
Elección
Gaara se observó al espejo terminando de delinear los alrededores de sus ojos. El cabello aún lo llevaba mojado e incluso su playera se había humedecido debido al exceso de agua y la negligencia de no secarlo adecuadamente. Pero a él no le importó demasiado aquel detalle y continuó arreglando su apariencia. Colocó con tranquilidad todos los aretes en las perforaciones de sus orejas y rasuró cualquier rastro de vello en sus cejas.
Desde que que podía recordar no le gustaba dejarse crecer las cejas por motivos desconocidos, pensaba que quizá se había acostumbrado al aspecto de su rostro sin cejas cuando Kankuro, durante su infancia, le jugó una broma que consistió en depilar completamente sus cejas con la cera de mamá.
Volvió a su habitación y verificó la hora; eran las 5:00 de la mañana, demasiado temprano para ir a trabajar pero el tiempo correcto para evitar a sus hermanos que no tenían el hábito de madrugar.
Tomó sus cosas personales: cartera, identificación, dinero suficiente y las llaves de su viejo auto. No almorzaría pues no le apetecía nada en las mañanas, más acostumbrado al café amargo que Shino le ofrecía siempre al abrir su negocio.
Gaara bajó con velocidad las escaleras para llegar al primer piso, verificando que su hermana mayor no estuviera en la cocina o Kankuro se encontrara durmiendo con la baba de fuera frente al televisor, otra vez; para su buena suerte, no encontró a ninguno de los mayores y pudo deslizarse hasta la salida principal del hogar con total sigilo, colocándose sus botas de aspecto alternativo y saliendo de casa con rumbo a su trabajo.
Pero antes de arribar al negocio de Shino, se pasaría a su lugar favorito para apreciar la salida del Sol y así comenzar su día.
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Tocó las sábanas debajo de ella para cerciorarse que era su realidad y no un sueño.
La habitación no desapareció por más que parpadeó así que se sentó en la cama individual que Sakura le consiguió hace casi tres semanas.
Hinata observó el pequeño lugar que se convirtió en su hogar, reconociendo el espacio. Suspiró llena de alivio al hallarse en la seguridad del departamento de la joven médico.
Aún era demasiado temprano y no lo decía por ver la hora en el reloj, sino porque el Sol aún no se asomaba por los horizontes.
Corrió las cortinas y abrió las ventanas, temblando un poco por el aire mañanero pero le gustó la sensación. Aspiró con profundidad y observó desde de su lugar la apariencia grisácea y llena de luces neón de la zona.
Daba más un aspecto de laberinto con estrechos callejones con pasillos secretos o un inesperado muro; si no se conocía bien el terreno, era natural perderse con facilidad, tal cómo ella lo experimentó cuando escapó de las garras de Gato.
El recuerdo seguía fresco en la memoria de Hinata, dudaba seriamente de olvidar toda su experiencia en manos de aquel proxeneta con facilidad; Sakura le comentaba que sería normal experimentar pesadillas. Le ofreció ayuda para contactar a un psicólogo y ayudarle a superar los traumas vividos. No obstante, Hinata decidió primero recuperarse físicamente y desintoxicarse completamente de la droga que el malnacido de Gato le obligaba a consumir para frenar el Síndrome del Exceso de Feromonas.
Oír el canto de las aves tan cerca la hizo sonreír. En el burdel nunca pudo apreciar las melodías de los pájaros porque todo el lugar estaba siempre lleno de llantos de otras chicas o de la música a todo volumen en el segundo piso donde Gato manejaba el club.
Espantando aquellos malos recuerdos, centrándose en el presente, Hinata cerró la ventana y decidió iniciar el día. Caminó en puntitas para no despertar a Sakura, dormida en la habitación de al lado, hasta llegar al pequeño mueble donde almacenaba algo de ropa que la Haruno le regaló.
Se cambió la ropa de dormir por una blusa holgada de tono negro, unos pescadores de mezclilla bastante sencillos y cómodos. Amarró su largo cabello negro azulado en una coleta alta y ató una pañoleta de color lavanda sobre la cabeza dejando su acostumbrado flequillo junto con los dos largos mechones al los costados de su rostro.
Lo primero que hizo fue checar a Sakura.
Sonrió con cierta ternura al verla completamente destapada, con las colchonetas en el suelo y su cabello rosado tapándole los ojos mientras roncaba suavemente. Se acercó en silencio hasta ella para cobijarla mejor y así no pasar frío. Hinata acomodó unos cuantos mechones del rosáceo cabello sin despertar a la médico.
Pronto Sakura tendría que levantarse pero por el momento la dejaría dormir un poco más, sabía lo mucho que el trabajo consumía a la joven y la responsabilidad con la que la rosada desempeñaba su profesión; ayer ni supo a qué hora fue que llegó Sakura al departamento pero no sospechaba que hubiera sido casi en la madrugada.
Según lo que Sakura le había comentado a Hinata algunos días antes, ésta atendió a muchas chicas Veenas en su consultorio y la mayoría del medicamento que les proporcionaba para calmar los síntomas se agotaron.
Muy en el fondo saber que muchas chicas desprotegidas se encontraban afuera le hicieron sentir a Hinata un enorme peso a su corazón. Quería que ellas también recibieran ayuda pero bastaba ver lo estresada que Sakura se mostraba ante la situación, la cual frustraba por no poder ser capaz de ayudar a todas esas Veenas.
Hinata se llegó a considerar una carga para la médico, Sakura ya tenía suficientes problemas cómo para lidiar con ella ahora, por ello mismo buscó la manera de regresarle el favor. Por el momento encontrar trabajo no era una opción por su condición. Ser una Veena no le aseguraba un buen trato por el resto de la sociedad ni mucho menos la posibilidad de obtener un empleo formal; nunca la aceptarían.
Por dichas razones le propuso a la joven Haruno hacerse cargo de los quehaceres del hogar mientras ésta trabajaba, incluso la convenció de limpiar el consultorio una vez por semana.
La Haruno no aceptó muy bien al principio su propuesta pues le recordó, como médico, que necesitaba descansar para recuperare y no precipitarse por encontrar la manera de pagarle sus atenciones, pero Hinata insistió tanto que la joven no pudo rechazar la oferta.
Fue de esta manera en cómo Hinata se quedó a cargo de los quehaceres domésticos del departamento y limpieza del consultorio.
Le conmovía sinceramente el gesto de Sakura en dejarla vivir con ella, especialmente cuando le contó nada de su pasado. Ni siquiera le dijo su apellido o el por qué terminó en esa ciudad, perdida en las calles de los barrios bajos de Tokio.
Sakura respetaba su espacio y tiempo, no la presionaba; le había dicho que podía hablar cuando ella así lo quisiera. Hinata se vio muchas veces tentada relatar las últimas vivencias pero prefirió callar e intentar lidiar con sus pesares por sí misma. Ésta era su propia lucha, debía salir de aquel túnel oscuro por su cuenta.
Hinata cerró detrás de sí la puerta de la habitación de Sakura para ir a la cocina a poner la tetera para un té. Intentaría preparar algo ligero para desayunar y no importunar el sueño de Sakura.
Su apetito estaba regresando poco a poco, razón por la cual siempre se servía cereal como desayuno aunque la pelirosa no compartía una buena opinión sobre consumir cereal todos los días; Hinata decía que era lo que su estómago podía aceptar en el momento, se aseguraría de probar otras cosas y ver cómo reaccionaba su tolerancia.
Mientras Hinata desayunaba por las mañanas tenía la costumbre de hojear uno de los tantos libros que Sakura tenía en su repisa.
La mayoría eran relacionados a la medicina en general. Tratar de encontrar una explicación de su condición le había motivado a investigar un poco sobre el Exceso de Hormonas. Sin embargo no había mucha información sobre; las investigaciones actuales aún no lograban explicar la raíz del problema.
El Síndrome del Exceso de Hormonas se consideraba uno de los misterios científicos del siglo.
Eso entristecía a Hinata porque realmente quería saber, a profundidad, la razón por la cual precisamente ella desarrolló tales síntomas si nadie en su familia lo padeció antes. Sin embargo, pensar tanto en el tema no era beneficioso, por eso optó por tomar otra opción de lectura.
Ahora mismo estaba leyendo una de las novelas de romance que Sakura tenía, era un drama sencillo y lindo. Hinata sintió mucha envidia de la protagonista por conocer a un sujeto amable, cuya única prioridad era procurar el bienestar de la heroína.
De una de las puertas del apartamento alió una somnolienta Sakura dando pasos de marmota directo al baño mientras se restregaba los ojos con sus manos. Hinata le dedicó una sonrisa en silencio, levantándose del pequeño comedor para terminar de preparar el desayuno que tenía en mente. Hoy haría limpieza en el consultorio, tendría que esperar a Sakura para irse juntas y pasar por la Panadería Momo a comprar algo de pan para comer dentro del consultorio como un postre.
La tetera hirvió y ella sirvió el agua hirviendo en la taza favorita de Sakura con el café de preferencia de la médico, dos cucharadas de azúcar y crema en polvo; el agua sobrante lo vertió en un termo para llevarlo al consultorio. Sakura era una gran fan del café y bebía más de una taza diarias.
La rutina a la cual se adaptó, que le daba esperanza de la posibilidad de volver a reencontrarse con su familia y regresar al pequeño pueblo se estropeó cuando la puerta principal del departamento de la médico, completamente destruida, cayó, dejando ver a dos figuras cuyo rostros se tatuaron en la memoria de Hinata, especialmente la del sujeto de cabellera larga y castaña con un aspecto andrógino. Éste pasó sobre la puerta con delicadeza, casi bailando. Después le siguió el hombre alto, con la mitad de la cara cubierta con una pañoleta de color negro, quien pisó sin el menor de los cuidados los restos de la madera de la puerta, haciendo más destrozos.
