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Si alguien le preguntara a Gabriel como era la relación con su hermano mayor en ese momento diría que buena. Si preguntaran hace unos años, preguntaría ¿Qué relación?
Y es que ambos hermanos se habían alejado desde hace mucho tiempo. Cuando los padres de ambos decidieron terminar con su desastroso matrimonio y tuvieron la “maravillosa” idea de que cada uno se iría con uno de sus progenitores, Gabriel se sintipo devastado al enterarse que Miguel se iría con su padre.
En su pequeña mente de seis años no entendía porque su hermano mayor le estaba abandonando como si no le importaba, como ignoraba como lloraba mientras le rogaba que no se fuera, como al despedirse únicamente habló sin voltear a verlo ni una vez.
En semanas posteriores pudo divertirse un poco con Miguel que le visitaba de vez en cuando, pero las visitas solían ser más espaciadas cada vez. Así como la sonrisa en el rostro de su hermano mayor iba desapareciendo al tiempo que algunas marcas se escondían bajo su ropa.
Eventualmente dejó de ver a su hermano, obteniendo solo excusas de su parte cuando intentaba comunicarse con él desde el teléfono de casa, poco a poco comenzó a resentirse contra el que le había abandonado, que no le quería.
Durante su adolescencia se enteró por su madre que el mayor estaba estudiando en la universidad, pero no le tomó importancia y se negó rotundamente a acudir a su graduación años después. Se desconectó por completo del mayor hasta que la muerte llegó a su puerta llevándose a su amada madre, fue durante el sepulcro que pudo ver a su hermano de nuevo, tan diferente, pero al mismo tiempo tan igual por su esencia.
Le saludó cuando se acercó y le presentó a su esposa, intentó ignorar lo que le decía, puso excusas para poder irse rápido tras darle su número para mantenerse en contacto. Pero no lo hacía, ignoraba los mensajes provenientes del número de su hermano, colgaba las llamadas cuando en la pantalla arrojaba el nombre del más alto. Estaba ocupado de cualquier forma, había conseguido un buen trabajo, compró una casa, disfrutaba lo más que podía la compañía de hombres y mujeres por igual. Un día los mensajes y las llamadas cesaron. Le pareció extraño, pero decidió ignorar el mal presentimiento que inundaba su ser, continuó con su vida como si nunca hubiese tenido un hermano, como si nunca le hubiesen abandonado, al menos hasta que un numero desconocido se mostró en la pantalla de su celular.
Corría desesperado sintiendo un terror que no experimentaba desde que era un niño, una profunda preocupación inundaba su ser mientras se adentraba en el hospital y solicitaba con desesperación ver a su hermano.
― Primero tiene que calmarse. ─ Le indicó la enfermera detrás de la recepción viendo como el de verde mirada desordenaba su cabello.
― ¿Cómo puedo calmarme? ¿Puede decirme al menos si está bien? ¿Si está vivo?
Gabriel creía que podía dejar de amar a su hermano, que no le importaría si algo horrible le pasara en el futuro, pero al adentrarse en la habitación donde el moreno estaba recostado durmiendo profundamente, se dio cuenta de que jamás había dejado de quererle como cuando eran niños. Sus lágrimas rodaron por sus mejillas mientras se sentaba al lado de la cama afligido por la culpa, el dolor, el miedo de perder a su única familia para siempre.
Contuvo la respiración cuando le vio abrir los ojos, aquel par de rubies que siempre demostraban un fuego intenso de decisión y fuerza ahora estaban apagados, sin brillo, como una llamada ahogada al eliminar el oxígeno de alrededor. Con cuidado tocó el antebrazo de quien se negaba a mirarlo o hablarle, bajó la mirada intentando que las lágrimas no se derramaran de nuevo, cerró los ojos y tomó aire antes de mirarlo con decisión.
― ¿Por qué lo hiciste? ─ Preguntó sin obtener respuesta, lo intentó de nuevo notando como ahora era su hermano mayor era quien lloraba amargamente, que se dejaba hacer cuando se levantó para rodearlo con sus brazos.
Cuando Gabriel escuchó toda la historia se sintió peor que nunca, no estuvo ahí para apoyar a su hermano cuando perdió al amor de su vida, tampoco cuando sufría en silencio con su abusivo padre al tomar la decisión de irse con él para que no intentara regresar con su madre y mucho menos se lo llevara a él. Fue en ese momento que Gabriel decidió que no volvería a dejarlo solo.
