Hathor's Horus

Marvel Moon Knight (TV 2022)
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Hathor's Horus
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Summary
Yaakov es el próximo faraón en la línea después de la caída del Antiguo Egipto a manos de los Persas, y se encuentra a poco tiempo de obtener la corona.Steven es un muchacho Persa hecho esclavo por los Egipcios. Habiendo sido dejado a su suerte en las arenas para morir por ser diferente.Cuando Yaakov lo encuentra, no duda en darle la oportunidad de hacer un trueque: enseñarse mutuamente las costumbres y aprender todo lo que se pueda del otro. Pero no todo es tan fácil como aprender diplomacia y política, a veces el corazón entra en juego, y puede dar muy malos tragos cuando un Imperio entero está de por medio.
Note
Antes de que comience la lectura hay que dejar en claro algunas cosas.Esta historia es por el cumpleaños de un amigo, que en un inicio iba a hacerlo con Spector, pero decidí que sería con Steven (ni modo, espérate al próximo año, o algo).Está lo más apegado que pude a la época en la que vivió Ptolomeo V. Y tiene cosas históricamente "accurate", y otras que son de invención propia. La verdad no sé qué hice, ustedes agarren, siéntense, lean, disfruten mi delirio.Yaakov o Yaa'kov, es Jake.
All Chapters Forward

I

—Oye mamá, ¿Crees que haya una reencarnación que esté junto con Horus? 

La mujer sonrió, acariciando el hermoso rostro del niño.

—¿A qué te refieres? 

—Si papá es la reencarnación de Horus, ¿Eso en qué te convierte a ti? ¿Quién eres tú, están predestinados? Horus debe tener a alguien. 

—Ah, Hathor, dices… bueno, tal vez. Pero así no funciona, mi pequeño escorpión.

—¿Por qué no? 

La mujer le cargó, tomándole en brazos con una sonrisa. 

—¿Sabes qué? Tienes razón. Tal vez alguna de las esposas del faraón, pueda llegar a ser el recipiente de Hathor. 

—¿Algún día tendré a mi Hathor? —sonrió emocionado, los ojos le brillaron de emoción cuando su madre le sonrió, el misterio de la sonrisa sólo logró que la risa resuena como el sonido salvaje de un ave, como el de un pequeño pichón feliz. —Cuando tenga a mi Hathor, voy a amarla por siempre, mamá. Así como te ama papá, por siempre. Y le haré una pirámide gigante, tan gigante que nadie olvide que es mi Hathor, y yo fui su Horus.

Yaakov era un hombre fuerte y moreno, ambicioso por no decir menos, hijo de Cleopatra I y Ptolomeo V.

Después de la caída del Imperio Egipcio, los Ptolomeos decidieron irse a causa de los persas. Ptolomeo I, ancestro de Yaakov, fue el general que los llevó lejos hacia Alejandría para poder subsistir, donde su familia se ha encargado hasta ahora de imitar la antigua cultura. 

En el caso del Imperio de los Ptolomeo, se trataba de intentar recrear las costumbres y la cultura de los antiguos faraones egipcios. Su familia  se ha dedicado en construir templos, catedrales y tumbas, al igual que se había intentado copiar el estilo de las obras de arte antiguas. Pero sobre todo, las raíces de sus deidades, era algo muy arraigado, los persas no ganarían aquello aún con la caída del Antiguo Imperio. 

Tal vez por eso es que Yaakov tenía cierto repudio a los persas, pero tenía un especial interés en afilarse para cualquier batalla. No dejaría que nadie le ganara, no dejaría que nadie asesinara a su país, y mucho menos los Persas. 

No era un hombre particularmente paciente, en realidad podía llegar a ser desmedido y bastante agresivo cuando se trataba de ponerle trabas. Era un artista de la espada y la daga, aunque se le daba pésimo el arco, nunca ha entendido cómo es que alguien puede obtener el mismo deseo de guerra desde la distancia. Su padre le dice que debería dejar de ser tan insistente en aprender tanto sobre la guerra. 

Pero, ¿Cómo habría de relajarse? Hace siglos que los Persas los sacaron de sus casas, sus hogares, tuvieron que irse de dónde han pasado toda una vida, ¿Acaso han olvidado? No, su padre es un hombre frío y meticuloso. Pero él mismo olvida que ser tan filoso puede hacer que te cortes a ti mismo, así que tiene que recordarle que baje el paso, pero sobre todo, que tiene que aprender más que nada sobre el arte de la diplomacia. 

Ha causado más disputas de las que ha logrado calmar, todo debido a su temperamento y su juego donde engatusar a hombres para pelear con ellos, era solamente una diversión hasta que era demasiado y tenían que detenerlos. 

Le encanta la guerra, le gusta el poder, y sobre todo, la sangre cuando pelea contra los esclavos de otros países. Muchos han intentado seguir con vida, pues la apuesta siempre era la misma. 

Pelea contra mí, si me vences, convenceré al rey de que te perdone y regreses de donde has venido , y claro, que hubiese cumplido si no fuera porque su fiereza ha ayudado a que no tenga que llegar a tal extremo. 

Aquél día llegó con algo en mente, otro esclavo que podría tentar. A veces era molesto intentar que Namor le dejase andar a sus anchas, pero no lo molestaba tanto por ello, quizá de joven. Pero ya no, ahora entiende que su padre podría darle latigazos de castigo al guardia, si el mismo no cuidaba bien de él. No hay necesidad de hacerlo pasar por ello, así que los de la casa real siempre estaban alrededor, y había dejado de huir de ellos. 

Su padre ha dejado que salga sólo con un guardia al menos, a sabiendas de que Yaakov, Jake, como se había esforzado durante años que le llamaran, podía defenderse por sí mismo, era irritante creer que era porque en realidad el monarca no confiaba ni un ápice en sus habilidades. Aún así, sabía que muy por detrás de ellos, siempre estaba Attuma, un hombre grande e imperdible entre la gente. 

Ah, su padre… un hombre fuerte, como él mismo, pero de poca paciencia para todo lo que fuera emocional. Quizá es por eso que obtuvo lo que uno llamaría amor rudo, y su madre siempre había intentado consolarle, con que no era tan malo. 

Ptolomeo no podía ser tan terrible si la mayoría del tiempo se la pasaba detrás de Yaakov. Quizá es sencillamente que jamás ha sabido expresarse de la forma correcta. Es un hombre ocupado y estresado, pero sobretodo, un hombre serio y totalmente político.

Llegaron a la casa de esclavos, antes de sentir el empujón agresivo haciéndolo retroceder. 

—¡Rápido, agarrenlo que se escapa! 

Jake observó un cuerpo vestido en traje de paja salir corriendo sin sandalias, alzó una ceja, no se molestó en irritarse antes de ver un par de guardias salir corriendo. 

El maestro de esclavos observó al heredero, antes de hacer una reverencia que Jake aceptó sin preámbulo.

—Lo siento, su señoría, me aseguraré de que el esclavo sea castigado apropiadamente. 

Jake sonrió de lado.

—¿Por qué salió huyendo? 

—Apenas íbamos a marcarlo. Es un chico Persa que fue abandonado a su suerte, lo encontraron a los límites de la ciudad, con hambre y deshidratado. 

Yaakov no preguntó más. 

—Iré por él. 

Escuchó la negativa del maestro muy detrás suyo, sin siquiera detenerse. Aquello era un comportamiento que muchos podrían considerar impropio de cualquier otro heredero, pero todos en el reino sabían de Yaakov, el joven impetuoso que estaba destinado a grandes cosas más allá de la vista y visión de incluso el mismo Ptolomeo V, algo que enorgullece al mismo, algo que nunca ha sabido expresar de alguna forma en la que Jake pudiera comprenderlo. Lo que más quería era a su hijo, además de su reino, claro está.

Dejó que sus pies guiarán entre las calles serpenteantes por donde había visto al último guardia salir disparado. Escuchó los gritos de la gente, sin permitirse detenerse siquiera a ver si Namor o Attuma le seguían de cerca, era más seguro que sí.

El muchacho agraviado comenzó a gritar en griego. 

La mayoría de la gente hablaba demótico, y algunos otros podrían entender el griego, pero no hablarlo, puesto que eso era reservado más hacia la realeza, pues se les era visto como gente educada y de cultura. Pff, Yaakov los consideraba bastante arrogantes, si le preguntan. Y de todas maneras, entre los nobles a veces llegaban a hablar su propio idioma de calle. No todos sabían hablar “egipcio”, y como tal, no todos sus secretos son para todos.

Las gallinas salieron volando y algunas cabras soltaron balidos con fuerza cuando uno de los guardias mató a una de ellas, el cuerpo del joven del otro lado, la mujer que era probablemente dueña, dueló de forma instantánea, gritando en su idioma natal, logrando sacarle una risa al hombre. 

Eso, que regresen con su Dios del rayo que termina teniendo sexo con una vaca… no metan a sus propios dioses en esto, al menos Osiris no tiene cabeza de animal. Lo jura, su creencia al menos no implica tener sexo con animales de ningún tipo. 

Claro, la mayoría era representado con partes animales, ¡Pero eso no significa nada! Representación, Yaakov, meramente un ornamento representativo de la fuerza del Dios. 

Por Amón… no debería estarse riendo de la manera en la que parece saltar de un lado a otro, pero es agradable, y el muchacho parece tan asustado y escurridizo que pronto termina saliendo corriendo de nuevo. 

Algo en su instinto depredador se activa, empujando al guardia para salir como salvaje detrás del mismo, el muchacho entra por una ventana de barro y espanta a todos los que están dentro y luego vuelve a salir por el otro lado, seguido de cerca por el muchacho de rizos negros. El sudor le perla la piel, pero el calor de aquello le tiene enfrascado, puede escuchar los sustos y las vasijas caer mientras corren, tiene la daga en un costado y no ha dejado de tener la mano en el mango, listo en caso de necesitar usarla. Debió traer la espada y esperar que Namor llegara a entregársela.

Cuando por fin lo pierde de vista, lo mira entrar a la zona exterior, una edificación sagrada y vacía, se pone tenso cuando se da cuenta de que es uno de los templos. Nunca lo ha visitado, no visita cada uno de ellos, ese hombre no debe de entrar más allá, es sagrado. Los plebeyos son los únicos que pueden estar tan siquiera en la parte exterior, ¿Qué le da el derecho a aquel hombre Persa a tan siquiera pensar que puede entrar?

Sale un bufido y jadeo de su persona cuando la gente mira extrañada al príncipe, pasando de ellas cuando le lanzan una reverencia. Podían guardarse sus estúpidas reverencias.

Tuvo que detenerse, con el corazón acelerado para comenzar a ver alrededor, observando el suelo también, escuchó un grito de una mujer y un niño, trotó hasta ver que las dos personas se alejaban de un rincón escondido. 

Cuando la mujer y el niño le vieron, la reverencia fue usada con respeto y Yaakov asintió suave, indicándoles que se fuera. La mujer morena intentó decirle que no debería acercarse, pero una mirada del hombre fue suficiente para mandarla a callar, jalando al niño, que supuso sería el hijo, lejos de aquello.

Se obligó a inhalar lento y exhalar de igual manera, no tendría por qué estar tan alterado si necesita pelear. Se acercó con cuidado, asegurándose que sus sandalias no delataran su porvenir; el muchacho parecía ansioso. Podía observarlo mejor, con el cabello negro y rizado, un cuerpo más delgado que el propio, pero el cuerpo plagado en el color de la canela. 

Se acercó mientras parecía rebuscar algo, antes de sisear por algo, asustandose y retrocediendo en un lloriqueo. Jake saltó a tomarle desde atrás por el cuello con su antebrazo para apretar, con la intención de detenerle el paso del aire. 

—¿Qué haces aquí? ¿Qué no sabes que está prohibido a los de fuera? —gruñó en su oído. 

El cuerpo, un poco más bajo, se revolcó con fuerza, más que violento, el más tosco pudo ver que estaba aterrado. Podría matarlo ahí mismo, si quisiera, y nadie diría nada. Era un esclavo más, de los muchos que tomaban cuando estaban en guerra con otros países. 

¿Quién diría algo en favor de un chico que nadie conocía? Suscitó y saboreó la idea, era un extranjero, y había entrado a un lugar sagrado. Y aun no estaba marcado, lo cual era peor, no llevaba cadenas, ni marca, ni nada que hiciese saber que no era su gente. 

—¡Lo siento! Lo siento, no intentaba ser grosero, no quería... 

Alzó ambas manos en señal de rendición, la voz ahogada mientras el príncipe terminaba por rápidamente empujarle por la espalda, viendo que caía de rodillas al suelo y rodaba, quedando sentado antes de intentar retroceder cuando Jake sacó la daga, apuntándole.

El muchacho pestañeo, con lágrimas en los ojos, eran unos ojos caídos en gota, tristes con unas pestañas largas, abundantes y negras. 

—Tu nombre. —demandó, poniéndose de cuclillas, seguido de acomodar su rodilla en el suelo, el filo de la punta de la daga en el mentón obligó al muchacho a alzar el mismo. 

Yaakov sonrió, relamiendo el filo de sus dientes. Sus ojos oscuros destellaron en un brillo particular. Casi parecían esconder otro color, pero en el momento, eso no importaba.

El muchacho en el suelo tiene las cejas pobladas y unas ojeras marcadas, pero no puede sino pensar que le sentaban bien, lo hacían parecer más asustado y tierno. 

Tiene ojos de cachorro y el labio superior más grueso que el inferior, le daba una sensación de inocencia cuando lo miraba con aquellos ojos vidriosos. El muchacho intentó no llorar, sorbiendo y sus labios en una fina línea que intentó no quitarle con alguna palabra hosca. 

—Steve, Steven… Grant —. Los ojos parecieron corresponder su curiosidad, sus ojos se entrecierran, ¿Grant? Ese no era un nombre Persa. 

—¿De dónde vienes, Grant? 

El muchacho miró hacia el suelo. 

—Persia, señor. 

—Hablas muy bien el griego, supe que allá les enseñan ese idioma además del parsi.

—Sí, parsi, el farsi, es… es mi lengua, nos enseñan a hablar griego, y a escribir desde temprana edad, señor. 

Jake asintió, así que el muchacho hablaba farsi y griego. Él no entendía el idioma de los conquistadores del Imperio Antiguo, pero había que tener cuidado con ese hígado de gato… no, tenía que ser cuidadoso. 

Desde tiempos antiguos el hígado de gato era considerado un mal augurio y mala suerte, quiere tirarlo, matarlo de una vez, es lo que debería hacer. Pero pelea con esa urgencia a la vez que se levanta. 

—Dime, Steven Grant, ¿Deseas morir? Huir de la marca implica castigos, resistirte a ello te ganará solamente latigazos. Se infectarán, y lo sabes, un esclavo que no hace caso, es un esclavo que no sirve —. Bufó, ¿Por qué se molestaba en explicarle? 

—No quiero morir, pero tampoco quiero regalar mi libertad a un Egipcio. 

Los ojos del príncipe se afilaron, esta vez más violentos. Y esta vez los ojos tristes le devolvieron cejas fruncidas y un pequeño destello de ganas de pelear. 

Interesante.

—Cuidado con lo que mencionas, Persa —soltó con veneno. Su odio no era por sí mismo, sabe que es parte de su padre, que habla por él, pero no puede evitarlo, lo lleva presente desde niño, que ahora le es imposible no ponerse tenso cuando le mira como un enemigo. —, que puedo matarte aquí sin considerar que tu vida sea de provecho a la comunidad. Hígado de gato. —escupió en demótico lo último, la lengua del gobierno Egipcio, aquella que usualmente sólo saben los de incluso la realeza.

Tenía que controlar un poco más su temperamento, se recuerda. No puede ir soltando cosas en demótico esperando que entiendan. Además, siempre estaba el peligro de ser tomado a mal por algún extranjero con el cual quisieran comerciar. Siempre podía ser considerado ofensivo, si perdía la paciencia. Sabe además, que el demótico sigue siendo usado por todo Egipcio, pero su padre prefiere que en público o con extranjeros, hable el griego. Dice que debe parecer recatado, limpio, recto, elegante. Es parte de la realeza, y pronto será el rostro de Egipto.

Diplomacia, Jake, diplomacia y tranquilidad, se recuerda. 

—No fue en una intención de ser grosero. Pero es la verdad, valoro mi libertad. 

—¿Qué es esta libertad de la que hablas? ¿Acaso tu nación le tuvo piedad a la mía? Mira a dónde hemos llegado después de su conquista, ¿Acaso no lo entiendes? ¿No puedes verlo, Grant? Que todo esto es gracias a ustedes. Pudimos comerciar en paz, pudimos ser más, pero observa bien —. El muchacho alzó los brazos, como si con ello pudiera demostrar la magnitud del templo. —Es todo esto lo que hemos levantado gracias a la batalla, hemos crecido, nos hemos desarrollado, hemos aprendido. Pero hemos perdido demasiado, ¿Realmente eres tan ciego para no verlo? 

Steven observó alrededor, curioso mientras le escuchaba. Los Persas siempre habían sido hombres de cultura, se lo habían enseñado en clase de historia, lo recordaba bien. 

La batalla se libró cuando hubieron debilidades políticas y económicas en el Imperio Antiguo, mientras que ellos querían expandirse, consideraron poco aptos a los Egipcios de tener la visión de la expansión. Ellos querían conquistarlos por varias razones. La principal era la riqueza y la riqueza natural del país. 

Además, si no mal recuerda, su país también estaba interesado en el control del Nilo, ya que este río era una vía importante de comercio y comunicación. También querían asegurarse de que su Imperio tuviera poderío naval y control del comercio en el Mediterráneo. ¿Realmente es que había sido su culpa? 

No quería ser cruel, pero pudieron hacer las cosas distintas, pero no servía de nada llorar por algo que ya había ocurrido. 

Jake sabe que las fricciones entre ambos países seguía tan profunda que incluso ahora siguen demasiado reacios a comerciar de momento, aún cuando su madre estaba necia a que las disputas políticas deberían menguar. 

¿Él, querer a Persia de su lado? Quiere escupirle al muchacho.

Trata de recordar a su madre, que siempre es tan buena haciendo tratos, mientras él en cambio, siempre prefiere ser como su padre

—Fue una decisión complicada, estoy seguro. Y aún ahora, podríamos comerciar, y no ser esclavos los unos de los otros. —, le miró esta vez más suave. 

Jake sólo fue reacio. No iba a menguar su odio hacia aquello. Pero podía buscar algo que ganar. 

—Tal vez pueda conceder algunas cosas. ¿Qué opinas de ser mi esclavo? Soy Yaakov, hijo del faraón Ptolomeo V, próximo heredero al trono. ¿Qué te parecería ser el esclavo del heredero, eh? —, sonrió esta vez, bajando la guardia lo suficiente, mientras el muchacho pareció suscitar la idea. 

Steven no veía ningún daño en hacer lo que el otro quería, ¿Cuál era el problema? Pero también, hace unos segundos parecía desear su muerte, tiene que tener un seguro de que el príncipe no lo asesinará.

—Un trato. Usted tiene que llegar al trono con sabiduría, de donde vengo, yo sé bastantes cosas… me gustaba mucho leer. No necesitaré más que lo básico y que me deje leer algunas cosas, no pido lo importante, pero me gustaría aprender —comenzó explicando, con lentitud y demostrándole que no pretendía atacarlo, le miraba a los ojos —, a cambio le enseñaré farsi y algunas de nuestras costumbres. Esto lo podría usar a futuro para ayudar al comercio y hacer crecer su Imperio. ¿No suena eso a algo que haría un buen faraón? 

Manipulador. 

Inteligente, pero manipulador, y Jake lo sabía. Un hombre con su audacia y su lengua podía siempre servir como ejemplo y de guía para algo que desconocía. 

Tener a un hombre inteligente cerca siempre era un arma de dos filos. Por un lado podía utilizarlo, por el otro, él también sería probablemente utilizado. 

El hombre era delgado, la piel estaba limpia, al menos del rostro, se preguntó si debajo de la ropa tendría marcas significativas de las que tuviera que saber. 

—Aprender farsi y tus costumbres… sabemos los caminos del comercio, ¿qué otras cosas podría yo querer saber de ustedes? 

—Aprender una cultura ajena significa saber cómo piensa, es asegurar la victoria. 

