
J. S. P
Salir del Ministerio fue como intentar cruzar una bandada de hipogrifos con hambre y cámaras mágicas.
Apenas se abrieron las puertas de la sala, el rugido de la prensa cayó sobre nosotros como una avalancha de nieve húmeda y mal intencionada. Plumas voladoras giraban por encima de nuestras cabezas, cada una intentando capturar un ángulo escandaloso o una palabra que pudiera convertirse en titular, y en medio de todo ese torbellino de cotilleo y tinta, Rita Skeeter lideraba el ataque con su pluma de punta afilada bailando como una daga mágica con complejo de diva asesina. La muy entusiasta estuvo a punto de sacarle un ojo a Luna, que observaba el techo con fascinación como si nunca hubiera visto estalactitas artificiales antes, y si Theo no la hubiera jalado del brazo justo a tiempo (con una mezcla de instinto protector y cara de "esto es por tu bien, aunque no parezca") probablemente ahora tendríamos que buscarle un parche.
Yo… bueno, no estoy muy seguro de cómo lucía exactamente en ese momento. Sé que me movía, sé que mis pies avanzaban, sé que sostenía los papeles oficiales con dedos entumecidos. Pero en mi mente, todavía escuchaba el veredicto repitiéndose una y otra vez, como un eco que se negaba a disolverse.
Culpable. Culpable. Gilderoy Lockhart es culpable.
Y no culpable de robar pasteles en el Gran Comedor. No, era culpable de usar su magia para hacer daño. Culpable de abusar. Culpable de mentir, de engañar, de silenciar.
Y ahora todos lo sabían.
—¡Señor Malfoy! ¿Cree que su testimonio cambiará el modo en que se educan a los jóvenes magos en Hogwarts? —preguntó alguien mientras una esfera de grabación flotante se estrellaba contra mi hombro.
—¡Draco! ¿Cómo se siente ahora que ha hablado? ¿Planea publicar un libro? ¡Tenemos ofertas! —gritó otra voz, probablemente de un editor desesperado.
—¡¿Es cierto que tuvo pesadillas durante todo el verano?! ¡Queremos detalles gráficos!
¿Pesadillas? Tuve semanas enteras donde me despertaba gritando en el baño de los invitados porque el mío me daba miedo. Aunque no, no lo iban a escuchar de mí ahora. Bastante que los había dejado mirar, no les iba a dar también el alma servida en bandeja, asi que me limité a levantar un poco más la barbilla. Si me iban a ver, entonces que fuera como un Malfoy, apesar de que por dentro me sintiera como un vaso de cristal a punto de estrellarse contra el suelo.
Y entonces, como si la tragedia necesitara su número musical, Lucius decidió por fin actuar. Mi padre se abrió paso entre los periodistas como Moisés se dio paso entre el Mar, solo que con mejor postura, mejor peinado y un bastón que probablemente valía más que la cámara de uno de los reporteros. No levantó la voz, no lanzó maldiciones, solo levantó una ceja y pronunció con una autoridad silenciosa que casi me dio miedo:
—¿De verdad creen que van a obtener declaraciones aquí, rodeando a un menor de edad con tinta voladora y preguntas mal redactadas? Por favor, háganse a un lado —Y lo hicieron. Lo peor es que realmente lo hicieron, como si fueran alumnos atrapados haciendo travesuras en la biblioteca y Lucius fuera la bibliotecaria jefa con una regla afilada y antecedentes de haberla usado—. Chicos —nos dijo mientras se daba la vuelta con teatralidad medida—, vámonos a la Mansión.
—¿Mansión? ¿Nosotros?—preguntó Anthony, con cara de '¿Es que acabo de ganar la lotería o me ofrecieron vivir en un catálogo de decoración francesa?'
—Sí, nosotros en la Mansión Malfoy, por supuesto. Para celebrar y descansar un poco luego de este... largo día.
—¿Y tendremos pastel de venganza? —intervino Blaise sin perder su tono de inocencia fingida.
—¿Pastel de venganza? —repetí y aunque no por primera vez, solté una risa. Pequeña y aspera, sin embargo más que real.
Anthony aplaudió con entusiasmo, Theo murmuró que sería buena idea que tuviera forma de Lockhart encerrado en medio de una celda desolado (si, no se si debería preocuparme), Luna preguntó si podíamos agregar flores que cantaran y to solo asentí. El mundo podía seguir preguntando, pero esta vez al menos no me iba con las manos vacías.
Esta vez, el monstruo estaba en la jaula.
Y nosotros... íbamos a celebrarlo.
~~~❤︎~~~
La sala era una postal encantada de comodidad: estanterías altas cargadas de libros viejos y elegantes, una chimenea crepitando con fuego mágico color ámbar, y un par de sillones mullidos que probablemente podrían hablar si uno se sentaba el tiempo suficiente. Los adultos (osea Lucius, mi madre, los padres de Anthony, la señora Zabini junto al señor Lovegood y algún funcionario ministerial con bigote sospechosamente falso -ejem, el señor Nott-) se habían retirado a otra ala de la casa para supuestamente hablar de "cosas de adultos", lo cual en clave ministerial probablemente significaba intrigas políticas y postres caros.
Nosotros cinco en cambio nos refugiamos en la calidez dorada del salón principal. El aire olía a canela y algo especiado, probablemente de los snacks que algún elfo doméstico había dejado flotando suavemente en una bandeja mágica: bolitas de caramelo que explotaban en la boca con sabor a frambuesa, hojuelas de menta que brillaban como escarcha y panecillos que cambiaban de color según el estado de ánimo en el cual te encuentres.
