The Falcon, The Winter Soldier and The Captain America

Marvel Cinematic Universe Captain America (Chris Evans Movies)
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The Falcon, The Winter Soldier and The Captain America
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Summary
Fue un viaje fácil, el último del día. Otra misión exitosa para el Capitán.Cuando la última gema finalmente descansó en su lugar y momento correctos, llegó el silencio. Llegó la última pregunta.¿Y ahora qué?Y Steve Rogers eligió el presente. Eligió a sus amigos, a los Vengadores y al mundo que se caía a pedazos después de que la mitad de la población regresó.->Básicamente un retelling de los sucesos de The Falcon and The Winter Soldier pero con Steve todavía en la ecuación como el Capitán América.
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El Hombre de las Estrellas

Capítulo 2

El Hombre de las Estrellas / Movement

 

—Nunca había estado tan cerca de algo hecho por Stark —decía Joaquín, con una sonrisa que le iluminaba todo el rostro.

A su lado, Sam no pudo evitar sonreír ante su entusiasmo, ahuyentando algo del sueño que todavía pesaba sobre sus párpados.

Eran las cinco de la mañana con cuarenta minutos y se encontraban volando rumbo a Múnich, con un jet prestado de la base de los Vengadores, en busca de una conexión entre los Flag Smashers, el suero del supersoldado y la GRC.

La cabina de pilotaje separaba a Sam y Joaquín de Steve y Bucky, que estaban sentados del mismo lado, a un pasillo de distancia, mirando las nubes pasar.

En silencio.

No habían dormido bien. 

A Bucky le dolía la cabeza. La noche anterior le había sido imposible conciliar el sueño. Los eventos del día se repetían en su cabeza en un bucle vicioso, ahuyentando toda posibilidad de descanso. Desde su sesión de terapia por la mañana hasta la traición del gobierno junto a Steve. Las emociones se arremolinaban desde su pecho hasta su cabeza. 

Ira, dolor, arrepentimiento, angustia, tormento.

A media noche, en medio de su propio suplicio, percibió que Steve tampoco la estaba pasando bien, pues al otro lado del pasillo, su respiración rápida y el inquieto latido de su corazón delataban la clara lucha que se desenvolvía en su cabeza.

Steve se había movido impasible en su habitación el resto de la noche y a Bucky no le sorprendía, demasiadas cosas habían pasado en pocas horas.

Había sido una noche sin descanso para ambos. 

—Deberías dormir un poco, mientras llegamos —sugirió Bucky, su voz apenas un susurro. 

No apartó su vista de la ventana, pero no lo necesitaba para saber que Steve tenía la cabeza apoyada sobre el respaldo, con los ojos cerrados y el cuello cansado. 

—No. Todavía no tenemos un plan —susurró en un tono de voz apagado.

Steve suspiró, sacando el agotamiento de sus pulmones.

—Nosotros lo podemos hacer mientras descansas —contestó Bucky.

Pero él ya sabía que su ruego no iba a servir de mucho. La terquedad de Steve era una de las pocas cosas que nunca habían cambiado con los años.

Sin embargo, lo que no esperaba era escucharlo levantándose del asiento, seguido del sonido de sus pasos ligeros alejándose por el pasillo.

Bucky apartó la vista de la ventanilla justo a tiempo para verlo abrir la puerta de la cabina del piloto y desaparecer dentro.

Sus palabras habían tenido el efecto contrario. 

En la cabina, Sam y Joaquín saludaban a Steve, informándole que todavía quedaban dos horas para llegar a su destino.

—Entonces podemos discutir el plan —dijo Steve, sin rodeos.

Sam lo miró con molestia.

—¿A las cinco de la mañana?

Steve asintió, palmeando el hombro de Sam.

—A las cinco de la mañana —repitió con una sonrisa en el rostro—. FRIDAY, ¿puedes activar el piloto automático?

El tablero emitió un suave pitido antes de responderle.

—Por supuesto, Capitán. Cambiando a modo automático. Nos dirigimos a Múnich —respondió la IA con su tono impecablemente sereno.

Joaquín soltó una risa, maravillado.

—No puede ser… —murmuró, negando con la cabeza, aunque su sonrisa lo delataba—. ¿Este jet tiene IA integrada?

Steve les dedicó una sonrisa antes de girar sobre sus talones y salir de la cabina. Sam salió detrás de él con resignación, arrastrando los pies.

En el interior del jet, Joaquín se dejó caer en el asiento junto a Bucky, quien seguía mirando el cielo matinal, completamente absorto en sus pensamientos.

Desde el frigorífico, Sam tomó una botella de agua y, sin previo aviso, la lanzó directamente hacía el rostro de Bucky.

El soldado la atrapó en el aire sin siquiera girar la cabeza. 

—No es buena idea planear una emboscada con el estómago vacío —dijo Sam antes de sacar un par de sándwiches del refri y tenderle uno a Joaquín.

Pocos minutos después, desplegaron una mesa frente a Bucky, en donde llevarían a cabo su charla.

Sam y Joaquín desayunaban con entusiasmo, al mismo tiempo en que Bucky giraba la botella entre sus manos sin mucho interés.

En ese momento Steve se acercó hacía ellos, colocando una tablet sobre la mesa, de la cual surgió una proyección holográfica del plano local.

—El mapa que Bucky encontró nos lleva a este punto —indicó un punto rodeado de densa vegetación—. Es un almacén en medio del bosque, justo fuera de Múnich.

Sam bebió un trago de agua y asintió.

—¿Misión de reconocimiento?

Steve confirmó.

—Esa es la idea. Primero usamos a Redwing para analizar el área. Entramos, buscamos información y nos vamos sin levantar sospechas.

Joaquín alzó una ceja desde su asiento.

—¿Sin explosiones ni persecuciones?

Sam y Steve intercambiaron una mirada antes de que Sam le respondiera con un suspiro.

—Esperemos que así sea.

Bucky tamborileó los dedos de su brazo de vibranium sobre la mesa, distraídamente.

—Podrías haber dormido antes de todo esto —comentó sin mirarlo siquiera.

Steve sonrió, inclinándose levemente sobre la mesa.

—Ya sabías que no lo haría.

Bucky negó con la cabeza, irritado. Porque sí, lo sabía.

Continuaron hablando sobre la misión, y después de un rato, FRIDAY les notificó que estaban por aterrizar. 

Steve fue el primero en descender por la rampa. El aire helado del bosque lo envolvió en cuanto pisó el suelo, cortándole la circulación de la piel con su gélida caricia. 

El claro en el que habían aterrizado estaba apartado de la ciudad, rodeado por espesos árboles: el escondite perfecto para el jet… y también para que los Smashers actuaran desde las sombras.

Los demás bajaron detrás de él. Bucky fue el último, ajustando sus guantes de cuero mientras avanzaba con pasos silenciosos sobre la plataforma de metal. Su expresión estaba seria. Más seria de lo habitual.

Tal vez Sam y Joaquín no lo habían notado todavía, pero para él estaba más claro que el agua.

Se había dado cuenta desde la mañana, desde el instante en que Bucky evitó su mirada por primera vez. Cada vez que sus ojos se encontraban, él se apartaba, como si la sola idea de sostener su mirada fuera intolerable. 

Estaba ahí, sí. Cerca, pero no con él. 

Lo observó en silencio, intentando leer su expresión, buscando algo más allá de la frialdad. 

Se había apoyado contra el tronco de un árbol, revisando el seguro de su fusil, mientras que el viento jugaba con su cabello largo. Bucky ni siquiera lo notaba, o no le molestaba.

Y entonces, Bucky sintió la intensidad de su mirada y levantó la vista.

Sus ojos se encontraron.

Fue solo un segundo. Un breve, diminuto segundo en el que Steve creyó que tal vez…

Pero el instante se rompió antes de siquiera formarse. Bucky apartó la mirada, esquivándolo con la misma frialdad con la que lo había estado haciendo toda la mañana. Como si él no estuviera ahí.

Como si no existiera.

Era un gesto insignificante. Bucky estaba enojado con él por algo que todavía no entendía y eso lo hacía sentir como si por cada rechazo se cortara el flujo sanguíneo de su corazón.

Pero no había tiempo para eso.

Nunca lo había.

El sonido de Sam desplegando a Redwing lo sacó de sus pensamientos. 

El dron rojo desapareció entre las copas de los árboles. En la pantalla del brazo de Sam, la visión del dron apareció en tiempo real. 

Steve se inclinó para mirar.

—Está a unos dos kilómetros en esa dirección —indicó Sam, señalando un angosto sendero que se adentraba al corazón del bosque—, veamos qué encontramos.

En la pantalla, se encontraron con un mar de ramas y hojas deslizándose con rapidez bajo la cámara de Redwing. Luego, el movimiento en la imagen comenzó a ralentizarse.

Y entonces lo vieron.

El almacén se erguía ahí. Pero no estaba vacío.

Múltiples figuras se movían con rapidez, cargando cajas de un lado a otro. La cámara siguió a una de las figuras, un hombre que desaparecía dentro de un tráiler aparcado a pocos metros, solo para volver a salir con las manos vacías.

—Tenemos compañía —murmuró Sam.

Joaquín se inclinó sobre su hombro, con la mirada clavada en la pantalla.

—Ese almacén no se ve muy abandonado.

A Steve no le gustaba nada.

—Sea lo que sea que tenían aquí, lo están moviendo —dijo, con un tono de voz más serio.

Joaquín señaló la pantalla.

—Las cajas tienen el mismo sello que las de Túnez.

Sam maldijo entre dientes.

—Genial. Esto acaba de complicarse. 

A unos metros, Bucky ajustó la correa de su rifle y comenzó a moverse con pasos lentos por la periferia, escaneando la espesura del bosque. Listo para recibir órdenes, pero no para intervenir.

No quería estar ahí.

Y Steve lo entendió todo con ese solo gesto, no hubo necesidad de palabras.

Estaban en territorio desconocido, con poca información y sin un plan real. Arriesgando la vida de sus amigos.

Bucky le estaba diciendo: “Estamos haciendo justo lo que dije que no hiciéramos.”

Pero el enemigo se movía, y no podía darse el lujo de dejarlo ir sin respuestas.

Su decisión apretó directamente su corazón, pero la tomó sin dudar:

—Joaquín, quédate en el jet —ordenó—. Si todo sale mal, vamos a necesitar escapar de aquí.

Joaquín asintió, aunque su expresión mostraba que le habría gustado un poco más de acción.

Steve se giró hacia Bucky, pero él ya estaba avanzando por el estrecho camino.

—Vamos a hacer esto rápido —dijo Bucky con dureza en su tono.

Sam negó con la cabeza, echándose a andar.

—Esto va a salir mal, como siempre.

Steve ajustó el escudo en su brazo y avanzó.

—Entonces será un jueves cualquiera.

Avanzaron a paso firme sobre la maleza húmeda, decididos y alertas.

—Tenemos dos opciones —decía Sam mientras caminaban—, o los detenemos antes de que arranquen, o los seguimos hasta su destino.

Bucky farfulló, delante de ellos.

—¿Y si simplemente ponemos explosivos en los camiones y terminamos con esto?

Steve negó con la cabeza.

—No podemos arriesgarnos sin saber a qué nos estamos enfrentando —aclaró—. No sabemos todavía si todos esos hombres han tomado el suero.

Bucky exhaló con frustración, pero no discutió.

El grupo avanzó entre los árboles, sus pasos amortiguados por la hierba y la tierra suelta. Sam, con los ojos en la pantalla de su brazo, activó la visión térmica de Redwing. Quería saber precisamente a cuántos enemigos se enfrentaría.

—Veamos cuántos son… 

La vista aérea del dron captó a las figuras moviéndose con rapidez dentro del almacén. Había al menos una decena de personas. En la pantalla, las siluetas comenzaron a iluminarse en rojo, pero, antes de que Sam pudiera hacer un conteo preciso, las figuras comenzaron a correr.

Dentro del almacén, uno de los Smashers alzó la vista y se encontró con el dron suspendido en el aire. Sam no lo sabía, pero Redwing alertó a los criminales y ellos no dudaron en prepararse para escapar.

—Se están moviendo —advirtió Sam, frunciendo el ceño—. Están acelerando la carga al camión.

Steve colocó el escudo en su espalda.

—Necesitamos interceptarlos antes de que se vayan —ordenó, lanzándose a correr. 

Los tres aceleraron hasta que la arboleda se terminó y el terreno le dió paso al claro sobre el que se encontraba el almacén.

Los motores rugieron cuando los tráileres arrancaron y comenzaron a alejarse. 

Sam echó un último vistazo a la pantalla y sus ojos se estrecharon.

—Tenemos a siete probables Flag Smashers. —hizo una pausa breve, escudriñando los ojos—. Pero también tenemos a alguien dentro de uno de los camiones. ¿Un rehén?

Steve endureció la expresión.

—Yo voy por el rehén. Ustedes detengan los camiones.

Las alas de Sam se desplegaron, su propulsor se encendió.

¿Quieres que te lleve, princesa? —preguntó Sam con una sonrisa traviesa.

Bucky apenas tuvo tiempo suficiente para apuñalarlo con los ojos antes de que Sam lo tomara por el arnés y ascendieran juntos.

—¡Odio esto! —rugió Bucky al aterrizar pesadamente sobre el techo de uno de los camiones.