Yaakov sonrió levemente. ¿Cómo podía un rostro tan inocente ser tan manipulador? Bien, podría concederse el beneficio de la duda, de momento. En cualquier momento podría encajarle el filo de la daga hondo en el pecho, no tenía de qué preocuparse. 

—Bien, Steven Grant de Persia. Le enseñarás farsi a tu futuro faraón, la lengua de los conquistadores del Imperio Antiguo, y sus costumbres. ¿Estás seguro de poder ser lo bastante inteligente para enseñarle algo al príncipe? 

Había un brillo especial en los ojos de Steven, no le gustaban las peleas, definitivamente debió aprender en algún momento sobre ello, pero no sucedió nunca.

No estaba dispuesto a dejar que su vida estuviera en manos de alguien ajeno, ser esclavo era su única línea de luz de supervivencia en aquél momento, y se agarraría a ella con uñas y dientes. Pudiera no haber sido precisamente un soldado Persa, pero lo llevaba en las venas, ¿No? 

Bueno, algo así. 

—Estoy seguro de poder ser más útil vivo y libre, que encadenado o bajo la tierra —le miró. 

Ambos parecían no ceder, por más que Jake fuera intimidante para otros, Steven aunque parecía tener un ligero temblor, y había miedo en él, su mirada no se apartó del mayor, aquello le llamaba la atención. Siempre había dos opciones, correr o pelear. Pero no había muchos que desearan correr y eligieran pelear, aún con todo en su contra. No sabía si considerarlo muy valiente, o muy idiota. 

—¿Aceptarías ser entonces de mi propiedad? 

—No soy propiedad de nadie. 

—En estos momentos, eres propiedad Persa. 

—Eso implicaría que he sido usado y soy meramente un objeto, príncipe, y no es así. Soy un hombre Persa, no soy propiedad de mi país. No soy propiedad de nadie. Si desea aceptar mis términos, estaré halagado, pero no puedo ser su propiedad —se relajó esta vez, los ojos fueron levemente más comprensivos. 

Claro, los faraones y la realeza ahí debería estar un poco más acostumbrada a la posesión de personas, a la ideología de que comprar a una persona significaba poder hacer lo que quisieras con ellos. Y aunque la idea chocara con las propias, estaba seguro de que tendría que indagar más para entenderle. 

Jake asintió, bajando y guardando la daga en la funda a un lado de su cadera. 

—Entonces desde estos momentos, serás entonces mi esclavo. Si no vas a dejarte marcar, llevarás cadenas con mi nombre, me aseguraré de que todos sepan que me perteneces. 

Steven guardó silencio, no sufriría las consecuencias más brutales de una marca. Su piel no sería quemada con el hierro hirviendo a fuego. Su piel morena quedaría sin marca de Egipto más allá de que su mente aprendería su lengua. Y ahora que sabía que tenían el griego en común, sabía que podía escalar a aprender más cosas. 

La gente tenía razón, aprender idiomas abría las puertas, y a él le estaban abriendo las rejas de una cárcel hacía un mar de posibilidades.

—Ahora, puedes salir pasivamente y sin correr, y si lo intentas, no seré tan generoso, esta vez sí te mataré. No tientes mi paciencia, Steven. —comentó casi con un deje de irritación mientras le tomaba del brazo y lo jalaba, para obligarle a avanzar, soltándole y empujando después de la espalda. —Anda, fuera. Que no puedes estar en el templo. 

El nuevo esclavo terminó por hacer caso. Aquello era el mejor trato que iba a recibir al menos durante su estadía.

Cuando salieron, Yaakov observó que tanto Namor como Attuma estaban buscándole y no dudó el chiflar con ayuda de sus dedos en los labios. El sonido los hizo llegar pronto y el príncipe explicó brevemente la situación. Una explicación corta sólo para hacer que el verdugo se alejara, dudoso, y una parte en el interior del heredero le dijo que estaba cometiendo un error. Steven no debería hacerse esclavo, era un peligro.

Un hombre que había ya intentado huir una vez de forma fallida, sólo tenía las armas y el saber cómo no intentarlo la próxima vez. 

Tuvieron que caminar de vuelta hasta donde el maestro de esclavos, para pedirle un par de cadenas para tener al muchacho atado de las muñecas, y pronto emprendieron regreso al palacio real.

Cuando llegó, Yaakov se aseguró de dejar al esclavo en buenas manos, antes de retirarse, adentrándose en el palacio mismo, dejándole a las afueras en los jardínes.

Lo que fuera a hacer, Steven no pudo verlo, pronto le jalaron hacia las afueras, las cadenas en las muñecas siendo jaladas hacia la casa de los siervos, le dijeron. Este era el lugar en donde los esclavos y servidores vivirían, ese sería de hecho, su nuevo hogar. Sin embargo, esta área estaba separada del palacio real, y cuando pudo verla, se dio cuenta que era más modesta, más pequeña, nada que ver con el dramatismo del palacio. 

Tan pronto como le dejaron dentro, se dieron instrucciones, dándole a Steven, un par de esposas de significativo grosor con el nombre de Yaakov, unos jeroglíficos que no podía leer en su totalidad, asegurando que era oficialmente propiedad del príncipe. 

El dueño, se había asegurado de que su padre, supiera que había traído un nuevo inquilino, si estaba o no en contra, el faraón no dijo nada. Ptolomeo V estaba mucho más interesado en otras cosas que ver si su hijo se había cumplido otro capricho más. Era normal, es normal, se repitió el muchacho. Su padre no tenía interés en saber mucho de él. Mientras sus mentores no tuvieran problemas, su padre ni siquiera volteará a verlo. E incluso entonces, duda que pudiera ser el caso.

Durante los días que siguieron, Steven no solamente tuvo trabajo, fue conociendo más gente, y con ello, no tuvo queja alguna cuando algunos hombres a veces le trataban con desdén. 

Probablemente eran hombres del faraón. 

No podía pedir menos. Era un hombre Persa, un conquistador del Antiguo Egipto, y aunque estaba orgulloso de serlo, sabe que no es tan simple. Bien, que él ni siquiera puede ya considerarse Persa, lo han dejado a su suerte y ahora es un hombre sin nación. Pero ha sido criado como uno, se ha decidido en que siempre lo mejor sería seguir teniendo sus costumbres. Incluso en territorio ajeno.

Semanas después, el príncipe por primera vez volteo a verlo. Le había llamado a sus aposentos, y cuando llegó, por medio de una mujer esbelta y morena, que le hizo pasar a través del velo de cuentas largas hechas de madera, observó el lugar lleno de artilugios. Oh, que precioso se veía, aunque no quisiera admitirlo. Había inscripciones de los astros, y la piedra estaba tallada con cuidado. 

La cama, se veía sumamente suave. Asumió que como parte de la realeza, estaría con plumas dentro y que las cobijas en ella estaban hechas de lino fino.

Los ojos le brillaron en reconocimiento cuando vio uno de los mapas, eran en forma de relieves, y representaban mapas lineales del Nilo y de sus orillas. Estaba seguro que era también para entender cómo funcionaban las influencias del faraón por todo Egipto y lo que habían perdido también en dado momento.

Sus ojos analizaron con cuidado hasta ver ostracos en un rincón, y papiro que ni siquiera estaba del todo acomodado. Quiso acercarse pero decidió seguir observando, acercándose con cuidado a tocar la pared con inscripciones. ¿Qué es lo que diría? Sabía algo de demótico ahora, que también había comenzado poco a poco a evolucionar. Su lengua madre, el farsi, le parecía una forma romántica de hablar, y el griego le parecía tan filosófico, de alguna manera soberbio. Pero del demótico, ni hablar, no sabía qué esperar. 

Sus dedos tocaron la inscripción en la piedra. Todo era bello en aquella habitación.

—¿Disfrutando de lo que ves? Husmeador. 

La voz lo hizo voltear de golpe, los colores se le subieron al rostro mientras veía al príncipe acercarse a él, firme mientras le tomaba del mentón, antes de que Steven se retirara bruscamente del toque.

Tenía el cabello húmedo y algunas gotas aún le caían por el cabello rizado, el pecho descubierto y trabajado estaba aperlado mientras algunas gotas aún lloraban en su piel. 

—Sólo fui curioso, no estoy husmeando. —mencionó bajo, casi a la defensiva con el corazón acelerado y el rostro lleno de color. 

Jake sonrió de lado, era un pequeño cachorro de gato asustado. 

—Si sigues asustándote así, te llamaré Nefret en vez de Steven. 

¿Nefret?

—Rojo. Es el color rojo. —sonrió de lado esta vez mientras pasaba de él para ir hacia la pila de papiros con una sonrisa, tomando un par de ellos, regresando a entregárselos. —Si voy a burlarme de mi esclavo, más vale que entienda lo que significa lo que digo. 

El muchacho más alto tomó los papiros. Él era un poco más bajo, y si bien no era precisamente escuálido, sino más bien ligeramente regordete pero sin llegar a obesidad, se sentía algo pequeño al lado del hombre. Sus ojos viajaron por los labios hasta la clavícula y el pecho que saltaba a la vista.

—Aprenderás lo básico, y después iremos viendo sobre los dioses, y los rituales. Me enseñarás farsi a cambio de que te enseñe demótico, ¿Te parece bien ese trato? Iremos paso a paso. 

El moreno más pequeño asintió. 

—Dime, niño Persa, ¿Qué edad tienes? 

—Yo… cumplí ya los 19 años. 

Jake asintió, pronto, él sería faraón, tan sólo unos meses, y sería nombrado la siguiente reencarnación de Horus. Estaba temeroso de no ser suficiente para Amun-Ra, que le negaran ese deseo que tenía de convertirse en el cuerpo material de una deidad. Le era tan importante, que a cada día que pasaba, era más duro consigo mismo, peleando, demostrando ser un buen guerrero, y aprendiendo con destreza sobre matemáticas y filosofía. Incluso había comenzado a practicar la diplomacia con gracia cuando algún disturbio se le presentaba. 

—Tengo casi 20, así que sería bueno apresurarnos, que Thoth nos acompañe en el camino y Sehkmet me dé la fuerza y la protección contra cualquiera de tus malas intenciones. 

—Sehkmet. Thoth. La mitad de lo que dices no logro entenderlo. —admitió con pesar.

Jake solamente hizo una mueca. Entendía que sus dioses pudieran ser diferentes, imaginó que serían los mismos, quizá con distintos nombres, pero iguales en atributos. 

—Thoth, es nuestro testigo en el juicio final. Es aquél que se encarga de ser el escriba de los dioses, y en la tierra, nos ayuda a aprender, escribir, entender. ¿Acaso ustedes no tienen un dios de la sabiduría? Quizá con otro nombre. —explicó mientras iba por una de las piedras delgadas, hasta encontrar la que deseaba

—¡Ah! Ahura Mazda —sonrió leve mientras Jake se acercaba a mostrarle un cuerpo humano con cabeza de Ibis, a un lado venían unos jeroglíficos que asumió serían el nombre de aquél Dios. —, claro, Thoth entonces es defensor de la verdad, entiendo. 

—Podría decirse… es más complicado que eso. Siéntate. 

Había sólo una silla, así que aún con eso, hizo caso mientras observaba al hombre ponerse una camisa de lino y volver con otro par de papiros largos. Abrió uno de ellos en la mesa para mostrarle.

—Él es Thoth, el Dios de la sabiduría, se encarga de decir si somos lo suficientemente dignos de ir al campo de juncos. La verdad es sólo tuya, pero de decir algo incorrecto frente a los dioses y no tener el favor de los 42, no tendrás siquiera oportunidad de hablar con Osiris. Isis se asegura de mostrar el camino, pero nada asegura que puedas entrar. Ahora, ella… —indicó una figurilla de un cuerpo femenino con una cabeza de felino.— Ella es Sekhmet. Es una guerrera, es la furia y la ira del Sol, ¿Entiendes? Es la protectora, la fiera. A mi madre le gusta rezarle junto con Isis.

—Bueno… tenemos algo parecido, pero no es así. Ahura Mazda es nuestro Dios. Es el Buen Pensamiento, para nosotros, el pensamiento es una forma de verdad y sabiduría. ¿Quiénes somos cuando nadie nos ve si no la verdad de nuestra alma? No podría entrar al Chinvat si fuera un mentiroso, Yima jamás lo permitirá. —respondió con recelo.

Quizá lo mejor era comenzar con los dioses, decidieron ambos en sus cabezas por separado. Curiosamente, no tuvieron tantas fricciones como Steven esperaba. Yaakov era bastante interesado en lo que tuviera que decir, y Grant se había asegurado de soltar cada dato que podía sobre su religión.

Mientras, para Jake, en su cultura, le tuvo que explicar que el faraón era la reencarnación de Horus. Tenía que hacerle saber la importancia de Horus, puesto que el mismo era el dios solar, y el faraón era el gobernante, así que era una forma de simbolizar la continuidad entre el gobernante y el dios solar. La reencarnación del faraón también se asociaba con el ciclo del Sol, en el que el dios solar moría cada noche y renacía cada mañana.

Mientras que Isis y Osiris, eran sus dioses principales. Mientras Steven se aseguraba de hacerle saber que había cosas parecidas y otras más complicadas para ellos.

Durante todo aquél tiempo, había logrado soltarse, sonriendo y dejando que el príncipe fuera encantador y ameno en la plática, era más agradable de lo que le gustaba admitir. Se recordó varias veces que no era cualquier ser humano de forma constante.

Para toda aquella civilización, su faraón lo era todo, era la personificación del hijo de la pareja más importante de su religión. De nuevo, no es cualquier persona, de pasarle algo, todo se iría al carajo, ahora entendía la lealtad del pueblo hacia ellos, y el por qué habían seguido al linaje de Ptolomeo hasta aquél lugar. Era peligroso que pensaran que él, un hombre de fuera, pudiera haberle hecho algo, porque aún si fuera una mentira, sería difícil comprobar su inocencia. Incluso en esos momentos, dudaba de que Yaakov pudiera estar de su lado, dado que sobreviviese a algún altercado en su contra, claro.

Durante los días que siguieron, Jake le había explicado algunas cosas sobre la cultura y la forma de comercio.

—Nosotros no usamos la moneda, las cosas son más sencillas aquí, no veo el sentido a tener que complicarnos de la manera en la que me lo propones —dijo, rehusado a la idea de cambiar todo a un par de papeles y cobre.

—Pero Jake. Imagina las posibilidades, la comida no se echaría a perder, además , ya no estarás forzado a comerla en el momento, y es probable que la economía cambie para bien. El intercambio evolucionaría, podrían tener una mejor calidad de vida y una más relajada.

El muchacho se había acercado lo suficiente para acomodar sus antebrazos en el escritorio, mirándole fijo.

Steven a veces hacía eso, no era a propósito, pero a Jake le parecía encantador, y hasta provocativo cuando estaban discutiendo.

—Ni hablar, el intercambio que tenemos es más sencillo. 

Steven se acercó con las cejas fruncidas, había cierto destello de discusión en los ojos. Así es como había aprendido el príncipe, que el Persa discutía y peleaba: palabras y debates. ¿Tendría que ver con los griegos que los persas fueran así o solamente le había tocado la lotería? Aunque para ser justos, los griegos en realidad son bastante más tranquilos, no puede decir lo mismo de los segundos.

—Si pudiera ser así, significa que no podría comprar todo lo que quisiera a largo plazo… o que lo robarían. 

—Por algo es que tendríamos que ver cómo poner todo esto en circulación a gran escala. 

—Yo creo… el trueque es más fácil.

El murmullo fue contra el otro, se quedaron quietos unos segundos. 

—¿Qué tan práctico puede ser el trueque si lo que te costó ganar, lo puedes perder en un segundo? No lo recuperarás.

—¿Quién dice que dejaría que se pierda? 

Los ojos se desconectaban a momentos, pero la tensión ahí estaba, demasiado reacios a separarse, o seguir acercándose también.

—¿Quién te dice que tienes opción? Ni siquiera el faraón podría decir algo sobre lo que le han robado. Y nada asegura que se dará cuenta de que algo así sucedió, con tantas otras… cosas que posee.

—Yo me daría cuenta. 

—Cuando seas faraón, ni siquiera extrañarás lo que perdiste, Jake. 

—Cuando sea faraón, me quedaré con todo lo que yo quiera. 

Los ojos centellearon en fuego vivo.

Detestaba admitirlo, pero Yaakov tenía su encanto, y no había podido odiarlo o ser tan hostil como le hubiese gustado. Dios, es que Steven ni siquiera es un hombre agresivo, algo con lo que muchos de sus compañeros llegaban a codearse con él. Como si tuvieran el derecho de burlarse a juego, por supuesto, ya se había acostumbrado, no le molestaba. Pero estaba consciente de que no es un hombre propenso a la violencia, si acaso podía expresar su molestia antes de irse, y por susto lanzar un golpe, pero, desear pelear es otro nivel para él.

No, no se dejaría llevar por Aeshma. El demonio solamente seguramente estaba seduciendo su persona hacia la furia y la ira, se recordó que los hombres que cometieran actos de crueldad hacia otros, no entrarían al paraíso. De todas maneras no tenía intención ni ganas de ser hiriente con el hombre. No quería ser hiriente con nadie, ni violento, no era alguien así, y no lo sería ahora.

Durante las siguientes semanas, habían pasado mucho tiempo juntos, las horas que antes pasaban, ahora se convertían en largos días de charla donde incluso llegó al punto de llevarlo a sus prácticas físicas de pelea de espada contra otros esclavos.

En aquel momento, Jake se acercaba sudado y con la camisa de lino pegada suavemente al cuerpo fornido, Steven tuvo que apartar un poco la vista para fijarse en el esclavo que estaba en el suelo. Parecía noqueado, no muerto, así que se relajó. 

De donde viene, a veces los esclavos no sobrevivían, se alegra de saber que el príncipe no es ese tipo de persona. Él perdonaría la vida, ¿No? Aunque no está seguro de si se la perdonará a él, una vez que todo termine. Había intentado huir un par de veces, y siempre terminaba igual. 

Ya se conocía la rutina a ese punto. Todos sabían que de encontrarlo merodeando lejos de los aposentos del heredero, lo observaran, casi se sentía aprisionado, sofocado. 

—Siempre les ganas, no encuentro sentido a venir. 

—¿No? Bueno, a mí me agrada, aunque en algún momento, ya verás, algún esclavo va a sobrepasar mis propias habilidades, cuando eso pase, sabré que hay más peligros. 

Yaakov se había acostumbrado a tal punto a tener a Steven alrededor, que en algún momento se había quedado curioso observándole muchas veces, ¿Por qué las facciones del hombre le parecían tan delicadas? Las pestañas largas y negras, los labios abultados, los ojos oscuros, y los terribles y desgarradoramente bellos esos rizos.

—A veces me parece que te expones a más peligros de los que te das cuenta. 

¿Quién le diría a Yaakov que lo que sentía era atracción si se negaba tanto a tenerla por un muchacho Persa? Por un esclavo que siempre que intentaba tener aún más cerca, parecía escurrirse entre sus manos.

—Es parte de mi encanto ser así de salvaje. —explicó removiendo los hombros, como si quisiera deshacerse de un nudo en ellos.

Totalmente innecesario —habló en farsi, para que no supiera las palabras —algún día puede que pase algo más grave. Deberías tener cuidado.

—¿Es que no te lo he explicado antes, Steven Grant? —miró con un brillo en los ojos, el muchacho más joven pudo ver el fuego de violencia en ellos y sintió su estómago removerse extraño. ¿Por qué a veces tenía que ser así? Peligroso, letal. —Los faraones somos la reencarnación de Horus, cuando mi padre deje el trono, seré yo el próximo contenedor. Mi cuerpo es fuerte, pero no es nada si mi alma y mente no tienen la misma fortaleza. El miedo es para los esclavos y los hombres sin honor, ¿Ves a alguien así en mí? 

El menor hizo una mueca, mientras comía semillas en silencio. Le sorprendía a veces que el muchacho lo trajese con él, sabiendo el riesgo de que se escondiera para salir corriendo. 

Y sobre todo, que el príncipe le parecía hasta cierto punto descuidado. Era preocupante, a final de cuentas, habían pasado tanto tiempo juntos últimamente, que ahora no era solamente un captor, era un ser humano que estaba cumpliendo con su deber. Hasta el momento, no le había maltratado, así que no tenía forma de volver a su ideología arisca de antes. Imposible.

Aquél día, no hubo más sorpresas hasta la noche. Normalmente dormía con los demás esclavos y siervos, pero aquella noche, Attuma le había llamado, y le dio instrucciones de guardar silencio y no preguntar. 