Hinata se quedó congelada como un conejo cuando el cazador lo tiene acorralado. Miró a todos lados en busca de una salida pero ellos adivinaron con facilidad sus intenciones. El hombre de bonitas facciones se acercó a ella antes de siquiera ponerse de pie, poniendo uno de los masculinos y largos dedos peligrosamente cerca de su cuello mientras el compañero de éste caminó hasta la puerta de la ducha, con Sakura adentro cantando una canción popular mientras el ruido de la regadera caía.
El sujeto de apariencia ruda y cruel apuntó la puerta de tono caoba con la punta de una metralleta, los ojos teñidos de aburrimiento cuando la observaron. Hinata comprendió la silenciosa amenaza y se tragó el grito ansioso por salir de sus pulmones. El castaño sonrió con un tinte de satisfacción por ver su cooperación.
—Me gustan las mujeres inteligentes como tú, Número 18.
La mención de aquel nombre le trajo malos recuerdos y unas ansías por vomitar. Hinata observó con pavor el impasible rostro del hombre quien lucía completamente relajado, acostumbrado a ese tipo de situaciones.
No tuvo que pensar profundamente para saber con total certeza que dos tipos habían sido enviados por Gato para buscarla.
Tontamente Hinata se imaginó que se había librado de ese pervertido y cruel hombre pero Gato no se quedaría de brazos cruzados. Le tomó tiempo encontrarla pero al fin dio con ella.
Lloró en silencio, tratar de defenderse era estúpido, no quería poner a Sakura en peligro. Bastaba mirar al sujeto armado para darse cuenta que la situación no esta a su favor.
—N-No le hagan nada, por favor —suplicó en voz baja para que solamente el castaño la escuchara—. Iré con ustedes sin poner resistencia, s-solo no le hagan nada a ella…
—¿Lo ves, Zabuza? Te dije que eso iba a ser fácil. No tenías que derribar la puerta —reclamó el hombre joven al dichoso Zabuza quien bufó irritado por ser regañado por una persona con menos estatura que él—. Eres una niña buena, Número 18. Realmente me hace feliz ver que no tendré que lastimar a nadie esta vez.
Hinata asintió, resignada.
—¿Nos vamos? —extendió su mano de manera galante a lo que Hinata aceptó.
Antes de marcharse completamente al lado de ese par de desconocidos se dio cuenta de cómo uno de ellos ponía la silla debajo del picaporte de la puerta para impedir que se abriera desde adentro. Hinata se despidió mentalmente de Sakura, agradeciendo todos los gestos amables que tuvo con ella durante ese corto período de tiempo.
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Zabuza y Haku metieron a la mujer al auto con vidrios polarizados. No tuvieron que amarrarla ya que iba por su propio voluntad; Haku se confiaba mucho de las palabras de la mujer pese a las réplicas del grandulón de Zabuza quien prefería a la femenina atada de pies y manos por si intentaba huir.
Pero Haku le repetía que Hinata no haría nada porque ahora sabían la dirección de su nueva amiga a la cual podrían visitar, otra vez, en caso de cometer alguna estupidez.
—¿Verdad, Número 18?
Ella se limitó a bajar la mirada sobre las manos en su regazo, cerrando los párpados fuertemente cuando el auto comenzó a moverse hacia la calle principal para después ingresar a un atareado carril en una estrecha calle de las zonas menos violentas de los barrios bajos.
Hinata levantó la mirada para mirar a través del vidrio el cielo y el Sol antes de ser encerrada en el sótano con las demás chicas.
Siendo sinceros, Hinata dudaba de quedar absuelta de cualquier castigo que Gato tuviera en mente, no tenía tan buena suerte. Éste debería estar totalmente furioso por su huida, Gato no iba a perdonarla fácilmente.
A sus memorias llegó la figura de a Jirobo, uno de los tanto subordinados del Gato dentro del club y el verdugo principal encargado de castigar a las Veenas cuando no cumplían con sus obligaciones. La idea de que eso le sucediera la hizo estremecerse.
Ese hombre no solamente era aterrador por su aspecto ni por la crueldad que reflejaba por ser el responsable del sufrimiento de las mujeres, también tenía gonorrea y unas feas ampollas en el miembro. Aún así Gato le permitía a Jirobo mantener relaciones sexuales con la mujer castigada obligando al resto a ver la escena, recordándoles quién mandaba en ese lugar y cuales eran sus posiciones.
Hinata nunca tuvo el valor de ver lo que Jirobo le hacía a esas pobres mujeres, siempre cerraba los ojos o desviaba la mirada, ignorando los gritos, los gemidos, las risas de Jirobo y de Gato, sobre todo los sollozos desesperadas de la pobre chica que le suplicaba terminar afuera u no en su interior, solo para que ese par de degenerados solamente se rieran mientras Jirobo aceleraba el ritmo dejando su asquerosa esencia dentro de la mujer que yacía con la mirada perdida sobre la colchoneta, teniendo la completa certeza que toda su vida se terminó.
Se abrazó a sí misma para brindarse consuelo por los recuerdos, tenía mucho miedo. Gato sería capaz de dejarla a merced de Jirobo por todos los problemas causados. Ese hombre se comportaba como un demonio cuando se trataba de dinero. Quizá Gato ahora quisiera deshacerse de ella o peor aún: sería él quien decidiera castigarla en lugar de Jirobo el tiempo suficiente que Gato considerara necesario para hacerla recapacitar y aprender la lección.
Observó los detalles de la puerta del auto. Hinata no pretendía escapar porque estaba en desventaja, no había lugar en todo el país donde estuviera a salvo y no podía volver al lugar de Sakura para no exponerla al peligro. Si por puro milagro lograba escapar y librarse de esos perros cazadores que Gato envió tras ella, estaba completamente segura que nadie querría acoger a una Veena.
Era la misma sociedad que orillaba a todas las mujeres que padecían esa horrible enfermedad a dejar de existir. Constantemente eran ignoradas y maltratadas por los demás.
De poder escoger, Hinata prefería morir a ser la puta de Gato jugara. Pero los rostros de Hanabi y Neji aparecían siempre en su mente cuando tal idea se le cruzaba, tal cómo ahora. La frustración no tardó en invadirla, era tanto que no podía soportar tal impotencia al punto de doler.
Quería gritarles a esos dos hombres por arruinar su pequeño sueño de volver a ser ella, de disfrutar la vida cómo solía hacerlo y enterrar el pasado. Fingir que toda esa pesadilla nunca existió.
Pero esta era la realidad de Hinata. Estaba ahí, en la parte trasera del auto con aquellos dos adelante de camino otra vez a Gato.
El auto se detuvo en un semáforo rojo. Las calles descuidadas y murales de grafitis con símbolos de pandillas se quedaron atrás. El carril en el que se hallaba el auto detenido estaba vacío, suponía que por la hora y el poco tráfico.
La oscuridad todavía los respaldaba.
Inesperadamente el motor de otro auto al lado suyo la despertó. Hinata observó a detalle del vehículo buscando en su memoria el nombre del modelo y año, recordando aquellas tardes al lado de su padre cuando estaban sentados sobre el cofre de su Mustang Clásico observando en la carretera los distintos tipos de autos que pasaban por ahí mientras comían helado de vainilla.
Después de un rato en donde procuró espantar esas memorias por lo doloroso que le resultaban traer de regreso el rostro pacífico de su progenitor Hinata logró reconocer el modelo del auto como un viejo Volkswagen, esa apariencia de escarabajo era fácil de identificar. Era de color negro, sin placas y con algunos detalles en la carrocería pero con un motor funcional. Pero lo que más llamó la atención de Hinata era el cabello rojizo del conductor y su porte recto, totalmente enfocado en el semáforo delante de él.
La mente de Hinata ideó un plan arriesgado.
Esa mañana no tomó los inhibidores que Sakura le recetó. La médico le recalcó muchas veces la importancia de seguir con el tratamiento con puntualidad, sin osar saltarse ni siquiera una dosis pues era elemental continuar con dichas indicaciones para adaptar su cuerpo a la medicina y ayudarla a disminuir los efectos del Exceso de Hormonas.
Miró con atención al semáforo. Éste todavía no cambiaba de color pero lo haría pronto; si iba a hacer lo que tenía en mente debería hacerlo ahora, solo el cielo sabía cuándo podría tener una oportunidad como esa por segunda vez. Echó un vistazo al auto a su costado.
Con todo el valor que reunió en aquel período de tiempo donde se convencía que vivir en el sótano de Gato hasta que ya no pudiera servirle al proxeneta no era lo que deseaba, Hinata se atrevió a salir del auto; ninguno de sus secuestradores puso el seguro —totalmente confiados de que ella no intentaría nada— y corrió a la puerta del copiloto del bocho.
El pelirrojo de mostró sorprendido por la repentina intrusa en su auto pero Hinata no le dio mucho tiempo para comprender la situación.
Ella tomó la mano del chico que descansaba en la palanca de velocidad y la puso sobre uno de sus senos donde estrujó con fuerza para que éste tuviera un contacto cercano con la suavidad de su piel. Hinata notó como las mejillas pálidas del chico se sonrojaban y eso le hizo sentirse confiada en pedir lo siguiente:
—Prometo que te recompensaré si me salvas de esos dos sujetos —le dijo con tono sugerente.
El desconocido que podría salvarle de aquella situación giró la cabeza precisamente a donde los dos sujetos salían del auto. Le escuchó resoplar para mascullar un quedito "Carajo" y luego quitar la mano masculina de su pecho y pisar fondo el acelerador sin esperar el cambio del semáforo.
