Un Arpegio para Sanar

崩坏3rd | Honkai Impact 3rd (Video Game)
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Un Arpegio para Sanar
Summary
En un mundo sin Honkai, una joven y caótica guitarrista conocerá a una violinista retirada debido a su pasado, sus sinfonías internas resonarán? O quizá... serán sus corazones los que resuenen?
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Fallar no siempre tiene solución

Capítulo 3: Fallar no siempre tiene solución

La noche había caído, cubriendo la ciudad con un manto de tranquilidad que no se reflejaba en el sótano donde ensayaban. Mei y Kiana estaban sentadas en el suelo, rodeadas de partituras, cables enredados y el eco de las melodías que habían estado practicando durante horas. Mei había dejado su violín a un lado, mientras Kiana mantenía su guitarra apoyada en sus piernas, pero no la tocaba.

El silencio entre ambas era cómodo al principio, pero Mei podía sentir que algo no estaba bien. Desde el ensayo anterior, Kiana había estado más callada, como si algo la consumiera por dentro. Finalmente, Mei decidió romper la quietud.

—¿Estás bien? —preguntó con suavidad, inclinándose ligeramente hacia ella.

Kiana levantó la mirada, sorprendida por la pregunta, pero rápidamente desvió los ojos hacia las cuerdas de su guitarra.

—Sí, estoy bien —respondió, aunque su voz no tenía convicción.

Mei frunció el ceño, pero no presionó de inmediato. En lugar de eso, esperó pacientemente, dándole espacio. Después de un momento, Kiana suspiró y dejó la guitarra a un lado.

—Mei, ¿alguna vez has tenido miedo de algo? —preguntó de repente, su voz casi un susurro.

—Claro. Todo el mundo tiene miedos —respondió Mei con honestidad—. Pero el tuyo parece ser algo más… profundo.

Kiana dejó escapar una risa amarga.

—"Profundo"es una forma amable de describirlo. —Hizo una pausa, apretando las manos sobre sus rodillas antes de continuar—. No suelo hablar de esto, pero creo que necesitas saberlo si vamos a trabajar juntas. —En tan solo unos pocos días ya consideraba a Mei una de sus mejores amigas y merecedora de saber esto de ella.

Mei asintió lentamente, su expresión tranquila y abierta.

—Cuando era pequeña, mi papá y yo solíamos tocar juntos. Él tocaba el teclado, y yo apenas estaba aprendiendo a manejar la guitarra. No éramos profesionales ni nada, pero la música era nuestro vínculo, nuestra forma de pasar tiempo juntos.

Un destello de nostalgia cruzó el rostro de Kiana, pero su expresión cambió rápidamente, oscureciéndose.

—Una vez nos invitaron a un pequeño concierto en nuestra ciudad. Nada importante, solo un evento comunitario. Estábamos emocionados. Recuerdo cómo mi papá me dijo que esa noche sería especial, que íbamos a compartir nuestra música con la gente.

Kiana se detuvo, tragando saliva mientras sus manos temblaban ligeramente. Mei esperó, sin interrumpirla.

—En el camino al concierto, nos interceptaron —continuó, su voz más baja, cargada de dolor—. Un grupo de hombres nos bloqueó el paso. No sé por qué nos eligieron, pero nos llevaron a un lugar oscuro, sucio, lleno de gente que parecía… disfrutar nuestro miedo.

Mei abrió los ojos con sorpresa, pero se mantuvo en silencio, dándole espacio para continuar.

—Nos dijeron que yo debía tocar —prosiguió Kiana, apretando los puños—. Me pusieron frente a un público extraño, con sus miradas frías, como si todo fuera un espectáculo para ellos. Y luego dijeron… que si fallaba, si cometía un error, mi papá moriría.

La voz de Kiana se quebró en ese momento, y Mei sintió un nudo en la garganta.

—Intenté tocar —dijo Kiana, sus ojos brillando con lágrimas contenidas—. Intenté recordar las notas, mantenerme tranquila, pero estaba aterrorizada. Mis manos temblaban tanto que apenas podía sostener la guitarra. Y… fallé.

El silencio que siguió fue abrumador, pesado como una losa. Mei tragó saliva, sintiendo cómo su pecho se apretaba ante la confesión de Kiana.

—Mi papá me dijo que no era mi culpa antes de que… antes de que ellos… —Kiana cerró los ojos, incapaz de terminar la frase.

Mei colocó una mano en su hombro, apretándolo suavemente.

—Kiana… no tienes que seguir.

—No, quiero que lo sepas —respondió Kiana, abriendo los ojos y mirándola con una mezcla de tristeza y determinación—. Desde ese día, no puedo subirme a un escenario sin recordar ese momento. Cada vez que toco frente a alguien, siento que voy a fallar de nuevo, que voy a perderlo todo otra vez. —Todavía recuerdo sus caras y sus risas, las miradas de burla... Y no creo que jamás pueda olvidarlas.

Mei tomó aire profundamente, procesando lo que acababa de escuchar. La fuerza de Kiana para compartir algo tan desgarrador la impresionó.

—Kiana… no puedo imaginar lo difícil que ha sido para ti vivir con eso —dijo Mei con calma, sus ojos llenos de empatía—. Pero lo que pasó no fue tu culpa. Eras solo una niña, y nadie debería haber pasado por algo así.

Kiana apartó la mirada mientras sentía que sus ojos se humedecían, pero Mei no la soltó.

—Te prometo algo —continuó Mei, con un tono más firme—. No estarás sola nunca más. Si alguna vez te sientes abrumada, estaré aquí. No tienes que enfrentarlo todo por tu cuenta.

Kiana la miró, y por primera vez en mucho tiempo, vio algo más allá del dolor: una pequeña chispa de esperanza. Las lágrimas se deslizaron suavemente por sus mejillas mientras le sonreía a la mayor

—Gracias, Mei —susurró, su voz llena de gratitud.

Mei le devolvió una pequeña sonrisa y se inclinó para tomar su violín.

—¿Te importa si toco algo para ti?

Kiana negó con la cabeza, y Mei comenzó a interpretar una melodía suave y reconfortante. Las notas llenaron el sótano, envolviendo a ambas en una calma momentánea.

Kiana cerró los ojos y dejó que la música la llevara, permitiéndose, aunque fuera por un instante, imaginar un futuro donde pudiera tocar sin miedo, con Mei a su lado.

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