
ALMA
Apareció en un nuevo lugar. Sintió todo el dolor de sus espinillas rotas y su hombro dislocado. Su cabeza daba vueltas. No era buena en Taijutsu, nunca lo fue, pero sabía cómo defenderse, eso se lo había enseñado su abuela. Pelear con Naruto fue algo que nunca olvidaría hasta el día de su muerte.
Estaba sentada en el suelo, su espalda recargada en una roca. Intentó usar un poco de Ninjutsu Médico, pero no era muy buena con eso. Su control de chacra nunca fue el mejor, lo suficiente para ser buena en su trabajo anterior, una ninja. Ahora estaba encadenada a ese tipo. Desde niña siempre sospechó de las cosas como ninguna otra persona en su familia. ¿Por qué su padre siempre parecía estar preocupado de que algo sucediera mientras él no estaba? ¿Por qué su madre sentía un odio profundo a su abuela? Y ¿por qué su abuela siempre se disculpaba con su familia cada que podía? Esas fueron las preguntas que siempre dominaron su cabeza desde los diez hasta los quince años. Deseó nunca haberse enterado.
A sus dieciséis años se había enamorado de su compañero de equipo. Su madre la apoyó, pero su padre fue todo lo contrario. Pareció haberse vuelto loco de solo enterarse que ella estaba en una relación. En un principio pensó que solo era la sobreprotección, algo relacionado a que no quería que ella tuviera una relación antes de los veinte, pero no fue así. La verdad oculta en las sombras. Cuando cumplió los veintiún años quedó embarazada de un precioso niño. Era tan parecido a ella, con su cabello amarillo de tantas generaciones, y con los ojos verdes de su padre. Lo había amado desde el primer instante. El pequeño bebé Yamada. Su padre parecía aborrecer al niño. Su madre lo quería, pero pudo distinguir las miradas atemorizadas que le daba a ella y a su esposo. Su abuela nunca conoció a su bebé, pues murió a la edad de setenta años debido al agotamiento de una vida llena de peleas.
Su abuela había sido su admiración. Una mujer que de joven había sido muy fuerte, la más fuerte de todas. Alguien que pudo vencer sus miedos y que había luchado en la guerra más sangrienta de toda la historia. Y que a pesar de todo eso, era una mujer dulce, dedicada a su familia y con un corazón enorme. Nunca conoció a su abuelo, ya que él falleció antes de que ella naciera. Pero la idea de su abuela como alguien a quien seguir sus pasos terminó aquel fatídico día de mayo. Ese mismo día en dónde él apareció. Había dejado a Yamada en su cuna para ir por un poco de agua. Casi nunca lo dejaba solo, pero no se preocupó por nada de eso. Fue su mayor error. Cuando volvió a la habitación, allí estaba ese tipo, vestido de negro, ocultándose entre las sombras, con su bebé entre sus brazos repugnantes.
—Es un muy buen niño. Se parece mucho a ti, Akane —susurró él. Su tono sonaba coqueto, pero solo era su fachada.
Por instinto había tomado su kunai, lista para atacar en caso de salvar a su bebé de un asesino. Su esposo no estaba allí debido a una misión lejos de casa. Sus padres estaban al otro lado de la Hoja. Estaba sola frente a este tipo.
—¿Quién eres? ¿Qué quieres? —preguntó, su voz saliendo temblorosa.
—Lo soy todo, y también soy la nada —respondió él, en un murmullo lleno de arrogancia—. Y quiero que cumplas el contrato que hice hace tantos años con ella.
Resultó ser que, en el pasado, su abuela hizo un contrato con él, y ahora estaba en deuda con ese tipo por varios años. Hasta la quinta generación estaba la deuda. Su abuela los metió en ese problema, a ella y a su familia. ¿Cómo? No lo supo hasta que se le asignó la misión de vigilarla en el pasado, justo cuando ella tuvo una de sus grandes aventuras. Su abuela era joven, de diecisiete años apenas, quien había sido mandada al pasado por mano del hombre ese. Parecía ser que ella hizo ese contrato en algún tipo de ritual, el cual intentó detener a toda costa, pero no pudo. Aquel ser oculto entre sombras podía controlar a las personas que le servían, y ella era solo eso, una sirvienta.
