
la danza ѕυтιl de мáѕcaraѕ y víncυloѕ
La luz del amanecer se coló por los vitrales de la antigua residencia como si el sol, por sí mismo, decidiera purificar las sombras de la noche anterior. En los corredores, las paredes parecían más doradas, los cuadros menos adormecidos, las plantas más despiertas.
Algo había cambiado.
Y Albus Dumbledore lo sintió antes de siquiera abrir los ojos.
Se levantó con una ligereza inusual. Había en su pecho una especie de renovación, una llama silenciosa que no ardía con violencia, sino con propósito.
Había compartido palabras con Nixa la noche anterior, palabras que no olvidaría nunca. Por primera vez desde que la tomó bajo su protección, no sintió que caminaban sobre hielo fino… sino sobre un puente, inestable aún, pero real. Uno construido con la arquitectura sutil de la verdad y el afecto, en partes iguales.
Vestido con una túnica suave de lino azul pálido y bordados de lunas y estrellas, Albus bajó a la sala principal. El aire olía a lavanda fresca y canela. La mesa del desayuno ya estaba dispuesta.
Y allí estaba ella.
Nixa.
Sentada con la espalda recta, las piernas cruzadas con esa elegancia inconsciente, hojeando una copia antigua de Ars Arcanum mientras sostenía una taza de té entre los dedos. Llevaba el cabello recogido en un moño trenzado, y un vestido color verde esmeralda que hacía resaltar aún más el color hipnótico de sus ojos.
Cuando lo vio, sonrió.
No fue una sonrisa fingida —Albus lo habría notado—
—Buenos días, padre, —dijo con voz melódica, dejando caer el libro con una estudiada despreocupación—. He estado leyendo sobre la alquimia aplicada en estructuras rúnicas flotantes. Fascinante cómo los antiguos egipcios parecían entender principios mágicos que nosotros apenas comenzamos a redescubrir.
Albus sonrió, encantado.
—Me recuerda a una conversación que tuve con Nicolas Flamel… hace tantos años que ya no recuerdo si fue en París o en un sueño.
—¿Y la diferencia acaso importa? —respondió ella con un destello lúdico en los ojos—. Ambos lugares están llenos de ilusiones.
Albus se echó a reír. No era común que alguien lograra descolocarlo con tanta elegancia.
Excepto ella.
Nixa.
La mañana transcurrió entre diálogos brillantes, pequeñas muestras de poder mágico (Nixa, fingiendo que aún le costaba hacer levitar el servicio de té sin varita, fallaba apenas por milímetros), y comentarios sobre teorías mágicas tan densas que habrían abrumado a cualquier adulto promedio.
Pero en medio de todo eso,
ella seguía representando su papel.
Extrovertida, curiosa, luminosa.
Una niña prodigio con alma de investigadora y corazón inocente.
Albus, como siempre, caía en la trampa con una mezcla de gozo y melancolía.
Lo que él no veía —o no deseaba ver— era el control absoluto que ella mantenía sobre cada expresión, cada tono, cada pausa de conversación.
No era una niña.
Era una estratega.
Y aquel escenario matutino no era sino un campo de batalla emocional que ella dominaba con la elegancia de una emperatriz.
—¿Te gustaría acompañarme hoy a la biblioteca del Ministerio? —preguntó Albus mientras untaba pan con mermelada de calabaza—. Recibí permiso para acceder a la sección restringida, y pensé que te interesaría ver algunos documentos sobre rituales ancestrales nórdicos.
Nixa alzó una ceja. Aparentemente sorprendida.
—¿De verdad? ¿Me dejarían entrar a mí? —preguntó, inocente.
—Por supuesto. Ya no eres una simple observadora, Nixa. Eres mi hija.
Eres parte del mundo mágico. Y tienes tanto derecho a su historia como cualquier otro
Ella bajó la mirada. Fingió timidez.
Y por un instante, una chispa auténtica —una que no había sido planeada— se encendió dentro de ella.
No por la oportunidad.
Sino por el subtexto.
Por la idea de que, sin saberlo, Albus le estaba dando acceso a información clave…
sin necesidad de engañarlo.
—Entonces prepararé mis cosas, —dijo, con una sonrisa—. ¿Tendrás paciencia si me quedo horas en la sección sobre magia de sangre? Me parece… fascinante.
Albus la miró con ternura.
—Nixa, tú podrías quedarte días en una sola página si así lo decidieras. Y aún así, encontrarías lo que nadie más vio.
Ella no respondió.
Pero en su interior, la estratega asentía.
Sí, padre.
Eso es exactamente lo que haré.
Y mientras recogía sus cosas, ajustaba su túnica con meticulosa perfección y se deslizaba por los corredores como una sombra vestida de luz,
Nixa pensaba en sus próximas jugadas.
La información que encontraría.
Los nombres que cruzarían sus dedos.
Las redes que expandiría sin que nadie lo notara.
Pero por ahora…
seguía siendo la niña encantadora, inteligente e inofensiva.
La hija brillante de Albus Dumbledore.
La luz de su mañana.
Una máscara perfecta.
Hecha de verdad y mentira.
Y cosida con amor, poder… y estrategia.
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