
Prólogo
La lluvia caía como diluvio. Sakura recordó que olvidó traer su paraguas y bufó, molesta, limpiando los instrumentos utilizados por el día de hoy. Aún le faltaba revisar la mercancía y las medicinas que estuvieran en números rojos para ver cuáles debería surtir la próxima semana. Muchas chicas iban a su consultorio a pedir algún medicamento que lograra suprimir el efecto de EF pero solo podía darles algo temporal, aconsejándoles visitar a un mejor especialista ya que ella solo era una médico general con un conocimiento básico sobre el problema.
Borró de su cabeza los rostros tristes de todas esas chicas que acudían a su pequeño y humilde consultorio en búsqueda de la ayuda que necesitaban, pero Sakura solo podía recetar algo para aliviar los malestares.
La tranquilidad que la doctora disfrutaba en su consultorio se vio interrumpida con unos toques bruscos provenientes de la puerta. Frunció el ceño por lo ruidoso que era la persona responsable de tal violencia. Había un letrero fuera de la puerta con letras lo suficientemente grandes para hacerle saber a cualquiera que supiera leer que su consultorio estaba cerrado. Sin embargo, esa persona parecía ignorar dicho letrero y continuó con su serie de golpes a la pobre puerta.
―¿Quién...?
El lugar donde tenía el consultorio se hallaba en los barrios bajos de la ciudad, donde cualquier negocio ilegal era fácilmente encontrado y las autoridades hacían de la vista gorda si la cuota mensual era pagada. Sakura tenía todo su lugar de trabajo protegido con candados y si las cosas se ponían violentas solo debía hacer uso de sus técnicas de boxeo que aprendió de su padre cuando era más pequeña; tenía guardado un bate que uno de sus mejores amigos le había regalado para defenderse de personas problemáticas o ladrones confiados que podían aprovecharse de ella solamente por ser una mujer de apariencia delicada.
Observó a través de la cámara de mala calidad que compró para mantener su lugar vigilado las figuras de lo que parecían ser tres personas, aunque la del medio parecía ser arrastrada por las otras dos altas siluetas. El ceño de la mujer se frunció al intentar encontrarle forma entre la imagen en la pantalla del monitor.
De nuevo los golpes bruscos la hicieron bufar. Fue hasta donde tenía el bate, subiéndose las mangas de la blusa y tomando su rosado cabello en una coleta corta.
―¿Qué quieren? ―preguntó lo suficientemente alto para ser escuchada al otro lado de la puerta, esperando respuesta y con el bate sujetado fuertemente entre sus manos.
No hubo respuesta inmediata. Sakura probó una vez más.
―El consultorio está cerrado, no recibo consultas fuera de servicio. Si lo que están buscando es dinero, temo decirles que no lo obtendrán de aquí, sé defenderme y tengo un bate que no dudaré en usarlo, así que háganme saber sus razones por las cuales están tocando mi puerta como si la quisieran derrumbar...
―Doctora Haruno, es una emergencia. Es una chica... Parece que tiene EF. Al menos, deje que ella se refugie en su consultorio, no sabemos por cuánto tiempo nosotros...
Sakura frunció el ceño, dudosa en confiar lo que esa voz, tan seria y fría pedía. Sin embargo, su instinto como médico le decía que abriera ante la posibilidad de que aquello fuera verdad. Miró de nuevo al monitor, no se movían de ahí.
Suspiró.
―Tienes corazón de pollo, Sakura ―dijo, decidiendo abrir―. De acuerdo, les abriré, pero al mínimo intento de atacarme les prometo que no me contendré ―avisó.
Quitó todos los seguros de la puerta, en cuanto llegó al último dio una profunda bocanada de aire, apretando el contorno de la base del bate de madera. Confiaba plenamente en sus habilidades pero eso no evitaba que se sintiera nerviosa ante la posibilidad de ser atacada.
Abrió la puerta. Un rayo iluminó las figuras que le habían pedido ayuda. Los ojos verdes de Sakura se tornaron serios cuando observó la silueta de una joven mujer, completamente empapada, llevada entre los brazos de esos dos hombres que parecían agitados y cubrían la mitad de su rostro con pañuelos.
―Adentro, rápido ―ordenó.
