English Love Affair

All For The Game - Nora Sakavic
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English Love Affair
Summary
Andrew Minyard, baterista de la famosa banda “The Monsters” se queda varado en su escala en Inglaterra. Él, el hombre que estaba preparado para cualquier cosa se encuentra atrapado bajo la guardia por la presencia de Neil Hatford.O, donde después de la muerte de su madre, Nathaniel se pone en contacto con su tío. Incluso siete años después, no espera tener un amor de verano que puede durar o no más de un verano.
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02

Junio 2012.

 

El humo y la nicotina llenan sus pulmones. Sus músculos finalmente y luego de  horas se relajan.

Andrew sabe que el olor lo persigue como una especie de rastro; que el asqueroso olor del cigarrillo quemándose lo impregna. Su cabello, boca y manos. Es una marca que lo hace reconocible y que sabe todos los monstruos odian. “Pude haber elegido peores adicciones” solía pensar mientras veía a su hermano drogado hasta alcanzar las nubes; a veces el comentario se repetía cuando Kevin lo regañaba por su salud. Kevin fruncía el ceño con palpable desaprobación, como si todas las botellas de vodka que había vaciado sólo fueran un detalle menor. Andrew prefería la nicotina, el cigarrillo que durante unos segundos lo dejaba sin oxígeno y lo llenaba de una forma en las que pocas cosas podían, antes que cualquier otro tipo de droga o alcohol. Pero bueno, cada quien se mataba a su propia forma.

“Perdona. ¿Podría pedirte uno?”.

Andrew ni siquiera se digna a darse vuelta completamente, sólo mueve los ojos para encontrarse con el mismo rostro que había estado observando durante la última hora. Sería imposible no reconocer la voz de la persona que había estado sobre ese intento escenario, la voz que había cantado y pronunciado palabras con una devoción que Andrew había bebido como un hombre en el desierto toma su última gota de agua.

Quiere negar esta acción, pero Andrew odia mentirse. Mentir sería reconocer y darle más valor a una acción que no significaba nada; lo que hizo fue con el fin de saciar su propia curiosidad. Porqué Andrew sabe que hay gente con talento en todas partes, en todo el mundo hay hombres y mujeres que cantan con el alma, que existía gente que se va con los bolsillos con 5 dólares pero con el corazón lleno por hacer lo que aman; aún así el hombre frente a él le sorprende.

Si Kevin estuviera acá diría que este hombre canta como si lo tuviera todo que perder, pero Andrew no es (y gracias a Dios) Kevin Day, así que diría lo que vio; un hombre demasiado pequeño que parece emitir un aura que se ve destinada a embelesar a todos a su alrededor. Un hombre que con su voz crea música que parece salir directo de sus pulmones, como si necesitarán con desesperación un escape. Sonidos producidos por seis personas montados en un pequeño escenario; que no gritan pero se hacen escuchar por todo el lugar. Era como si su música demandara, como si saliera con fuerza de un pecho en donde estaba encerrada; el lugar y su gente eran demasiado pequeños y su música exigía ser escuchada en cada rincón.

“¿Tus compañeros de banda no comparten?” no puede evitar preguntar.

El cantante toma un cigarrillo de la caja abierta que Andrew, por cualquier razón que sea, le ofrece  “No son mis compañeros” responde con naturalidad.

El silencio se instala entre ambos; Andrew sólo se permite una única y rápida vista hacia su inesperado acompañante. La luz de la luna lo ilumina. Ojos azules y cabello rojo fuego. Es un demonio.

Andrew quiere preguntar, pero se queda en silencio sacando su segundo cigarrillo. Lo que quiere y lo que hace han sido siempre cosas muy distintas.

“Que desperdicio” habla una vez observa como el cigarrillo cae al suelo sin que el cantante le dé una calada.

“Me gusta el olor” se limita a responder.

“¿Es por eso que pediste uno?”.

“Creo que era mejor pedir uno antes que preguntar si podía venir y quedarme oliendo el humo de tu cigarro” hay un leve tono burlón en su voz. Andrew rueda los ojos.

“De nada, imbécil” Odia la forma en las que las palabras salen sin veneno alguno.

“Gracias entonces, extraño”.

 


 

Andrew se despierta la mañana siguiente y lo primero que hace es revisar las noticias y opciones de vuelo: sin cambio alguno. Actualiza a Nicky de la situación, con quién afortunadamente tiene tan sólo una hora de diferencia horaria. Su primo maldice y pregunta cómo está.

