La Primera Gota

Arcane: League of Legends (Cartoon 2021)
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La Primera Gota
Summary
"…y entonces la ve:Encima del escenario.Está cantando.Está sudando.Está disfrutando.Y está jodidamente fantástica."Ese el único y verdadero pensamiento de Caitlyn la primera vez que se topa con Vi en este AU de realidad alternativa basado en el capítulo 7 de la segunda temporada de Arcane. ¿Cómo serían las caitvi en ese mundo? ¿Cómo se conocen? ¿Cómo es su relación? Si queréis averiguarlo, estáis invitados a una copa en La Primera Gota.Narración: HashiraZacIlustración: Evanezco03/12/2024
Note
"La Primera Gota" está también disponible en INGLÉS!Para leer la versión en inglés del fanfic, haz click aquí: The First Drop ocopia el siguiente link en tu navegador: https://archiveofourown.org/works/61408480/chapters/156970069
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Gota primera

—Iba a ir a ver… a Vi.

—¿Vi?

—¿Quieres venir?

Y esa conversación es lo primero que escucha la aludida nada más despertarse en el sofá de la vieja sala de reuniones de Vander, abajo, en el sótano de La Primera Gota. Las voces suenan amortiguadas, pero esta siesta la ha pillado con el sueño ligero de más. Se incorpora de golpe y carraspea, recolocándose el chaleco de faena y revolviéndose mínimamente el pelo. Está tan empeñada en disimular su inesperada caída en letargo que se ha olvidado por completo de saludar a Powder y a Ekko. La están mirando, se están riendo, y desde luego, su no tan rápida reacción ha fallado en el intento por convencerles de que se encontraba perfectamente despierta.

—¡¿Qué?!  —alza la voz con cierto tono indignado ante la mirada jocosa de los dos jóvenes—. Sólo estaba descansando la vista.

—Con la baba colgando, ¿no?

La certera pregunta de su hermana pequeña la pilla igual de desprevenida que la entrada de ambos en la sala, así que se limita a pasarse un puño por el borde de la boca para limpiarse la saliva con todo el poco disimulado disimulo que la caracteriza.

—Vale, ya está. Me he dormido. ¿Algo más que echarme en cara antes de decirme qué habéis venido a hacer aquí?

—Vander te está buscando. —Powder se encoge de hombros. Ekko la mira en absoluto silencio; no parece tener intención de participar en la conversación. Quizás está tan cansado como la propia Vi—. Quiere que subas cuanto antes.

—¿Y eso? —espeta la pelirosa, frotándose los párpados con un par de dedos con la intención de aclararse la vista lo antes posible y que no se le note que todavía está mucho más que amodorrada.

—Creo que están a punto de empezar con el meollo.

—¿El meollo?

—El meollo del asunto, Vi; el gran meollo del asunto.

—Genial. Fiesta para los demás, trabajo para nosotros. Me muero de ganas.

.

.

.

Media tarde en Piltover. Hace más frío que de costumbre, aunque tampoco mucho y el vestido en el que acaba de embutirse no les gusta un pelo. Caitlyn se mira en el espejo de cuerpo entero que adorna su cuarto desde que era apenas una infante aspirante a persona y dictamina que parece un florero recargado más que una Kiramman. No le gusta. No le gusta nada, así que tarda menos de cinco segundos en comenzar a quitárselo ella sola; esta vez no piensa esperar a que el servicio le desabotone la zona de la espalda, como antes han hecho a la inversa.

—Ni hablar —comenta para sí misma mientras forcejea con la tela, esa que tan elegante parece pero que encaja tan poco con su estilo sobrio, tras el biombo de madera.

Dos toques de nudillos en su puerta. Y luego tres.

Conoce perfectamente esa señal y ni siquiera se molesta en concederle permiso, sabe que puede entrar cuando quiera siempre y cuando llame antes de hacerlo.

Toc, toc —la voz de Jayce no la sorprende en absoluto—. ¿Te falta mucho? Tu madre no para de quejarse en el hall.

Me falta todo lo que tenga que faltarme para salir de aquí sin parecer una bombonera.

Jayce no sabe que responder ante la respuesta eminentemente ácida e irascible que acaba de escuchar desde detrás del accesorio maderero. Sendos ropajes caen aquí y allá, piezas de tela que el joven no sabe muy bien cómo identificar pero que tiene clarísimo que no son precisamente del discreto gusto de Caitlyn.