Los dos hombres siguieron las indicaciones de la mujer, ingresando al pequeño consultorio con la joven inconsciente. Sakura les señaló la camilla y la dejaron ahí, ella fue por sus instrumentos para revisarla pero en cuanto se acercó Sakura percibió el aroma que desprendía el cuerpo femenino.
―¿Cómo dieron con ella? ―les miró, desconfiada.
Uno de los hombres, el que llevaba capucha y sus ojos parecían salvajes, le frunció el ceño, ofendido por el tono usado de la mujer.
―Oye, la salvamos de ser violada, no merecemos tu tono acusador, mujer.
Sin embargo, el acompañante de éste que no solo cubría la mitad del rostro con la pañoleta sino también la identidad de sus ojos con un par de anteojos oscuros, calmó a su compañero, observando a la joven médico.
―Kiba, cálmate ―después observó a Haruno―. Entiendo su desconfianza, doctora, pero es una situación delicada y preferimos que primero revise a la chica. Nosotros nos retiraremos, lo que menos queremos en estos momentos es ponerlas a ambas en peligro ―hizo una reverencia pese a que el otro bufaba―. Permita que se quede en su consultorio, una vez que se calme su situación nosotros nos haremos responsables por todos los gastos.
―Hey, Shino...
Sakura miró a ambos duramente pero las palabras del dueño de las gafas oscuras la sorprendieron así que solo asintió. Ambos parecieron satisfechos con su respuesta y se encaminaron a la puerta, saliendo de ésta y asegurándose de cerrar. Sakura fue hasta ésta para ponerle todos los candados nuevamente, dejando el bate al costado de la puerta y corriendo hacia la chica.
Midió su temperatura y comprobó que tenía fiebre. Fue hasta los medicamentos y las jeringas, le administraría algo para regresarle su estado normal. Sin embargo, para su otro problema no sabría cómo atacarlo. Tenía calmantes opresivos para los síntomas pero no era común que percibiera el aroma así de fuerte de una mujer.
Miró a la chica, sus ojos estaban cerrados pero eso no evitaba que soltara quejidos, estaba sufriendo.
―Lo importante ahora es calmar tu dolor, ya me preocuparé por el resto después. Resiste, cariño ―le dijo con suavidad, colocándose unos guantes de látex y comenzando con el tratamiento.
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Libre de aquel pedazo de tela que Shino le obligó a ponerse, Kiba respiró hondo, casi se sintió morir durante todo ese tiempo. Miró a su amigo de la infancia de manera acusadora.
―Gracias a ti estoy en un tremendo lío ―regañó, dejándose caer en el sofá del negocio de tatuajes y perforaciones de su amigo, observando al techo.
Por su parte el susodicho quitaba con tranquilidad la chaqueta de cuero y la pañoleta que usó para evitar que el aroma de esa chica los volviera locos, quedando en una simple camisa de tirantes, dejando ver los tatuajes de sus brazos. La mayoría eran de insectos de preciosos trazos. Secó con una toalla que guardaba en un pequeño mueble su húmedo cabello, dejándolo suelto el cabello negruzco de su acostumbrado chongo, lanzando otra de las toallas a su amigo.
―Thank you ―dijo el castaño, comenzando a secarse.
Después de un pequeño silencio, el de ojos afilados le observó con seriedad.
―¿Y qué planeas hacer, eh? ¿Cómo te vas a librar de esto?
Shino le miró a través de sus anteojos para luego mirar al techo, pensativo. Kiba esperaba una respuesta inteligente de su parte, de los dos Shino era el inteligente.
―Por ahora solo quiero una cerveza. ¿Tú quieres una?
El castaño con apariencia perruna suspiró, agotado. No sabía que estaba pensando Shino en esos momentos pero era mejor seguirle la corriente.
―Sí, me vendría bien.
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Los hombres que custodiaban la puerta no se inmutaron ante lo ruidosa que se había convertido la habitación con los gritos de Gato alzarse con fuerza así como el sonido de las golpizas que el idiota que había dejado escapar a la mujer recibía en esos momentos.
Haku miró con frialdad cómo el rostro de ese hombre se magullaba cada vez que Gato le propinaba un golpe con el palo de golf. Varios dientes habían salido expulsados de la boca del pobre desgraciado y se dispersaron por la superficie de la alfombra por la cual la sangre de las heridas goteaba sin remedio. Gato siempre era explosivo cuando se trataba de perder dinero, pese a su pequeña estatura así como apariencia regordeta el bastardo sabía cómo lastimar a la gente.
