
La música es el alimento del espíritu
Hobie se quitó la guitarra del hombro y se sentó en el suelo con las piernas cruzadas. Con gestos hábiles, abrió la funda del instrumento, tomó la guitarra entre sus manos y empezó a afinarla con delicadeza. Yo me senté a su lado, no sin antes echarle una mirada de inquietud a las puertas del despacho de Miguel. Gwen llevaba ya un buen rato allí dentro. La verdad es que cada vez estaba comprendiendo mejor la rabia que sentía Hobie hacia la Sociedad.
-¿Cuándo aprendiste a tocarla? -opté por preguntar.
-Ella y yo nacimos juntos -Hobie punteó la guitarra cariñosamente y compuso un sencillo acorde agudo. La música reverberó suavemente en la vastedad del corredor de acero-. Esta guitarra perteneció a mi padre. Es prácticamente lo único que me queda de él. Si no hubiese sido por esta herencia, yo nunca habría sido capaz de poseer un instrumento tan caro.
-Qué bien que tengas este recuerdo de él.
-Sí…
Hobie se apartó el cabello de los ojos, se inclinó sobre la guitarra y empezó a entonar una melodía suave y melancólica que se expandió soñadoramente por el gélido ambiente del cuartel general. Yo escuché con atención su tonada y cerré los ojos, soltando lentamente el aire de mis pulmones. Por un momento, sentí que todo iba a salir bien: la quietud de la espera, la música reposada, la luz del sol que entraba por la ventana, la simple compañía de un hermano…
Hermano. Ya era la segunda vez que me refería a Hobie con esa palabra. Sacudí la cabeza, como para quitarme de encima aquellos pensamientos, y me puse a observarlo mientras tocaba: la mirada concentrada en las notas, la postura encogida, su inmensa bota derecha, que iba marcando el ritmo impasiblemente… En verdad, su actitud cambiaba de forma muy notable cuando se quitaba su máscara de Spiderman. En su forma de superhéroe, Hobie se mostraba energético, socarrón, rebelde y un tanto escandaloso. Sus movimientos eran ágiles y explosivos, de una amplitud frenética, como si estuviese bailando en medio de un concierto de rock. Sin embargo, desde que había revelado su rostro y había asumido su identidad secreta, todo eso había ido desapareciendo, y se había ido volviendo mucho más calmado y reservado, con las manos siempre en los bolsillos de su chupa y la vista baja. Me pregunté en ese momento cuál de los dos sería el Hobie verdadero, si es que había uno. Después de todo, él no creía en la coherencia.
No obstante, y a pesar de aquellos cambios y fluctuaciones, yo ya empezaba a detectar cierta solidez de carácter que jamás se disipaba. Hobie siempre actuaba con una relajada seguridad en sí mismo que, sin embargo, no era presuntuosa ni vanidosa, al contrario. Se comportaba con la libertad del que no teme ser juzgado, del que se acepta tal y como es con todas sus contradicciones y debilidades, pero sin exigir a los demás lo mismo, sin tampoco sentirse superior por ello. Había, incluso, cierta humildad soterrada, tal vez cierto instinto de protección hacia aquellos que lo rodeaban… Él era, en resumidas cuentas, una persona guay.
Yo nunca podría alcanzar semejante presencia de carácter, eso lo sabía perfectamente. Yo era raro e inseguro y sentía que no encajaba en ningún sitio, ni en el instituto ni en la Sociedad. Siempre estaba preocupado por lo que los demás pensaban de mí, siempre me afanaba en satisfacerlos, siempre estaba cuestionándome si hacía lo correcto o no, siempre sentía que debía compensar mi debilidad con hazañas heroicas, con buenas notas, con altruismo y sacrificio y virtud. Supongo que por eso quería entrar en la Sociedad: para sentir que era digno de mi nombre, de mi legado, de mi familia. Para sentirme acogido, aceptado… validado.
Mi espíritu inane se manifestaba incluso en mi condición física: yo era bajito y poca cosa, de extremidades flacas y movimientos torpes. Siempre andaba tropezándome y sobresaltándome por ahí, y siempre estaba en tensión, carcomido por una vaga ansiedad que no tenía razón de ser. Por el contrario, el cuerpo de Hobie rezumaba fuerza, estabilidad y control: las líneas firmes que componían su rostro, el rebelde peinado afro que crecía en todas direcciones, la sólida musculatura que se apreciaba perfectamente bajo su ceñido traje de Spiderman… Por un momento me pregunté cómo sería abrazar a Hobie y sentir toda aquella solidez rodeándote, protegiéndote del mundo…
Me estaba acalorando de nuevo. Aparté precitadamente la mirada de sus bíceps contraídos y traté de prestar atención a la música, lo cual fue una suerte, porque de repente creí reconocer la melodía, y aquello me distrajo de mis confusos pensamientos.
-Un momento, ¿eso es…? -vacilé y fruncí el ceño mientras trataba de recordar-. ¿Es el Canon de…? ¿Pachbel? ¿Pochbel?
Hobie sonrió tenuemente y asintió sin dejar de tocar. La canción estaba llegando a su fin y yo apenas le había prestado atención. Esperé que no se hubiera notado demasiado. En todo caso, Hobie rasgueó las últimas notas del Canon y se quedó unos segundos inmóvil mientras la música se desvanecía lentamente entre los ecos del corredor.
-Es el Canon en re mayor de Johann Pachelbel -explicó con voz queda-. Es una de las melodías más conocidas e interpretadas de todo el período barroco. La ponen mucho en las bodas, tal vez por eso te ha sonado.
-Sí, quizás sí… ¿Dónde la has aprendido a tocar? -algo me decía que no había sido con su estruendosa banda de rock punk.
-Pues me descargué la partitura de los archivos privados de la Sociedad (sin permiso, obviamente) y la adapté para la guitarra eléctrica. ¿Qué te parece?
-Es muy hermosa -hice una pausa, temiendo sonar demasiado dramático o intenso con mis siguientes palabras-: la música es el alimento del espíritu -declaré a borbotones-. Yo no podría vivir sin ella. Me ha salvado tantas veces…
-Amén, hermano -Hobie compuso tres rápidos acordes con la guitarra-. Ella también está de acuerdo.