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—¡Abre ya idiota!
Naruto frunció las doradas rubias cuando escuchó la voz molesta de su mejor amiga al otro lado de la puerta. Quitó la silla que le impedía a la mujer salir y abrió con facilidad para dejar ver a una Sakura completamente enojada, rodeada de una toalla blanca y con el celular en las mano. Ésta salió rápidamente del baño, ignorando su presencia e incluso empujándolo en el proceso.
Vaya manera de agradecerle por interrumpir sus actividades como bombero y acudir directamente a su llamado de auxilio.
—Buenos días para ti también, Sakura-chan —dijo sarcásticamente el rubio, observando a la Haruno ir a su cuarto con rapidez y cambiarse de atuendo.
Naruto él desvió la mirada, no quería ganarse un golpe de la chica por andar de pervertido.
—Ya que estamos tan conversadores el día de hoy... ¿Qué tal si comenzamos a hablar sobre lo que le pasó a tu puerta principal? Está toda destrozada. Y ¿quién te encerró en el baño? Te he dicho muchas veces que este barrio no es el mejor, pudiste haberte mudado a mi edificio y así te mantendría a salvo de cualquier…
—Naruto, ahora mismo no necesito tus consejos así que cállate —gruñó la Haruno, corriendo de aquí para allá.
—Okay, okay —comentó el hombre de corta cabellera rubia, acercándose a la mujer, notando el nerviosismo de ésta—. Luces rara. ¿Qué pasó?
—Se llevaron a Hinata. Mierda. Debí haber puesto más atención... Se la llevaron frente a mis narices y no pude hacer nada...
Sakura pateó con furia la mesa cuya superficie temblorosa removió el líquido del interior de la taza. Naruto solo arqueó una ceja sin entender lo que la mujer decía.
Necesitaba más contexto.
—¿Quién es Hinata? ¿Y quiénes se la llevaron? No te entiendo, Sakura-chan.
—Hace varias semanas un par de hombres llevaron a mi consultorio a una Veena. Decidí tratarla y brindarle ayuda quedándose conmigo. Pero creo... —observó los destrozos en su departamento. Eso no había sido un simple robo, todo estaba intacto. Quien sea que entró a su hogar de esa manera buscaban algo en concreto.
O mejor dicho a alguien. A Hinata.
—Creo que que alguien la ha estado buscando y por fin la encontró. Naruto, tengo que encontrar la manera de ayudarla. Ella... Ella necesita mi ayuda, no puedo dejar las cosas así. Hinata confió en mí, no puedo... —por un momento Sakura parecía a punto de echarse a llorar.
Esa tal Hinata parecía haberse convertido en alguien importante para su amiga.
La mueca de Naruto se tornó seria no solo por la expresión de angustia en el rostro de la mujer que venía amando desde pequeño, sino también por la mención de la palabra Veena.
Una de las razones por las cuales Sakura había decidido abrir su pequeño consultorio en una zona peligrosa como lo era el Barrio Rojo del Bajo Tokio era para brindarle ayuda a las chicas que padecían ese horrible síndrome, dispuesta a hacerles posible el acceso a medicamentos capaces de regular sus síntomas o calmarlas; mismos tratamientos que no recibían por parte de ninguna institución de saludo tanto del gobierno como privada.
Todos en la sociedad detestaban a las Veenas. Eran tan repudiadas que se les llamaban una calumnia.
Incluso el mismo Emperador había ordenado no darle asilo a ninguna de estas mujeres por los grandes problemas que acarreaban.
—¿Me puedes dar una descripción de la chica? Mi unidad y yo quizá podemos encontrarla.
Sakura observó al rubio con sus ojos verde esmeraldas teñidos de sorpresa por tal ofrecimiento. Sabía muy bien que Naruto no era un mal hombre, podía ser idiota y un insensible en cuanto a ciertos temas pero era totalmente honesto. Brindaba ayudaba al que más lo necesitaba. Siempre había sido así.
—¿L-Lo harías? —preguntó con esperanza.
A Sakura de verdad le importaba Hinata, le hacía sentir que por primera vez en su vida estaba remediando los errores de su pasado.
Lo que no hizo con Ino.
—Claro que sí. Esa chica es importante para ti.
—Pero —Sakura temió preguntar. Naruto podía decir con seguridad que él ayudaría pero no sabía sobre el resto de sus compañeros—. ¿Tu unidad aceptará...? No creo que quieran ayudar a una Veena…
—Eso a mi no me importa, Sakura-chan. Veena o no, sigue siendo una persona, un ser humano. El lema de nuestra labor es ayuda siempre al necesitado; si alguno de esos idiotas se niega solo tengo que darles una buena paliza para acomodar sus ideas y seguir las órdenes de su capitán —Naruto se señaló con el dedo pulgar, seguro de sus palabras.
Le dedicó una sonrisa enorme a Sakura. Naruto quería que la mujer confiara en él y se apoyara completamente en su hombro. Aún cuando el principal motivo que lo hizo prestar su ayuda a Sakura era precisamente para quitar esa angustia en el rostro bonito de la mujer pero también quería ayudar a esa Veena. Él sabía lo que era sentirse rechazado, sin hogar a dónde ir y lidiar con el desprecio de la gente.
Naruto no iba a abandonar a una persona que sufría algo similar a lo que él experimentó.
—Gracias, Naruto.
—No me agradezcas todavía, Sakura-chan. ¡Yosh! Vayamos a la estación en lo que me describes a la chica para enviarles un mensaje de emergencia a los chicos. Rápido.
El rubio tomó la mano de Sakura para sacarla de su departamento. No había tiempo que perder.
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Haku sonrió por la situación. Ésta dio un giro completamente inesperado y ellos quedaron como idiotas. Ya podía escuchar a Zabuza decirle una y otra vez, sin descanso —porque a él siempre le gusta tener la razón—: "Te lo dije" cuando no quiso seguir el consejo del asesino en atar las extremidades de la Veena.
—Tengo mucha fe en los demás —se regañó a sí mismo con una pose derrotada.
Delante suyo un sujeto mantenía una acalorada disputa con Zabuza después de que el auto en el que viajaban se estrelló contra la camioneta del tipo cuando perdieron de vista el auto en el que Hinata escapó.
Él hombre parecía a punto de reventar del coraje cuando Zabuza le observaba con total indiferencia. Haku quiso aconsejarle despegarse de Zabuza o lo terminaría matando. Su compañero era de poca paciencia y no dudaba que en esos momentos la irritación lo consumiera no solo por el caos en el que se hallaban metidos sino también por el hecho de que la Veena escapó.
—¡¿Me estás escuchando, cabrón?! —el hombre, molesto por el choque en su camioneta, no dejaba de gritarle al grandulón.
La saliva que éste escupía al hablar le salpicaba en la cara inexpresiva de Zabuza.
—¡¿Cómo pretendes pagar, eh?! ¡Mira lo que le hiciste a mi camioneta! ¡No sé quién de los dos va a pagar pero…! —las quejas del hombre hubieran seguido de no ser por el arma de Zabuza apuntarle directamente a la frente, en medio de las dos cejas.
—Cierra el hocico —gruñó Zabuza como si estuviera lidiando con un mosquito molesto, jalando el del casquillo.
La cabeza del hombre gritón quedó totalmente destruido, ensuciando su traje impecablemente negro y planchado —algo que Haku acostumbrada pues según el castaño tenían una reputación que cuidar— por los restos de hueso y sesos dispersos en el aire.
Las personas en los alrededores gritaron completamente atemorizadas por el violento crimen desencadenado frente a sus ojos y a la luz del día. Muchos prefirieron resguardarse en el interior de sus autos o huir lejos de la zona. Algunos tomaron el valor de llamar a las autoridades para denunciar el asesinato. Tales eventos provocaron a Haku suspirar. Definitivamente todo se debía a la poca paciencia que Zabuza poseía. No solamente perdieron a Número 18, también hicieron una escena de la cual debían escapar antes de que la policía acudiera.
—Pudiste noquearlo —Haku regañó a su compañero cuando ambos subieron nuevamente al auto, ignorando los destrozos en la parte delantera así como del vidrio.
Zabuza quebró el resto del cristal al mascullar que no veía bien, arrancando el motor del auto y comenzando a maniobrar para alejarse del lugar. Éste no mostró ningún sentimiento cuando pasó las llantas por encima del cadáver del hombre tendido en la calle ni dañar gran parte de la carrocería cuando embistió la camioneta que estorbaba.
El auto ni era suyo, no había motivos por los cuales preocuparse.
—Me llenó de saliva —dio como respuesta al comentario de Haku después de manejar un rato y asegurarse que no tenían a ninguna patrulla detrás de ellos.
El castaño se limitó a suspirar con el rostro apoyado sobre el reverso de la mano, observando el paisaje.
—Y la boca le apestaba a alcantarilla.
—A veces se me olvida que eres muy sensible a los olores.
Zabuza le miró por un momento y después se enfocó en el camino sin decir nada. No quería dolores de cabeza tan temprano.
—Tú le dirás de todo esto a Gato —dijo con enfado.
—Lo haré. Asumiré mis errores. No tienes que mencionarlo, Zabuza.
—Esto no habría pasado si hubieras amarrado a la puta. Ahora no tenemos ni idea de a dónde se fue con ese tipo. El carro no tenía placas, será difícil de rastrear.
—No te preocupes por eso. Las Veenas no suelen sobrevivir en estos lares. Y sobre el sujeto —Haku miró al cielo, maravillado de las nubes y lo esponjosas que lucían— no dudo que la deje abandonada en algún punto de la ciudad después de tener sexo con ella—sonrió a su fiel compañero en un intento por armonizar el ambiente dentro del auto pese a los gruñidos que el asesino soltaba.
