
Chapter 1
Prólogo
El hombre fuera del tiempo
Fue un viaje fácil, el último del día. Otra misión exitosa para el Capitán.
Cuando la última gema finalmente descansó en su lugar y momento correctos, llegó el silencio. Llegó la última pregunta.
¿Y ahora qué?
En su bolsillo descansaba una última partícula Pym, y Steve Rogers tenía la oportunidad de viajar a cualquier parte del mundo y del tiempo.
Un pensamiento quemaba en el fondo de su cráneo, incendiando todo su torrente sanguíneo y con ello sus órganos y su cuerpo entero.
Podía volver, y podía buscarla. A ella, el amor de su vida, el sueño prometido: la vida no vivida.
Su sueño americano con el porsche bañado de gloria al atardecer. Con los niños que lo llamaban papá y la vieja canción sonando en la radio. Y al anochecer, ella le esperaría con un beso antes de irse a dormir.
Y después, cuando él muriera, su ataúd estaría cubierto por la bandera del país por el que dio la vida, y sería recordado para siempre con honor.
Enseñarían de él en las clases de historia: La definición del héroe perfecto. El Primer Vengador.
Todo eso estaba al alcance de su mano, quizás por ello el viaje había sido breve, demasiado fácil. Como si el universo, por una vez, quisiera dejarlo ir sin pelear.
El sueño estaba al alcance de un acto.
Él, El hombre sin tiempo, el hombre del pasado, el hombre viejo en el tiempo equivocado, tenía que renunciar a su vida.
Abandonar a sus amigos, su familia encontrada, su título. Todo lo que había construído en el nuevo siglo.
Y luego… tenía que pedirle a ella que lo dejara todo por él.
A la mujer que se levantaba a las cuatro de la mañana todos los días para probarle al mundo que valía lo mismo que uno de sus hombres más débiles.
A la primera directora que tuvo S.H.I.E.L.D., la que llevó a la agencia a su época de oro, la que construyó toda la reputación impecable de la organización.
Peggy Carter, una leyenda por derecho propio.
Peggy Carter quien nunca fue solo el interés amoroso en la historia de nadie.
La mujer que vivió la gran vida que se merecía, la gran pionera del espionaje, la esposa de alguien más, la madre de alguien más y la tía de su gran amiga.
Y a él le esperaban más cosas, porque él no era solo el Capitán América.
Era el amigo de Sam Wilson, que reía fácilmente ante los viejos hábitos de Steve.
Era el amigo de Clint Barton, que le enseñaba fotos de sus hijos a media misión.
Era el amigo de Nat, y de Tony.
Y también era el mejor amigo de Bucky… Bucky cuyo cabello se mecía con el viento frío de Brooklyn, y que podía dedicarle las miradas más tiernas mientras cargaba un rifle cargado.
Sí, a Steve le esperaba una vida entera.
Y entonces, todo fue más fácil de lo que pensó que sería.
Dejar ir ni siquiera fue doloroso en absoluto.
Tal vez porque el dolor vendría más tarde.
Tal vez.
Sólo el tiempo, el sabio tiempo, podía decirle lo que estaba por venir: escribiría su propia historia, terminaría la historia del Capitán América.
Su vida.
Marcó la fecha de su último viaje en el tiempo y cerró los ojos.
Llegó una luz.
Y luego, la brisa golpeó su rostro. El olor a madera fresca llenó sus fosas nasales, dandole la bienvenida.
Sus manos se aferraban con fuerza al escudo, pero lentamente la tranquilidad del ambiente lo envolvió, sus nudillos se aflojaron y se permitió abrir los ojos.
Sus amigos lo estaban esperando. Lo miraron con mil millones de emociones detrás de sus ojos.
Y algo detrás de la sorpresa traviesa en los ojos de Sam, y la amabilidad detrás de la sonrisa de Banner y el cariño en las arrugas que se formaron alrededor de los ojos de Bucky, le dijeron que todo iba a estar bien.
Con una sonrisa en el rostro se bajó de la plataforma para seguir adelante.
Su corazón se sentía liviano, su cuerpo estaba cansado.
Pero la vida apenas comenzaba. Otra vez.
- - - - -
Sam no recordaba haber tenido un día tan cansado como este. Pero la vida que había elegido seguía desafiando día con día.
Apenas unas horas antes había sido traído de vuelta a la vida e inmediatamente arrojado al campo de batalla, a una pelea más complicada que incluso aquella en la que se había borrado la mitad de la humanidad y él había desaparecido sin más.
Todo lo que quería hacer ahora era dormir durante tres días seguidos, pero la ansiedad le mantenía despierto, justo como en los viejos tiempos.
¿Lo había entendido bien? ¿Ganaron?
¿Finalmente estaban a salvo?
Nadie podía creerlo. Todos parecían tener una lucha interna contra la incertidumbre de que quizás en cualquier momento la batalla podría comenzar de nuevo, más dura y mortal que nunca.
Sin embargo, todos trataron de mantener una fachada tranquila, haciendo pequeñas tareas: dar tratamiento a los heridos, controlar los daños a la infraestructura, buscar a los enemigos restantes, diplomacia, devolver las Gemas del infinito para preservar la sagrada línea del tiempo intacta. Cosas de Vengadores.
Cuando Steve se ofreció a encargarse de las Gemas, Sam naturalmente se apuntó para seguirlo. Bucky también se les unió, así como las mentes maestras detrás del viaje en el tiempo, Banner y Lang.
En el momento en el que Steve desapareció en un resplandor, Sam pensó que esta sería la oportunidad perfecta para Steve de iniciar de nuevo. Vivir la vida que siempre estuvo planeada para él, la vida perfecta que dejó atrás cuando viajo al futuro, a su presente.
Una sonrisa se dibujó en su semblante cansado, deseándole lo mejor de lo mejor al hombre que lo hizo cambiar para bien.
Pero entonces… En un segundo, frente a sus ojos.
Steve regresó, y él no pudo evitar esconder la sorpresa y la alegría de su rostro.
Lo miró, intentando transmitirle lo que sentía: pura alegría de tenerlo de vuelta, pero, como de costumbre, había algo en los ojos de Steve. Algo profundo, cosas de las que nunca había podido hablar por lo dolorosas que eran.
Era como si estuviera replanteando su vida entera en los segundos en los que estuvo fuera.
Consciente de que todas las miradas estaban puestas en él, Steve se retiró al corazón del bosque con la excusa de quitarse el traje del viaje por el tiempo.
Con mucha satisfacción en la voz, Banner les informó que las líneas del tiempo continuaron con su flujo normal, y que era el momento de regresar.
Bucky y Scott comenzaron a recoger el equipo, al mismo tiempo que Banner se reportaba por teléfono a la base.
—No puedo esperar a volver a ver a mi familia —le decía Scott—. Ya ni siquiera me importa tanto eso de ser un Vengador oficial.
Sam no pudo evitar soltar una risa ante la ingenuidad de su amigo que estaba más orgulloso de ser un Vengador que de haber salvado el mundo.
—Aunque… —se interrumpió Scott con una caja en brazos— ¿Te imaginas la cara que va a poner mi hija cuando me vea en las noticias con los demás Vengadores?
Su risa se acompañó de una palmada en el hombro de Scott.
—Va a estar muy orgullosa de tí, hombre —respondió Sam sinceramente, con una de sus sonrisas más puras.
Mientras cargaban el equipamiento en la van, Scott comenzó a recordarle sus mejores momentos en la pelea a Bucky.
Y entonces él aprovechó para alejarse por un momento.
Un tranquilo y reconfortante paseo por el bosque lo llevaron hasta su amigo, que ahora portaba su típico traje azul.
Se encontraba sentado sobre un claro, mirando hacía enfrente, con una mirada llena de duda.
Sin saber qué hacer, Sam optó por sentarse a su lado.
Era evidente que la cabeza de su amigo era un torbellino. En momentos así, lo único importante era hacerle saber que no estaba solo
Tras unos minutos, Steve comenzó a darle vueltas a su escudo con las manos. Sam lo escuchó pasar saliva antes de poder hablar.
—¿Qué sigue ahora? —le preguntó el Capitán América a Sam Wilson, desarmandolo por completo con aquellos ojos llenos de incertidumbre.
Sam exhaló, dejando que su cansancio se fuera con el aire.
—Ah, hiciste una pregunta muy difícil —contestó.
Apartó sus ojos de Steve y miró al cielo, buscando la respuesta.
—Bueno. Para empezar, gracias por elegir regresar con nosotros.
Los ojos de Steve se abrieron con sorpresa, como si le hubieran leído la mente.
Tomó su silencio como respuesta y continuó.
—Lo que sigue es lo que tú quieras.
Sus ojos se entrelazaron, y tocó suavemente el hombro de su amigo, dejando que el calor de su mano lo reconfortase por un momento antes de darle un apretón.
—Estamos aquí para tí, Steve —decía, mientras asentía con convicción—. Te queremos y te apoyamos.
Antes de levantarse, le dedicó una pequeña sonrisa. Una sonrisa sincera que pesó sobre el corazón del Capitán.
Él no lo sabría porque no lo vio, pero después de que lo dejó una sonrisa se formó en su rostro y un claro mensaje iluminó sus pensamientos:
Tenía la oportunidad de empezar de nuevo.
Steve se levantó y corrió para alcanzar a Sam. Al pasar a su lado, no pudo evitar bromear.
—A tu izquierda.
Sus palabras llevaron a Sam a los viejos días, y no pudo evitar reírse con nostalgia y cariño.
Para Steve, esa risa fue reconfortante, como si alguien pusiera una cobija sobre sus hombros tras un largo y cansado día.
Solo que el día todavía no había terminado.
—Ah, ya íbamos a ir por ustedes —les decía Banner cuando llegaron a donde solía estar su campamento—. Me gustaría decirles que hemos terminado por hoy, pero el mundo está hecho un caos.
Steve tomó un paso delante, juntando las manos.
—Entonces, es momento de salvar el día una vez más.
Una sonrisa se formó en el rostro de los hombres, quienes subieron a la camioneta con la determinación aflorando en sus corazones al mismo tiempo en qué Bucky pisaba el pedal hasta el fondo y la camioneta arrancaba a todo lo que daba.
Era hora de hacer lo que mejor sabían hacer.
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El caos los invadió desde el primer segundo en el que pusieron pie en la base de los Vengadores. Había demasiado movimiento, una secuencia de acciones que no podían seguirse del todo con la mirada, unidas por un coro de voces familiares apresuradas.
En la mesa más cercana a la puerta, sobre una mesa de cristal polarizado, Rocket Raccoon gritaba a través de un altavoz.
—¡Hey! —gruñó— ¡Hace media hora descubrí lo que es una ambulancia! ¡No tienes derecho a gritarme así!
Junto a él, una proyección holográfica mostraba el momento en el que Spiderman capturaba en su red un edificio cuarteándose, salvando la estructura de desplomarse sobre un grupo de civiles que corrían asustados.
Las manos de Spiderman tejían con rapidez una telaraña sobre las fracturas del inmueble grisáceo. Sin embargo, una parte lograba desprenderse, precipitándose hacía los civiles.
El concreto cayó contra el pavimento fracturándose al instante, levantando una nube de polvo.
Y antes de que su corazón dejara de latir, una figura voladora emergía de entre el polvo, cargando consigo al civil intacto. Era un hombre con un casco metálico, con una chaqueta roja que ondeaba bajo el viento.
Depositó al civil sobre la explanada más cercana, junto a una mujer con traje verde y antenas, antes de ascender al cielo con la ayuda de su propulsor.
Eso solo era una fracción de todo lo que ocurría en la sala.
Al fondo de la habitación, mirando a través de un ventanal, Clint Barton se llevaba la mano a la cintura, claramente irritado por la llamada telefónica que sostenía.
Sin embargo, la verdadera acción se desarrollaba justo al centro de la sala, en donde María Hill estaba sentada a la cabecera de la mesa de reuniones, mirando apenas hacía las siluetas azuladas provenientes de la llamada holográfica. Sus ojos iban entre una y otra tablet sobre la mesa.
Ni siquiera los escuchó acercarse.
—Entonces… —decía ella, despidiendo varios documentos con el movimiento de su muñeca.— Danvers reportó que no hay rastro de enemigos en la periferia cercana.
Frente a ella, la proyección de Rhodey se cruzaba de brazos antes de tomar la palabra.
—Conseguí que el presidente de los Estados Unidos no arreste a Peter ni a los Guardianes mientras ayudan con las emergencias —comentó.
Una de sus manos se movió hacía su barbilla, su postura rígida y tensa denotaba que su mente estaba en cientos de lugares al mismo tiempo.
—Por otro lado, todos los gobiernos exigen ayuda, pero también quieren explicaciones, y las noticias… —su pecho se infló y su resoplido saturó la línea— No ayudan en nada.
La mano de María se congeló un instante, un instante que cuarteó su semblante de hierro. Un segundo en el que sus cejas se fruncieron con angustia y en que sus hombros se tensaron con agobio.
Sin embargo, una voz firme e inquebrantable la regresó al presente.
—Wakanda y Asgard están encargándose de limpiar el lugar de la batalla —decía la General Okoye, todavía en su uniforme de combate— Los cuerpos de los alienígenas están siendo transportados a lugares seguros, lejos de contrabandistas.
María levantó la mirada de sus reportes y de sus datos inequívocos, con una voz cansada que declaraba el problema más importante del momento.
—Está confirmado: tres miles de millones de personas regresaron a la existencia esta tarde —aseguraba—. La otra mitad del mundo está de vuelta.
Sus palabras impactaron como misiles silenciosos.
—Ay, Dios —Scott resopló al lado de Steve, visiblemente abrumado.
El día apenas comenzaba.
Todas las miradas cayeron sobre ellos, notando su llegada.
—Entonces la línea del tiempo sigue íntegra, un problema menos —les dijo a forma de bienvenida.
Restar un problema del fondo interminable que se presentaba frente a ellos no era nada. Los tres líderes de la conferencia no sabían ni por dónde comenzar.
Sin embargo, los mecanismos en la cabeza de Steve habían comenzado a andar desde que entraba a la base, absorbiendo cada fragmento de información del entorno para liderar.
El Capitán dió un paso al frente, listo para todo.
—Entonces… —comenzó el Capitán, llamando a todas las miradas del cuarto, con su presencia innata— Nuestra prioridad son las personas que acaban de regresar, ¿qué me dicen de ellos?
Steve hechizaba el cuarto, era como si su presencia hubiera aplacado el torbellino de la sala. Rocket había dejado de gritarle de molestia al auricular, conteniendo su enojo momentáneamente. Clint se había desparramado sobre una de las sillas de la cocina todavía en su llamada telefónica, pero más calmado.
Y Okoye, Rhodey y Maria lo miraban fijamente, con brillo en los ojos, expectantes .
Rhodey comenzó, con una voz cargada de una determinación recién encontrada.
—Cuando la batalla terminó, la orden de hechiceros se prestó para reubicar a los que regresaron, pero —tomó una pausa— la cifra los supera en números colosales.
Steve cruzó los brazos, totalmente concentrado en Rhodes, quien tomó una nueva pausa antes de continuar con su informe.
—No hemos podido centrarnos en los reubicados porque nos dedicamos de lleno a la ciudad —solo—. Las explosiones y ondas de energía de la batalla, aunado a algunos enemigos aéreos, impactaron ciudades cercanas. Rocket y los Guardianes nos están ayudando con eso.
En ese momento, María se inclinó hacía Steve, enseñándole una pantalla en la que se veía al alienígena de ramas que había visto peleando en la batalla, rescatando ciudadanos una corriente de agua, mientras que un hombre de piel gris y cicatrices rojas daba indicaciones a los rescatados.
Sam que había permanecido esperando al lado de Steve, con su mirada atenta y ordenada, dio un paso hacia adelante, manifestándose con esa voz que siempre veía desde otro panorama.
—¿Cómo están los hospitales? —preguntó.
La general le respondió sin dudar.
—Al límite —informaba con su serenidad característica — Tenemos desde heridas menores y crisis de ansiedad hasta pacientes impactados por la batalla. La Princesa Shuri ha enviado cargamentos con suministros médicos a todo el mundo.
Sam asintió agradeciéndole por la respuesta, mientras que Okoye continúo con su narrativa.
—Everett Ross está buscando un enlace con los Vengadores. El gobierno de Estados Unidos está actuando por su cuenta, pero están sobresaturados. Sin dirección
La general continuó, sin dejarles respirar un momento.
—El resto del mundo está expectante, las ciudades están despiertas, los vuelos cancelados. Mientras tanto… el mundo espera.
Como un puñetazo directo a la cara, como un disparo cerrado al vientre, lo entendieron al instante.
El mundo se estaba asfixiando en un incendio que ellos habían provocado.
No tenían el tiempo que estaban perdiendo en ese instante.
Los hombros de Steve se tensaron tras esa idea, apartando su mirada con pánico, cansado de algo que todavía no iniciaba.
