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A sus 29 años Miguel sentía que había tenido una vida completa, que debería quizá rendirse y ya. Quizá regresar a su país e intentar olvidar lo que fue, lo que tuvo y lo que perdió, sin embargo, cada vez que sonaba la alarma que le despertaba y miraba la fotografía sobre su mesa auxiliar al lado de la cama sentía como si ella aún estuviese ahí.
Era un hombre de rutina y casi nunca alteraba la suya; despertaba a las seis de la mañana para darse un baño caliente, se alistaba para bajar al primer piso donde se encontraba su florería, aquella que prometió abrir junto a su esposa, aquella por la que trabajó casi sin descanso como genetista en Alchemax; le había dedicado semanas enteras a esa compañía, incluso noches de sueño fueron sacrificadas sin quejarse ni una vez porque su meta era cumplir el sueño de su esposa de abrir una florería, sin embargo, el destino era cruel y antes de poder conseguir su meta la razón por lo que se esforzaba se desvaneció entre sus dedos.
Su amada esposa que conoció desde la secundaria y que decidieron casarse justo al comenzar la universidad ya no estaba, pero lo que mayor culpa le causaba es que cada día dolía un poco menos, aunque se mantenía la sensación de su ausencia.
Se dirigió a la trastienda para revisar las flores que ahí mantenía a una temperatura ideal evitando que se marchitaran y duraran lo mayor posible, esa mañana no acudiría ningún proveedor para llevar nuevas plantas y flores, así que se dedicó a regar las que había ahí detrás antes de regresar a la tienda para abrir la puerta delantera y sacar un par de estantes en los que puso algunas macetas con variadas flores de colores y algunos pequeños pinos, acebos, durillos y algún otro arbusto o árbol pequeño para atraer a los interesados por lo verde.
Entró de nuevo a la tienda para limpiar un poco y acomodar las plantas que dentro le recibían creando un pasillo rodeado de color que finalizaba en la caja para cobrar a cualquiera que deseara unas flores, por supuesto que también realizaban arreglos y ramos, era bastante flexible sobre los pedidos de las personas que llegaban al lugar. Alzó la mirada cuando la campanilla sobre la puerta sonó al ser abierta la puerta encontrándose con su hermano menor que frotaba sus ojos al estar aún adormilado.
― ¿No podemos abrir más tarde? ─ Se quejó mientras se acercaba para sentarse detrás de la caja a un lado de quien le miraba un tanto divertido.
― Si fueras a la cama temprano no estarías así.
― No puedo evitarlo, conocí a una chica y bueno, digamos que nos divertimos mucho anoche. ─ Le dio leves codazos a quien comenzaba a perder la paciencia.
― Fascinante. Prepara lo que hace falta, iré a conseguirte un café para que estes despierto. No queremos que vuelvas a regalar flores. ─ Comentó mientras se alejaba hacía la puerta.
― ¡Oh vamos Migge! Fue solo una vez, ¿Como iba a saber que los tulipanes no costaban lo mismo que las margaritas?
― ¡Porque tienen el precio en frente! ─ Gritó exasperado mientras señalaba una de las macetas en exhibición con el costo en frente. Decidió ignorarlo por el bien de ambos, ya que sus manos picaban ante las ganas de darle un buen golpe para que dejara de actuar estúpidamente cada vez que una hermosa mujer u hombre entraba a la tienda queriendo coquetearles al bajarle el precio a las plantas o regalándolas. En más de una ocasión lo había dejado sin paga por cobrarle todo lo que regalaba y no podía hacer nada más que divertirse por la manera en que su hermano menor se quejaba y le recriminaba solo para resignarse a prestarle dinero que sabía nunca le regresaría.
Suspiró resignado a tener que lidiar con eso quizá toda su vida mientras esperaba su pedido en la cafetería que estaba en la esquina contraria de donde estaba su negocio. Le exasperaba de momentos, pero no cambiaría al menor por nada del mundo, después de todo él estuvo a su lado en su peor momento, en aquellas noches donde lloraba desconsolado, aquellas tardes donde la idea de atentar contra su vida era demasiado tentadora, podía atribuirle todo el crédito de que siga con vida a su hermano, quizá por ello no lo despedía aunque en más de una ocasión hiciera las cosas mal, aunque en ocasiones creía que solo se mantenía trabajando a su lado para cuidarlo, no le molestaba del todo, era feliz de saber que le importaba de la misma manera que él le importaba, pero no quería mantenerlo atado a su lado solo por temor a que intentara hacer algo estúpido de nuevo.
El escuchar su nombre del barista le sacó de su reflexión para ir por aquel par de cafés calientes. Regresó en sus pasos dirigiéndose a su negocio, ya habían pasado horas desde que había despertado, el sol se alzaba en el cielo sin dar suficiente calor debido a la época del año tan volátil como era el inicio del otoño, se tensó cuando chocaron su hombro haciéndole casi derramar el líquido caliente.
― Cuidado. ─ Le dijo a aquel castaño que le chocó, pero no tuvo la decencia de detenerse para disculparse, podría seguirlo, llevarlo hacía un callejón y darle una buena paliza, pero se calmó de inmediato al escucharle disculparse y suspiró sonoramente dejando que la molestia le abandonara por completo. Por la manera en que aquel sujeto corría seguramente iba tarde a algún lugar. Negó con la cabeza mientras ingresaba a la florería abriendo la puerta hacia adentro con su cuerpo al traer las manos ocupadas. ― Traigo el café. ─ Anunció sintiendo la molestia crecer en su interior al ver a su hermano coquetear con una rubia frente a la caja.
― Te lo digo, eres tan hermosa que debería ser ilegal cobrarte por cualquier cosa, por favor, elige lo que quieras y será tuyo. ─ Tomó la mano de quien reía un tanto sonrojada dándole un casto beso sobre esta.
― ¿No tendrás problemas? ─ Preguntó no muy segura de aceptar su propuesta.
― Claro que no, soy el dueño.
― ¿Desde cuándo? ─ Aquella vos le hizo sudar volteando un poco para ver a su hermano mayor detrás suyo.
― ¡M-miguel! No me di cuenta de que volviste, solo estaba bromeando. ─ Rio nervioso y un tanto avergonzado por como la chica con la que coqueteaba reía bajo también.
― Tu café. ─ Le ofreció su vaso antes de dirigirse a la mujer que seguía ahí. ― Por favor, siéntase libre de elegir lo que quiera y no se preocupe por el costo, mi hermano se encargará de pagar con su sueldo.
Gabriel veía horrorizado como aquella rubia escogía un ramo de sus flores más costosas por recomendación del más alto que se despedía de ella con una amable sonrisa.