Sam rió con satisfacción antes de impulsarse hacia arriba, desplegando sus alas para lanzarse de picado hacía la cabina del camión en movimiento.

Steve comenzó a correr, sintiendo el ardor de sus músculos ante cada paso que daba. 

En cuestión de segundos fue capaz de alcanzar el tráiler. 

Tomó impulso, y se lanzó contra la puerta trasera. Sus manos se aferraban a las manijas cerradas de la puerta del tráiler.

Con un fuerte jalón fue capaz de tronar el seguro del cerrojo.

Las puertas cedieron ante su fuerza y se deslizó hacia dentro con facilidad.

Sus ojos se adaptaron a la penumbra, y notó que lo rodeaban cajas de suministros médicos.

Un ruido en el fondo del camión lo alertó. 

Avanzó con cautela. 

Y entonces encontró que en la esquina, una silueta encogida temblaba de miedo. 

Era una mujer pelirroja.

—Ya estás a salvo —le aseguró Steve con voz tranquila, acercándose con cuidado.

Ella alzó la vista, encontrando la mirada de Steve. Por un momento, sus labios temblaron.

Y luego sonrió.

Con malicia.

Antes de que Steve pudiera reaccionar, la mujer giró y le lanzó una patada en el pecho. 

El aire se le escapó de los pulmones cuando fue arrojado por los aires.

El impacto lo estampó contra las cajas, el sonido del vidrio roto se produjo al instante.

Era una trampa.

Se enderezó de inmediato, con los músculos tensos para la pelea. Pero antes de que pudiera moverse, un estruendo retumbó detrás de él.

No alcanzó a girarse cuando una patada brutal le impactó la espalda, arrojándolo de cara contra el suelo.

Dos hombres se abalanzaron sobre él, uno a cada lado, sujetándolo con fuerza sobrehumana. 

Steve gruñó al sentir el peso de sus cuerpos inmovilizándolo.

La mujer pelirroja pasó a su lado con una sonrisa burlona, mientras los hombres volcaban todo su peso y fuerza contra Steve.

Un estrépito se produjo cuando la mujer subió al techo del vehículo. 

Arriba, Sam y Bucky estaban ocupados lidiando con un hombre de fuerza sobrehumana. La mujer alzó la vista, fijándose en el cielo.

Redwing sobrevolaba la escena, grabando cada movimiento.

Los ojos de la mujer brillaron con rabia. Sin dudarlo, saltó hacia el dron y lo atrapó en el aire con ambas manos.

—¡No, no, no! —exclamó Sam, su pecho se tensó con frustración.

Pero ya era demasiado tarde.

Como si fuera papel, la mujer destrozó el dron en dos.

—¡Maldita…! —Sam ni siquiera terminó la frase antes de lanzarse contra ella.

El hombre que luchaba contra Bucky saltó de inmediato al camión frente a ellos, listo para apoyar a la mujer.

Bucky miró a su alrededor.

La ausencia de Steve en la pelea encendió una alarma en su cabeza.

Se concentró en el entorno, agudizando su audición, filtrando el caos de la pelea.

Y entonces lo escuchó, forcejeando. 

Bucky no lo dudó.

—¡Voy por Steve! —rugió.

Sin pensarlo dos veces, saltó al tráiler de enfrente. En un movimiento fluido, se deslizó dentro del contenedor de carga.

La circulación de su corazón se detuvo por un momento.

Steve estaba en el suelo, inmovilizado por dos hombres.

La furia lo atravesó como un rayo, incendiándolo.

Se lanzó en contra de los hombres sin un plan en mente. 

No midió la fuerza con la que impactó a los hombres ni tampoco el rugido que escapó de su garganta.

Los hombres desprevenidos cayeron tras el impacto.

Y ellos aprovecharon la ventaja. 

Desde su posición en el suelo, Steve inmovilizó a uno de los hombres, sujetándolo con los brazos en una fuerte llave.

Al otro lado, el segundo atacante trató de incorporarse.

Pero Bucky no le dio la oportunidad.

Su bota se estrelló brutalmente en su pecho, arrojándolo contra la pared metálica.

Cualquiera habría quedado fuera de combate. Varias costillas rotas. Quizás el corazón detenido.

Pero el hombre se levantó, como si nada.

Bucky frunció el ceño mientras las pisadas del hombre corrían hacía él.

Al mismo tiempo, Steve forcejeaba con el otro enemigo.

La fuerza del hombre era abrumadora, algo a lo que nunca se había enfrentado.

Y por primera vez en mucho tiempo, el golpe que le dieron contra el abdomen le sacó el aire.

Su agarre flaqueó.

Y el hombre aprovechó para liberarse.

A unos pies Bucky se agachaba para evitar una patada.

Steve se incorporó y se enfrentaron cara a cara.

El atacante asestó el primer golpe.

Steve lo bloqueó con sus brazos.

Sintió la fuerza del impacto sobre sus antebrazos.

Aprovechó la cercanía para desestabilizar al hombre con una patada contra la pantorrilla.

Pero el hombre no cayó. Solo se tambaleó un segundo.

Era extraño pelear con alguien que podía igualarlo.

Todas sus estrategias de combate se basaban en subestimar a sus enemigos.

Y ahora estaba en una pelea real.

Recuperó el escudo de su espalda a tiempo para bloquear un golpe directo a su mandíbula.

Uno que lo hubiera mandado al suelo.

Los golpes continuaron en secuencia. 

Golpe. Bloqueo. Golpe.

Nadie cedió.

Apartó la mirada por un instante para ver a Bucky atrapando la pierna del hombre en el aire bloqueando una patada.

Estaban en las mismas.

Pero los movimientos de los hombres eran torpes, repetitivos, impulsivos. Sin técnica.

Solo eran hombres comunes. Se notaba que nunca antes había estado en combate ni en ninguna guerra.

—No eres un soldado —gruñó Steve, bloqueando un puñetazo con su escudo.

El hombre no respondió, solo se lanzó otra vez, sin estrategia ni control. 

Solo lo impulsaban la fe ciega en su causa y la furia.

Bucky lo notó también: Su oponente tenía fuerza, pero la desperdiciaba.

No medía sus golpes. No seguía una secuencia. Se confiaba demasiado. 

El brazo de vibranium de Bucky se alzó en un golpe.

El Flag Smasher lo atrapó

Más rápido de lo esperado.

Pero no lo suficientemente rápido para el otro brazo de Bucky.

Antes de que el hombre pudiera reaccionar, Bucky ya había descargado un cartucho entero a quemarropa contra su pecho.

Las balas rebotaron.

Bucky sintió cómo un escalofrío le recorría la espalda.

El Flag Smasher sonrió.

Y luego le lanzó una patada brutal que lo arrojó hacia atrás.

Bucky se quedaba sin paciencia.

Steve estaba a media patada cuando escuchó los disparos y volteó para ver a Bucky en el suelo.

—¿En serio? —dijo, esquivando otro golpe.

Bucky se levantaba con los puños apretados.

—Cállate y pelea —gruñó Bucky, arrojando la pistola inservible a un lado antes de lanzarse de nuevo al combate.

El camión en movimiento se había convertido en un caos puro. El cargamento de suministros médicos había quedado completamente pulverizado.

Con cada golpe que daba, la ira de Bucky aumentaba, no sólo porque su enemigo parecía imparable, ni porque sus ataques no causaban daño real, sino porque Steve había estado en peligro real gracias a su terquedad.

Otra vez.

Y eso lo hacía pelear con más rabia.

Usualmente, para este momento de la pelea, los criminales ya estarían inconscientes en el suelo. 

Pero no estos dos.

Seguían levantándose.

Los huesos rotos se reparaban al instante.

Las heridas se cerraban en segundos.

Naturalmente los dos se encontraron espalda contra espalda.

Y se convirtieron en una fuerza imparable.

Sus golpes se multiplicaron. 

Donde Steve pateaba, Bucky remataba con un golpe.

Donde uno bloqueaba el otro golpeaba.

El estruendo metálico del escudo chocando contra una patada resonó en el caos.

—Esto me recuerda la primera vez que me enfrenté al Soldado del Invierno —dijo Steve mientras detenía un nuevo golpe con su escudo.

Bucky gruñó mientras esquivaba un golpe.

—¿Y?

Steve apenas tuvo tiempo de esquivar antes de continuar.

—Creí que iba a perder.

Bucky inspiró hondo, justo antes de lanzar el siguiente golpe.

—¡No vamos a perder, Rogers!

Él y Steve tenían una clara ventaja sobre esos hombres.

Ellos sí sabían pelear.

Sin preguntar, Bucky tomó el escudo del brazo de Steve, sus manos recordaron el peso familiar.

Lo lanzó con fuerza contra la pared del tráiler.

El escudo rebotó con la trayectoria precisa de un golpe calculado.

El disco impactó sobre las pantorrillas del hombre, que se tambaleó hacía atrás.

Bucky no desperdició la oportunidad.

Se lanzó sobre él en el instante exacto, atrapando su rostro con su mano de metal.

Lo azotó contra el suelo con una fuerza brutal.

Un sonido seco.

El hombre jadeó antes de cerrar los ojos. 

Había quedado fuera del juego.

—¿Me regresas mi escudo? —bromeó Steve entre jadeos. 

No tuvo tiempo para respirar. 

Recuperó el escudo desde el suelo y lo lanzó hacia Steve.

Steve lo atrapó en el aire justo cuando Bucky se impulsaba hacia el enemigo restante, derribándolo con un golpe seco.

Bucky aprovechó el impacto y tomó el brazo del enemigo, torciéndolo en un ángulo imposible.

El hombre apenas pudo gritar cuando Steve remató.

El escudo emitió un estruendo contra el rostro del hombre.

El Flag Smasher se desplomó, inconsciente.

El camión seguía en movimiento, pero dentro, por un instante, solo quedó el sonido entrecortado de sus respiraciones rápidas.

Steve y Bucky se quedaron quietos.

Sus miradas se cruzaron.

Esta vez, Bucky no la desvió.

La furia que Bucky había llevado todo el trayecto seguía ahí, pero ahora se mezclaba con otra cosa: preocupación.

Steve le sonrió. Abrió la boca para decir algo.

Pero el momento se desvaneció bajó un estruendo que sacudió la pared del trailer.

Desde afuera, la voz de Sam gritaba con furia.

No necesitaron hablar. Se lanzaron hacia la siguiente pelea.

Bucky fue el primero en moverse, usando la fuerza de su brazo metálico para impulsarse hacía el techo.

Steve lo siguió, trepando la puerta del trailer.

Una marometa sobre el techo lo llevó a descubrir la escena. 

Frente a ellos, la mujer pelirroja que había engañado a Steve se preparaba para atacar.

El tiempo se congeló frente al Capitán.

Analizó la escena.

El enfrentamiento no era la prioridad.

Los Flag Smashers eran solo una distracción.

La prioridad seguía siendo la misma. 

Detener los camiones.

—Voy por el conductor —dijo sin perder ni un segundo más.

Se echó a correr, dejando a Bucky para enfrentarse con la chica pelirroja.

Gritó por refuerzos y se lanzó contra Bucky, el puño ya en alto.

Un nuevo enemigo saltó al techo.

Se dirigía directo a Steve.

Apretó el escudo contra su brazo, listo para el impacto.

Pero desde el cielo, como un torbellino, emergió Sam, asestando una patada contra el pecho del hombre.

Patada que arrojó al hombre por los aires, directo al asfalto.

Steve no perdió tiempo y llegó hasta la cabina del tráiler.

Descendió hasta la puerta, sosteniéndose apenas del marco.

El viento azotaba su rostro.

Arrancó la puerta de sus goznes con un crujido metálico.

Pero antes de que pudiera entrar.

El mundo giró.

Un Smasher le asestó un golpe directo a la mandíbula.

Steve se tambaleó, pero su agarre se mantuvo firme.

Reaccionó por puro instinto, alzando el escudo para bloquear el codazo que lo hubiera soltado.

La vibración del vibranium le recorrió el brazo. 

Como si el escudo temblara de miedo.

No.

Sacudió ese pensamiento de su cabeza y dió un vistazo hacía la cabina.

Había dos hombres: su atacante y el conductor.

El enemigo intentó alcanzar su brazo, pero Steve lo rechazó con una patada.

Se encontró el reflejo del espejo retrovisor y vio a Bucky.

Estaba lanzando a la mujer pelirroja por los aires.

Sam esquivaba un golpe, lanzándose al aire con precisión milimétrica.

Algo se apretó en su garganta.

Miedo.

Levantó el escudo de nuevo, justo a tiempo para detener otro golpe. 

Sus músculos ardían con el esfuerzo.

Entonces lo escuchó.

El zumbido de un avión aproximándose.

La boca de su estómago ardió.

Joaquín.

Pero cuando giró la cabeza, lo que vio a la distancia no era su jet de escape.

Era un helicóptero diferente.

Su agarre en el escudo se tensó.

Una silueta se asomaba desde la puerta del helicóptero.

El odio le hirvió la sangre.

John Walker.

El hombre lo miraba directamente a él.

Le dedicó una sonrisa y levantó la mano en un saludo militar.

Eso fue suficiente para Steve.

Algo primitivo le recorrió la columna.

No dudo. No pensó.

Rugió con una furia que partió el aire.

