
Lᴀ Máscᴀʀᴀ Pᴇʀғᴇcтᴀ
Antes de que sus párpados se cerraran bajo el hechizo de sueño, Nixa Grindelwald-Dumbledore lo había planeado todo.
Su mente, despierta incluso al borde de la inconsciencia, había repasado con precisión quirúrgica cada pieza del ajedrez que se desplegaría una vez abriera los ojos. Sabía que el tiempo transcurriría como un parpadeo para ella, pero no para el mundo. El momento que tanto había calculado llegaría: su despertar, y con él, el encuentro con su otro padre. Albus.
No era ingenua. Lo conocía mejor de lo que él jamás podría imaginar. Había leído sus cartas antiguas, sus teorías, había debatido en la soledad con su pensamiento, desmontando sus argumentos y reconstruyéndolos con su propia lógica. Conocía su visión del mundo, su moral retorcida por la culpa, su esperanza quebradiza. Sabía lo que Albus quería ver en una hija… y ella se lo daría. A su manera.
La máscara sería perfecta.
Ni sumisa ni torpe. No fingiría debilidad, eso levantaría sospechas. No, sería brillante, como un genio precoz de sonrisa dulce, curiosa, inocente. Una niña extrovertida, encantadora, que destilaba inteligencia con cada palabra, pero envuelta en calidez. Un ser que provocara ternura y orgullo a la vez. La clase de criatura que uno desearía proteger… y, sin saberlo, escuchar. Confiar.
Con el tiempo, palabra por palabra, gesto por gesto, implantaría sus ideas en la mente de Albus. No con violencia. No con presión. Como una brisa que se cuela por las grietas de un castillo. Como una semilla que germina en silencio.
Sería paciente. Donde Gellert fue impetuoso, y Albus fue cobarde, ella sería estrategia pura.
Y así, cuando sus ojos se abrieron al fin en una habitación iluminada suavemente por el crepúsculo, Nixa supo que era el momento.
La confusión en su rostro fue medida, exacta. Parpadeó varias veces, permitiendo que el velo del sueño fingido aún cubriera su mirada. Sus labios se separaron apenas, y al ver al hombre de barba blanca y ojos azules —tan familiares y, a la vez, extraños— frunció suavemente el ceño, como si su mente aún tratara de ensamblar las piezas.
—¿Padre? —preguntó con voz suave, casi etérea, como si el peso de los años dormida aún se aferrara a su garganta.
Dumbledore, de pie a su lado, se tensó. El temblor en sus ojos no pasó desapercibido para Nixa. Había emoción en él, contención. Culpabilidad y asombro. Perfecto.
Ella se incorporó lentamente, dejando que la manta de terciopelo azul se deslizara de sus hombros. Miró a su alrededor con ojos amplios, analizando cada rincón de la habitación con una mezcla de asombro infantil y lógica implacable.
—¿Dónde está mi padre Gellert? —dijo, dejando que la confusión se filtrara en su voz como la neblina sobre un lago matinal.
Y entonces, clavó la mirada en Albus. Una mirada directa, curiosa, profunda, pero no amenazante. Cargada de preguntas. De necesidad aparente.
Por dentro, su mente ya calculaba. Analizaba su reacción, su postura, el leve estremecimiento de sus manos.
Por fuera, era solo una niña brillante despertando de un sueño largo y mágico.
Pero dentro… dentro, Nixa ya había comenzado a moldear el tablero.
Y Albus Dumbledore… no lo sabía, pero acababa de hacer su primer movimiento.
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