English Love Affair

All For The Game - Nora Sakavic
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English Love Affair
Summary
Andrew Minyard, baterista de la famosa banda “The Monsters” se queda varado en su escala en Inglaterra. Él, el hombre que estaba preparado para cualquier cosa se encuentra atrapado bajo la guardia por la presencia de Neil Hatford.O, donde después de la muerte de su madre, Nathaniel se pone en contacto con su tío. Incluso siete años después, no espera tener un amor de verano que puede durar o no más de un verano.
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III

Junio, 2012.

 

Al parecer, sí se convirtió en un hábito. Piensa mientras exhala.

Si alguien viera los días de Andrew encontraría nada más que la mera repetición. Ver vuelos en avión, desayunar e intercambiar vagas palabras con Roland (a quien se negaba a llamar rata) deambular por aquella ciudad desconocida; había comprado distintos tipos de chocolate tanto para él como para Bee y una pequeña bola de nieve a Renee, cual encontró hilarante que vendieran en pleno Junio. Sus días son simples y relativamente pacíficos.

Su piel empieza a repicar cuando se hacen las 9:00pm, su corazón late fuerte y Andrew odia admitir que siempre se asegura de llegar a esa hora al Eden’s; sus dedos pican por un cigarrillo o por manubrio de cuero de su lexus, el preciado auto que extraña más que a sus compañeros de banda. La banda local, la que ahora sabe se llama “Gatos del Callejón” (¿qué sucedía con esta gente y su afición por los animales?) llega al hotel a instalarse a esa hora. Cuando el pelirrojo entra al lugar los ojos de muchos se giran a verlo, admiración, deseo, celos de algunos pocos; él parece ricamente ajeno a todo ello. Un par de ojos azules, gélidos y astutos como ningún otro, que recorren con costumbre todas las salidas del lugar pero tan inconscientes de las cosas banales. Él habla  únicamente con una chica de cabello negro liso he ignora a todos los demás: él mira a Andrew, no hay pequeñas sonrisas como existen cuando canta.

Hay un contraste marcado entre el hombre dentro y fuera del escenario. Parado allí era un hombre con la presencia de mil, encantador como una bruja y brillante como el único fuego dentro de una habitación a oscuras. Fuera del parecía inquieto, mirando a todas direcciones como si deseara salir corriendo antes cualquier ruido que no fuera música o como si le tomara un esfuerzo consciente estar aquí. La persona que eligió pequeño pájaro era netamente estúpido; este hombre parecía más un conejo.

Siente una pesada mirada sobre él; Andrew quiere girarse y encontrarse con los ojos de Neil.

Neil. Neil. Neil.

La conversación de ese día, susurrada como si estuvieran hablando sobre secretos de estado en vez de sus simples identidades; había un peso en esa interacción que ni él mismo Andrew podía entender del todo. No había luz, la luna había decidido dejarlos solos esa noche con el olor a cigarrillo y palabras roncas. Neil Hatford. Neil Hatford y Andrew Minyard.

“Mirando fijamente” habla.

“Es mi turno de preguntar” declara.

“¿Seguro?.”

El hombre asintió “Tu preguntaste mi nombre.”

“Y antes de ello tú el mío.”

“Palabra clave «antes». Así que ahora es mi turno.”

“No pregunté tu nombre, tú lo ofreciste, pajarito” Neil arruga le nariz ante el apodo. Conejo, piensa Andrew,  definitivamente un conejo.

“Estoy bastante seguro de que esto no funciona así.”

“¿Hay una forma en la que esto debe de funcionar?” Pregunta, y los ojos de Neil brillan de una manera que hace sonar la inquietud en el sistema de Andrew.

“No. Supongo que no.”

Lanza el cigarrillo al suelo y lo pisa; sus manos se mueven en el más practicado de los movimientos. Saca otro cigarro de la caja y mira a Neil expectante, el hombre entiende el mensaje y prende su encendedor. Lo acerca con lentitud a la boca de Andrew, como si estuviera preparado para retirar la mano apenas Andrew mostrará el mínimo indicio de incomodidad. Lo odia.

“Pregunta, Conejo” dice sólo cuando termina de dar la primera calada. Dios sabe que no puede soportar la presencia de Hatford sin nicotina en su sistema.

“¿Conejo?” vuelve a arrugar la nariz, prácticamente de forma inconsciente. Andrew lo odia mucho.

“¿Es una pregunta?.”