—Hay que atraparla antes de que Seguridad Pública intervenga con ese puto departamento llamado Paradise que las recluta. Si se adelantan y logran dar con ella, estamos jodidos. Gato querrá su dinero de vuelta, al igual que nuestras cabeza —rugió Zabuza cual fiera enjaulada cuando tuvieron que detenerse por otro semáforo en rojo.
Haku recargó su cabeza en el respaldo del asiento con los ojos cerrados en una mueca de total concentración.
—Si Paradise interviene, sin duda sería un problema. Nunca podríamos sacarla de ahí. Los agentes que trabajan en ese departamento son los únicos que se preocupan por las Veenas.
—Más bien querrás decir que saben darle otro uso a las Veenas para ganarse plata. Aunque si me lo preguntas, no veo la diferencia. Salvo que ellos lo llaman un trabajo honrado e intentan convencer a esas golfas que realmente así lo es. Sea en Paradise o en un burdel, son lo mismo. Una putas.
—Shhh, Zabuza, lenguaje. Ofendes a tu madre cada vez hablas así —una sonrisa cruel se asomó en los labios de Haku—, recuerda que tu madre también fue una puta.
—Bastardo —insultó el otro pero sin evitar soltar una risa ronca por el agrío humor de Haku.
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Gaara detuvo las manos de la mujer cuando ésta se montó en un rápido movimiento a su regazo. Le miró con profundidad, incluso sin sus cejas era notoria su irritación.
Hinata parpadeó confundida de que el pelirrojo detuviera sus intenciones en especial cuando fue ella misma la que le propuso tal acuerdo.
—¿P-Pasa algo? —preguntó sin mostrar inseguridad en su tono.
Quizá la razón por la cual el pelirrojo no respondía a sus caricias era la vestimenta que usaba, la cual siendo sincera no era nada atractiva. Temerosa de que ésta la entregara a las autoridades o la abandonara a su suerte en un lugar que no conocía Hinata se alzó la blusa, dejando ver la piel tersa de su vientre, sin embargo las manos del hombre bajo suyo la detuvieron.
—No tienes que hacer esto —la voz del pelirrojo era tranquila y ronca, algo que le hizo sonrojar involuntariamente—. Si querías que te salvara bastaba que lo hubieras pedido. No necesitas pagarme de esta manera.
Hinata bajó la mirada avergonzada. Le era complicado confiar en las palabras de ese extraño debido a sus malas experiencias pasadas. Ella más que nadie sabía que todos los hombres siempre buscaban sexo y cuando quedaban satisfechos, todas esas promesas hechas en medio de la lujuria eran olvidadas. Ninguno de aquellos hombres que le juraron salvarle del infierno que vivía en manos de Gato cumplía su palabra. Ya fuera que nunca volvían a mostrar la cara o si en caso de hacerlo fingían no recordarla, asegurando ser esa la primera vez que se conocían.
De ese modo Hinata aprendió a no creerle a los hombres. Tenía justas razones por las cuales era tan desconfiada del sexo opuesto.
Aún sin las intenciones del pelirrojo fueran genuinas, ella no podía creerle tan fácilmente. Siempre tendría dudas. Por ahora se mostraba de esa manera, indiferente a su propuesta pero estaba segura que más adelante le exigiría algo a cambio. Pronto su aroma lo enloquecería y daría a conocer su verdadera naturaleza. Como todos.
Pero Hinata en esos momentos no tenía muchas opciones a su favor. Era quedarse con el pelirrojo —aún sin confiar del todo en él— o vagar en las calles como la última vez, arriesgándose a ser atacada.
—Necesito encontrar a una persona —confesó después de unos minutos de meditación, aún sin removerse del regazo del hombre.
El pelirrojo le vio con cara cuya expresión ella pudo interpretar como un: "¿Y a mí qué…?".
—Si me ayudas... —se mordió los labios antes de terminar la oración—. Si me ayudas... P-Prometo hacer lo que quieras.
Los ojos de tonalidad aqua le observaron por un larguísimo rato y se sintió tan nerviosa, no solo era la profundidad de sus ojos sino la cercanía y el cómo el calor del cuerpo masculina comenzaba a adormecer su sentido de alerta. Esa era la primera vez que le sucedía tal cosa, sentirse segura en los brazos de un hombre.
—¿Lo que quiera?
Hinata tragó saliva y luego asintió.
—L-Lo que quieras…
—¿Lo que quiera, ah? —miró por un segundo su regazo para después volver a verla. Hinata esperaba lo peor—. Quítate de mi regazo —ordenó con simpleza.
Hinata se asombró que éste no le pidiera un fellatio o algo similar.
—No me eres del todo indiferente, eres atractiva —comentó con total honestidad el pelirrojo— pero eres una Veena y no me gustaría tratarte como una. El sexo sin consentimiento no es de mi agrado ni tampoco soy fan del exhibicionismo para tomarte en pleno día y en mi coche —la explicación tan tranquila por parte de él encendió las mejillas de Hinata.
—E-Entiendo —ella se quitó de inmediato de encima del pelirrojo, acomodándose en el asiento, del copiloto aún avergonzada.
—Por cierto —el pelirrojo se giró a verla—. Soy Gaara —se presentó al momento de prender el motor. Luego la miró—. ¿Tienes nombre o prefieres que no lo sepa?
—H-Hinata —respondió con timidez.
—Hinata —pronunció su nombre como si lo saboreara—. So, Hinata, ¿sabes el nombre de la persona a la que quieres encontrar?
—Es una doctora —compartió lo que sabía—. S-Se llama Sakura Haruno.
—Ni idea de quién es —respondió Gaara a la brevedad, sin nadie que le llegara a la mente con ese nombre.
Puso en marcha el auto para salir del recóndito callejón, revisando a todos lados para cerciorarse que nadie los estuviera siguiendo.
—¿Otra persona que conozcas? De preferencia alguien que yo también pueda conocer.
Hinata negó con suavidad. Sakura no le dejaba salir mucho y en caso de ser así ésta siempre la acompañaba al tener presente que no podía aún andar sola por las calles, menos en su estado actual.
—Así que buscamos una aguja en un pajal —Gaara dejó salir un suspiro hondo.
Echó un vistazo al reloj en su muñeca y notó que ya era hora de trabajar.
Y pensando en el trabajo la imagen del sociable y salvaje Kiba Inuzuka le llegó a la cabeza. A comparación de su jefe, Shino, el castaño era bastante popular en el barrio. Todos le conocían y él parecía conocer a todos. Quizá Kiba sabría quién era la tal Sakura Haruno que Hinata estaba buscando.
Pese a su esfuerzo por concentrarse meramente en el camino y no en la calidez de la mujer tatuada en su cerebro y lo placentero que se sintió tenerla cerca de su pelvis, Gaara necesitaba llegar rápido al negocio de Shino para mantenerse en control y donde alguien pudiera darle una paliza en caso de perder el control sobre sí mismo a causa de las sensaciones que la Veena podría causarle.
Shino con regularidad recibía a Veenas en su negocio y sabía lidiar alrededor de ellas, no dudaba que él pudiera ayudar a Hinata.
—No me queda de otra que llevarte a mi trabajo —la cara de espanto de Hinata fue imposible de ignorar. Él bufó —. No puedo faltar, perdón —dictaminó. Ayudaría a la mujer pero eso no quería decir que le diera prioridad. Gaara tenía su vida y le estaba dando un orden, no podía dejar que todo se fuera al caño por una mujer de bonita cara y aroma seductivo—. Tranquila, el sujeto para el que trabajo es silencioso, comprensivo y tranquilo. Es algo alternativo y puede dar miedo la primera vez pero no es violento, al menos cuando no lo haces enojar porque esa es otra historia.
—Yo… —Hinata se mostraba insegura ante la propuesta del pelirrojo.
Para ella ya era un logro soportar la presencia de Gaara como para aceptar ir a un espacio con más hombres. Al no consumir su dosis diaria del tratamiento Hinata se estaba dando cuenta de cómo estaban reaccionando sus hormonas ante la compañía masculina.
El no haber tenido sexo durante las semanas en que estuvo bajo el cuidado de Sakura podían ser un factor negativo. Nunca había estado tanto tiempo en celibato y no sabía cómo eso podría reaccionar en sus síntomas.
—Nadie te hará nada, lo prometo —Gaara se aseguró de calmar la ansiedad en la mujer. Era demasiado fácil de leer—. Shino es alguien raro pero nunca se atrevería a hacerle daño a nadie, especialmente a una mujer y Kiba, aunque es alguien ruidoso y busca problemas, es buen sujeto. Ninguno de ellos te pondrían un dedo encima.
Hinata observó al pelirrojo con sorpresa cuando éste mencionó aquel par de nombres que no le eran del todo desconocidos. Ya había escuchado de ellos cuando Sakura le contó cómo dos sujetos la trajeron a su consultorio, pagando al día siguiente por la consulta y el hospedaje en el consultorio.
En un principio tuvo el deseo por conocerlos y agradecerles debidamente la ayuda —pues no dudaba que si no hubieran intervenido ella estaría muerta—. Aún así no estaba del todo segura de presentarse frente a dos desconocidos que la llevaron hasta Sakura en un deplorable estado.
—¿C-Conoces a esas personas?
—Sí —respondió—. ¿Tú también los conoces?
Hinata asintió, apretando sus manos contra la tela del pescador.
—E-Ellos me salvaron.
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Prendió el cigarrillo mientras se dedicaba a escuchar lo sucedido en los interiores de aquel motel de mal gusto con el diminuto aparato cuya apariencia se asemejaría con el de un audífono. Era gracioso que el hombre que reía con regocijo y gemía por cómo esa "ardiente pelirroja" le tocaba pasara, de un momento a otro, a gritar como poseído e implorar piedad. Los gritos para nada masculinos se mezclaban con las palabras vulgares que la mujer que le acompañaba en esos momentos soltaba.