Miró a su costado donde su compañero y superior de trabajo se hallaba, observando también la escena, en silencio y con notable aburrimiento. Ni siquiera la cantidad de sangre derramada parecía emocionarlo.
―Idiota, idiota, idiota, idiota, idiota ―seguía mascullando Gato, sin dar descanso al hombre que dejó ir una de sus mejores adquisiciones y principales fuentes de ingresos.
La última adquisición de esa Veena (1) le había costado mucho dinero y ese imbécil la había dejado escapar con tanta facilidad. Esa estúpida organización pública, Paradise, había estado husmeando en sus asuntos y en la localización de sus negocios, por ello le había ordenado a sus hombres cambiar de lugar a las mujeres, advirtiéndoles moverse con cuidado, sin levantar sospechas. Les pagó a las autoridades de la zona un soborno para mantenerlos fuera. Todo iba bien hasta que le dijeron que una de las Veenas escapó.
Mandó hombres a rastrear el paradero de la Veena, no podía ir demasiado lejos, menos en su estado. Sería fácil de hallar, sin embargo, los hombres regresaron sin noticia alguna del paradero de la chica.
―Quiten a esta porquería de mi vista ―dio órdenes el hombre, cansado de maltratar al tipo, haciendo que otro par de hombres se llevaran el cuerpo herido del subordinado que parecía, desde hacía rato, haber muerto por los golpes.
Limpió el palo de golf y lo metió a la bolsa, con los demás, yendo a sentarse a su cómoda silla de underboss.
―Todos váyanse, excepto ustedes ―miró las dos figuras silenciosas y ocultas por las sombras de su oficina―. Haku, Zabuza; tengo un trabajo que solo ustedes dos pueden hacer.
El chico de atractivas facciones sonrió con un toque de frialdad.
―Por supuesto que se trata de un trabajo, Gato-san. Nunca nos invitas a tomar el té.
Ignorando lo dicho por el castaño, Gato sacó de sus cajones una fotografía de una joven de ojos perlados que estaban teñidos de miedo, su cabello azulado completamente desordenado y sus labios hinchados mientras mantenía un cartel sujetado entre sus manos, llenas de moretones, del cual se podía leer claramente un:
Número 18.
―Quiero que la traigan de vuelta. Viva, no muerta y en una pieza. No la quiero con un brazo menos ni una pierna rota, la quiero intacta.
Haku tomó la fotografía, observando las facciones de la mujer, deteniéndose en los ojos perlados. Era un color raro pero hermoso. Se la pasó a su compañero que la tomó sin muchas ganas, dándole un rápido vistazo y guardándola en uno de los bolsillos de su traje negro.
―Es bonita ―comentó Haku, sonriendo.
―Lo es y por eso ninguno de ustedes la golpeará, lo repito de nuevo: la necesito intacta. Su apariencia delicada y comportamiento mojigato vuelve locos a mis clientes ―Gato sonrió con perversión―. Nada como una mujer que tiembla cuando la tocas, es lo mejor.
Haku mantuvo la sonrisa.
―Das asco ―comentó el grandulón de dientes afilados y puntiagudos, mirando con indiferencia al hombre de baja estatura.
―Solo hagan el trabajo ―les lanzó un sobre que Haku atrapó sin problemas―. La mitad ahora, la otra cuando me entreguen a la mujer. ¿Trato?
Haku terminó de contar el dinero y asintió a Zabuza que solo dijo un "Sí" muy flojo para luego bostezar.
―Entonces nos retiramos ―dijo Haku, haciendo una reverencia con la cabeza, siguiendo a Zabuza que ya se había adelantando a la salida de la oficina sin despedirse.
―En serio se los digo ―todavía podían escuchar la voz de ese bastardo cuando se alejaban―: la quiero intacta, sin uno solo rasguño.
El de cabello corto color negro gruñó, mirando a su compañero.
―¿Por qué seguimos trabajando para ese hijo de perra? Ni siquiera paga bien.
―Los últimos clientes que teníamos los terminaste matando, Zabuza, no podemos ponernos exigentes ―le miró con burla en sus ojos cafés―. Por lo menos con este trabajo tendremos efectivo para mantenernos por unas semanas en lo que hallamos otro trabajo.