Su escudo se estrelló con una fuerza monstruosa contra la mandíbula de su atacante. 

El hombre se llevó las manos al rostro, deteniendo la cascada de sangre

Gritaba de dolor.

Pero a él no le importaba ya nada.

Lo sujetó del brazo, llenándose de sangre y lo arrojó hacía el otro trailer.

El sonido del vidrio roto llenó el aire. 

Pero Steve ya se abalanzaba contra el conductor.

Atrapó su muñeca y la torció en un solo movimiento seco, estrellándose contra el tablero con tanta fuerza que el parabrisas se resquebrajó.

El hombre no se levantó.

Todavía respiraba con furia cuando bajó el freno de mano. 

El camión derrapó y se detuvo con un chirrido de neumáticos quemados.

Pero no se detuvo ahí.

No iba a dejar que ese hombre le robara también esta pelea.

Salió de la cabina y se impulsó de regreso al techo del camión.

Bucky y Sam seguían luchando contra la pelirroja.

Steve sintió los puños temblarle.

No se contuvo.

No podía.

Se lanzó hacía la batalla con la mujer pelirroja.

Frente a ellos, John Walker y un soldado aterrizaban sobre el techo del otro trailer. 

Delante de ellos se encontraba uno de los Flag Smashers, listo para el encuentro.

Walker se lanzó hacía él con un grito demasiado fingido.

Pero no tuvo oportunidad de brillar.

El Smasher le hundió un puño en el pecho y Walker salió despedido hacía la carretera, como un muñeco de trapo.

El otro soldado intentó cubrirlo, pero una patada en la pierna lo hizo perder el equilibrio y caer junto a su compañero.

Steve, Sam y Bucky atacaban por todos los frentes a la mujer, que apenas podía esquivar.

La mujer apretó los dientes, mientras el terror inundaba su rostro sin su autorización.

Steve lo sintió. 

Detuvo su brazo y le dijo:

—¿Así que así lideras a tu gente?

Sus ojos se llenaron de pánico.

Había sido arrogante para ella pensar que podría hacerle frente al Capitán América.

Hasta ese momento no había habido un rival digno de los Smashers.

Hasta ahora.

Ya había pérdido a la mitad de su equipo.

La balanza se inclinaba en su contra.

Solo quedaba una opción.

Con una señal rápida, ordenó la retirada.

 

Un silbido cortó el aire.

La mujer lanzó algo hacia ellos.

Steve reconoció la forma en el instante exacto.

—¡Granada! —gritó.

Y entonces todo estalló.

Sam reaccionó primero, encendiendo su propulsor y alzándose al cielo.

Pero Bucky estaba demasiado cerca.

Su puño aún estaba extendido, a punto de impactar, cuando la explosión rugió con una llama anaranjada.

Bucky fue lanzado hacia atrás.

No tuvo tiempo de protegerse, apenas pudo cubrirse el rostro antes de sentir el vacío bajo sus pies.

Le esperaba una pendiente inclinada.

No pensó. Solo saltó tras él.

El aire lo rodeó con su calor mientras descendía.

Sus miradas se encontraron.

Y la incertidumbre en el rostro de Bucky se esfumó.

Y entonces los brazos de Steve lo rodearon. 

Lo envolvió con su cuerpo, sujetándolo con firmeza. 

Su manó se deslizó hacía la nuca de Bucky, protegiéndolo del impacto. Sus piernas se posicionaron a ambos lados de su torso, aferrándose a él.

Los brazos de Bucky lo sujetaron de vuelta.

Durante un instante flotaron en el aire, abrazados.

Y cuando cayeron, no tuvieron miedo del impacto.

Porque estaban juntos.

El escudo en la espalda de Steve absorbió parte del golpe cuando aterrizaron entre la maleza.

El impulso los hizo rodar juntos por la pendiente inclinada.

Bucky no estaba acostumbrado a sentirse protegido. No así. No desde antes de la guerra. No desde Steve.

No así.

Rodaron, envolviendose en tierra y hierba seca, hasta que el movimiento cesó de golpe.

Steve terminó encima de Bucky, cubierto de césped y de tierra.

Ninguno se movió. 

Solo se miraron.

El aliento de Steve chocaba contra su rostro, cálido y entrecortado. Su peso seguía sobre él con las rodillas firmes a ambos lados de su cintura.

Podía sentir el acelerado latido de su corazón como si fuera el suyo. Era como si sus corazones quieran salir para encontrarse

No entendían lo que estaban sintiendo.

El aire entre ellos se espesó.

El pecho de Steve subía y bajaba con respiraciones agitadas al mismo compás que su pecho.

El silencio se alargó y la distancia entre sus rostros parecía cada vez más cercana.

Steve sintió miedo. 

No del enemigo o del gobierno, ni tampoco de su futuro incierto. Sino de todo lo que estaba sintiendo en ese momento.

Hasta que una sombra descendió a su lado.

Sam aterrizó con suavidad a su lado, plegando sus alas con una expresión demasiado divertida en su rostro.

—Ni siquiera estoy aquí —se dió la vuelta y entrelazó las manos en la espalda, alejándose lentamente.

Steve y Bucky se quedaron inmóviles un segundo más.

Y luego, se separaron de golpe. 

Bucky rodó hacía un lado mientras que Steve caía sobre sus rodillas, clavando las manos en la tierra. 

Sam alzó una ceja.

—Pueden quedarse ahí todo el día, por mí no hay problema.

Bucky se levantó con un gruñido, sacudiendo su ropa.

—Callate, Wilson.

Sam sonrió con malicia, pero Steve apenas los escuchaba. Seguía mirando a Bucky desde el suelo. 

Luchaba contra las ganas que tenía de correr a abrazarlo una vez más. Contra el magnetismo.

Como si el centro de gravedad del mundo ya no fuera la tierra, sino el hombre que tenía enfrente.

El frío que le golpeó la piel lo trajo de vuelta a la realidad. Extrañaba el calor de la piel de Bucky. Su contacto.

Sacudió la cabeza. No estaba entendiendo nada.

Dos nuevos pares de pasos interrumpieron sus pensamientos.

La maleza crujió debajo de las botas de Walker y su compañero mientras se acercaban.

La furia lo levantó de la maleza, quemando la magia del momento.

—Hola a todos —llamó Walker con tono amistoso—. No hemos tenido la oportunidad de presentarnos.

Los tres se pusieron automáticamente a la defensiva. Sus cuerpos gritaban la palabra “hostil”.

Nadie respondió.

Walker alzó las manos en señal de paz.

—Tranquilos. Me llamo John Walker. Soy el nuevo Capitán América. 

Tras escuchar sus palabras, Sam entrecerró los ojos, exhalando mientras negaba con la cabeza. Bucky apretaba la mandíbula mientras cruzaba los brazos con fuerza.

— Y este es mi amigo, Lemar Hoskins, Battlestar —continuó Walker.

Su compañero les dedicó un breve saludo.

Pero a Steve nada de eso le importaba. 

Había algo que le preocupaba.

Algo más importante.

Se lanzó corriendo hacia la carretera, hacía la escena de la batalla. 

El humo de la granada se había disipado y los ojos de Steve recorrieron la escena.

En la carretera ya solo quedaba un camión, el del techo destrozado.

El otro camión había desaparecido.

Sam y Bucky se unieron a su lado, mientras Steve se apresuraba a la parte trasera del tráiler donde habían peleado.

Estaba vacío. Los cuerpos de los hombres que habían derribado habían desaparecido.

No tenían nada.

La rabia se propagó desde su estómago, dejando un mal sabor de boca. 

—Desaparecieron —informó con voz áspera.

Walker y su compañero se acercaron con cautela.

—Tranquilo —dijo Walker, con ese tono conciliador que ya le molestaba—. Nosotros nos haremos cargo, estamos intentando arreglar el mundo.

No podía creer lo que había escuchado. 

—Podemos trabajar juntos —continuó Walker. La sonrisa sobre su rostro tambaleaba.

Pero Steve ni siquiera parpadeó.

—¿Trabajar juntos? —repitió, con una calma peligrosa—, ¿Con alguien que cae al primer golpe?

Walker frunció el ceño.

—Hey, eso fue un mal comienzo —intentó sonar relajado—. No sabía que eran supersoldados, pero–

Bucky dio un paso al frente.

—No te necesitamos —interrumpió, cortante.

Sam, con los brazos cruzados, lo respaldó con un tono seco.

—¿Qué hicieron cuando nosotros caímos? Pudieron haberlos seguido —les reprochaba con una mirada de disgusto.

Steve miró a Walker.

No vio un Capitán América.

No vio a un soldado.

Solo vio a un hombre jugando a ser algo que no entendía.

Sin más palabras, se dio media vuelta y comenzó a caminar. Sam y Bucky lo siguieron.

Walker los observó irse. Con los labios apretados, una sombra comenzaba a oscurecer su rostro.

Su amigo, Lemar, se inclinó levemente hacia él.

—Bueno… eso salió bien.

  • -    -    -    -    -

El camino de regreso al jet transcurrió en completo silencio. Las botas de los tres caían pesadas sobre la tierra, pero nadie quería hablar.

Sam era el que tenía la cabeza más fría de entre los tres y, a diferencia de Steve y Bucky, que parecían sumidos en un remolino de pensamientos, ya comenzaba a analizar todo lo sucedido.

Apretó los labios y se animó a romper el silencio.

—Bueno… al menos esto confirmó algo —su voz sonó firme—. Los Flag Smashers son supersoldados.

Steve asintió con la mirada fija en el suelo. Bucky hizo lo mismo, con la mandíbula tensa. Pero nadie agregó nada más.

Sam suspiró. No valía la pena presionarlos. 

Siguió caminando, con Redwing entre sus brazos. Su carcasa estaba partida en dos, con los cables expuestos, como si estuviera herido. 

No sabía si podría repararlo y eso lo ponía triste. 

Redwing era su fiel compañero en las misiones. Aunque fuera solo un dron, Sam lo sentía como una mascota. Uno que ahora yacía inerte en sus manos, sin vida.

Si lo pensaba bien, no solo habían perdido a los Smashers. También habían sido superados en número, en fuerza, en estrategia.

No tenían nada.

El peso de la derrota los acompañó hasta el jet. Joaquín los esperaba sentado sobre la rampa, con una tablet en las manos. En cuanto los vio, se levantó de un salto.

—¿Qué pasó? —preguntó, con preocupación en el rostro—. Noté al helicóptero de USA acercándose.

Sam no respondió de inmediato sino que le tendió a Redwing como un animal herido y Joaquín lo recibió, sosteniéndolo con cuidado.

—Fue un desastre —contestó, soltando un suspiro cansado.

Bucky y Steve entraron al jet sin decir una palabra. Sam y Joaquín les siguieron, con el clic de la rampa cerrándose detrás de ellos.

Joaquín colocó a Redwing sobre la mesa con delicadeza. Sam se dejó caer rendido sobre el asiento y comenzó con su relato.

Cada una de sus palabras hacía que el ánimo entre ellos decayera más.

Cuando terminó, el silencio se hizo absoluto.

Pesado. 

—¿Y ahora qué? —preguntó finalmente Joaquín.

Y ese fue el clavó que selló el ataúd.

No sabían qué seguía. La derrota se sentía apabullante, y peor aún: inútil.

Joaquín leyó la habitación. Podía sentir toda la tensión acumulada en sus amigos.

El Capitán estaba sentado junto a la ventana, con las piernas cruzadas, una mano sobre los labios y el ceño fruncido, mirando fijamente a través de la ventana, como si buscara respuestas en las nubes.

Sam, frente a la mesa, revisaba su dron destrozado. En su rostro se dibujaba una expresión conflictuada, había tristeza, pero también había enojo que se acompañaba por su postura tensa, que decían que estaba listo para una nueva pelea.

En la cocina, Bucky limpiaba su arma en completo silencio. Su expresión era más letal que nunca.

Joaquín se preguntaba si, de haberlos acompañado, habría terminado gravemente herido.

Sabiendo que no había punto en intentar razonar con ellos en ese momento, se dirigió hacia la cabina del piloto.

Cuando se sentó frente al tablero, supo que no había punto en quedarse esperando instrucciones.

Sin pedir permiso, encendió el motor y trazó el rumbo hacia Nueva York.

Nadie lo detuvo. Nadie discutió.

Tras unos minutos, el zumbido del motor se transformó en un arrullo que logró tranquilizar un poco a los tripulantes.

Estaba ajustando los sistemas de navegación cuando escuchó unos pasos detrás de él.

No necesitó girarse para saber quién era.  

Bucky se dejó caer pesadamente en el asiento a su lado, con la mirada fija en la ventana.

Joaquín tragó saliva. 

El Soldado del Invierno le causaba tanto miedo como admiración.

Sus movimientos eran precisos, letales, hermosos de ver en combate y de ser estudiados. Siempre era un verdadero deleite verlo pelear. 

Solo esperaba que nunca tener que enfrentarlo.

Pero no, su problema con Bucky no era su estilo de pelea. 

Era más bien que nunca lograba leerlo bien del todo. 

Práctico, reservado, desconfiado por naturaleza. Todo lo contrario a lo que él era.

No le había costado mucho hacerse amigo de Steve, pero con Bucky sentía que seguía en el mismo punto que el día en que se conocieron, seis meses atrás.