Cuando Andrew baja a desayunar se siente levemente perdido, como si el eje de la tierra y todo sobre ella se hubiera movido cinco centímetros en la dirección equivocada. Atrás quedaron las mesas abarrotadas y luz artificial; ahora sólo había una cantidad notable de turistas y familias sentadas en mesas, desayunando demasiado felices a esta hora. Mientras se sienta en la barra piensa que hará este día. No conoce el lugar ni a su gente.

El bartender se acerca con una sonrisa fácil y practicada “¿Qué desayunara?” Pregunta y cuando sus ojos se encuentran, el hombre se congela.

Andrew suspira internamente “Waffles”.

“¿Podría hacerte una pregunta?” Dice, aunque ya está haciendo una. Andrew asiente levemente; no quería recibir otro regaño de Dan sobre el comportamiento con los fans.

Afortunadamente, los fans de The Monsters, más específicamente los mismos fans de Andrew son casi siempre perras malas que si saben respetar límites.

“¿Eres Andrew Minyard?”.

“¿Por qué Andrew y no Aaron?”.

“Era 50/50. Y Aaron no viste tanto negro”.

Andrew asintió con fingida comprensión y dijo “Waffles”.

Se subió la capucha azul que estaba usando mientras que pensaba en qué hacer. Se estaba viendo muy tentado a sólo subir a algún bus y buscar algunos lugares medio decentes para pasar el día. Hace años ya que Andrew se había acostumbrado a la constante sensación de aburrimiento; las cosas eran aburridas y Andrew cree que la persona más interesante que ha conocido es Renee (y el chico de ayer).

De un momento a otro puede escuchar la molesta voz de su primo cantando por unos parlantes. El bartender ya está allí con miel de maple a un lado del desayuno. Deja la bandeja y cuando no se va inmediatamente Andrew le mira.

“Habría alguna posibilidad de que pudiéramos tomarnos una foto?” Y esa es justo la parte que más odia de la fama.

“Mientras no me toques y la subas una vez me vaya del hotel”.

El hombre parece en parte sorprendido y complacido “Un gusto, soy Roland”.

 


 

Decide qué Londres es tan interesante como cualquier otra ciudad, lo cual no es mucho para nada; hay muchas librerías y muchos museos y Andrew supone que la pasaría bien si le gustaran alguna de las dos cosas. Nunca le gustaron ni le gustaran las librerías y no necesitas un museo cuando compartes una banda con Kevin “en otra vida fui un profesor de historia” Day. Valga la redundancia, admite que se vio muy tentado a reservar una visita guiada a The Globe Theatre; pensará más en ello de camino al hotel.

Andrew supone que debería temer caminar sólo de noche en un país que no conoce, pero no es así. El peso de los cuchillos bien métodos en las fundas de sus antebrazos le dan la mayor tranquilidad que ha tenido alguna vez en su vida; le hacen recordar que tiene el poder de protegerse y proteger, que ya no es ese niño de siete años llorando en una cama ensangrentada.

Puede escuchar el Eden’s Twilight antes de verlo. Como siempre, Andrew tenía razón. El sentimiento de ayer en la noche no fue producto del estrés o el cansancio. El dulce sonido de un saxofón y la intensa batería colocada a un ritmo perfecto que hace que tu corazón se acelere; es interesante el efecto que podían tener tan pocas personas con unos pocos objetos carentes de vida en sus manos. La música se escucha desde la calle y antes de abrir las puertas. El tipo de arte que no puede contenerse en cuatro paredes, que exige por más; más gente, más espacio.

 

“You know I tried my best to turn your black eyes hazel

And kiss away your cruelty

I gladly got undressed, put all my cards on the table

And by cards, I mean me”

 

Andrew debería subir corriendo y pedir servicio a la habitación; pero sabe que no lo hará una vez que, instantáneamente y al momento de entrar sus ojos se encuentran con unos zafiros tan afilados que parece que con solo respirar a su lado te cortarás. El no sabe el nombre del rostro, pero hace saltar todas las alarmas en su cabeza, hay algo peligroso e interesante debajo de toda esa fachada. La misma picazón que sintió en la nuca cuando conoció a Renee y vio más allá de ella, divisó los rastros de sangre y de un pasado turbulento llevado a cuestas. La sensación era la misma amplificada al mil.