Los hombres de Gato los dejaron salir del negocio que éste dirigía. Haku ignoró los quejidos de mujeres así como las risas masculinas y el aroma a sexo. Llegaron hasta la puerta principal del edificio, topándose con una inmensa lluvia.
Zabuza bufó.
―Odio la lluvia. Hace que las búsquedas se vuelvan problemáticas.
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Menma bufó cuando vio el rostro de la mujer de cabellera púrpura asomarse desde el interior del ascensor. Su encuentro no había sido casual. Yugao le gustaba fingir que era pura coincidencia pero el aroma de sus feromonas llegar a su nariz le hacían obvias las intenciones de la femenina.
Ignorando otro de sus intentos por seducirlo, Menma decidió utilizar las escaleras, haciendo que la mujer le viera sorprendida y a la vez ofendida por su trato, sin embargo solo se dedicó a observar desde la distancia en silencio.
Su superior, Hayate, fue el primer compañero que tuvo cuando ingresó a Paradise hace cinco años atrás. Él le enseñó la mayoría de las cosas que todo agente en la organización debía dominar además de aconsejarle. Sin embargo, hace dos años una misión salió mal y Hayate murió. Yugao mantuvo una relación amorosa con él, quedando devastada por la noticia pero procurando mantener la calma al saber que las relaciones entre compañeros dentro de la organización estaban claramente prohibidas. Y Yugao siendo una Veena, sería la que más perdería.
Solo visitó algunas veces a la de cabello púrpura, procurando que estuviera bien. Hayate fue un buen compañero para él, le tuvo cierto cariño y sabía lo importante que la mujer representó en la vida de su superior; era una manera de hacerse sentir menos culpable por lo sucedido. Pero Yugao había malinterpretado sus acciones, pensando que quería seducirla. Se ganó una bofetada de parte de ella y le juró esa noche que no volvería a visitarla.
De eso había pasado casi un año y medio, parecía que la mujer se arrepentía de haberlo tratado de esa manera y ahora buscaba una manera de acercarse. Pero Menma no tenía ni el más mínimo interés en relacionarse con ella o cualquier otra mujer dentro de la organización.
Terminó de bajar las escaleras, llegando al estacionamiento subterráneo del edificio, sacando las llaves de su auto. Un Mustang clásico de tonalidad negro, Menma lo había conseguido en su adolescencia y había mucho dinero invertido en ese pedazo de metal, era de las pocas cosas que le importaban.
Mañana tenía el día libre así que decidió pasar a su bar favorito a beber un trago y relajarse. Tomó otras alternativas para evitar la hora pico del tráfico de la ciudad, recordando unos cuantos atajos que él, siendo un agente sabía, logrando llegar al otro extremo de la ciudad en menos tiempo.
Estacionó el auto al lado del bar cuyo anunció de luces de neón podía leerse Oasis. Bajó de su auto y caminó con rapidez para evitar mojarse demasiado por la lluvia hacia las puertas, haciendo vibrar la campanilla que anunciaba la llegada de nuevos clientes.
―Bienvenido ―un hombre castaño de facciones rudas que limpiaba un vaso de cristal lo recibió. Elevó por unos segundos la vista para verle y resopló―. Ah. Eres tú.
Menma enarcó la ceja ante la falta de entusiasmo. Miró el resto del bar, había unas cuantas personas bebiendo y susurrando a modo de secreto para luego reír. Caminó hacia la barra donde el barman no tuvo que preguntarle lo que quería pues ya lo estaba preparando.
Un whisky seco.
Se sentó y esperó la bebida, observando las infinitas botellas de licores detrás del cantinero. Kankuro la terminó, deslizando el vaso hacia su dirección, colgando el trapo con que limpiaba sus vasos en el hombro, mirándole con el ceño fruncido.
―¿Qué? ―preguntó el agente cara de pocos amigos―. ¿Temari cumplió con su promesa de meterte tus palabras por el culo y por eso esa cara de amargado? ―preguntó, dando un trago a su bebida―. Deberías ser más servicial con tus clientes, ya sabes, ofrecer un excelente servicio.
―Temari no tiene nada qué ver, esta cara la provocas tú cuando te veo aquí. Si alguno de mis clientes sabe que dejo entrar un agente a mi bar, iré directo a la bancarrota.
Menma se encogió de hombros, restándole importancia.