La pantalla encendida en la cocina proyectaba miles de imágenes por segundo, como flashes intrusivos.
La rampa de Urgencias de un hospital, en donde una ambulancia descargaba una camilla sobre la que yacía un hombre sin vida. La escena cambia para mostrar un tsunami impactando la costa, mientras arrastraba a la gente que huía de él en primer lugar.
Luego vino el momento en el que el escombro que Spiderman no había podido retener se desplomaba sobre el civil. Solo que esta vez, la escena cambiaba antes de mostrar cómo habían rescatado al hombre.
Las noticias no estaban ayudando. Estaban difundiendo un pánico irracional. He aquí otro problema para la lista que no dejaba de aumentar.
Frente a la televisión encendida, Hawkeye cerraba los ojos, agotado de la charla interminable. Las orejas de Rocket apuntaban hacia el piso, mientras sus brazos colgaban a los lados sin mucho ánimo.
María trabajaba entre las dos pantallas al mismo tiempo, sus hombros se habían elevado poco a poco hasta reflejar visiblemente el conflicto en su cabeza.
Las manos de Sam apretaban con fuerza el respaldo de una de las sillas, buscando la forma de atar todos los cabos al mismo tiempo.
Los ojos de Lang y los de Banner estaban clavados sobre la pantalla de la cocina, preocupados. Frente a ellos, Rhodes miraba hacía el horizonte, perdido en pensamientos abrumadores.
Había dos personas que miraban fijamente a Steve.
La primera era la general Okoye, que permanecía firme, con los brazos detrás de la espalda. Esperando el comando del Capitán.
Y luego estaba la persona que no había dejado de mirarlo desde que regresó, con esos ojos ferozmente suaves, brillantes y acogedores.
Bucky era un espectador de esta charla y se limitaba a contemplar con interés el intercambio entre Steve y sus amigos. Sin embargo, cuando sus miradas finalmente se encontraron en medio de la tormenta que no podían domar del todo, Bucky, con las manos escondidas en el bolsillo de su chaqueta, le dedicó el más pequeño atisbo de una sonrisa.
Una pequeña sonrisa que llenaba su alma cansada de energía para seguir caminando, y corriendo, y golpeando.
Infló su pecho con aire y dejó que el sentimiento le diera fuerza para pronunciar las palabras correctas
—Escúchenme —dijo firme—. Necesitamos dividirnos para atender los problemas de forma sincrónica. No podemos estar resolviendo los problemas conforme se presentan.
La habitación estaba en silencio, todos los ojos estaban sobre él.
—Sí, el problema más obvio son los tres billones que acaban de regresar. El mundo cambió en estos cinco años —continuó, y su voz bajó apenas, pero no perdió intensidad—, y ellos no lo saben. Volvieron esperando algo que ya no existe y quizás encuentren extraños viviendo en sus hogares, o que sus familias hayan desaparecido o empezado de nuevo.
Entrecruzó los brazos sobre su pecho, concentrado.
—Podemos crear puntos de ayuda. Lugares estratégicos. Reunimos ahí a los que regresan, les explicamos lo que les pasó, tratamos el estado de shock. Luego contactamos a sus familias y los llevamos a casa. O al menos, a un lugar donde puedan empezar de nuevo.
Rhodey soltó una risa seca, desconfiada.
—Claro. Y supongo que ya hablaste con el gobierno para tener acceso a todas esas bases de datos y a los recursos para crear esos centros.
María alzó las cejas con ironía.
—No solo con su gobierno. Con todos —añadió.
Pero Steve no se inmutó. Estaba en su terreno.
—Entonces lo conseguimos —dijo sin rodeos.
El silencio que siguió fue de contemplación. Todos sabían que Steve hablaba en serio.
Y que tenía razón. Era la sombra de la gigantesca tarea frente a ellos la que les abrumaba.
—Okoye —siguió—. Mencionaste que los gobiernos están dispersos. Y en este momento tan crítico no podemos darnos ese lujo. Necesitamos cooperación absoluta. Necesitamos liderazgo.
La sala quedó en silencio, como si todos contuvieran la respiración.
—Entonces… ¿vamos todos a ayudar a los reubicados? —preguntó Scott, rompiendo la tensión con su duda e ingenuidad.
Había dado al clavo con esa pregunta, poniendo a prueba la capacidad de Steve de planear una estrategia ganadora en segundos.
Steve lo miró directamente, sin titubeos.
—No —dijo por fin, con la voz firme, como una orden disfrazada de elección—. Vamos a hacer mucho más que eso.
Era cierto que divididos caían, pero la situación era diferente.
—Ya salvamos al mundo una vez —dijo, mirando a Rhodey, Hill, Okoye, Sam, Banner, Lang y Bucky—. Ahora hay que volver a construirlo.
Divididos se multiplicaban.
—Vamos a formar equipos —aclaró—. Nos dividimos para solucionar los problemas por todos sus frentes, rápido, con orden. Y con humanidad.
Sin darle tiempo de continuar, comprendiendo y aceptando el plan de Steve, Rhodey se apresuró a intervenir.
—Antes de poder enlazarnos con el gobierno y el mundo —dijo—, tenemos que dar nuestra declaración como equipo.
María y Okoye intercambiaron una mirada cargada de resignación, parecía que el tema ya había sido discutido sin éxito. Rhodey sintió su juicio silencioso, pero no se detuvo.
—¿Acaso soy el único que teme un “Acuerdos de Sokovia parte dos”? —agregó, mirando a Steve con súplica—. Steve, ayúdame.
El aire le enfrió los huesos. Era Siberia otra vez, con el sonido del disparo de Tony contra su escudo. Y si la mención de los acuerdos le dolía, entonces...
Buscó a Bucky, preocupado por su reacción.
Pero sus ojos ya no estaban fijos en Steve. Había girado el rostro hacia Rhodey, molesto.
El sonido de sus botas pesadas rompió el silencio cuando dio un paso al frente, y su voz sonó áspera y llena de crudeza.
—Eso no es lo que le preocupa —respondió a Rhodes—. Dígame, General, ¿qué es entonces?
Bucky se podía defender, y no iba a dejar a Steve solo.
El coronel tensó la mandíbula, mientras sus ojos se inundaban de agotamiento y enojo.
—Lo que me preocupa —dijo con la voz más baja, cansada— es que los gobiernos ya están buscando a quién culpar. Y, ¿qué cree, Sargento Barnes?: estamos en lo más alto de la lista.
La mirada de Bucky se ensombreció como un eclipse, de forma total. Steve entrecruzó los brazos, rozándolo apenas, y por un instante, Bucky suavizó la expresión, extinguiendo la llama de un incendio que no tuvo oportunidad de comenzar.
En la mesa, María y Okoye seguían atendiendo sus celulares. Notificaciones, mensajes, llamadas: todo era una emergencia. Todo era cuestión de vida o muerte.
Steve lo notó. Y en ese instante, tomó una decisión.
—Entonces empecemos por ahí —dijo, con calma—. Está claro que necesitamos un equipo encargado de Diplomacia y de Relaciones Gubernamentales. De Comunicación.
Señaló a las tres figuras frente a él.
—Ustedes tres ya están manejando eso. Lo están haciendo bien. Quiero que sigan.
Alzó las manos para enfatizar su punto.
—Necesitamos garantizar que nuestra verdad sea contada. Que el mundo sepa lo que pasó allá afuera. Que entiendan que luchamos por cada vida. Por la otra mitad del universo.
Hizo una pausa. Su mirada ardía con entusiasmo.
—Quiero que digan sus nombres. Quiero que honren a todos los hombres y mujeres que perdieron la vida por el mundo entero.
El semblante de Rhodey cambió. La tristeza invadió su rostro, como si el cansancio la hubiera escondido por un tiempo, pero finalmente encontraba su camino hacía él.
Había un recuerdo que quería enterrar en esa carga de trabajo inhumana. Una verdad que fracturaba su corazón irremediablemente.
El silencio cayó sobre la sala.
—El mundo tiene que conocer el nombre del hombre que salvó el mundo, ¿verdad? —preguntó finalmente, con un tinte de nostalgia y tristeza. Con respeto.
El sacrificio final. Una vida por tres billones de vidas.
Todos sabían a quién se refería Steve. No necesitaba decirlo.
María y Okoye dejaron lo que estaban haciendo para mirar a Rhodey, preocupadas mientras la postura del coronel se tensaba en el holograma.
Le dieron un segundo.
—Tony —susurró—. Tony Stark.
Iron Man.
Cerró los ojos, dejando que los recuerdos invadieran su mente. Aceptando con ellos el dolor del que se acompañaban.
María cruzó los brazos con fuerza, como si intentara contener una bomba a punto de explotar. Okoye bajó la cabeza, en un gesto silencioso de respeto.
Por un instante, el tiempo se detuvo. No había estrategia ni batalla. Solo una herida reciente que todavía no podía cerrarse.
En algún lugar de su mente, un hombre de barba, con lentes de sol negros y un traje elegante que hacía lucir informal, lo miraba.
Le dedicaba una de esas sonrisas ladeadas que, de alguna manera, siempre decían: “te lo dije.”
Hill susurró, temiendo interrumpir los recuerdos que se habían conjurado alrededor de la mesa de reuniones.
—No he podido contactar a Happy Hogan. ¿Sabes algo, Rhodey?
Los ojos del coronel estaban en otro lugar, en un recuerdo seguro. Pero no por eso, menos doloroso.
—Ellos solo necesitan algo de tiempo. Pero el cuerpo de Tony ya está con su familia.
A través de la imagen holográfica, sus ojos se cristalizaron y tras unos segundos, una sonrisa melancólica se formó en su rostro.
—La Pantera Negra ha estado ayudando a contactar a las familias de los fallecidos —comentó Okoye de forma tímida, como si temiera interrumpir el momento tan íntimo, como si fuera lo único que podía ofrecerles.
La risa melancólica y dolida del coronel perforó la atmósfera.
—Si Tony estuviera aquí ni siquiera estaría teniendo una junta como estas —bromeó Rhodey, apretando los labios con una triste sonrisa.
Una risa breve, melancólica, se instauró en la sala.
Era el momento de honrarlo. De agradecerle.
—Crear el plan en el momento era su estilo. Su sello. —murmuraba Rhodes, apenas audible en la línea.
Los recuerdos sobre su cabeza nublaban su juicio, acumulándose sobre su garganta.
A su lado, Bucky susurró:
—Eso me recuerda a alguien-
Su tono era cálido, y Steve resopló por lo bajo, disipando la tristeza lo suficiente como para seguir adelante.
Bruce habló por primera vez, con esa calma que se había vuelto su refugio desde que se convirtió en una dicotomía andante.
—Tony y yo discutíamos tanto que… a veces me pregunto si era su forma de decir que me quería.
Sus labios se curvaron apenas, con tristeza.
—Era insoportable. Brillante. Pesado como no tienen una idea.
Respiró hondo, y por un momento, dejó caer todo.
—No sé cómo vamos a hacer esto sin él.
Silencio.
Pero era un silencio distinto, no tanto la sombra del dolor constante, que Steve sabía que lo iba a acompañar por un largo tiempo, sino un silencio de incertidumbre.
Algo sobre el futuro de los Vengadores, una incertidumbre que podría asfixiarlos.
Steve se interrumpió, enderezando su postura.
No tenía tiempo para abrumarse, tenía problemas más urgentes que su duelo personal. El peso del mundo lo aplastaba, asfixiándolo contra el suelo.
Era momento de levantarse y sostenerlo de nuevo.
Un problema a la vez. Un día a la vez.
—Vamos a hacer esto en su honor —dijo, con voz decidida.
Y entonces, más firme aún:
—Vamos a hacerlo mejor.
Su puño se cerró en el aire. Con poder. Con liderazgo.
En ese momento, el sonido de un noticiero logró infiltrarse entre la calidez del momento como hierba venenosa. Clint había terminado su llamada y se encontraba frente a la televisión, mirando la imagen con agudeza.
Se trataba de un reportaje. El comentario de una reportera que se acompañaba de imágenes en vivo del mundo.
“Hay personas que volvieron después de 5 años y encontraron que su hogar ya no les pertenece. ¿Dónde vivirán? ¿Acaso los Vengadores se adelantaron a ello? Ni siquiera vamos a mencionar los accidentes reportados por los reubicados del Blip. Recordemos el accidente con el avión…”
La pantalla se apagó, cortando la narración. Scott se dirigió a la cocina y apagó la televisión con un desagrado evidente en su rostro.
—¿Esa mujer acaba de sugerir que no deberíamos haber devuelto a nadie?—preguntaba Sam con incredulidad.
Clint se reunió con ellos en la mesa de reuniones..
—Están asustados —dijo.
Scott regresaba, dejándose caer en una de las sillas en las que nadie más que María estaban ocupando.
—Nosotros también —contestó Scott, lanzando un resoplido audible.
Todo el mundo estaba hecho trizas.
—Claro que sí, pero la gente no puede saber que los Vengadores están otra vez al borde del colapso —decía Clint con una risa burlona detrás de un rostro gélido.
Ya no podían perder más tiempo, el caos se hacía peor con cada segundo en el que no hacían nada.
—Rhodey, María, organicen las declaraciones oficiales. Okoye, ayúdanos a servir de enlace con los gobiernos y organismos internacionales. —sus puños se cerraban con fuerza al lado de su cuerpo— no podemos permitir que las noticias están esparciendo miedo. Tenemos que calmar a la población. Necesito una rueda de prensa.
Los tres asintieron ante sus palabras.
—Un segundo equipo se encargará del rescate —decía sin tomar una pausa— Ví que los Guardianes y Spiderman están ayudando a atender los daños en las infraestructuras y rescatando a civiles atrapados. Coordinémonos con las autoridades, con los rescatistas y digamos que los Vengadores están ahí para ayudarles.
María tomaba apuntes de sus palabras, mientras que Rhodes lo escuchaba con interés evidente conforme continuaba.
—Se me ocurre que podríamos pedir ayuda de Giant-Man. Quizás Sam pueda ayudar también, estoy seguro de que no quiere estar en una sala de prensa —una sonrisa traviesa se formó en su rostro— ¿Verdad?
A su lado, Sam le sonreía con calidez, Steve lo conocía demasiado bien.
Volteó a ver a Banner y una idea cruzó por su cabeza.
—Quiero saber si el planeta fue afectado de alguna forma después de la batalla —su mirada se cruzó con la de Banner, sus ojos brillaban con interés— Quiero saber qué sucedió en los mares después de que las especies regresaron. ¿Cómo se encuentra la capa de ozono tras la pelea? ¿Qué pasó con las placas tectónicas? —dijo, un tanto intimidado por hablar de un tema del que no conocía mucho.
La risa contenta de Banner llenó la habitación, cambiando el estado de ánimo.
—En ello, Cap —contestó Banner.
La voz de Okoye resonó a través de la línea.
—La Princesa Shuri puede ayudar con ello, estoy segura que le encantaría saber si este enfrentamiento va a afectar al ecosistema de Wakanda.
Steve asintió, mientras la general escribía algo en su celular.
El resto de la sala aguardaba en silencio, expectante ante los próximos pasos.
—¿Dónde está Wanda? —preguntó Steve de forma inesperada.
La agente Hill levantó su visión de la tableta, encontrándose con Steve.
—Está ayudando a los hechiceros. No he querido molestarla, por lo de Visión —respondió ella en un susurro.
Los ojos de Hill se apagaron apenas mencionó el nombre de Visión. Era horrible perder a un compañero, ¿pero perder al amor de tú vida?
Desgarrador, asfixiante, opresivo.
—Ellos podrían ser el cuarto equipo —dijo Rhodey—. Han convertido el Sanctum Sanctorum en un refugio temporal.
Las palabras lo sorprendieron. Steve no esperaba ese tipo de ayuda tan organizada por parte de los Hechiceros. Sintió una punzada de gratitud inesperada.
—Sí. Me parece perfecto, ya nos están ayudando. Serán el cuarto equipo.
Luego se volvió de nuevo hacia Hill.
—¿Dónde está Fury?—preguntó.
Ella resopló, antes de contestarle.
—Tiene la idea de que algunos enemigos escondidos en las sombras pueden resurgir a raíz de que el mundo está debilitado —dijo de forma un tanto críptica.
Pero Steve no tenía tiempo para las viejas tretas de SHIELD.
—Quiero que me pongas en contacto con él. Necesito saber de qué amenazas habla.
Clint se cruzó de brazos, fastidiado.
—Desafortunadamente ya viene para acá —aclaró Clint.
Steve asintió. Tomó aire. Había llegado la hora de dividir las cargas.
—Entonces el último equipo se enfocará en la seguridad —finalizó—. De la evaluación y neutralización de riesgos emergentes y potenciales.
La risa de Bucky robó una sonrisa de su semblante de líder.
—Wow. Me preguntó quién estará tan loco como para estar en ese equipo tan riesgoso.