“Te gusta la música” el hombre afirma, es irritable y molesto. Andrew abre la boca y deja escapar el humo en su interior justo en el rostro del hombre.

“Sabes quién soy mientras yo no sé nada. Injusto. ¿No crees, Hatford?  ”.

“¿Saber quién eres?” La curiosidad gotea en su tono como café hirviendo en una máquina Pour Over. Andrew no se dignó a contestar.

Neil sonríe, pequeño y privado “No te conozco, Andrew Minyard. No sé quién eres” Le da una tentativa probada al cigarrillo en sus manos, no tose “Sólo sé que resides en el Eden’s Twilight, que te gusta fumar y no bebes cócteles. Sólo veo, Andrew. Las tres noches te has sentado y escuchado,  golpeas tus dedos contra el vaso que tengas en la mano al son de la batería de Robin. Te sientas con las manos llenas de algún trago y escuchas como pocos en el público lo hacen”.

“Te odio” las palabras salen acá de que pueda frenarlas, pequeños momentos de arrebato, piensa. “Tu pregunta, conejo.”

“¿Cuál es tu relación con la música?” su voz, por primera vez desde los cuatro días en que lleva conociendo a Neil, suena amarga y resignada.

Andrew piensa con la misma incomodidad en la que lo hace en las sesiones con Bee, en donde sus comentarios y preguntas le obligan a pensar en todo lo que quiere evitar y reflexionar sobre partes de sí mismo que desprecia. La música, piensa, era ese pequeño agujero que evitaba que la piscina se desbordara, era la pequeña mentira que quería creer con desesperación. La vida era aburrida, normal y cotidiana; Andrew la había diseñado para ser así. En un mundo en donde no quieres nada, es poco lo que puede dañarte. Y Andrew Minyard no quiere y nunca querrá absolutamente nada.

A veces, Andrew se veía tentado a querer la música como algo más que un escape para de emociones reprimidas y pensamientos autodestructivos. A veces quería crear algo más que destrucción.

En cambio sólo dice “Pasar el tiempo hasta que se acabe.”

Los ojos de Neil brillan y Andrew odia, odia y odia “No creo que sea así. Creo que te importa.”

“Acá una verdad de regalo. Odio las mentiras” Andrew bota su colilla al suelo y se da media vuelta.

“Es tu turno” señala Neil.

“Mañana.”


“I’m in love, sweet love.

Don’t you ever go away, it’ll always be that way

Your heart has called me closer to you

I will be all that you need”

 

Con la mano al rededor de un vaso de ron negro, Andrew recuerda las pocas cosas que se permite extrañar. Su batería ridículamente cara con palillos que obligó a encajar en su mano hasta la costumbre no es una de esas cosas, extrañar es algo peligroso, es permitirse desear en alguna medida. Pero la voz de Neil hoy es más calmada y baja que de costumbre y Andrew se regala la acción de pensar. Cuando Andrew empezó a obtener dinero, cuando Tilda murió, Andrew supo a la perfección qué es lo que quería. Ropa, un auto y muebles para ese barato apartamento en Columbia.

La ropa que viste ahora, todas de marcas de alta gama para olvidar las ropas de quinta o sexta mano que quemó ese día a los 16 años en el patio del edificio, un auto caro como los que leía en las revistas de uno de sus pocos padres de acogida decentes que no lo tocó, muebles para su familia que protegió.

Andrew cree que puede admitir que extraña el Lexus.

Las madrugadas sin dormir que lo llevaron al asiento del conductor, el viento frío que empujaba su rostro y la velocidad casi letal del automóvil. Extraña la forma en la que sus pensamientos quedan reducidos y su adrenalina se dispara. Tal vez también extraña un poco el gimnasio, pero morirá antes de dejar que Kevin escuche eso; sus motivaciones son totalmente distintas. Kevin ejercita y sigue regímenes alimentarios, busca más un cuerpo estético ante las cámaras que funcional, así fue criado. Por otro lado Andrew empezó a hacer ejercicio por recomendación de su psicóloga, nada más y nada menos. No le importan los resultados, sólo la sensación de las pesas y el esfuerzo de sus músculos.

Andrew traga y el alcohol calienta su garganta y estómago. La calidez, había dicho Bee vez, no sólo algo físico. A veces asociamos el calor del verano, el de una bebida, eso molesto que es demasiado caliente, demasiado dulce con la calidez que creemos no merecer. ¿Tienes miedo de la calidez, Andrew?. Él no había respondido. Esto era lo único que se permitirá tener, el alcohol en su estómago y él calor infernal del escenario.

