
ᴇʟ ʀᴇɢʀᴇꜱᴏ
El regreso fue silencioso.
El carruaje mágico avanzaba por los cielos grises de Europa, pero yo no veía nubes. Solo contemplaba el fuego azul que ardía dentro de mí, latiendo al ritmo de una certeza: el titiritero había vuelto a escena.
Gellert.
Mi padre.
Mi primer vínculo.
Mi reflejo.
Lo había sentido desde el primer cruce de miradas, desde el instante en que mis pupilas se alinearon con las suyas y hablaron en un idioma más antiguo que el alemán, más denso que cualquier lengua conocida: la mirada del conocimiento compartido, del propósito intacto.
Aquella prisión nunca lo domó.
Solo lo templó.
Y ahora, portando el colgante que escondí entre sus ropas, volvería a tener ojos en el mundo, influencia, voz.
El tablero había sido preparado en su ausencia, sí… pero con él de nuevo en juego
las piezas podían moverse con precisión quirúrgica.
El titiritero sostendría los hilos.
Y yo, la estratega, trazaría el camino.
Como siempre debió ser.
La emoción era una llama extraña en mi pecho. No la reconocía con claridad, no le encontraba forma ni fórmula, pero ardía. Una especie de calor pesado, denso, que no encajaba en ningún compartimento de mi mente. Quise apagarlo, deseé diseccionarlo, comprenderlo, controlarlo. Pero no pude. Era la sensación de hogar.
Y me sorprendió.
No por su presencia, sino por su intensidad.
Esa noche, ya de regreso en la cabaña, me moví como de costumbre. Pasos calculados, acciones medidas, rutina rígida como un hechizo bien pronunciado. Pensaba convocar una reunión con los Santos, compartir el éxito, emitir nuevas órdenes. El sistema estaba preparado, solo faltaba mi señal. Pero justo cuando iba trazando planes para poder realizar la reunion, algo me detuvo.
Una presencia.
Una ausencia.
Una energía distinta.
Me giré levemente, solo lo suficiente para verlo sin ser vista. Albus estaba sentado en la sala, una taza entre las manos, la mirada perdida en las llamas del hogar.
Y lo comprendí.
Lo vi como realmente estaba:
apagado.
No abatido, no derrotado, pero… contenido. Como si hubiera guardado todo el brillo que normalmente irradiaba en una pequeña caja, cerrada con llave.
No dije nada.
Aún no.
Lo observé.
Ese hombre había sido luz en su tiempo. Una antorcha para muchos. Y ahora, parecía más una vela al borde de extinguirse.
No era mi intención herirlo.
No deseaba aplastarlo.
Solo… no podía mentirle sobre quién era yo.
La conexión que comparto con Gellert es antigua y perfecta, una sincronía de mente, magia y propósito. No puede competir con eso. Ni siquiera él.
Pero Albus me había dado algo más. Algo que tampoco esperaba: una extraña calidez que siembre me terminaba de agobiar con su presencia, no lo comprendía pero….no lo encontraba desagradable
Y en su mirada vidriosa, solo vi:
Dolor.
Y deseo.
El deseo de comprenderme.
Avancé con pasos lentos. El suelo de madera crujió como si dudara en dejarme acercar. Me detuve frente a él. No lo miré aún. Mi mano tembló. Una imperfección casi imperceptible. La contuve. La corregí. Y luego, la dejé flotar.
Toqué su mano.
Solo eso.
Un gesto que no requería palabras, pero aún así hablé. Mi voz fue suave. No por ternura, sino por precisión. Cada palabra medida, pesada, escogida con el cuidado quirúrgico con el que un alquimista elige el ingrediente final de su experimento más letal.
—No puedo retroceder el tiempo, —dije, sin mirarlo—. Amo a mi padre. No puedo cambiar mis recuerdos... ni mis sentimientos.
Hubo un silencio. Profundo. Lleno.
Podía sentir su respiración, la tensión que quería disiparse, la grieta que quizás acababa de abrirse en su corazón.
No sabía si eso era bueno.
Pero era necesario.
Me giré.
Lo miré.
Su rostro estaba sereno.
Sus ojos, no tanto.
—Pero podemos crear nuevos recuerdos... juntos. —concluí, con la mirada fija en la suya.
Y por un segundo, solo uno, creí ver cómo algo volvía a prenderse dentro de él. Una chispa.
Pequeña.
Pero viva.
No buscaba consolarlo.
Solo ser sincera.
Dentro de mi máscara.
Porque incluso una estratega, incluso una mente tallada para la guerra,
puede entender que algunas guerras no se ganan con hechizos,
sino con silencios compartidos.
Y quizás… solo quizás…
Ese día empezó algo distinto.
No más importante que mi misión.
No más fuerte que mi vínculo con Grindelwald.
Pero algo nuevo.
Algo con Albus.
Y eso también merecía un lugar en el tablero.
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