―¿Acaso tus clientes tienen negocios oscuros para que mi presencia aquí te haga orinar los pantalones, Kankuro?
De repente, los ojos azules de Menma se afilaron y Kankuro no pudo evitar sentirse algo intimidado.
―¿O será que tú estás ocultando algo para ponerte así de nervioso conmigo?
―No digas estupideces, no sería tan idiota para hacer eso. Menos con Temari. Esa mujer me ejecutaría si hago algo que pueda perjudicar el negocio. Solo digo esto por la comodidad de mis clientes.
―Lo que digas ―contestó con indiferencia el azabache, bebiendo el resto del vaso.
El silencio que se formó en el bar no duró mucho cuando la puerta se abrió ruidosamente, mostrando una rubia de coletas completamente empapada y con bolsas del supermercado en ambas manos. Lucía molesta.
―Maldita lluvia. El clima de esta ciudad me volverá loca ―masculló.
Algunos clientes observaron a la mujer pero volvieron a retomar sus conversaciones y la tranquilidad volvió. Menma le dio una mirada y después a Kankuro que ahora se dedicaba a servirle otro trago. La rubia pasó cerca de él y lo reconoció, sonriendo de manera ladina.
―Hola, Menma. Teníamos mucho tiempo que no te veíamos... ―le dijo al ojiazul que simplemente le devolvió el gesto con otra sonrisa burlona.
―Ya sabes, tengo una vida muy ocupada.
―Claro, viviendo al estilo de James Bond, ¿no? ―soltó una risa, esta vez con sus facciones severas tornándose suaves. Sin embargo, cuando miró a su hermano menor la dureza regresó―. ¿Por cuánto tiempo me vas a dejar cargando estas bolsas, tarado?
―Temari, estoy ocupado...
―Siempre te la pasas limpiando ese vaso una y otra vez, haz algo útil y lleva estas bolsas a la cocina. Yo atenderé. Apúrate.
Kankuro gruñó pero no se negó. Menma se burló, ese Kankuro podía parecer intimidante pero Temari podía manejarlo con facilidad, como un perrito. Era gracioso de ver. La rubia se deshizo de su abrigo húmedo para quedar en un atuendo cómodo, una blusa pegada al cuerpo de tela suave, tonalidad verde oliva y unos vaqueros altos a la cintura con sus acostumbradas botas de piel marrón.
―¿Y cómo han estado las cosas? ―preguntó al acomodar unos vasos que Kankuro no había limpiado, llevándolos al fregadero.
―Regulares ―respondió Menma, sin muchos ánimos de conversar sobre trabajo, no solo porque eso a Temari no le concernía sino también porque no podía revelar información confidencial―. ¿Qué hay de ustedes? No he visto a Gaara últimamente.
―Oh, eso ―una sonrisa orgullosa se formó en los labios de Temari―. Un amigo le consiguió un trabajo.
Los ojos azules de Menma mostraron interés.
―¿De verdad?
―Sí. Trabaja en un negocio de tatuajes y esas cosas. Asiste al dueño y está aprendiendo, así que le va bien. Lo mantiene ocupado.
―Eso es bueno.
―Sí, está feliz de tener un trabajo después de salir de prisión. Tampoco es como si tuviera muchas opciones después de todo, tanto Kankuro como yo estamos tranquilos.
Temari dejó de sonreír y miró a Menma.
―¿Y qué me dices de Naruto? ¿Cómo está? Hace tiempo que no lo vemos, desde el cumpleaños de Sasuke.
―No sé qué está haciendo con su vida, no eres la única que no lo ha visto en estas últimas semanas ―respondió Menma, jugando con su bebida y frunciendo el ceño.
Temari bufó para luego cruzarse de brazos.
―No puede seguir enojado contigo ―la mujer rodó los ojos―. Es tan infantil de su parte comportarse así contigo, se supone que es el mayor.
―Bueno, hay algunos hermanos mayores que apestan siéndolo.
Temari soltó una risa, secundando aquello.
―No puedo contradecirte.
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Brazos de desconocidos se paseaban por todo su cuerpo sin mostrar arrepentimiento. Los ojos de todos esos hombres estaban llenos de lujuria, perdidos por las sensaciones causadas por sus feromonas. Quiso llorar por lo sucia que se sentía pero cada caricia, beso, dedos abusando de sus puntos débiles también la hacían sentir bien. «Debería estar acostumbrada», se dijo, después de tantas veces repitiendo el mismo rito sería normal dejar de llorar pero siempre parecía como la primera vez.