Pero… Si lo pensaba bien, Bucky no era tan imponente como lo pintaba. 

También era honesto y leal. Eso era muy obvio por la forma en la que seguía a Steve hasta batallas de inútil combate, como la del día de hoy.

Sus ojos se acercaron lentamente hacía Bucky.

Seguía molesto. 

Había pasado el viaje sumido en la misma furia silenciosa. Sin embargo, había algo más bajo la superficie. Algo que se solapaba con su enojo.

Preocupación.

Joaquín sabía perfectamente que Bucky había venido hasta la cabina para intentar escapar de sus emociones, pero aún así, pensó en intentar ayudar.

Tal vez le partieran un brazo, pero valía la pena intentarlo.

—Hey, Bucky —dijo, tanteando las aguas.

Bucky mantuvo la mirada fija en las nubes.

—Hey, Joaquín —le contestó lentamente.

Sonrió para amenizar el ambiente.

—¿Qué tal? —preguntó.

Bucky suspiró, cansado.

—No tienes qué sacarme la plática, teniente.

La voz de Bucky sonaba indiferente, pero no dura. Así que decidió seguir con su intento.

—No es eso. Quiero decirte algo —aseguraba él con firmeza

Quizás su voz se estrellase un poco mientras le hablaba al Soldado del Invierno, pero aún así continuó.

—No deberías enojarte con Steve.  

No lo dijo como un regaño, ni como una orden. Solo era un hecho.  

Bucky despegó su mirada de la ventana y lo volteó a ver, no con enfado, sino con curiosidad.

Joaquín siguió.

—Desde ayer te noté tenso, después de su breve discusión.

Bucky entrecerró los ojos, diseccionando a Joaquín.

Y él continuó sin miedo.

—Steve está en conflicto, quiere resolver todos los problemas del mundo —la firmeza de su voz lo sorprendió—. Pero también quiere ayudarte a tí.

Bucky no respondió, analizando las palabras de Joaquín con el ceño fruncido.

Pero él todavía no había terminado.

—Eres su ancla, sin tí pierde todo el equilibrio.

El mundo se detuvo por un segundo tras la claridad de sus palabras.

Bucky desvió la mirada de la ventana, pero Joaquín captó el brillo que cruzó por sus ojos.

—No vine aquí para sermones —su tono salió bajo, pero no agresivo.

Lo miró y notó que su postura estaba relajada. Quizás eso era un avance.

—Lo siento sí te moleste, no diré más.

Lo dejó estar. Dejó que analizara sus palabras, porque a veces, el silencio es la única forma de entender las cosas.

Bucky inspiró hondo, pero no terminó de soltar el aire. Sus ojos estaban clavados en un punto indeterminado, su mandíbula tensa. 

Finalmente, habló.  

—¿Puedes llevarnos a Baltimore?  

Lo miró de reojo, sorprendido por la petición. No preguntó por qué. 

Asintió.  

—Sí.  

Y eso fue suficiente.  

El jet cambió levemente su rumbo, surcando el cielo en medio del silencio.  

  • -    -    -    -

El resto del viaje transcurrió en silencio. Un silencio cómodo.

Bucky no dijo nada más tras su conversación con Joaquín, pero mientras el jet se deslizaba por el cielo, dejó que las palabras del teniente llenaran el silencio en su mente.

Desafortunadamente, Joaquín tenía razón. No debería enojarse con Steve.

Es por ello que pensó que para ayudar a Steve, deberían ir a Baltimore.

Cuando el jet comenzó su descenso, Bucky se levantó y salió de la cabina.

En la sala, Sam estaba sentado con los brazos cruzados, observando algo con un destello de diversión en su mirada.

Steve, dormido. 

Su cabeza descansaba inclinada sobre la ventanilla, el ceño relajado, la respiración profunda, lenta. 

Por un instante, la fachada de líder se había desvanecido, y en vez de ello, sólo quedaba un hombre joven, descansando tras una jornada laboral pesada.

Era una imagen rara, casi imposible.

—No se ve esto todos los días —murmuró Sam en un tono bajísimo con una sonrisa muy obvia.

Joaquín asintió, divertido, pero Bucky los dejó atrás.

Con mucho cuidado se acercó a Steve, hasta quedar a su lado.

Se permitió observarlo. Sus pestañas, largas y rubias que cubrían unos ojos serenos.

La forma en la que la línea de su mandíbula estaba relajada.

El brillo dorado de su cabello que reflejaba los pequeños rayos de sol que entraban por la ventana.

Siempre había dormido con la boca apenas entreabierta, y lo llenó de cariño notar que todavía seguía siendo así. 

Se sorprendió al notar que todavía recordaba ese detalle.

Con un movimiento suave, más suave de lo que creía sería capaz, se inclinó y tocó su hombro con un leve empujón.

—Steve —llamó, su voz era más baja de lo habitual.

Los párpados de Steve temblaron antes de abrirse lentamente.

Sus miradas se cruzaron. 

Lo reconoció al instante y la sombra de una sonrisa apareció en sus labios.

—Hey, Buck…

Su voz estaba ronca tras despertar, algo a lo que Bucky todavía no se acostumbraba, incluso después de haber estado viviendo con él por seis meses.

Bucky tragó, enderezándose. 

—Ya llegamos—dijo, sintiendo que su propio tono había bajado demasiado.

Steve parpadeó para quitarse el sueño y frotó su rostro con una mano. Miró la ventanilla, pero no estaban en la base de los Vengadores.

—¿En dónde estamos?

Bucky sostuvo su mirada un segundo antes de responderle.

—En Baltimore. Quiero presentarte a un viejo amigo.

A su lado, Sam y Joaquín intercambiaron una mirada de complicidad. Sentían que estaban presenciando algo privado, algo que no debían interrumpir.

Steve no preguntó más.

Solo miró a Bucky.

Y entonces, sonrió.

No era la sonrisa de Capitán América, ni la que le daba a la prensa. Era la sonrisa pequeña, genuina, la que siempre había sido solo de él.

Bucky sintió que su corazón latía más fuerte.

—Entonces vamos —dijo Steve.

Y con eso, los cuatro bajaron juntos.

  • -     -     -

Steve y Bucky caminaban lado a lado por las calles de Baltimore, el asfalto caliente de la tarde aumentaba la temperatura de sus cuerpos mientras que el sol de la tarde filtraba sus rayos entre los edificios. 

A su alrededor escuchaban risas, motores de autos, las platicas comunes de los transeúntes: la ciudad estaba viva.

Detrás de ellos, Sam hablaba con Joaquín sobre la reparación de Redwing.

—¿A quién me vas a presentar? —preguntó Steve, mirándolo con curiosidad.

Bucky lo miró. El enojo había quedado desaparecido, reemplazado por algo más.

—A alguien que me recuerda a ti —una sonrisa se asomó en sus labios.

Steve parpadeó, sorprendido por la respuesta, pero antes de que pudiera insistir, Bucky se detuvo frente a una casa de ladrillos desgastados. 

La cerca de madera crujió bajo su mano cuando la empujó para abrir paso. Subió los escalones del porche y golpeó la puerta con los nudillos.

Tras unos segundos, la puerta rechinó y un joven apareció en el umbral. Sus ojos barrieron a los visitantes y, en cuestión de segundos, su expresión pasó de la sorpresa a la cautela.

—Hola —dijo Bucky, eligiendo sus palabras con cuidado—. Venimos a ver a tu abuelo.

El chicó alzó una ceja, pero no se movió.

—¿Qué hacen aquí? —su tono estaba cargado de desconfianza.

Antes de que Bucky pudiera responder, una voz grave interrumpió desde adentro.

—Elijah, ¿quién es?

El joven giró la cabeza hacia adentro.

—El Soldado del Invierno y el Capitán América—respondió con naturalidad.

Un estruendo cortó el silencio, algo cayó dentro de la casa, seguido de esto unos pasos se acercaron rápidamente al umbral.

Elijah apenas tuvo tiempo de hacerse a un lado antes de que la puerta se abriera totalmente de golpe.

La figura que apareció en el umbral parecía demasiado grande para caber en el marco de la puerta. Más alto que cualquiera de ellos, más fuerte de lo que el tiempo debería permitir.

Cuando su mirada encontró la de Bucky, sus ojos se suavizaron. Había un fuerte reconocimiento en su mirada, el tipo de vínculo que solo dos soldados que han sobrevivido juntos pueden compartir. 

Pero cuando su vista se deslizó hacia Steve, su rostro cambió. 

Primero, albergó un dolor sordo. 

Luego, furia pura.

Steve no lo sabía todavía, pero gracias a él, ese hombre había cargado con un dolor inmensurable y voraz durante toda su vida. 

Y en ese momento, viéndolo en perfecto estado, toda esa ira se agolpó en su pecho.

Sam y Joaquín miraban atentos desde atrás con la duda en sus rostros.

Bucky no perdió el tiempo con saludos.

—¿Viste las noticias?

El hombre tensó la mandíbula.

—Por supuesto que las veo —respondió, su voz impregnada de amargura.

Su mirada se deslizó a Steve, y algo en su rostro se endureció aún más.

—Parece que al gobierno nunca le ha importado desechar cosas que todavía sirven —dijo con frialdad.

La mandíbula de Steve se tensó por la mención tan cruda de los eventos de ayer.

Bucky no reaccionó.

—Me preguntaba si podríamos hablar contigo —dijo Bucky, ignorando el comentario.

Los dos intercambiaron una mirada extraña.

El hombre estaba claramente furioso e indignado. Incluso ofendido, lo que creaba un contraste sobre Bucky, quien se mantenía sereno y expectante, con una súplica silenciosa en su rostro.

Una conversación entera se cruzó entre sus miradas, hecha de heridas, recuerdos y años de silencio.

Y después de lo que se sintió como una eternidad, el hombre exhaló pesadamente y se hizo a un lado sobre el umbral antes de dirigirse de nuevo al interior de la casa.

Era una invitación silenciosa para entrar.

Cruzaron el umbral para pasar a una sala de estar muy acogedora. El aire ahí dentro tenía un aroma tenue a madera vieja y cuero desgastado. Las paredes estaban llenas de retratos de momentos llenos de amor y felicidad, un claro contraste con el peso de la conversación que tenían frente a ellos.

Steve y Bucky tomaron asiento frente al hombre que ya les esperaba en un sillón individual desgastado.

El mueble crujió bajo su peso cuando se inclinó hacia adelante, entrelazando los dedos sobre sus rodillas.

—Tráenos algo de tomar —pidió el hombre a Elijah, quien asintió y desapareció por el pasillo.

El hombre mayor los observó en silencio. Su mirada, pesada y analítica, se posó sobre cada uno de ellos, como si los estuviera midiendo.

Pronto la habitación se llenó de una quietud incómoda, expectante, hasta que el hombre tomó una gran bocanada de aire y exhaló lentamente.

—Comienza, Soldado —le pidió a Bucky.

La postura de Bucky estaba relajada, lo opuesto a la tensión palpable de Steve a su lado.

—Este es Isaiah Bradley —presentó—, peleamos juntos en la Guerra de Corea.

Bucky apenas terminaba cuando Joaquín murmuró, incrédulo: 

—¿Peleaste en la Guerra de Corea?

Isaiah no dejó que Bucky le respondiera.

—Nos mandaban a morir —la voz de Isaiah era como una herida viva—. Sin nombre ni funeral. Como si no importáramos.

El silencio esperó al hombre cansado hasta que pudo continuar.

—Sí. Peleamos juntos —afirmó con esa voz rasposa—. Pero dime, Soldado... ¿por qué estás aquí? 

Su risa seca llenó el silencio, sin nada de humor.

—¿Porque el gobierno desechó a tu amigo cuando ya no le servía? —preguntó con una ironía palpable—. ¿Igual que lo hicieron conmigo?

El rostro de Isaiah se llenó de dolor ante el recuerdo. Un dolor que parecía coexistir con el cansancio, creando una segunda piel que se aferraba todavía a él, incluso después de tantos años.

Bucky bajó la mirada hacía sus manos, su expresión se endureció.

—Alguien está recreando el suero —se sinceró, apenas fue un susurro.

Isaiah entrecerró los ojos y resopló nervioso.

—¿Y en manos de quién ha caído esta vez?

Bucky levantó la mirada.

—De un grupo radical conocido como los Flag Smashers.

Isaiah se dejó caer contra el respaldo del sillón con un suspiro pesado. Sus ojos, cansados de una vida de lucha, se posaron en Bucky por un instante antes de desviarse hacia la ventana. 

Al otro lado del cuarto, sentado junto a Joaquín, Sam observaba la escena con creciente inquietud. 

Había captado ciertas pistas sobre la identidad del hombre, pero aún no terminaba de armar el rompecabezas. La atmósfera en la sala se sentía densa, como si estuviera frente a una leyenda viva, alguien que merecía el mismo respeto que Steve.

¿Pero quién?

—Sabemos su nombre, señor Bradley —la voz de Sam cortó el silencio. Todas las miradas se posaron en él—. Pero hay algo que todavía no nos ha dicho, ¿verdad?

Isaiah frunció el ceño y miró a Bucky, buscando alguna señal de que esto era una broma. Su voz salió incrédula y amarga.

—¿No saben nada?

Bucky negó con la cabeza.