Cuando llegó, el hombre quedó a ras para indicarle que entrara, dudó en un inicio antes de hacerlo, observando al príncipe en cama. Había a su alrededor dos mujeres que estaban ayudando a algo… ¿Qué era? Se acercó, cuando una de las mujeres reparó en su presencia, se levantó.

Y entonces lo vió, el hombre estaba acostado y bien arropado en lino, con la piel con gotas de sudor, la húmedad en el cuerpo, mientras la otra mujer le quitaba el exceso del rostro con ligeros toques. 

—¿Qué tiene? —habló a una de ellas. 

La mujer respondió, pero no era griego. Ni farsi. ¿Demótico? Jake aún no me enseñaba casi nada del idioma, le miró confundido, y ella solamente le tomó de la mano para jalarlo hacia el otro lado de la cama, obligándole a ponerse de rodillas con ella. La mujer le habló suave y aterciopelado al príncipe, que respiraba con dificultad en la cama. 

Yaakov. Eso al menos era algo que sí podía entender, el nombre del príncipe, quien abrió los ojos vidriosos, sonriendo apenas si un poco. Respondió pesado a la mujer en la lengua desconocida mientras ellas se quejaban, alzó la voz con molestia, provocándole un escalofrío mientras ellas se levantaban preocupadas. 

—Steven. 

La voz sonó pesada y ronca, cansada, el esclavo acomodó sus manos al filo de la cama para mirarle, casi divertido, a pesar del calor y el dolor del cuerpo cortado.

—Tal vez tenías razón, hay más peligros —cerró los ojos con dificultad. La sonrisa desapareció cuando le dio una punzada de dolor, gimiendo bajo, quiso doblarse.

Grant se levantó para ir por el cuenco de agua y ver la tela húmeda, metiéndola en el agua, escurriendo la misma después para acercarse a secarle, a diferencia de la mujer, él no fue tan cuidadoso, quería limpiar todo. 

Un par de horas después, Ptolomeo V entró a la habitación, seguido de dos guardias, parecía mucho más imponente que cuando lo veías de lejos. Grande, moreno y fuerte, entendía de dónde venía el carácter de Jake ahora. 

El faraón le dirigió la palabra, hosco, no parecía odio ni desprecio, quizá solamente la raya entre la realeza y la servidumbre. Estaba seguro de que estaba preguntando por las mujeres por la manera en la que miraba el cuenco y al príncipe después. 

Por el todo, tendría que preguntarle seriamente a Jake si lo siguiente que podía enseñarle era la lengua del demótico. La barrera del idioma le estaba pagando factura de formas demasiado incómodas.

Steven se hizo pequeño cuando se levantó, quiso hablar, pero escuchó el gemido con fuerza detrás suyo para voltear, Jake tenía los ojos abiertos, tratando de sentarse. El más joven negó mientras comenzaba a hablar en farsi sin darse cuenta para acostarlo con suavidad. 

—¿Un persa? —habló esta vez, el parsi perfecto salió de los labios del faraón. Steven le miró sorprendido. —¿Qué hace un persa aquí, con mi hijo? ¿Eres tú el nuevo esclavo que adoptó Yaakov? —los ojos se habían vuelto hostiles.

—Soy Steven Grant, su alteza. Yo… sí, el nuevo esclavo.

—¿Dónde están las curanderas? No debería un persa estar a solas con Yaakov. —miró alrededor mientras uno de los guardias se acercaba a agarrar a Steven cuando el faraón habló de nuevo en el idioma desconocido.

La voz ronca y cansada salió de los labios del heredero, casi una queja mientras Ptolomeo se acercaba aún más, preocupado, apenas si un atisbo de eso en sus ojos. Steven fue alejado al ser tomado del brazo con brusquedad. 

Comenzaron a hablar, Jake comenzó a hacerlo en griego.

—¿Qué estabas pensando al tener a un persa? Sabes bien lo que nos hicieron. Me desharé de él. Ese hombre tiene seguro algo que ver con tu estado. Ese traidor…

—No, espera. 

—Llévenselo, alejenlo de aquí. 

Jake abrió los ojos, casi pareció asustado, sabía que su padre le tenía cierto recelo a la nación Persa aún después de tanto. Pero no podía ser tanto, no para alejar a Steven de esa forma. 

—Mátenlo. 

La voz fue final mientras miraba a Steven, el corazón del joven se estrujó, ¿Matarlo? No, ese no era el plan, aún tenía mucho que enseñarle. Aún tenía mucho… 

Se removió entre el brazo del guardia, antes de que llegara otro. Steven sintió el corazón acelerado mientras se revolcaba. Comenzó a gritar en farsi, Jake se sintió confundido, tratando de levantarse en queja, se negaba. No podía dejar que mataran a Steven, aún tenía mucho que enseñarle, aún tenía mucho que hacer con él. Aún tenía que decirle muchas cosas. 

El príncipe trató de levantarse cuando escuchó los gritos desgarradores y asustados de Steven que fue sacado de la habitación, mientras su padre lo obligaba a quedarse en cama. Yaakov se sentó con queja mientras miraba esta vez al faraón.

Hubo palabras duras entre el intercambio, que el muchacho extranjero no escuchó , pues no estaba presente siquiera para mirar como entre padre e hijo parecían comenzar una pelea pesada de energía; mientras Steven escuchaba de lejos, sentía las manos tocarle de más, siendo firmes al hacerlo. Sintió disgusto y los ojos se le llenaron de lágrimas, ¿Era la idea de ser asesinado o la idea de ser alejado de Jake lo que le hacía estar de aquella manera?

Antes del príncipe, en su hogar, había sido despreciado por quien era, no de una forma totalmente notoria, pero todos sabían que él era diferente. Era delgado, alto, pero no lo suficiente, anteriormente de cabellos rizados y largos hasta la espalda baja y un rostro mucho más suave y femenino. Con el tiempo, había logrado cambiar las facciones, pero la belleza seguía ahí. 

Lo único para lo que le habían dicho que era bueno, eran las letras y la lectura, no podía aspirar a mucho más en su condición, y aunque había tratado de enseñarse en el arte de la espada y la pelea, lo dejó tan pronto hirió a alguien. 

No, Steven no era un hombre violento, la misma le causaba un rechazo que no trataba de esconder nunca. 

Fue puesto bajo vigilancia, y esa misma noche, a unas horas, decidieron que el muchacho se iría con el Verdugo. Para esto, tenían que enviarlo a otro lugar, los siervos que vió, susurraban cosas que no entendía del todo, y pronto, la carrera hacia Tebas comenzó, sin saber del todo qué pasaría. 

¿Acaso le habían perdonado la vida? Namor se había asegurado de dejarlo en el carruaje, asegurándose de que pudiera al menos esos últimos días, estar cómodo. Parecía tranquilo, casi indiferente, pero si vió o no un destello parecido a la compasión, pronto lo esfumó con palabras hoscas.

El viaje duró 5 días, primero un carruaje tirado por mulas, durante medio día, y después le subieron a él y otros más a un barco especial para esclavos. El camino a Tebas era largo, pero siguiendo la ruta marítima, llegarían pronto. 

Cuando llegaron, observó que en algunas ocasiones los esclavos eran castigados con latigazos, seguido de lamentos. En lo que llevaba de tiempo con Jake, había observado que usaban latigazos como castigo para los esclavos que cometían actos de insubordinación o falta de respeto. Aunque también, podían ser suficientes para causar marcas o incluso lesiones graves. Las veces que lo observaba, Yaakov se quedaba al margen, y Steven parecía tan impactado que terminaba por no decir nada. 

La intensidad del castigo dependía de la gravedad del delito y del amo o capataz que lo impartía, parecía ser. Había varias casas para esclavos, en muchas ocasiones, incluso los mismos Egipcios que no eran de la realeza podían tener uno. No había impedimento para que un esclavo no fuese prácticamente igual a cualquier otro. Pero también, el lugar de los extranjeros capturados, en la cadena alimenticia estaba marcado.

La tercera noche de su estadía, le dieron un pan duro y agua, una de las esclavas había sido dejada sin comer. La razón, no la sabía, pero cuando se fueron, pudo darle su pan, y la mitad de su agua. Tuvo que insistirle en beberla. 

Al día siguiente, la esclava no estaba, se enteró de que la habían llevado con el verdugo, y con ello, a él le tocó castigo, latigazos en la piel mientras le mantenían amarrado con sogas a un par de postes de madera sobre la tierra.

El castigo había sido leve, unos cuantos latigazos, pero, ¿Qué podía saber él la razón de su castigo? Cuando hubieron acabado, lo aventaron con los demás. Nadie se acercó a ayudarlo, y el ardor en su espalda era suficientemente fuerte para caer a la inconsciencia.

A la mañana siguiente, no logró levantarse, soñó con el paraíso, el camino empedrado debajo de sus pies descalzos al caminar, sonriendo y con algo de dificultad. El Chinvat seguro le daría pase al paraíso por su buen pensamiento. Había obrado bien, ¿No es cierto? De no ser así, iría a Druj, donde seguro le esperarán demonios listos para hacerle sufrir por la eternidad.

No supo si estaba durmiendo, si estaba despierto, si estaba muerto al menos por un par de días hasta que sintió caricias en la espalda, logrando hacerle quejarse en un gemido. 

Alguien pareció dejarle en paz, el dolor cesó mientras abría los ojos con lentitud, desorientado, ¿Estaba todavía en el suelo? ¿Cuánto tiempo llevaría ahí? No estaba seguro, y tampoco es que tuviera forma o idea de cómo pudiera saberlo. Hasta cierto punto, estaba perdido.

Los ojos se abrieron perezosos mientras observaba una de las mujeres sonreír calmada, ¿Era aquél el paraíso, la sonrisa prometida de una vida mejor en el camino después de la vida mortal? 

El ardor en la espalda le dijo que no, y se dio cuenta que no llevaba la camisa, tapándose con cierto decoro, coloreandose, quejándose por su movimiento brusco. Alguien a su espalda reclamó mientras le indicaba con toques, que se quedara quieto. Sintió cansancio en cada músculo de su ser. Pronto se dejó caer de nuevo en la inconsciencia. 

La única razón por la que despertó, fue sentir algo pasar por su garganta, un líquido salado que logró despertarlo, el sabor del caldo fue suficiente para avivar sus sentidos, pestañeando confuso mientras observaba que había un hombre con cuidado alzandole de la nuca para que pudiera seguir bebiendo. 

Sus ojos recorrieron los brazos hasta dar con el pecho envuelto en lino hasta que su mirada chocó con la contraria. 

Yaakov.

El príncipe por fin quitó la bebida, y él comenzó a querer levantarse con protestas por el dolor en la espalda, tomando la sábana, se dio cuenta de que estaba vestido, pero una parte de sí se preguntó si le había visto. ¿Se lo habrán dicho ya? Su mente asegura que es así, por lo tanto, le evita pronto la mirada. ¿Le echaría de palacio? 

¿Haría como los demás, hacerlo a un lado? ¿Le tiraría como un animal al desierto, como ha hecho su Persia querida?

—¿Cómo te sientes? 

Tardó en procesar las cosas mientras miraba alrededor, ¿Qué hacía en la habitación del hombre?

—¿Por qué estoy en el palacio? 

—Te traje de vuelta. No creíste deshacerte de mí tan fácil, ¿Verdad?

El muchacho más joven pareció suscitar la respuesta, ¿Por qué querría a ese punto huir? Pensó que aquello había quedado en el pasado para ambos, claro, Jake no tenía forma de saber que ahora sus emociones no se encontraban del todo contrariadas. Ahora estaba consciente de la cantidad de privilegios con los cuales contaba por sólo ser su esclavo. 

No tantos como una concubina, de las cuales, se enteró poco antes que una de ellas era una de las mujeres que le habían limpiado la última vez que estuvo consciente.

—Supongo que no. —susurró en respuesta, una parte de él, esperaba que el mayor le echara una vez que despertara, pero eso no pasó. 

La voz pronto pidió soledad y cuando quedaron los dos, Jake le tomó del mentón para que le mirara. 

El pinchazo de dolor persistía en su pecho. Supongo que no, ¿Suponer? Él no deseaba que Grant suponiese cosas, quería que deseara su lugar, que decidiese que ser de su servidumbre era mejor que cualquier cosa que le espera allá afuera. Que solamente existía él en esos momentos, que él sería el próximo faraón y sería uno fuerte, que ni siquiera los Persas, ni los Griegos, ni nadie, podría ignorar. 

Era un príncipe celoso, incluso con algunas de sus concubinas, y consortes, podía ser bastante serio respecto a que se acercaran demasiado a ellas. Claro, se había asegurado de que en el momento que eso pasara, ellas se alejaran y se fueran a la casa de esposas de su padre o sencillamente se fueran. Él no deseaba a nadie que no fuera a darle su total lealtad.

—Que no se te olvide, Steven Grant de Persia… que yo soy dueño de ti, de este cuerpo, y esta alma, hasta que Horus decida que mi último aliento ha llegado. Hasta entonces, eres mi esclavo y mi sirviente, y planeo proteger lo que es mío. Así que responde, ¿Cómo te sientes? 

Los nervios se le encendieron a flor de piel, el hombre demasiado cerca de su rostro para llegar a sentir el aliento contrario. 

Los ojos oscuros parecían realmente estar preocupados por el más pequeño, y la mano del príncipe acarició el rostro, provocando que Steven cerrara los ojos al toque, ¿Cuándo es que aquel avasallador hombre se había vuelto experto en las caricias? O quizá lleva tanto tiempo sin una, que no se había dado cuenta de la sed de afecto humano. 

El pulgar le acarició el labio inferior, y abrió las pestañas para verle.

—Me siento mejor. Mucho mejor.

—¿Hay algo más que te hayan hecho? —murmura ronco, los ojos se vuelven hielo por unos segundos para relajarse de nuevo cuando el muchacho se lo niega. —Bien, entonces, levántate, vas a comer bien. No puedes estar acostado toda la vida, ¿No crees? 

Jake le soltó, y el menor hizo apenas si un puchero, su estómago sintió un nudo, seguro era el hambre. 

Claro que detestaba cuando los demás le tocaban, le ponían paranoico, pero desde la primera vez que el mayor le tocó, aunque estaba muy consciente de ello y no podía apartar sus pensamientos de esa sensación, no había miedo de por medio. Estaba en paz, tranquilo.

—El faraón sabe que estás aquí, pero de momento, lo mejor es que no vayas con los demás sirvientes, quédate aquí —explicó mientras el menor se levantaba con cuidado, su espalda se sentía como si hubiese llevado un exceso de peso, al punto de que ahora sus músculos protestaban. 

—Jake, no creo que sea buena idea. 

La protesta fue sutil, aún estaba preocupado de hasta qué punto había visto de él, quizá tenerlo lejos le haría sentir menos ansiedad al respecto. Quería poner una barrera entre ellos. Algo que lo hiciera sentir seguro. 

—Mi padre te quiere muerto. Sabe que estás aquí, no hará nada para volver a mandarte de nuevo a Tebas —le miró de reojo, mientras acomodaba la comida que le habían traído al muchacho. Había discutido lo suficiente con Ptolomeo como para asegurarse de que ir en contra de sus deseos era casi tan malo como negarle algo al mismo faraón. —, pero no me arriesgaré, y eso es una orden. Ya no eres sólo un esclavo, ¿Lo entiendes? Eres mi sirviente. 

—¿No deberían los sirvientes entonces ser los que le sirven la comida al próximo faraón? 

El hombre entró por fin a la habitación, dejando ver al hombre, padre y gran recipiente hijo de Horus. Tenía uno de sus iris color rojo y la mirada tan seria y peligrosa como la de un águila. 

Jake se envaró de repente, pero sin mantenerse del todo tenso, sólo le miró mientras Steven hacía lo mismo, con las manos frente a sí. De repente, se había vuelto consciente de que solamente llevaba un camisón de lino blanco y largo hasta los muslos, se puso tenso. Jake tenía que saber, Jake sabía, lo iba a abandonar en algún momento, o iba a intentar algo desastroso. Porque eso es lo que sucede siempre con él, ¿No es así? Un nuevo desastre, un nuevo problema, un hombre sin hogar, y un hombre sin amor. 

—No hubiese tenido que cuidar de él, si no hubiese sido mandado a morir. Tiene latigazos, padre, sólo estoy cuidando de mis súbditos como buen próximo faraón. 

El hombre se acercó lento, no había guardias, sólo ellos tres. 

—Tú, ven aquí. 

Steven no reprochó mientras se acercaba nervioso hasta quedar frente a él.

—Sabes hablar farsi, tengo entendido que le estás enseñando a Yaakov, ¿Me equivoco? 

—Sí… es decir no. Quiero decir, sí estoy enseñándole al príncipe, señor.

Genial, los nervios estaban haciendo de las suyas. Sus labios se volvieron una fina línea, observando al hombre, no se atrevió a desviar la mirada, eran ojos pesados y llenos de un aura que le hacían sentirse pequeño. ¿Eso es lo que Jake se volvería? No le parecía raro que el mismo fuese tan revoltoso ahora.

El muchacho que era ignorado, no pudo evitar querer meterse entre Grant y su padre, pero hacerlo implicaba problemas, y ya se había metido en demasiados para seguir buscando más. Incluso si le había dicho a Steven que no volvería a dejar que lo enviaran lejos, si estaba ahí en frente del faraón, incluso a él le temblaba un poco su intención. 

—Mi hijo no hace tanta revuelta por un simple lacayo, ¿Qué tienes de especial, Steven Grant? No puedes hablar demótico, estoy seguro de que no hablas el lenguaje de nuestros ancestros, la fonética en griego aunque está muy bien, es algo que mi heredero sabe. —alzó la ceja, mirando esta vez de arriba a abajo. Le parecía tan simple, un hombre cualquiera, delgado, un poco más pequeño, había algo en el pecho y mientras iba bajando, sólo volvió sus ojos al rostro. Pestañas largas, labios abultados y suaves, ¿Qué había de la barba que salía? Y la nariz, las cejas pobladas. —¿Es que se ha vuelto un consorte, Yaakov? 

Volteó hacia el príncipe, mientras al más joven de los tres, le lamía el color de las fresas la piel, abochornado miró al suelo. 

No, por supuesto que no. 

—No. 

No, por supuesto que no, pensó Grant, se sentía incluso estúpido pensar en algo. Además, los consortes servían al gobierno y a veces estaban relacionados solamente a la sucesión de los faraones, dado su historial, era normal que Ptolomeo V ni siquiera lo quisiera cerca de su hijo. 

No lo culpaba.

—Acabas de llamarlo sirviente. 

—¿Y no puede ser uno? 

—Tenemos muchos sirvientes. 

—Será mi pashedu, entonces. 

El faraón pareció disgustarse, volteando al muchacho. Ser pashedu del príncipe implicaba entre lo sexual, también la lealtad a Egipto, ¿Qué podía sino ofrecer desconfianza un simple muchacho Persa? 

¿Pashedu? Se quedó quieto, parpadeando confuso cuando después de eso, hubo un aireado ambiente de tensión, miradas que no comprendía, antes de que el mayor le volviese a mirar. 

—Quítate la ropa. 

—¿Qué? 

—Que te quites la camisola, niño. Déjame verte, y si no tienes ninguna enfermedad, ni marca extraña, estarás bien. ¿Escondes algo, acaso?

La voz fue peligrosa, Steven pudo notarlo, ¿Sabría algo? Tembló levemente. 

—No, no puedes hacer eso —se metió Jake, molesto por la insinuación del mayor, no se atrevió a tocar al faraón, pero empujó al más bajo para que quedara detrás suyo. —, es denigrante, y completamente fuera de lugar. Ya lo vi yo, y eso debería bastarte. Si me ha dejado satisfecho, deberías estarlo con mis decisiones también. Ten seguridad de que he visto todo lo que tenía que ver. No hay enfermedad en él, no hay marcas que indiquen algo extraño.

Jake sabía. Jake lo sabía. Lo sabía, lo iba a abandonar. Le iba a dejar, como todos los demás hicieron: en mitad de la nada. Justo cuando pensaba que podría bajar la guardia, lo dejaría, y no podría quejarse.