Las horas pasan y el pájaro canta y canta y la gente escucha y escucha.

Andrew observa el hielo derretirse en el vaso antes de levantar la mano y pedir otro.

“Supongo que les agradezco por escuchar esta banda de mierda un día más” luego hay risas en el público y luego ruido de gente moviéndose, instrumentos guardados.

Andrew no va a buscar a Neil, después de todo no quiere nada. Roland rellena su vaso sin preguntas y con una sonrisa en el rostro.

“La presentación de hoy fue increíble. Soy más de rock pero el jazz es delicioso.”

Cuando Roland habla no lo hace dirigido a él, en cambio Andrew puede sentir una presión en el asiento a su lado y el leve olor a fresas y menta que su obstinada mente ya ha aprendido a asociar con cierta cabellera roja.

“Creo que hoy podría beber un trago suave” Responde en cambio esa maldita voz de sirena. “Suave” recalca.

Roland ríe y dice “¿Qué desea hoy nuestra estrella?”.

Andrew observa sólo de reojo como Neil saca la lengua de su boca en un gesto pensativo “Algo que sepa bien”.

“Un cóctel” concluye Roland. Les asiente con la cabeza y se retira.

Pasan los minutos y ninguno habla, no hay presión ni incomodidad; era tan fácil como decir que ambos existían dentro de la órbita del otro. No se imponían, sólo coexistían. Esto era raro porqué Andrew nunca tuvo nada que pudiera describirse como fácil, esto era raro porqué Neil Josten era extraño, impredecible y una incógnita de pies a cabezas. Un rompecabezas sin forma alguna.

“Esta banda” finalmente habla. Neil lo mira con curiosidad.

Andrew se irrita, se irrita porque Neil lo mira con ojos brillantes y azules y cálidos como sólo el infierno puede serlo. Lo mira, lo analiza con la información que Andrew le da y con lo que puede observar, pero no pide ni demanda. Como Nicky que se intenta colgar de su brazo y pregunta por cosas que no tiene derecho a saber o cómo Aaron y Kevin que se desesperan por el silencio y a veces solo explotan en demandas que piden y piden; un porqué, una razón, un haz esto, un sí tan sólo te esforzarás.

“Te refieres a porqué está banda y no mi banda?.”

“¿Quieres un premio?” Neil bufa justo a tiempo en el que un daiquiri de fresa reposa frente a él.

“Un gusto como siempre servirte, pajarito”.

“Vete a la mierda, rata de cuarta” Neil sorbe la pajilla y mira a Andrew, curiosidad brillante en su rostro “Todos acá saben que Los Gatos del Callejón no son mi banda” se encoge de hombros.

Andrew embarca una ceja, Neil sonríe con dientes y dice “No has preguntado nada.”

“Jodete.”

Y sin importar cuán serio diga esas palabras, Neil ríe por lo bajo como si de verdad toda esta situación tuviera un ápice de gracia “No formo parte de esta banda, ni de ninguna. Soy amigo de Robín, la baterista y a veces cuando lo necesitan, le hago segundas voces a su vocalista oficial, pero se fue de viaje a Italia durante algunas semanas y necesitaban a alguien. Ellos ya me conocen, Eden’s ya me conoce. Era la opción obvia.”

“¿No tocas para nadie?.”

La pregunta parece sorprenderle, sus ojos se abren y sus labios se entreabren, dejando suelta la pajilla. Esta es probablemente la primera vez que Andrew ve una expresión tan genuina en su rostro. No formo parte de esta banda ni de ninguna, había dicho, sonaba imposible. Quién podría escuchar a Neil Hatford cantar y no querer desesperadamente que sea el intérprete de sus canciones, quién escucharía la voz de Neil Hatford  y no tomaría un lápiz entre sus manos porque es esa voz la que te inspira a escribir y es esa voz la que quieres que cante todas sus canciones.

Su voz, su temple y actitud. Todo, de pies a cabeza. Andrew conocía a otros artistas y managers que se desangrarían por tenerlo.

En cambio, Neil Hatford se encuentra cantando en un hotel que debe pagar una miseria para una banda que le repartirá la miseria de la miseria.

“Eso puede que te cueste más caro” dice al final, sonando sorpresivamente calmado y desprovisto de emoción.

Andrew derrama todo lo que queda de alcohol en su garganta y piensa; Cálido.