No fue fácil, para nada fácil el estar a su lado, controlar sus siguientes intentos de atentar contra su vida, el tener que ser fuerte por ambos porque si dudaba por un instante sabía que Miguel se derrumbaría, así que hizo lo que tenía que hacer; abandonó su empleo y estilo de vida para seguir a su hermano que hablaba sobre abrir una florería en nombre de su esposa fallecida.
No lo admitiría nunca, pero estudió duro para poder ayudarle, claro que no contaba con el gran intelecto y memoria de su hermano, a veces olvidaba el nombre de alguna flor o planta, incluso llegó a matar alguna por sus malos cuidados, pero había logrado amar su trabajo junto a su hermano y tras un par de años se animó a salir de nuevo, hacer pruebas de cuánto tiempo podía dejarlo solo, pero nunca pudiendo alejarse del todo, porque aunque pareciera que todo estaba bien, en ocasiones aquel vació se albergaba en su mirada y le hacía temer. Gabriel hacía todo lo posible para llevar una relación “normal” de hermanos, fingía incluso que aquellos intentos fallidos nunca ocurrieron, se mantenía lo más alegre posible para no preocupar la mayor, ocupándose de sus propios problemas en silencio.
Callando sobre las pesadillas que le atormentaban donde el moreno cumplía su cometido, donde se volvía un niño pequeño intentando levantar el cuerpo de su hermano mayor siendo un adulto mientras moría. Se callaba sobre el insomnio que le acechaba con frecuencias algunas noches, mintiendo sobre tener encuentros que le mantenían despierto cuando la realidad es que miraba el techo de su habitación mientras en su mente se formaban mil escenarios donde Miguel terminaría por hacerlo en algún momento, preguntándose que habría sido diferente si no se hubiera alejado, si no lo hubiera ignorado cuando más vulnerable se encontraba.
Esa mañana tenía todo para ser una pesada; tuvo pesadillas y después de eso no pudo volver a dormir. Se había caído de la cama y la cabeza le dolía por la falta de sueño y como si eso no fuera suficiente, iba tarde a su trabajo. No vivía lejos de la florería, prácticamente su hogar se encontraba a la vuelta de la esquina, con desgana caminaba notando como el moreno le esperaba a fuera de la florería cruzando los brazos, seguramente molesto por su retraso, quizá por tener que recibir a los proveedores solos, seguro pensando en que le dejaría todo el trabajo de acomodar por llegar tan tarde. Se detuvo frente al más alto y suspiró sonoramente esperando el regaño.
― Llegas tarde. ─ Asintió con la cabeza. ― ¿Por qué? ─ Alzó los hombros como respuesta, esperaba que le gritara como siempre, pero en cambio sintió su mano apoyarse en su hombro. Las alarmas en su cabeza se dispararon, si el otro estaba siendo amable era porque se le notaba lo cansado que estaba. ― ¿Estás bien?
― C-claro que sí. ─ Se apresuró a responder y se estiró buscando que la pereza le abandonara. ― Lo siento, pero ayer me encontré con una pareja que quería experimentar que se uniera uno más y ya sabes que no puedo negarme a un buen polvo. ─ Le escuchó chasquear la lengua y se sintió aliviado, le había creído.
― Deberías calmarte con ese tipo de encuentros, casi todos los días llegas cansado. ─ Negó levemente con la cabeza. ― Esta noche te quedarás conmigo, así no te irás a hacer que sabe que cosa con quien sabe quién.
― No soy un niño Miggy. ─ Se quejó. Antes de que Miguel pudiera decir algo fueron interrumpidos por un castaño que les había hablado para llamar su atención, pero que tras tropezarse con sus cordones desatados cayó de bruces delante de ambos hermanos.
Las gafas de Peter salieron disparadas hacía adelante abandonando su rostro tras la caída, el menor de los O’Hara soltó una carcajada mientras el mayor se apresuraba a ayudarle.
― Chico, ¿Te encuentras bien? ─ Esa había sido una fea caída, le ayudó a levantarse mientras el menor avergonzado agradecía la ayuda dejando que sacudiera su ropa con leves golpecitos.
― Estoy bien. ─ Frunció el ceño intentando distinguir las facciones de quien se veía desenfocado frente a él hasta que sus gafas fueron recogidas por quien intentaba no seguir riendo y se acercaba para colocárselas.
― Deberías ver por donde andas. ─ Apretó los labios para no reír de nuevo quejándose al recibir un manotazo en el estomago por parte de su hermano mayor.
― Si, creo que no presté atención a mis pies. ─ Acomodó su ropa algo sucia por la caída y desordenada también.
― ¿No necesitas ayuda? ─ Insistió el moreno viendo como el otro asentía con la cabeza.
― En realidad, me gustaría comprar un ramo de flores.