—¿No padece de Shemsu ? ¿Qué hay de la sep ? No quieres un pashedu que fallezca a los meses. Es como obtener un felino sin poder ayudarlo, te quedarás con el hígado de gato y sabes bien lo que pasará. Sabes que tener Shemsu en el palacio está prohibido. —le miró, parecía relajado. ¿Qué había vuelto loco a Jake para ponerle de aquella manera? No lograba entenderlo. 

Ellos conocían la lepra con el nombre de "shemsu", "los que se levantan", una cruda referencia a las ampollas y a las cicatrices que la enfermedad dejaba en la piel. Horribles, masacre de carne que ningún hombre querría, sobre todo los faraones y los puestos de gobierno. Las personas que padecían lepra eran impuras y están excluidas de la vida pública, eran marginados. ¿Cómo podría dejar que su hijo tan siquiera pudiera traer a alguien desconocido sin checar algo así? Que el próximo heredero compartiera lecho con un impuro.

—Tiene todo el cabello, y no hay cicatrices ni ampollas. Está sano, lo he visto yo mismo, lo he checado, sé bien qué hay que buscar. —gruñó, y aunque no se quitó de en medio, la postura defensiva se había aplacado. 

—Y me dirás que la furia del Nilo no está en su cuerpo, imagino. 

Jake pareció dudar. Todos sabían que la cólera era mortal, era extremadamente contagiosa y de tenerla el muchacho, lo mataría a él.

—Eso pensé. Quítate la camisola, muchacho. Yaakov, hazte a un lado.

El muchacho quiso seguir replicando hasta que Steven le tomó con cuidado del hombro. 

Si estaba en lo correcto, el faraón estaba verificando su cuerpo no solamente para fines de compañerismo, era el sexo, estaba infiriendo que Jake en algún momento tendría sexo con él. La idea lo hizo temblar, era mentira que sucedería, y le daba pavor la idea de ser rechazado, pero tenía que salvar su vida, ¿No es así? A cuestas incluso de un poco de incomodidad. 

Hizo a un lado al príncipe que le miró casi con un atisbo de terror, Steven le sonrió para darle ánimos, haciéndole a un lado, mirando al faraón unos segundos, esta vez sin miedo. Salvaría su vida a cualquier costa, incluso si eso significaba dejarle ver su cuerpo y dejar que Jake lo usara como quisiera. 

Se quitó la tela de encima, dejando su cuerpo desnudo al descubierto. 

Tenía cicatrices pequeñas en las caderas, algunas de peleas o disputas de antes de llegar a Egipto. Pero sobre todo, las cicatrices en el pecho, grandes y visibles, rosadas, hicieron que el faraón frunciera el ceño. 

Los ojos recorrieron hasta el pubis, Steven tuvo que hacer puño las manos para dejarse ver, mientras el faraón verificaba que no hubiera algo de peligro, asintiendo suave, Jake no podía observar, evitando la propia pena de no haber podido convencer a su padre. 

Pero claro, ya había tenido muchas batallas ganadas, su padre se preocupaba por su salud, sabe que es así, pero le hubiese gustado que confiara en que hacía las cosas bien por esta vez, ¿Era tan difícil?

No hubieran tenido que hacer pasar a Steven por esa humillación si tan sólo lo hubiese escuchado.

—No tiene la furia del Nilo, padre. Ha tenido fiebre por los latigazos, ha mejorado, ya está casi recuperado. 

—Puedo ver que es un buen… una buena prospecta. 

Comentó dudoso.

Steven se mordió el labio, un buen prospecto, quiso debatir. No se atrevió, juntando sus labios aún más para no soltar ningún sonido, con los ojos queriendo humedecerse. Ha tenido tantas riñas con hombres antes al respecto, una más no es nada. Sólo una más para salvar su vida, y estaría bien. 

—Así que puedes dar herederos, pero no podrás alimentarlos. 

Steven le miró entonces, ¿Es eso lo que buscaba Jake? Que tuviera hijos con él, porque lo haría, si eso aseguraba poder vivir, lo haría, le daría sucesores. Asintió. 

—Podré darle herederos, si es que así lo desea Isis, podré darle protección, si es lo que me pide, le daré lo que desee al futuro faraón, pues soy un humilde sirviente y esclavo a su disposición. —aseguró. No tuvo idea de dónde llegó la valentía para decirlo sin que la voz le temblara. ¿Estaría enojado? Era normal, de ser el caso, Jake tenía razón en que había cierta denigración en ello, pero también, no lo era, solamente se sentía atacado. 

Lo único que buscaba el soberano era que su hijo tuviera una larga vida, donde su linaje no se perdiera y pudiera vivir de una u otra forma. Y él, en esos momentos, buscaba su supervivencia. No eran tan diferentes. Ambos estaban buscando vivir el mayor tiempo posible.

—Isis. ¿Acaso has aprendido sobre nuestros dioses? 

—El príncipe me ha estado instruyendo en lo que necesita que yo sepa. —mintió con descaro. Estaba seguro de que Jake no había mencionado ni por error el trueque de información que habían pactado. Y sobre todo, él mismo había decidido aprender más sobre los dioses.

—Que Isis te acompañe, entonces. Sé un buen jed, ¿Quieres? 

La pregunta salió casi venenosa, no era odio, era desconfianza pura, mientras se daba media vuelta, quedando frente a Jake, quien aún miraba el suelo, y estaba a un lado del faraón. Jake podía ver el costado de su padre, imponente, grande. De pequeño le había dado hasta cierta incertidumbre, terror, saber que el faraón era capaz de destruir con sus órdenes a quien sea.

—Espero que sepas lo que haces. Un error, Yaakov. Es todo lo que necesito. 

Los pasos fueron conduciendo lento al hombre hasta desaparecer de la habitación, dejándolos solos. 

Ptolomeo sólo necesitaba un error para matar a su Steven. Suyo. Porque era suyo desde que decidió que le serviría, suyo para cuidar, como un cachorro, como un felino al que debe resguardar. 

Steven tomó su camisón para pegarlo a su cuerpo con pena. 

—Lo sabías. 

Jake le miró entonces, parecía abatido.

—Necesitaba ver que estuvieras sano. 

No quiso tomarlo a mal, decidió ponerse con cuidado de nuevo la tela sobre su piel morena. 

—No te usaré para herederos, si es lo que piensas. 

—Imagino bien lo que es un… ¿Pashedu? Un jed, así que, si eso es lo que deseas de mí, podrás tenerlo. No me opondré a darte sucesores. 

Jake tensó la mandíbula, ¿Era ese el tipo de persona que pensaba él que era? 

—Puedes irte, entonces. —mencionó. Sabía que estaba siendo impulsivo, no es cualquier hombre, es el heredero. Sería un faraón justo, y honesto.

Sería un digno hombre y vasija para el alma de Horus, el Dios del Sol, la verdad siempre estaría a su lado, mientras que la energía, versatilidad y violencia sería siempre parte de él. ¿Acaso pensaba que era menos? Que se rebajaría a intentarlo engañar o manipular, pero sobre todo que podía tomarlo sin preguntar. 

Bien. Podría hacerlo. Podría decirle a Steven que se acostara y le dejara hacerlo suyo, pero no lo haría, no ahora, al menos. Estando tan molesto, solamente lo marcaría con enojo, ni siquiera podría disfrutar de él, o cualquier concubina, en realidad. No era apropiado. 

—¿Qué? 

Sintió el color irse de su rostro. ¿No era eso lo que buscaba él? 

—No tomaré a alguien que no me desea, seré muchas cosas, pero no alguien que toma a la fuerza a sus mujeres… —le miró de arriba a abajo.— u hombres. —aclaró firme. 

Una parte de él, muy pequeña, se regocijó de que Jake pudiera verlo, de que las cosas parecían seguir igual, de momento. No era una mujer, Jake podía verlo, y él estaba tranquilo con eso. El problema era otro, y su corazón tembló cuando le dijo lo siguiente.

—Vete. Dile a Namor que dormirás con los demás hoy. Pídele a Layla que venga. 

Tal vez, al menos en brazos de su concubina especial, estaría mejor, ella sabría qué decirle, siempre sabía. 

El muchacho se fue, sintiéndose apenado por las prendas, pero Namor no se inmutó cuando le vio. Nadie parecía sorprendido cuando llegó, le trataron normal y una de las sirvientas terminó por darle prendas limpias. 

El muchacho estaba sonriente aquél día, por fin había comenzado a entender casi en su totalidad algunas palabras en los jeroglíficos, ahora entendía que era un lenguaje fonético. Era agradable conocer más, pero sabía que Jake solía reírse cuando comenzaba a leer las figuras en voz alta. 

—A veces te oyes como un niño aprendiendo sus primeras palabras.

—Grosero, deberías estarme ayudando, no estarme haciendo pasar vergüenzas. 

—¿Vergüenza, yo? Pero si tú eres el que quiso aprender a leer eso. —se burló, no era mal intencionado, y por unos segundos, Steven pensó que tenía la risa más bonita que había escuchado nunca. Cierto, tenía que volver a lo suyo.

—Espera, ¿cómo se dice esta palabra? Tampoco entiendo qué significa.

El príncipe llevaba una piedra fina y delgada del tamaño de una página, en la mano con varias inscripciones en griego, pronto la dejó de lado antes de acercarse a él.

Desde detrás del menor, se acercó, sus cuerpos no estaban pegados y aún así, Grant se sintió demasiado consciente de ello, el calor que desprendía, el olor a Mirra que emanaba de él, uno muy sútil que no le empalagaba la nariz.

Jake puso la mano en su hombro, pensativo. El muchacho se puso tenso por unos segundos, antes de volver a relajarse.

—Hmm, sí… es un cuento de Esopo, uno de los griegos esos. 

Hizo un ademán cansado. 

—¿Cuál cuento? 

—Ya sabes, el cuento para niños del escorpión y la rana. 

Los ojos del muchacho lo miraron expectante. 

—Tú no… ¿Nunca has escuchado ese cuento?

El muchacho negó, Jake se sentó al filo del escritorio, sonriendo esta vez, tomándole del rostro con cuidado para que lo alzase, le parecía lindo cuando el muchacho se veía perdido, una pequeña exquisitez exótica, si le preguntan a él.

—¿Debería añadir esto a la cosas que me gustaría enseñarte?

Las mejillas se pusieron coloradas, antes de que el joven le lanzara un manotazo, provocando una risa pequeña en él.

—Eres un niño.

—No soy un niño, tú eres… tú —respondió con mal humor, con las orejas calientes, volviendo entonces a lo suyo. —, si no me vas a contar, entonces vuelvo a lo mío. Igual ya no quiero saber. 

—Ey, ey, ey, no hagas puchero —sonrió divertido, acomodándose detrás suyo para tomarle de los hombros y se reclinara en la silla. Masajeó los hombros con sus pulgares, una de las manos se deslizó al cuello para obligarle a  alzar la mirada al empujar su mentón, quería que pudiera mirarle desde abajo. El príncipe solamente pudo volver a pensar en aquellos grandes ojos tristes. —, bien, te contaré. Pero déjame hacerte travesuras. 

—Las travesuras son para niños, príncipe.

El comentario salió doble intencionado, haciéndole sonreír de nuevo, acarició su garganta y el muchacho no pareció incómodo mientras lo hacía sutilmente. ¿Cuánto era suficiente? ¿En qué momento se daría cuenta de que aquello era más y se negaba a verlo? Porque hacerlo implica muchas cosas, sencillas en su mayoría, pero más que eso, en realidad quizá no busca la responsabilidad que conllevaría hacer lo que quiere hacer.

¿Era egoísta querer los beneficios sin lo demás? Se pregunta si debería alejarse, está muy cerca de la cornisa de una locura en espiral que sabe que una vez dentro, no podrá salir. 

—Hubo una vez un escorpión y una rana. El escorpión le pidió a la rana que lo cargara para cruzar el río, y la rana le respondió: ¿Cómo sé que no me picarás? El escorpión le dijo que no podría hacerlo, porque eso implicaría que él también se ahogaría. Bueno, ante el razonamiento del escorpión, la rana aceptó. Cuando ya iban a la mitad del río el escorpión picó a la rana. Cuando la rana le preguntó ¿por qué?, si los dos vamos a morir; el escorpión respondió: es mi naturaleza. 

—¿Y ya? 

—Y ya. 

—Qué horribles son los escorpiones. 

Jake sonrió, soltándole para ir por unos papiros. El muchacho se quejó por la ausencia del toque, pero no dijo nada. 

—Madre me dice Escorpión. 

—Qué horrible eres, entonces. 

El más alto regresó con los papiros en mano antes de tomar el tintero para comenzar a escribir algunas cosas en un papiro en blanco.

—No soy tan horrible, el escorpión representa el renacimiento y la regeneración. Los escorpiones tienen la capacidad de autolesionarse, tienen la fortaleza o la voluntad suficiente para hacerlo, y después volver a renacer. Madre habla de eso, de la idea de volver, una y otra vez, después de cada adversidad, una persona que no se rinde, incluso si ella misma es la que se sabotea.

—¿Y tú, te saboteas, Jake? 

El mencionado le miró unos segundos, apartando la vista de lo que hacía. Miró los labios del otro, y luego los ojos, parecía genuinamente jamás saber lo que hacía, pero era suficiente para hacerlo maquinar en su cabeza. 

Nunca podría tocar lo prohibido. 

Quizá era más porque sentía que no estaba listo, y nunca lo estaría para algo así. Se pregunta cómo es más fácil la idea de llegar a ser faraón que aquello.

—Sí, a veces. 

Volvió a lo suyo. Sí, se autosabotea constantemente, sus deseos, sus anhelos, enfrascados en su mente para no salir.

—Si lo pones así, el escorpión no es tan malo. Quizá no seas tan feo, entonces. 

Ambos quedaron en silencio, y el joven Grant no pudo dejar de pensar, en que en realidad, Yaakov, hijo de Ptolomeo V, y Cleopatra I, era en realidad, irremediablemente uno de los hombres más atractivos que había visto nunca. 

Layla era una mujer delgada, pero fuerte, la mayoría de las concubinas se llevaban bien con ella, sobre todo las del faraón, que solían darle consejos sobre cómo ayudar mejor al príncipe. Al menos un par de ellas y sobre todo la madre, que era la esposa principal. 

Era obvio el por qué. Se había ganado el favor de la mayoría, así que el resultado directo era que le tendieran la mano para llegar con Yaakov al lecho, que le diera incluso un heredero.

Las demás mujeres podían dar consejos, pero no todas eran tan bien intencionadas. 

Cuando llegó con Jake, el hombre parecía abatido, le daba la espalda a la entrada y estaba sentado en la cómoda cama, al filo de ella, parecía estar pensando. 

La mujer se acercó hasta él, quedando frente al mismo para poder acomodarse de rodillas entre las piernas de su príncipe. 

—Estás afligido. —acarició con cuidado la mejilla. 

Entre ellos no había romance alguno, pero la comprensión y la relación platónica estrecha era lo que lograba dl favoritismo hacia ella. Estaba dispuesta a darle a Jake su heredero, cuando el tiempo llegara, mientras que el mismo la dejaba andar libremente para saber los cotilleos del castillo. Claro, incluso para el príncipe, era importante saber lo que decía la servidumbre. 

—¿Es por el muchacho Persa? 

Layla sonrió cuando sintió la quijada tensarse. Alargó el cuerpo para besar los labios con cuidado. 

—¿Qué te molesta tanto? Puedes tomar a quien sea, tener a quien quieras como siervo, ¿Qué es lo que te tiene tan embelesado, príncipe? —preguntó con cuidado,  a veces, las preguntas así podrían ser peligrosas. 

Pero el hombre sonrió, dejándose hacer mientras ella comenzaba a abrazarle con cuidado por el cuello. Parecía dispuesta a saber, no de una forma sofocante, pero el hombre la conocía muy bien para saber que le sacaría las respuestas, y lo haría tan bien que ni siquiera se daría cuenta, o peor aún, le dejaría con la idea de que en realidad era él quien quería contarle y estaba totalmente loco por decírselo.

—No lo sé. No es un hombre convencional. 

—Tengo entendido que es… diferente, sí, ¿Es algo que te gusta de él? 

—No sabría decir si es gusto, o sencilla curiosidad. 

—Si es el sexo lo que buscas con alguien así…

—No. 

—¿No? Muchos lo considerarán exótico, si lo dejas libre por ahí.

—No quiero compartir el lecho con alguien que piensa que solamente lo estoy usando. Si te adoro y te aprecio, compartimos calor, ¿Por qué habría de mancharme con algo como sexo por puro deseo? 

—Siempre fuiste demasiado romántico para tu bien. Sabes que puede que no sea del todo inconveniente compartir lecho con alguien para obtener un primogénito.

—Mhm. 

Jake terminó por acostarse para darle espacio a Layla a que se acomodara, abrazándose a la espalda del hombre para acariciarle el brazo.

—Jake, no siempre podrás hacer esto.

—¿Hacer qué? 

—Sabes qué.

Jake lo sabía. No podía negarse a tener una concubina principal cuando llegara el momento. Habían hablado muchas veces de ello, Jake había decidido que fuera Layla y ella había aceptado. Pero últimamente incluso siente rechazo hacia su linaje. ¿Por qué tenía que ser tan complicado?

Tantas responsabilidades a veces podían agolparse y ser abrumadoras.

—Steven se ve como un buen muchacho. —comentó con suavidad.

—Es un Persa. 

—A la mayoría les agrada, es un buen hombre, para un buen futuro faraón. Si lo que deseas es tenerlo, puedes tomarlo. 

—No lo entiendes. 

—Explícame.

—Yo no deseo que me elija por miedo. No deseo tomar lo que no es mío. Quiero decir, claro que lo quiero para mí, pero no lo haré. A ti nunca te forcé a ser mía, te entregaste por voluntad propia. 

Ella besó el hombro con cuidado. El príncipe de alguna manera, siempre había sido sensible, más adepto al romance que su padre, pero el mismo no se quedaba atrás. Quizá era parte de quiénes eran. 

Tal vez Jake era un eterno enamorado de la ilusión de lo que significaba amar a alguien, siendo el faraón. Layla sabe desde que es pequeña, que en los juegos de la política, uno nunca debería jugarse el corazón, porque siempre ibas a terminar perdiendo. Y claro, quiere a Jake, lo adora con el alma, pero es su amigo, son amantes, pero no hay esa conexión. Es parte de ellos el haber sucumbido al cariño, pero sabe que el moreno tiene razón. Nunca ha sido forzada a nada. 

Y que al final del día, Jake se dejó seducir por ella, como un cortejo inocente.

—¿Y qué harás? —murmuró sobre la piel cálida del hombro, sus dedos largos y cuidadosos acariciaron el brazo hasta llegar a la cadera, con cuidado besando la nuca, los dedos subieron por el costado del cuerpo.

Aquella noche, Jake dejó de pensar, dejó de responder, lo que haría o no con ese Persa, sería para su yo del futuro, en aquellos momentos, había una bella mujer reconfortando su persona con todo el cariño que tenía para él, y estaba dispuesto a tomarlo con los brazos abiertos. 

Era normal tener varias concubinas en el reino, la mayoría de ellas, eran elegidas por el mismo faraón, y por supuesto, también era común tener hermanos de otras madres, pero no importaba demasiado si no eras el primogénito, eso era lo importante. Y él lo era. Las demás mujeres de su padre tenían a sus propios hijos, muy pocas veces los veía y en algunas ocasiones, tampoco los conocía. No es que no tuvieran papel dentro de la cadena, en realidad no tenían poder alguno, pero existían. 

Ser faraón podía ser más complicado de lo que se dejaba ver al inicio. Como todo, tenía sus responsabilidades. 

Muchas veces tuvieron discusiones donde el menor le decía que no necesitaba aprender ciertas cosas, entre ellas cómo dialogar, que podría tomar lo que quisiera cuando él lo deseara. Le diría que prefería ser temido, porque de esa manera, entonces todos entenderían que la traición y la pena de muerte iban en el mismo paquete. Porque nadie se atrevía a desafiar a un hombre temido. 

Nadie se atreve a amarlo tampoco, le había desarmado su padre con esas palabras. 

Jake deseaba ser amado. Y lo era, hasta cierto punto. Su madre cuidaba de él, junto con su hermano menor, Ptolomeo VI, a quien de alguna u otra manera, había resentido siempre, ¿Por qué tenía un nombre distinto, de dónde había venido tal idea, y por qué? Su madre solía decirle que las cosas eran más sencillas que complicadas. 