Menma miró el reloj en su muñeca, contando los minutos desde que estaba ahí. El cigarro que fumaba era el tercero. Esa Tayuya se estaba tomando su tiempo, parecía haberse olvidado del propósito verdadero de la misión al caer bajo las provocaciones del sujeto del cual tenían que encargarse el día de hoy.
Llevó una mano al aparato escondido en su oído para llamar la atención de su compañera del día para recalcarle la misión.
—Tayuya, la misión es sacarle información, no las tripas —dijo por el comunicador.
Cuando no recibió una respuesta rápida, Menma bufó para después usar su as bajo la manga, el que siempre funcionaba con la mayoría de las Veenas.
—Si no bajas en los próximos 30 segundos le diré al viejo de Kakashi que te descuente tu salario por no seguir las órdenes de tu superior.
—Ya voy —de forma inmediata y de mala manera, como si la hubieran interrumpido en algo importante, respondió Tayuya desde el otro lado de la línea privada.
Desde su posición Menma escuchó el eco de los pasos provenir desde las escaleras ocultas detrás de la puerta metálica tono rojizo del motel. Ésta se abrió con violencia revelando la figura de una atractiva pelirroja que intentaba acomodarse el corto vestido que llevaba puesto sin dejar de limpiarse los labios como si hubiera probado la peor basura del mundo.
Ni siquiera parecía preocupada por haber manchada gran parte de su cara con el colorete carmesí que usó para la misión.
—Aquí está —bufó Tayuya al llegar con el azabache y entregarle un papel con la información que le sacó al hombre allá arriba.
Menma tomó el papel sin moverse de su posición para leer rápidamente su contenido y verificar su autenticidad.
—Te diría que hiciste un buen trabajo pero me ahorraré el halago —masculló el azabache cuando se metió el dichoso papel en el interior de su saco, arrojando la colilla del cigarro y pisándolo.
Sin esperar una respuesta por parte de Tayuya, él caminó hacia adelante para salir de aquel apretado callejón oculto en la parte trasera del motel.
La pelirroja solo resopló al seguirle el paso a Menma, caminando con cuidado de no estropear intentando los tacones o sino esa maldita vieja de Anko la regañaría por otra vez no cuidar debidamente los accesorios de espionaje, amenazando con cobrarle el daño a través de su suelo y así recuperar las perdidas.
—El hijo de puta se atrevió a decir que tenía las tetas pequeñas —se quejó Tayuya después de un rato que se habían alejado lo suficiente para no levantar sospechas—. Y él era el del pito diminuto.
Menma prefirió ignorar las descripciones detalles de la pelirroja sobre el cuerpo del hombre al que le aplicaron en una Honey Tramp.
La pelirroja por su parte sonrió de una manera maliciosa cuando sacó del interior del pequeño bolso que llevaba consigo un juego de fotografías bastante comprometedoras.
—¿Cuánto crees que me dará la esposa de ese pito corto sí le envió éstas?
—La organización solo necesitaba la información —recordó Menma, no preocupándose por los negocios externos que Tayuya pudiera hacer gracias su extorsión a hombres casados. Él ya tenía lo que se le había pedido.
Después de un rato de caminar por esas encrucijadas callejuelas ambos llegando a la parte más desolada y oculta donde mantenían el auto de Menma estacionado.
—Siéntete libre de hacer lo que quieras respecto a eso —le dijo después de un rato.
Las Veenas podían hacer lo que ellas quisieran con el resto de la información no esencial en una misión.
—¡Yuhu! —celebró Tayuya cuando obtuvo el permiso de Menma.
Menma ignoró el entusiasmo de su compañera. Ya adentro del auto él le dedicó una mirada profunda a Tayuya que se mostró confundida por el gesto del agente.
—¿Qué? —preguntó.
—¿Te protegiste, verdad?
Las mejillas de Tayuya se encendieron de por lo directo de la pregunta para luego fruncir el ceño y fulminar la figura del azabache por hacer ese tipo de preguntas tan estúpidas.
—¡Claro que me protegí, idiota! —gritó ofendida. Toda Veena sabía el riesgo de contagios de enfermedades o la posibilidad de quedar embarazada. No necesitaba que nadie se lo recordara—. Aunque el tipo ni siquiera llenó el condón —masculló al desviar la mirada con una clara mueca de decepción y aburrimiento.
Menma hizo una mueca de asco.
—¡Tú preguntaste, idiota! —espetó cuando le vio.
—No grites —Menma bufó, mirándole con las cejas fruncidas como si la pelirroja hubiera hecho algo incorrecto—. Cuando gritas y no quiero nada de tu ADN ni el del tipo en ninguna parte de mi auto. Gracias.
—Me gustaría ver si opinas lo mismo después de ver lo que esta boquita sabe hacer —se burlón Tayuya cuando sacó una goma de mascar para llevarla a la boca.
—No, gracias —contestó Menma, totalmente indiferente.
La pelirroja solo cruzó los brazos pero le hizo caso pero no dijo nada más y Menma se dedicó a sacar para integrarse a las transeúntes calles de Akihabara llenas siempre de extranjeros. Era un lugar popular donde era fácil encontrar Veenas dispuestas a satisfacer a cualquiera con tal de ganar algo de dinero. No solamente era la cultura japonesa la principal razón de por qué a muchos turistas les encantaba visitar Japón sino también por la fantasía que el país nipón ofrecía: una experiencia única que sola las Veenas podían brindar.
El Emperador y los propios Ministros podrían decir basura sobre las Veenas pero ellos sabían muy bien que ellas eran una de las principales atracciones del país que dejaban ganancias. Por ello el gobierno había establecido que los únicos oficios que las Veenas podían ejercer era la prostitución.
Las Veenas eran un lujo exclusivo de Japón, no se hallaban en otro lugar. Por lo menos no el alto nivel que Japón presentaba en los reportes anuales de natalidad.
Tayuya creció en Akibahara, esa era la información que Paradise tenía sobre ella. Por eso era la más adecuada para realizar misiones en aquella zona. Era su territorio. No solo sabía atajos, escondites preferidos por los mafiosos o los peces gordos que gustaban visitar esos lares después de mostrarse a la sociedad como hombres ejemplares, también tenía conexiones e informantes que ayudaban mucho con sus misiones.
La pelirroja podría ser una boca sucia que dejaría en vergüenza a un pirata de agua salada pero cumplía bien sin tantas complicaciones y no lloraba por cómo la trataba. No era como las novatas que recién comenzaba a trabajar en Paradise como equipo de soporte para los agentes. Mismas que no tuvo que entrenar personalmente.
Detestaba que, después de fingirse completamente inocentes, comenzaran a intentar seducirlo con sus feromonas. A Obito y a Shisui, sus superiores, eso no parecía molestarles; les encantaba siempre estar rodeado de lindas Veenas que les llamaban "Senpai" cada vez que tenían dudas o fingían no saber nada.
El sonido de su celular inundó el lugar. Menma sabía quién era por el tono, escogido exclusivamente para ignorar a Naruto, su hermano, cuando éste llamara. Ésta era la primera vez en varias semanas que le contactaba después de que éste le reclamara siempre intervenir con su vida privada, algo que realmente a Menma le enfureció pues le había ayudado a no ser una víctima de esa sanguijuela llamada Kin que lo único que hacía era sacarle dinero.
Ese idiota debía ser más agradecido.
—Es tu hermano —Tayuya señaló lo obvio. En la pantalla del celular se podía leer un claro "Idiota Mayor"—. ¿Quieres que conteste? Puedo fingir que tengo sexo contigo para traumarlo.
—Paso —respondió de manera cortante el azabache.
El celular continúo sonando y él no mostró claras señales de querer responder.
—Me haré del rogar. Eso le pasa por malagradecido —masculló, dando vuelta en una esquina.
Sin embargo el sonidito volvió a escucharse y más llamadas entrantes del "Idiota Mayor" sonaron una y otra vez, jugando con la paciencia del Menma que se limitaba a suspirar para no perder la concentración ni prestarse a las provocaciones de Naruto.
Pero Tayuya no poseía la paciencia de un monje tibetano y tirar el celular por la ventana si no contestaba de una maldita vez.
—¿Qué? —respondió por fin a la llamada.
Al otro lado de la línea logró reconocer los gritos de su hermano, sonaba como si estuviera discutiendo con alguien igual de irritable que él. No tardó en ubicar la voz femenina como la de Sakura.
Oh, esos dos juntos le daban jaqueca.
—¿Hola? ¿Menma? ¿Estás ahí? —preguntó la mujer de cabello rosado.
Menma gruñó.
—Lamentablemente, sí. ¿Qué quieres, Cabello de Chicle? —preguntó sin muchos ánimos, deteniendo el auto en un cruce donde niños con adorables uniformes pasaban tomados de la mano y guiados por su maestra.
Escuchó a la mujer suspirar, quizá buscando serenidad para no gritarle. Menma no ignoró la primera señal; si Sakura no lo estaba dejando sordo por sus gritos suponía que había algo importante que ésta quería decirle como para marcarle desde el celular de Naruto.
—Necesito tu ayuda —dijo son seriedad la mujer al otro lado.
—¿Mi ayuda?
—Se trata de una chica…
—Los consejos amorosos no son lo mío. Aunque me alegra que hayas dejado de arrastrarte por el Uchiha y salir del closet…
—¡No se trata de eso, imbécil! ¡Deja las bromas de mal gusto para otro momento y escucha lo que te tengo que decir! —a pesar del grito que estaba seguro le rompió el tímpano, Menma pudo percibir cierto temblor en el tono de Sakura—. E-Es serio, Menma.