Steve rodó los ojos antes de contestar con un poco de vergüenza.
—Yo me encargaré de ello junto con el Sargento Barnes.
La fuerte carcajada de Sam suavizó la tensión del ambiente.
—Vengadores, ya saben lo que tienen que hacer. —volteó su mirada hacia Hill— ¿Pueden tener lista la declaración y la rueda de prensa en dos horas?
La determinación fue clara en los rostros del equipo diplomático.
—Sí —respondieron al unísono, firmes.
Asintió con la cabeza.
—Volvámonos a reunir en ese plazo. Confío en ustedes —dijo con la determinación que aún le quedaba en su cuerpo cansado.
Uno a uno, los hologramas de Rhodey y Okoye se desvanecieron en haces de luz. Hill se marchó con paso rápido, teléfono en mano, dedicándole una de sus miradas suspicaces antes de marcharse.
Clint, Sam y Scott se dirigieron a la cocina, mientras que Banner se marchó hacía el laboratorio, intentando conectar por Shuri en el teléfono. En una de las pantallas, Spiderman gritaba algo inaudible, lo que se ganaba un gruñido por parte de Rocket, lo que hizo que Bucky se acercara a ver qué estaba pasando.
En ese momento, al fin solo, Steve soltó un suspiro que no sabía que estaba conteniendo. Se pasó ambas manos por el cabello, buscando algún lugar donde dejar caer todo lo que sentía sin romperse.
Pero no podía flaquear en este momento.
Podría hacer esto todo el día.
Y sí. Podía. Claro que sí.
Pero, a veces, la planificación dolía más que la pelea misma.
Todos sus sentidos estaban al mil por hora.
Y en medio del caos, una risa le hizo abrir sus ojos cansados, saliendo de la bruma que lo comenzaba a sofocar.
Bucky estaba sentado junto a la mesa en la que Rocket tenía su central de operaciones, una sonrisa desvergonzada suavizaba su rostro.
—¡Quill, por tu culpa nos van a expulsar también de este planeta! —gritaba Rocket.
Un estruendo surgió al otro lado de la línea a la que Rocket estaba conectado. Y esa fue la gota que derramó el vaso. Rocket se lanzó sobre el altavoz, finalizando la llamada agresivamente antes de gritar con pura rabia.
Comenzó a acariciar sus orejas impasiblemente, llevándolas hacía abajo, como si se estuviera jalando el cabello de pura desesperación
Pasaron unos segundos, en los que Rocket dejó caer sus manitas a los costados. Derrotado, sentándose resignado a un lado de Bucky, que lo miraba con comprensión.
Frente a ellos, sobre el escritorio, la proyección holográfica mostraba una curiosa red de telaraña que se asimilaba a un trampolín, sostenido entre varios edificios y en medio de la rara estructura había una multitud de civiles con miedo en sus rostros.
El ángulo de la cámara cambiaba para mostrar el socavón inmenso que se había tragado el piso en medio de esos edificios.
En medio del caos, el hombre que Steve suponía que era Quill, ayudaba a asegurar a la gente sobre la red con su propulsor.
—¿Cómo soportas ser un Vengador por más de tres horas? —preguntaba Rocket a Bucky, mientras arrojaba su rostro sobre sus manos, exhausto—, Yo ya renuncié, pero nadie me deja irme. Malditos Vengadores con sus malditos problemas.
A su lado, Bucky ladeaba la cabeza con diversión.
—Yo no soy un Vengador, solo estoy aquí por mis amigos —le decía Bucky de manera simple.
Rocket dejó caer su cabeza hacía el respaldo del asiento.
—Pero tus amigos no están lanzando a la gente que quieren salvar hacía un trampolín —le contestó Rocket, resbalando poco a poco sobre su asiento, sin esperanzas de que la situación mejorara.
Bucky río antes de contestarle.
—Yo creo que tus amigos son geniales. ¿Ya viste el vídeo?
Rocket y Steve pusieron su atención en la proyección. La mujer de traje verde estaba abrazando a una mujer con una herida expuesta, sangrante. De repente, sus antenas se iluminaban y el semblante de la mujer pasaba de completa agonía a una calma total.
—Mantis es muy linda cuando quiere —respondió Rocket.
Tras pensarlo unos segundos, el guardián se enderezó en su asiento y trepó sobre la mesa, reanudando la llamada con sus amigos.
Sin pensarlo, Steve había dado un paso, y luego otro. Como atraído por un campo gravitacional que siempre lo llevaba al mismo lugar: Bucky.
En cuanto lo vió acercarse, la sonrisa que se había formado tras ver a Rocket se desvaneció, dando paso a unos labios entreabiertos que se acompañaron de unas cejas arqueadas con una preocupación muy clara.
Como siempre, Bucky fue capaz de leerlo con una exactitud aterradora. ¿Acaso su cansancio era tan obvio? Había algo en su semblante que sabía que lo estaba delatando, y no se lo podía permitir en una situación tan delicada y apremiante como esta.
Él sostuvo su mirada. Ambos se observaron por un largo segundo y luego Bucky inclinó su cabeza hacía el asiento a su lado. Steve no protestó y se dejó caer en el asiento.
Echó su cabeza hacía atrás, cerrando los ojos mientras se peinaba el cabello hacía atrás. Sus músculos habían sanado hace horas y su piel se había reparado sin problema. Lo único que quedaba era el cansancio mental que creaba remolinos que golpeaban sobre su cráneo, como si intentara salir al exterior.
A pesar de ello, podía sentir cómo los ojos de Bucky intentaban hacerle un agujero en la cabeza. Su mirada se sentía pesada y claustrofóbica. Su preocupación totalmente asfixiante.
Sin embargo, si pensaba que iba a tomarse un descanso de cinco minutos para aclarar sus ideas, estaba totalmente equivocado. El sonido de una mujer gritando de horror lo hizo abrir los ojos y clavar la mirada en su fuente: la pantalla de Rocket.
Spiderman cargaba un niño en sus brazos, corriendo en dirección a la nave de los Guardianes.
—No escucho su corazón —gritaba Peter mientras se dejaba caer a la entrada de la nave.
La madre del niño que los había seguido, se desplomaba junto a ellos, llorando desconsoladamente.
Bucky apretó los puños sobre sus muslos, inclinándose hacía la pantalla.
—¡Quill, Mantis! —gritaba Rocket, tocando su auricular con fuerza—. Necesita un desfibrilador.
Los gritos de la madre llenaron la escena. Pero ningún guardián llegaba al rescate.
Peter comenzó a reanimar al niño, con las manos temblorosas y el rostro enmascarado empapado en sudor. Presiones torpes, desesperadas, demasiado rápidas.
Y Steve se sintió inservible. Completamente pequeño, como cuando era un niño enfermizo y débil, incapaz de moverse, de correr, de llegar a tiempo.
No podía hacer nada para salvarlo. No podía salir corriendo para alcanzarlo, porque nunca llegaría.
Pero hubo alguien si llegó.
Peter Quill se dejó caer sobre la plataforma de entrada de la nave que albergaba decenas de civiles heridos, y rápidamente colocó un cinturón blanco sobre el pecho del niño.
Sin ninguna advertencia, se produjo una descarga eléctrica sobre el pequeño cuerpo.
Y entonces el niño tomó un bocanada de aire y fue envuelto por los brazos de su madre.
—Rocket, tenemos que irnos ahora —declaró Quil a través del auricular—. Ya no tenemos más desfibriladores.
Las orejas de Rocket se doblaron hacía abajo.
—Diríjanse al hospital más cercano —dijo, sin apartar los ojos de la tablet—. Acabo de enviarte las coordenadas.
Spiderman se levantó de la plataforma y salió al exterior justo cuando la nave comenzaba a elevarse. Un instante después, se convirtió en un destello brillante en el cielo.
—Escúchame niño, a unos tres kilómetros de donde estás hubo un escape severo de gas —decía Rocket, sin respirar siquiera—, y un bloque entero de departamentos se está incendiando mientras estamos teniendo esta conversación…
En la pantalla, Peter ya estaba corriendo entre las multitudes. Multitudes que ni siquiera lo voltearon a ver mientras se elevaba a las alturas entre los edificios.
Fue en ese momento en el que Steve comprendió que no necesitaba comandar a los Guardianes, porque ellos nunca se habían detenido. Seguían salvando el mundo desde el momento en el que llegaron.
Esos eran realmente los héroes más poderosos de la Tierra.
—¿Solo están ustedes cuatro? —preguntó él, justo al borde de su asiento.
La risa irónica de Rocket se acompañó del cambio de escenario. Frente a sus ojos había una costa completamente inundada. Las olas aún activas llevaban consigo escombros, automóviles, bicicletas, artilugios. Pero lo que llamó su atención fue ver a un perro negro nadando en medio del caos, siendo empujado fuertemente por las olas.
Sin embargo, justo cuando una fuerte ola lo golpeaba y sumergía, apareció un hombre. El mismo hombre de piel grisácea y cicatrices rojas que había visto anteriormente. Se sumergió y salió a la superficie con el perrito entre sus hombros, a salvo.
El hombre nadó hacia el interior del poblado, en dónde ramas de árbol que cobraban vida lo levantaron hacia el techo de un edificio de cinco pisos.
Sobre ese techo había una multitud de personas empapadas, heridas, cansadas. Probablemente hambrientas.
Steve reconoció a Groot, el amigo de Rocket. Junto a él, se encontraba una androide de piel azul que examinaba la ceja abierta de un hombre.
—¿Dónde está eso? —su voz le salió incrédula.
Bucky le contestó.
—México. Se reportaron tsunamis en las locaciones cercanas al golfo.
Rocket asintió, continuando con la idea.
—Han estado barriendo la zona, ayudando a los humanos que detectan a simple vista —le informaba, con una voz enérgica—. Se han acumulado trescientas personas que esperan rescate en los tejados de la ciudad.
Ese número fue un golpe directo a su pecho.
Rocket siguió.
—Tenemos nuestra nave, sí. Pero ya viste que Mantis y Quill la están usando para llevar a los heridos que encontraron en Nueva York a los hospitales.
Así como Steve podía sentir el corazón de cualquiera en la habitación y ganar cualquier situación. Bucky siempre había podido sentir su corazón, incluso antes del suero.
Bucky sintió la inestabilidad en el pecho de Steve, la taquicardia que hablaba de una empatía que dolía.
—Steve, no he visto a los rescatistas en esa zona. Creo que no están enterados de que estamos ayudando. —comentó Bucky.
Cruzó los brazos sobre su pecho. Claro que los gobiernos no estaban enterados que los Vengadores estaban ayudando.
—¿Sabes volar un jet?
Un brillo de emoción se encendió en el rostro del guardián, la respuesta era muy clara en su rostro.
—Sé volar lo que sea.
Steve resopló encantado.
—Entonces toma el jet de los Vengadores y úsalo para ayudar a Drax en México. Yo contactaré al gobierno y a los rescatistas para que los apoyen.
El mapache —que insistía en no serlo— le dedicó una sonrisa que expuso todos sus dientes e incisivos.
Bucky y Steve lo llevaron al garaje subterráneo, donde guardaban los últimos modelos que Stark no paraba de perfeccionar con sus ideas más ridículas e innecesarias.
Esa también era su marca característica.
Rocket se precipitó hacia la rampa que aún no se había retraído del todo, eufórico de ser parte de la ayuda.
—Hey, Rocket —llamó Steve.
Rocket se congeló a media plataforma, volteando a ver a Steve.
—Gracias por hacer lo que haces, incluso cuando crees que nadie está mirando —sonrió en una de sus sonrisas más sinceras.
Un destello de tristeza atravesó al guardián. Sus ojos brillaron con gratitud mientras asentía hacía Steve.
Antes de desaparecer en el interior, Bucky no se perdió de la sonrisa cargada de malicia que Rocket le dedicó. El jet avanzó sobre la pista, desapareciendo con más velocidad de la necesaria.
La brisa detrás de la estela estalló sobre ellos, levantando el cabello de Bucky, el cual cayó como una cortina sobre su rostro.
Apenas resistió el impulso de apartarlo con los dedos, pero no podía.
Ahora que estaban solos, sabía que había miles de cosas de las que hablar con él, pero el tiempo los estaba ahorcando con su usual premura.
Sin embargo… siempre había tiempo para molestar a Bucky Barnes.
—Pudiste haber ido con él —bromeó mientras echaba a andar de regresó.
Bucky alcanzó su paso.
—Ese mapache quiere mi brazo de vibranium a como dé lugar —su voz adquirió un tono juguetón—, ni siquiera tú me hubieras logrado obligar a ir con él.
Steve entendió la broma, y fingió una sorpresa exagerada.
—¿Quién lo pensaría? El Soldado se rebela ante su Capitán
Bucky le dio un empujón con su brazo de metal, haciendo que su paso tambaleara un poco.
—¿Agresión hacia una autoridad directa? —dijo Steve con una indignación fingida— Sargento Barnes, quiere que lo detengan.
Bucky cubrió sus labios con la mano, pero no pudo evitar cubrir la carcajada que se le escapó de forma natural.
El sonido de su risa resonó en el eco del hangar, y aunque Steve no lo dijo se dió cuenta de que lo había extrañado más de lo podía admitir.
Sin embargo, tras la risa, una expresión más seria se formó en el rostro de su amigo, y cuando llegaron a las escaleras que los llevaban de regreso a la base, Bucky lo detuvo, aferrándose con suavidad a su muñeca.
—Hey Steve…—comenzó, eligiendo con cuidado sus palabras—. Sé que quizás no era así como planeabas pasar el resto del día.
En sus ojos ardía un fulgor cálido.
—Pero Steve, lo estás haciendo muy bien.
Esas palabras lo reconfortaron de una forma que no sabía que necesitaba. Su corazón se sintió más ligero y su mente se despejó completamente.
—Gracias por seguir conmigo —susurró Bucky—. Incluso después de todo.
Era el turno de Steve de tomar la muñeca de Steve.
—Siempre —aseguró—. Siempre voy a estar contigo.
Apretó el brazo humano de Bucky con fuerza. Intentó que todo el cariño, toda la lealtad y todo lo que no se atrevía a decir, se transmitiera a través de ese contacto.
Después de una última mirada sincera, Steve recordó lo que tenía que hacer y, con una exhalación contenida, interrumpió el momento. La crisis mundial no perdonaba a nadie.
Buscó algo en uno de los bolsillos de su traje y extrajo un pequeño comunicador, colocándoselo en la oreja derecha.
—Hola, Capitán, ¿En qué puedo ayudar? — preguntaba Friday con su tono sereno.
Sostuvo el auricular firmemente contra su oreja.
—Hola, perdona —respondió Steve—. ¿Podrías darle un mensaje urgente a Rhodey?
La respuesta se produjo al instante.
—Por supuesto.
Llenó sus pulmones de aire, dejándose llevar por el impulso de decir lo que debía.
—¿Podrías decirle que necesitamos que el Gobierno de México y el de Nueva York acepten la ayuda de los Vengadores para el rescate? —le decía Steve—. Dile que necesitamos que los rescatistas, protección civil y la policía cooperen con los Vengadores para ayudar a la población.
Se produjo un zumbido antes de la respuesta.
—Muy buena idea, Capitán. Ya le entregué su mensaje, ¿Necesita algo más?
Steve sonrió agradecido.
—Es todo por el momento, gracias Friday —se despidió mientras se retiraba el auricular.
Se quitó el comunicador y le dirigió un leve gesto a Bucky antes de lanzarse hacia la base.
Los encontró en la cocina. Revisaban un mapa holográfico de las zonas afectadas mientras comían un refrigerio colosal. Lo que recordó a Steve que estaba hambriento. Pero había cosas más importantes que él en ese momento.
—Hola, Capi. Bucky. —saludó Scott a medio bocado.
Sam los saludo con la mano en el aire, pero Steve no tenía tiempo para formalidades.
—Los necesito en las zonas críticas —anunció mientras se acercaba a la mesa.
Recorrió con la mirada el mapa holográfico, analizando los puntos urgentes.
—Sam, necesito que coordines desde el aire —dijo señalando una zona—. Comienza con la zona del golfo de México y continúa con las costas de EE. UU.
Sam asintió, engullendo el resto de su refrigerio.
—Después de ahí eres libre de ir a donde consideres —agregó Steve.
El rostro de Sam cambió por completo. Se volvió claro, enfocado.
—Cuenta conmigo, Cap. ¿Qué tan rápido necesitas que empiece?
Steve soltó un pequeño resoplido.
—Hace media hora.
Sam se levantó al instante.
—Lang, nos vamos —dijo sin perder el tiempo.
Scott apenas alcanzó a terminar su bebida antes de ponerse de pie.
—¿Y yo? —preguntó, animado—. ¿Puedo ser el tipo que salta de edificio en edificio?
Steve esbozó una sonrisa, complacido por su ánimo.
—Tú y Hope pueden ayudarnos a mover los edificios colapsados y los barcos a la deriva.