—¿Tienes alternativa? —le pregunta, cerrando la puerta tras su espalda, pero permaneciendo lo suficientemente lejos como para no invadir la intimidad de aquella muchacha a la considera una hermana pequeña.

—Por supuesto que la tengo.

Más ropa volando, colgando y descolgándose de los bordes del biombo acertadamente colocado frente al armario. Jayce tiene la impresión de estar hablando con los muebles, pero está claro que no es así.

—Déjate al menos el tocado —aporta con clara intención de molestarla. Tiene que morderse el labio para no reírse—. Te he visto antes con él puesto y estabas mona.

—Calla y métete el tocado por donde te quepa.

.

.

.

A Vi sólo le hacen falta cuatro segundos para dejarse llevar por el buen ambiente de la taberna, esta noche convertida en una improvisada sala de conciertos con barra libre para los participantes en la Competición de Jóvenes Innovadores. Siempre le pasa lo mismo: primero se queja, pero con un par de miraditas cómplices de Vander y ver a la gente disfrutar, ya no hay más que hablar: está dentro.

Se ha cambiado de chaleco, arremangado —más todavía— la camiseta —ya de por sí corta— y recogido un par de mechones de pelo en forma de trenza hacia atrás, sobre el rapado. ¿El flequillo largo? Tendría que recortárselo más pronto que tarde, pero ese problema lo solucionará la Vi de mañana, o eso se dice a sí misma mientras se lo retira de la cara con un leve movimiento de cabeza mientras no deja de servir ponche tras la barra junto a su padre.

Su padre, sí. Porque Vander es, al fin y al cabo, su padre y el de Powder. Todo lo que pueda hacer por él no le parece lo suficiente para devolverle lo que ese hombre les ha dado, lo mucho que las ha ayudado y la gran cantidad de oportunidades que les ha brindado desde que Zaun tuvo vía libre para desarrollarse bajo la (todavía) estricta pero (parcialmente) justa supervisión de Piltover: ahora forman una misma región divida en dos territorios y, desde luego, Vander y Silco son las principales figuras de referencia como portavoces del pueblo zaunita.

—¿Ya no refunfuñas?

El tono de voz del compañero de barra que tanto adora la saca de su cavilación y Vi tiene que obligarse a parpadear para no derramar ponche de más sobre la fila de vasos que está llenando generosamente hasta los topes y más allá.

—Bebida gratis. Desaparecerán en menos de tres minutos —le responde ella, sin saber muy bien qué decir.

—¿Tres minutos? Estás subestimando a nuestra clientela.

Vander se echa a reír. Se echa a reír con esa risa tan suya, tan de Vander, tan de su padre desde que tuvo que serlo y Vi solo puede pensar que desearía poder encapsular el recuerdo de sus ojos y la calidez de su sonrisa para el resto de sus días, incluso cuando le propina un golpe bromista con el trapo de limpiar la barra en mitad de la cara.

El chirrido previo al inicio del concierto silencia de golpe y porrazo las risas de los dos y las falsas acusaciones tintadas de broma familiarmente pasajera entre ambos. Vi aprieta los dientes con disgusto y Vander se frota una oreja con disimulo para dejar de escuchar ese sonido infernal que hace trizas la cabeza por un momento; casi parece un perro poco adiestrado sacudiendo la cabeza.

—¡Woops! ¡Lo siento! —se escucha desde la lejana reverberación de un micrófono desgastado cuya portadora se dedica a corretear de un punto a otro del escenario.

Y, ya de paso, les regala un par de chirridos más por el poco cuidado que tiene con el movimiento. El punzante estruendo regresa con más fuerza, aún más profundo, con un pitido ensordecedor cuando Powder tropieza con otro de los cables que está intentando conectar al equipo de sonido.

Vander resopla de golpe y sacude la cabeza una vez más. Sus amplias manos apoyadas sobre la barra para evitar rascarse de más los brazos, llevárselas a la cara y arañarse. Sabe que le pasa más a menudo de lo que le gustaría y odia que le ocurra delante de sus niñas.

Vi lo contempla disgustada y después mira a su hermana. Se ha quedado parada y lo único que logra articular es:

—¡Joder, Powder! —exclama en un arrebato de impotencia, agitando el brazo para que ella la vea desde lejos.

Pero entonces es la misma mano fornida que hacía un par de segundos se sujetaba al borde de la barra —no sin cierto tembleque— la que se apoya sobre su hombro y Vi se topa con la mirada ahora algo más apagada de Vander cuando se ven cara a cara de nuevo.