El chico lo ve y le regala la más mínima sonrisa. Algo pequeño y cómplice; como si ambos supieran algo que otros en el lugar no. Andrew se ajusta la capucha y le pide un whisky a Roland. Se siente como entregarse a manos del diablo.

En hombre tiene un efecto. Como canta, como se mueve y gesticula. Sus ojos brillan y Andrew se encuentra queriendo saber qué piensa; o tal vez lo que no piensa.

“Tiende a tener ese efecto en la gente” Roland interrumpe su hilo de pensamientos con palabras innecesarias y un hermoso vaso de whisky. “Es una pena que el pajarito no actúe seguido. Viniste en una buena fecha, va a estar cantando la semana entera”.

“¿Pajarito?”.

“Gente cansada que lo escucha como si una sola de sus acciones fuera a avisar de una fuga de carbono. Pajarito, canario, incluso he escuchado a un mesero decirle colibrí por lo inquieto que es. Acá la mayoría tiene apodos, yo soy la Rata R” se encogió de hombros con un gesto casual.

No quiere hablar más, así que se concentra en beber de su trago. “Tiende a tener ese efecto en la gente” había afirmado el bartender, como si fuera normal y cotidiano que un músico que toca en estadios repletos se viera medio embelesado por un artista que cantaba en bares. El hombre habla como si fuera plenamente consciente del efecto que tiene dicho pajarito en la gente, como si fuera normal que todo tipo de gente pase su mirada sobre el pelirrojo y no pueda apartar la mirada.

Era como el fuego; Andrew sabía de primera mano que el fuego no sirve para nada más que para quemar. Sin importar lo mucho que se embellezca,  que se diga que el fuego purifica y limpia, el fuego sólo quema. Es descontrolado y desordenado. En su espalda Andrew Minyard tiene tatuado a Icaro; para recordarse no importa lo cálido y hermoso que sea, todo va a terminar en cenizas y llamas (él ignora cómo Prometo decidió regalarles el fuego a los humanos, por su bien incluso si lo sometió a un castigo eterno).

“Quieres ir a fumar?” dice el pajarito.

Andrew levanta la vista y se encuentra cara a cara con el sol.

 


 

Finales de Septiembre, 2012.

 

Andrew Minyard no puede encontrar paz incluso con los ojos cerrados.

El hombre siempre ha sabido que su mente está demasiado trastocada como para llegar a tener paz o incluso una mísera sensación de plena seguridad; siempre había algo acechando su mente para mantenerlo alerta. Era lo que le hacía despertarse al menor ruido y evaluar todas las salidas en una habitación.

Esto era diferente. Andrew cree que le han embrujado en el mejor de los casos, en el peor estaba obsesionado.

Dado que cierra los ojos y lo primero que ve es cabello rojo ondulado con una sonrisa perezosa y privada. Cierra los ojos y su mente repite los recuerdos de un primer beso bajo una fresca llovizna, la sensación de piel rugosa bajo sus dedos y canciones inventadas tarareadas por lo bajo en una noche oscura. Su pecho late con tal fuerza que cree que se saldrá; era como si sintiera tanto, como si todas esas emociones estuvieran concentradas en ese estúpido órgano demasiado grande para el enano hueco que hay en el pecho de Andrew. Como si se encontrara colgando, expuesto a la vista de todos, y que con cada recuerdo negado amenazara con dejarlo para formar un cuerpo propio. Uno sin cortes en los antebrazos, y con recuerdos aceptados.

Andrew mira su libreta. Escribir, piensa, aliviaría sus problemas. Pero no quiere abrir y encontrarse con esas páginas amarillentas y desgastadas que guardan hoja suelta regalada, arrugada y con más de dos décadas de antigüedad; palabras de una mujer ya muerta hace mucho la decoran.

Andrew era un conocedor de métodos variados de alivio, cada uno en alguna escala distinta de la autodestrucción. Los cortes fueron el comienzo pero la música fue el final. Encerrado dentro de un reformatorio para menores con clases obligatorias de música había encontrado, irónicamente, una especie de medio salvación. No creía que notas y palabras garabateadas en un papel pudieran salvar a alguien, pero Betsy decía que ayudaba. Ellas era la única (o la primera, suministra nuevamente su mente, con un ronco susurro de “No eres un monstruo”) que vio manos duras y letales y le dijo que estas armas eran capaces de producir arte.