—Si es algo serio entonces ve al grano, Haruno. No tengo todo el día.
—Se trata de una Veena…
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—Llegamos —anunció Gaara cuando estacionó el Volkswagen frente a un local en medio de dos complejos departamentales.
Hinata leyó Tattos & Piercings con mariposas pintadas en el vidrio alrededor del anuncio. Ese toque le resultó lindo.
—Bien —Gaara apagó el motor y se quitó el cinturón de seguridad. Ella quiso hacer lo mismo pero él se lo impidió—. Espera —se adelantó a que la mujer hiciera un movimiento.
Ella le miró sin entender.
—Necesito abrirte yo desde afuera. La puerta no funciona bien, no dudo que cuando te subiste a mi auto sin previo aviso pudo haberse estropeado algo —se encargó de explicar Gaara para bajarse después.
Hinata se quedó quieta en su lugar, sin atreverse a tocar nada por el miedo de romper algo. No tenía ni un mísero yen, lo que menos necesitaba en esos momentos era tener una deuda con el pelirrojo.
Al observar a Gaara rodear el auto por el frente, teniendo una amplia visión del cuerpo del pelirrojo, Hinata se pudo dar cuenta de lo alto que era. También de lo atractivo que lucía con esas ropas, en especial con la camiseta tono negro que se pegaba a los músculos moldeados debajo de la prenda. Ella bajó la mirada con las mejillas encendidas por el rumbo de sus pensamientos.
El calorcillo entre sus piernas comenzaba a tornarse molesto e inquietante. Necesitaba rápido contactar a Sakura o habría problemas muy serios si la situación en su intimidad continuaba.
Gaara llegó a la puerta de la mujer y notó la leve agitación en su cuerpo. Por su propio bienestar así como el de ella, ignoró tal reacción para abrirle la puerta que, tal cómo predijo, se atascó por un momento, obligándolo a ejercer más fuerza. Al final lo logró e Hinata bajó del auto cabizbaja y diciéndole un "Gracias" bastante bajo. Él solo asintió mientras se dedicaba a cerrar nuevamente el auto y luego encaminarse hacia la puerta del negocio, con la figura de Hinata detrás suyo guardando una prudente distancia.
Hinata nunca había estado en un estudio de tatuajes. La idea de siquiera asistir a uno alarmaría a sus padres que siempre se mostraron conversadores en ciertos aspectos; los tatuajes eran uno de ellos debido a la mala fama que los usuarios de estos acarreaban, en su mayoría mafiosos o criminales. Confesaba haberse comportado prejuiciosa durante el camino pero ahora que estaba ahí se daba cuenta de lo ignorante que había sido sobre esos lugares.
El estudio estaba completamente en orden, sus paredes estaban pintadas de un azul grisáceo y había macetas con hermosas plantas en cada rincón del lugar; una pequeña sala donde los clientes esperaban estaba colocada al fondo derecho donde se apreciaba la comodidad de los sillones tapizados con cuero de tonalidad negra, en el centro se hallaba una mesita de cristal con un pequeño cactus en el medio de ésta. Además también había repisa con unos cuantos libros sobre ésta. Desde su lugar pudo alcanzar a reconocer el título de uno de ellos, Frankenstein y lo que parecía ser una enciclopedia sobre Mariposas del Mundo.
—Espera aquí —le indicó Gaara al señalar el sofá más cercano—. Puedes sentarte.
Gaara desapareció en una puerta más adelante, dejándola en completa soledad. Por un momento imaginó que los nervios la comería y su pie comenzaría a pegar el piso en un ritmo frenético pero se halló, para su sorpresa, relajada por la presencia de la vegetación en el lugar. Una flor en especial, encima de lo que parecía ser la recepción del lugar, atrajo completamente su atención para acercarse y estudiar detalladamente las características del ejemplar de colores llamativos e interesante forma.
Hinata pudo reconocerla.
—Trompeta del Diablo.
—¿Te gustan las flores?
Una a su costado la hizo brincar en su sitio para mirar de donde vino tal voz. Se encontró con el rostro serio de un hombre de apariencia joven cuyos ojos estaban ocultos detrás de unas gafas redondas de tonalidad negra. Vestía ropas que le daban un aspecto formal y misterioso al mismo tiempo, completamente diferente al estilo de Gaara pues a comparación de éste que usaba una playera de algodón, el dueño de las gafas portaba una camisa de vestir tonalidad blanca cuyas estaban subidas a la altura de sus codos, dando a relevar unos fuertes antebrazos llenos de tatuajes con distintos diseños de insectos. Y el cabello, negro, lo llevaba en alto chongo con los costados rapados a un estilo mohicano además que a su lugar le llegó la colonia masculina.
No supo en qué momento se le quedo observando con una extraña fascinación el movimiento que hacían esos músculos al limpiarse las manos con un pañuelo desechable. Aun con la tinta en la piel, Hinata pudo notar cómo las venas lograban sobresalir.
—L-Lo siento, no pretendía… —desvió la mirada para no ser atrapada observando como una embobaba al hombre.
—No tienes por qué disculparte. Me gusta cuando alguien aprecia mis flores —dijo con total tranquilidad el de gafas. Su voz era seria pero de algún modo Hinata encontró cierta serenidad en su tono—. Cobro por hacer tatuajes, no porque vean mis flores —explicó, tirando el pañuelo en un contenedor de basura cercano—. De hecho, estoy impresionado que reconozcas esta especie. La mayoría suele confundirla con otras especies o se equivocan al tratar de adivinar su verdadero nombre. Trompeta del Diablo, es un nombre le da un toque artístico y casi poético —Hinata podía decir con total seguridad que si él le explicaba todo lo relacionado a esa flor nunca se aburriría. No solamente porque se trataba de flores, algo que amaba, sino también por su tono de voz perfecto para explicar cosas o contar cuentos—. ¿Te gusta la jardinería?
—A-Algo así —susurró buscando otro punto que no se tratara del rostro atractivo del hombre.
Hinata tenía miedo de cómo su cuerpo estaba reaccionando. Era similar a aquellas veces cuando un cliente que la pedía le resultaba atractivo. Aunque eso no borraba los maltratos ni la manera cruel en cómo era tomada.
—Tienes un mejor aspecto. Más saludable —cumplimentó el hombre, dando un ligero asentimiento como si aprobara su apariencia—. La última vez que te vi no estabas en buenas condiciones.
—S-Sakura-san me comentó que usted y su amigo me salvaron… —empezó a jugar con las orillas de su playera holgada al no saber cómo comportarse en esos momentos—. L-Lamento no agradecerles apropiadamente. T-Todo este tiempo no he salido de casa sin que Sakura-san me acompañe —hizo una educada reverencia, con las manos juntas al frente y totalmente agradecida—. N-No solo por haberme salvado en ese callejón, también por haber pagado los gastos médicos. P-Prometo que en cuanto me encuentre mejor, pagaré todo —se apresuró en aclarar.
—¿Con efectivo o de la misma manera que querías pagarme a mí? —cuestionó Gaara con curiosidad si la mujer se comportaría con Shino cómo lo hizo con él cuando se encontraron.
—E-En efectivo, por supuesto —se encargó de clarificar Hinata rápidamente, totalmente abochornada por su modo de actuar cuando entró al auto del pelirrojo.
El hombre de tatuajes no pareció interesado en indagar sobre aquel suceso, cosa que Hinata agradeció profundamente pues no sabía cómo explicar sus intenciones.
—Si no puedes salir sin la doctora Haruno, ¿qué haces aquí acompañada de Gaara?
Hinata quiso responder por ella misma pero no sabía cómo comenzar. También se halló en conflicto si confiar en el hombre a pesar de su calmada actitud.
Era verdad que ese hombre no solo le había salvado de ser ultrajada por unos desconocidos cuando se encontró vulnerable sino también éste pagó parte de sus gastos médicos. Pero tenía miedo. Nadie actuaba por el bien del otro sin esperar nada a cambio. Eso había aprendido todo ese tiempo. Sakura había sido una excepción pero los hombres eran otra historia. Si al final de todo la amabilidad del sujeto era pura actuación, ella más que nadie sabía el resultado final o cuál sería el costo por tan buenas acciones.
Las Veenas eran usadas con un solo propósito.
Sexo.
—Escapó de unos tipos peligrosos —la voz de Gaara interrumpió los temores internos de Hinata.
—¿Y tú la ayudaste? —preguntó el de gafas.
—Podría decirse —contestó—. Aunque fue ella la que se trepó a mi auto, puso una de mis manos en uno de sus senos y me dijo que me recompensaría si la sacaba de su apuro —explicó sin burla o la intención de humillarla.
—U-Una disculpa por eso. Yo... —el recuerdo de estar a punto de regresar a las garras de Gato le aflojaron la tensión que llevaba encima al punto de humedecerle los ojos—. Yo no quería volver a ese lugar…
—¿Te refieres al lugar del cual escapaste? —preguntó el mohicano.
—Sí —Hinata asintió, respirando hondo para guardar la compostura—. El burdel. Nos iban a transportar a otra localidad. En cuando vi la oportunidad de huir, b-bueno... No dude en correr todo lo que mis pies pudieran soportar...
—Ya veo.
—Dice que Kiba y tú la salvaron —Gaara trajo a la conversación tan importante detalle.
—Así es —el susodicho ajustó sus gafas sin permitir que sus ojos se revelaran—. Vimos cómo un grupo de bastardos querían aprovecharse de ella. Kiba fue quien dio el primer golpe, después me sumí yo. Cuando los terminamos nos dirigimos al consultorio de la doctora Sakura para que la revisara. Era la más cercana y de las pocas médicos que acepta atender Veenas.