—¿Estás bien? —Lo sujeta por el brazo. Sabe que, si esta vez vuelve a desmayarse a peso muerto, no podrá sujetarlo ella sola. Y el local está demasiado lleno de gente para poder moverlo sin mayor dificultad.

—No te preocupes. Ya está. No es nada —Vander pronuncia cada frase con pausas entrecortadas, tomando aire al tiempo en que trata de erguirse de nuevo en su altura con la ayuda de su hija mayor—. Se me pasará. Ya sabes, como siempre.

Vi no responde, simplemente asiente y le acaricia la espalda en un gesto reflejo antes de que él se separe para volver a ocuparse de la barra. Está haciendo lo posible por ignorar el detalle.

Le pasa desde la guerra. Es una secuela del pasado que ha dejado huella en él. Algo imborrable, una remembranza física marcada en el alma de la que seguramente no sea capaz de liberarse jamás. Vi le permite alejarse, retomar su tarea para que se calme. Es lo mejor y es lo que Vander siempre les pide cuando tiene uno de sus ataques de dolor ante los ruidos estridentes. Al menos, esta vez, no se está arañando por inercia la piel del antebrazo: suele ensañarse tanto con esa parte de su cuerpo que el tatuaje del lobo cada vez se torna más difuso.

Ninguno de los dos tiene más tiempo para hablarlo, la clientela empieza a llenar el lugar más de lo debido. Se ve que la gran turba, esa que esperaba a las puertas de La Primera Gota a que oscureciese para asistir al concierto, han finalizado su tarde de entretenimiento en los alrededores de la Feria del Progreso instalada a lo largo y ancho del puente. Medio Zaun y medio Piltover buscan ahora un sitio donde acudir para conmemorar el gran día de la unión entre ambas naciones y, como siempre, la taberna de Vander ofrece una de las mejores alternativas patrocinadas por la comitiva de relaciones interterritoriales gracias a las últimas negociaciones de Silco como mediador y Benzo como miembro honorífico de los intercambios comerciales. Vander sigue sin querer involucrarse demasiado después del conflicto militar: La Primera Gota siempre ha sido su refugio, antes y después de las bombas; no quiso cambiar su vida cuando se lo ofrecieron y ahora tampoco lo hará, de esto está completamente seguro.

Las bebidas vienen y van, el local se abarrota, la música empieza a sonar ya libre de horrores auditivos, y la gente comienza a agruparse en torno a prototipos en la parte lateral del lugar, una zona especialmente despejada días antes para albergar la exposición de los inventos que se disputarán el premio gordo a la mañana siguiente en la Competición de Jóvenes Innovadores frente a millares de inversores de Piltover dispuestos a poner su fortuna al servicio del proyecto que más llame su atención.

Vi observa de reojo cómo el modelo técnico de Claggor y Mylo se está llevando más atención de la que ellos imaginaban. Varios señores adinerados y sus familiares —¿o socios más allegados? — se agolpan alrededor de ambos para hacerles pregunta sobre el funcionamiento del objeto y su aplicación en la autonomía socioeconómica y local de Zaun. Es una idea genial, algo realmente bueno para ayudar con la limpieza de Las Grietas; tienen muchas posibilidades de ganar. Vi está convencida de ello y su hilo de pensamiento solo logra verse interrumpido por unos acordes ensordecedores y un grito tan reconocible como su propia voz amplificado tras el micrófono una vez más:

—¡Nos acompañan esta noche Gert y las Chem Sisters, señoras y señores! —exclama Powder dando saltos de un lado a otro del escenario como si fuese una entusiasta peonza humana— ¡¿Alguien quiere subir?!

La gente que no está tan pendiente de la exposición porque, o bien ya la ha visto o bien ha venido especialmente para el concierto solo vitorea, pero nadie se atreve a levantar el brazo para subir.

—¿Nadie? ¡Venga ya! ¡No me lo creo! —les grita desde el escenario la peliazul, carraspeando la voz y forzando el agudo más alto de su garganta para que se le escuche por encima de la nueva melodía que el grupo está empezando a tocar— ¡No me dejáis otra opción!

Un foco blanco, de los que te ciegan sin que tengas tiempo para reaccionar, pega de lleno en el rostro de Vi desde la distante actuación musical. Alguien a quien la aludida le parece distinguir como un yordle ha sido el encargado de contribuir a la traicionera idea que se le viene encima:

—¡Sube, hermanita! ¡Dales caña con tu canción!