Durante dos semanas estuvo bajo el control parcial de la sombra, con el único propósito de vigilar a su abuela, Naruto Hyuga (Uzumaki de soltera), para que cumpliera con algún propósito. Fue estúpida, era obvio que fue en esa época en donde se hizo el contrato, pero no podía hacer mucho si quería vivir y que su bebé también lo hiciera. No lo había visto desde más de un mes. Estaba a salvo, decía la sombra, pero no confiaba en su sucia palabra.
Cada que veía a su abuela, quería golpearla, gritarle, matarla. Si ella moría, todos los problemas se solucionarían. Su madre nunca sería engendrada y, por lo tanto, ella tampoco, así sería libre en cualquier lugar en donde su alma habitara. Las almas, lo que daba el ADN a todo ser vivo mucho antes de siquiera nacer. Cada alma llena de información sobre sus otras líneas temporales y seres de otros universos. Las almas, por lo poco que sabía, eran divididas entre todos los seres a través de líneas del tiempo y universos para conformar a un solo ser que habita entre lo más lejos de los universos, un lugar lleno de cosas tan extrañas incapaces de ser comprendidas por la mente humana. Y aquel sombra se hacía llamar el mismo Dios Creador de Todo. Vaya mierda.
Se tensó cuando escuchó el ruido de pasos acercándose. No sabía quién era, si su abuela o la sombra. Las dos opciones eran igual de atroces. Por una parte, su abuela podría matarla. Y por el lado de la sombra, tendría que volver a hacer su trabajo sucio si quería recuperar a su hijo.
Frente a ella apareció él, vestido de negro, un traje un poco extraño, pero que lo hacía lucir imponente. Su máscara tan característica, la máscara de pájaro color negro con dos lentes para los ojos, y un sombrero de copa baja para ocultarlo más en las sombras, como si usara un Genjutsu para esconder cualquier rasgo de él, sobre todo sus ojos.
—Hiciste un buen trabajo, aunque me siento ofendido de que intentaras matar a tu abuela tan pronto sin siquiera escuchar mis órdenes —suspiró el Hombre Pájaro, como tanto le gustaba que lo llamaran.
—Lo… siento —contestó de forma dócil. No tenía sentido retarlo, los problemas que traía eso eran horrible. Aún podía sentir el miedo que él pudo infundirle cuando dormía.
—Es lamentable que intentaras desobedecerme, ¿no lo crees? Yo que te he ofrecido un hogar, una familia, una vida, y así me rechazas. Eres una malagradecida, Akane.
El Hombre Pájaro comenzó a reír, una risa hueca. Se quitó la máscara, dejando ver sus ojos amarillos, como los de un halcón. Sintió que su corazón se salía de su pecho cuando él solo estaba a unos centímetros de su rostro. Podía ver sus ojos fríos, huecos, sin un alma dentro. Eso era gracioso, aquel que podía manipular almas no tenía alguna. Una mano fría se posó en su mejilla, el pulgar le acarició un moretón.
—Intentaste destrozar el contrato, ¿no? —Él preguntó.
—No —mintió. No iba a decirle la verdad porque él podría hacerle algo a su bebé—. Ni siquiera sé cuál es el contrato.
—Es el mismo que el que le dijiste, un contrato de almas. Ella me ofreció la mitad de su alma para dejarla volver, y ahora me debe un gran favor, aunque ella no lo sepa. Y ahora… tú no me sirves para nada.
Unos tentáculos la encadenaron al árbol. Estos se enredaron en sus manos, sus piernas, su cintura y su cuello. Los ojos del Hombre Pájaro cambiaron a un color negro con un pentagrama en el centro de color blanco. Su boca se ensanchó y se abrió como si fuera una venus. Los dientes amarillos y deformes le dieron la bienvenida. No pudo hacer nada mientras veía sus últimos segundos de vida. Y él la mordió en la cara. Su alma comenzó a escapar de su cuerpo mientras él la comía.
