
Una Segunda Oportunidad
Albus no estaba preparado.
Había contemplado este momento mil veces en su mente: el despertar de la hija que nunca conoció, la niña nacida del amor más complicado y doloroso de su vida. Había ensayado discursos, preparado respuestas, pero ahora, al oír esa pequeña voz —su voz— preguntando por él, por Gellert, todos esos pensamientos se desvanecieron como humo.
—¿Padre...? —la palabra lo atravesó como una maldición suave.
—¿Dónde está mi padre Gallert?
Por un segundo, no pudo hablar. Solo la miró. Tan pequeña, tan frágil. Un remolino de plata y hielo: cabello níveo, piel clara como porcelana, y esos ojos… tan parecidos a los de Gellert, pero con una profundidad distinta. Más antigua. Aún así, en ese instante, solo vio a una niña asustada.
Dio un paso hacia ella con cuidado, como si un solo gesto brusco pudiera hacerla desaparecer.
—Estás a salvo, Nixa —dijo finalmente, su voz temblaba mientras trataba de sonar tan serena como pudo.
Su nombre. Nixa. Tan extraño, tan bello, tan inevitable. Lo había repetido en su mente durante años, como una plegaria silenciosa, sin saber si alguna vez lo diría en voz alta. Pero ahora que la tenía frente a él, despierta y viva… no sabía cómo contener la marea de emociones.
Ella lo miraba con ojos grandes, cargados de algo que no alcanzaba a descifrar. ¿Dolor? ¿Curiosidad? ¿Desconfianza? ¿Todo a la vez? No importaba. Lo que le importaba ahora era que estaba viva.
Se sentó a su lado, tomándola con una suavidad que jamás se había permitido. Le acomodó un mechón de cabello detrás de la oreja, con la torpeza de quien lleva años sintiéndose indigno de ese gesto.
—Tu padre… Gellert… está… —sus palabras vacilaron— Él está a salvo, aunque no libre. Eligió entregarse... para protegerte.
No se atrevió a mencionar más. No aún. ¿Cómo decirle que la dejó dormida por décadas? ¿Cómo explicar la soledad que ella nunca debería haber sentido? ¿Cómo redimirse ante la vida de una niña interrumpida?
—Él me dijo que te protegiera —añadió, y en sus ojos hubo un destello de verdad indiscutible—. Y yo lo haré, Nixa. Cada día.
Ella lo miró en silencio. Pero en esa quietud, Albus sintió que el tiempo mismo se tensaba. Había algo en ella... un saber demasiado grande para una niña de su edad.
Pero también... una chispa. De esperanza. De la posibilidad de enmendar errores. De una nueva historia.
La tomó de la mano con cuidado. Fría como el mármol. Pero no la soltó.
—Estoy aquí ahora. No pienso irme —susurró—. No otra vez.
꧁༺~~~~༻꧂
...