Que su padre le amaba tanto al nacer, que aunque no obtuvo un nombre Egipcio, se aseguró de que su nombre prevaleciera incluso a futuro. 

—Mamá, ¿por qué me llamo Yaakov?

La mujer estaba deshilando los rizos mientras él estaba sentado en una pequeña piscina dentro del palacio donde solían tomar las duchas, estaba desnudo y curioso de la respuesta. 

—Bueno, hijo, Yaakov tiene varios significados, sabes. Vienes de mi vientre, mi primer hijo, y el primero de tu padre, eres el primogénito, el que viene a reinar —explicó con una sonrisa. —, es un nombre de fuera, viene de lejos. Significa “ser más listo”, “el que suplanta”, “el que sigue tras”, significa que eres el siguiente, mi pequeño escorpión. 

—Me hubiera gustado más ser Ptolomeo VI, mamá —expresó con un puchero, el juguete de madera en sus manos se hundió en el agua un poco y lo volvió a sacar. 

—Yaakov es un buen nombre, escorpión, sólo tienes que tener fe, en que algún día podrás entender por qué es que te llamas así. 

—Me niego. Es un nombre horrible, yo no quiero suplantar a nadie. —comentó con un mohín, y aunque en esa edad no lo sabía, se habría dado cuenta de mayor que ser Ptolomeo VI no hubiese cambiado su sentir. Él no quería ser nadie más que no fuera él mismo, no quería ser el suplente de su padre, no quería ser la copia, ni el que tienen de segunda opción. 

No se daría cuenta hasta más tarde, que haría todo por hacer que Yaakov, fuera un nombre reconocido para todos, como el hombre que atormentaba a todos y como aquel faraón justo y feroz en el que estaba convirtiéndose a ojos de su madre, también claro, del silencio aprobatorio de Ptolomeo V, del cual nunca sabría si no fuera por su madre.

—Ser el suplente es más que ser el que sigue, Yaakov. Significa estar para todos cuando nadie más está. Cuando la autoridad suprema ha fallado, eres el primero al que recurrirán. Significa confianza para el pueblo y fortaleza para tu padre. Cuando tu padre muera, Horus se instalará en ti, ¿Crees que sea tan malo que su nombre humano vaya a ser Yaakov? No. Horus no suplanta, Horus protege, es el sol, es la vitalidad y la luz, hijo mío —explicó mientras tomaba un cuenco vacío de cerámica para llenarlo de agua antes de echarle en el cabello. —, si Isis ha permitido que nazcas, es porque piensa que eres digno, si ha permitido que sigas tu camino hasta ahora, significa que tu nombre ha sido bien escogido. ¿Me escuchas?

Jake hizo un puchero, no tendría más de ocho años mientras ella le lavaba el cabello con cariño. No entendería hasta ser faraón, que su madre tenía algo de razón.

Asintió mientras jugaba con el agua, el juguete se resbaló de sus manos, y sólo lo observó irse hasta el fondo, con lentitud esta vez. Qué horrible era su nombre, pensó.

Cuando el faraón volvió a hacer acto de presencia, días después, miró a Steven que estaba escribiendo algo en un papiro con ayuda del príncipe. El menor de los tres se levantó, con un gesto de respeto.

—Pensé que podría venir a ver si estás haciendo los preparativos para tu coronación, me han dicho que no has ido a que puedan probarte tus trajes ceremoniales. 

—Lo haré, pero no sabía que habían llegado antes. 

—Desde el alba que están aquí, ¿Tu madre te ha ayudado ya con la elección para la corona?

Jake negó suave, su madre estaba débil desde hace tiempo, y aunque ella quería seguirle a todas partes, no quería molestarla con ello, así que había estado postergando lo mismo, su padre asintió, sin molestia, mirando a Steven antes de simplemente devolverse.

—Ve a que te hagan las medidas para el traje, también tienes que ir con el sabio, el ritual de purificación será dentro de unos días. Y llévate al esclavo. No quiero que se quede solo por ahí. 

A partir de entonces, Jake tomó aquello como permiso para llevar a Steven de un lado a otro, si bien Jake parecía más frío que antes, el niño extranjero no tuvo la valentía de decir algo al respecto, ¿Acaso había ofendido al príncipe al insinuar que deseaba algo con él? Es decir, sabe que… sabe que tiene el útero que puede engendrar el hijo que desee, pero, ¿Era su condición tan deplorable para rechazarlo a tal punto? Quizá había sido grosero al insinuar que deseaba algo de él, cuando en realidad sólo lo quería como un sirviente con quien poder compartir experiencias, con quien aprender más allá de sus arenas.

Por su parte, Yaakov había decidido que acercarse al muchacho Persa era solamente un problema tras otro, no tenía nada que ver con el hecho de sentirse hasta cierto punto aún molesto por la idea de que Steven pudiera dejarse tomar y poseer por alguien. O que siquiera creyera que él era capaz de algo así sin su permiso o deseo.

En mitad de las mediciones, el Persa tuvo la oportunidad de ver semi desnudo al príncipe por primera vez, causando un sonrojo violento en las mejillas antes de dar media vuelta para darle la espalda, algo de decoro. Sí, era normal ver gente desnuda, no le molestaba, la cosa es que era Jake, no era cualquier persona, era Jake el que estaba ahí desnudo, eso ya lo volvía algo que lo podía perturbar. 

—Ven aquí muchacho.

El hombre que estaba ayudando a Jake, le llamó, y a pesar de todo, tuvo que hacer caso mientras le pedía que sostuviera un par de telas al final del talón, para cerrarlas y poder mantener todo en su sitio, y la otra mano ayudando a mantener la ropa en la cadera desnuda. Si al príncipe le molestaba que le viera en ese estado, no dijo nada. En realidad parecía no querer hacerlo, ni siquiera mirarlo… ¿o es que ya eran completamente indiferentes el uno del otro? 

La idea le removió el pecho, pero trató de apartarla, no era su lugar, y no tenía derecho alguno a sentirse de esa manera. No está seguro de que alguna vez fueran amigos, no tiene por qué sentirse de esa manera.

Cuando hubieron terminado, cualquier rastro de pudor se había ido, ahora se sentía molesto. ¿Por qué es que ahora se sentía tan lejano? Se sentía mal, se tiene que recordar que no eran nada, si no es que sólo un instrumento, no eran nada, sólo… es su concubina, o algo así. ¿En qué momento Yaakov ha comenzado a ser ahora realmente su dueño? Lo peor es que él se ha dejado, porque le gusta su compañía, le gusta tenerle alrededor.

Sólo es alguien que tendrá el fin sexual, y eso si es que alguna vez decidía el soberano que tenía ganas de intentar con él. Además, Steven se asegura que tampoco desea ser tocado por el mayor.

No, ¿Él, querer que Jake haga algo? Tonterías. 

Cuando hubieron terminado de tomar medidas, pronto le dieron algunas instrucciones mientras el más pequeño le esperaba en un rincón, cercano al pasillo. 

A los minutos, Jake pasó de él y supo que debía de seguirlo, llevaba en manos una caja de madera llena de algunas pinturas e inciensos que parecía que el príncipe tenía que usar. 

Cuando llegaron a los aposentos ya tan conocidos del príncipe, Steven pasó después, pero el príncipe cerró con cuidado antes de observar que la caja estaba puesta en la mesa.

El príncipe no dijo nada mientras abría la caja y durante varios minutos, que al contrario le parecieron demasiados, el menor por fin explotó.

—¿Hice algo mal?

—¿Cómo que? 

Jake comenzó a sacar las pequeñas pinturas cerradas y compactas, una botella de agua junto a unos pinceles. 

—No sé, algo que te molestara, sinceramente no comprendo qué hice. Algo te molestó, desde entonces sólo… estás distinto, me tratas diferente. 

El mayor sólo siguió sacando las cosas, encendiendo uno de los inciensos mientras pensaba en qué decirle, ¿qué se supone que hiciera? “Me molesta que pienses que voy a tomarte”, o quizá peor “No quiero tomarte”, cualquiera de las dos ideas eran terribles. Es un príncipe, ni siquiera debería preocuparle lo que piensa un extranjero. Quizá si fuera como al inicio, cuando el desprecio todavía era palpable.

—Jake… —la voz sonó dolida cuando le tomó del brazo. 

El enojo fue suficiente para soltarse del agarre con un movimiento, dando pasos agigantados contra él, dejando que el muchacho se retirase, trastabillando hasta golpearse con la pared, las manos del príncipe a cada lado de su cabeza. Parecía furioso, pero más que estarlo, se sentía tenso. 

El más bajo le miró, entre sorprendido y confundido, pensó que ya habían dejado ese tipo de juegos hace un tiempo, pero no había una hostilidad real en esos ojos, parecían más bien tratando de encontrar algo en él.

Durante varios segundos, se quedaron mirando hasta que el más bajo se atrevió a poner la palma en su pecho. El príncipe estaba tan acelerado como él.

El muchacho le acarició el rostro al príncipe, acercándole para un movimiento definitivo, con miedo y terror más que nada, pegando sus frentes en silencio. Acarició su nuca, cerrando los ojos. 

—¿Por qué sería diferente? —murmuró el mayor, las palabras congelaron al más pequeño, al punto de hacerlo dudar de si debía tocarle en primer lugar. 

—¿Qué?

—¿Por qué debería seguir tratándote como antes si todo lo que piensas de mí es que quiero usarte? 

Steven le miró confundido, pero le acarició con cuidado el rostro. Aquellas eran aguas peligrosas, de no saber nadar, o que algo le agarrara… cualquier comentario, o acto, podría costarle la vida. 

—¿No es eso lo que hace un Pashedu ? —murmuró, parecía dudar, ¿Acaso no era uno para el hombre? —Aunque, tal vez entendí mal, comprendería que en realidad no me veas así, es probable que en realidad ni siquiera te convenga uno extranjero, sobre todo si soy Persa. Entendería si es uno Griego, creo que incluso sería más conveniente…

El dedo del príncipe en sus labios le obligó a guardar silencio, se sentía tan cercano a él ahora en cuestión de segundos, y al mismo tiempo había un abismo de diferencia. Eran de dos mundos distintos. Él solamente era un muchacho abandonado por su país, debido a quién era, su historia, sus cicatrices, era un fenómeno que si bien no iban a erradicar ni ser activamente violentos, ¿Quién dijo que excluirlo no podía ser tan doloroso como un golpe? Desconectado, así es como se sentía de todos los demás.

Estar con Jake había sido una experiencia única, no cualquiera podía ser… simplemente encantador de esa manera sin hacerlo sentir incómodo. En realidad le agradaba cuando llegaba por detrás a abrazarle y fingir que lo ahorcaba, o cuando le volvía a fingir que lo sacaba del templo. En alguna ocasión incluso despertó, recargado en el escritorio con una de las sábanas del príncipe. En secreto, pensaba en lo mucho que le gustaba su olor.

Le gustaba estar con él. Bien, no es que de todas maneras pudiera estar con alguien más. El faraón había sido claro: no quería a Steven merodeando por ahí. Y no es que quisiera estar solo, así que tampoco se quejaba de tener que seguir a Jake de un lado a otro. Al inicio había sido cansado. 

Se había dado cuenta de que el príncipe tenía bastantes responsabilidades con las cuales cumplir y que la presión podía ser de hecho, lo suficiente para hacerlo sentir asfixiado incluso a él. 

Tenía que aprender filosofía, matemáticas, ciencias, astronomía, además de ser versado en lingüística y griego, geometría, dibujo, incluso poesía. Parecía que todo sucedía al mismo tiempo a la misma vez. Además de eso, estaba preparándose para ser faraón, por supuesto que tendría más trabajo del usual. Conocía comerciantes y sus rutas, estaba con nobles en cenas, almuerzos, caminaba por los jardines con algunas hijas de gobernantes y gente de alta cuna, tenía que aprender a dirigir y comenzaba a tener que cuidar sus palabras. 

El Persa era su sombra y el que al momento de necesitar algo, iba a por ello y regresaba. Aprendía junto con él, observaba, juzgaba, pero más que nada, a diferencia de lo que pensaba el actual faraón, su intención era puramente la de proteger a su amigo. 

Aquella noche, el comercio entre Persia y Egipto comenzaría a pactarse, la esposa de Ptolomeo, Cleopatra I, había decidido que era suficiente el orgullo de su marido como para seguir ignorando las necesidades del pueblo y los beneficios que podrían darse mutuamente. A diferencia del cabecilla, ella era comprometida a la paz y las segundas oportunidades. 

Aquella noche, los invitados durmieron en algunas habitaciones alejadas del príncipe, importando también proteger al faraón, como era obvio. Aún así, estaban protegidos por los guardias. 

Aquella noche, Yaakov le pidió al Persa que se quedara con él. Ya habían varias noches que le pedía hacerlo, nunca se tocaban, era el agradable acto de solamente acostarse de lado uno frente al otro.  Podían quedarse mirando en la oscuridad imaginando qué clase de rostro tenía el otro. A través del tragaluz,  a veces la luna les pegaba directo, casi parecía feliz de alumbrarlos con intensidad. El primero en dormir solía ser el más joven, y el príncipe podía quedarse observando un largo tiempo. 

Le gustaba mirar las pestañas cerradas, negras y pobladas como sus cejas, la nariz gruesa, y la pequeña partitura en la punta, el arco de cupido y el labio inferior siendo levemente más delgado. Le gustaba el mentón afilado que se formaba junto a la quijada marcada. 

Para él, Steven Grant era una pequeña obra de arte hecha para él.

Cayó en el sueño profundo sin darse cuenta, demasiado cansado para siquiera notar la rareza de la tranquilidad de la noche. 

El muchacho de rizos abrió los párpados, viendo a través de la rendija una sombra, el destello de plata lo asustó, fue instintivo, soltó un grito mientras sus manos se iban al filo, empujándose con las piernas. La persona forcejeo, Steven terminó deslizándose, aplastando al príncipe y cayendo de bruces al suelo junto al ser humano.

Jadeó cuando rodaron, aterrado mientras sentía las manos escocer, gritó de nuevo cuando sintió la fuerza exuberante de la punta del filo acariciar su pecho, se introdujo lentamente, Steven tuvo que hacer acopio de fuerza con los ojos llorosos mientras pataleaba. Echó la cabeza hacia adelante para darle un golpe. 

El impacto fue terrible, sumado al filo entrar aún más profundo, mientras aprovechaba para echar al hombre a un lado, rodando de nuevo, le arrebató el objeto de metal, sintió el golpe seco en el estómago. 

Tiró la daga y se jaló hacia ella, ambas personas forcejearon, el muchacho gritó por ayuda, sintió los ojos escocer, y entonces las manos se fueron a su cuello, empujándolo a un lado, para golpearle brutalmente contra el suelo, sintió la cabeza darle vuelta y pequeños destellos de luz en los ojos. La oscuridad le cegaba, pero ahora se sentía sin fuerzas mientras de nuevo, pataleaba con la persona encima en sus caderas, trató de removerse y sus manos arañaron la muñeca. 

¿Por qué no llegaba nadie? ¿Por qué no iba nadie a su rescate, había hecho algo mal, no había gritado lo suficientemente fuerte? ¿Estaría Jake bien, lo estaría él? Lloró cuando sintió el aire faltarle, la mano aprisionando su garganta, queriendo su cuerpo toser sin poder hacerlo. 

Sus manos se fueron al rostro contrario, palpando hasta encontrar el ojo, tomó impulso para arañar el rostro, buscó escarbar en el rostro, encontrar lo que fuera para que se alejara. Funcionó y pronto el grito contrario fue suficiente para quitar ambas manos de su cuello, le empujó con fuerza, buscando la daga. El brillo delató el lugar para poder salir deslizándose hacia ella. 

Le jalaron de la pierna, su pie pateó al lugar correcto parece ser, un golpe de suerte mientras llegaba al mango, tomándolo con firmeza, volteando con rapidez y terror, mientras todo terminaba en un flash. 

El cuerpo intentó moverse, la daga presionó firme contra el estómago cuando aquel cuerpo había intentado acercarse para volver a intentar asfixiarle. Era una sensación extraña, como la misma carne de res siendo apuñalada.

Sintió humedad cálida en las manos, el corazón acelerado y de repente, todo fue como un sueño. Cualquier grito o sonido que viniera después, parecía lejano y tan ajeno a él. Decidió que no importaba. Su mente decidió dejar que cualquier otro cuerpo físico se encargara de él. Pero pudo ver la sangre en sus manos, ¿Cuando le habían quitado el cuerpo, en qué momento había estado sentado? 

¿Había matado a un hombre? ¿Había llegado su hora o es que todo lo estaba alucinando. 

Cuando despertó del aturdimiento, parece que sólo habían pasado un par de horas cuando observó al padre del príncipe y la madre del mismo, llegando escandalizados. 

No entendió mucho de las palabras. 

—Demando saber qué pasó aquí, ¿Y ese en el suelo quién es? Quién… —miró a Steven, que estaba sentado en un rincón. 

—Cuando llegamos, el muchacho ya estaba así. Parece ser que protegió al príncipe, pero no logramos hacer que despierte —la voz de Namor fue fría, meticulosa. 

Observó al muchacho que se mecía levemente, para poder calmarse. Decidió acercarse al cuerpo antes de poder encargarse del muchacho. 

Le dio la vuelta, observando que llevaba el signo de algún movimiento que no supieron identificar del todo. 

Durante los siguientes días, no supo lo que pasó. 

Namor se había dedicado a cuidarle esta vez, siendo amable, pero frío, había dejado que Steven estuviera cerca del príncipe, el padre había levantado sus sospechas y hostilidad hacia el muchacho. 

Cualquiera que esté dispuesto a matar y dar la vida por su faraón, es un hombre peligroso para los enemigos del Imperio, había expresado con diligencia. Parecía incluso complacido de saber que Steven había de alguna forma demostrado su lealtad. Y con ello, el favor del hombre. 

Jake había dormido profundamente hasta el día siguiente y habiéndose enterado de lo sucedido, había pedido de todas formas que el muchacho rizado quedara totalmente a su cuidado, junto con Layla que venía a las mañanas y las noches. 

Steven descansaba, esta vez, un poco más cerca de Jake. Tres días después, el muchacho estaba mucho mejor. Sabe que no debería afectarle tanto la muerte de alguien que estaba por matar a Jake. Su herida en el estómago fue tratada, si bien no era profunda, podría llegar a ser molesta al moverse. Durante esos días, no salió demasiado siquiera para seguir a su príncipe. 

Así es, Steven en algún momento había comenzado a considerar a aquel hombre, su príncipe, y próximamente, su faraón.

Piensa en lo difícil que era quitar una vida, pero si lo piensa bien, no se arrepiente. 

Hubiese sido más difícil una vida sin Jake, y no está muy seguro de lo que eso significa, si piensa así por el deseo de supervivencia o porque detrás de todo aquello, se escondía el revoloteo de una emoción más profunda de la que quería aceptar.

No quería perderlo, eso era un hecho, si matar a aquél hombre había sido el precio por dejarle estar a su lado más tiempo, sabe muy dentro de sí, que lo volvería a hacer. De nuevo, no es propenso a la violencia, ¿Qué emoción es capaz de cambiarte tanto? De hacerle sentir que haría cualquier cosa por él. Aquella lealtad que había ido desarrollando por él, que no se había dado cuenta hasta ahora de que le tenía. Le agradaba tener a alguien como él. La órbita del príncipe jamás dejaba de sorprenderlo, siempre había algo. 

No supieron quién había enviado al hombre, los gobernantes Persas, se disculparon por el inconveniente, a pesar de que no había sido de ellos, las desconfianzas solamente se arraigaron más. Aún con eso, las cortesías seguían ahí, Cleopatra se había asegurado de eso. 

Yaakov no podía dejar de pensar que de no ser por Steven, él no estaría ahí, agradeció al muchacho, y como señal de buena voluntad, ese día decidió llevar al hombre por los jardínes hasta obligarlo a detenerse. 

—Sabes que estoy muy agradecido por lo que has hecho, ¿Verdad? 

—¿Y siempre quién era? 

—¿El hombre? Un don nadie. Los hombres que vinieron a negociar, han dicho que no es de ellos. Así que levantar armas sólo ocasionará conflictos. Mi madre dijo que lo mejor era mantenernos serenos e intentar alejarnos un poco hasta que las cosas se enfríen. 

Steven asintió con cuidado, no muy seguro de qué decirle. Había matado a uno de los suyos. 

