NℐXᎯ G-D

Los pasillos del Ministerio de Magia se alzaban como corredores de poder revestidos en mármol antiguo, saturados de un murmullo constante de pasos, hechizos administrativos, y secretos no confesados. La gran biblioteca restringida, ubicada justo debajo del Departamento de Misterios, no era accesible para el público común. Sus puertas de ónix negro se abrían solo ante autorizaciones firmadas con sangre o sellos ministeriales de altísimo rango.

Esa mañana, sin embargo, las puertas se abrieron con suavidad ante una figura majestuosa: Albus Dumbledore.

—Dumbledore, —saludó con un leve asentimiento la bruja que custodiaba el acceso.

—Y con compañía, —añadió con una ceja arqueada.

Albus se giró suavemente hacia la figura que lo acompañaba.

Vestida con una túnica sencilla de lino gris perlado, con bordes bordados en azul oscuro, y el cabello recogido en una trenza que caía sobre un hombro, Nixa parecía una obra de arte móvil. Sus ojos, profundamente azules, no tenían el desdén infantil del capricho, ni la ansiedad de la juventud mal contenida. Observaban, analizaban, registraban. Y sin embargo, para todos los demás, era simplemente una niña prodigio que brillaba con la bendición de su ilustre padre.

—Permítame presentarle a mi hija, —dijo Albus con voz clara—. Nixa Dumbledore.

Nixa Dumbledore.

Un nombre perfectamente escogido para este escenario.

Uno que sellaba su identidad pública con el prestigio necesario.

Uno que ocultaba, con la elegancia de un velo de seda, la verdad de su sangre.

Grindelwald no debía resonar aún en los corredores del poder. No todavía.

La bruja del umbral asintió tratando de ocultar su sorpresa.

No había niño que pudiera entrar a esa biblioteca… excepto aquel al que Dumbledore llamara su hija.

El interior de la biblioteca era un mundo sin tiempo.

Los estantes se alzaban como columnas infinitas, cargadas de libros que susurraban cuando pasabas junto a ellos, como si reconocieran al lector adecuado. En cada rincón brillaban orbes flotantes de luz, alimentados por fuego fatuo, que seguían a los visitantes en silencio. El aire olía a pergamino milenario, tinta de dragón y cera encantada.

Y Nixa estaba en su elemento.

Desde el momento en que cruzó el umbral, su mente se expandió como una telaraña.

Calculó recorridos, categorizó secciones, percibió las zonas más ocultas y comenzó a registrar mentalmente todo lo que podía resultar útil.

Albus, gentil y siempre dispuesto a nutrir su curiosidad, la guió con orgullo.

—Aquí está la colección de rituales ancestrales escandinavos… y allí, los manuscritos del Círculo de Avalon sobre nigromancia rúnica. Puedes quedarte el tiempo que desees, Nixa. Solo llama si necesitas mi ayuda.

Ella asintió con su rostro perfectamente compuesto, una mezcla de admiración y serenidad.

—Gracias, padre. Es como… como caminar dentro de un antiguo corazón que aún late.

Albus sonrió, enternecido.

—Y tú escuchas sus latidos mejor que nadie.

Durante horas, Nixa se sumergió en los textos con una avidez medida.

Seleccionó cuidadosamente volúmenes clave:

uno sobre estructuras rituales entre dimensiones mágicas,

otro sobre antiguos símbolos prohibidos utilizados por los Magos Perdidos del Este,

y un manuscrito encuadernado en cuero oscuro con inscripciones que solo podían leerse bajo luz lunar, titulado simplemente: Sombras que piensan.

Allí encontró referencias indirectas a una magia intermedia entre los pensamientos colectivos y la materia:

la base de una posible manifestación física de la red de los Santos.

Fue mientras sostenía ese libro que ocurrió lo inesperado.

—¿Necesita ayuda con ese texto, señorita Dumbledore? —preguntó una voz suave detrás de ella.

Nixa giró lentamente, midiendo el tono, reconociendo el ritmo…

y sus ojos se encontraron con un par de orbes grises y antiguos.

Era uno de ellos.

Un Santo.

El reconocimiento fue instantáneo, sutil.

Como dos espías que se encuentran en tierra enemiga.

Como dos piezas del mismo mecanismo que, al tocarse, reanudan su antiguo ritmo.

El hombre, con una túnica neutra y sin distintivos, parecía un simple bibliotecario.

Pero Nixa conocía su rostro: se llamaba Zorath, un viejo alquimista transmutador que había servido como estratega de segundo círculo cuando ella aún era una sombra entre las sombras.

—Este texto… —dijo ella con voz suave— contiene algo más que teoría mágica. Contiene estructura.

Zorath asintió con una reverencia apenas perceptible.

—Y estructura es poder, si sabes cuál es la raíz.

En voz baja, sin despertar sospechas, intercambiaron algunas frases más.

Él le deslizó dentro de un tomo secundario una carta escrita con tinta de sangre de salamandra.

En ella: un reporte completo de los avances de su célula en el Ministerio, dos nuevos nombres infiltrados, y una clave para acceder a los archivos censurados sobre la magia anterior al Estatuto del Secreto.

Antes de retirarse, Zorath la miró fijamente y susurró:

—La red palpita, Arquitecta. Estamos listos para danzar.

Y se fue, sin dejar rastro.

Cuando Albus regresó a buscarla, la encontró sentada, serena, con una pila perfectamente seleccionada de libros.

Sus ojos brillaban con inteligencia, su sonrisa era cálida.

No había ni rastro de la conspiradora, la estratega, la arquitecta de sombras.

Solo la hija perfecta.

Nixa Dumbledore.

—¿Aprendiste algo nuevo hoy? —preguntó Albus mientras caminaban por los pasillos del Ministerio.

Ella fingió pensarlo.

—Sí… aprendí que incluso el conocimiento más olvidado espera pacientemente a quien sabe cómo encontrarlo.

Albus le acarició suavemente la cabeza.

—Y tú, querida mía, sabes cómo encontrar muchas más cosas de las que yo nunca soñé.

Ella rió suavemente, como una campanilla de cristal.

Pero en su interior, una nueva pieza del plan encajaba.

La Arquitecta volvía a observar 

El escenario se expandía.

Y las sombras… estaban despiertas.

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