—Pues es esa dichosa Sakura la que está buscando. No tiene idea en dónde vive.
—Entiendo. Es por eso que la trajiste a mi lugar.
—Pensé que era lo mejor.
—Elegiste la opción más acertada —asintió—. No te preocupes, me encargaré de arreglar todo esto. En lo que me encargo de la señorita y logró contactar a la doctora Sakura, por favor prepara las herramientas. Hoy Konan llegará tarde y tiene una cita en media hora. Dejaré que tú te encargues. Es una perforación de ombligo, confío en que lo harás bien.
—De acuerdo, iré a preparar las cosas.
—Muy bien.
Aunque Hinata no estaba totalmente familiarizada con Gaara pues aún eran unos completos desconocidos, la presencia del pelirrojo le calmaba un poco cuando éste se mostró reacio a sucumbir a su juego de seducción —que más bien lo llamaba la manera milagrosa en la que logró escapar de los perros cazadores de Gato—. Sin embargo, Shino era alguien nuevo, un completo extraño con aura misteriosa de la cual no podía adivinar sus intenciones.
Era complicado de leer.
—¿Prefieres té o café? —preguntó de repente Shino.
Ella le miró sin saber qué decir. Shino se encargó de tranquilizarla sin presionarla, parecía acostumbrado, quizá no era la primera vez que lidiaba con Veenas.
—Puedes relajarte, no te haré nada —le dijo con suavidad—. Y si llegara a hacerlo, siéntete con la libertad de usar esa katana —señaló el arma que colgaba de la puerta principal, encima del umbral, dentro de su elegante y artesanal estuche.
Hinata tragó en seco. Ese hombre no tenía que exagerar tanto, nunca había asesinado ni lastimado a nadie y no lo haría.
Bueno, eso creía.
—N-No, gracias, n-no creo que usted me haga algo, Shino-san…
—Puedes tutearme. Asumo ambos tenemos la misma edad.
—¿P-Por qué lo dice?
—Es una corazonada. Entonces: ¿Té o café?
—T-Té estaría bien, g-gracias.
—¿Deseas un sabor en particular?
—¿Hierbabuena…?
Por primera vez en lo que estaba en el local vio al hombre mostrar una pequeña pero sincera sonrisa. Las mejillas de Hinata se sonrojaron por tal gesto. Quiso jalarse de sus cabellos por no entender por qué estaba reaccionando de tal manera.
—Entendido. Toma asiento, en un minuto te lo traeré —antes de desaparecer por una puerta que imaginaba conducía a una especie de cocina, Shino se detuvo para verla—. Es posible que un tipo con apariencia de hombre loco aparezca. No debes asustarte, es Kiba. Siempre trae a su perro, Akamaru, pero está entrenado, no te hará daño. No obstante, si Kiba empieza a coquetear contigo al punto de incomodarte puedes gritar con confianza, estaré de vuelta en cuestión de segundos para recordarle sus modales —le dijo al desaparecer, cerrando la puerta detrás de sí.
Como si la voz del azabache poseyera poderes hipnóticos Hinata tomó asiento en la pequeña sala, otra vez. Sin embargo esta vez la presión en su intimidad era más alarmante. Tuvo que apretar más las piernas, dándose cuenta de la presencia de cierta humedad, algo que la horrorizó completamente. En lugar de haberse quedado como idiota escuchando a Shino, debió haber pedido un teléfono para contactar a Sakura y decirle dónde se hallaba o comentarle que estaba en el salón de tatuajes de Shino.
En cambio se había idiotizado por la esencia masculina de Shino y con su porte misterioso. Nunca sintió tanta curiosidad por ningún hombre, especialmente por la apariencia de sus brazos al punto de hacerle cuestionarse cómo se sentirían cuando rodearan su cintura al momento en que ingresara…
«¡No, no, no, no, no! ¡No!» Hinata agitó su cabeza, espantando aquellos pensamientos nada lúcidos.
Debía mantener la racionalidad, las hormonas esta vez no le nublarían su juicio.
La campanilla del local interrumpió su monólogo interno. Por inercia vio la figura de otro hombre y de alguna manera la descripción que Shino le dijo sobre Kiba era, hasta cierto punto, acertada.
Hinata realmente esperó toparse con alguien así de peludo para llamarlo un hombre lobo. Sus mejillas se sonrojaron nuevamente por percibir la apariencia atractiva y salvaje del espécimen masculino frente a sus ojos que al retirar su gorra oscura para revelar el cabello color chocolate y desalineado, le dio la impresión que se trataba de un cazador cuya vida siempre habían sido los bosques, como un leñador sexy que cazaba para alimentar a su familia. Trató ruidosamente por aquellas ideas en su cabeza, no dudaba que éstas eran el producto de leer tanta historia romántica de la colección de Sakura.
Lo que la hizo casi ahogarse sin duda fue cuando le vio quitarse la chaqueta de mezclilla que usaba para revelar una simple playera de algodón color vino que dejaba notar de manera nada prudente las siluetas de unos músculos definidos.
Hinata se hallaba tan enfrascada en la apariencia del recién llegado que no se dio cuenta cuando el perro de pelaje blanco apoyó su hocico en su regazo. Esto la sorprendió, especialmente por lo suavecito que era. Al mirar al can se asombró por el tamaño de éste pero también sintió una intensa ternura por esos ojos negros posarse en ella así como la cola moverse de un lado a otro, notablemente feliz.
—Hola —saludo al perro sin evitar sentir ternura.
—Maldito Akamaru, siempre te me adelantas. Eres suertudo por ser tierno.
Hinata desvió la atención del perro que, como si replicara al comentario, ladró en dirección a su dueño. Los ojos del hombre de castaña cabellera con una ligera sombra de una barba en la barbilla que en lugar de hacerlo lucir desaliñado le daba un plus se posaron en el perro.
Él agachó a la altura del enorme perro para remover el pelaje del lomo del cuadrúpedo. La cercanía provocó en Hinata nervios que la obligaron hacerse para atrás en el mismo asiento, como si buscara fusionarse con éste.
Dentro de su mente tembló ante la posibilidad de que el castaño pudiera percibir su aroma. Pero éste en lugar de echarse encima de ella y obligarla a hacer cosas que no quería, solamente se dedicó a sonreír avergonzado, casi como un gesto de disculpa por la osadía de acercarse con tanta familiaridad.
El castaño se puso de pie rápidamente. Para él no era difícil notar la incomodidad de la mujer.
—Ah, perdón. No era mi intención asustarte —el dueño el perro mostró un par de caninos colmilludos al sonreír—. Es solo que mi perro, Akamaru, tiene mucha suerte con las chicas lindas, me atrevería a decir más que yo. Aunque es poco común verlo caer tan fácil por el encanto de una chica, tiene su orgullo pero supongo que por ti hizo una excepción —le guiñó el ojo y Hinata se sonrojó de más.
—Yo… —rápido decidió cambiar de tema, fijándose en el can, acariciándolo de nuevo para quitarse de encima la mirada atenta del castaño—. ¿A-Akamaru es su nombre?
—Yep.
—¿Q-Qué raza es? Nunca había visto un perro así de grande.
—No soy un experto en perros pero con toda seguridad te puedo afirmar que es de la calle. Lo encontré de pequeño y decidí cuidarlo —sin embargo el castaño al ver a su perruno amigo recibir con tanta facilidad las caricias de la femenina le hizo poner una mueca irritada—, aunque creo que lo mimé demasiado. Mi familia maneja una veterinaria local no muy lejos de aquí, en ocasiones ayudo aunque mi trabajo principal es aquí con Shino. También tatúo —se señaló con orgullo—. Mi hermana mayor también ama los animales, hasta hizo un refugio para los callejeros, tanto gatos como perros. Le ayuda otra chica llamada Tamaki. A esas dos les gusta su trabajo —terminó de decir con una sonrisa como si no temiera revelar tanta información personal de una manera tan fácil y confiada.
Hinata envidió esa confianza. Ella no podría, no después de lo que le sucedió. Tenía un temor profundo de que la información que dijera sobre su persona alguien más la usaría en su contra y con fines egoístas. No sería la primera vez que algo similar le pasara. Gato se había encargado de implantar en su interior dicho miedo.
—Tú debes ser Hinata —empezó a hablar el castaño, cuidando también la distancia, sentándose en frente de ella en el otro sofá—. Te ves mejor. Sakura es buena doctora, aunque a veces da miedo su carácter. Me alegra que te hayas curado, no te veías muy bien la última vez.
Su voz sonaba honesta. No sentía que tuviera el mismo tono que todos los hombres que se acostaban con ella utilizaban. Casi se sintió segura de confiar en él.
Casi.
—Usted debe ser Kiba…
—Sí, ese es mi nombre. Kiba Inuzuka. Un placer —otra vez le guiñó el ojo—. Pero trátame de tú, eso de "usted" me hace sentir viejo. Y no creo que tú y yo tengamos tanta diferencia de edad. Aunque te ves de 18 para mí.
Hinata soltó una risita para después callarse ella sola, poniendo una mano sobre sus labios, disculpándose.
—D-De hecho tengo 24.
—Igual que yo.
—N-No lo parece —lo decía en serio, en el buen sentido pero parecía que el castaño mal interpretó su comentario.
—Eso me dolió —hizo una mueca de orgullo herido para luego sonreír mientras despeinaba más sus rebeldes cabellos—. Muchos piensan que tengo más de 30. Creo que es por el cabello y la barba, mi madre no deja de repetirme que me corte este greñero, que no conseguiré novia si me la vivo luciendo así.