Su cuerpo cayó al suelo, lleno de sangre. De sus ojos escurría el alma en forma de líquido negro. El Hombre Pájaro se limpió la boca con el dorso de su mano. Miró al bosque y después se transformó en un bonito gato negro. Comenzó a caminar hacia el departamento en donde tenía bien vigilada a Naruto Uzumaki.
Después de que Shisui la curó lo mejor que pudo, tuvieron que ir al hospital. Todos las enfermeras parecían perturbadas por el rango de sus lesiones. Era difícil ver a un civil en ese estado. Algunos susurros decían que, quizá, su pareja la había golpeado. Se le habían acercado algunas enfermeras y médicos a decirle si algo malo había ocurrido, si necesitaba ayuda o si sufría de algún abuso. Ella contestó que no de inmediato.
Llegaron Jiraiya e Hiruzen al hospital poco después, y así les contó a los tres lo que había ocurrido con la mujer. Contó todo desde que la sintió en el mercado hasta su plática donde mencionó que el alma era la fuente de energía para activar el pentagrama. Eso fue una enorme sorpresa para todos. Jiraiya parecía incrédulo, pero no dijo nada. Cuando todos se calmaron, decidió preguntar:
—¿Conocen algún contrato de almas?
—Sí —respondió Jiraiya de inmediato—. El que usó tu padre para sellar al Kyubi en ti fue uno de ellos. Fue un contrato que hizo con el Dios de la Muerte para darle su alma a cambio de que el Kyubi fuera dividido y sellado en ti. Y también hay otros en pergaminos del Clan Uzumaki, solo sería necesario investigar bien.
—Ella dijo que un contrato de almas era una maldición —murmuró Naruto, luego explicó—. Uno moría prematuramente y no podría cumplir su meta final. O algo así.
—No es como si la mayoría de gente cumpliera su mayor meta. —respondió Jiraiya.
Después de eso, él se fue junto a Hiruzen. Shisui se quedó a su lado por otras horas más hasta que una enfermera les dijo que el horario de visitas había terminado. Shisui prometió volverla a ver al otro día. Esa noche no pudo conciliar el sueño. Siguió pensando en la mujer, aquella mujer que se parecía tanto a ella y que su chacra era muy familiar. Sintió miedo cuando una idea llegó a su mente: ¿sería su hija en un futuro? Eran muy parecidas, a excepción de los bigotes y los ojos, en todo lo demás eran iguales. El mismo pelo, color de piel y casi la misma estatura. Esa idea la perturbó. Su hija la intentó matar.
Al otro día, Shisui llegó a primera hora. Él se sentó a su lado, en una silla de madera que estaba justo al lado de la cabecera de la cama. Naruto tuvo su vista fija en la ventana toda la mañana. Bien pudo haber pasado todo el día si Shisui no hubiese hablado.
—La encontraron —comentó Shisui. Naruto se giró tan rápido para verlo y saber que no mentía—. Está muerta.
—¿Ella ya…?
—La encontraron en lo más recóndito del bosque. Estaba tirada sobre el suelo cerca del borde entre la Hoja y el pueblo de Lázaro. Sus heridas eran bastante graves, perdió mucha sangre y quedó allí, sin chacra. Ya la llevaron al edificio de T. I. para saber si hay algo más oculto.
Solo se limitó a asentir. Ella la había matado, lo sabía. Los golpes que le dio por su furia ciega debieron desangrarla. Recordó como azotó su cabeza en el árbol, como le rompió los huesos de las espinillas y como le dislocó el hombro solo para evitar que escapara. Se preguntó que tanto sufrió hasta morir. Sin darse cuenta, comenzó a llorar. Nunca había matado a alguien, hasta ese día. A pesar de que ella la había intentado matar, aún sentía el peso sobre sus hombros de una muerte a su nombre. Shisui la abrazó mientras ella sollozaba en su hombro.
—Tranquila, Naruto. Sé que es duro, pero recuerda que eras tú o ella —le susurró, aunque esas palabras no le fueron de ayuda. Eran las mismas palabras que todos los ninjas decían: mi vida o la de mi enemigo. Una estupidez si le preguntabas.
