
La búsqueda de Albus Dumbledore
Desde el instante en que abandonó la torre de Nurmengard, Albus Dumbledore ya no fue el mismo.
No por la conversación con Grindelwald —aunque esa herida invisible sangraba a cada paso—, sino por la revelación. Ella. Nixa.
Una hija que nunca sostuvo en brazos, cuyo llanto jamás escuchó, cuyo primer paso, primer hechizo, primera risa, fueron secretos que sólo otro hombre conocía.
Y ahora… estaba sola. Dormida. Oculta. Y el único mapa que conducía a ella era la mente cerrada y calculadora de Gellert Grindelwald.
Los años que siguieron fueron silenciosos por fuera, pero furiosos por dentro. A los ojos del mundo, Dumbledore siguió siendo el respetado profesor de Hogwarts, mentor de generaciones, símbolo de sabiduría. Pero bajo la superficie, su vida era otra. Una guerra privada, silenciosa, donde cada día comenzaba con un solo objetivo: encontrarla.
Buscó en cada rincón del mundo mágico. Viajó a antiguas propiedades de los Grindelwald. Rastreó documentos, visitó pueblos olvidados, interrogó en secreto a antiguos seguidores de Gellert, muchos de los cuales negaban saber de la niña, o temían siquiera pronunciar su existencia.
Las pistas eran vagas, a veces contradictorias. Unos hablaban de una niña con ojos que lo atravesaban todo, otros de un fénix azul que lloraba cada noche bajo la luna. Pero ninguna prueba, ningún rastro concreto. Solo mitos, susurros, leyendas construidas en torno a un espectro que el mundo no sabía que existía.
A veces, Albus se detenía en medio de una investigación, en silencio, mirando su reflejo en una ventana o en un espejo, y se preguntaba si era castigo divino. Si, por los errores del pasado, se le había negado la oportunidad de conocer lo único que podía redimirlo: ser padre.
Pero no se rindió.
Pasaron los años. Las arrugas se hicieron más profundas. Su barba más blanca. El peso del mundo más denso. Pero la búsqueda jamás cesó.
Y entonces, en 1990, ocurrió.
Fue en un pueblo olvidado en Alemania. Una propiedad cerrada, invisible a ojos no entrenados, protegida por magia antigua y rúnica, sellada por el propio Gellert con encantamientos que desafiaban incluso las reglas de la magia moderna.
Allí, entre paredes cubiertas de polvo y tiempo, en una habitación que parecía ajena al deterioro, Dumbledore la encontró.
La niña yacía en una cama de madera tallada. No envejecida, no marchita por el tiempo. Dormía.
Y era como si el mundo contuviera el aliento.
Su rostro era el equilibrio perfecto de sus dos padres. Cabellos plateados como la luz de la luna, piel pálida, suave. Una respiración tan ligera que parecía fundirse con el aire. Y sus manos… una de ellas sujetaba, incluso dormida, un relicario tallado con runas antiguas.
Dumbledore cayó de rodillas.
No lloró. No podía. Era un llanto que se había agotado en veinticinco años de silencio.
Solo la miró.
Y en su mente, una sola promesa tomó forma:
"Te cuidaré. Te enseñaré. Pero, sobre todo, no fallaré esta vez."
El hechizo que la mantenía dormida era una obra maestra de magia oscura y antigua. Una prisión de sueños tejida con amor y temor, diseñada para proteger y ocultar. Deshacerlo llevó días, semanas. Pero cuando por fin, lentamente, Nixa comenzó a despertar, el mundo cambió.
No solo para ella.
Sino para todos.
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