
Uɴ ᴅíᴀ ᴇxтʀᴇмᴀᴅᴀмᴇɴтᴇ ᴇxтʀᴀño
Desde el momento en que abrió los ojos, Nixa supo que algo no iría como de costumbre. No porque hubiera un presagio oscuro o una señal mágica fuera de lugar, sino porque su entorno, sus gestos, su cuerpo entero parecía seguir la rutina de siempre —como si la memoria del músculo ejecutara su día sin su mente del todo presente—, pero había una constante que rompía el orden: Albus Dumbledore.
Su nuevo padre.
La mañana comenzó con su estudio habitual: textos de alquimia rúnica y tratados mágicos avanzados sobre transformación sin varita. El té estaba caliente, dispuesto con exactitud, y Onix descansaba en el alféizar, como un guardián de fuego azul. Nixa escribía con precisión meticulosa, la pluma deslizándose sobre el pergamino sin esfuerzo. Y sin embargo, justo cuando su concentración alcanzaba su punto máximo, escuchó el inconfundible sonido de pasos suaves, casi ceremoniales.
Albus.
“Hoy hace sol, Nixa. ¿Qué te parece si damos un paseo por la colina?” dijo con una sonrisa cargada de dulzura, sosteniendo una canasta de picnic y dos bufandas tejidas con magia que cambiaban de color bajo el sol.
Nixa alzó la vista, pestañeando una vez. Estuvo a punto de declinar, pero algo en la ternura genuina de su expresión la silenció. Su máscara, aquella cuidadosamente tejida ilusión de niña prodigio extrovertida y curiosa, sonrió con naturalidad. Internamente, sin embargo, algo se desacomodó en su eje: su tiempo, su orden, su mente estructurada. Nada irritante. Solo... extraño.
El paseo no duró demasiado. Hablaron sobre nubes, sobre historias absurdas de dragones que enseñaban en Hogwarts, y Albus incluso sacó de la cesta un pequeño frasco con galletas de limón, las favoritas de Nixa —aunque ella nunca se lo había dicho. “Una intuición”, le explicó, guiñándole un ojo. Lo dijo con una calidez que no pedía nada a cambio, sin un rastro de manipulación ni exigencia. Eso fue lo más desconcertante.
De vuelta en casa, justo cuando retomó su lectura sobre la herencia mágica de los Obscurials, Albus apareció de nuevo, cargando una pequeña caja con juegos de lógica mágica. “Encontré esto en el Callejón Diagon. Pensé que podría gustarte. Aunque quizás ya los resolviste todos…”
—¿Y si así fuera? —dijo Nixa, con una media sonrisa que bordeaba la ironía.
—Entonces los crearás tú, para mí. Me encanta aprender contigo.
Aquella frase la desarmó más de lo que admitía. No por su contenido, sino por la forma en que fue pronunciada: con admiración sincera, sin ninguna otra intención que compartir el momento. Aquel día, cada acción suya —por pequeña que fuera— terminaba siendo interrumpida por algo nuevo, inesperado, que alteraba su precisión milimétrica.
Ya en la tarde, mientras Onix dormía enroscado a su lado y un libro flotaba en el aire a su ritmo de lectura, Albus irrumpió por tercera vez, esta vez con una capa de viaje y un sombrero que no combinaba en absoluto.
—¿Una vuelta por la librería de segunda mano en el Londres muggle? Nunca se sabe qué magia olvidada se esconde entre tapas rotas.
Nixa dudó… y luego aceptó. No porque necesitara libros, sino porque, en el fondo, algo le decía que ese día no se trataba de eficiencia ni control.
Aquel día, su rutina no fue suya. Fue de Albus. Pero curiosamente, no se sintió usurpada. Solo... reacomodada. Y eso, viniendo de ella, era un acontecimiento.
Esa noche, cuando se sumergió en su tina con pociones relajantes, Nixa pensó en cómo, sin lanzar un solo hechizo, Albus había trastocado su mundo entero por unas horas. Y no con poder. Sino con amor. Un amor extraño, inesperado y... genuino.
Y lo más perturbador de todo fue que no le disgustó. Solo no sabía qué hacer con él.
Y eso, para Nixa, era lo más extraño del día.
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