Él se quedó con ella todo el día. Hablaron sobre temas al azar o, mejor dicho, Shisui habló sobre temas al azar. Contó sobre algunas historias de él en la academia, o de cuando molestaba a Itachi y a Sasuke para divertirse. Incluso la hizo reír un par de veces, pero su mente seguía atrapada en el recuerdo. Shisui logró ocultarse para quedarse con ella en la noche. Él durmió en la silla en una posición muy incómoda, pero dijo que estaba bien. Naruto le había dicho que durmieran juntos, pero él se negó, con una sonrisa pícara.
Al otro día, llegó el gran momento. La dieron de alta del hospital, así que pudo irse lo más rápido al departamento. Durante el camino, Shisui le había dicho que todo estaba listo desde el día anterior para que ella pudiera volver a casa. El sello estaba listo desde hacía varios días, ahora tenían la energía, según la mujer que asesinó. Su respiración quedó atascada en su garganta cuando pensó eso último.
Y allí estaban tres personas. Jiraiya, Shisui y ella. Los tres parecían listos para armar un plan para ir al frente de la guerra, algo que, en realidad, sí iba a hacer Naruto. Tenía que volver a pelear contra Kaguya y no tenía idea de cómo hacerlo. No estaba en el fulgor de la batalla, por lo que tuvo el miedo de ser una inútil ya en su tiempo. Y el miedo de que hubiese sido engañada volvió. ¿Podría ser que este contrato de almas al final los matara? Era una buena posibilidad, pero puso todas sus esperanzas en que iba a funcionar.
—Bien, tengo una forma de cómo hacer el contrato de almas —comentó Jiraiya mientras extendía un pergamino al aire—. Pude conseguir esto de un muy buen lugar. Fue hecho por los Uzumaki mucho antes de que las aldeas se formaran, así que podemos decir que será un poco arriesgado, pero es el único que encontré.
—¿Qué dice? —preguntó Shisui.
—Dos o más personas podrán donarle una parte de su alma a algo o a alguien para mantenerlo con vida o para entablar una maldición entre ellos. No se dice qué tipo de maldición, ya que hay varias cosas que han perdido la tinta, pero supongo que no debe ser algo lindo.
—¿Cómo se hace? —volvió a preguntar Shisui.
—Con este sello —respondió mientras señalaba un sello algo pequeño en el pergamino— y un poco de sangre. Debemos poner el alma aquí —dijo mientras señalaba la parte baja del sello—, y quien reciba el alma deberá estar arriba del sello.
Ambos la miraron.
—No tienen que hacer esto —dijo Naruto—. Ella dijo la maldición de…
—Lo sabemos, Naruto —respondió Shisui.
—Hacemos esto corriendo todos los riesgos —dijo Jiraiya—, no tienes que preocuparte por nosotros. ¡Podremos burlarnos de esa maldición después!
En ese instante recordó la muerte de Jiraiya o, mejor dicho, cuando le dijeron sobre su muerte. Sintió que todo su mundo daba vueltas cuando se dio cuenta. Ella había sido la culpable. La maldición le otorgaba una muerte dolorosa, y él había muerto atravesado por Pain, y sin poder cumplir su mayor meta. Las lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas. Se acercó rápido a él y lo abrazó. Jiraiya parecía sorprendido, pero le devolvió el gesto.
«Lo siento mucho —pensó mientras lo abrazaba más fuerte—. Lo siento mucho, Viejo Pervertido».
Se separó de él y fue a abrazar a Shisui. No sabía cómo moriría, pero tenía una teoría. La masacre Uchiha. Morir a manos de tu mejor amigo debía ser horrible, y Naruto no pudo evitar llorar más fuerte. Shisui le sobó la espalda, pero eso no estaba reconfortándola. Se separó pocos segundos después y lo besó en los labios. El último beso. Lo último que quería recordar de él. Fue fugaz, pero la hizo sentirse un poco mejor.
—Bien, dejemos las muestras de afecto y hay que apurarnos —gruñó Jiraiya, del otro lado.
—Ja, de acuerdo —respondió Shisui, y luego recibió una mirada enojada de Jiraiya.