—¿Nada sobre mí? ¿Sobre mis amigos? —preguntó Isaiah.

La mano metálica de Bucky emitió un chirrido bajo su presión.

—No —respondió firmemente.

Isaiah se llevó las manos a las sienes y bajó la cabeza lleno de decepción.

Bucky sintió que debía intentar suavizar las cosas. Después de todo, él los había traído hasta aquí.

—Después de que mataron al Doctor Erskine… la fórmula original del suero se perdió. Y desde entonces, todos han intentado copiarlo —explicó con voz grave, sin adornos—. Quieren un ejército.

Sam asintió lentamente, el ceño fruncido.

—De ahí saliste tú —murmuró, sin dureza, solo con el peso de la verdad—. Y todos los demás que vinieron después.

Bucky asintió, sin poder evitar apretar los dientes.

—Yo no fui creado con el suero de Steve —aclaró—. HYDRA hizo su propia versión. Algo más crudo, más inestable.

Hizo una pausa antes de continuar.

—Usaron otra variante con las Viudas Negras también —añadió.

Isaiah alzó la voz, tajante, con el filo de alguien que ha vivido lo peor:

—Pero ellos no eran los únicos que buscaban replicarlo.

Su tono era bajo, cargado de algo más profundo que la rabia o el resentimiento. Algo quebrado, algo irreparable ya.

—El gobierno también empezó con sus pruebas.

Las palabras flotaron en el aire, pesadas, peligrosas, e Isaiah tuvo que tomar una pausa antes de seguir y contar su historia.

Contar su historia con la verdad.

Su verdad.

—Durante la Guerra de Corea, el gobierno nos usó a mí y a otros soldados para probar ese suero —las palabras le salieron con dificultad—. Sin nuestro permiso. Como si fuéramos cosas.

El silencio en la habitación era absoluto. Ni siquiera el sonido de la respiración de los demás se atrevía a interrumpirlo.

—Algunos de mis compañeros… —tragó saliva, y su voz se quebró por primera vez.— Mis amigos —se corrigió—. Murieron por los efectos secundarios.

Se pasó la mano por la cara, como si intentara borrar la imagen de su mente. 

Pero no podía. Ya no.

El miedo en esos rostros se había quedado adherido a la parte más profunda de su cabeza.

—Pero otros no tuvimos la misma suerte.

Isaiah cerró los ojos, y cuando los abrió, no estaba en esa sala. No estaba frente a Steve, Bucky, Sam y Joaquín. Estaba en otro tiempo, en otro lugar.

—Nos capturaron en una emboscada. Yo apenas podía respirar —su voz tembló—. Pero los escuché. Escuché sus súplicas, los forcejeos que hacían contra las barras de metal que no se doblaban bajo su fuerza. 

No estaba en la sala. Había viajado en el tiempo a ese día.

Y los veía.

—Los escuché llorar durante horas hasta que no les quedaron más lágrimas.

El tono de su voz cambió. Algo más rugía detrás de sus palabras, era una furia reprimida por décadas.

—Así que hice lo que Steve Rogers, el gran héroe de América, habría hecho,

Esas palabras impactaron a Steve directamente. 

Isaiah lo miraba fijamente a los ojos.

—Los saqué yo mismo —dijo con la voz firme—. Pensé que eso haría una diferencia.

Tomó aire. Sus labios temblaron ligeramente antes de continuar.

—Me metieron en una celda.

Su voz aumentó en intensidad con cada palabra, vibrante de un dolor que nunca había tenido oportunidad de liberar.

—Me encarcelaron durante treinta años. Treinta malditos años.

Las manos de Isaiah estaban cerradas en puños tensos sobre sus rodillas.

—Gente diferente venía todos los días y me sacaba sangre. 

Su mandíbula se tensó con horror.

—No conformes con ello, comenzaron a abrirme. A disecarme... Me veían como una rata de laboratorio. Querían saber a toda costa por qué el suero había funcionado: Por qué no me había muerto ya.

Bucky apartó la mirada. Sam cruzó los brazos, como si necesitara contener algo dentro de él.

Pero Steve no soltaba la mirada de Isaiah.

—Todos los días… todos los días recé para dejar de estar vivo.

Su voz era más baja ahora, más cruda, más desnuda.

—Me preguntaba qué había hecho para merecer tanto dolor.

Su corazón palpitaba a expensas del dolor imposible en su ser.

—¿Salvar a mis amigos había sido tan malo?

El aire se volvió insoportable en la habitación, los instaba a escapar de su hiriente realidad.

Steve miraba hacía la cortina blanca que flotaba suavemente sobre la ventana. Su garganta se sentía asfixiante. No podía decir nada, nada que pudiera arreglar esto.

Isaiah lo miraba fijamente. En su rostro ardía la sombra del pasado y por ello no pudo evitar traerlo de vuelta.

El rencor.

—Me dieron una celda —susurró finalmente—. A ti te dieron un pedestal.

Steve cerró los ojos.

Se sintió pequeño.

La habitación se cerraba lentamente a su alrededor. 

Sentía que estaba cayendo.

Por primera vez, el Capitán América se enfrentaba a un problema sin solución.

Ya no podía hacer nada.

El silencio se había instaurado en la habitación, el aire se sentía pesado al respirarlo. Nadie decía nada. Nadie podía.

Ni siquiera Bucky, que ya conocía esta historia.

Un suave tintineo rompió el silencio.

Elijah entraba con una charola en las manos, el aroma del café llenó el ambiente.

—Pensé que podrían querer algo caliente —dijo con un tono de voz bajo, como si no quisiera interrumpir.

Sus ojos recorrieron la habitación, captando las expresiones endurecidas de sus visitantes e inmediatamente volteó a ver a su abuelo.

Se había congelado en el tiempo.

Elijah miró el café, luego a su abuelo, y sin decir nada, dejó la charola en una mesa cercana y se acercó a él.

Isaiah no se movió. Estaba en otro lugar, en un tiempo donde las paredes blancas eran frías y el aire olía a sangre.

Elijah puso una mano sobre su hombro.

Isaiah parpadeó.

Se sobresaltó. Su cuerpo recordaba el peligro y el dolor. Pero el rostro frente a él lo hacía sentir todo lo contrario. Una seguridad y una calidez que nunca se hubiera sentido capaz de sentir.

Había pasado tanto tiempo con la guerra en el cuerpo que no entendió lo que sintió la primera vez que sujetó a Elijah en sus manos.

Un cuerpo tan pequeño, tan precioso y puro. Unos ojos que lo admiraron y lo perdonaron conforme iba creciendo.

Su nieto.

Su expresión se suavizó apenas, no lo suficiente para borrar el peso de los recuerdos, pero sí para traerlo de vuelta.

Para permitirle terminar su historia.

Isaiah suspiró.

—Una enfermera se apiadó de mí —susurró—. Me declaró muerto en los papeles.

Su voz ya no tenía la furia de antes. Solo cansancio, un agotamiento profundo, del tipo que ni el tiempo podía sanar.

Elijah no dijo nada, pero su mano apretó un poco más el hombro de su abuelo.

—Desde entonces… —dio un suspiró hondo—. He estado escondido.

La historia de Isaiah concluyó frente a ellos, y en ellos se había instaurado una sensación de impotencia inmensa. 

En medio del silencio, al extremo de la habitación, Joaquín y Sam intercambiaban miradas con auténtico pesar.

Bucky no pudo evitar sentirse culpable por el dolor y la incomodidad que se había suscitado entre ellos. Sintió que había llevado a Steve al límite, que no había sido buena idea traerlo aquí. Quizás había sido demasiado. 

El espacio a su alrededor se sentía más oscuro, como si las sombras estuvieran entrando sigilosamente.

A Bucky le dolía ser la causa de su dolor.

Pero Steve no permitió que el pesimismo de la historia lo derrotara. 

Steve inhaló con fuerza.

No dejó que el peso de la historia lo aplastara.

Porque la historia de Isaiah no era solo un lamento. Era una advertencia. Era algo que estaba ocurriendo de nuevo, frente a ellos.

Steve sintió la presión en su garganta antes de que las palabras finalmente salieran.

—No lo sabía —susurró.

Isaiah lo miró, sin indignación, sin rabia. Solo con fatiga, con su perpetuo cansancio.

El mismo que Steve parecía cargar día tras día.

—Claro que no lo sabías. Nadie lo sabía —declaró Isaiah, con los ojos entrecerrados—. Dime, Rogers… ¿Qué demonios estás haciendo aquí?

Sus miradas se entrecruzaron. 

El cuarto se disolvió a su alrededor. 

Solo quedaron ellos. Los supersoldados que podían partir un edificio en dos y vivir para contarlo.

Frente a Isaiah, Steve se sentía ridículo en su traje. 

La estrella estaba manchada de sangre seca. La sangre del Flag Smasher que se había escapado hace unas horas.

Pero Isaiah veía más allá del traje. 

Veía a Steve.

Veía las profundas ojeras debajo de sus ojos y las duras líneas de expresión en su rostro. Los ojos cansados.

Era un espejo. 

En ese cuarto aislado del resto del mundo, Isaiah lo entendió a la perfección. Steve estaba viviendo una vida que él ya había cursado sin honores.

Con miedo.

Con heridas igual de dolorosas.

En este punto no se trataba de una competencia, de comparar quién tenía la herida más grande, sino de entender que los dos cargaban con el corazón igual de herido. Igual de expuesto.

El dolor de los últimos días era evidente en el semblante del Capitán, entendía que se sentía relegado por su patria.

Pero le estaba dando importancia a cosas que no importaban.

—Si crees que esto ya se acabó para ti —dijo Isaiah con una voz que no se había escuchado desde hace muchos años—. Tal vez nunca fuiste el hombre que decían que eras.

El golpe fue certero. No había odio en su voz, en vez de ello, había una intensidad que comenzaba a transformar el dolor del ambiente en algo más.

Isaiah se recargó en su asiento, estudiando la reacción de Steve.

—A cómo yo lo veo, Capitán… llorar o sentirse mal porque el gobierno te dio la espalda no sirve de nada.

Su voz era firme, ya sin rastros de dolor o tristeza.

—La opinión y juicio de esos monstruos no vale nada.

Steve sintió que Isaiah lo perforaba con la mirada. No había ninguna falsa compasión en sus palabras. No había intención de suavizar el golpe.

Isaiah bajó un poco la voz, como si fuera a revelarle un secreto a Steve. 

—Lo que importa… lo que en realidad importa y siempre ha importado…

El aire en la habitación se cargó de electricidad.

Isaiah se inclinó un poco más, asegurándose de que Steve lo escuchara bien.

—Es la gente.

Steve parpadeó.

Y de repente, su traje dejó de sentirse asfixiante sobre su torso, el aire volvió a llenar sus pulmones sin esfuerzo. 

El escudo que se había quedado recargado sobre el sofá reflejaba el mismo brillo que el día en el que se lo entregaron. 

Su corazón volvió a latir, sin dudas de quién era. 

Solo quedaba el orgullo llenando su pecho.

Ya no importaba que hubiera un farsante haciéndose pasar por él. Tampoco que el gobierno lo repudiara. 

Steve Rogers era el Capitán América.

El Capitán América era Steve Rogers. Siempre lo había sido.

Miró la habitación, y sintió las miradas de sus amigos. 

De Sam, que lo veía con una comprensión sincera, siempre adelantándose a sus pensamientos. 

De Joaquín, que continuaba viéndolo con respeto y que nunca dejó de mirarlo como un héroe.

Y de Bucky, que le veía, tal como era.  

Isaiah ya no lo veía con furia. Lo veía con respeto. 

Lo veía con fé. 

Era verdad que Isaiah no podía cambiar el pasado. No podía recuperar a sus amigos ni borrar las cicatrices que el gobierno le dejó.

Pero seguía de pie.

Y entonces entendió, que él también tenía que hacerlo.

Había cosas por las que seguir luchando.

Y siempre, siempre, lo que importaba era la gente.

Sam, Joaquín. Los Vengadores, el mundo entero… y Bucky.

Una flama renovada ardía en su pecho y le dio el poder de encarar a Isaiah.

—Lo que te hicieron nunca debió pasar —dijo con un tono firme—. No puedo cambiar el pasado… pero si hay algo que pueda hacer para arreglarlo, lo haré.

Isaiah dejó escapar una risa seca, sin rastro de humor.

—No, Capitán. Eso ya no importa.

Steve sintió la dureza en su voz. No cargaba resentimiento. sino certeza.

Isaiah lo miró de frente, con la misma intensidad de antes.

—Si de verdad quieres darme paz, atrapa a los que replicaron el suero. Y asegúrate de que esa fórmula desaparezca.

Steve asintió, sintiendo la determinación invadiendolo. 

—Para siempre —pidió Isaiah.

En ese momento Sam rompió el silencio con una voz firme, pero cálida.

—Lo que hicieron contigo es imperdonable… —hizo una pausa, asegurándose de que Isaiah lo mirara— Pero eso no cambia lo que eres.

Isaiah arqueó una ceja.

—¿Y qué soy?

Sam sostuvo su mirada.

—Un héroe.

Elijah, aún de pie junto a su abuelo, asintió Isaiah no dijo nada, pero su mandíbula se tensó.

Nunca nadie le había dicho eso. No sabía qué hacer con esas palabras.

