
Prólogo
—¿Fue buena idea, Sandaime-sama? ¿Decirle a Naruto que hay un Uzumaki en el pueblo que quiere conocerlo?
—Tenía que saberlo. Lo cierto es que no se sabe cómo podría reaccionar en un encuentro así, Kakashi. Naruto es un niño y también es el Jinchūriki del Kyūbi. Pero... Necesita a alguien de su lado. Alguien que esté de su lado incodicionalmente...Y por eso tiene que estar preparado para encontrarse con… Con él. El niño ya ignora demasiadas cosas, podemos darle una esperanza. Al menos ahora… al menos ahora está añorando algo.
—¿Cómo se lo tomó?
—Bueno…
Iruka siempre había deseado que Uzumaki Naruto cambiase su actitud en la escuela. No solo era el peor de toda su clase —no solo era el niño zorro—, sino que también destacaba por su pésimo comportamiento y, para colmo, por alardear al respecto. Naruto era un alborotador, la voz más alta en el patio y en el aula, en las galerías, en los entrenamientos. No prestaba atención en las clases teóricas, se dormía durante las lecciones de historia (a menos que se tratasen sobre los Hokages, desde luego) y, durante las prácticas se volvía torpe y arrebatado. Nunca dejaba de buscar que la gente lo mirase. Iruka se encontraba dividido entre la irritación, la exasperación y algo más… benevolente cuando pensaba en ese niño, la mayoría del tiempo. Había algo en él, más allá de la oscura, pesada verdad que reverberaba en la superficie, que siempre atraía la atención de la gente. Si Naruto aprendiese a canalizar toda energía en algo positivo. O, incluso, sus estudios… Podría llegar a ser más de lo que era.
Si aplicase, si se aplicase de verdad, podría demostrar que era más que el niño zorro.
Iruka sacudió la cabeza.
Deseaba, con total franqueza, que Naruto mejorase su actitud en la escuela.
Lo deseaba más de lo que deseaba que Sasuke cambiase su disposición en lo referente a la cooperación con sus compañeros. El joven Uchiha era brillante en todas las artes ninja y, seguramente, una vez que participara activamente en misiones, mejoraría en el trabajo. Tenía un arsenal de habilidades encomiables. Y poseía una increíble capacidad de adaptación. Naruto no tenía ninguna de las dos cosas.
Lo deseaba más de lo que deseaba que Kiba fuese menos febril, menos violento. Kiba cuidaba muy bien de los suyos —Akamaru era el ejemplo perfecto— y sabía que los Inuzuka tendían a mejorar con el tiempo. Naruto, por su parte, no tenía balance alguno. Sí, tenía una buena actitud positiva y unas agallas impresionantes, su Taijutsu era más que decente, pero en el resto de las áreas le faltaba muchísima mejora. Si se esforzara por ser buen alumno, Iruka al menos podría decir… Que él se esforzaba. Que no era… que ya no era…
Iruka miraba a Uzumaki Naruto, arrebatado y febril, irreverente y desinteresado por el mundo… Y, a veces, se preguntaba por qué. ¿Por qué le habían dejado alistarse en la Academia, para empezar? ¿Por qué el Hokage seguía dándole oportunidades en un camino que estaba destinado a fallar?
Lo mejor, para Naruto, era… tratar de ser un buen ciudadano de la Hoja. No un shinobi.
Iruka le lanzó una mirada a Naruto. Seguía exactamente en la misma posición. Con los brazos cruzados sobre la mesa y el rostro escondido en el hueco que dibujaban sus manos. No estaba llorando —Iruka nunca lo había visto llorar—, pero tampoco estaba emitiendo ningún sonido. No había murmullos. No había quejas ni protestas.
—¿Naruto?
Un par de ojos azules buscaron su mirada. No había lágrimas. Desde luego que no.
—¿Qué?
—¿Por qué no dijiste que no habías sido tú?
La peor parte del asunto no era que hubiese regañado a Naruto por una broma que no había hecho —aunque, honestamente, esa parte le sentaba bastante mal a su mente racional. Iruka trataba conscientemente de no hacer diferencias entre sus alumnos—. No, la peor parte era que él no había contemplado la posibilidad de que existiera otro culpable hasta que se lo dijeron. Hasta que sus propios alumnos se lo señalaron. Claro, Naruto era bromista… pero no era el único de la clase que disfrutaba de jugar bromas a los demás. Ni siquiera era el que hacía las bromas más pesadas. Naruto quería llamar la atención y sus travesuras siempre, siempre, se encargaban de señalar que él era el protagonista. Nunca dejó, en su estela, secuelas graves para los otros. Porque eso cambiaba completamente el foco. Nunca buscaba que se desviase la atención de su participación. Sus bromas eran mayormente inocuas.