“Tik-tak. Pregunta.”


 

Finales de Septiembre, 2012.

 

Un regalo de cumpleaños, se excusa con desesperación que él mismo encuentra patética. Andrew sabe que el cumpleaños de Neil no será hasta enero. Un regalo, suena muchísimo más acertado.

Un regalo por un regalo, acción por acción.

Una melodía que no sale de su cabeza, una voz suave recitando ese poema.

A Andrew Minyard no le gusta Mary Hatford, no importa que sea cenizas pudriéndose en una playa, una mujer muerta hace ya muchos años, una mujer que amó. Nada de eso importa cuando sus manos recorrieron las costillas de Neil con su piel demasiado fina y una cantidad alarmante de falta de grasa que lo protegiera del frío, cuando sus dedos rozaron heridas que sanaron hace ya mucho; esa cautivadora voz perdiendo la confianza prestada por el escenario diciendo en una broma forzada “adivina si es de padre o mamá”.

Andrew no se gasta en odiar, pero odia a Mary Hatford.

Porque no quiere admitir que la idea le aterroriza, que la historia le cala los huesos. Mary Hatford, una mujer que amó y amó, una mujer que se enfrentaría a una horda de personas por su primogénito, una mujer que sangró y que mató por su hijo. Manos manchadas de grandes cantidades de sangre, manos hechas para proteger. Manos que tiraron del cabello de su bebé, que golpearon su rostro de niño y pintó de bellos morados, amarillos y verdes la piel pálida de su hijo.

Cómo puedes amar tanto como para matar, cómo puedes amar tanto a alguien como para lastimarlo de esa forma.

De qué forma Andrew se podría sentir cómodo cuando las manos de esa mujer, tan crueles, tan sobreprotectoras, tan sangrantes tomaron un lápiz y crearon arte. Una dualidad de la que él mismo Andrew tanto teme; las manos de Andrew, todo de él no era más que un ser creado para dañar y proteger, sólo eso. Betsy le llevaría la contraria, le diría que es una buena persona, le diría que el ser humano es alguien mucho más complejo que no puede ser descrito por sólo dos palabras. Neil diría-

Neil tomaría las manos de Andrew entre las propias suyas, luego lo miraría pidiendo permiso con sus horriblemente hermosos ojos, besaría cada uno de sus dedos seguido acunaría su propio rostro, pasaría las manos de Andrew en sus  mejillas, le sonreiría y susurraría “¿Como haz de ser un monstruo? ¿De verdad crees que estás hecho sólo para dañar cuando tomas mi rostro entre tus manos con tanta delicadeza?.”

No obstante, Neil no está acá; esto es algo de lo que está siempre consciente. La cama devastado vaca, el cuerpo de Andrew demasiado caliente son las extremidades frías que lo abrazaran, un desayuno demasiado ruidoso de la manera incorrecta. Andrew está terriblemente consciente del vacío que dejó ese demonio en su vida, ahora sólo pagaba las consecuencias. Neil Hatford ya no estaba y Andrew tendría que  sobrellevar eso como lo hacía con la mayoría de cosas en su vida.

Betsy, su psicóloga, probablemente ya sospechaba que algo había pasado en las vacaciones; intentó preguntar, pero no presionó una vez entendió que no iba a recibir respuestas. Siempre demasiado comprensiva, la buena Bee.

Andrew no quería hablar de Neil, hacerlo le haría sentir como si su pecho se abriera para dejar expuesto sus pulmones deteriorados y su corazón malherido. Hablar de Neil se sentía íntimo, horrible; más no era sólo ello. Si llegara a hablar sobre Hatford, sobre su piel cubierta de cicatrices, el pequeño tic que le hacía sacar las lengua cuando estaba concentrado o el tono que adquiría su voz cuando leía poemas en alta voz. Si pusiera en palabras todo aquello sería como romper un hechizo, algo que realmente jamás existió, nada más que un producto de su imaginación y retorcida mente.

Un chico que vive a siete mil millas de distancia, un chico que para Andrew sólo vive en sus recuerdos.

Entonces Andrew afronta la situación de la única forma saludable que sabe. Con adrenalina abre el cuaderno maltrecho para sacar de entre sus amarillentas páginas una hoja que podría ser tan antigua como él mismo Andrew. Si supieras que buscar, podrías reconocer la letra de Mary Hatford impresa a mano en ella.

Una mujer que amó, que odio. Que golpeó y creó arte.