En una habitación pequeña y olvidada del mundo, sentado frente a un héroe al que nunca nadie había agradecido por su sacrificio, Steve comprendió, al fin, que su historia aún no había terminado.

Isaiah se dejó caer sobre su asiento, cerrando los ojos. Había sido una charla complicada. Elijah, aún a su lado, exhaló antes de hablar.

—Creo que… Es suficiente por hoy —dijo, su tono más suave de lo que cualquiera esperaba.

Nadie protestó.

Bucky se puso de pie primero y dió un paso sigiloso hacía Isaiah.

—Gracias por hablar con nosotros —murmuró.

Isaiah no respondió de inmediato. Solo los observó, como si tratara de decidir si había valido la pena dejarlos entrar a su hogar.

Finalmente habló.

—No se equivoquen. El mundo no es como ustedes creen que es. No lo era entonces y no lo es ahora. Así que si van a hacer algo… háganlo por la gente, no por un maldito símbolo.

Nadie respondió. No hacía falta.

Steve se puso de pie y Sam le lanzó una mirada, esperando su reacción.

Steve respiró hondo. 

—Nos aseguraremos de que nadie más sufra lo que tú sufriste.

Isaiah soltó una risa sin humor.

—Eso ya lo veremos.

El grupo comenzó a moverse hacia la puerta, pero antes de salir, Steve se giró una última vez.

—Isaiah…

El hombre levantó la vista.

—Gracias por contarnos la verdad. Te visitaremos pronto.

Isaiah sostuvo su mirada por un segundo, luego solo desvió su mirada.

—Váyanse ya.

Elijah los acompañó hasta la puerta. No dijo nada, pero antes de que cruzaran el umbral, su mirada se posó en Sam.

—Él no lo dirá —murmuró, casi en un susurro—, pero que ustedes lo sepan… eso significa algo.

Sam inclinó la cabeza en señal de respeto antes de salir.

Conforme se alejaban, ninguno habló de inmediato. El aire afuera se sentía diferente, más liviano. En el cielo azulado, con los últimos rayos del sol, las estrellas se alistaban para aparecer. 

Elijah permaneció en el porche, la silueta de su abuelo detrás de él, fundiéndose con la luz tenue del interior. Cuando los perdió de vista, soltó el aliento que no sabía que estaba conteniendo.

  • -    -    -    - 

El silencio los acompañó de vuelta al jet. Cada uno reflexionaba las palabras de Isaiah en su mente. 

Mientras esperaban que la rampa se plegara para dejarlos subir, el celular de Bucky vibró. Lo sacó del bolsillo y frunció el ceño al ver el número. 

Gobierno.

Recordó la advertencia de su terapeuta, pero ya era demasiado tarde para hacer algo al respecto.

—¿Qué? —contestó con tono seco.

La voz al otro lado fue más que clara.

—Sargento Barnes, no se ha presentado a su sesión de terapia. Su supervisora ya fue notificada y se está preparando una orden de arresto en su contra.

La molestia de Bucky se hizo evidente en su tono de voz.

—¿Es una broma?

Pero la voz contestó con la misma frialdad diplomática. No era una broma.

—Si no se presenta en la siguiente hora, usted y sus acompañantes serán arrestados.

Bucky apretó la mandíbula y colgó sin responder.

Esa mañana justo antes de salir de su departamento rumbo a la base de Vengadores, su terapeuta le dijo que quería verlo de nuevo para clarificar ciertos puntos que vieron en la sesión de ayer y que podrían “obstaculizar su proceso de sanación.”

Era una tontería. Una tontería que había olvidado y que ahora lo iba a meter en problemas.

Bucky bramó en voz baja.

Sam lo notó al instante.

—¿Qué pasa?

Bucky guardó el teléfono con brusquedad.

—Nada —contestó, apresurandose a subir por la rampa.

Steve lo siguió con la mirada. Algo andaba mal. Lo sentía.

La rampa se cerró tras ellos, y Joaquín se dejó caer en uno de los asientos con un resoplido dramático.

—Ese suspiro no puede ser real —se burló Sam, sonriendo—. Ni siquiera estuviste en el combate con nosotros

Joaquín se echó hacia atrás en su asiento y cubrió su rostro con una mano, exagerando una expresión de agonía.

—No he comido desde la mañana. Los Vengadores van a dejarme morir de inanición.

Steve y Sam se rieron del dramatismo de Joaquín al mismo tiempo que Bucky se escabullía hacia la cocina.

Sam estaba pilotando de vuelta a casa, los controles del jet iluminaban su rostro con un resplandor azul. El viaje sería corto, apenas unos quince minutos hasta aterrizar en la base de los Vengadores. 

En el interior, los sonidos de la risa de Steve y Joaquín llenaban la sala. Una sonrisa se dibujó en su rostro.

La puerta se abrió con un leve chirrido. Bucky entró y se sentó en el asiento del copiloto sin hacer ruido.

Antes de que Sam pudiera saludarlo, Bucky le mostró un mensaje en su celular.

"Necesito que me ayudes a escaparme. Tengo un problema. Steve no puede saber."

Sam entrecerró los ojos ante el mensaje y giró la cabeza hacia Bucky. Hizo un ademán de hablar, pero Bucky llevó un dedo hacía sus labios en señal de silencio y luego señaló con la cabeza hacia atrás.

Steve los podía escuchar.

Sam suspiró, sacó su celular y escribió rápidamente. 

“Entonces vamos a necesitar también a Joaquín”. 

Bucky negó con la cabeza inmediatamente. 

Sam le respondió con una expresión seria. “Ayúdame a ayudarte”.

Bucky soltó un gruñido, pero asintió con resignación.

Sam puso el piloto automático y se levantó. Caminó hacia la salita, Joaquín seguía platicando con Steve, frente a ellos había una pila de envolturas vacías de barritas energéticas.

Se sentó junto a Joaquín y sacó su celular, mostrándole la pantalla en un movimiento casual.

—Hey, ¿qué te parece esta idea para reparar a Redwing?

Steve, entretenido con una barrita, ni se dio cuenta de que Sam le enseñaba a Joaquín un mensaje:

"No te alarmes, Necesito tu ayuda. cuando aterricemos, distrae a Steve y llévalo a otro cuarto."

Joaquín arqueó una ceja, sorprendido, pero sintiendo la mirada de Steve sobre ellos, recobró la compostura y asintió.

—Sip, me parece bien.

Le guiñó un ojo con confianza. 

Steve levantó la vista, por un instante extrañado por la interacción… pero no dijo nada.

Cuando el jet aterrizó sobre la base de operaciones, Bucky ya estaba listo junto a la puerta. Sam miraba a Joaquín con duda, expectante.

Tenía que calmar su corazón, o Steve lo notaría.

Steve se veía tranquilo, una inusual vista para estos últimos días. La plática con Isaiah había sido muy fructífera en él y se notaba, la renovada esperanza se le veía bien.

Bucky detestaba hacerle esto y tener que huír.

Pero Steve no tenía que saberlo. Todavía no.

Joaquín sostenía una tablet en sus manos cuando levantó la mirada.

La rampa metálica descendió naturalmente.

Sam asintió suavemente hacia Joaquín y la distracción comenzó.

El tono alto de la voz de Joaquín, llamó la atención de Steve, deteniéndolo.

Steve se giró de inmediato.

—¿Qué ocurre?

Joaquín golpeó la pantalla con los dedos, como si intentara solucionar algo.

—No estoy seguro, pero el sistema de presión del jet está marcando valores raros —hizo una mueca con sus labios—. ¿Me podrías ayudar a pasar la escalera para revisar el motor desde fuera? 

Steve no lo dudó ni un segundo.

El plan funcionó.

—Claro, Joaquín —respondió con su amabilidad característica.

Mientras Joaquín distraía a Steve, Sam y Bucky desaparecieron entre las sombras.

Las luces del garaje se encendieron en cuanto llegaron corriendo. Sin dudarlo, Bucky abrió un automóvil negro y comenzó a manipular el cableado con destreza.

—Bueno, aquí está la distracción que me pediste —murmuró Sam, apoyándose sobre el capó—.. No quiero saber qué estás haciendo, pero suerte con eso.

Bucky asintió y en ese momento el motor rugió lleno de vida.

Pero también la alarma de seguridad.

El sonido llenó el garaje como un trueno. 

—¡FRIDAY, somos Falcon y el Soldado del Invierno! —gritó Sam.

La alarma se apagó al instante.

—Disculpen. Asumí que estaban robando un auto.

Bucky maldijo entre dientes, Steve vendría corriendo en cualquier momento.

Pensó rápido.

Sin advertencia, agarró a Sam del brazo y lo arrastró dentro del auto.

—¡¿Qué diablos--?!

Las puertas se cerraron de golpe.

El vehículo salió disparado.

—¡¿QUÉ HACES?! —gritó Sam.

Bucky mantuvo la vista al frente.

—Calma, Wilson.

Sam lo miró como si estuviera loco.

—¡ESTE NO ERA EL MALDITO PLAN!

Bucky suspiró, apoyando un brazo en la ventana.

—Este es el plan ahora.

El automóvil se alejó de la base, con un destino incierto, corriendo a una velocidad letal para cualquiera que no fuera un supersoldado.

Sam se aferraba al cinturón como si de ello dependiera su vida, mientras el motor rugía como si hubiera una urgencia nacional. 

El mundo pasaba borroso por la ventana y a un lado, a Bucky se le había ido el color del rostro.

—¡Dime ahora mismo qué demonios hiciste! —gritaba Sam por encima del sonido del motor.

Bucky ni siquiera lo volteó a ver.

—Nada —decía Bucky.

Sam se inclinó hacía él.

—¡No te creo! —bramaba—. ¿Qué hiciste?

Bucky giró la cabeza hacía Sam, desesperado.

—¡Nada!

Sam sacudió la cabeza rápidamente.

—¿Tiene que ver con los Smashers? ¿Con Zemo? ¿Me estás llevando a una pelea, maldito loco?

Bucky piso el pedal hasta el fondo.

—¡No!

Sam se hundió sobre el asiento con terror, aumentando el tono de su voz.

—¿Pusieron una orden de arresto en tu contra otra vez? 

Bucky no contestó, solo frunció el ceño.

—¿Otra orden de arresto?

Bingo.

—Bucky... 

Bucky exhaló fuerte, los nudillos blancos marcados contra el volante.

—Si no llego en una hora a terapia, entonces van a ponerme una orden de arresto.

Sam se quedó en silencio. 

—¿Cómo que terapia? —preguntó con interés.

Oh.

El rostro de Bucky se volvió de acero, de vibranium.

Había cometido un error fatal.

El celular de Sam vibró y una sonrisa cruzó por su rostro.

Le mostró la pantalla. Era Steve.

—Si no me respondes —amenazó.

Bucky resopló.

—¡Está bien! —giró su cabeza con furia, sus ojos se afilaron.

Sam colgó la llamada con pánico.

—Me propusieron el perdón gubernamental si acudía a terapia y demostraba que ya no soy el Soldado del Invierno.

Sam parpadeó, incrédulo.

—¿Me estás diciendo que todo esto es por una maldita sesión de terapia?

Bucky no respondió de inmediato. Se centró en la carretera, con la mandíbula apretada, como si intentara ignorarlo.

Sam suspiró.

—Bueno, si querías que Steve te dejara de molestar, escaparte a toda velocidad no fue la mejor estrategia.

Bucky exhaló, pasándose una mano por la cara.

—Ayúdame a avisarle que no tiene que buscarme —murmuró.

Sam lo miró de reojo y se encogió de hombros.

—Mándale un mensaje de voz —sugirió Sam.

Bucky frunció el ceño.

—No sé cómo hacer eso —dijo con seriedad mientras le tendía su celular.

Sam parpadeó, luego sonrió como si hubiera encontrado oro.

—Aww, ¿el abuelo necesita ayuda con la tecnología?

Bucky entrecerró los ojos.

—Cállate o te saco del auto en movimiento.

Sam se rió sin miedo y desbloqueó el celular. Abrió el chat con Steve, pero en lugar de empezar a grabar, algo llamó su atención. Un par de mensajes en la pantalla lo hicieron reír a carcajadas.

—¿Qué? —Bucky frunció el ceño, confundido.

Sam, apenas conteniendo la risa, leyó en voz alta:

"Steve, rompí la llave de la regadera."

Bucky lanzó una mano al celular, pero Sam se apartó con rapidez, riendo más fuerte.

"Bucky, ¿puedes pasar a comprar pan?"

Las carcajadas de Sam llenaron el auto.

—¡Wilson, dame eso! —Bucky intentó arrebatárselo, pero Sam giró el cuerpo, manteniendo el teléfono fuera de su alcance.

Los ojos de Sam brillaban con gracia. Ya no estaba molesto por su secuestro.

—Lo sabía, tienes un lado blando.

Bucky lo miró sin paciencia.

—Mira, si no me das ese teléfono voy a partirte todos los huesos del cuerpo —tomó aliento—, y después de eso voy a destrozar tu exoesqueleto de tal forma que no haya ninguna persona en el planeta tierra ni en la galaxia que te lo pueda arreglar. 

Pero a Sam esa amenaza no le dió miedo, solo lo hizo sonreír con más diversión.

—Ay, hombre, qué joya. Está bien, aquí tienes. Manda tu mensaje antes de que Steve movilice a medio equipo para buscarte. Otra vez.