La risa de Scott llenó la cocina.
—Siempre quise ser parte del equipo de rescate.
Bucky, que había permanecido callado, resopló ante ese comentario.
—Felicidades, ahora lo eres —le dijo a Scott—. Comienza con los Guardianes en Nueva York y alrededores, luego sigue a Falcón en las costas.
Scott asintió ante el comando de Bucky.
—Afirmativo, Sargento —le dijo en un tono serio mientras hacía un saludo militar.
Bucky rodó los ojos mientras Steve reía. No pudo evitar recordar lo bien que Bucky hablaba su idioma, y que también planificaba estrategias ganadoras.
Los dos se dirigieron a la salida con paso decidido. Justo antes de cruzar, Sam apretó el puño en alto, una señal muda de ánimo. Su voz resonó desde el otro lado de la sala.
—Tú puedes, Cap.
Scott y Sam salieron de la base, y a través del ventanal Steve los observó. Las alas de Falcón se desplegaron al mismo tiempo que Scott se hacía diminuto.
El propulsor de Sam rugió, y ambos volaron hacia el cielo.
Sin perder ni un segundo, Steve se dio la vuelta para dirigirse al laboratorio de Banner.
Al entrar, encontró todas las pantallas encendidas, saturadas de datos y números confusos que no dejaban de actualizarse al instante.
Hulk estaba de espaldas, escribiendo con concentración absoluta sobre un pizarrón blanco.
—Banner, ¿qué tenemos? —preguntó Steve mientras se acercaba a él.
Bruce se detuvo, quitándose los lentes mientras se giraba para hablar con él
—El planeta está… reequilibrándose —explicó—. La cantidad de personas que regresaron de golpe alteró ecosistemas enteros. Necesitamos más análisis, pero esto podría ser un problema mayor de lo que pensábamos.
Steve asintió con gravedad. Aunque la biología lo abrumaba, tenía al experto indicado al frente.
—Tengo toda mi confianza puesta en ti —aseguró.
En ese momento, la notificación de una llamada telefónica apareció en la pantalla. Era la Princesa Shuri.
—Vamos a ir a la escena de la batalla, para evaluar las placas tectónicas —informó.
Steve asintió de inmediato.
—Muy bien. Por favor dime lo que encuentren, aunque no lo entienda del todo.
Hulk río suavemente.
—Así será, Steve.
Con un asentimiento de la cabeza, Steve abandonó el laboratorio.
Cuando salió la base se encontraba tranquila, desprovista de la tormenta que encontraron cuando llegaron. Sólo quedaban el Capitán y Buck.
Y Clint Barton.
Sin interrupciones avanzó hacía él, pero notó que Bucky ya no se encontraba a su lado, sino que se había quedado en la base improvisada de operaciones de Rocket.
Le estaba dando espacio.
Steve le dedicó una sonrisa antes de girarse y dirigirse hacía Clint.
Estaba de pie junto a uno de los ventanales que cubrían la pared completa. No dijo nada cuando Steve se acercó. Tampoco lo miró, su mirada estaba fija en el campo que tenían delante.
No podía leer su expresión.
—¿Estás esperando algo? —preguntó al fin, con precaución.
Clint soltó una risa apagada, que no llegó hasta sus ojos.
—No. Solo... me quedé mirando.
Steve no respondió de inmediato. Se colocó a su lado, imitando su postura, ambos con los brazos cruzados, hombro con hombro.
Los dos miraron en silencio a través del ventanal, sobre el espeso césped verde que se movía con la fresca brisa.
Allá afuera no había nada.
Y ese era el problema.
La realización cayó sobre él con el peso del mundo entero.
La estaba esperando.
Estaba esperando que ella apareciera desde el límite del bosque, caminando con pasos tranquilos, con la hierba doblándose bajo sus botas y esa sonrisa cálida y perfecta que los había salvado más de una vez en su rostro.
Pero ella ya no estaba.
Barton la había visto morir.
El mundo entero podía haberse restaurado, podía haber recuperado millones de vidas, pero no a ella. Y con ello, una luz se había apagado para siempre en una parte vital del corazón de Barton.
Y de Steve.
—Barton —susurró.
Clint se frotó la cara con una mano y suspiró, poniéndose una máscara perfecta e imperturbable en la cara.
—Hey, Steve, perdona no poderme unir a tus pequeños equipos, pero Fury me puso a hacer su trabajo sucio. Ya sabes cómo es.
Steve negó con la cabeza, ignorando su comentario.
—No me puedo ni empezar a imaginar cómo te sientes.
Clint le miró incrédulo, casi ofendido.
—Yo creo que sí.
No pudo responder. No había palabras que pudieran contener esa verdad.
La vista de Clint regresó a la ventana. En donde la siguió esperando. Aunque sabía que no tenía sentido, que era imposible, su corazón insistía en imaginarla ahí.
Ella nunca apareció. Solo llegó el sonido de la brisa, y luego…
El sonido de un motor rugiendo a lo lejos. Un automóvil negro blindado se acercaba velozmente hacia ellos.
Hawkeye resopló a su lado, dejando de lado su duelo por un segundo.
El automóvil se estacionó a pocos metros de la entrada, y de él salía un hombre vestido de pies a cabeza de Kevlar negro. Portaba su distinguible parche en el ojo y la misma mirada intimidante de siempre.
Su paso militar y decidido lo llevaron hasta el portal de la base, el cual cruzó de forma imponente.
Nick Fury no perdió el tiempo en saludos y les habló con su tono intimidante.
—Reaparecí hace apenas unas horas —declaró—, y no he podido parar de resanar grietas porque me trajeron de vuelta a un mundo hecho pedazos.
Se llevó las manos a las caderas y observó uno por uno a los tres hombres que se acercaban a él.
—¿Qué demonios hicieron los Vengadores en cinco años? —el tono en su voz era letal.
Hawkeye farfulló incrédulo tras escucharlo.
—Hicimos lo que tú hubieras hecho si toda la gente que amabas te fuera arrebatada en un instante —dijo con amargura—: pasar por todas las etapas del duelo.
Fury respondió con una risa carente de emoción.
—Los Vengadores no pueden permitirse el lujo de ser solo personas —contraatacó sin clemencia—, ¿o me equivoco, Ronin?
Clint apartó la mirada, la molestia ante aquel nombre se hizo evidente en sus ojos, encendiéndolos con rabia.
Pero a Fury no le importó en absoluto, pues continúo con su reprimenda injustificada.
—Ustedes debían liderar a la gente y convertirse en la esperanza del mundo después del chasquido —bramó con ira—, no rendirse y hundirse en la miseria que ya acomplejaba a todo el universo.
La sangre de Steve hervía. El coraje se aconglomeraba en sus músculos, que se tensaban mientras su corazón palpitaba con furia sobre su caja torácica, como si buscara escapar.
—Cuando el mundo más los necesitaba —arremetió en un tono vil—, no estuvieron ahí.
Las palabras brotaban con veneno, como si las escupiera. Como si externara lo que la mitad de la población pensó de ellos en esos cinco años de cruel abandono.
Pero esos cinco años…
Esos cinco años fueron despiadados, recordó Steve. En ese tiempo pensaba que su vida entera se reducía solo a pérdidas.
Desde el día en que perdió a Bucky y Sam su corazón dejó de funcionar.
El dolor que había sentido después de volver a perder a Bucky había dejado un vacío enorme en su pecho. Un agujero negro en su corazón: todo lo que ponía en el se consumía y desaparecía.
Antes lo había perdido dos veces, sin embargo, esta tercera vez se sentía definitiva.
Intentó seguir por Nat, por el resto de los Vengadores, pero sólo fingía que no le dolía tanto.
Interpretaba el papel del Capitán América, el gran Líder, con una exactitud terrorífica, inhumana. Todo con el fin de proteger al Steve Rogers que no podía aceptar que el héroe más grande de toda la historia de América no fue capaz de proteger lo único que amaba. Lo que más le importaba en el mundo.
Si siguió adelante, fue porque no sabía qué más hacer. Porque alguien tenía que hacerlo. Pero no era suficiente. Nunca fue suficiente.
En medio de la tristeza y la furia que inundaban su corazón. Sintió un agarre firme en su hombro.
Bucky le sostenía.
Era como si por medio de su abrazo le dijera que ya estaba de vuelta con él.
Estaba aquí para él.
Por él.
Y eso le dió el coraje para responder a Fury, responderle de la mejor forma que sabía.
De forma humana.
—No hay tiempo para lo que pudo haber sido, Nick —su tono era tranquilo— ¿Por qué estás tan enojado con nosotros?
Algo cambió en el semblante de Fury y Steve escuchó cómo el ritmo en su corazón se acompasaba.
—Durante los cinco años en los que el mundo quedó expuesto. Las amenazas mundiales que creía que mantenía a raya aprendieron las estrategias de HYDRA y se expandieron e infiltraron.
Steve frunció el ceño, concentrado.
—¿De quién hablas?
Fury dió un paso hacia atrás.
—Caballeros, sería más seguro que hablemos en mi automóvil.
Hawkeye río.
—Paranoico hasta el hueso —comentó mientras se ponía en marcha.
Caminaron hacia el automóvil en silencio. Clint y Steve se dirigieron una mirada de fastidio que decía “aquí vamos de nuevo” antes de entrar.
Bucky y Steve se sentaron en la parte trasera, mientras que Barton tomó lugar en el asiento de copiloto.
Nada más se cerraron las puertas y Steve reanudó la conversación.
—Entonces, con el mundo tan inestable, es el momento perfecto para que cualquier enemigo haga su jugada —su tono era contenido.
Fury le miraba a través del espejo central del auto y asintió antes de voltearse a verlo de frente.
—Capitán, tú y yo pensamos de la misma forma. Hill me llamó demente. Pero a cómo lo veo —enfatizó—, tenemos cinco posibles amenazas.
Fury suspiró y encendió la pantalla en el tablero del auto. Frente a ellos aparecieron múltiples archivos, imágenes y transmisiones clasificadas que todavía no entendían.
—Caballeros, escúchenme tenemos al gobierno de los Estados Unidos, el tráfico ilegal de armas alienígenas y tecnología, a los grupos extremistas, a los Skrulls y amenazas cósmicas de otras galaxias pisandonos los talones, respirando sobre nuestras nucas. ¿Por cuál empezamos?
Clint y Bucky miraron a Fury con horror, pero Steve ya estaba un paso adelante.
—Si atacamos todas al mismo tiempo, vamos a perder. Tenemos que decidir por dónde empezar.
Clint y Bucky intercambiaron una mirada cargada de dudas, pero Fury decidió tomar las riendas de la charla.
—Cuando me fui, SHIELD estaba destruido, el mundo dependía de los Vengadores y la gente todavía confiaba en el gobierno —recordó Fury, con un brillo de nostalgia—. Cinco años después, lo que queda es un mundo al borde del colapso.
Steve inflo su pecho, mientras que Clint funciona el ceño hastiado.
—Define "colapso" —pidió Barton.
Fury no titubeó.
—No hay liderazgo —explicó—. Los gobiernos no tienen poder real, los Vengadores están fracturados, y lo que queda del orden mundial son facciones que aprendieron demasiado bien de HYDRA.
Bucky se acomodó en el asiento, como si evaluara cada palabra dicha hasta el momento.
Como si hubiera analizado todas las opciones y encontrado la más crítica.
Su rodilla rozó la de Steve.
—Entonces... ¿Estás sugiriendo que el gobierno de Estados Unidos es nuestra principal amenaza?
Fury asintió.
—Así es, Barnes.
Steve se burló ante las implicaciones de sus palabras, pero Fury tenía la delantera.
—Mientras ustedes lloraban sus pérdidas, los mismos políticos que aprobaron los Acuerdos de Sokovia empezaron a tomar medidas más extremas —su tono de voz era precavido.
Fury miró a Steve y a Bucky por el espejo, escogiendo bien sus palabras.
—Crearon proyectos de "seguridad" que harían que hasta HYDRA se sintiera orgullosa.
Steve apretó los puños.
—¿Qué clase de medidas?
Sin titubear, se inclinó hacía el tablero, mostrando copias de expedientes que estaban subrayados totalmente en marcador negro. Era difícil leer algo.
Hasta que Fury señaló con el dedo una palabra que no estaba tachada.
Suero.
—Cuando existía SHIELD me llegaban toda clase de rumores —su dedo seguía golpeando la palabra en la pantalla—. Pero nunca lo consiguieron.
Instintivamente, Steve volteó a ver a Bucky, quien tenía el rostro teñido de pánico.
—Y ahora, después de que los Acuerdos fueron un chiste y los hizo lucir ridículos ante el ojo público no les quedó de otra —su mirada estaba clavada todavía en el tablero—. Están intentando crear su propio Capitán América.
Era la misma idea. La violenta necesidad de tener el control del juego. Un autoritarismo que llenara de miedo a los adversarios y a las demás naciones.
—Uno pensaría que después de todo lo que pasó con ustedes dos, la gente había aprendido —volteó a ver a Fury, como si le contara un chiste—. Pero claro, siempre hay idiotas que creen que pueden hacer las cosas mejor.
Su comentario estaba destinado a apaciguar las sombras que se desprendían de Bucky, en la parte de atrás.
Steve se giró hacía él, pero Bucky tenía la mirada clavada en la ventana. Lo conocía lo suficientemente bien como para saber que su mente estaba en otro lado.
—¿Sabemos el estado de la copia del suero? —preguntó Steve.
Fury río como si le hubieran contado el mejor chiste del mundo.
—Vamos, Cap. Llevo aquí unas buenas seis horas y tú me ganas por cinco años, hago lo que puedo —dijo en tono burlón.
La tensión bajó al frente, pero a su lado, el peso del problema seguía allí,
Bucky seguía mirando por la ventana, inmóvil, como si el informe de Fury hubiera abierto una caja sellada con cadenas en su cabeza. La tensión en sus hombros era evidente, y aunque no decía nada, Steve podía ver la forma en que su mandíbula se tensaba, dejando que el problema lo consumiera.
—Tú y yo seguimos en esto —le dijo—. No vamos a dejar que la historia se repita de nuevo.
No hubo respuesta inmediata. Solo el reflejo opaco de Bucky en el cristal de la ventana.
—Esta vez no vamos a llegar tarde —agregó Steve, más bajo aún, con un tono firme, cargado de promesa.
No necesitaba decir más. No necesitaba mencionar su nombre ni tocarle el brazo. Solo dejarle claro que entendía por lo que estaba pasando y que no estaba solo. Que esta vez no iba a cargar con todo.
Bucky no se movió al principio, pero Steve notó el pequeño gesto: un parpadeo más largo, una exhalación leve. Como si, por un segundo, pudiera respirar.
Y eso bastaba.
Fury los miraba por el retrovisor, y Steve recordó que el mundo los estaba esperando.
—De las cinco amenazas que mencionaste, la más alarmante es el gobierno trabajando desde las sombras.
Fury asintió, todavía mirando por el retrovisor interior.
—Exacto —dijo—. Los Skrulls pueden esperar, la tecnología alienígena se ha estado filtrando desde hace años, y las amenazas cósmicas... bueno, que Thor y Groot se encarguen de esas.
Nick los miró con una sonrisa en su rostro, pero sus rostros estaban exhaustos.
—El mundo se está rehaciendo en este momento como consecuencia de un plan que se puso en marcha hace cinco años —dijo—, y si dejamos que el gobierno y sus grupos extremistas lo moldeen a su gusto, para cuando queramos hacer algo, será demasiado tarde.
Clint dejó escapar un suspiro, recargándose sobre su asiento.
—Lo que significa que nos toca ensuciarnos las manos, ¿verdad?
Fury dio una palmada en el hombro de Clint.
—Más de lo que ya están, Barton —responde Fury.
Steve dejó escapar un fuerte suspiro y se permitió mirar a través de la ventana, en donde los árboles se mecían suavemente al compás del viento.
En este momento se sentía como si estuviera cargando con una bomba activa que pitaba cada segundo que pasaba, advirtiendo sobre la inminente explosión.
Pero no. Esa bomba no podía explotar. Tenía que buscar cómo detenerla.
—Organizamos a los Vengadores en equipos para atender todos los problemas que surgieron a raíz del enfrentamiento —los ojos de Steve miraban a Fury, como si diera un informe—. Rhodey insistía en dar una declaración inmediata, antes de que el gobierno nos arrancara las respuestas por la fuerza.
La voz cansada de Clint añadió fuego a las palabras de Steve.
—Sin embargo, las noticias ya dictaron sentencia —soltó con amargura—: Quieren manchar la imagen de los Vengadores, enterrarnos vivos
Fury los miraba con diversión. Estaban preocupados por las mismas cosas que lo agotaban cuando era el presidente de SHIELD y tenía que cuidar su imagen.
—Rhodey y Hill ya me contaron todo sobre el plan del Capitán Rogers —una sonrisa juguetona suavizaba sus facciones—. Muy ingenioso. A mí ni se me hubiera ocurrido preocuparme por el medio ambiente. Estoy seguro de que Banner está complacido.