Había matado a un Persa. A su sangre. 

—¿Estás bien? No despertabas… No despertaste, me asusté. 

Yaakov le miró sorprendido. 

—Tú estás herido pero yo… me dieron valeriana con olivo, parece que obtuve lo suficiente para tener el sueño pesado, lo siento. Pero en verdad, ¿Estás preocupado por mí? —preguntó con incredulidad. La verdad es que no esperaba que fuera a preocuparse más por él, que solamente fue profundamente dormido, que él mismo, que pudo morir por aquello. —A veces eres una caja de sorpresas, Steven Grant.

Sonrió mientras le tomaba de las manos. Los toques fueron cuidadosos, pudo sentir que sus manos estaban tan ásperas como las suyas, ¿Desde cuándo un príncipe tiene las manos tan duras como si él mismo trabajara la tierra? 

Peleas. Violencia. Golpes. Entrenamiento arduo, se recuerda.

Una llave se deslizó, dejando que entrara en la esclava gruesa de la muñeca para liberarlo de una, e hizo la misma con la otra. 

—Creo que te has ganado tu libertad, si es lo que deseas. No estabas marcado más que por eso, así que tienes la piel libre, si deseas regresar a Persia, puedes hacerlo, yo hablaré con mi padre. Me has demostrado honor, es justo devolver eso. No sería buen faraón si no supiera reconocer cuando alguien ha hecho algo importante por mí.

¿Le estaba echando? No, era su forma de decir gracias, lo sabe. Pero no puede pensar en que quizá en realidad es que ya no necesita de él. 

—¿Y qué pasa si me quiero quedar?

La pregunta lo tomó desprevenido. ¿Querría quedarse, a pesar de todo? Había sido visto como menos, mandado a todos lados, soportó a algunos guardias siguiéndole de cerca, y algunos siervos que desconfiaban de él. No tenía amigos íntimos, y apenas si había logrado que Layla se hiciera su amigo, ¿Aún quería quedarse?

—Podrás hacerlo. 

—¿Seguiré siendo tu Pashedu

—Nunca lo fuiste, sabes que eso fue más por mi padre. Nunca te pedí cumplir con lo que hace una concubina. 

¿Y si quiero hacerlo?

No tuvo voz para expresarlo. 

—Quiero quedarme. Aún hay mucho que debo aprender, y quiero ver muchas otras por mí mismo. Aquí, contigo. —admitió lo último en voz baja. ¿Estaría traspasando límites? ¿O estaba todavía en terreno seguro? 

Jake pudo respirar. 

El muchacho iba a quedarse. Había elegido quedarse. 

Lo había elegido. Bien, no a él, pero… a su nación, había decidido que su Reinado valía que su presencia vagara por aquí todavía, y eso equivalía de alguna forma a elegirlo, ¿No es así? Él es el futuro del Reino, Steven Grant había elegido a Egipto por sobre Persia, y por más egoísta y delirante que pudiera ser, Yaakov no podía dejar de pensar que en realidad, Steven le había elegido a él. Y por unos segundos, deseó que el muchacho pudiera ser su Pashedu.

A las semanas, su padre había estado enfermo al punto del no retorno, el hat-mis, aquello que te quita la voz y te hace toser sangre y va demacrando poco a poco, lo había aquejado lo suficiente. Apenas si respiraba, y a los días, el fallecimiento del faraón había sido anunciado para todo el Imperio. Su madre subió al trono en lo que él se preparaba. 

La tuberculosis era una enfermedad usual en Egipto, sin embargo, en la realeza, lo tomarían como señal de que era tiempo de que el próximo faraón ascendiera al trono. Era Horus que pedía un nuevo cuerpo, uno más joven y lleno de vitalidad, ese era Yaakov.

Habían hecho los preparativos funerarios, con ello, esta vez, Steven no fue admitido en la ceremonia, y Yaakov no intentó hacer que su madre cambiara de opinión. Tuvo que quedarse en la habitación del hombre. Era un Persa, no un Egipcio, había cosas que incluso él no podía hacer. Todo Egipto había asistido a la ceremonia del faraón, los consortes, las casas nobles, cualquiera con un puesto de gobierno alto, los sacerdotes, los esclavos habían sido dejados de lado por ese día. Ese día era por completo para su antiguo faraón, y lo celebraron como tal.

No se sintió mal por no poder asistir. 

Era un hombre Persa en territorio ajeno, todos esos meses, se lo había tenido que recordar constantemente, para bien o para mal, comenzaba a sentirse en casa, y eso podía ser tan aterrador como peligroso. Significaba que esa era la razón por la cual daría su vida por Yaakov.

Al Persa le había quedado una cicatriz en la piel que hasta el momento, era rosada, sabe que va a quedar de un color más oscuro, pero le parece curioso tener otra cicatriz. Ya no sentía pena cuando a veces le pedía el príncipe que se cambiara para irse a algún lugar, como a casas de nobles, teniendo que llevar una vestimenta más apropiada. 

El hombre nunca le hizo menos por su condición, y nunca preguntó. Le veía como un igual. 

Entendía que Jake había comenzado a tener relaciones públicas con algunos nobles, conociendo a las hijas, que podrían ser prospectas a ser concubinas o una de sus esposas. 

No le ponía celoso que tuviera mujeres, hombres, que las personas se deshicieran a su paso, porque seamos sinceros, el príncipe era alguien por quien valía la pena derretirse. En realidad, era envidia, un toque de egoísmo de querer ser parte de ellos, de obtener un poco de él, sólo de él.

Aquél día, fue el último en el que estaría yendo a las noches de cena fuera del palacio. Es sincero: estaba harto. Harto de la gente, de tener que sonreír cuando en realidad estaba cansado, de extrañar su habitación cuando estaba en mitad de un comedor con demasiada gente al pendiente de él. Cansado de pensar en quién tendría a su heredero, y más que nada, de pensar a quién elegir como primera esposa.

Ahora tendría una semana ajetreada, venían los preparativos, y con ello, el estrés de la coronación que seguía de su purificación.

En la noche, le pidió a Steven que se acostara con él, el muchacho parecía complacido, se preguntó si era porque su cama era mucho más suave que la de un sirviente, o si es que disfrutaba de su compañía. Se decidió por pensar que era un poco de ambas. 

—Estoy cansado, estoy a nada de pedirte que me des la comida en la boca. 

—Cansado de tener a miles de mujeres detrás tuyo. Imagino que correr de ellas debe ser bastante exhaustivo —rió levemente. No había maldad en las palabras, por lo que pudo notar en el hombre a pesar del sarcasmo.

El muchacho estaba de lado, pudo notar los hombros, la curva de las caderas y los muslos llenos de carne, ¿Qué pasaría si intentaba algo? Si su mano se deslizaba suave entre las piernas, si fuera lento y lo hiciera sentir bien. Qué molestas podían ser las ideas intrusivas, pero cómo le gustaría pasar las manos por ahí. 

—No hay mujer que quiera más que Layla, de momento me basta. 

El muchacho dejó de sonreír. Claro, Layla. 

Le agradaba Layla, incluso había considerado que era muy guapa y atractiva. Él quería lo mejor para Jake, entonces, ¿Por qué ardía tanto?

—Claro, es preciosa, cualquiera la elegiría —le miró, Jake notó la tristeza, se preguntó si sería porque quisiera a alguien, ¿Se sentiría solo? —, algún día, espero encontrar a mi Layla. 

Frunció el ceño levemente, tragando saliva. Cuando fuera faraón, Steven podría pasar a ser suyo, siempre pudo forzarlo, pero no lo deseó, ahora que está cerca, y sería dueño del Imperio, ¿Estaría tentado a algo? ¿Desearía probar su piel al menos de la misma manera en la que él quería hacerlo con él?

—Tu Layla. 

—Sí, mi propia Layla. 

Cuando fuera faraón, podría olvidarlo ¿No? Podría ignorar el hecho de que Steven Grant había hecho un tornado de sus propias emociones, y que en algún momento, esa tormenta de arena se iría, dejando el desierto vacío.

Ojalá nunca encuentres tu Layla.

Qué egoísta faraón iba a ser. 

Los preparativos para la coronación de un faraón incluían una serie de ritos y ceremonias complejas, que podían durar varios días, Jake lo sabía bien, su padre le había enseñado, le había contado un poco a lo largo de los años. Entre los preparativos, se hacían ofrendas a los dioses, se realizaba una ceremonia de purificación. Su traje por fin estaba completamente diseñado y confeccionado, además de los objetos simbólicos y su corona.

Había tardado en elegir una piedra preciosa para la corona, su padre había tenido una corona delgada de oro, mientras que por su parte, era una más gruesa, en medio, una cobra hacia la parte inferior que mostraba los colmillos, y dos piedras preciosas rojas en los ojos, dos rubíes puros sólo para el próximo faraón rojo. Hacia la parte de arriba, como si la cobra tuviera la cola desplegada hacia arriba, se formaba un Ankh con una lágrima roja de rubí en el área hueca. 

La coronación de un faraón era uno de los acontecimientos más importantes en la vida de un hombre que lleva toda su vida preparándose para eso, si no es que la más importante. 

Conocía el proceso, pero se sentía nervioso el día que todo comenzaba. Había entrado con tan sólo unos pantalones de lino blanco, holgado y una bata larga y negra hecha de seda. El blanco y el negro simbolizaba la buena fortuna para que la tierra fuera fertilizada por las orillas al final del Nilo, era la noche, la luna y la muerte. Gracias a ello, Yaakov sabía que tendría a su favor la intuición de la luna y las noches en las que le preocupara algo. El color blanco simbolizaba la luz del día, la mañana y la vida. Era el rito de pasaje entre su estado de heredero, a ser faraón.

Cuando entró al templo, le había pedido a Steven que le siguiera. Le había mandado a confeccionar un traje blanco hecho completamente de seda con bordados de oro en el cuello y en la parte de la manzana de Adán, un rubí incrustado.

Era obvio, Yaakov esperaba que Steven supiera la implicación de lo que aquello significaba. 

Era él quien sería faraón, pero era Steven quien sería completamente devoto a un hombre completamente nuevo. Era sólo suyo, de Yaakov el heredero, y sería suyo ahora, siendo Yaakov, el faraón. Un pacto silencioso. 

Namor le impidió la entrada con la espada, poniéndola entre la entrada y el cuerpo contrario.

—Sólo puede entrar el príncipe y sus guardias. Eres un Persa. —explicó con suavidad, no pretendía ser grosero. A lo largo de los meses, había aprendido que Namor era, de hecho, de los pocos que le trataban desde el inicio sin malicia alguna. 

Era un verdadero hombre de fe hacia su emperatriz, y devoto por completo al príncipe, incluso en los momentos de juego del mismo. 

—Namor, déjale pasar. Entrará conmigo, yo le pedí que viniera.

El hombre moreno pareció disgustarse por ello unos segundos, recomponiéndose con rapidez.

—¿Príncipe, está seguro? 

—¿Dudas de mis decisiones? 

—Es un Persa, y es el templo sagrado, sólo los sacerdotes pueden entrar con usted, y sólo nosotros podemos resguardarlo desde fuera. Si algo pasa… no podría perdonármelo. 

El muchacho miró a su guardia con aprecio, era un hombre leal, y de buenas intenciones.

—En alguna otra vida, debiste ser un Rey, o un faraón tú mismo, con tanta honorabilidad, Namor. Pero estaré bien, Steven me ha salvado la vida una vez. Dudo que ahora desee quitármela, ¿No crees? —no se acercó a ellos, se mantuvo tranquilo desde donde estaba. 

—No diga herejías, mi príncipe, el único dios, es usted, como lo fue su padre, como lo fueron todos los Ptolomeo —le miró, deshaciéndose de la barrera de la espada. 

—Tonterías. Lo digo en serio. Ahora, ven acá, Steven, no te despegues de mí.

El guardia quedó en silencio. Se sentía sumamente halagado, pero quedó en el silencio cuando el muchacho de cabellos hechos rizos pasó, sonriéndole en disculpa. No lograba entender la relación que mantenían, de momento, tenía entendido que era solamente sirviente del príncipe, ¿No? 

Los observó caminar a lo lejos. 

¿Por qué entonces parecía más que eso? Mientras el príncipe Yaakov caminaba tranquilo, Steven revoloteaba como una mariposa alrededor: grácil, inocente, noble. 

Volvió a su posición, en espera del sacerdote. 

Cualquiera fuera la relación de ellos, él no tenía por qué meterse en los asuntos de la cabeza del Imperio. Y tampoco hubiese entendido lo que veía en un extranjero. Uno que debe decir, le agrada, como muchas veces logró decirle. 

El sentimiento era mutuo. 

Pashedu, jed, o un simple hombre que se convirtiese en amigo del príncipe, era bienvenido. El padre tenía razón. Steven era peligroso, pero no para Yaakov, para todos, menos para el próximo faraón.

Durante varios días, el ritual de purificación se llevaba a cabo. Normalmente, se realizaba meses antes de la coronación, para asegurar que el próximo faraón estuviera preparado espiritualmente para lo que venía. El príncipe vivió un corto tiempo en el templo para ayunar, meditar y orar. Tan sólo los sacerdotes, Steven, y unos pocos guardias, eran capaces de entrar hasta donde se encontraba Yaakov.

Durante esos días, nada perturbó al príncipe. Su mente había quedado en blanco, y una completa tranquilidad.

A la muerte de un monarca, y tras un periodo de luto, el nuevo regente era elegido por los dioses mediante el nacimiento del primogénito , en este caso, Yaakov. Fijado un día para el acto, en medio de la alegría popular, en el palacio de la capital tenían inicio los actos de la primera coronación, en presencia de la familia real y altos dignatarios. 

La purificación consistía en cantos que Steven no estaba del todo seguro de entender, pero el muchacho le había pedido que se mantuviera al margen en silencio, y lo había hecho tal cual lo pidió. Los cantos y el olor a incienso perduraban todo el día, los baños con agua para bendecirlo, y las preguntas que pretendían hacer flaquear al príncipe. 

Entendió que lo que presenciaba era demasiado importante, que ahora comprendía el recelo de su compañero al haberlo dejado entrar. 

Pasó un tiempo antes de que volvieran a ver la luz del sol tal cual. Pues si acaso habían salido un par de veces y regresaban de inmediato dentro.

Cuando todo estaba preparado, llegó el gran día. 

Estaba más nervioso de lo que esperaba. 

Steven junto con otras concubinas, le ayudaron a tener todo en orden. 

—Tranquilo, príncipe, ¿O debería llamarlo faraón?

El muchacho sonrió mientras le acomodaba el traje con cuidado. 

—Aún no. Pero pronto. — aseguró Jake. Llevaban demasiado tiempo juntos, que Steven había aprendido por fin lo básico del demótico.

El acto principal consistía en la proclamación de sus nombres dinásticos, es decir, su titulatura, además de que tuvieron que asegurarse que el ritual de purificación se hubiese hecho en tiempo y forma. Anteriormente, se sucedían tres ceremonias. 

Antes, en la primera, kha neswt y kha siti, el rey aparecía con la doble corona del Alto y el Bajo Egipto.

Aunque, la división entre el Alto y Bajo Egipto ya no existía cuando Ptolomeo V gobernó en el Imperio, después de la conquista, y la toma de las tumbas reales, no tenía sentido seguir con la división entre el Alto y Bajo Egipto. Así que, algo bien.

Todos habían estado esperando tranquilos, parecían emocionados, Jake parecía serio mientras la música salía de todos lados. Las cuerdas del arpa, los tambores que resonaban con fuerza para dar paso al siguiente faraón. Steven había sido dejado subir al estrado donde coronarian a Yaakov. Había tenido una ligera riña al respecto con el sabio, T'Chaka, que le decía que meter a un extranjero en la ceremonia al estrado era simplemente algo que no se había visto nunca y no sabían cómo podría reaccionar la gente. 

Hubo comentarios antes de que llegara el príncipe, pero ahora, Cleopatra esperaba al lado de uno de los sillones ceremoniales, paciente, y de ahí varios de los nobles más importantes. No había ningún hermano de Yaakov, tampoco las otras concubinas, pues no tenían nada que ver con el siguiente faraón.

El ahora quien sería el nuevo soberano, tenía entre manos un cayado, el látigo de Osiris y una única corona, debía subir a un estrado en el cual se habían colocado dos sillones ceremoniales, en los que debería sentarse para presentarse ante sus súbditos.

Subió con cuidado los peldaños. 

Los tambores restaron, se escucharon las flautas, y la gente en silencio, pero con el aire sumamente tenso, expectantes. ¿Qué era exactamente lo que estaba pasando? Grant sabía que era una única situación en la vida. Estaba viendo florecer a la flor del Imperio Egipcio. De entre las cenizas, habían nacido después de que ellos les arrebataron, y ahora estaba ahí, con el hijo de Ptolomeo V a punto de ser coronado. 

Se habían entrelazado papiros y lirios en torno a un pilar de madera de punta partida, unificando las regiones del país, la madera quedaba detrás del trono real; Jake llegó hasta arriba, observando a todos.

No dejó de lado sus símbolos de poder, utensilios de pastor que habían sido sacralizados para Yaakov, que se le habían entregado antes de haber pasado por el pasillo lleno de gente hacia el estrado. Ahora aquello era suyo, eran sus símbolos, la insignia de la realeza. Eran de un material dorado, adornado con piezas preciosas de varios colores al final del mango. 

Uno de aquellos utensilios había sido el cayado, que utilizaban los pastores, mientras el otro era un mayal, un palo que llevaba tres más unidos a un anillo de metal, de forma que pudiera moverse. Parecido a un tipo de sonajero o látigo para la ganadería. 

Los tambores se detuvieron cuando los alargados utensilios habían sido alargados lado a lado por el mismo príncipe. 

Todo quedó en silencio.

Cualquier sonido que hubiera, se había esfumado.

—Estamos aquí reunidos para esta ceremonia tan importante. Todos aquí hemos esperado con ahínco este día. —volteó a ver al príncipe, que ahora tenía los utensilios a cada lado suyo y los brazos igual de quietos a sus costados. —Como a todos, Ptah te ha creado, te ha dado nombre y Thoth ha escrito nuestra historia a lo largo de los siglos y milenios, y así ha hecho contigo, hijo de Horus. —miró alrededor, como si todos los que estuvieran alrededor, pudieran ver las facciones que parecían de orgullo.

Yaakov alzó el mayal, provocando un grito emocionado. Lo bajó, y volvió el silencio. 

—Atum, nos ha dado el bello regalo de nuestra creación. Él en su inmortalidad, se ha introducido en sí mismo para que los demás dioses existan, y crear el mundo. Fue Ptah quien creó al primer hombre, Hemerh, y le ha dado una personalidad, gracias a Ptah, por habernos dado el regalo de la creación. 

El cayado se alzó.

—¡Gracias, Ptah! —gritaron todos al unísono.

Bajó el brazo, el silencio se postergó. El sacerdote, volvió a hablar alto, claro y fuerte. Estaba mirando a todos, y después a un par de hombres que llevaban la corona encima de una almohada de plumas de ganso suaves revestido con seda blanca, se acercaron con lentitud. Steven pudo ver el inicio de la nueva era, el color de la vida y el inicio. 

Sentía los dedos fríos, ¿Estaría Jake pasando por lo mismo o era idea suya? No podría saberlo con aquél perfil estoico. 

Siempre ha sido bueno para mimetizar sus emociones. Algo que Nunca sabe si debería preocuparle o halagarle. 

—Del primer guerrero de los Ptolomeo, y desde la antigüedad de nuestro hogar, incluso antes que nosotros y antes que nuestros ancestros, los dioses han venido y han existido. Y cuando hemos llegado, han caminado entre nosotros. Los antiguos nos contaron que nosotros hemos sido creados por los dioses. Los dioses consiguieron el néctar del caos, con el que crearon la tierra y la vida. —esta vez, instó al muchacho a sentarse. 

A cada lado del príncipe, se acomodaron dos personas que llevaban en manos la corona de oro macizo que aún no le ponían. 

—Por los dioses que crearon a la humanidad en diversos momentos y de diversas formas. Por todos aquellos que han llegado antes de ti y se han ido en un soplido, por aquellos que Isis ha dado el visto bueno, y por los que vengan, aquí. En frente de Amun-Ra, que obtengas la bendición de los dioses, Yaakov, hijo de Ptolomeo V, y Cleopatra. Que de las arenas del tiempo has venido, y con las arenas serás inmortalizado. 