Esa debió haber sido la primera pista. Nunca había hecho llorar a nadie más antes. No adrede, al menos.
Aún así, «hazte fama y échate a dormir» era un dicho muy popular.
Que sus alumnos le hubiesen señalado la inocencia de Naruto era otro punto interesante en el asunto. El hecho que hubiera sido Uchiha Sasuke el primero, alguien que nunca se había destacado por prestar atención a sus compañeros, era especialmente… peculiar.
Iruka se pellizcó el puente de la nariz. —¿Por qué no dijiste que no habías sido tú, Naruto?
Naruto presionó los labios en un gesto resentido y movió un hombro. Volvió a esconder su cara.
Era, en realidad, increíblemente testarudo.
Había algo muy, muy frustrante al no poder hacer hablar a alguien que no se callaba nunca. Iruka odiaba sentirse derrotado.
Suspiró.
Ya había caído la tarde.
—Puedes ir a casa —dijo, al final. No tenía sentido estirar el momento.
Naruto se tensó en su lugar por un segundo.
Ah.
Tal vez la preocupación que había atisbado en las miradas de Sasuke y Hinata tenía mérito.
Iruka se debatió consigo mismo por un momento.
La inquietud venció a la vacilación.
Se sentó en la silla frente al banco en el que estaba Naruto.
—Sucede algo, ¿verdad? —conjeturó. Naruto había estado inusualmente callado durante todo el día, callado y retraído de una manera poco usual para él. Callado, retraído, tenso —. ¿Por eso no dijiste nada…? ¿No quieres ir a casa hoy?
Iruka lo vio levantar la cabeza bruscamente, con los ojos muy azules, muy abiertos. A Iruka le dejaba sin aliento pensar que ese mismo niño era el kyūbi. Había algo tan… dolorosamente honesto en su mirada, a veces. Tan dolorosamente humano.
Sería un ninja terrible.
¿Por qué seguía intentando serlo…?
—¿Qué es? —preguntó, en voz baja. Todos sus instintos le pedían que se alejara.
Naruto lo estudió fijamente por un momento. Era una mirada extraña en él, insólita en toda su extensión. Avasallante, incluso.
Iruka no podía mirar a otra parte.
Los minutos pasaron lentamente, dolorosamente.
Naruto entornó los ojos. —¿Por qué quiere saber?
La respuesta que debía dar era sencilla.
«Eres mi alumno, me preocupas».
«Es mi deber, como tu profesor».
Ese era el sentimiento que debía expresar, eso era lo que Iruka ansiaba ser. Eso era lo que ser maestro significaba para él.
Pero las palabras no salieron.
Naruto sacudió la cabeza. La decepción era pesada en su pequeña figura, en la línea de sus hombros, en toda su expresión.
Iruka se sintió un fracaso.
—Puedes ir a casa —repitió.
Naruto hizo una mueca y se levantó de su asiento con un movimiento fluido. Titubeó por un momento.
—¿Alguna vez…?
Iruka nunca lo había visto quedarse sin palabras. No sabía qué expresión había aparecido en su cara pero notó que Naruto desviaba la mirada furiosamente, con las mejillas encendidas.
—¿Alguna vez? —incitó.
—Olvídelo.
Los dos se quedaron en silencio por un largo intervalo de tiempo. Iruka sacudió la cabeza.
Esa conversación era un caso perdido.
Sonrió, a su pesar. La derrota era pesada en la esquina de su boca.
—Trata de portarte mejor la próxima clase, ¿sí, Naruto?
El niño sacudió su expresión turbulenta y le dio una sonrisa. Era la misma sonrisa irreverente que siempre dibujaba en su cara tras una travesura. La misma sonrisa que esbozaba cada vez que Iruka lo regañaba delante de sus compañeros. La misma sonrisa que…
Por primera vez, Iruka reconoció lo que significaba. Lo que escondía. Lo que…
Por un breve segundo, por el más pequeño instante, se vio a sí mismo en la sonrisa de Naruto.
—¡Hasta luego, Iruka-sensei!
Iruka esbozó una sonrisa más sincera. —Hasta luego.