Muchos se mojaban los labios cuando la veían temblar, babeaban cual animales al ver un pedazo de carne; saciaban la lujuria en su cuerpo hasta que ya no podían más, dejándola magullada de todas partes y con mordidas ardiendo en la piel. A pesar de sus rechazos, ella era la que terminaba pidiendo más para luego hacerse ovillo entre las sábanas y llorar en silencio, recomponerse y alistarse para el siguiente cliente.
Gato le decía que era una mujer especial, que debía estar agradecida por acogerla en su negocio cuando allá afuera el mundo le había dado la espalda al descubrir que era una Veena. Al final, cómo él solía decir, ambos se ayudaban mutuamente; ella le ayudaba a conseguir dinero y él, por medio de sus clientes, saciaba la lujuria de su cuerpo. Además, debía trabajar para pagar la droga que Gato les daba para calmar el Exceso de Feromonas (2) que mujeres como ella, Veenas, padecían.
Pero ella no quería esa vida. Hinata quería regresar con su familia. Su hermanita Hanabi la esperaba y Neji la estaría buscando, debía regresar a seguir cuidando el jardín de sus padres.
Pero no podía regresar.
Sintió algo húmedo posarse sobre su frente, era refrescante y dio alivio al dolor que le causaban esos recuerdos. Sus párpados, pese a sentirse pesados, se abrieron lentamente para toparse con un techo descuidado de tonalidad blanca. Palpó el material suave y con aroma dulce debajo de su cuerpo, reconociendo que eran sábanas. No tenían ningún rastro de fluido o sudor, estaban limpias y era suaves y no rasposas. El olor de alcohol y cloro eran abundantes, tanto que le picó la nariz pero era tolerable.
«¿D-Dónde estoy...?» se preguntó, confundida.
No recordaba completamente lo que sucedió después de haber escapado de los hombres de Gato en el primer descuido. Solo el peso de la lluvia clavarse como agujas sobre su piel, escondida entre los callejones más oscuros que los barrios bajos de la ciudad ofrecían, intentando ocultarse de cualquier persona y no llamar la atención. Sin embargo, sus síntomas no se lo permitieron y cuando menos se lo imagino, un grupo de cinco hombres fueron guiados debido a su esencia, dejándola sin salida y siendo sometida bruscamente por ellos. Desgarraron sus prendas, toquetearon su cuerpo, mordieron su piel...
Intentó mantenerse despierta, era peor cuando se quedaba dormía a merced de ellos pero había pasado días sin comer y sin la droga, su cuerpo comenzaba a dar reacciones ante la falta de ésta, volviéndola vulnerable y débil para defenderse.
Sin embargo había escuchado como alguien soltaba una maldición para luego sentir el cuerpo de uno de esos hombres que la sometían ser empujado con violencia a los basureros cercanos, separando al resto de los hombres de su cuerpo y enfrascarse en una pelea con esos dos desconocidos que apenas alcanzó a ver antes de caer inconsciente.
Apresuradamente se incorporó, asustada, revisando que estuviera bien. Un pañuelo húmedo cayó de su frente. Para su sorpresa, vestía un blusón largo de algodón cuya suavidad le brindó confort. Las ropas que Gato la obligaba a usar siempre eran apretadas y reveladoras. Miró todo el lugar. Era una oficina pequeña, parecía un consultorio. Estaba algo descuidado pero sentía una calidez que añoraba. Sin embargo, no sabía en dónde estaba o si debía escapar. Quizá ahora estaba a merced de esos dos desconocidos que vio antes de desmayarse. Sintió miedo. Había escapado de Gato para ya no vivir el infierno dentro de las paredes de ese burdel, no quería que se repitiera todo otra vez.
Los hombres siempre querían quedarse con ella para tener sexo. Era el único propósito de las Veenas. El síndrome de Exceso de Feromonas causaba que cualquier hombre las deseara y ellas no podían evitarlo, su cuerpo reaccionaba por sí solo. No tenía control sobre sí misma cuando eso sucedía.
La puerta se abrió y Hinata apretó las sábanas contra el pecho, asustada. Ya habían regresado, la oportunidad de escapar se le fue. Ahora debía enfrentar cualquier cosa horrible que ellos la obligaran hacer...