Sam activó la grabación y le tendió el celular a Bucky, quien resopló antes de tomar el celular y comenzar con su mensaje.

—Hey, Steve. No te preocupes por mí ni por Sam. No hace falta que nos busques, nos vemos en unas horas en el departamento —su tono calmado sobresalía con la velocidad del automóvil—. Ve a cenar con Joaquín, ¿sí?

Sam reprimió una risa y asintió con satisfacción.

En ese momento, el motor se detuvo. Sam miró por la ventana: estaban frente a un edificio gubernamental de tres pisos. 

Bucky continuaba con ambas manos aferradas al volante. La incomodidad era obvia en todo su cuerpo: desde la mandíbula apretada hasta el leve temblor en sus manos.

No quería entrar. 

Sam se giró hacia él, su expresión estaba seria, sin vestigios de diversión de hace unos momentos.

Y lo miró con una preocupación en el rostro que solo le había visto antes a Steve.

—Me alegra que estés en terapia. Se necesita mucho para dar ese paso.

No necesitó decir más, le dio una palmada en el hombro.

Bucky asintió y sus manos se dejaron caer al lado del volante.

Salieron del auto y se dirigieron al interior del edificio. 

Caminar acompañado se sentía extraño para Bucky, pero también… menos pesado.

Al llegar a la recepción, encontraron a la Dra. Raynor en plena discusión con un oficial de policía. 

En cuanto la vio, Bucky sintió que sus pasos se volvían más pesados.

—Sargento, creí que a estas alturas ya habría cruzado la frontera hacia México —comentó ella, cruzándose de brazos.

Él hizo una mueca, encogiéndose de hombros.

—Sí, lo consideré… Esto es mejor a que arrestara a mis amigos.

Raynor parpadeó.

—¿Sus amigos?

Frunció el ceño, dándose cuenta de lo que había dicho. 

La terapeuta lo miró con atención antes de esbozar una leve sonrisa mientras dirigía la mirada a Sam.

—Falcón, sé un buen amigo —pidió ella—. ¿Me ayudarías a ayudar al Sargento Barnes?

Sam suspiró, lanzándole una mirada de desconcierto a Bucky.

—¿En qué diablos me estás metiendo ahora?

Y así fue como ambos terminaron en la sala de terapia, con un escritorio, tres sillas y una creciente sensación de que el día se estaba complicando más de lo necesario.

Bucky se dejó caer en la suya como si se preparara para una sesión de tortura. Y Sam… bueno, Sam solo esperaba salir completo.

—Bueno, Sargento —comenzó la doctora con una sonrisa—. Lo llame a esta sesión porque me parece que el día de ayer nos fuimos en malos términos.

La postura de Bucky hablaba de una actitud cerrada y molesta. Ni siquiera quería pensar en el día de ayer.

—Usted no es un monstruo —comentó ella en una voz calmada—. Y una prueba de ello está aquí en el cuarto con nosotros, ¿verdad, señor Wilson?

Sam asintió sin dudar. Su sonrisa no era burlona, sino genuina.

La doctora continuó, sin perder el ritmo.

—Esta es una oportunidad interesante para usted, Sargento. Su amigo puede ser de mucho valor en este proceso… si se lo permite.

Bucky cruzó los brazos, exhalando con evidente fastidio.

—Ajá.

Raynor giró una página en su libreta, pluma lista en mano.

—Vamos a intentarlo —murmuró para sí misma, como si se armara de valor—. Ustedes dos van a mirarse a los ojos y decirse lo que realmente piensan el uno del otro.

El chirrido simultáneo de ambas sillas partió la calma del ambiente.

—¿Qué? —saltaron Bucky y Sam al unísono.

La doctora no se exaltó.

—Esto es ridículo —gruñó Bucky.

Sam tenía una mirada traviesa.

—Vamos, hombre, solo piensa que soy Steve —bromeó, inclinándose hacia él con una sonrisa encantadora.

Bucky le lanzó una mirada asesina y luego se giró a Raynor.

—No voy a hacer eso.

Ella le esbozó una sonrisa tranquila, afinando su voz lo más que pudo.

—Vamos, Sargento. Es parte del proceso.

Bucky cerró los ojos y exhaló. 

Con la mandíbula apretada, se giró hacia Sam, que ya estaba a punto de soltar una carcajada.

Cuanto más rápido mejor.

Conectó su mirada con la de Sam y comenzó con el ejercicio.

—Al diablo con esto —soltó Bucky—. Pienso que eres irritante. Hablas demasiado. Crees que sabes todo y siempre actúas como si tuvieras la respuesta para todo. Y me desespera cómo haces chistes cuando las cosas salen mal.

Sam arqueó una ceja, sin apartar la vista.

—¿Eso es todo lo que tienes?

Bucky apretó los labios, batallando para no apartar la mirada

—…Pero eres un buen hombre. Justo, valiente. No le temes a la verdad. Y… supongo que por eso confío en ti. Un poco.

El silencio que siguió fue más incómodo que cualquiera de las cosas que había dicho Bucky.

Sam parpadeó, sorprendido. Por un instante, pareció que no sabía qué decir. Luego sonrió con suavidad.

—Vaya. ¿De verdad? Ese es el primer cumplido que me has hecho desde que somos amigos —su risa interrumpió su habla—. ¿Doctora, lo tenemos grabado? Quiero que sea mi ringtone.

Raynor negó con gracia mientras Bucky rodaba los ojos.

—Ya terminé —rápidamente apartó la mirada.

La silla de Sam rechinó cuando se acercó hacía Bucky, listo para enfrentarlo

—No, no. Ahora es mi turno —dijo con diversión.

Bucky se dejó resbalar en su silla, molesto, pero su mirada seguía atrapada en los ojos brillantes de Sam.

Sam no respondió de inmediato. Pensó antes de contestar.

¿Qué pensaba cuando veía a Bucky?

El hombre callado que no se le despegaba a Steve por nada del mundo y que siempre parecía molesto y con ganas de saltar por la ventana.

Pero donde estaba Steve, ahí estaba él. Y Steve estaba en todas partes ayudando.

Y Bucky… Bucky también, aunque nunca tomaba el crédito suficiente por todos los actos heroicos y suicidas por los que arriesgaba su vida era muy obvio que le importaba la gente. 

Por eso, aunque no lo admitieran, Sam y Bucky encajaban. No por Steve, no por obligación. Era por lo que Isaiah había dicho unas horas atrás: lo único que importaba era la gente.

Aunque Bucky siempre fingía que no le importara, estaba seguro de que le confiaría su vida a Bucky Barnes.

Sam se inclinó un poco hacia adelante, con los codos sobre las rodillas y las manos entrelazadas. No sonreía. Hablaba con toda la verdad.

—¿Qué pienso cuando te veo? 

Resopló para aligerar las palabras:

—Pienso que no te das suficiente crédito para las cosas con las que tienes que lidiar todos los días —dijo Sam, con voz baja pero firme—, y sí, me refiero a Steve. 

Los ojos de Sam se suavizaron.

—Porque al final del día eres tú quien lo levanta, ¿verdad?

Bucky escuchó el sonido de sus dientes rechinando dentro de su boca, pero no apartó la mirada.

—Y no me imagino cómo debe ser que todo el mundo te juzgue en base de tu pasado. En base a una persona que nunca fuiste.

Sam titubeó antes de seguir.

—Te obligaron a hacer cosas terribles, cosas que estoy seguro que todavía deben acechar de vez en cuando. Pero también has hecho cosas valientes. Has salvado vidas. Incluida la mía, sin pensártelo dos veces

Incapaz de moverse de su sitio, Bucky enderezó su postura contra el asiento.

—Tienes un corazón que todavía funciona y que todavía sigue luchando por recomponerse. Un claro ejemplo son estas sesiones, ¿no crees?

Sam lanzó una pequeña risa antes de continuar.

—Así que sí, me desesperas como no tienes una idea. Eres el hombre más terco que he conocido en mi vida y tu sentido del humor me da miedo a veces. Pero confío en tí con mi vida y aunque no lo quieras admitir…

Bucky frunció el ceño, pero Sam no había terminado.

—Somos amigos y te cubro la espalda aunque no tenga superfuerza.

Silencio.

Sus miradas seguían unidas.

Los ojos de Bucky brillaban con algo que Sam nunca había visto.

¿Esperanza? ¿Consuelo? O quizás… Alivio.

Bucky fue el primero en apartar la mirada.

Pero Sam no había terminado.

—Y también… pienso que sigues evitando hablar con Steve.

Las palabras de Sam explotaron con kilotones frente a ellos.

Bucky se tensó al instante. Su postura se cerró, la molestia se hizo evidente en él como si Sam acabara de cruzar una línea invisible.

—Sam —gruñó Bucky.

Sam no apartó la mirada, no le tenía miedo a la ira de Bucky.

—Si no quieres hablar con él, al menos sé honesto contigo mismo. ¿Qué es lo que tanto te asusta?

Bucky resopló con incredulidad. 

Esto era ridículo. 

Debería levantarse e irse, pero sus piernas no se movieron. 

Finalmente, exhaló.

—Oh, no sé, Wilson —soltó con sarcasmo, aunque su timbre de voz no reflejaba diversión—. Tal vez el hecho de que mi existencia entera ha girado en torno a un solo hombre desde 1943.

Sam no se inmutó.

—¿Y qué hay de malo con eso?

Bucky sonrió sin gracia, negando con la cabeza. 

Estaba harto. 

Harto de la terapia, harto de lo fácil que era para los demás verlo con tanta claridad mientras él se seguía ahogando en su propia cabeza. 

—¿Sobre qué? —soltó de golpe, su voz cortante, fría—. ¿Sobre el hecho de que tal vez, solo tal vez, no sé cómo existir sin él? 

Sus manos se levantaron al aire con desesperación.

—¿O sobre que cuando lo miro, a veces quiero decirle que él es la única razón por la que sigo aquí?

Bucky se congeló ante el peso de sus palabras.

Había desenterrado un sentimiento que había guardado bien profundo en su mente. Acababa de abrir una herida que ni siquiera sabía que estaba ahí

Pudo sentir su corazón punzando sobre sus orejas.

No quería mirar a Sam. No quería ver la expresión en su cara, nada se le escapaba nunca y las palabras que se le habían escapado no debían haber salido nunca de su cabeza.

Necesitaba calmarse.

Buscó en la habitación algo a lo que aferrarse y encontró los ojos de Sam.

Estaba calmado, con una sonrisa de comprensión.

No lo miraba con burla ni sorpresa.

—Entonces, díselo —su voz era suave.

El incendio comenzó de nuevo. Nunca se había apagado del todo.

—¿Decírselo? Claro, voy a ir y decirle: “Hey, Steve, tal vez dependa demasiado de ti, pero adivina qué, también eres la única razón por la que no he saltado de cabeza de un puente en los últimos años.” Suena genial, Wilson. Lo haré ahora mismo.

Sam lo miraba con paciencia, esperando a que terminara. 

—Tal vez no tengas que decírselo con esas palabras. Pero, Bucky… De nada te sirve seguir guardándolo para tí. Si tu no se lo dices él no lo va a entender.

Algo despertó dentro de Bucky.

No era una emoción nueva. 

Era algo que había permanecido dormido desde hace mucho tiempo, quizás desde 1943.

No respondió. No podía. 

Sam sostuvo la mirada de Bucky, dejando que el silencio relajara a Bucky antes de continuar.

—No tienes porqué cargar con ese dolor todos los días —dijo al fin, con suavidad—. No estás solo.

Sam continuó con su tono calmado y con esa mirada con la que abrazaba. 

—Escucha, sé que a veces piensas que si no es Steve, entonces es nadie. Pero eso no es cierto, tu cabeza está tan sumida en una oscuridad que no te deja ver las cosas con claridad: Hay muchísima gente que se preocupa por tí.

 Bucky dejó salir una risa seca, casi sin quererlo.

—Tienes a Joaquín, a Rhodey, a Isaiah, a la doctora Raynor, tu vecino que te manda esos tuppers con comida cuando sabe que te olvidaste de comer otra vez.

Su voz descendió una octava, para asegurarse que le prestara atención:

—Y también me tienes a mí —resaltó—. Siempre he estado a tu lado aunque no lo has querido ver. No solo soy el amigo de Steve, también me preocupo por ti como no tienes una idea.

Bucky tragó en seco y asintió, sin poder encontrarse con su mirada.

No todavía.

La doctora Raynor los observaba con una expresión neutra, pero su pecho se llenaba de orgullo.

—Creo que con eso hemos avanzado más que en todas nuestras sesiones previas, sargento —aseguró.

Bucky se pasó una mano por la cara, agotado, pero… más ligero. Solo un poco.

La sesión había finalizado y Sam le dio una palmada en el hombro antes de ponerse de pie.

—Vamos, abuelo. Dejaste al hombre más importante del mundo plantado.

Bucky resopló y una risa sincera salió de su pecho.

La doctora se despidió de los dos, sintiéndose feliz por el avance que se había presentado en la sesión.

Bucky se llevó las manos a los bolsillos, sin saber qué decir. Pero por primera vez en mucho tiempo, el peso en su pecho no lo aplastaba. Al menos no tanto.