Andrew la odia, esto lo dice en serio.

Cuando Neil le regaló ese poema, para llevarlo consigo, en específico lo odió. Esto no lo dice tan en serio.

 Un regalo, se repite compasivamente mientras se acerca al teclado. Un regalo por un regalo. Un peñas para un compositor que será convertido en una canción para un cantante.

Andrew odia a Mary Hatford, Neil también lo hace.

Aún así ella era su madre. Y si Neil quisiera un pedazo de ella, ese que no era madre sino que era mujer-joven-hermana, Andrew se lo daría.

(Andrew cree que le daría todo).

 


 

Junio, 2012.

 

“¿Qué haces en Inglaterra?”.

“¿No puedo ser un turista?”.

“No parece que te importe una mierda conocer este lugar” había respondido, sorbiendo de su pajilla.

Andrew le había mirado inexpresivamente, nada sorprendido de que el pajarito se hubiera dado cuenta de ello, sus ojos siempre parecían ver más que los de cualquier otro. “Inglaterra era mi escala hacia Alemania. Se cancelaron todos los  vuelos cuando ya estaba acá.”

Luego de eso se quedaron en silencio, cómodos rodeados del ruido de otras personas en la estancia. Neil bebía lento, como si no estuviera del todo acostumbrado, sus parpadeos se volvían más lentos más sus ojos se mantenían igual de agudos que siempre. Andrew lo sorprendió tarareando para sí mismo. Era increíble como Neil parecía desprender música en todas sus pequeñas acciones, como si las líneas de la partitura se hubieran unido o para crear su estatura, las corcheas sus pecas y las blancas su soltura. Casi como si estuviera compuesto por ella.

Por supuesto la situación no puede durar para siempre, nada lo hace. El pelirrojo parece incapaz de cerrar la boca en este momento “Bueno, que suerte de mierda. ¿Cómo llegaste a Eden’s?.”

Andrew quería decirle que no era su turno de hacer preguntas, que se callara y que dejara de mordisquear la pajilla entre sus dientes, que dejara de sonrojarse; lastimosamente, Andrew tenía una pequeña debilidad por los chicos lindos y misteriosos. “¿Crees en la suerte?”.

“Sólo la mala.”

“¿El destino?.”

“No.”

“Eden’s era uno de los más cercanos al aeropuerto.”

“Que apropiado” la voz de Neil es baja y cargada, como si hubiera más en aquella frase de lo que Andrew era capaz de entender. Un problema, Neil Hatford era un maldito problema. “Un bastardo entre un hotel y un pub que se centra casi exclusivamente en la música. Un espectáculo para un músico.”

“¿Dije ser músico?.”

“No necesitabas hacerlo. Estaba claro como el agua.”

“Gran capacidad la de ver claro estando borracho” Neil le mostró el dedo del medio. Su trago iba por la mitad pero ya había pequeños indicios, si eras capaz de observar, de si bien Neil no estaba borracho tampoco estaba sobrio. No tiene tolerancia, que pensaba al beber conmigo, un desconocido. Que peligro.

“Hazlo de nuevo y te arranco el dedo”.

Neil miró sus dedos con leve curiosidad y luego dijo “Ya no podría tocar el bajo entonces”.

Andrew intentó que su sorpresa no se reflejara en su rostro. Neil era, se sentía como una caja de sorpresas de la que nunca terminas de aprender del todo, cada capa era un dato nuevo que desencadenaba darte cuenta de que había otras 10 facetas que no conocías y más características desconocidas que se relacionaban entre sí. Andrew odiaba las sorpresas. “Mal por ti.”

“¡Hatford!” se escuchó una voz atrás de ambos. Neil frunció el ceño mirando el rostro del tipo, como intentando reconocerlo. Andrew se dio cuenta de que era el tipo que tocaba el saxofón en el escenario “Deberías llevarte a Robín, está borracha como una cuba.”

Neil suspiró y asintió, miró al baterista a los ojos y Andrew ruega haber visto mal el pequeño puchero en su rostro. Se levanta con un ligero temblor de piernas; la parte irracional de Andrew quiere tomarle la mano o cintura para que no se caiga, pero Andrew odia tocar a la gente y más aún cuando están borrachas y por ende, invadidas de expresar cualquier tipo de consentimiento. Los ojos de Neil abandonan a Andrew y se dirigen a la misma chica de cabello negro lacio con la que lo visto hablar antes. Robin, se recordó, la amiga de Neil y la baterista sorpresivamente decente.