Steve se encontró con los ojos de Fury en el retrovisor.
—Tenemos que recuperar la narrativa de nuevo —dijo con firmeza—. Necesitamos dar una declaración oficial sobre lo qué pasó en la batalla. Y en estos cinco años.
Fury asintió con un ligero gesto de aprobación.
—Quien controla los medios controla la narrativa —confirmó.
Steve se inclinó sobre su asiento hacia él.
—¿Puedes llevarnos con ellos?
Fury le respondió con una sonrisa, Clint se puso el cinturón de seguridad mientras se tapaba los ojos con molestia.
—Pensé que nunca lo preguntarías —le dijo, al mismo tiempo que quitaba el freno de mano.
El auto avanzó furioso, dejando la base atrás. Era hora de trabajar.
Mientras conducía como si fuera el fin del mundo (y claro que lo era), el celular de Fury vibró con una notificación. Años expertos de multitasking le permitieron leer el mensaje mientras conducía a 120 km/h, sin flaquear ni un segundo.
Guardó su celular, y se inclinó hacía el tablero, presionando unos botones hasta que apareció la imagen de un noticiero transmitiendo en directo, y aunque estaba silenciado, Steve entendió de inmediato.
En la imagen, Drax y un hombre de chaleco naranja con un casco blanco, repartían alimentos y botellas de agua a los rescatados. El plano cambió y la androide de piel azul ayudaba a los ciudadanos a subir al jet de los Vengadores, que despegaba gracias a las indicaciones de un rescatista. Una última toma mostraba a Rockett como piloto, mientras la cabecera del noticiero anunciaba: “Los Vengadores y Protección Civil trabajan juntos en México”.
El alivio se extendió por el pecho de Steve, seguido de una cálida satisfacción. Nada en el mundo le gustaría más que estar ahí, ayudando a reconstruir lo que habían perdido.
—Rhodey lo logró —murmuró, sintiendo una sonrisa formarse en sus labios.
Fury chasqueó la lengua.
—La unión entre los gobiernos y el equipo de rescate que pediste a través de FRIDAY —dijo—. Tuvimos que hacer algunas llamadas y convencer a los burócratas de que ese mapache está calificado para pilotar, pero… valió la pena, ¿eh?
Bucky soltó una carcajada ante la mención de Rocket. Su risa, ligera y genuina, llenó el auto como un eco de algo que Steve no sabía que necesitaba escuchar.
Steve intercambió una mirada de reconocimiento con Fury.
—Gracias.
El exdirector de S.H.I.E.L.D. ladeó la cabeza, como si el agradecimiento fuera innecesario.
—Mi objetivo siempre ha sido ayudar al mundo, Rogers. Y todavía no he terminado.
El viaje continuó.
El paisaje natural cambió en unos minutos. Los árboles fueron reemplazados por altos edificios de concreto. El tráfico era un caos: cientos de autos atascados, bocinas sonando, peatones cruzando entre los vehículos. Fury apretó los dientes mientras disminuía la marcha, golpeando el volante con los nudillos, sin paciencia.
Sabiendo que les tomaría tiempo salir de ese embotellamiento, Steve intentó aprovechar el tiempo.
—¿Saben algo de los demás Vengadores? —preguntó, inclinándose hacia la parte delantera.
Clint se volteó sobre su asiento de copiloto para mirarlo.
—Scott y Hope están ayudando en el Océano, cargando barcos que fueron arrastrados a las orillas —le informó—. Sam encontró gente varada en medio del océano y está ayudando a traerlos de vuelta.
La voz de Fury sonaba irritada por el tráfico, pero le contestó a Steve.
—Los Hechiceros se hacen los difíciles y no hemos logrado contactarlos. Pero sabemos que siguen reubicando a los que regresaron, abriendo portales a diestra y siniestra.
Steve no pudo evitar preguntar.
—¿Wanda?
Clint se movió incómodamente sobre el asiento, evitando la mirada de Steve.
—Está haciendo lo que puede —murmuró, con la voz apagada—. Como todos nosotros.
La frase quedó suspendida en el aire. El ambiente dentro del auto se tensaba, el peso del dolor de los que ya no estaban volviendo a instalarse sobre ellos.
Ninguno quiso decir nada más después de eso.
El trayecto en auto se volvió más fluido, y a través de la ventana, Steve vio a la ciudad vibrar con sentimiento. En cada esquina, alguien lloraba, alguien reía, alguien no podía creer lo que estaba viendo. Había tanto alivio como desconcierto, tanta esperanza como miedo.
Había familias abrazándose con desesperación, parejas reencontrándose en medio de la acera, extraños ayudándose mutuamente a levantarse.
Solo cuando el paisaje se volvió familiar, Steve finalmente pudo recordar la inmensa tarea que tenía entre manos.
El auto de Fury se detuvo frente a uno de los edificios de Stark. Uno que solía ser un almacén de armaduras. Ahora era una sala de conferencias, luego de que Tony decidiera hacer volar por los aires todas y cada una de sus armaduras.
Tony insistía en que necesitaban manejar su relación con el público. Sin embargo, no habían tenido la oportunidad de usarla antes.
Clint se bajó del automóvil, seguido de Bucky, quienes intercambiaron una mirada con Fury antes de salir.
—Steve —llamó Fury, con la voz más baja de lo habitual—. La vida nos ha dado otra oportunidad. Úsala bien.
Steve sostuvo su mirada por un momento, sin encontrar palabras, pero asintió, notando como los ojos de Fury se llenaban de brillo, de fe.
Steve salió del automóvil, y sin más, Fury aceleró, desapareciendo entre el tráfico y dejando tras de sí el olor a caucho y gasolina quemada.
Sin más, dio unos pasos hacia el edificio cuando notó que Clint se había quedado atrás.
—Capitán, Sargento —dijo Clint—. Este es el momento en el que nos separamos.
Steve avanzó hacia él.
—¿No te quedas a la conferencia? Necesitamos toda la ayuda posible ahí dentro.
Los ojos de Steve reflejaban una leve súplica y Barton le miró con diversión.
—Créeme, Steve. Nada me gustaría más que pelear con reporteros que no saben cómo sostener un arma —dijo con media sonrisa—. Pero tengo que seguir un loco indicio del demente de Fury.
Hawkeye metió las manos en los bolsillos de su chamarra.
—Pero estaré viendo la tele con mis hijos. Ya puedo imaginarme lo que va a decir el Daily Bugle después de la rueda de prensa.
Steve sonrió levemente, sabiendo que Jameson iba a encontrar la forma de llamarlos “criminales con disfraces” de todas formas.
—Nada nuevo entonces.
Clint les lanzó una última mirada antes de girarse.
—Bueno, si el mundo se cae a pedazos, hagan como que es mi día libre.
Pero mientras lo veía alejarse, Steve no pudo evitar preguntarse cuánto le duraría ese supuesto día libre.
Solo quedaban ellos dos de pie frente a la puerta de entrada. Y no pudo evitar sentirse nervioso.
—¿Y si nos escapamos y vamos a ayudar a los Guardianes? —bromeó, aunque su voz no sonaba del todo a una broma—. Sería más divertido que estar ahí adentro, ¿no?
Sobre su espalda, el escudo pesaba más que nunca.
Steve entrelazó sus manos con fuerza y comenzó a jugar con sus dedos, su mirada estaba clavada en la puerta.
Bucky reconoció la incomodidad. Inclinó ligeramente su rostro y estudió a Steve con esa mirada que iba más allá de lo evidente. La que podía ver más allá del uniforme y el escudo, al hombre cansado, al niño que siempre estuvo enfermo pero que nunca se rendía.
—Si quieres escapar, te seguiré —aseguró con suavidad—. El equipo que formaste puede encargarse del discurso, no te necesitan ahí dentro.
Sus labios temblaron mientras se llevaba las manos a la cintura. Bajó la cabeza. Su pecho se infló con muchísimo trabajo, intentando contener el temblor en su cabeza.
Steve sintió que la respiración se le atascaba en la garganta.
Bucky lo miró sin poder moverse, como si al más mínimo movimiento pudiera hacerlo quebrarse.
—Hey Steve… —su voz era apenas un hilo.
Steve levantó una mano al aire, entre ellos, como si pidiera silencio.
—Es solo que… —no encontraba las palabras—. Necesito un minuto.
Se alejó hacía una de las bancas metálicas que se encontraban en el jardín de la entrada. Desplomándose en un solo movimiento en el que su escudo chocó contra el respaldo metálico con un tintineo hueco.
Bucky tomó asiento a su lado. Esperando pacientemente, acompañando en silencio.
Junto a él, Steve se llevó las manos al rostro, cubriendo sus ojos. Después de un minuto comenzó a tallar sus ojos con fuerza, intentando borrar imágenes que no estaban ahí, voces que no callaban. Cada movimiento era un ruego silencioso: que las voces se callaran, que los recuerdos se diluyeran un poco, que el pánico se detuviera.
Pero nada cedía. Y verlo así… dolía.
Bucky alzó la mano despacio. Solo unos centímetros lo separaban de Steve, pero no sabía si debía. Si podía. Su mano humana temblaba, vulnerable, despojada de la perfección del metal. Aun así, la posó con cuidado sobre su hombro.
La dejó ahí. Esperando. Después de todo, tenía todo el tiempo del mundo para él.
El resto de su vida.
Porque para él, el caos del resto del mundo no importaba mucho.
Su mundo entero estaba frente a él teniendo un ataque de pánico.
—Es como si… —Steve intentó hablar con la voz rota, pero negó con la cabeza. Volvió a intentarlo—. La verdad… es que durante mucho tiempo dejé de ser el Capitán América.
La mirada de Steve estaba perdida en el vacío, sin enfocarse en nada en particular. Ignoraba por completo el jardín que tenía delante.
—Cuando tú te fuiste… —empezó con voz baja, rasposa—. No… —Tragó saliva. Sus ojos buscaron los de Bucky, y por fin lo miró. Tenían una luz herida, húmeda, brillante—. Cuando te arrancaron de mi lado… a ti y a Sam… y luego todo el mundo desapareció… se sintió como la primera derrota real de mi vida.
Bajó la mirada a sus manos, ahora cerradas con fuerza sobre sus rodillas.
—Fue como si hubiera cometido un error de verdad, ¿sabes? —dijo con un temblor en la voz—. El peor error de mi vida. Sin punto de retorno.
Hizo una pausa larga. Sus labios apretados apenas dejaban pasar el aire.
—Demasiado intenso. Demasiado doloroso. Demasiado real.
Se inclinó hacia adelante, con los codos sobre las piernas, y dejó que su voz saliera como si le arrancaran algo del pecho.
—Lloré mucho por ustedes. Por ti. Por Sam. —Negó con la cabeza, con un gesto que se parecía al de alguien que intenta sacarse una pesadilla de encima—. Durante mucho tiempo dejé que el dolor se volviera parte de mí.
Sus ojos se alzaron otra vez, pero no para mirar a Bucky, sino el horizonte, como si pudiera ver los años que se le habían ido por la ventana.
—Y todo lo que dijo Fury sobre no estar presente para nadie… es verdad. Durante esos cinco años no estuvimos aquí. No éramos nosotros.
Alargó una mano hacia el escudo, lo tomó y lo dejó descansar sobre sus muslos. Lo observó como si fuera una herida abierta.
—El escudo… —susurró—. Quemaba bajo mis manos. Cuanto más se alejaba de mí cuando lo lanzaba… mejor me sentía.
Sus dedos recorrieron con lentitud el borde del metal.
—No merecía ser el Capitán América. Solo era el hombre que le falló a todo el mundo.
Otra pausa. Respiró profundo, o intentó hacerlo. Fue un suspiro entrecortado.
—Me llenaba de rabia no poder ayudar a la gente… pero es que… —cerró los ojos un instante—. Simplemente no podía conmigo mismo.
El silencio volvió a instalarse entre ellos, espeso, pero distinto al de antes. Este era un silencio compartido, cargado de todo lo que había sido dicho.
Steve sostuvo el escudo entre las manos, con los pulgares apoyados sobre la estrella. Lo miraba como si no fuera digno de su resplandor.
—Y cuando tú no estuviste... ni Sam… —su voz salió apenas—. Me di cuenta de lo solo que estaba. Como cuando llegué al futuro por primera vez.
Bucky entrecerró los ojos.
Steve soltó una risa seca, sin humor, al notar el gesto.
—Acabas de pensar: ¿y los Vengadores? —murmuró, intentando forzar una sonrisa—. Pero te juro que todo el mundo estaba igual que yo.
Bucky no dijo nada. No hizo falta.
—No sabes lo que pasó en esos cinco años… —continuó Steve, bajando la mirada—. No quiero volcarlo todo sobre ti. No sería justo. No debería decirte todo esto… yo…
Pero Bucky se acercó. La mano que había dejado sobre su hombro se volvió un agarre firme. Firme y cálido.
—Dime —pidió, en voz baja.
Y Steve no esperó a que lo repitiera.
—Clint perdió a toda su familia —dijo, sin apartar los ojos de él—. No tuvo de otra más que convertirse en otra persona. Mataba criminales… para no sentir nada.
Tragó saliva con dificultad. El dolor se le acumulaba en la garganta.
—Natasha… —su voz se quebró apenas al pronunciar su nombre—. Natasha empezó a tomar pastillas. ¿Sabías que no puedes darle ansiolíticos normales a alguien que ha tomado el suero? —Una risa amarga brotó de sus labios, fugaz como una punzada—. Tienes que tomar casi una caja antes de que empiecen a hacer efecto.
Bajó la mirada. Las palabras pesaban.
—Tony se encerró en sí mismo. Una vez tomó tanto que su corazón se detuvo. Banner lo encontró… —hizo un gesto con la mano, como si estuviera reviviendo la escena—. Le rompió unas costillas con el RCP. Dice que valió la pena.
Intentó sonreír, pero la sonrisa se le murió en los labios.
—Y yo…
Su mirada se deslizó hacia sus propias manos. Temblaban.
—Yo me volví bueno fingiendo —dijo, con una risa hueca—. Era lo único que sabía hacer.
Hizo una pausa. Su pecho subía y bajaba con esfuerzo.
—No quería ser el Capitán Perfecto. —Su labio superior tembló—. Me harté de pensar en cómo traer de vuelta a los muertos.
Miró al suelo, luego a su reflejo distorsionado en el metal del escudo. Su voz bajó aún más.
—Y un día… un día por fin te dejé de esperar. —El silencio que siguió pesó como una losa—. Fue el día en que dejé de medir la intensidad de mis golpes. Quería romper mi escudo, a como diera lugar.
Los ojos de Bucky se agrandaron un poco. Pero no dijo nada. Solo escuchaba. Siempre escuchaba.
—Entonces mis misiones empezaron a reportar más muertos que nunca. —Su voz era un susurro rasgado—. Y sin embargo lloraba cada vez que alguien moría bajo mi mano. No entendía de dónde venía esa furia, Bucky. No la reconocía como mía.
Se inclinó hacia adelante. Los codos sobre las rodillas. La cabeza baja.
—Y hoy… hoy no puedo evitar pensar que ya no sé cómo ser yo. —Su voz temblaba—. Le fallé al Capitán América. Le fallé a Steve Rogers. Me transformé en otra cosa.
El silencio entre los dos fue brutal. Lleno de todo lo que Steve no podía seguir cargando.
—Tengo que ir a ese escenario —dijo al fin, con tono apagado—. Fingir que no abandoné a todo el mundo durante cinco años. Decir “¡Hey, estamos de vuelta!” como si no importara todo lo que hicimos… o lo que no hicimos.
Lo dijo casi con repulsión, como si se sintiera asqueado por sus acciones.
—¿Con qué derecho puedo hacer eso?
Miró una vez más el escudo. Luego, sin pensarlo demasiado, lo alzó.
—Ni siquiera debería tener esto.
Y lo lanzó.
No fue un gesto violento, ni impulsivo. Fue lento. Cansado. El escudo giró solo una vez antes de caer entre las flores, con un golpe sordo que quebró la quietud.
Pero lo peor de todo, fue el comentario que vino después.
—¿Cómo puedo volver a ser yo si ni siquiera recuerdo lo qué significa ser yo?
Bucky no respondió de inmediato. No podía. Steve le estaba suplicando que resolviera cinco años de dolor en un momento.
Era tanto lo que Steve estaba cargando que Bucky no sabía por dónde empezar
No podía darle una respuesta certera, pero sí podía comenzar por otra parte.
Sin titubear ni un segundo, extendió su brazo metálico con movimientos lentos. Y lo rodeó en un fuerte abrazo de lado.
Cuando el peso completo de Bucky quedó sobre él, el peso del mundo pareció ceder un poco. Steve hundió el rostro contra el de Bucky, y cerró los ojos, dejando escapar un suspiro tembloroso.
Por fin estaba en casa.
