
Un día como cualquier otro
Despertar no es algo accidental. Para mí, es casi un ritual. Abro los ojos con el mismo ritmo que la luz se cuela por las pesadas cortinas de encaje antiguo. A veces creo que la mansión sabe que he despertado, porque el aire cambia, la magia se agita. Es como si el pasado respirara conmigo.
Me visto sola, sin ayuda de elfos. Padre dice que no soy una muñeca para ser arreglada. Dice que una bruja poderosa debe saber peinarse incluso en mitad de una guerra. Así que me recojo el cabello plateado como él me enseñó: alto, firme, sin una sola hebra fuera de lugar.
Siempre voy primero a la torre de Ónix. El fénix azul me espera con la paciencia de un viejo sabio. Padre asegura que los Dumbledore siempre han tenido un fénix, pero que ninguno era como el mío. Azul profundo, casi etéreo. Él no canta, vibra. Y yo, simplemente, lo entiendo.
Luego, desayuno con padre. Él ya está sentado cuando llego, leyendo el Profeta, usualmente con el ceño ligeramente fruncido. Pero al verme, sus ojos se suavizan apenas, como si la estructura de su rostro recordara que hay cosas más importantes que los errores del mundo. Me sirve té sin preguntar cómo lo quiero. Siempre sabe lo que me gusta. Me corta el pan en porciones pequeñas, como cuando tenía cinco años. No lo necesita hacer. Lo hace igual. A su manera.
Después me acompaña a la sala de estudio. Una habitación que podría asustar a cualquier otro niño: estanterías hasta el techo, grimorios con tapas que respiran, y retratos que murmuran en lenguas antiguas. Pero para mí es mi refugio. A veces, se sienta a mi lado y me observa sin decir nada. Otras, abre un libro y me lee fragmentos para que los traduzca en voz alta. Me corrige con paciencia, rara en él. Pero conmigo es distinto. Siempre lo ha sido.
Hoy, durante un descanso, trajo una bandeja con trozos de fruta confitada y pan de especias. Lo dejó frente a mí sin una palabra, pero cuando me negué a dejar el libro de alquimia, simplemente dijo:
—Incluso las mentes más brillantes se apagan sin combustible.
Comí. No porque tuviera hambre. Porque entendí lo que quería decir. A su manera, era su forma de cuidarme.
Más tarde, salimos al jardín. Él conjura figuras de luz para que yo las desintegre con hechizos sin varita. Se ríe cuando fallo, pero no con burla. Es una risa corta, contenida, como si se le escapara sin querer. Cuando acierto, su sonrisa es más peligrosa: hay orgullo en sus ojos, pero también expectativa. Me observa como si yo fuera una obra que aún está en proceso, pero que ya ha superado a su creador.
En la tarde, mientras experimento con pociones, él revisa documentos cerca. De vez en cuando se levanta, se acerca, me mira trabajar y acomoda un frasco o ajusta la posición de mi varita. No dice nada. Pero su cercanía me calma.
La cena es un momento más íntimo. Él no la delega nunca. Cocina personalmente los platos que aprendió en su juventud viajando por Europa. Me cuenta anécdotas mientras corta hierbas y revuelve pociones culinarias como si fueran brebajes de batalla. Me deja probar el vino sin Alcohol, “para educar el paladar”, dice. Sabe que me hace sentir adulta.
Después de la cena, tomamos té juntos en la biblioteca. Hablamos sobre política mágica, emociones humanas, estrategias antiguas. Yo cuestiono. Él escucha. Y cuando mi argumento es sólido, asiente con un simple:
—Bien pensado, mein kleines Wunder.
Mi pequeño milagro.
Y esas palabras, dichas por él… hacen que un sentimiento de calidez nazca en mi pecho
Antes de dormir, me baño en la tina encantada. Él entra sin hacer ruido, con una toalla calentada mágicamente y una pequeña caja de esencias nuevas que descubrió. Me peina, como cada noche. No es algo que delegue. Es un gesto suyo, íntimo. Su forma de recordarme que no soy un soldado. Soy su hija.
Al final, me arropa y me lee. No cuentos. Grimorios. Pergaminos olvidados. A veces, su voz se convierte en un canto antiguo, un susurro casi ritual. Y cuando me duermo, siento su presencia aún cerca, como una protección silenciosa.
Un día normal, para otros, es rutina. Para mí, es la construcción diaria de algo mucho más grande. Poder, conocimiento… y amor. A su manera.
Y sé que mientras él me enseñe con esa mezcla de dureza y ternura que solo él domina, estaré lista para lo que el destino quiera ofrecerme.
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