Vi mira a Vander de soslayo y él, ahora mayormente recompuesto y habiendo restaurado casi al completo su sonrisa habitual, le dedica un suspiro improvisado justo antes de volver a hablar:

—Anda, ve. Enséñales lo que tienes.

.

.

.

El proyecto de tatuajes biomecánicos para reparación de cicatrices sobre el que se ha estado informando durante una hora de reloj le parece de lo más llamativo, pero tiene que reconocer que la alternativa a las máscaras de filtrado tradicionales para los túneles de los bajos fondos en las que sus padres parecen tan volcados también es una buena alternativa. Una inversión segura. Caitlyn sabe reconocer a ciencia cierta cuándo la mirada de su madre transmite genuino interés y este es el caso; además, el tema le toca de cerca: al fin y al cabo, guarda cierta vinculación con el sistema de purificación y ventilación que Cassandra ideó en su juventud para Zaun. Invertir en un proyecto combinado donde poder utilizar ese nuevo equipo para modificar las infraestructuras y extender la zona libre de toxicidad más allá de las arterias de la ciudad subterránea sería algo espléndido.

Caitlyn inspira hondo mientras escucha la retahíla de conversación, mitad presentación, mitad preguntas entre sus padres, el resto de potenciales inversores interesados y las mentes del prodigio que han hecho posible el prototipo, pero lo cierto es que lleva toda la tarde embutida en un atuendo que aunque no es tan terrible como el que en un principio le habían preparado, sigue sin resultarle verdaderamente cómodo; ha de reconocer que los botines cortos estilizan la recta y larga falda —mucho mejor que el vestido pomposo que se ha probado esta mañana— y realza la luminosidad de la blusa con jaretas que le ciñe el talle y el cuello. Un estilo muy de su madre, ¿por qué no decirlo? Eso sin mencionar el maldito tocado con el que, finalmente, ha tenido que ceder para completar el atuendo. ¿Y dónde está Jayce? No puede haber ido muy lejos con lo de su pierna.

Resopla, cambiando el peso de un pie a otro cuando la conversación empieza a virar desde las aplicaciones reales del instrumento para la vida de la gente a los términos económicos y los costes de producción en el hipotético caso de que el proyecto salga elegido mañana en la Competición de Jóvenes Innovadores propiamente dicha: lo de esta noche es solo una forma de abrir boca a los inversores, y los Kiramman —desde luego— ya tienen los ojos puestos en varios proyectos interesantes.

Desde la zona de exposición: una especie de semi-sala especialmente reservada para ello este año, Caitlyn percibe como la música del concierto que está teniendo lugar al lado, cambia de manera brusca, escucha los gritos de la gente, las exclamaciones de júbilo y alguien de voz tan estridente como una bocina balbuceando a través de un micrófono. ¿Han anunciado un cambio en los intérpretes? No está segura, pero desde luego, daría lo que fuera por descansar un rato de la postura tan rígida que lleva manteniendo tanto tiempo y tomar alguna bebida sin pensar demasiado mientras disfruta de la actuación. Caminar durante toda la tarde, entre conversación y conversación excesivamente formal, guardando las apariencias y aguantando los tacones en cada parada en seco no es que fuese precisamente lo que más le entusiasmaba de las actividades obligatorias que debía mantener como miembro de la “alta sociedad” —etiqueta que, por cierto, siempre ha detestado— a la que pertenece por derecho de nacimiento.

Cuando los nuevos acordes de la guitarra eléctrica se cuelan en sus oídos sin autorización expresa, su mente se convierte en un auténtico ir y venir entre las palabras de su madre negociando y las rítmicas notas de una melodía que la cala hasta los huesos con fiereza, que le atraviesa el estómago y consigue que comience a mover con disimulo uno de sus pies en cada estribillo. La voz es bonita, ruda pero a la vez clara y desgarradora; y la canción no se queda atrás.

Ante el alboroto que llega desde la zona del concierto, varios grupos de personas presentes en la exposición abandonan momentáneamente el interés en los proyectos para ir averiguar el porqué de tanto éxito auditivo al otro lado de la amplia y tupida cortina carmesí que sirve como separación entre la zona de la fiesta y la de innovación; por supuesto, Caitlyn no iba a ser menos.

