbios y Marc planea aferrarse a esa promesa.
– Marc…
La voz de Steven lo saca de sus pensamientos de pronto, obligando a su mirada abandonar cualquier noticia misteriosa y concentrarse en su compañero quien, por fin, se ha detenido a varios pasos lejos de él.
– ¿Qué sucede, Steven?
La pregunta es amable. Marc bloquea su móvil y lo deja reposar sobre la mesa para hacerle entender al otro que posee toda su atención, pero que no va a forzar nada que no quiera compartir.
Steven no responde de inmediato, juguetea con un viejo juego de llaves de sus primeras semanas viviendo aquí; de cuando la antigua puerta del departamento se rompió por su culpa tras volver de una misión. Nada de lo que Steven deba enterarse, gracias.
– No lo había pensado al principio ¿Sabés?... –responde por fin, evitando mirarlo a los ojos– Solo fue una ocurrencia tardía, pero ahora no puedo sacarlo de mi mente. Como si estuviera aferrado a ese pensamiento.
Marc inhala de forma pesada, su mente se envuelve en preocupación y su mano forma un puño sin siquiera darse cuenta. Casi puede sentir conjurar al traje a su cuerpo, un gesto inconsciente ante una amenaza que necesita ser tratada y erradicada de inmediato. Porque Steven está angustiado y necesita solucionarlo, quitar esa expresión de su rostro y hacerlo feliz.
– Steven ¿Qué sucede?
Por un segundo, el otro hombre frunce el ceño antes de negar fervientemente al escuchar el tono oscuro de su voz.
– ¡Oh, Marc! Prometo que nada peligroso, lo juro.
Ante las palabras de Steven, su seguridad de que el mundo no está en su contra, Marc respira por fin. Su cuerpo tenso se afloja de alivio y la palma de su mano se flexiona suavemente, dejando las cicatrices de sus uñas a su paso.
Marc se cruza de brazos, recostando su cuerpo contra la silla mientras Steven se remueve inquieto frente a él.
– Entonces ¿Qué sucede? –pregunta una vez más, su paciencia disminuyendo con cada segundo que Steven no es directo al respecto– ¿Qué te tiene como si te hubieras tragado un ejército de hormigas?
Steven juguetea con las llaves, sus mejillas se vuelven rojas de un momento a otro y sus labios se arrugan apenados. Casi lo hace ver lindo.
– Tú sabes que mis citas siempre son un fracaso y las mujeres usualmente me evitan. Los chicos ni siquiera voltean a verme si no es para reírse de mí en el trabajo, muy grosero de su parte ciertamente… –comienza a murmurar, sus pasos llevándolo nuevamente de un lado a otro– Y la última chica a la que besé fue a Layla, ella ni siquiera debería de contar porque era…
– Steven, solo vé al punto ¿Quieres?
Steven se detiene, sus ojos brillantes en su dirección.
– ¡Marc! ¡Acabo de notar algo importante!
El ex mercenario rueda los ojos con molestia.
– Aja ¿Y qué puede ser eso?
– ¡Soy virgen!
Marc sufre un cortocircuito.