Un segundo después, su respiración se quebró. Bucky lo sintió antes de oírlo.
La tensión en sus hombros, el leve estremecimiento en su pecho, la forma en que Steve enterraba su pómulo contra la frente de Bucky, como si eso pudiera contener lo que estaba sintiendo
El sollozo fue apenas un murmullo al principio, cerró los ojos con fuerza, llevándose las manos al rostro, como si eso pudiera evitar la avalancha. Pero el agarre de Bucky se hizo más fuerte, y Steve entendió que no tenía que contenerse.
Finalmente cedió y las lágrimas se derramaron con facilidad.
Bucky lo sostuvo con firmeza, permitiendo que sus rostros chocaran con esa intensidad creciente.
—No tienes que arreglarlo todo, Steve —susurró.
El cuerpo de Steve tembló con cada lágrima.
—Siempre creíste que era tu responsabilidad cargar con el mundo. Pero no lo es. Nunca lo fue.
Steve soltó un nuevo sollozo, esta vez más crudo, con más dolor. Bucky sintió el fuerte agarre de Steve contra su brazo de vibranium. Estaba usando toda la fuerza que le confería su cuerpo. Pero no lo rompería.
—No eres Atlas, Steve Rogers. No lo seas.
En ese momento, no eran soldados. No eran el Capitán América ni el Soldado del Invierno. Solo eran Steve y Bucky, los niños que crecieron juntos, los amigos que el tiempo no pudo separar.
Poco a poco, Steve se dejó caer sobre Bucky, descansando su cabeza sobre su pecho.
Bucky apoyó la barbilla sobre su cabello y cerró los ojos, continuando con su fuerte agarre.
—Estoy aquí, Stevie.
Su voz era baja, apenas un susurro entre el peso del momento.
—No importa cuánto tiempo pase. No importa cuánto duela. Estoy aquí hasta que el tiempo me lo permita.
Steve asintió débilmente, como si esas palabras fueran lo último que le quedaba en este mundo.
Bucky no dijo más. No intentó calmarlo, ni darle soluciones. Solo lo sostuvo.
Y Steve lloró.
Lloró una lágrima por cada vez que lo extraño en estos cincos años, y luego lloró porque el mundo se lo quitaba y luego se lo regresaba como un juego cruel.
Y luego lloró porque ya estaba aquí con él y lo había extrañado como no tenía idea.
El cabello de Steve se sentía suave entre sus dedos. Al principio no lo había notado, pero ahora, con Steve aún apoyado contra él, lo sintió con claridad y no pudo evitar recordar aquellos tiempos en los que le ponía compresas frías para bajarle la fiebre.
Su cabello era tan suave como aquel entonces. Más largo de lo que recordaba, como si cada hebra guardara los años que se perdieron.
El abrazo no era de este mundo.
Era un refugio en medio de una trinchera mientras el resto del mundo se caía a pedazos frente a ellos. En ese momento no importaba nada.
Bucky lo sostuvo con fuerza, como si quisiera juntar los pedazos de Steve, como si lo pudiera volver a armar con su calidez.
El pecho de Steve se hundía con cada exhalación temblorosa. Su rostro seguía escondido entre el cuello y la clavícula de Bucky, donde el mundo no podía alcanzarlo, y donde su cabeza parecía haber encontrado la paz.
Había algo sagrado en esa quietud, en donde ni siquiera el murmullo de la fuente y el danzar de las flores llegaba hasta ellos. En vez de eso, solo quedaba clara la respiración entrecortada de Steve, que no hablaba. No podía. Pero su cuerpo hablaba por él. En la forma en que se aferraba a Bucky con miedo de que se lo arrebataran una vez más, en la forma en la que su mejilla buscaba su calor.
Podrían haber estado allí minutos, horas, una eternidad. No importaba. Porque en ese rincón del jardín, donde el escudo descansaba entre las flores blancas y el sol comenzaba a teñirlo todo de oro, después de cinco años, Steve Rogers volvía a ser Steve. No el Capitán. No el Vengador. Solo un hombre roto que se permitía ser sostenido.
Y Bucky no lo soltó.
En ese preciso instante, el tiempo por fin los dejó en paz. En ese mismo minuto, nadie murió en el mundo, ningún edificio colapsó. En ese momento, todo el mundo se permitió respirar, dejándolos descansar.
Cuando Steve finalmente estuvo listo para hablar, su voz salió áspera.
—Creo que ya puedo entrar.
No se movió de inmediato.
Bucky tampoco.
No hasta que Steve inhaló profundamente y, con un poco de esfuerzo, se separó con lentitud.
Cuando se separaron, el aire entre ellos se sintió vacío y los brazos de Bucky se habían entumecido, reclamándole sobre la separación.
Se miraron. Y en sus ojos había algo que ninguno de los dos podía nombrar todavía. Algo que habían visto antes, en otra vida, en otro tiempo.
Tal vez no podían nombrarlo todavía. Pero sabían que estaba cerca. Pronto.
Bucky asintió.
—Entremos entonces.
Se puso de pie primero y le tendió la mano. No porque Steve la necesitara, sino porque él necesitaba dársela.
Steve dudó un segundo. Luego la tomó.
La calidez de sus dedos contrastó con la frialdad del metal, y cuando Bucky lo ayudó a levantarse, lo hizo con suavidad, como si temiera que Steve pudiera desmoronarse de nuevo.
Pero Steve ya no se rompería. No ahora.
Respiró hondo, enderezó los hombros y, con Bucky a su lado, cruzó el umbral del edificio.
Juntos.
Atravesaron el umbral y entraron en la recepción. Una fuente de mármol con la icónica "A" de los Avengers dominaba el vestíbulo, brillando bajo la luz artificial. El largo pasillo conducía a la sala de conferencias, sin embargo, el sonido de voces familiares los terminó guiando al primer piso.
Subieron las escaleras hasta una puerta de cristal con la inscripción "Coronel James Rhodes" y, al cruzarla, se encontraron con un pequeño caos que les recordó a la base hace unas horas.
Inmediatamente fueron señalados por una voz familiar.
—¡Rogers! ¡Barnes! —Rhodey ni siquiera levantó la vista de su tableta antes de soltar el reclamo—. ¡Ha pasado una hora y cincuenta minutos! Nos dieron dos horas, ¿qué están haciendo aquí?
Steve levantó las manos en señal de rendición.
—Ya nos vamos —bromeó
Se dio la vuelta y caminó hacía la puerta, provocando la réplica de Rhodey.
—No te hagas el gracioso, Capitán América —su voz sonaba cálida—. Ven acá, tenemos que mostrarte lo que llevamos.
En la larga mesa de reuniones cubierta de hojas sueltas y documentos engrapados, acompañados de pantallas encendidas que proyectaban datos y gráficos, María Hill y la general Okoyo lo esperaban. Detrás de ellas, una televisión en silencio mostraba imágenes de la crisis global.
El olor a café impregnaba el aire. María estiró los brazos, claramente agotada.
—No fue fácil —dijo—, pero tenemos algo sólido.
Frente a ella, Okoye asintió, impecable como siempre.
—Es la pura verdad, sin adornos y sin dejar huecos para la especulación —añadió sin dudar.
María le tendió una tableta a Steve, que tomó con dedos temblorosos.
—Aquí está el discurso —dijo Hill—. Dinos qué parte vas a ignorar para estar listos.
Steve esbozó media sonrisa mientras sin pensarlo, tomaba asiento en la cabecera de la mesa. A su derecha, Okoye le tendió una taza de café, que Steve recibió con gratitud.
Tomó un sorbo mientras comenzaba a leer la declaración.
Al otro lado de la habitación, Bucky se dejaba caer en un sillón junto a la ventana. Con la clara intención de volverse invisible. Pero Rhodey tenía otros planes para él.
—Ni se te ocurra, Sargento —reprimió.
Rhodey le tendía un traje de vestir.
La mirada de auxilio que Bucky le dirigió a Steve fue de absoluto pánico, como si Rhodey le estuviera entregando una bomba en lugar de ropa.
No pudo evitar reír, mientras tomaba su café.
—No quieren que esté en su evento —objetó Bucky—. Piensen en su reputación.
Rhodey acercó el traje aún más.
—Pienso en ella todo el tiempo —replicó Rhodey, con una sonrisa burlona—. Por eso necesitas este traje.
Bucky seguía mirando a Steve con terror, él le guiñó un ojo, asegurando que todo iba a estar bien.
Bucky tomó el traje a regañadientes y se dejó ser escoltado hacía el vestidor, en tanto Steve sentía las miradas de las dos mujeres que esperaban su opinión del trabajo.
Cuando terminó de leer el discurso, una sonrisa genuina se formó en su rostro, iluminando sus cansadas facciones.
—Es perfecto.
Las dos le sonrieron complacidas. Hill se apresuró a servirse otra taza de café. En ese momento, la puerta se abrió de nuevo y Rhodey entró, cargando otro traje, esta vez de un azul cobalto intenso.
No necesitó que se lo dijeran.
—Voy a ajustar un poco la introducción y el cierre —dijo, levantándose del asiento—-. La versión completa estará disponible para el público, ¿verdad?
Okoye asintió.
—Por supuesto, estará accesible desde el inicio de la conferencia.
Steve dejó escapar un suspiro, aliviado.
—Excelente trabajo. Gracias a los tres.
Los tres compartieron una sonrisa. Era una pequeña victoria.
—Ah, pero lo más difícil viene ahora —murmuró Rhodey.
Una pequeña victoria que no sabe a gloria.
—Yo diría que lo más difícil viene después con la rueda de prensa. —respondió Hill, masajeandose las sienes—. Va a ser una noche larga, No vamos a poder dormir.
Steve les miró con una leve sonrisa de comprensión.
—Ya habrá tiempo para dormir. Por ahora, es momento de ganarnos al público de nuevo.
Hill y Rhodey intercambiaron una mirada resignada, como si en ese instante aceptaran su destino.
Okoye se puso de pie, y conforme se acercaba a él, notó que portaba su vestido negro de gala. Al igual que María.
—Capitán, comenzamos en quince minutos —le decía—. Es hora de que se aliste.
Rhodey se acercó a Steve, extendiéndole el traje azul cobalto que tomó sin más, llevándolo al vestidor.
Cuando entró, se encontró a Bucky frente a un espejo de cuerpo completo, mirándose con incomodidad y escepticismo.
No le gustaba usar trajes, recordó Steve.
—Ese color te queda bien —le aseguró, dándole una palmada en la espalda.
Bucky exhaló y se cubrió los ojos con ambas manos, como si intentara procesar la situación.
—Ya regresó, Buck —murmuró antes de entrar al cambiador.
Se despojó del uniforme con facilidad y se puso el traje en apenas unos minutos. Cuando salió, faltaban ocho minutos para el inicio de todo. Se paró junto a Bucky frente al espejo y, con un gesto automático, le acomodó el cuello del traje.
—¿Listo? —preguntó, sin mirarle directamente.
Bucky dejó caer las manos a los costados y soltó una risa seca.
—No, pero supongo que eso nunca nos ha detenido antes.
Steve sonrió.
—No, nunca.
Y con eso, salieron juntos hacia lo inevitable.
El pasillo que conducía a la sala de conferencias era largo, más de lo que parecía cuando entraron.
Steve caminaba al frente, con el traje perfectamente ajustado y la mirada fija en la gran puerta doble al final del corredor. A su derecha, Bucky avanzaba en silencio, su presencia impenetrable lo mantenía firme y andando.
Detrás de ellos, Hill, Rhodey y Okoye mantenían el ritmo, sus corazones latían con anticipación. Sabían que se dirigían a un enfrentamiento equivalente al de una batalla.
El sonido de sus pasos sobre el mármol se perdía contra el mar de voces al otro lado de la puerta. La tensión estaba a flor de piel sobre el pasillo, sin esperar a su entrada antes de ponerlos nerviosos.
Al llegar a la puerta, Hill se adelantó y le dirigió una última mirada a Steve.
—Todos están listos —su tono era firme, pero sus ojos reflejaban pavor.
Steve asintió.
—Nosotros también —le aseguró, calmándola al instante.
Dándole fuerzas para abrir las puertas.
La gran sala de conferencias se reveló ante ellos.
Un mar de luces los cegó al instante. Los flashes de miles de cámaras que los alumbraban como relámpagos en medio de una tormenta, acompañados por el ruido incesante de obturadores que se asemejaban a truenos furiosos, demandantes.
La sala estaba repleta. Filas de periodistas, camarógrafos y corresponsales de distintos medios llenaban cada espacio disponible.
Las pantallas laterales proyectaban imágenes en vivo de la transmisión, mostrando la seriedad en los rostros de los cinco conforme avanzaban hasta el escenario
Los murmullos ante su llegada se convirtieron en un estruendo de preguntas superpuestas, que no lograron ser retenidas por la moderación de los organizadores.
En el fondo, las banderas de varias naciones colgaban en fila. La insignia de los Avengers se erigía al centro del podio, como una señal de esperanza.
Los cinco subieron al escenario, pero mientras los otros cuatro se quedaron en un extremo, Steve avanzó.
Mientras avanzaba al podio, inspiró profundamente, sintiendo la mirada de sus amigos sobre él, así como la mirada de los cientos de personas de la sala.
Frente al podio, giró la cabeza hacia el extremo y miró a Bucky, quien le sonrió antes de asentir, dándole el valor necesario para tomar el último paso.
Se situó frente al micrófono.
El bullicio se apagó poco a poco hasta convertirse en un silencio expectante.
La respiración de Steve se acompasó. Permitiendose recorrer la multitud, las luces, las cámaras, los ojos fijos en él.
Todo el mundo lo estaba mirando.
Era el momento.
—Buenas noches a todos. Gracias por estar aquí.
Se permitió un silencio antes de continuar, dejando que la atención se asentara sobre él.
—Desde que los Vengadores surgimos, también lo hicieron las amenazas. Cada persona extraordinaria que alzó la voz o los puños por otros atrajo a alguien decidido a silenciarlos —tomó una pausa breve— Siempre hemos intentado proteger a quienes no pueden defenderse… pero la verdad es que no siempre ganamos. No lo hicimos entonces. Perdimos.
Respiró hondo para poder seguir.
—El 29 de abril del 2018, la humanidad enfrentó la mayor batalla de su historia. Una que no solo definió el destino de nuestro mundo, sino el de la mitad del universo.
Sus manos se aferraron a la madera del podio.
—El mundo cambió ese día. —Su voz bajó un poco— El costo fue inimaginable. Amigos, familias, comunidades enteras… desaparecieron en un instante. Y durante cinco años, todos aprendimos a vivir con esa ausencia.
El silencio en la sala era sepulcral.
—Los Vengadores no siempre estuvieron presentes como el mundo lo necesitaba durante esos años. Pero si algo nos enseñó ese tiempo… es que, al final, somos humanos. Tan humanos como ustedes.
Una ligera sonrisa curvó sus labios.
—Hace poco me preguntaron: "¿Qué hicieron durante ese tiempo?" Y uno de mis amigos respondió: "Atravesamos todas las fases del duelo, ¿qué más?"
Algunas risas suaves se escaparon entre el público. Un respiro, al fin.
—El duelo nos enseñó mucho. Nos hizo más tercos. Más determinados. Nos empujó a no rendirnos, a seguir buscando respuestas. Por eso estamos aquí esta noche. Para contarles lo que ocurrió. Para explicarles cómo, finalmente… derrotamos a Thanos.
Su tono se volvió más firme, más directo.
—Pero antes de eso, queremos hablarles sobre lo que vivieron. Sobre lo que muchos de ustedes vivieron esa noche.
—Tal vez escucharon una explosión. Tal vez vieron a alguien que se había ido, de vuelta frente a ustedes. Tal vez recibieron una llamada desde un número desconocido… y al contestar, escucharon una voz que pensaron que jamás volverían a oír.
Su mirada recorrió el auditorio, lenta y atenta.
—Tal vez alguien tocó su puerta. Tal vez salieron corriendo al hospital. Tal vez aún están esperando que alguien regrese.
Llevó la mano al pecho, junto a su corazón.
—Y si están esperando, quiero que sepan que no están solos. No vamos a detenernos hasta que todos tengan respuestas. Hasta que nadie más tenga que cargar esta incertidumbre por su cuenta.
El peso de sus palabras quedó suspendido en el aire.
Y cuando la pantalla detrás de él cambió, mostrando una línea de tiempo, Steve enderezó la postura y tomó aire antes de seguir.
—Hace aproximadamente ocho horas, el mundo fue testigo del regreso repentino de millones de personas que habían desaparecido hace cinco años.
La línea de tiempo retrocedió hasta el año 2018.
—En ese año… Thanos, un ser alienígena con un poder descomunal y una visión distorsionada del equilibrio, usó un artefacto llamado las Gemas del Infinito para erradicar a la mitad de toda la vida en el universo.
La pantalla proyectó la imagen de las seis gemas y sus colores brillaron sobre su rostro.