Se escabulle casi sin pensarlo, como una reacción espontánea y en cadena motivada por el ritmo de la canción y el buen ambiente del lugar. Se aleja de sus padres con una curiosidad hambrienta ardiéndole en el pecho tan propia de ella en todas las facetas de su vida. Cuando aparta la cortina con una mano, la algarabía de focos, luces de colores y gente bailando frente al escenario la abofetea de lleno junto con un inevitable olor a sudor, bebidas dulces, alcohol y cierto toque de aromatizante automático que algún empleado debe estar repartiendo para que el entusiasmo creciente no termine convirtiendo el aura de disfrute del lugar en el de un antro la noche antes de una competición tan importante. Al menos, hay relativo orden: es sólo gente disfrutando; ¿qué se puede esperar?

Parpadea varias veces ante las luces blancas que van y vienen frente a sus ojos, son tan cegadoras que prácticamente se ve obligada a avanzar entre la gente con la cabeza relativamente baja y fijando la vista a ratos, mientras el aforo se lo permite y su mano acierta a proporcionarse cierta sombra cubierta a modo de visera. Finalmente, encuentra un hueco junto a un muchacho de pelo blanco que contempla embelesado el escenario.

—Perdona, ¿quién está tocando?

Él la mira, completamente aletargado, como si acabase de despertar de un sueño lúcido y luego vuelve a señalar con el mentón el escenario, cual fantasma.

Al no obtener respuesta alguna, Caitlyn alza la vista, con el ojo izquierdo a medio cerrar por culpa de las malditas luces —tan potentes, ardientes y certeras como una cuchilla noxiana— y entonces la ve:

Encima del escenario.

Está cantando.

Está sudando.

Está disfrutando.

Y está jodidamente fantástica.

.

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A Vi le arden los pulmones cuando los acordes finales se enredan en los dedos de la guitarrista y Gert le lanza una seña disimulada desde la máquina de mezclas en la que reproduce la base de sonido. Varios globos de colores con confeti revientan sobre sus cabezas como si de una explosión se tratase justo cuando Powder aparece de nuevo, estelarmente, por un rincón del escenario con el micrófono “de los chirridos”.

—¡Eso ha sido todo, amigos; dejémosla descansar antes de la barra libre! —exclama como cierre de la canción—. ¡Seguimos con la fiesta!

Y Vi aprovecha entonces para dedicarle una esquiva mueca de socarrona reprimenda a su hermana que termina en una sonrisa tan genuina como la que Powder le devuelve. Hacía años que no cantaba, no en público y menos con las Chem Sisters, pero esa canción era suya; la compuso el año anterior para el grupo y nunca llegó a practicarla con ellas, solamente se la cedió y se centró en el bar; alguien tenía que ayudar a Vander.

Vi se rasca la cicatriz del hextech que le adorna medio cuello mientras avanza entre la gente, hay quien le hace un pasillo en la medida de lo posible, la felicita por la actuación o incluso se toma la libertad de regalarle una palmadita en la espalda gratuita como gesto de admiración. Ella esquiva sus miradas, con la cabeza gacha y una suave risilla a medio camino entre la vergüenza y el entusiasmo se le escapa de la garganta cuando alcanza la barra del bar. No se lo piensa dos veces: se apoya con ambas manos sobre la misma y salta tras la estructura de madera, lista para tomar el relevo de Vander, que parece haber abandonado un momento el lugar para reponer uno de los barriles.

Decide desabrocharse el chaleco de cuero negro y rojo oscuro para evitar sudar más. Aún le falta mucha noche por delante, no tiene tiempo para darse una ducha ahora mismo y nota la camiseta empapada por debajo del pecho y la espalda. No le quedan más opciones; tiene que echar un cable antes de que empiece la barra libre.

Hay vasos recién fregados en el secadero y no puede faltar ni uno solo antes de que la gente empiece a pedir bebidas como locos conforme el concierto se alargue, así que manos a la obra: busca con la mirada un trapo limpio y lo encuentra relativamente cerca gracias al orden que Vander se afana por mantener tras la barra incluso en los momentos más desbordantes. Sin más dilación, comienza su tarea de secado con la vista fija en el cristal, comprobando que no quede ni una sola huella ni marca sobre la superficie mientras todavía está intentando recuperar la respiración tras la experiencia. Hacía demasiado tiempo que no experimentaba un subidón como el recién vivido.

Sus oídos captan la aproximación de nueva clientela por inercia, detectando a la mujer prácticamente de reojo, está realmente acostumbrada y se le da bien reaccionar a tiempo; al contrario que Powder, —y dicho reconocido por Vander— ella es un “animal de barra” y no le hace falta siquiera levantar la vista del trapo justo antes de soltarle a la piltie de delante su frase estrella:

—¿Qué te pongo, belleza?

 

Vi cinematic bar

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