Neil se acerca y Andrew tiene que hacer un esfuerzo vergonzosamente consciente para dejar de ver sus piernas perfectamente abrazadas en los muslos por un pantalón gris bootcut de aspecto nuevo. Sus ojos se quedan en la chica obviamente borracha que parece quedarse pegada a una bandeja de chupitos. Intercambian palabras antes de que Neil pose sus manos en los tríceps de ella y la ayude a levantarse, apenas. Andrew ya no puede ver esto. Influenciado por lo que sea, el demonio o la locura, se acerca a ambos.

“Dime que vinieron en transporte público” He incluso esa idea deja mal sabor en la lengua.

Neil niega con la cabeza “En el auto de Robín, ella me busca y pasa a dejar todos los días. Tendré que conducir yo esta vez.”

“No.”

“¿No?.” 

“Estás borracho, Hatford. No vas a conducir.”

Andrew estaba siendo estúpido y terco, lo sabía. Desde el punto de vista de Neil él era un extraño ofreciéndose a llevar a dos chicos borrachos a casa, ir a dejarlos a sus respectivos hogares, dar esa información que, aunque no tenía pruebas, asumía Neil guardaba celosamente.

Ojos azules se posaron sobre él, brillantes como los de un demonio, calculadores como lo han sido desde que Andrew conoció a su portador; por un breve instante Andrew juró que Neil estaba sobrio. Sobrio. Eso deberían hacer, Neil debería lavarse el rostro, comer algo y tomar agua, esperar que el efecto del alcohol se fuera de su cuerpo. Sería más seguro para todos.

Es irritante como Neil parece ver, no hacer otra cosa más que ello. Ver, buscar y encontrar. Andrew no sabe qué vieron en su rostro que hizo que Neil, en contra de cualquier inexistente instinto de autoconservación, hurgara en la chaqueta de su amiga y le lanzara las llaves.

Ver, ver y ver. ¿Por qué Neil estaba confiando en Andrew?. Que encontró en él que nadie más había visto.

“Estoy armado” le informaron.

Si fuera otra  persona, Andrew reiría. Neil era más alto que él por escasos centímetros, pero más alto al final del día. Lo que Neil probablemente carecía era de fuerza, y eso era una adivinanza al ojo, por cómo sus extremidades estaban demasiado delgadas y afiladas; mientras que Andrew podía levantar más peso que su conocido de 1.90. Si Andrew fuera otra persona descartaría el comentario con un movimiento de mano. Pero Andrew es su propia persona y sabe a la perfección que Neil, todo escuálido como se ve, es a su vez peligroso. Lo sabe desde el primer cigarrillo compartido y las primeras miradas intercambiadas. Todo en la mente de Andrew lanzó señales de alerta cuando divisó una cabellera roja.

“Deja de chillar como chihuahua y carga a tu amiga.”

Neil asintió y pasó el brazo de Robín sobre sus hombros, luego la tomó de la cintura y le ayudó a levantarse. Caminaron unos pasos hasta que, repentinamente ambos cuerpos se detuvieron frente a la barra. “Andrew nos va a llevar a casa en auto de Robín. Yo pago nuestros tragos, mañana.”

Roland, durante unos sólidos cincos segundos se quedó paralizado sin mover un músculo de la botella que estaba vertiendo en un mezclador. Ninguno de los presentes le dio la posibilidad de responder antes de seguir con su camino.

“¡Carajo!” exclamó cuando se dio cuenta, tardíamente, de que había superado por mucho los milímetros necesarios para la preparación de cualquier cóctel que tuviera en sus manos.

La noche de verano seguía siendo más fresca y fría que el interior del local. Todo estaba oscuro, pocas estrellas brillaban en el amplio cielo negro y toda la luz provenía de antiguas lámparas medio oxidadas. Una brisa rozó su rostro y se permitió dejar escapar un pequeño suspiro de satisfacción, que nadie diga que los Minyard, he incluso Nicky (un Minyard honorario) son buenos aguantando el calor.

Miró su costado, Robín balbuceaba arrastrando las palabras con un cada vez más fuerte acento mientras que a su lado algunos escalofríos recorrían el cuerpo de Neil.

“Oh dios, dios mío Neil ¿estoy alucinando o El Andrew Minyard está a nuestro lado?.” las mejillas de la chica se volvieron más rojas y sus ojos brillando.