  • -     -     -

Sus pasos sonaban ligeros sobre el suelo de madera mientras se dirigían hacia la salida. Sam y Bucky caminaban en un silencio cómodo. 

Sam evitaba su mirada, quería darle espacio. 

Pero cuando se acercaban a la recepción, lo volteó a ver y se sorprendió.

Se veía tranquilo. Las líneas de expresión de su rostro estaban relajadas, sus ojos estaban iluminados por una livianez atípica. Podía sentir que no había nada que ocupara su mente y lo abrumara.

Por lo menos en ese momento.

—Bien —dijo Sam finalmente—. Fue un gran paso.

Bucky se cerró, solo como mero acto de costumbre.

—Ajá. —Bucky miraba al frente, claramente sin intención de continuar la conversación.

Pero Sam no podía dejarlo así. No podía dejar que Bucky regresara a esconderse en su caparazón, tenía que empujar la primera ficha del dominó que pondría en marcha todo lo demás

Se aclaró la garganta.

—Lo siguiente es hablar con él directamente.

Bucky resopló.

—¿Oh? —rio con amargura— ¿Cuándo sería mejor? ¿Cuando nos estemos enfrentando a un Smasher y no lo podamos derrotar? Quizás pueda decirle algo como: Deberíamos tomarnos unas vacaciones, Steve.

Sam imaginó la escena y le respondió con una de sus típicas carcajadas

—Esa es una buena idea.

Bucky giró la cabeza lentamente con incredulidad y el ceño fruncido.

—¿Eh?

Sam asintió con obviedad.

—Sí, dime ¿Cuándo fue la última vez que Steve descansó de verdad? No hablo de la siesta de hace unas horas, sino de unas vacaciones reales.

Bucky gruñó y apresuró el paso, hasta ahí había llegado su tranquilidad.

Estaba a punto de responderle a Sam, cuando miró hacia la recepción y no pudo evitar ponerse a la defensiva.

Mirandoles con una sonrisa burocrática y un rostro que pedía a gritos que lo golpearan estaba John Walker. 

Sam y Bucky reaccionaron con una molestia evidente.

John no estaba con su uniforme de “Capitán América”, pero su mera presencia era suficiente para hacerles hervir la sangre.

—Es un gusto verlos otra vez —dijo Walker con una sonrisa que temblaba de nerviosismo.

Bucky escuchó la taquicardia que se iniciaba en su corazón.

—No puedo decir lo mismo —respondió Sam con el ceño fruncido— ¿Qué quieres, John? 

Walker tomó aliento antes de responder.

—No quiero nada. De hecho, quiero darles algo de información —hizo una pausa, pero no hubo respuesta—. Tenemos un nombre. La líder de los Flag Smashers se llama Karli Morgenthau. 

Llevo sus manos hacia su espalda.

—El grupo ha sido visto en Europa Central —continuó con su informe—, pero desaparecieron antes de que pudiéramos rastrearlos.

Sam y Bucky intercambiaron una mirada.

—Genial. Otra pelea en otro continente —murmuró Bucky.

Walker se encogió de hombros.

—Genial sería si los atrapáramos antes de que hagan algo peor.

Sam no pudo evitar rodar los ojos.

—Haremos lo que tengamos que hacer.

Y con eso, la conversación se convirtió en un enfrentamiento de miradas.

Walker asintió, pero Bucky no lo dejó continuar antes de echarse a andar hacia la puerta de salida. 

Sam lo siguió sin dudar.

—Nos vemos pronto —escucharon decir a Walker despidiéndose a sus espaldas

Cerca del auto, Bucky exhaló pesadamente.

—Odio a ese tipo.

Sam se ajustó el cinturón de seguridad.

—Todos lo odiamos.

Más le valía prepararse para el viaje infernal con Bucky al volante.

Sam se sorprendió muchísimo cuando el automóvil se deslizó con calma a través de las calles. Como si fuera un reflejo de la mente clara de Bucky.

Si bien no tenía la vida resuelta, tenía un comienzo.

Una certeza que era suficiente para llenarlo de serenidad.

El viaje de regreso al departamento fue tranquilo.

Al menos por unos minutos, hasta que Sam no pudo contenerse más.

—¿Sabes?—dijo Sam de repente, con un tono casual demasiado sospechoso.

Bucky ni siquiera lo miró, lo conocía demasiado bien.

—No quiero saber —contestó de forma automática.

La sonrisa de Sam se ampliaba, fastidiosa.

—Creo que sí quieres.

Sacudió la cabeza.

—No quiero.

Pero la voz de Bucky estaba desprovista de su usual acidez, y Sam no pudo evitar continuar con su pequeña broma.

—Lo que pasa es que… —Sam apenas se aguantaba la risa—. No sabía que Steve te preocupara tanto.

Bucky rodó los ojos.

—No empieces.

Sí iba a empezar.

—Me pregunto si también te aseguras de que Steve se ponga bloqueador solar antes de una misión —se llevó la mano a la barbilla— ¿Qué sigue? ¿Vas a cuidar su dieta también?

Bucky ni siquiera le respondió. 

—Es lindo, ¿sabes? Siempre supe que eras del tipo gruñón que demuestra su afecto de forma extraña, pero esto es otro nivel.

Bucky lo miró con su mirada de Soldado del Invierno, pero eso no lo detuvo, Sam solo sonrió con más ganas.

—¿Sabes lo que más me sorprende? Qué Steve todavía no se haya dado cuenta.

Los dedos molestos de Bucky tamborileaban sobre el volante. 

—No lo sabe porque no hay nada que saber —gruñó Bucky.

Sam arqueó una ceja. No le creía nada.

—Claro…

El viaje de regreso al departamento se volvió insufrible gracias a Sam. pero Bucky logró guardar la compostura pensando en todas las formas en las que podría hacer callar a Sam.

Que bueno que él no le podía leer la mente.

Cuando llegaron al departamento, Sam entró primero y desde el perchero, Bucky lo escuchó saludar con entusiasmo.

—¡Cariño! estamos en casa —anunció en tono melodramático.

Bucky sintió unas ganas tremendas de atraparlo en una llave, pero antes de que pudiera hacer algo, la voz de Steve lo sacó de sus pensamientos.

—¡Hey! Llegaron justo a tiempo —dijo Steve con una sonrisa, señalando un buffet de comida china que estaba en la mesa—. Joaquín y yo pedimos comida, vengan a cenar.

Bucky frunció el ceño al ver los contenedores blancos.

—¿En serio, Steve? —dijo en tono de reproche.

Se llevó las manos a la cintura, pero en cuanto las palabras salieron de su boca, supo que había cometido un error.

La carcajada de Sam fue tan estruendosa que tuvo que apoyarse se la pared para no caerse.

—Dios mío ¿Lo escuchaste, Steve? ¡Te está regañando! —dijo Sam entre carcajadas.

Bucky cerró los ojos un segundo, exhaló lentamente y apretó la mandíbula.

Ah, demonios.

Acababa de confirmar la peor sospecha de Sam: Sí se preocupaba por Steve.

Joaquín los miraba detrás de sus palillos con fideos sin entender del todo el chiste, pero sonreía de todas formas. 

Steve por su parte, parecía relajado. 

—¿Y qué deberíamos de cenar entonces, Sargento Barnes? —preguntó con un tono de voz que sabía que fastidiaba a Bucky.

Bucky rodó los ojos.

—Olvidalo.

Steve sonrió satisfecho. 

Pero Sam no estaba dispuesto a dejarlo pasar.

—No, no, no, no nos lo vamos a olvidar. ¿Quién lo diría? Bucky Barnes se preocupa también por la dieta de Steve Rogers. 

Bucky gruñó.

—Cállate, Wilson.

Sam le dio una palmadita en el hombro con una sonrisa burlona antes de sentarse en la mesa, estaba disfrutando demasiado esto.

Joaquín miró a Steve con curiosidad.

—¿Siempre son así? —susurraba.

Steve sonrió, tomando uno de los contenedores blancos.

—No, hoy están peor.

Bucky suspiró, tomó un contenedor al azar y se dejó caer en la silla con resignación.

La cena se instauró con calma frente a él, Joaquín le hacía una pregunta sobre el motor del jet a Sam, quien le respondía con naturalidad al mismo tiempo que se servía más comida en su plato. 

Pero Steve…

Lo miraba fijamente, buscando descifrarlo. Quería saber a dónde se había fugado con Sam. Quería saber por qué tenía que ser un secreto para él.

Quería saberlo todo sobre Bucky.

—Entonces… ¿cómo les fue en su escapada? —preguntó con un desinterés falso que le salió muy obvio.

Sam lo salvó antes de que pudiera horrorizarse.

—Nos encontramos a Walker —respondió antes de darle un sorbo a su refresco.

Steve dejó sus palillos sobre la mesa, cambiando su actitud al instante.

—¿Qué quería?

Sam dejó su bebida sobre la mesa.

—Darnos información —respondió—. Nos dio el nombre de la líder de los Smashers: Karli Morgenthau. 

Steve frunció el ceño.

—Los vieron en Europa Central, pero se esfumaron antes de poder seguirles el rastro —añadió Bucky.

Steve asintió lentamente.

—¿Y dónde estaban cuando Walker los encontró?

El tono era casual, pero la pregunta hizo que Bucky se desequilibrara por un momento.

—Por ahí —su tono fue demasiado bajo.

Sintió el peso de su mirada antes de poder enfrentarlo.

Le ofreció sus ojos y Steve lo leyó, lo descifró con cuidado.

Y entonces dejó el tema de lado. 

Como si nada, Steve tomó su vaso de agua.

—Bueno, tenemos un nombre —dijo Joaquín, tratando de aligerar el ambiente—. Eso es un avance.

Sam sintió la pesadez de lo que acababa de pasar y añadió:

—Sí, pero aún no sabemos qué quieren.

La incertidumbre cargó el aire, y mientras los cuatro pensaban en una forma de encajar las piezas del rompecabezas, el celular de Joaquín vibró.

Sus ojos se agrandaron cuando leyó la pantalla e inmediatamente se levantó de su silla, llamando la atención de todos.

—¿Qué pasa? —preguntó Steve, alarmado.

Joaquín se dirigió a la sala de estar y encendió el televisor con una mirada llena de preocupación.

El noticiero apareció al instante. El presentador hablaba con urgencia mientras detrás de él aparecían imágenes tambaleantes.

—Última hora: un grupo terrorista ha robado un avión en el aeropuerto de Bratislava, en Eslovaquia. Las autoridades creen que se trata del mismo grupo que sustrajo suministros médicos durante su enfrentamiento con el Capitán América en la mañana del día de hoy en Múnich.

La imagen en pantalla mostraba el caos en la pista de aterrizaje. Policías armados, luces de emergencia, un avión militar despegando en medio de la confusión.

—Durante el enfrentamiento con las fuerzas de seguridad, un hombre no identificado se sacrificó, inmolándose como resultado de una explosión para frenar la intervención de los oficiales, permitiendo que el avión escapara.

La imagen cambió a un video más cercano: una silueta humana en la pista, rodeada de oficiales armados. Un grito, un destello de luz… y luego la pantalla se llenó de llamas.

Y fue como si el departamento mismo se incendiara, asfixiandolos.

Sam dejó sus palillos sobre su plato, provocando un tintineo. 

Steve se inclinó hacia adelante, apoyando los antebrazos sobre la mesa, su mandíbula tensa.

—Un mártir —murmuró Sam después de unos segundos de reflexión—. Lo van a usar como un símbolo.

Joaquín asintió con gravedad, frente al televisor.

—Ya tienen la atención del público… Del mundo.

Bucky apretó la mandíbula. En su mente, la idea que había lanzado antes —su mala idea— volvió con más fuerza que nunca.

—Necesitamos saber de dónde obtuvieron el suero —declaró con un tono inamovible.

Steve lo miró de reojo, anticipando hacia dónde iba la conversación.

—Bucky…

Pero Bucky no se detuvo.

—¡No sabemos nada sobre ellos! —exclamó fastidiado—, ni a dónde se dirigen, ni lo que quieren o ni de dónde salieron.

Steve cerró los ojos con fuerza, pero Bucky necesitaba que lo escucharan.

—Si seguimos sin información sobre ellos lo que sigue no será que roben un avión, será diez veces peor. 

Sam exhaló con frustración, enfrentando a Steve con ojos cansados.

—¿Se te ocurre una idea mejor ?

Steve regresó la mirada hacia la pantalla: el humo, las llamas, el caos absoluto.

No quería exponer a Bucky. Cuando metieron a Zemo a la cárcel esperó nunca tener que volver a verlo en su vida.

Espero que él y su sonrisa fastidiosa se pudrieran ahí por el resto de sus días.

Nunca se imaginó que el mismo hombre con el que lo llevó a prisión estuviera ahí pidiendo verlo de nuevo. 

En alguna parte del mundo, que él no conocía, la bomba había iniciado su cuenta regresiva. 

Steve confiaba en Bucky, sabía que no se lo pediría si fuera estrictamente necesario.

Y aunque le doliera, tenía que apoyarlo.

Se inclinó hacia adelante, con los codos sobre la mesa, y habló con voz baja pero firme.

—Terminemos de cenar. Mañana vamos a Berlín.

La mesa volvió al silencio, pero la atmósfera había cambiado.

El descanso había terminado.

Y mañana sería otro mal día para Bucky Barnes.

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