—Las Gemas del Infinito son seis artefactos —dijo—, y cada una controla un aspecto fundamental de la existencia: el tiempo, el espacio, la mente, la realidad, el poder… y el alma. Reunidas, otorgan a quien las posea el control absoluto sobre la realidad.
Steve hizo una pausa. Sabía lo que venía después.
—Tras una batalla desesperada en Wakanda, dimos todo lo que teníamos para detener a Thanos. En un último intento, destruimos la Gema de la Mente… y con ella, a nuestro compañero, Visión.
El recuerdo lo golpeó con más fuerza de la que había anticipado.
—Pero Thanos usó la Gema del Tiempo para revertir nuestros esfuerzos. Tomó la gema de nuevo… y con todas en su poder, cumplió su objetivo. El chasquido ocurrió. Y la mitad del universo desapareció en un solo instante.
El silencio fue absoluto. Él lo dejó estar.
—Después, los que quedamos con vida lo encontramos. Pensamos que si recuperábamos las gemas, podríamos deshacer lo que había hecho.
Sus manos se posaron sobre el podio, como si necesitara anclarse.
—Pero ya era tarde. Thanos había usado su poder para destruirlas… dejando solo cenizas. Y con eso, toda posibilidad de traer de vuelta a los desaparecidos.
Steve bajó la mirada por un segundo, luchando por mantener el control.
—Poco después, Thanos murió. Thor Odinson lo enfrentó. Pero ya no había nada que hacer.
La línea de tiempo avanzó lentamente hasta el año 2023. Solo entonces aflojó el agarre del podio y retomó la compostura.
—Durante esos cinco años… hicimos lo que pudimos para mantener el orden, para no perder la esperanza. Y finalmente, gracias al trabajo de Tony Stark, Bruce Banner, Scott Lang y Hank Pym… encontramos una manera.
La sala esperaba al borde del asiento.
—Encontramos la forma de viajar en el tiempo para recuperar las Gemas.
Un estrépito inundó la sala, los moderadores pedían silencio y Steve levantó las manos al aire para pedir orden.
—El día de hoy, entre las 08:00 y las 11:00 horas, Natasha Romanoff, Clint Barton, Thor Odinson, Tony Stark, Hulk y yo, Steve Rogers viajamos a diferentes momentos de la historia para tomarlas prestadas.
Un murmullo inquieto recorrió la sala, pero él continuó.
—Cada uno de nosotros se enfrentó a pruebas. A pérdidas. A fantasmas. Pero también a elecciones que demostraron, una vez más, que nuestro compromiso con la humanidad seguía intacto.
Su voz se volvió un poco más baja.
—Durante la misión para obtener la Gema del Alma… Clint y Natasha enfrentaron una verdad imposible. La piedra exigía un sacrificio. Un alma… por otra.
Sus manos se entrelazaron con fuerza, en busca de valor.
—Natasha Romanoff dio su vida para que Clint pudiera obtener la gema.
Las voces se elevaron. Pero el corazón de Steve estaba lejos.
La veía sentada en la base de los Vengadores, un sándwich de mantequilla de maní con mermelada entre las manos, mirando por la ventana en silencio. El recuerdo le atravesó el pecho.
Se detuvo.
La imagen de Natasha apareció detrás de él. Su nombre completo, el año de su nacimiento.
Y el año de su muerte.
Los ojos de Steve punzaron al verla sonreír en la foto. En medio del estruendo y de algunos sollozos, sus ojos buscaron un rostro entre la multitud.
Y lo encontró.
Esa sonrisa bastó para hacerlo respirar otra vez.
—Y yo quiero agradecer a Natasha por sostenerme… Por sostenernos cuando sabía que íbamos a caer.
Se giró hacía el retrato y susurró con todo el corazón:
—Te voy a extrañar por el resto de mis días, Nat
El silencio de la sala lo esperaba.
—Entonces… Tras reunir las gemas, construimos un Guantelete lo suficientemente resistente como para soportar su poder. Bruce Banner lo usó para revertir el chasquido.
Una exhalación pesada salió de sus labios.
—Pero al hacerlo, algo más sucedió.
La pantalla mostró una imagen borrosa de una nave descendiendo sobre la base de los Vengadores.
—Thanos, el Thanos del 2014, descubrió nuestro plan. Usando la tecnología de su tiempo, viajó hasta nuestro presente y atacó la base a las 16:00 horas.
Hizo una pausa.
—En ese momento, los Vengadores que habíamos perdido regresaron al campo de batalla. Con el apoyo de Wakanda y la Orden de Hechiceros de todo el mundo comandados por el Hechicero Supremo Wong, enfrentamos al ejército de Thanos en la batalla más difícil de nuestras vidas.
Respiró profundo.
—Ganamos.
La palabra quedó suspendida en el aire.
—Pero a un alto precio.
La imagen de Tony Stark apareció en la pantalla detrás de él.
—Tony Stark, nuestro amigo y compañero, hizo el sacrificio final. Fue él quien usó las Gemas del Infinito para acabar con Thanos y su ejército. Sabía que el poder lo destruiría, pero no dudó.
La sala explotó en caos. Miles de preguntas flotaron en el aire, pero Steve no quiso escucharlas.
Se giró hacia la pantalla. Ahí estaba Tony, sonriendo con su traje de Iron Man, un rasguño en la mejilla, pero con esa misma chispa en los ojos.
—Yo… —su voz titubeó un momento— no puedo más que agradecerle a Tony Stark.
Se humedeció los labios antes de continuar.
—Por ser mi amigo. Por tenerme paciencia. Por darme tantas oportunidades. Por encontrar siempre un lugar en su corazón para perdonarme.
Recordó todas las veces que le habían dicho que Tony Stark no tenía corazón.
—Pero la verdad es que Tony tenía el corazón más grande de todos nosotros.
Se obligó a no bajar la mirada.
—No hay forma de medir el vacío que deja Tony Stark. Su legado es más que su tecnología o su genio: es su determinación de proteger a los demás, sin importar el costo.
Un nudo se formó en su garganta, pero lo apartó con firmeza.
—Aseguro que cada persona que perdimos en la batalla será recordada. Honrada. Extrañada hasta donde nos alcance la vida.
Tomó aire, el pecho aún tenso.
—¿Cómo seguimos adelante cuando todo lo que conocíamos ha cambiado?¿Cómo reconstruimos un mundo que ya no es el mismo?
Su mirada recorrió la sala.
—Son preguntas difíciles. Pero son preguntas que debemos responder juntos.
El silencio se extendió por la sala tras sus palabras, pero Steve permitió que la pausa se alargara para darle peso a sus palabras.
—Restaurar la vida no es lo mismo que restaurar el mundo —continuó, con la voz firme pero cargada de una emoción contenida—. Muchos regresaron a una realidad que ya no los reconoce. Hogares perdidos. Familias rotas. Una sociedad que avanzó cinco años sin ellos.
Algunas cabezas asintieron entre el público, mientras otros miraban con expresiones duras, buscando respuestas que Steve sabía que no podía dar.
—Por eso seguimos aquí. No solo para asegurarnos de que el sacrificio de Tony Stark y Natasha Romanoff no haya sido en vano, sino porque todavía queda trabajo por hacer. Nos comprometemos a ayudar en la reconstrucción, a asistir en la reunificación de familias, a garantizar que cada persona tenga un lugar al que volver.
Steve respiró hondo antes de continuar, su mirada recorriendo la sala.
—No les pido que confíen en nosotros de inmediato. No les pido que olviden el dolor, ni las pérdidas, ni la incertidumbre que estos eventos han traído. Solo les pido que nos permitan enmendar lo que podamos. Que nos permitan luchar por este mundo como siempre lo hemos hecho.
Su mano se relajó sobre el podio, sintiendo el peso de todo lo dicho y de todo lo que aún quedaba por hacer.
—Hoy no marcamos el final de esta crisis. Pero sí… el comienzo de algo nuevo. Un futuro que debemos construir entre todos. Y les prometo que no nos apartaremos del camino hasta que este mundo tenga una oportunidad de sanar.
La sala se quedó en silencio, procesando sus palabras.
Era momento de hablar sobre el futuro.
Detrás de él, la pantalla cambió a un mapa del mundo con diferentes regiones marcadas. Steve tomó aire, enderezó los hombros y continuó:
—Sabemos que esto no se soluciona solo con una rueda de prensa. Por eso, queremos proponer un plan de acción para ayudar a estabilizar el mundo.
Se aclaró la garganta, manteniendo la voz firme.
—El equipo de los Vengadores, junto con la Nación de Wakanda y la Orden de Hechiceros, están listos para coordinarse con los gobiernos y la ONU para brindar apoyo en las áreas más afectadas.
En la pantalla comenzaron a proyectarse imágenes de las misiones de rescate en marcha: los Guardianes evacuando sobrevivientes de una ciudad en ruinas, Wong y los Hechiceros abriendo portales para transportar suministros, soldados wakandianos ayudando a levantar estructuras destruidas, Valkiria montada en su unicornio mientras acarreaban escombros.
—Seguiremos con las misiones de rescate —continuó—. Muchas personas reaparecieron en lugares peligrosos: ciudades inundadas, zonas de guerra, aviones que habían desaparecido en pleno vuelo. Nuestra prioridad es encontrarlas y ponerlas a salvo.
Su mirada se desvió un instante hacia el costado del escenario. Sus amigos estaban allí, mirándolo con apoyo incondicional.
Steve volvió la vista al público y prosiguió:
—Stark Industries está trabajando en la reconstrucción de ciudades y en el restablecimiento de servicios esenciales. Junto con Wakanda, también están analizando los daños al medio ambiente tras la batalla y desarrollando estrategias para revertirlo.
Unos murmullos comenzaron a extenderse por la sala, creciendo con cada palabra. Steve los ignoró y continuó:
—Finalmente, un equipo reducido, liderado por mí, se encargará de atender los conflictos en zonas inestables. Muchas regiones están disputándose territorio y recursos tras la desaparición y el regreso de millones de personas. No podemos ignorarlo. Vamos a ayudar a evacuar y mediar donde la ayuda internacional no ha llegado.
El murmullo aumentó. Algunas personas asentían con aprobación, otras fruncían el ceño. Steve dejó que sus palabras calaran antes de tomar un último respiro.
—No podemos cambiar lo que pasó —dijo con calma, dejando que cada palabra se asentara—, pero sí podemos decidir qué hacer con esta segunda oportunidad.
Por un instante, el recuerdo de Tony llenó su mente. Su sonrisa cansada, su ingenio afilado, la forma en que siempre encontraba la manera de hacer lo correcto a su manera. Natasha también apareció en su memoria: sentada en la base de los Vengadores, mirando hacia el cristal empañado.
Steve tragó saliva y miró a la multitud, con la voz cargada de determinación:
—Sabemos que muchos tienen miedo y que la incertidumbre pesa sobre todos nosotros. Pero si algo hemos aprendido es que la humanidad es más fuerte cuando se une en los momentos más oscuros.
Sin pensarlo, se llevó la mano hacia el pecho.
—Y si algo me enseñaron Tony y Natasha —una sonrisa apareció en todo su rostro—, es que la esperanza no muere. Que hay que pelear por ella, incluso cuando todo parezca perdido.
Un silencio pesado cubrió la sala, roto solo por el sonido lejano de las cámaras que disparaban sin respiro.
Desde un costado, los demás Vengadores avanzaron hasta el centro del escenario, cada uno con un micrófono en la mano.
Bucky llegó primero hasta él y, sin decir una palabra, posó una mano en su espalda.
Rhodey fue el primero en hablar, acercando el micrófono a sus labios:
—Gracias al Capitán Rogers por sus palabras. A continuación, estaremos recibiendo sus preguntas.
La prensa explotó al instante.
En ese momento maldijo su audición perfecta, pudo escuchar claramente toda la clase de preguntas provocadoras, sensacionalistas y hostiles que estaban hechas para enfurecerlos.
Los moderadores trabajaron para obtener el silencio y cuando se logró, la primera pregunta se produjo a manos de una reportera intrépida.
—Hace horas presenciamos una invasión alienígena que terminó por impactar nuestra tierra, ¿Hay preocupaciones sobre reprimendas tras ganar la batalla final contra Thanos?
María Hill tomó un paso hacia delante.
—La Capitana Danvers y su equipo han barrido la Vía Láctea y establecido un perímetro seguro. No hay preocupación en las galaxias más cercanas —dijo con profesionalismo— Y no, los secuaces de Thanos han desaparecido por el mismo poder de las gemas.
La reportera asintió agradecida, y el moderador entregó el micrófono a un hombre de scrubs cuyas manos temblaban.
—En cuanto me enteré de esta conferencia abandoné mi turno para venir acá —decía ajustándose los lentes de marco grueso—. Soy cirujano del General de Nueva York… Y temo decirles que los suministros que nos envió Wakanda no son suficientes para darnos abasto. Ni eso ni el personal médico. Les aseguro Vengadores, que el Gobierno está en las mismas, colapsado. ¿Qué puedo hacer yo, que solo tengo dos manos, para ayudar a todos los que me necesitan?
A través de la multitud, a metros enfrente, el hombre miraba directamente hacía Steve, en una súplica silenciosa a través de sus ojos agotados.
Sin embargo, Okoye dio un paso al frente.
—Entonces enviamos más —respondió con firmeza—. Si el problema es el personal, traeremos médicos de Wakanda.
Hill recibió un mensaje por su auricular y tomó la palabra.
—Stark Industries está preparado para prestar sus arcas de regeneración, liderados por la Dra Helen Cho —tocó su auricular y añadió—, y están siendo cargadas mientras hablamos.
Los ojos del médico continuaban aferrados en él, y una idea llegó a su cabeza. Se inclinó a su lado, sobre la oreja de María y susurró su ocurrencia. Ella tanteó la propuesta entre sus cejas y luego asintió lentamente.
Steve se aferró al micrófono, para hablar por primera vez.
—Me temo que la situación del General de Nueva York no será la única que se presente —aseguró en voz áspera—. Estoy seguro que los suministros no serán suficientes en muchas partes del mundo. Así que habilitaremos una línea telefónica de auxilio atendida por nuestra I.A. FRIDAY para que podamos ayudarles cuanto antes.
El médico entregó el micrófono al organizador, pero entrelazó sus manos junto a una grata sonrisa en agradecimiento hacía Steve y Hill y Okoye.
Era un momento que les daba un respiro para enfrentarse a la hiriente voz del siguiente hombre.
Era un momento que les daba un respiro, apenas unos segundos para enfrentar la siguiente voz, más hiriente aún.
—¿De verdad creen que un equipo de superhéroes puede suplir la labor de la ONU, los gobiernos, y las fuerzas de paz?
El foco de luz capturó a Steve mientras dio un paso certero, sin miedo.
—No —respondió, su voz resonó con firmeza en todo el recinto.
El reportero lo observaba con una expresión aguda, esperando disecarlo. Pero Steve no cedió.
—Nuestro propósito nunca fue reemplazar ni suplir a nadie. —aclaró—. No lo es y nunca lo será. Pero lo que sí puedo asegurarle es esto: cuando el mundo se tambalea, nosotros respondemos.
Estaremos allí para sostenerlo. Para salvarlo, si está en nuestras manos.
El reportero negó incrédulo, pero el organizador ya le quitaba el micrófono, entregándolo a otra persona.
—Mi hija volvió en medio de la autopista. —preguntaba un ciudadano molesto—. Por poco la atropellan. ¿Quién va a responder por los que han muerto al reaparecer en condiciones peligrosas?
Nadie pudo responder de inmediato. Porque no había una respuesta justa, la culpa no era de nadie, pero al mismo tiempo, se sentía como si fuera suya. El problema que no habían podido solucionar desde el 2018 regresaba como el aleteo de una mariposa convertido en un maremoto letal.
El padre con rabia en sus ojos no pedía soluciones: pedía que alguien cargara con la furia que encendía su pecho.
Sintiendo que todos los males del mundo eran su culpa, Steve dio un paso adelante, pero un fuerte agarre lo mantuvo en su sitio.
Bucky dio un paso al frente, el micrófono listo sobre sus labios.
—Podríamos responder por ello, si así lo quiere usted —decía con una voz tranquila—. Si quiere a quién culpar, entonces aquí estamos. Puede elegirme a mí si así lo desea: no estuve en ese momento para frenar los automóviles en la autopista porque estaba enfrentando al titán que quería matarnos a todos de una vez.
El rostro del hombre se deformaba con amargura.
—También puede culpar a cualquiera de los miembros del podio, o… —su mano señaló la salida— puede culpar a cualquiera de los Vengadores que están salvando a los damnificados, a los que están rescatando a la gente en medio del océano, o a los hechiceros o a los wakandianos.
El agarre de Bucky contra el micrófono casi lo rompía.
—Esto ni siquiera fue un error, ni mucho menos una decisión, fueron las personas que quedaron, como usted, intentando la última oportunidad para encontrarse con la gente que amaban. La gente a la que le lloraron durante cinco años.
