
¿A qué precio?
Sus palabras me hicieron vacilar por un momento. Justo entonces me di cuenta de que nadie se había molestado en preguntarme eso desde que había llegado al cuartel general. Tal vez ni siquiera yo mismo.
-Pues… -tragué saliva-. Quiero estar con mis amigos. Quiero estar aquí, donde suceden las cosas importantes. Quiero que cuenten conmigo. Quiero que no… que no me dejen de lado -aparté la vista sintiendo que me ruborizaba. ¿Por qué había dicho eso? Para alguien como Hobie, unos deseos tan gregarios solo podían enmascarar debilidad o cobardía. Me preparé para oír sus burlas veladas.
-Bueno -Hobie se avanzó unos pasos y me observó con la cabeza ladeada, como los perros. El gesto me pareció curiosamente tierno-. No necesitas a la Sociedad para estar con tus amigos. Puedes crearte tu propio reloj interdimensional.
-No es tan sencillo.
-Pero tienes los recursos y la capacidad, ¿cierto? Tienes una buena situación. Un buen colegio. Y unos buenos padres…
Su comentario hizo que me detuviera en seco. Por un momento recordé los ojos de mi madre iluminados por las farolas naranjas de Brooklyn: «Que Dios te bendiga». Había ansiedad en su mirada, había derrota y preocupación, pero también esperanza, y tal vez cierto deseo de confiar en mí. De apoyarme. De entenderme.
-No puedo quejarme -dije finalmente-. Son buena gente. Pero nos peleamos antes de que abandonara mi universo… Y, por supuesto, no saben que estoy aquí.
-Por supuesto -concedió Hobie con una mueca de diversión.
-Y yo… Yo sé que quieren lo mejor para mí -continué-. Y sé que me aman y que quieren protegerme, pero a veces… A veces es como hablar con ellos desde los pies de una torre. Ellos están arriba del todo, en la azotea, y sus ojos heridos me taladran desde lo alto, me recriminan, me exigen, pero en parte también me sostienen. También me alivian. Están ahí, simplemente -sacudí la cabeza. Me estaba haciendo un lío con mis propias palabras-. Están ahí cuando otros no. Están ahí siempre, incondicionalmente, en todos mis recuerdos… Y a veces… -mi voz murió en mis labios. Hobie me observaba con interés.
-No todos pueden decir lo mismo, ¿sabes? -dijo con un tono diferente, más calmo, más reflexivo-. La mitad de nosotros somos huérfanos, y la otra mitad se siente rechazada por sus padres -Hobie señaló con la cabeza a Gwen, que seguía dirigiendo la marcha a paso firme. Justo entonces me fijé en que caminaba cruzada de brazos y con los hombros hundidos. Parecía extrañamente vulnerable. Algo se oprimió en mi pecho.
-Ella… -murmuré.
-Hay familias escalofriantes, hermano -al decir esto, la mirada de Hobie se oscureció un poco-. Pero la tuya no parece de ese tipo. No creo que sean tus enemigos. Ahí es donde reside la verdadera virtud, ¿no crees? En saber distinguirlos -Hobie bostezó a sus anchas-. De todas formas, también hay que aprender a sobrellevar el amor de los padres, ese amor tan abrumador, tan totalitario… Puede hundirte, ¿sabes? Ya es sano que te liberes un poco. Que reivindiques tu propia individualidad. Tú al margen de tu apellido, tú al margen de tu nombre, si quieres: tú solo con tus decisiones.
-Bueno, supongo que en parte por eso estoy aquí -apunté.
-¡Y hete aquí, efectivamente! -exclamó Hobie soltando una sonora carcajada-. Aunque, a veces, esa búsqueda ansiosa de la individualidad puede alejarte de tus propios orígenes, de tu raíz, de tu «soporte», como tú lo has llamado. ¿Y adónde pretendes ir si has olvidado el suelo por el que caminas? Te alejarás flotando hasta las estrellas, te evaporarás y te disiparás entre las brisas del universo… Libre sí, pero… ¿A qué precio? ¿Qué quedará de ti entonces?
Yo estaba empezando a perder la paciencia.
-Hobie, no te entiendo, ¿me estás aconsejando que me reconcilie con mis padres o que me rebele contra ellos?
Pero él volvió a reírse a sus anchas.
-¿Y quién soy yo para decirte lo que tienes que hacer? Padres buenos y padres malos, aliados y enemigos, trigo y paja, cabras y ovejas… La vida raramente se basa en oposiciones maniqueas. Por eso no creo en la coherencia.
-Sí, ya lo veo -repuse. Él me guiñó un ojo-. ¿Sabes? Yo estaba seguro de que alguien como tú me animaría a cortar lazos con mis padres.
-¿Y por qué iba a hacer yo algo así?
-Bueno, eso creéis los punks, ¿no? -dejé los brazos muertos a ambos lados del cuerpo y empecé a andar balanceando mucho las caderas-. «La familia es una institución heteropatriarcal que oprime a los jóvenes y perpetúa los valores conservadores. Viva el individuo, mata al padre, mata a Dios, yo» -dije con mi mejor voz de barriobajero.
A mi lado, Hobie se dobló en dos de la risa y se dejó caer sobre una silla de ruedas que había arrinconada a un lado de la pared. La silla salió rodando varios metros hacia delante.
-¿Lo ves? ¿Lo ves? -Hobie se golpeó varias veces el muslo con la mano mientras seguía riéndose y rodando por el suelo-. Me encanta que esgrimas mis propios ideales contra mí. Es esa clase de picardía discursiva lo que echo en falta por aquí.
-Venga, venga, que no ha sido para tanto -dije con fingida autosuficiencia, aunque en el fondo, por algún motivo, me sentía halagado-. Gwen nos está dejando atrás.
Hobie se levantó de la silla y empezó a caminar a mi lado. Durante unos segundos nos mantuvimos en silencio.
-A veces me pregunto cómo hubiera sido todo si yo hubiese conocido a mis padres -comentó con tono pensativo-. ¿Dónde estaría yo? ¿En qué andaría metido? Supongo que sólo…