La corona fue bajando hasta llegar a la cabeza de los rizos negros y espesos del que ahora, justo ante sus ojos, se había convertido en un faraón. 

Por fin, Steven ahora era, oficialmente, servidor del faraón, y ahora podía pensar en sí mismo como propiedad de aquella nobleza, incluso con la nada que tuviera que ofrecerle a alguien que lo tenía todo. 

Los gritos eran ensordecedores, el Persa se sintió contagiado, pero no se atrevió a gritar, viendo que todos los demás nobles parecían tranquilos, a excepción de Cleopatra, feliz y tranquila, con un fiero destello de orgullo, más sana que nunca. Cualquier indicio de duelo por su esposo, parecía sepultado a comparación de la felicidad de ver a su pequeño escorpión crecer.

Miró a Yaakov levantarse del trono, alzando los símbolos, y luego cruzando los mismos sobre su pecho, la gente enloqueció una vez más ante esto. Por fin, la demostración del faraón y su poder al hacer aquello.

¡Yaakov!

¡Yaakov! 

¡Yaakov! 

Por fin, el Imperio tenía un nuevo faraón, y todos, incluido el muchacho Persa, esperaban que Isis lo acompañara en el viaje y Osiris lo dejara vivir por mucho tiempo. 

La ceremonia había ido bien, y durante la noche, Egipto fue un país lleno de luz, era la hora de la luna, y la idea de la muerte, ahora más que nunca, era seductora. Era faraón. 

Por fin, podía estar más relajado, no necesitaba nada más. 

Había dejado de ver a Steven Grant en algún punto, su madre lo atrajo con cuidado hacia uno de los rincones del palacio, atrayéndole en silencio e indicando que le siguiera en silencio.

Lo hizo sin chistar, buscaría a Steven después. 

Cuando llegaron a una de las salas contiguas donde los nobles se reunían, miró alrededor, entrando por un agujero pequeño donde estaba un librero, presionando una de las tantas piedras, empujando después para que viese hacia dentro. El muchacho sintió la curiosidad desbordarse.

—Así que… así es como papá lo sabía todo. 

—Bien, no todo, pero muchas cosas, por supuesto. —se acercó a tomarle del rostro, con una sonrisa maternal, le acarició con el pulgar la mejilla. 

—¿Estás feliz, madre de mis ojos, mi Mai? —murmuró sonriendo. 

Los ojos de la mujer parecieron desgarradoramente preciosos, como dos gemas al estar ahora cristalizadas. 

—Si tu padre pudiera verte. 

—Diría que no sea un imprudente.

—Diría que está muy orgulloso de ti. —susurró, le obligó a bajar un poco para besar la frente. —Y diría que hagas lo que tu cabeza y tu corazón estén de acuerdo en hacer. Eres un faraón ahora, no puedes dejar que tu corazón lo gobierne todo. Pero tu corazón puede ser gobernado.

—No sé si tengo alguien que haga eso. 

El comentario le valió un pellizco en el rostro, quejándose, mirando a su madre con las cejas fruncidas. 

—¿A qué vino eso? 

—Niño imprudente, ¿Me vas a decir que ese muchacho Persa no te ha tenido como pavo real cortejandolo? Moviendo las plumas, pidiéndole que te mire, que te regrese esos ojitos de musaraña aplastada. 

Jake se sintió cohibido, aquello era peor que haber estado en frente de miles de personas. Se sintió más expuesto y con las orejas calientes. 

—Si sigues el pasadizo, llegarás a tu habitación, no te detengas, sólo ve derecho. Alguna otra vez te enseñaré por dónde ir a otros lugares. Por ahora, derecho, anda. —le dio una palmada en el brazo.

—¿Qué hay de no dejar que mi corazón me gobierne? 

Ella hizo un ademán, sacudiendo la palma como si quisiera espantar un mal olor. 

—¿E ignorar los deseos de papá de dejar el romance para después? 

Ella sonrió, antes de empujarlo suavemente, él sonrió con él, y antes de que se desapareciera, le volvió a llamar, se detuvo para mirar hacia la luz por donde aún podía verla. 

—En realidad tu padre era terrible, te hubiese dicho que siguieras tu corazón, el comentario en realidad era mío. Como siempre, los dos, guiándose por el corazón. 

Y con eso, sin darle oportunidad, se quedó encerrado. 

Tuvo que caminar con la mano pegada a la pared, confiando que llegaría.

Cuando llegó a una pared, palpó, no había nada, cerrado, siguió tocando, su madre no lo guiaría a un camino sin salida. Suspiró mientras empujaba molesto, gruñendo cuando no cedió. Tocó en el filo de unión entre las paredes, el suelo, el techo, nada. Dio dos pasos atrás y casi tropieza. No había luz, así que pronto tocó el suelo, hasta sentir que una parte sobresalía. 

Se puso de pie para poder empujar el talón contra aquella sobresaliente. La piedra se movió, dejando la arenilla caer al hacerlo, y la luz entró, cegandolo un poco. 

—¿Jake?

Parpadeó mientras salía. 

Sus ojos tardaron unos segundos en adaptarse, hasta ver al muchacho que llevaba unas cajas de madera que acomodó en un rincón con una sonrisa, acercándose a él con una sonrisa. 

—Te había estado buscando. —su mano acarició con suavidad el rostro del menor, y sus ojos brillaron cuando el otro no supo qué decir. 

Los ojos chocaron por unos segundos antes de que Steven decidiera hablar, la garganta seca y las manos frías.

—Así que, faraón, por fin, ¿Eh? 

Se alejó del tacto, y pudo ver que el muchacho se refugió en comenzar a acomodar las cosas. 

Aquella no era su habitación. 

—Este es el cuarto de mi padre.

—La habitación del faraón. Tu madre me pidió que ayudara y moviera lo esencial. Dijo que llegarías tarde, no pensé que estuvieras aquí tan pronto. De haber sabido, me hubiese apurado. 

Acomodó con cuidado, mientras el nuevo faraón se acercaba a tocar la cama. Suave, impecable, miró al moreno aún sacando cosas. 

—¿Por qué te fuiste? Te estuve buscando —repitió. Y es que la verdad era que no estaba interesado en ningunos ojos bonitos que aletearan hacia él ahora que era la cabeza del Imperio. —Grant. 

El muchacho volteó, pareció no soportar verle al rostro, así que terminó por ver sus manos, inhalando. 

—Como sea, tengo que volver con los demás. Estoy seguro de que necesitan más sirvientes… y esclavos, claro. Veré en qué puedo ayudar. Tu madre pensó que era buena idea que yo viniera a traerte las cosas. Dijo que… —se puso levemente tenso, Jake se acercó para tomarle de los codos.— dijo que tenía que preparar todo, en caso de que esta noche eligieras a una esposa, o una concubina. Ya lo hice, así que me puedo ir.

Jake se puso tenso. Él no planeaba tener a nadie aún, ni siquiera había hablado de cuándo es que tendría su unión con Layla, y eso si es que alguna vez sucedía.

Con cuidado el hombre se deshizo del agarre del noble para pasar de él. 

No. 

Había muchas cosas que podía hacer mal, la mayoría de ellas eran en su vida personal y sus emociones. 

No sabía cómo lidiar con ellas, pues solía ser impulsivo, tenía un mal carácter en ocasiones y detestaba tener que ponerse en un papel diplomático.

Pero no iba a dejar que se le escapara de entre las manos si al menos tenía una pequeña oportunidad. 

Le dirían que no tendría que preguntar. Que no tenía que hacerlo, que cualquiera se sentiría honrado de compartir lecho con él. Pero él no desea que las cosas sucedan porque solamente él las desea.

Le tomó del brazo, el corazón del chico se aceleró, cómo odiaba que el toque sencillo de sus manos lo alterara de esa manera. 

—No he dicho que puedes irte.

El muchacho dejó de ponerse tenso, pareció ceder, rendirse ante ello. Porque tenía razón, porque además de eso, quizá un poco de órdenes, y no verlo lo que resta de la noche, le vendría bien. 

—Claro, ¿Qué necesita? —le miró esta vez.

Jake se acercó, ni siquiera lo preguntó, no necesitaba hacerlo. 

Había tardado demasiado. 

Estaba enojado, frustrado. Estaba totalmente molesto con su madre, con el sacerdote, con su padre. 

Molesto porque creen que Steven no pertenece entre ellos. Está molesto porque creen que Steven no era lo suficientemente egipcio, y tenían razón, Steven no era egipcio era un hombre persa.

Estaba harto de momento de que su madre hubiera intentado de alguna forma empujar a Steven y a él a actuar. Pero al mismo tiempo, estaba agradecido porque tal vez eso es todo lo que necesitaba para poder hacer algo.  

Por primera vez había dejado de ser una persona impulsiva desde que el muchacho había llegado a su vida, porque Steven no era cualquier persona, porque sabía que lo podía asustar con la forma en la que era. Tan triste, solitario a ratos, tan cansado, tan pretencioso a veces, escondiéndose en una máscara que él le había retirado sin preguntar. 

Steven lo había desarmado por completo, y entender eso tarde era un peligro, porque significaba que podría o no tener una oportunidad, con el muchacho había aprendido muchas cosas, la mayoría de ellas no se las diría, y otras tantas no podría repetirlas lo suficiente. 

El hombre le había hecho saber que no había nada que no pudiera agradarle de él, pero, ¿Qué había de amarlo? No como su faraón, no como una figura política, si no como Yaakov, el hombre. 

La sensación fue suave en un inicio, el sabor del alcohol en el faraón era en sí mismo suficiente para hacerle suspirar entre el beso. Sus manos en las muñecas que le mantenían firme el rostro para que no pudiera alejarse. Y de todas maneras, no lo deseaba. Quería quedarse ahí con él, pegado a los labios que parecían hambrientos por más. 

Abrió con ansias los labios para dejarlo entrar, las manos dejaron de tomar su rostro para acariciar, bajando por el cuello, los costados del cuerpo hasta que las caderas se pegaron unas a las otras. 

Cuando rompieron el beso, Steven se sintió tan expuesto, que quiso alejarse en un acto de redención, no había querido enfrascarse tanto, pero las manos en la cadera eran firmes, y sus manos en los hombros del mayor también, no iba a hacerlo. 

—¿Es esto lo que necesita de mí? 

—Ahora eres tú el que me trata distinto —comentó algo dolido. 

—Es mi faraón, las cosas han cambiado —tomó una de sus manos para acomodarla en su rostro. —, soy un hombre de Persia, pero también, un fiel sirviente del faraón Egipcio. ¿Sería eso suficiente para calmar cualquier ansia?

—No quiero que seas mi sirviente. 

—Seguiré siendo su esclavo. 

—No quiero que seas mi esclavo. 

—¿Desea que me vaya? —preguntó esta vez. Tuvo que parpadear varias veces para que sus ojos no se pusieran acuosos. 

No, pensó Yaakov. No iba a dejar que algo así pasase. 

—Layla es mi concubina. No puede ser mi emperatriz, solamente una mujer de clase alta, y ella no cumple el requisito. Pero siempre será mi protegida, ¿Entiendes eso? 

¿Estaba diciendo aquello en verdad? Protección, la única protección que él necesitaba era de su corazón que desbordaba en esos momentos ansiedad por escucharlo decir que podía quedarse con él.

—¿Seré su Pashedu?  

Sintió un pequeño brillo de esperanza. Incluso si era usado y nunca era amado, podría estar tranquilo a su lado. Podrían ser amigos… tan amigo como se puede ser de un hombre en el poder. Ambos lo sabían, Yaakov no podría, tenía razón, casarse con cualquier mujer, eso no implicaba que no pudiera tener a mujeres y hombres a su disposición. Y para Steven, en esos momentos, supo que era lo que más quería, nunca lo había pensado posible, desear tanto algo que te aferrabas a la esperanza de que tal vez, sólo tal vez, pudieran darte la oportunidad.

—Quiero que te vuelvas un consorte, mi consorte.

El muchacho supo entonces que aquello que le ofrecía no era un simple lecho, no era sólo el calor de su cuerpo, había más. Y ni siquiera está seguro de que le esté ofreciendo más que aquél beso. Por todo lo que sabe hasta ahora, aquello podía ser más que una formalidad de pedirle algo donde aquella posición era un poco más física que otras. 

Las concubinas reales tenían una función importante en la corte, y servían como asistentas, compañeras de cama, secretarias y amas de cría del faraón. ¿Cuál sería él? ¿Sería buen secretario, le gustaría ser su asistente? Se pregunta si todos los demás no lo verían por sobre el hombro como si él no fuese nada. No importaría, ¿Cierto? Porque al final del día, estaría sirviendo a quien quería, podía vivir hasta el final de sus días feliz si podía sencillamente estar a su lado. Cualquier significado que pudiera interpretarse después de eso, era distinto.

—Pensé que tendría que elegirlo la corte del rey. 

—Puedo elegir también yo. Y te estoy ofreciendo la oportunidad, si es que la quieres. 

—¿Qué tendría que hacer? —el agarre en sus caderas se aflojó, como si se hubiese relajado ahora que veía que no se alejaría de él.

—Ayudan con el trabajo, el servicio, a veces también son los que cuidarán a los hijos del faraón… —murmuró con cuidado, si hubo dolor en los ojos contrarios, no lo notó, y eso era bueno. Lo que menos quería era causarle dolor, pero también, era egoísta, de nuevo, es un faraón egoísta. —, o quizá darme un heredero al trono. 

La sorpresa le inundó el rostro. 

—¿Un heredero? 

Jake carraspeo, esta vez más apenado. No le estaba pidiendo uno en esos momentos, pero quería más, y quería saber que si llegaba el momento y quedaban en cinta, podrían, no, que Steven querría tenerlo. 

—¿Es una propuesta? 

—Es lo que quieres que sea. 

—Tú eres el faraón —se quejó esta vez, frunciendo la nariz. 

El hombre rió al pegar suavemente sus frentes. Un signo inocente de intimidad. 

—Pero en este caso, eres tú el que debe elegirme a mí, Steven Grant de Persia. 

Yo ya te elegí. 

—Lo que desees conmigo, puedes tomarlo. Lo que pueda darte, lo entregaré. 

Jake le tomó con sumo cuidado del rostro para verle, acariciar aquellas mejillas con sus pulgares esta vez, besando pequeño, esta vez sin miedo a ser rechazado, fue un toque suave y tierno mientras cerraban los ojos y los toques los arrullaban en el silencio de la habitación. 

—¿Y si te quiero a ti?

El muchacho sonrió, dulce entre los brazos del faraón moreno que parecía expectante; mostraba los dientes y el pequeño brillo en los ojos de un niño que había logrado obtener algo que ansiaba con tantas ganas. Sin saber que en realidad para el Persa, eso es justo lo que estaba pasando. 

—¿Tanto como te quiero yo, Jake?

—Tanto como seas capaz. 

—Entonces puedes tenerme completo, totalmente rendido a sus pies, faraón Yaakov.

Sintió un peso levantarse de su pecho y esta vez no fue él quien inició el contacto.

Los besos dejaron de ser suaves para volverse intensos, despojándose de cualquier vestimenta estorbosa mientras el monarca se sentaba con cuidado, una vez desnudo. Steven solamente besó la frente del mayor para alejarse con la intención de deshacerse de cualquier tela estorbosa de por medio.

Había algo en la forma en la que el extranjero se desvestía, como si aún después de todo, existiera miedo o pudor dentro suyo. 

Pudo verlo entero, de pies a cabeza le recorrió, las piernas tonificadas y morenas, llegando a la entrepierna, diferente a él, con algo que no fuera convencional, no había longitud, sólo entrada, y algún día, salida quizá para una cría de ambos, qué sueño más lindo podría llegar a ser aquel. Le siguió mirando por el vientre, observaba algunas cicatrices a su paso, pero nada como la que tenía en el estómago, rosada, gruesa, rogaba por sobresaltar entre la piel, le indicó que se acercara, alargando la mano para que Steven la tomara.

Le acercó para tenerle más cerca, observando desde abajo, mientras besaba la cicatriz, podía mirar las orejas rojas del muchacho. 

—¿No te molesta?

—¿Tu cicatriz? No. Es señal de tu devoción por mí, ¿no es así?

—Lo es. Pero no hablo de eso. 

El rey acarició su vientre a través de besos hasta el ombligo. Las manos del hombre habían acariciado que ahora apretaban las nalgas mientras le miraba. 

—Eres tú. No me importa qué, eres tú. Y sólo tú, ¿lo entiendes? Tal cual eres, me gustas así. 

Steven asintió.

Le obligó a sentarse a horcajadas sobre él, observando mientras besaba aquel pecho, las expresiones del menor, las manos intentaron tocar todo lo que podían, quería grabar sus manos ahí y que no olvidaran ninguno de ellos aquello, su noche de coronación, la noche más importante, le pertenecía a un muchacho que había llegado como esclavo. 

Y ahora, era suyo. Su boca le marcaba entre mordidas, amasando las nalgas mientras lo obligaba a acomodarse, desnudos con las entrepiernas juntos, le indicó que se moviera contra él, y las caderas morenas cedieron, frotando con lentitud mientras su lengua se enroscaba en uno de los pezones con cuidado, succionando, provocando que se sintiera pronto duro cuando el muchacho jadeo. 

El menor le miró desde arriba, las pieles morenas de ambos al frotarse, pudo verlo crecer entre sus piernas, tomándolo del rostro para besarle, mordiendo el labio inferior mientras una de las manos acarició entre los muslos. Tuvo que abrirse mejor de piernas para darle acceso a la mano, que con las yemas fue tocando entre los pliegues mientras lamía el pezón, mordiendo toda aquella área al mismo tiempo que su dedo tocaba la punta de algo aún dormido, con la punta de su dedo, comenzó a jugar lento y sin ser brusco. 

Sintió el calor subir desde su vientre hacia su pecho, y entre los pliegues sintió la humedad que comenzaba a formarse. Los ojos oscuros del rey parecían verlo todo, y desear que siguiera mostrando todas las facetas al tiempo que el dedo con cuidado se metía en su interior, acariciando y saliendo, reproduciendo varias veces el movimiento, deslizándose con facilidad poco después hacia el inicio, tocando que ya estaba duro. 

En un momento como aquél, sólo podía esperar que sus uñas se encajaran suave en la piel tersa del mayor debajo suyo. 

—¿Qué es lo que desea el faraón? —murmuró esta vez, serio. 

—A ti. 

Cualquier movimiento con su dedo cesó, subiendo la mano hacia el rostro del chico hasta la garganta, tomándole de ahí para que se acercara a su rostro. Dando un beso, sonrió, acomodándose entre las piernas del muchacho. Aún sentado al filo de la cama y el menor sobre él, suspiró mientras la punta comenzaba a entrar.

No es que nunca hubiera tenido sexo antes, pero tenerlo con él era una experiencia nueva, sintió el ardor de dolor en sus hombros mientras esta vez le tomaba de las caderas, ayudándolo a bajar, sintiendo agitado al muchacho. 

Lograron quedar unidos, mientras el mayor iba acariciando con cuidado su espalda baja. Podía sentir el interior envolverle con presión, húmedo y cálido, besó su pecho, sonriendo cuando el menor frotó su mejilla contra él, ansioso pero sin querer moverse. 

—¿Duele? 

—Incómodo —admitió mientras dejaba que el faraón le acomodara, cargándolo pero sin querer salir de él, en aquella cama suave, dejando aquella espalda en las sábanas, pudo ponerse mejor entre aquellas piernas, feliz y sonriente cuando le observó. —¿Qué? 

—Te miras más precioso de lo que imaginé.

Los ojos curiosos, que aleteaban coquetos con sus pestañas negras, la nariz que al bajar se pegaba al labio a los pocos centímetros de piel. Pudo acercarse a besarle, hizo lo mismo con la barbilla. 

—Así que ya me habías imaginado…

—Vives en mi mente, Grant —admitió sin decoro, besando la quijada, mordiendo el cuello con fuerza, saliendo de él y golpeando sus caderas contra el mismo. 

Eso provocó que el menor gimiera alto, las uñas se encajaron a los costados del cuerpo encima suyo. 

El corazón de ambos se aceleró mientras dejaban de pensar, ambos decidieron sentir las manos del otro, las caricias, los besos, la humedad y la fricción en la que comenzaban a moverse, creando calor.

No esperaban estar ahí, estaban tan acostumbrados al odio entre aquellas naciones, que ahora estar en esos momentos disfrutando juntos parecía ajeno. 