El timbre de su voz se volvió desgarrador.
—No debería estar en esta sala de conferencias. Debería estar con ella, abrazándola, porque ¿sabe? Hay gente que no va a tener la misma suerte que usted.
La sala quedó en silencio, mientras que el padre salía de la sala, hacia su hija.
Los moderadores voltearon a verse entre sí antes de darle el micrófono a alguien más. Un hombre con acento marcado y un tono de voz cruel.
—Bucky Barnes —pronunció con lentitud—. Terrorista internacional. Asesino entrenado. Soldado del Invierno. ¿En qué momento decidieron que una figura así era apta para liderar tareas de ayuda humanitaria?
Sintió cómo la tensión se transformaba en furia sobre su pecho, apretó el micrófono entre su mano para evitar hacer algo de lo que se iba a arrepentir.
Inesperadamente, Rhodey dio un paso con tranquilidad
—Su nombre es James Buchanan Barnes —dijo con firmeza—. ¿Quiere hablar de quién merece ser un Vengador? Entonces hablemos de historial. Porque no todos los héroes usan capas, pero algunos cargan con un infierno que no eligieron y aun así siguen aquí, ayudando.
Sus ojos permanecían clavados en el hombre, como el marcador rojo de un arma de largo alcance.
—Déjeme recordarle la historia del hombre al que acusa: Un hombre inocente como usted o yo, forzado a convertirse en un arma, torturado hasta el punto de olvidarse quién era y a los que más quería.
Su voz se mantuvo templada, pero era el tipo de temple que contenía fuego detrás.
—Cuando recuperó el control, eligió luchar para salvar al mundo.
Miró a la audiencia entera.
—Y si eso no basta para usted… pregúntese si usted tendría el valor para hacer lo mismo y cuándo le dolería.
El moderador tomó el micrófono del hombre, indicándole que abandonara la sala.
En ese momento, Rhodey regresó un paso hacía atrás, con los demás, encontrando la mirada de Bucky. Asintiendo firmemente en un gesto que decía: Te cubro.
Una nueva pregunta interrumpió la calidez del momento, formulada por una reportera pelirroja.
—Los Vengadores son un grupo estadounidense. Hasta el momento su ayuda ha traspasado todos los territorios del planeta. Así qué —aclaraba— ¿Estados Unidos tiene alguna preocupación sobre el papel de los Vengadores en la geopolítica global? ¿Cómo garantizarán que esta ayuda no se convierta en intervención?
Esta pregunta era para Rhodey y ya tenía la respuesta en su cabeza cuando dio un paso al frente.
—La ayuda que brindamos no responde a intereses geopolíticos —dijo Rhodey, con el tono de quien habla desde la experiencia—. No venimos a intervenir, sino a asistir. Hemos estado en contacto con gobiernos de todo el mundo para coordinar esfuerzos, hombro con hombro.
Hace una pausa, analizando el rostro del periodista.
—Y si algún país decide rechazar nuestra ayuda, lo respetaremos. Pero mientras haya vidas en riesgo, mientras haya un llamado de auxilio… Los Vengadores van a estar ahí. Como siempre lo hemos estado.
Ahora era el turno de una joven periodista de cabello rizado.
—Esta pregunta es para el Capitán América —aclaraba con nerviosismo—. Mi hermano menor tenía cinco años cuando desapareció, y hoy mientras comíamos bajó las escaleras para tomar su cereal de Thor.
Las lágrimas de alegría se formaron sobre sus ojos, enrojeciendo notablemente su rostro.
—Y le explicamos por qué estábamos llorando cuando lo vimos. Y me preguntó si el mundo todavía era un lugar bueno, y yo… bueno. No lo sé. ¿Qué le diría usted?
Era como si Steve pudiera ver al niño a través de los ojos brillosos de la joven temblorosa.
—Yo también me he hecho esa pregunta —confesó con voz suave—. Muchas veces.
Su risa sorda quebró el silencio con una calidez inesperada.
—Pero hoy, por fin me di cuenta. Después de cinco años. Que el mundo siempre fue bueno, y que siempre estuvo ahí para nosotros. Solo que a veces no podemos verlo porque el dolor nos nubla el juicio.
Hizo una pausa.
—Pero cuando empezamos a ver las pequeñas cosas… como un cuenco de cereal de Thor, o los abrazos de los que vuelven, o los recuerdos de los que ya no están… entonces es cuando podemos darle al mundo otra oportunidad.
La joven le agradeció entre lágrimas ganándose una sonrisa cálida por parte de todos en el podio.
Steve flexionó su cuello a los lados, preparándose para la siguiente pregunta. En la audiencia, se encontraba un hombre viejo, con gafas de montura gruesa teñidas de color café. Con un rostro surcado de líneas de expresión que hablan de una vida bien vivida, quien comenzaba a hablar.
—Han sido años duros para todos. No solo para el mundo, sino para los Vengadores. Aunque usted envejece más lento que todos nosotros, se le ve agotado Capitán Rogers —dice con una sonrisa carismática en su rostro—. Los Vengadores no son los Dioses perfectos que nos pintan los medios, solo son humanos que también perdieron a sus familias, a sus amigos, a sus seres queridos, si me lo permite. Son seres imperfectos.
El hombre se quitó las gafas.
—Hace un rato recibí una llamada. Era mi nuera. Me dijo que un mapache la había llevado en un jet de los Vengadores al hospital —pausó un instante, sonriendo—. Y luego lo vi en la televisión. Con mis propios ojos.
La risa simpática del hombre se propagó sobre la audiencia, pero el hombre tomó una pausa antes de seguir.
—Y bueno… Yo solo quería darles las gracias por dejar su dolor de lado, y pausar sus vidas personales para ayudar al mundo —sus ojos se situaron sobre Steve—. Recuerdo cuando mi padre me hablaba cuando era niño sobre el Capitán América y su compinche Bucky Barnes… Y sobre el señor Stark. Y agradezco seguir aquí para verlos con mis propios ojos, brillando de nuevo.
Steve bajó la vista un segundo. Cuando alzó la cabeza, una lágrima le resbalaba por la mejilla, sin prisa. No la ocultó. No intentó borrarla.
Se inclinó hacia el micrófono.
—Gracias.
Y no hizo falta nada más.
- - - - -
Su cabeza se sentía pesada, sin embargo no había ningún pensamiento en ella, era humanamente imposible tras el día que había tenido. Estaba recostado sobre el respaldo de un sillón cuadrado en la sala común del edificio de conferencias de los Vengadores. Sus ojos se encontraban cerrados, pero llegaba a él el leve murmullo del televisor encendido.
Frente a él, sobre una pequeña mesa baja de cristal, había bolsas de papel repletas de comida caliente entregada por Hill antes de regresar con Fury. Pero Steve no la había tocado. Solo había caído rendido en ese punto, sin siquiera quitarse la chaqueta ni aflojado la corbata.
A su lado, Bucky cenaba en silencio, mirando la televisión. El noticiero de las nueve de la noche reproducía fragmentos de la conferencia. La periodista de cabello rizado, el cirujano, Rhodey respondiendo con firmeza. Steve no necesitaba abrir los ojos para saber lo que estaba pasando. Cada palabra, cada gesto, seguía quemando dentro de sí.
Bucky sostenía el control remoto mirando hacía Steve.
—¿Quieres que lo cambie? —preguntó sin mucha esperanza.
Steve no respondió, solo yacía inmóvil como un cadáver en rigor mortis.
—Bueno —se respondía Bucky para sí mismo.
Presionó un botón y el canal cambió.
—Aquí estamos de nuevo —dijo, como si hablara del clima.
Escuchó el clic plástico del remoto.
—Aquí está Okoye —le informaba Bucky.
Otro clic.
—Aquí está Hill.
Un clic más.
—Aquí estás tú.
Steve abrió los ojos con pesadez, girando apenas el rostro hacia la pantalla. Era el cierre de la conferencia.
Dios, que cansado había estado en ese momento.
Su voz había sonado innecesariamente desgarradora, como el comando de un general tras terminar la guerra.
—Regresen a sus hogares, con sus familias. Dense la oportunidad de apreciar las pequeñas cosas: lo que en realidad importa en la vida.
Steve sostuvo su propia mirada durante unos segundos, luego apartó la mirada hacía Bucky que le dedicaba una media sonrisa cargada de agotamiento. En silencio, cambió el canal una vez más.
Pero esta vez no era una repetición o análisis sobre la conferencia. Un recuadro blanco que informaba “En Vivo” se posaba sobre la esquina superior derecha de la pantalla, mientras que el encabezado leía: “Vengadores Continúan Con Las Interminables Labores De Rescate”. Las tomabas mostraban los distintos ángulos de sus amigos y compañeros ayudando. Hope Van Dyne en su forma gigante cargaba un bote lleno de civiles, iluminada por un helicóptero hacia la costa.
En otra toma, Rocket devoraba un contenedor de sopa instantánea antes de salir corriendo para ayudar a subir a una nueva ola de rescatados hacía el jet de los Vengadores.
El caos de la reconstrucción se mezclaba con escenas de reencuentros.
La imagen cambió y entonces la vio.
Wanda.
Estaba arrodillada junto a una familia que lloraba. Ella también lloraba, las lágrimas cayendo suavemente mientras envolvía con ramas escarlatas una viga caída, revelando a una niña atrapada, aún viva. La madre de la niña se lanzó a abrazarla, y Wanda se quedó temblando, sin poder moverse, con la mirada perdida más allá de todos. Las lágrimas no dejaron de caer en lo que la escena cambiaba hacía Sam en el pacífico.
Eso fue suficiente para disipar el cansancio y los restos de dolor fantasma sobre sus hombros.
Steve se incorporó del sillón sin decir una palabra. Solo se levantó con un objetivo muy claro en la mente.
Bucky lo observó, apagando el televisor, y soltó una exhalación silenciosa mientras rodaba los ojos con una resignación cariñosa.
—Claro —murmuró para sí—. Por supuesto.
No se sorprendió cuando Steve regresó minutos después con su traje del Capitán América puesto, pues él ya estaba listo, esperando con su traje de cuero negro, sentado sobre el brazo del sillón.
Steve asintió apenas, con una sombra de agradecimiento en la mirada. Bucky respondió con un gesto igual de leve. No hacía falta más, esa sonrisa fue suficiente para confirmar que podían hablar sin palabras.
- - - -
Encontraron a Rhodey en un rincón junto a la entrada, se había despojado de la chaqueta en la primera oportunidad que pudo y ahora sus puños estaban arremangados. Tenía el móvil pegado a la oreja y su usual cara de fastidio diplomático puesta.
Algún día Steve le pediría su secreto para la paciencia eterna.
—Con todo respeto, señor Presidente, la ayuda médica no funciona de esa forma —decía, en tono tenso—, Se mueve en función del sistema de triage y de las capacidades del personal.
Steve se acercó y sin ninguna explicación le dijo:
—Necesito tu auto.
Rhodey giró apenas los ojos hacia él, aun sosteniendo la llamada, y sin interrumpir su frase, se metió la mano libre al bolsillo. Sacó las llaves de su SUV y se las arrojó en el aire.
Steve las atrapó sin ver.
—No lo choques —añadió Rhodey sin mirarlo, volviendo a su discusión presidencial como si prestar su coche al Capitán América fuera parte de la rutina.
Le guiñó el ojo con su usual carisma.
—Gracias —dijo, con una pequeña sonrisa.
Rhodey alzó la mano en respuesta, cubriendo el micrófono del teléfono.
—Cuídamela, Tony la adaptó justo como yo la quería.
Steve asintió y salió hacia el garaje, en donde Bucky lo esperaba. Subieron al auto y desaparecieron tras una estela que se perdió en la fría y vivida noche.
- - - - -
Era la una de la madrugada cuando llegaron a Greenwich Village. Steve nunca había estado ahí, pero tenía la sensación de que sus pies caminaban atraídos hacia un centro magnético.
Dejó que sus pies lo guiaran hacía el alto edificio antiguo. Subió las escaleras de la entrada, dispuesto a tomar la puerta.
Sin embargo, las pesadas puertas de madera se abrieron frente a ellos.
Tras darle una mirada de sorpresa a Bucky, los dos entraron al edificio.
Nada más cruzar el umbral, lo sintieron. Un cambio imperceptible en el aire. La figura de Strange emergió de la penumbra junto a la escalera de caracol.
—Ustedes son de las últimas personas que esperaría ver aquí en este momento —la magia se sentía a través de su voz grave—. Pero ya sé a qué vienen.
Sin darles tiempo de responder, cruzó los brazos, haciendo una intrínseca danza con sus manos: de sus dedos salieron chispas doradas, y de ellas surgió un aro que se expandió hasta formar un portal.
El portal se movió hacia ellos sin advertencia, atravesándolos.
La fría brisa del aire los congeló al instante. Se encontraban en otro lugar.
Un lugar lleno de ruido, de gritos y murmullos correspondientes a una multitud viva y doliente.
Aquí había mucho dolor, era tangible y pesado. Inmenso.
En medio de la multitud, un brillo escarlata destacaba sobre todos. Una mujer resaltaba, Se desprendía luz desde su pecho, como si su corazón se incendiara con un fulgor escarlata.
Cubierta de polvo de pies a cabeza, con las mejillas surcadas de lágrimas que habían barrido el polvo de su rostro, marcando el sitio donde las lágrimas habían caído.
Sus hilos de magia escarlata atrapaban restos de escombros que se levantaban con una estela de polvo gris.
Al principio pensó que estaba rescatando a posibles heridos de entre los pedazos de los cimientos.
Pero entonces sus manos se elevaron, enderezando las vigas torcidas del hogar.
Sus manos se extendieron como el aleteo grácil de un cisne, y paredes destrozadas que estaban pulverizadas entre los restos se erigieron una vez más.
No estaba rescatando, estaba reconstruyendo los hogares.
El hogar quedó reconstruido en instantes, y cuando ella se dio la vuelta, se encontró con la familia correspondiente a ese edificio que ella acababa de restaurar, intentando agradecer, pero ella ya se estaba elevando hacia el siguiente llamado de auxilio.
Ahí estaba Wanda, que a pesar del corazón roto. A pesar de haber perdido al ser que más amaba, ayudaba al mundo a sanar. Sobre la luz de la luna, su cabello rojo se levantó como una flama ardiente, de poder inmensurable y caótico.
Y cuando los vio, ella no les dijo nada. Solo los miró, con los ojos aún húmedos, y entendió la súplica reflejada en los ojos de Steve y alzó una mano.
Con un simple giro de sus dedos, un nuevo portal se abrió a sus espaldas.
Al otro lado, se oía el sonido de los gritos. De la vida después de la guerra.
El portal no los esperó. Se lanzó hacia ellos como una ola de luz, y en un abrir y cerrar de ojos, los tragó por completo.
- - - -
La noche se tragó sus identidades.
En la oscuridad, dejaron de ser los hombres cuyos nombres encabezarían los titulares de mañana. Dejaron de ser los mitos para convertirse en hombres.
Solo eran dos soldados que querían ayudar a los inocentes. Sus piernas avanzaban invencibles en medio de los escombros, como si tuvieran el poder de partirlos con su mera cadencia.
Sus identidades se mezclaban en la oscuridad, y ya solo quedaba la certeza de que mientras que uno de los soldados levantaba una viga pesada que atrapaba la pierna de un hombre, el otro soldado se arrodillaba para vendarlo y levantarlo.
Un frente unido en medio del caos.
La penumbra absoluta que los envolvía dictaba con sus estruendos ininterrumpidos hacía dónde ir.
Las palabras de agradecimiento de los rescatados no eran necesarias para hacerlos seguir adelante. Solo bastaba la fe en su causa. En la gente.
En un mundo mejor.
La voz del hombre con la estrella en el pecho era un faro en la oscuridad. Una luz entre los rescatistas que esperaban instrucciones, o que se quedaban congelados ante heridas muy profundas que no creían que tenían remedio.
No muy lejos, el hombre del brazo de metal que reflejaba la luna cargaba entre sus brazos a un niño inconsciente, sosteniendo su cabeza entre su mano. Corría sin mirar el camino hacia la luz de la carpa médica.
Solo la noche fue testigo de las grandes proezas que sucedieron bajo su manto. Era un secreto que permanecería intacto entre ellos tres.
Y entonces, llegó la luz con un rayo cálido que se filtró entre los andamios rotos. Acarició el cabello sucio del hombre con la estrella y del soldado. Los dos alzaron el rostro, por primera vez en horas.
Sus ojos se encontraron en medio de los tonos anaranjados que daban paso al nuevo día.
La luz los bautizaba con su clemente calor, pero solo les bastó con estar juntos para ver el amanecer.
Juntos por fin.
Ese día, las noticias de todo el mundo se habían unido para comunicar en su diversa gama de idiomas el mismo sentimiento en un titular:
“Gracias, Vengadores.”