Hinata negó con vehemencia. Sintió la urgencia de decirle al hombre que no lucía al mal, todo lo contrario, era malditamente guapo.
—M-Me refería a que luce… D-Digo... A que luces más joven de lo que te ves. P-Pensé que tenías 20, quizás 21… —intentó corregirse aunque por la vergüenza Hinata bajaba más su tono de voz.
La risa de Kiba la hizo sorprenderse. El castaño reía sin filtros, hasta se golpeó la rodilla en un gesto que su comentario le cayó como un regalo divino.
—Eres la primera en decir eso —suspiró después de reír por un buen rato. Miró con mucha atención a la mujer de orbes perlados. Esa cara de desconcierto y hasta algo de miedo por haber dicho algo incorrecto le pareció algo tierno.
En realidad, todo era era tierna.
—Tienes buen ojo. De hecho, tus ojos son muy bonitos.
—G-Gracias…
—Deja de coquetear.
La silenciosa presencia de Shino se hizo presente cuando éste habló para hacer notar que él estaba ahí. En sus brazos traía una bandeja de madera que llevaba dos tazas humeantes, caminando directo hasta la pequeña mesa de cristal.
La sonrisa en Kiba pasó a ser una mueca de cierto fastidio.
—Yo no estoy coqueteando.
—Claro que lo haces. Sonríes mucho cuando ves a mujeres que cumplen tus estándares de belleza. Es muy notorio.
—Hey —se quejó éste, inesperadamente con la cara abochornada—. No digas esas cosas, harás que Hinata piense mal de mí.
Shino le ofreció su té a Hinata quien aceptó gustosa, agradeciendo por el gesto. Al momento de tomar la taza entre sus manos cuidando en no quemarse ni soltar la taza de un lindo color verde olivo, su piel rozó con los dedos del hombre y una descarga eléctrica pareció ir directamente hasta la intimidad de su cuerpo.
Por poco la taza se le resbaló de las manos de no ser por sus reflejos.
—Perdón —se disculpó de inmediato con un enorme sonrojo en el rostro—. Soy algo torpe.
—No te preocupes. Solo ten cuidado al beber, está algo caliente —advirtió Shino.
Hinata solo asintió y dio un sorbo al té pero ni el aroma relajante de la hierbabuena logró relajar los rígidos músculos que mantenía densos por toda la situación en la que silenciosamente estaba lidiando por sí sola.
El cosquilleo que venía experimentando desde que abordó el auto de Gaara se estaba tornando en una frustración latente que comenzaba a desesperarla.
—D-Disculpa —Hinata interrumpió el ameno silencio que se había tornado alrededor de ellos, mismo que Shino parecía disfrutar en compañía de Kiba quien se dedicaba a acariciar a Akamaru.
Su llamado trajo la atención de los dos varones a ella.
—N-Necesito usar el baño —confesó apenada por disturbar aquel momento pacífico.
Shino asintió.
—Claro, es hasta el fondo del pasillo, última puerta, a la izquierda.
—Gracias —se levantó rápidamente del sofá no sin antes dejar la taza de té sobre la mesa para luego marcharse con rapidez hacia donde Shino le había indicado.
No tuvo problemas de orientación pues el lugar no era así de gran como para perderse. Por las prisas no se detuvo a tocar —una regla básica— al pensar que nadie estaría ahí.
Vaya tonta.
En el momento que abrió la puerta y se topó con la enorme sorpresa que, en efecto, el baño estaba ocupado por Gaara quien parecía estar en medio de un asunto demasiado intimo toda la sangre se acumuló en su rostro cuando tuvo una visión completa del pelirrojo con los jeans a medio abrir, la tela del boxer visible y con su playera desabotonada completamente permitiéndole detallar un vientre plano masculino y ligeramente musculoso.
Gaara dejó de enfocarse en sí mismo para levantar los ojos y toparse cara a cara con la intrusa grosera que no tocó la puerta. Quitó la jeringa con el líquido amarillento que tenía entre sus dientes por lo complicado que era encontrar una buena posición para inyectarse a sí mismo.
Las miradas de ambos chocaron. Perla y aqua, dos colores que hacían contraste no solamente por la tonalidad sino por los sentimientos reflejados en las iris de cada uno. Mientras Hinata estaba muda de la impresión, Gaara se mantenía en la misma posición sin mostrar furia o siquiera molestia de verse interrumpido. Ni siquiera parecía afectado que los ojos de la mujer lo escanearan como si fuera un pedazo de carne premium.
A sus ojos no pasó desapercibido el ritmo agitado en la respiración de la figura femenina.
Gaara cerró los ojos por un momento, pensativo en qué acciones tomar a partir de ahora. Tapó la tapa de la jeringa y se recargó en el lavabo, sin molestarse en abrochar su playera o mostrar pudor frente a Hinata. En esos momentos era mejor mantenerse lejos de ella, la presencia de Hinata lo estaba poniendo inquieto. Había sido toda una Odisea llegar hasta con Shino y mantenerse sereno porque la verdad era que la esencia de esa hermosa mujer dueña de aquel par de orbes perlados con ese toque lavanda que los hacía tan particulares e insólitos le estaba afectando más de lo que se imaginó.
—¿No sabes que se debe tocar antes de entrar a una habitación? —cuestionó con tranquilidad Gaara para no asustarla ni mucho menos ponerla nerviosa.
Sí, había sido error de ella pero tampoco podía culparla. Se notaba que necesitaba un tiempo a solas. Lo decía por la manera en que sus muslos parecían apretarse debajo de aquellos holgados pescadores de mezclilla. Hizo lo posible por mantener la distancia, que las divinidades en turno en los cielos o cualquier ente paranormal eran fieles testigos del autocontrol que intentaba dominar. Pero era demasiado para él. Nunca antes había presenciado tan deliciosa esencia ni mucho menos apreciado tal belleza de mujer.
Gaara tardíamente se dio cuenta que sus pies se habían acercado a ella. No invadió por completo el espacio personal de Hinata pero aún así no era una distancia prudente, menos en aquellas circunstancias. Ella solo se limitaba a verla, aún en su lugar sin mostrarles señales de moverse, atenta a cualquier movimiento de su parte, con ese rostro lleno de color rosa en sus altos pómulos de muñeca, los mechones negro azulados remarcar esa cara de ángel y los brazos inertes a sus costados como si la voluntad de estos se hubiera esfumado.
Hinata no caía en su tipo ideal de mujer. Ni siquiera tenía uno en específico pero admitía que se sentía atraído hacia ella, y no solamente por esa esencia aromática emanar del cuerpo femenino, sino también esa mirada clara e inocente pero teñida con algo de perversión. Dicho brillo le recordó a cómo la conoció, cuando la tuvo tan cerca de él, en su regazo y dispuesta a hacer lo que fuera con tal de ayudarla.
—P-Perdón —era lo único que podía decir en esos momentos.
No había poder humano que lograra hacerle desviar la mirada de aquellos ojos enmarcados de negro que lo que hacían era resaltar más el precioso color aqua del pelirrojo.
Para su horror sintió más humedad en su vagina, al punto de que ella imaginó que estaba chorreando. Tal idea la hizo alarmarse. Debía alejarse de ahí e intentar buscar un refugio donde pudiera solucionar su problema pero le era complicado moverse, en especial cuando el aroma fresco de desodorante masculino llegó a sus fosas nasales como un polvo mágico cuyo efecto en su cuerpo era quedarse como estatua, perdida en el rostro de Gaara.
Tragó en seco al reconocer dichas sensaciones en todo su cuerpo. Esos eran los síntomas del Exceso de Hormonas. Pero no eran como las veces anteriores, esta vez eran más fuertes. Desconocía si se debía al celibato o al tratamiento que venía tomando pero su cuerpo ansiaba con una desesperación desconocida ser tomada por los brazos de Gaara en aquellos momentos.
—Esta jeringa contiene un supresor; un coctel de hormonas que detienen la excitación —comenzó a explicar el pelirrojo, agitando la jeringa en una de sus manos para que la mirada perlada de Hinata lo observara—. Ayuda a que mi notable excitación desaparezca —confesó bajando levemente la mirada hacia sus boxes, gesto que puso más nerviosa a Hinata al punto de hiperventilar.
Gaara continúo con su explicación intentando ser suave y controlarse a sí mismo.
—Shino tiene mucho de esto, recibe a a Veenas en y debemos controlarnos para hacerlas sentir seguras. Pero si soy honesto, tú luces como si lo necesitarás más que yo —se alejó de la chica un poco, lo suficiente para darle oportunidad de respirar y de paso cerrar la puerta detrás de ambos.
Sería mala idea que fueran descubiertos.
Gaara se sentó en la taza del baño cuya tapa estaba puesta, no parecía dispuesto a arreglar su apariencia ni prendas. Lucía cómodo mostrándose de esa manera frente a la mujer pues ésta parecía disfrutar de la vista.
—Decide —se dirigió a ella, tomando ese asunto con delicadeza o lo mejor que él podía manejar dicha situación. Temari siempre le decía que Kankuro y él a veces eran unos brutos con las mujeres—: ¿Te aplicas el supresor y me das algo de privacidad para encargarme del problema dentro de mis boxers? —preguntó al apuntar abajo—. ¿O lo uso yo y después me encargo de solucionar el problema entre tus piernas sin el peligro de descontrolarme y llegar hasta donde quieras? —luego la señaló a ella, precisamente a aquella zona sensible y delicada de la cual emanaba un delicioso perfume imposible de ignorar—. ¿O podemos mandar todo a la mierda y follar dentro del baño?
La manera en que hablaba le decía a Hinata que no estaba bromeando. Gaara de verdad estaba considerando esas opciones.
—¿Qué escoges, Hinata?