En ese momento, los tres tomaron un kunai y se pusieron junto al sello del contrato. Naruto estaba a la cabeza, con el miedo inundando su sistema mientras veía a Shisui y Jiraiya a los pies del sello. Se dieron una última mirada, diciendo con ella que todo saldría bien. Los tres se hicieron un corte en la palma de la mano. La sangre comenzó a escurrir hasta casi convertir su mano en carmesí. Shisui y Jiraiya se agacharon y pusieron sus manos ensangrentadas sobre el sello. Susurraron algunas palabras que no pudo entender. Luego ella puso su mano sobre el sello y lo sintió. Una enorme energía, tan pura y volátil. No era como estar en el Modo Sabio, ni cuando tenía el chacra de Kurama rodeándola, era más… puro.
Cuando la transferencia terminó, se levantó, sintiendo que volaba en vez de caminar. Vio al frente como Shisui abría el sello del Hiraishin, todos los dibujos parecían darle vueltas. El pentagrama estaba allí, brillando con una luz blanca, como si la llamara para darle una calurosa bienvenida. Miró por última vez a Jiraiya y a Shisui. Nunca más los volvería a ver. Volvió a llorar mientras se inclinaba sobre el sello del Hiraishin.
—Gracias… por todo. —susurró y luego activó el sello.
Su cuerpo se sintió comprimido, como si la jalaran desde el ombligo. Era igual a cuando vino al pasado. Cerró los ojos y pensó en todo lo que vivió en estas dos semanas. Iba a extrañar ser solo una chica algo normal.
Después de la batalla contra Kaguya, todo parecía estar volviendo a la normalidad. Fueron traídos de regreso a la Tierra por Hagoromo, quien usó un Jutsu de Invocación para traer al equipo siete y a los nueves Bijuus. Y allí estaban todos, envueltos en las raíces del Árbol Divino, soñando en el Tsukuyomi Infinito mientras ellos tomaban un respiro. Hagoromo dijo que era hora de llevarse a los muertos a donde pertenecían, pero lo frenó para ir con Hiruzen.
Lo vio sentado, hablando un poco con Tobirama Senju. Cuando la miró, notó el reconocimiento, no como su nieta adoptiva, no como la hija de Minato, sino como la chica que había venido del futuro por alguien más.
—¿Siempre lo supiste? —le preguntó Naruto. Anhelaba saber la respuesta sincera del Viejo.
—Sí. Cuando reviví en este tiempo, creí que, quizá, este fue el momento en donde tu te irías al pasado.
—¿Por qué no dijiste nada?
—No quería alterar las cosas. Si hubiese dicho sobre que tú ibas a aparecer en la Hoja diez años antes, bueno, sería algo estúpido y no hubiese tenido relevancia cuando Madara estaba matando civiles. Decidí creer que era algo necesario para ti y para todos.
Asintió, viendo que el Viejo parecía mucho más cansado.
—¿Qué le pasó a él? —preguntó, no queriendo mencionar el nombre de Shisui allí—. ¿Cómo murió?
—No tengo todos los detalles —dijo, y eso le sonó a una mentira, pero no protestó—. Él era uno de los que intentaban frenar la rebelión de los Uchiha, pero confió en las personas equivocadas, yo era una de ellas. Solo sé que Itachi estuvo con él cuando cayó al Río Naka. Su cuerpo fue encontrado, sin ojos. Nunca supimos donde estaban, aunque creo que Itachi tenía uno de ellos. Él tenía un Genjutsu tan poderoso que nadie podía romperlo, ni siquiera podían darse cuenta de que estaban atrapados en él. El Kotoamatsukami era algo que temer.
La mente de Naruto viajó al recuerdo de su pelea con el revivido Itachi Uchiha, quien había usado un ojo de un cuervo (que ella vomitó, para su disgusto) que era un Sharingan muy extraño. Ese había sido el ojo de Shisui. Le dolió saber que la maldición hizo su efecto. Él murió, sin ojos, ahogándose en el agua mientras su misión de detener a su familia no se cumplió. Lloró de nuevo. Ella lo mató. Ella fue la culpable de la muerte de Jiraiya y de Shisui.