“Estas alucinando” las palabras brotaron de Andrew con facilidad. Ella asintió como si tuviese sentido.

Andrew llevó su vista hasta Neil y se encontró con que ya estaba siendo observado, sus ojos más pesados que nunca y su ceño fruncido, se mordió la boca como si tratara de contener palabras desesperadas por salir unos segundos más. Cuando llegaron al auto el cantante lanzó a su amiga al asiento trasero, le puso el cinturón de seguridad con manos significativamente menos torpes y luego se sentó en el asiento del pasajero delantero. Lo único que le dijo a Andrew fueron las direcciones.

Una vez Andrew ingresó todo en la aplicación de conducción en su celular nadie habló, minuto tras minuto. Si Neil no quería hablar, Andrew no le daría el gusto de iniciar una conversación.

Pequeños ronquidos se escucharon desde atrás. “Así que eres ese Andrew Minyard.”

Andrew se conformó con tararear.

“El mismo por el que Robín despotrica y para quien tiene una cuenta fan.”

“No podría confirmar si tu amiga habla de mi.”

“Aún no lo niegas.”

“Si con ese Andrew Minyard te refieres al que toca en “The Monsters”, sí.”

“Es que por eso, entonces, que pensaste que te conocía” Neil sonrió con dientes y toda la arrogancia en su baja estatura “Un poco egocéntrico, si me preguntas.”

“No pregunté.”

Luego de cinco minutos, en donde el pelirrojo soltaba pequeñas risas por lo bajo que hacían que Andrew quisiera asesinarlo, es que llegan a casa de la única mujer abordo; era obvio que incluso si el hogar de esta se encontraba ubicado en un punto más lejano que el del propio Neil, él no se bajaría antes ni mucho menos dejaría a su amiga inconsciente junto a Andrew. Esa decencia básica es algo que Andrew respeta, es algo que de niño le hubiera calentado el estómago y latir el corazón. La clase de cosas que necesitó con desespero.

“La voy a arropar y vuelvo.” le informa.

Andrew no confía en que Neil pueda ayudar a Robín a subir las escaleras sin que ambos cayeran sobre sus culos; más no importa, Andrew Minyard no confía en Neil Hatford para nada. No lo conoce, no es más que un extraño, un desconocido armado de todas las cosas. Andrew no confía en nadie más que su psicóloga, y sólo hasta cierto punto. Las cosas no cambiarán ahora, no lo harán nunca.

Las manos de Andrew tocan el manubrio decorado con una funda púrpura de estampados diversos, trata de alejar cualquier pensamiento demasiado abrumador encerrado para. La funda era de mal gusto al igual que todo el resto de decoración, con una Hello Kitty Hawaiana tocando el ukelele moviéndose al son del automóvil, una calavera en miniatura colgando del espejo y las decoraciones de Monster High en el espejo del conductor. El auto era un desastre caótico; y a pesar de todas estas cosas Andrew se encontró disfrutando la sensación del volante en sus manos, de la baja velocidad y las ventanas bajas. Estaba seguro que, de no ser por el contexto que le llevó a sentarse allí, lo estaría disfrutando plenamente.

La puerta del pasajero se abre. Ver a Neil surgir hace que su estómago dé un vuelco, es tan estúpido como su cuerpo reacciona ante la presencia de Neil, como debe quedarse quieto unos segundos para procesar a quien ve. Beber la imágen completa de un hombre tan hermoso. Neil esboza una de esas pequeñas sonrisas que le da sólo cuando está cantando y Andrew lo quiere asesinar.

Se sienta en silencio y una vez el coche empieza a andar saca su celular, sacando la lengua por la concentración. Segundos después “I’m Not A Vampire” empieza a sonar, una de las canciones más escuchadas de su último álbum; privadamente porque esta no es un solo de Nicky, en cambio las letras están perfectamente divididas entre ambos.

Los fans se habían vuelto locos, baste había escuchado a Kevin Day cantar desde que había huido de la banda “La Corte Perfecta”, un grupo de chicos demasiado perfectos que cantan y a veces bailan con grandes sonrisas en el rostro. Nadie en el público sabía porque el chico de Oro dejó de cantar tan repentinamente, solo los cercanos a él saben la verdad. Riko Moriyama, su hermano adoptivo y líder de la banda lo ahorcó hasta generar daños severos. Le había quitado la libertad y la pasión. Una familia adoptiva abusiva y exploradora donde el único escape es lo que puedes cantar para no gritar, le había arrebatado todo lo que tenía en un momento.