Steven arañó la espalda del moreno hasta sacarle un gruñido, y lo que había comenzado sutil y dulce, se fue a lo brusco, a las embestidas sin ninguna dirección que no fueran hacia el menor, que parecía ansioso, las piernas abiertas para recibirlo mientras se arqueaba. Su rostro se hundió en el cuello del menor mientras sus caderas se empujaban contra él, haciéndolo gemir alto por las sensaciones.

¿Quién diría que el faraón sabía cómo moverle? Que su cuerpo respondería tan bien a él, sin tener que esforzarse tanto. 

El roce continuo del pene contra si entrepierna y el sonido erótico de humedad contra sus pieles sólo logro hacerle temblar. Los labios marcándole el cuello y las mordidas siendo bruscas en su piel, succionando para dejar la piel colorada. 

Se detuvo unos segundos. Tomándole de debajo de las rodillas, obligándole a echar las piernas un poco más hacía su cuerpo, para poder ver la unión del pene, húmedo y viscoso gracias al menor, rosado e hinchado, movió la cadera lentamente, observándose a sí mismo salir, y entrar después al empujarse. La vista le pareció exquisita, y sintió al más chico temblar. 

—Si pudieras ver lo húmedo que estás, cariño. No sabía que se podía poner alguien tan mojado, ¿Es por mí, cielo? —salió con cuidado, se empujó con fuerza, logrando sacar un lloriqueo del más pequeño. Las manos de Steven se aferraron a las sábanas, sintió que salía de él, y volvió a entrar brusco en él, provocando otro gemido, esta vez en protesta. —No te escucho. 

—Es mhnn… oh, dios, me vas a… —balbuceó en farsi mientras volvía a empujar fuerte contra él. 

—¿Hmm? ¿Comenzarás a hablarme así? 

Se detuvo, soltando una de las piernas, acomodó la otra sobre su hombro, se doblegó sobre él, provocando abrirle más de las piernas, Steven le miró ansioso. Aquellos ojos de cachorro llenos de lujuria, ya no estaban con ninguna inocencia y le pedían más. Una de las manos del rey se acomodó sobre la cama, y la derecha acarició el pecho mientras besaba el rostro. 

Steven no dudaba en corresponder aquello, pero estaba demasiado ansioso, el mayor jugaba al tenerlo tan lentamente probando, que estaba comenzando a suscitar la idea de pedirle más. 

Gritó, las piernas le temblaron y sus piernas intentaron cerrarse cuando la mano del hombre había tomado el clítoris, pellizcando sólo lo suficientemente para hacerlo sentir incómodo. Los dedos intentaron volver a hacerlo, Steven quiso tomarle de la muñeca, pero el rey le tomó de la mano contra la cama, saliendo de nuevo, entrando lento. 

—Nada de eso, me has privado tanto tiempo de estas expresiones, déjame verte, mi corazón. Déjate llevar. 

—Me duele… —susurró, cuando la mano le había soltado, la mano acarició el brazo, y pronto viajó hasta la entrepierna, su pulgar fue a la base del micropene, moviéndolo en círculos, subiendo después en la humedad hasta lograr pellizcar con suavidad la punta rosada. El menor volvió a intentar tomarle, el faraón gruñó en advertencia, y el muchacho se quedó quieto. 

La acción del pulgar deslizándose desde su interior hasta la punta, junto con los movimientos que ahora comenzaban a ser lentos pero certeros, sin detenerse, comenzaron a hacerlo balbucear. 

—Jake, por favor… más, más. Jake, por favor. —sintió el pellizco de nuevo, gritó, tortura. Aquello era tortura, sin embargo, el mayor siguió jugando, mientras se acercaba a él. 

Besó su coronilla sudada y se acercó a su oído.

—¿Más, mi amor, más duro, más rápido? O quizá me quieres más profundo. Estás llorando y temblando, diciendo que te duele… —los dedos ahora mojados, presionaron la punta con cuidado. —, mírate… tan mojado para mí. Sólo para mí. 

Su rostro se hundió en el cuello, dejando libre aquél botón para esconderse en aquella unión del menor, besando, y luego quedándose ahí, concentrando su mente en comenzar a moverse. Esta vez no fue lento, quería todo. Quería al Steven lloroso, y al que le pedí más, al que se molestaba, el que gemía ante el más mínimo toque, quería al inocente, al lascivo, incluso aquel lado asesino era para él. 

Se movió rápido contra él, intentando satisfacerse ambos, mordiendo varias veces, dejando que las uñas del muchacho se encajaran en su nuca al quererlo más cerca. La rapidez de entrar y salir, el olor de ambos inundando la habitación. Era demasiado. 

Podía sentirlo golpear en la parte superior, logrando su vientre tenso, tuvo que soltar al rey para meter la mano entre ambos, dejó que sus dedos se movieran contra su botón, ahora grande y de un color vivo, gimiendo alto junto con el otro. Dejaron que los cuerpos marcaran el ritmo. 

El pene entrando, sintió el pequeño vibrar que le marcaba cuando estaba en mitad de aquel nudo, sólo aumentó la fuerza, Steven le buscó, jalando el cabello para obligarle a mirarle, su propio rostro con el rostro acalorado, ambos sudorosos, lamió los labios del rey, gimiendo contra la boca y cerrando los ojos.

Fue una explosión para el menor, besando y enredando sus lenguas, siendo sucios al dejar que las salivas se mezclaran, y sin buscar ser brusco, había mordido suave, hasta que sintió el orgasmo, la mandíbula se cerró para romperle el labio al faraón, soltando un grito, arqueándose contra la cama y tratando de prolongar la sensación como fuera, siendo ayudado por el empuje del mayor, quien al sentir la mordida tembló. 

El interior le apretó con fuerza, y pareció chuparle al mismo tiempo, jadeó contra el cuello de nuevo, antes de golpear su pelvis con él por última vez, dejando que el gemido también se escuchara, llenando al Persa en largos disparos de semen en su interior. 

Steven sintió su vagina apretar aún, punzando en el interior, cansado mientras se relajaba esta vez, dejándose acomodar en la cama. Fue besado y mimado. 

Jake bajó la pierna de su hombro, llenándole con adoración de caricias y besos pequeños. 

—Eso… eso estuvo muy bien. —habló aireado, necesitaba recuperar algo de la consciencia que aún quedaba. Sentía la cabeza pesada, pero sonrió cuando fue besado del rostro. —¿No tienes sueño? Tal vez deberíamos dormir.

—¿Quién dijo que te iba a dejar dormir? 

El comentario salió tan natural, que ni siquiera logró cuestionarle antes de ser llevado de nuevo a las profundidades del placer. 

Ninguno de los dos, iba a volver a perder el tiempo con el otro. Cada segundo contaba.

La mañana llegó dulce, el olor a Mirra lo despertó con cuidado, como besos de aire en el rostro, Yaakov aún estaba dormido y parecía que disfrutaba la relajación del momento. Pero lo tenía bien afianzado a su cuerpo, por más simple que fuera el acto, le había parecido tierno y significativo.

La noche era el momento especial de los amantes, la luna con la feminidad siempre haría de las suyas, estaba seguro, y si no fuera por Khons, no estaría ahí. La luna le había ayudado a llegar al corazón del faraón, y no porque quisiera poseerlo egoístamente. Quería verlo en tanta libertad como pudiera, sólo lo suficiente para saber que era feliz. Pero se preguntaba también si su dios aprobaría la alianza. Khons de donde viene, es el dios de la Luna, el dios de la fertilidad, y la riqueza. Pero también el del bienestar y la felicidad. 

Era gracioso pensar que ahora, considerando lo hecho y quiénes eran, precisamente fuera quizá su Dios quien desde el inicio pudiera haber orquestado todo, al menos a sus ojos. 

Yaakov tendría sus ideas, y él tenía las suyas. Era probable que no siempre fueran a congeniar, pero en esos momentos, no importaba, sólo quería verlo, quería tocarlo, disfrutar de él. 

Terminó por darse media vuelta, se dio cuenta que había un cuenco con una varilla de incienso que aún estaba quemándose. ¿Quién habría entrado? Había comida, algunas frutas y semillas para el faraón. 

Abrazó al hombre, hundiendo su rostro en su cabello, cuando el muchacho, de más músculos que grasa, se había acomodado en quejas entre su pecho. Steven olfateo con los ojos cerrados. ¿Era aquella persona con la que pensó estaría toda la vida? No era como lo había imaginado, pero estaba feliz de saber que era correspondido.

Le gustaba. Pero se preguntaba, ¿Le duraría el sueño o tendría que buscar asilo pronto en algún otro lugar, lejos del roto corazón que le dejaría el faraón?

¿Estaría loco si pedía en su interior que Yaakov lo mirara como lo había hecho la noche anterior? Que solamente fuera a él a quien quería. 

Quizá era así. Quizá en realidad se está mintiendo y sí es un hombre egoísta, pero quiere pretender que no es así, porque le dolerá menos cuando lo vea en brazos de alguien más. Él es... Un consorte, un hombre que estaba hecho para ayudar a su faraón y en dado momento, él tendría hijos con alguien más, tendría un bebé, tendría amor de una mujer, de alguien que no fuera él. 

¿En qué momento se volvió tan posesivo? 

—¿En qué estás pensando? 

La voz le llegó tan de pronto que se sintió levemente cohibido, le había atrapado con sus ideas.

El mayor le miraba con total inteligencia, parecía que llevaba entonces un rato despierto, y entonces él maquinando en su ansiedad.

—¡Jake! Tus ojos... 

Se sentó esta vez, observando con curiosidad, tomándole del rostro, parpadeó confuso. El mayor sonrió con travesura, atrayendo al mismo por las caderas para que se sentara sobre él, obligando al menor a estabilizarse con los brazos a cada lado de la cabeza del hombre acostado. 

—¿Sí? ¿Qué tienen mis ojos? 

Las manos del muchacho acariciaron al rey con cuidado, las mejillas y luego cercano a la linea de los ojos. Uno era totalmente oscuro, pero había cierta calidez, mientras aue el otro contaba con un iris de un carmín vivo. Cuando le regresaba la mirada, podía ver las pupilas dilatándose, alzó las cejas.

—Tienes un ojo rojo. 

—Por supuesto, ¿Acaso te pensabas que el ojo de mi padre era por algo más? —sonrió mientras besaba el pecho, llenando de besos la piel. —Espera, ¿pensabas eso? 

—Bueno, no tenías el ojo rojo... 

—Tener el ojo de este color significa que Horus ha aceptado a su nuevo portador. 

—Es algo bueno, ¿No es así? 

Jake asintió, abrazando con fuerza al menor, queriendo tenerle lo más cerca posible.

Cuando un nuevo faraón llegaba, se decía que el ojo rojo era señal de buena suerte, y sobre todo, de aceptación por parte de los Dioses Horus e Isis. 

Isis era la madre de Horus. Y ella es la que ayudaba a las madres a quedar embarazadas y la esposa de Osiris, Dios del inframundo. La vida y la muerte, el blanco y el negro, la luna y el sol. Todas representadas de distintas maneras, las dualidades eran parte de ellos, y él había sido elegido para ser por fin, la reencarnación de Horus.

Besó con cuidado la piel del pecho, apenas comenzaba a moverse contra él, tomándole de las caderas con la intención de tener algo más, y podía ser temprano, pero era joven, deseaba tener más contacto con Steven. Quería tener más de él, quería probar y hacerlo jadear de nuevo. Saber que disfrutaba de tenerlo dentro como él de observarle. 

La puerta pesada se abrió, el primero en salir a esconderse entre las sábanas fue Steven, mientras Jake lo miraba sorprendido, vaya que era rápido, como una pequeña musaraña a su madriguera, o en este caso, entre las cobijas. 

Jake dirigió la mirada malhumorada, poco importando le si estaba desnudo, para ver a Layla entrar, y aunque se relajó, de todas formas gruñó.

—Me enviaron a buscarte, dicen que tienes que arreglarte. Se acomodó un almuerzo para conocer a las nobles de manera formal. Apúrate, o tu madre nos cortara a todos el cuello —habló con rapidez, miró el pequeño bulto de sábanas, sonriendo. —, hola Steven. Ya entiendo dónde te perdiste. 

La cabeza rizada salió con el rostro rojo y las orejas coloradas de entre las cobijas, sonriendo un poco. 

—Hola.

Cuando Layla se retiró, Steven sintió que la emoción abrasiva del disgusto se le instalaba en el cuerpo, sentándose a un lado. 

Jake se volvió a acomodar, atrayéndolo para que hiciera lo mismo, y el menor se dejó. De nuevo, ¿Cuánto tiempo podría durarle algo así?

—Te has puesto serio.

—Seré un buen Pashedu , Jake. —le miró, convencido. Haría lo que fuera para satisfacerlo, y tenía que estar consciente de que Yaakov no era suyo, era de Egipto. Le pertenecía a todo un Imperio. —Todo lo que pueda hacer, lo haré lo mejor que pueda, aprenderé.

El monarca le acarició con cuidado el rostro. 

—¿Eso te ha estado preocupando? Niño, he estado detrás tuyo desde antes de que pudiera yo notarlo. Necesito una emperatriz, es cierto. Tiene que ser de alta cuna, por supuesto. Pero no significa que no seas tú quien no pueda darme un primogénito —acarició la mejilla, y observó que el muchacho se acomodaba contra él. Le besó la frente, pegándolo a su cuerpo con cariño. —, no hay nada que otros puedan hacer. Yaakov el emperador le pertenece al pueblo. Pero Jake, el hombre, es tuyo. Yo soy tuyo. 

El sonido ronco de la voz al ser una conversación seria, le tranquilizó. Saber que podía ver a través de la inseguridad, tomarlas y lanzarlas por la borda, era una extraña habilidad que ninguno de los dos había notado hasta ahora. 

Sí, quizá no era tan malo. Steven sabe que el sentimiento es tan correspondido que ahora jura que podrían ser uno mismo, y sus corazones laten al mismo tiempo.

A los minutos, el mayor se levantó de la cama, llamando la atención del más pequeño, que se sentó. El muchacho había rebuscado algo entre las cajas. 

—Cierra los ojos. 

—¿Qué, por qué?

—Cierralos, Steven. 

A pesar de las quejas, terminó sentado y haciendo caso, sintiendo que la cama se hundía cuando se acercó. Entonces sintió que algo fino y con un peso casi inexistente se acomodaba alrededor de su cuello.

—Ábrelos. 

Lo primero que hizo fue sentirlo con sus dedos, un colguije de al menos cinco centímetros. Era una cadena fina de oro y pudo ver que era un dije de escorpión dorado, con el cuerpo de rubí. Las patas sobresalían en el amarillezco del metal, y colgaba por la cola de la gargantilla delgada. 

—Un escorpión. 

—Sé que dije que tenías tu libertad, pero…

—No la quiero. 

—¿Qué? 

—Quédate con ella, con mi libertad. Soy libre cuando estoy aquí contigo. Tú me haces sentir que lo soy. No hay dolor, ni tristeza, sólo tú. 

El faraón parpadeó confuso. Claro, él también iba a decir algo parecido, quizá un poco más posesivo escondido detrás del romance. Pero era la misma esencia. 

—Toma eso entonces, como señal de que eres mío. Cualquiera que lo vea, sabrá. 

Le mostró un anillo de oro, un minúsculo escorpión en horizontal con una diminuta piedra rojiza. 

—Unidos de por vida, ¿Entiendes lo que es eso? 

—La felicidad eterna contigo. —sonrió Steven, con las mejillas levemente sonrosadas, y el corazón ahogado en amor.

Habían tenido que salir de cama. El nuevo rey, había salido como debía, y detrás suyo, dos mujeres, Layla y Steven. El último sabía que las otras dos mujeres eran el otro par de concubinas, pero no las conocía de nada, y tampoco pretendía de momento hacerlo, cuando una de ellas parecía demasiado ensimismada en quizá, lo que sería un cotilleo sin sentido. 

Se había dado un pequeño y humilde baño lejos de palacio, junto con los demás sirvientes, aún seguía siendo menos que un noble, no podía ir a ducharse en donde lo hacía Yaakov. No aún, le aclaró el mayor con una sonrisa traviesa. Eso no lo abochornaba, había sentido y visto ahora, el stamina del rey. No era eso lo preocupante. 

¿Qué tantas reglas era capaz Yaakov de romper por él, hasta que alguien se quejara y se volvieran en su contra? Se siente bien saber que sienten lo mismo, pero también le preocupaba. Se da cuenta que el amor es peligroso. 

No lo dejaron entrar, y no pudo evitar preocuparse cuando vio entrar a mujer tras mujer del brazo de algún hombre viejo o algún joven fuerte. Cada familia que creía poder tener una buena oportunidad, estaba ahí. Sí, una oportunidad con su faraón. 

Las palabras volvían a su cabeza. 

Unidos de por vida. 

No tenía nada de qué preocuparse. ¿Cierto? 

—Yo no me preocupaba si fuera tú. 

—Lo siento, es que yo…

—¿Lo amas? 

Steven le miró unos segundos, quiso llorar, se le cerró la garganta, por supuesto que lo amaba, más que a nada, ahora aprendió, no sabía que uno podía volverse loco de amor. Había abandonado toda idea de libertad, había abandonado todo porque no necesitaba nada más, ni a nadie más. Dejaba atrás quién era, y de alguna manera, junto con Yaakov en aquella noche, era diferente. 

Su cuerpo y alma seguían siendo igual, pero alguien, o algo, le había cambiado. No era solamente Jake quien lo había tocado en las sábanas, había sido una mano, había sido la luna, y había sido ahora el sol. Quizá era tonto pensarlo de esa manera, aún así, para él no había otra forma de explicar sus emociones.

—Si lo amas, confía en él. 

—Soy tan sólo un consorte. Encontrará una buena emperatriz, la necesita. 

—¿Un consorte? Decidió pasar su primera noche como monarca contigo. 

—Lo sé. Era una noche importante. Su ojo cambió de color. 

Layla sonrió asintiendo, se había dado cuenta, era usual, siempre que había alguien digno, el color cambiaba, y en este caso, todo Egipto estaría más que complacido de dejar su futuro en manos de aquél hombre.  

—El hecho de que quisiera estar contigo en una noche así, es muy especial. No dudes de él, como él ha decidido no hacerlo contigo. Te ha dado desde que te conoció, el beneficio de la duda, te salvó de la muerte y te protegió del antiguo faraón. No tomes su amor como palabras vacías. —comentó orgullosa, con una sonrisa. Ella misma sabía de lo que su amigo era capaz de hacer. Era una extraña sensación de que en realidad, todo lo que pasase, no importaba, porque todo al final se acomodaba tal y como debía de estar.

La emoción de las palabras lo hizo sentir mejor. Si tenía el corazón del faraón, se aseguraría de salvaguardarlo de cualquier persona que quisiera hacerle daño. Se abrazaría a él con fuerza y lo guardaría de todo mal, ahora era suyo para cuidar, tanto como su persona le pertenecía al muchacho de un ojo rojo. 

—La gente se burlará, sabes. Son sólo unas concubinas, son sólo eso, pero sólo a ti y a mí, nos dará ese cobijo. No habrá lecho al que ellas caigan, porque tú ya habrás pasado por ahí. No habrá nadie más, y ellos se reirán de nosotros, pero la historia recordará tu nombre, Steven Grant, no olvides eso. 

Tocó el escorpión de su collar con los dedos. 

—No importa quién sea elegida por la corte como una buena prospecta. Y no interesa que seas el consorte, la concubina, el pashedu, lo que importa es que nadie más obtendrá lo que tú tienes. 

—¿A Jake? —murmuró mirándola de reojo.

—Tendrás el corazón de Egipto en tus manos.

Y aunque Steven estaba fuera de aquel cuarto donde se firmaban papeles y se hacían tratos sobre quién podría tener la oportunidad de casarse con él, o ser parte del harem, dejó de sentirse mal. No importaba, todo siempre se acomodaba, y para él, que ya estaba acomodado en el corazón de Jake, y Jake en el suyo, no había lugar más bello que el olor a casa que llevaba impregnado su faraón. 

Si el tiempo los separaba, estaba seguro que sus dioses los devolverán por más tiempo, una vida más, o quizá diez. Pero siempre juntos. Jake regresaría, y él le seguiría, fiel a su faraón.

Porque uno siempre vuelve a casa. 

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