Dos canciones se permitió escribir en estos dos meses. Las libreta abierta y la cabeza de él apoyada en su regazo dormitando. “Sunlight” llamó a la primera, era íntima y escribirla se sentía cómo sacarse una costilla, perforar un pulmón y colocar toda su vulnerabilidad en unas páginas sucias; había saciado el picor en sus manos durante casi un mes,, tal  vez por lo mucho que costó escribirla y por todas las emociones que contenía. Aún así no fue suficiente, el tiempo pasó y necesitaba sacar más, escribir más sobré lo que se sentía estar tan… sentir tanto por alguien tan idiota por quien no deberías sentir nada. Voddo doll era una canción muy pop para ser propia de Andrew, pero se excusó mentalmente que era porqué la disquera puso un álbum más indie-pop este año porqué estaba vendiendo bien.

Pero ahora mira las páginas y siente la increíble necesidad de escribir sobre hermosos ojos azules que puede recordar con perfección. Andrew Minyard ha maldecido y odiado su memoria eidética que le hace recordar a la perfección manos grandes de hombres adultos agarrando las caderas de un niño; si le ofrecieran poder deshacerse de ella lo haría. Irónico es, que esa misma memoria es lo único que le permite recordar en perfecto detalle todas las partes que componen a Neil Hatford.

 


 

Junio, 2012.

 

Se siente como una especie de deja vu, piensa Andrew en el silencio de la noche.

Ambos apoyados fuera del Eden’s Twilight, cigarrillos compartidos y la luna sobre ambas cabezas alumbrado poco y nada; como si esa noche hubiese decidido dejarlos solos, valiéndose únicamente por su audición. 

“¿Por qué?” pregunta. Sale de su boca tan fácil como el humo de sus pulmones. Por qué darme un cigarrillo, por qué acercarte.

“Tendrás que ser más específico”. Andrew enarca una ceja y levanta entre sus dedos lo poco de cigarrillo que queda.

El hombre se le queda mirando; ojos analizadores que Minyard sabe más que bien sólo se encuentran en estos niños que tuvieron que arañar y llorar bajo los puños de otra persona. Ojos que ve en Renee y en sí mismo cada vez que se levanta por las mañanas. El pájaro es interesante, eso es lo que lo hace tan peligroso.

“Ayer compartiste conmigo. Sólo pensar en devolverte el favor.

En devolverte. Las palabras resuenan como un eco en su mente; devolver, que cuida más extraña. Andrew Minyard es un hombre hecho de promesas, que hace tratos para intentar levantarse por las  mañanas. Andrew es un hombre que vive pue sus obligaciones y promesas, pero también es un hombre acostumbrado hasta la médula a que la gente nunca cumpla con lo que le prometen en cambio a él. Nadie toma tan en serio las promesas como Andrew y ese es un peso que ha tenido que aprender a llevar.

Lo que él ha conseguido nunca ha sido porqué una contraparte decidiera en cumplir con su palabra y trato. Lo que tiene Andrew lo ha conseguido tomando y arrebatando; era un niño en una  casa de acogida que forzaba cerraduras para quitar comida, el niño que le quitaba las mejores prendas de ropa a los otros y que golpeaba antes de otros tuvieran la oportunidad de siquiera considerarlo.

Esto no era nada, sólo un mísero pedazo de hojas y químico devuelto.

Pero Andrew no lo hacía pedido de vuelta y aún así había llegado a su mano.

“¿Esto se volverá una costumbre?” responde burlón.

El hombre sólo sonríe.

“¿Cual es tu nombre?” pregunta en cambio.

“Que obtendría yo de decirte mi nombre?” Aunque sabe que el otro sólo tendría que entrar a Google para averiguarlo.

“No ser una pequeña mierda” Poca es la gente le habla tan audazmente a Andrew.

“Déjame pensarlo” Su voz sale inexpresiva mientras engancha su mentón entre el pulgar y el índice. “No”.

La mirada del contrario es penetrante y las manos de Andrew buscan otro cigarrillo.

“Si quieres algo a cambio podría darte mi nombre”.

“¿Pregunta por pregunta?”

Los ojos del pajarito brillan y esta  vez Andrew no se entregó al diablo en bandeja de plata, sino que duermo un rato con él. Peligroso, le las alarmas en sí mente; afortunadamente Andrew siempre fue un adicto a la adrenalina que le permite sentir.

“Pregunta por pregunta” confirma.

Andrew saca otro cigarrillo de la caja. 

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