I’m Not A Vampire había sido una de las canciones más genuinamente divertidas que Andrew había escrito alguna vez, el momento de su creación había dado lugar a uno de los escasos momentos en donde Andrew encontraba aceptable a todo su equipo y banda. Sentados alrededor de las mesas buscando las acusaciones más escandalosas sobre ellos, como la ridiculez teoría de que eran camotees por su piel pálida y brillante de sudor sobre el escenario, o que Nicky podía seducir a todos los hombres y robarlos de la cama como una especie de hombre del saco Satanico.

 

Hi, my name its Aaron, I’m am addict

(Hi Aaron!)

 

Esa frase había sido muy divertida de escribir, incluso él lo debe admitir. Un golpe directo a los reporteros que no dejan el pasado de su hermano en donde debería estar, muerto junto a la madre del.

La siguiente canción empezó e incluso cuando se concentraba en la calle que tenía delante, podía sentir el peso del mirar de Neil sobre él. “¿Este eres tú?.”

“Yo no canto.”

Neil soltó un ruidito contemplativo “¿Y las canciones?.”

“Búscalo por Google.”

“¿Por qué hacerlo cuando tengo la fuente directa a mi lado llevándome a casa?.”

“Muchas preguntas. Ni siquiera es tu turno.”

“Entonces pregunta.” sonaba decidido. 

Andrew manejó hasta la siguiente luz roja, donde pudo quitar su vista del camino y ver a Neil. No titubeo al preguntar:

“¿Por qué te mudaste a Inglaterra?.”

Hatford se queda congelado en su lugar, todo tensó y Andrew sabe que tocó un nervio. Sus ojos calculadores y filudos como los de un hacha bien afilada; casi parecía como si quisiera arrancarle la garganta. Un animal acorralado siempre va luchar más fuerte, piensa.

“Cuando hablas conmigo. Pierdes lentamente el acento, nunca se va del todo pero se americaniza mucho más.”

Neil baja el volumen de la música. Andrew sabe que Neil es peligroso, no sólo para él y toda la mezcla de sensaciones que le hace sentir, sino en general. “Voy armado” había dicho; que linda coincidencia, Andrew también.

“¿A qué le tienes miedo?.”

“Alturas.” la respuesta sale sola. Neil rueda los ojos como si no le creyera. “¿Que esperabas? ¿Que dijera la muerte?” si pie pisa a fondo el acelerador. La muerte no era un miedo, no podrías ser un monstruo sino.

“Si te dijera que estoy acá porqué me intentaron matar.”

“Respondería que ojalá les hayas devuelto la mano.”

Neil inhala profundamente y un destello de sorpresa inunda sus ojos. Habían llegado a su destino, más no movió ni un músculo; Andrew se dio media vuelta sólo para mirarlo fijamente.

“Déjame preguntar de vuelta. Mate a la mamá de mi hermano ¿te da miedo la muerte, Neil?.”

Al principio Andrew pudo hacer suponido que Neil  gritaría, gritaría palabras que todos le dijeron en la cara antes “Loco, asesino. ¡Monstruo, monstruo!”. Los ojos de Neil brillan, viendo más de lo que cualquiera es capaz, entendiendo mejor de lo que ninguno lo había hecho antes. No hay miedo en su postura y Andrew lo odia. Mírame, témeme y vete. No eres el peor entre estas cuatro paredes.

“No le temo.” dice, otro sorna más como un no te temo y Andrew odia.

“¿Por qué llegaste a Inglaterra?”.

“Mi padre mató a mi mamá. Si no corría lo suficientemente rápido yo sería el siguiente.” se endereza y sin perder un segundo proclama “Llévate el auto hasta Eden’s. Robin y yo nos iremos con alguien  más.”

Va a tomar su celular, pero Andrew es más rápido. El idiota no pose siquiera una contraseña; teclea rápido dejando intencionalmente el área de Apodo vacía. 

“Ten” le entrega el teléfono una vez termina “Te mataré si lo filtras.”

Neil mira hacia donde Andrew anotó su número con ojos brillantes. “¿Por qué?.”

“Porqué presumo vas a dar problemas, conejo.”

Arranca el auto casi a velocidad máxima, mañana le devolverá el dinero de la gasolina a la chica. 

¿Pero ahora? Bueno, Andrew necesita pensar y tiene el auto en sus manos.

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