¡Ya despertaste!
Una voz femenina la sacó de los escenarios trágicos en su cabeza para ver la figura que no lograba distinguir por la radiante luz del Sol colándose tras la espalda. Hinata parpadeó, no acostumbraba a ver el día con frecuencia; el burdel de Gato siempre estaba a oscuras y con luces de neón, todas ellas dormían durante el día y trabajaban en la noche.
La mujer dejó la bolsa de papel marrón, cuyo aroma desprender de ésta era delicioso, sobre el escritorio, cerrando la puerta con muchos seguros. Se le acercó con paso lento pero sin dejar de sonreír con dulzura. Algo en ella logró tranquilizarse y el agarre de las sábanas perdió fuerza.
―Uh... ―se sintió tímida, no sabía qué decir.
―Esto debe ser muy confuso para ti, pero descuida, iniciemos lento, ¿okay? ―dijo la dueña de cabello rosa, tomando asiento al otro extremo de la cama―. Mi nombre es Sakura Haruno y soy médico. Por algunas circunstancias fuiste traída a mi consultorio y traté tus síntomas...
Los ojos de Hinata se mostraron temerosos pero Sakura se adelantó a calmarla.
―Tranquila, no voy a delatarte ni hacer nada para lastimarte. No odio a las Veenas. Puedes sentirte segura conmigo.
La de cabello azulado pareció tranquilizarse pues el temblor en sus ojos perlados cesó.
―Sufriste temperatura y daños superficiales en la piel pero nada grave. El medicamento que te aplique ayudó mucho a mejorar tu condición. Aunque debes seguir descansando, no sé por cuánto tiempo estuviste vagando hasta que Shino y Kiba te encontraron...
―¿S-Shino...? ¿Kiba...?
Sakura se dio una cachetada mental por revelar los nombres de los salvadores de la chica. No sabía qué traumas había enfrentado pero por las condiciones de su cuerpo, sabía que no había tenido buenas experiencias.
―No nos preocupemos por ellos, por el momento. Lo importante ahora es que estás a salvo conmigo. Nadie te hará daño, lo prometo.
La sonrisa de Sakura tuvo el poder de casi hacerla sonreír pero apretó los labios en su lugar, asintiendo en silencio.
―Muy bien ―risueña, la de cabello rosado se levantó para traer la bolsa de tonalidad marrón―. Fui a la panadería cerca de mi departamento, el pan de ahí es delicioso. Nos compré el desayuno así que come todo lo que quieras.
Sakura puso la bolsa en el medio de la cama, dándole la opción de escoger. Hinata adentró la mano a la bolsa, escogiendo el primer pan de suave corteza.
―Oh, olvidé la leche. No tardo, estoy segura que deje un litro en el refrigerador... ―musitó la rosada, yendo hacia el otro extremo de la habitación donde un pequeño refrigerador de la mitad de uno original estaba―. ¡Qué suerte!
La médico regresó con dos vasos de plástico que tenía guardados y el dichoso litro de leche. Le sonrió apenada.
―Perdón, estoy seguro que una taza de café sería más acertado pero no tuve tiempo de traer nada, ni siquiera me cambié de ropas cuando me desperté y...
―N-No ―la vocecita de ella hizo que Sakura detuviera sus disculpas para verle. Su voz era hermosa, de hecho, ella era hermosa y ahora que la veía despierta, con esos bonitos ojos semejantes de Lunas llenas, solo confirmaba lo que pensaba―. Y-Yo agradezco todo lo que ha hecho... D-Doctora.
―Llámame Sakura. No tienes que ser tan formal ―la sonrisa de la ojiverde la hizo sonrojar levemente. Era tan amable, de las pocas personas amables que se había topado en esos meses.
Ambas se miraron, ella con una sonrisa tímida apenas asomándose y Sakura con una radiante que tenía el poder de hacerla sentir a salvo de todo mal.
―Ahora que entramos en confianza, ¿me podrías decir tu nombre?
―Ahora eres la número 18. Es así cómo los clientes te llamarán. Tu nombre ya no importa y no se lo darás a nadie a no ser que quieras que tu lengua sea cortada, mocosa.
―Hinata ―respondió―. Mi nombre es Hinata.
―Mucho gusto, Hinata-chan.