Luna y Anthony estaban en medio de una especie de ritual coreográfico que claramente desafiaba tanto la lógica como la física mágica.
—¡Mira, mira! ¡Es el paso de Just Dance! Así, con el brazo como si invocaras una banshee pero con ritmo —decía Anthony, girando como si llevara capa aunque solo tenía una bufanda larga y dramática.
—¡Y luego hay que saltar como si estuvieras escapando de un grindylow pero con entusiasmo! —añadió Luna, saltando en círculos, el cabello rebotando como si celebrara por su cuenta.
Blaise los observaba desde un sofá con cara de "esto es arte moderno o un hechizo que salió mal". Sin embargo cuando Anthony intentó enseñarle el paso y tropezó con su propia bufanda, Blaise soltó una carcajada, se levantó con falsa resignación y dijo:
—Si me caigo quiero que mi epitafio diga: murió por seguir a Lady Gaga en la Mansión Malfoy.
Y entonces sí, se sumó.
Lo curioso fue que Blaise tenía ritmo, demasiado. Como si secretamente practicara frente al espejo en pijama y no lo quisiera admitir.
Desde mi lugar en el gran diván frente a la chimenea, los observaba con una sonrisa leve que se me fue escapando sin permiso. Theo estaba tumbado boca arriba, con la cabeza en mi regazo. No lo habíamos planeado. Solo... ocurrió. Tal vez fue porque ambos estábamos cansados, o porque su chaqueta olía a limpio y hogar, o porque él simplemente se dejó caer allí como si no necesitara pedir permiso.
Y yo... yo sin darme cuenta, empecé a enredar los dedos en su cabello.
Despacito, como quien hojea un libro muy suave. Jugaba con mechones, haciendo rizos perezosos en la punta, soltándolos con cariño y volviendo a empezar, una y otra vez mientras que Theo no decía nada. Solo miraba al techo con esa paz tan extraña en él, los ojos entrecerrados. Tal vez sí se daba cuenta tal vez no y solamente no importaba. El mundo podía girar como quisiera, pero en ese sofá, en ese rincón, nosotros estábamos fuera del tiempo.
Una pausa merecida. Una pequeña victoria. Una sensación que, por un momento, parecía eternidad.
Y en medio de todo eso, lo sentí.
La calidez.
La felicidad rara. Esa que no hace ruido y en cambio se instala despacito en el pecho. Ver a mis amigos siendo ellos, sin máscaras, sin presiones, sin juicios. Blaise girando con los brazos al aire, Anthony cantando desafinado con orgullo, Luna riéndose con la cabeza hacia atrás, Theo tranquilo, respirando hondo.
Y yo… sonriendo.
Sin esfuerzo. Sin fingir.
Porque en ese instante, por más breve que fuera, todo estaba bien.
.
El jardín trasero de la Mansión estaba envuelto en esa clase de silencio que no asusta, sino que te da permiso para respirar. Me senté en uno de los bancos de piedra, con las manos aún temblándome un poco, como si mi cuerpo no hubiera recibido el memo de que el juicio había terminado.
Respiré hondo. El aire olía a flores nocturnas, a hierba húmeda y a algo más… libertad, quizás. Aunque no sabía si era para todos o solo para mí, o si de verdad existía.
No me sorprendí cuando Blaise apareció. Lo hace seguido, él tenia esa molesta (y reconfortante, siendo sincero) costumbre de saber cuándo me estoy desarmando por dentro. Se sentó a mi lado sin decir nada, sus manos en los bolsillos y su postura relajada. Pero sus ojos como siempre atentos a mí. Nos quedamos en silencio por un rato. Lo suficiente como para que pensara que tal vez se quedaría así, presente aunque sin romper el momento.
—No importa cuántas veces digas que estás bien… —hablo de repente, sin mirarme—. Sé que no lo estás. Pero estoy aquí.
Sentí que la garganta se me cerraba. Como si esas palabras, tan simples, hubieran tocado algo que no había querido que nadie tocara. Algo que no sabía si podría explicar sin arruinar todo en el intento.
Quise decirle que estaba bien.
Quise mentirle, como siempre.
Pero no pude.
Así que me incliné y lo abracé. A él, a uno de mis mejores amigos, a unas de las pocas personas que habían estado allí en cada paso silencioso, sin pedirme nada a cambio. Y no me importó si era raro, si era demasiado. Me aferré como si se me fuera a escapar, aunque sabía que no lo haría.
No dijo nada, solo me abrazó de vuelta. Y yo quise contarle de verdad. Quise decirle que había viajado en el tiempo, que había vivido cosas que ningún niño debería conocer. Que a veces me despertaba con el grito de todos los muertos en mi cabeza, o con el miedo de no estar haciendo lo suficiente esta vez. Que sabía que Voldemort iba a volver. Que sabía lo de los Horrocruxes. Que sabía que Sirius Black era inocente y que estaba condenado por un crimen que no cometió.
Quise decirle que no era justo que él me diera tanto sin saber ni la mitad.
Pero no pude, todavía no.
Me alejé un poco, lo suficiente para mirarlo. Y como siempre, él tenía esa sonrisa. Tranquila, inquebrantable, casi como si supiera que yo llevaba un huracán en el pecho y aún así no le temiera.
—Gracias —murmuré.
Él solo asintió. —Cuando quieras. Cuando puedas. Estoy aquí, ¿sí? —y se fue, como si me hubiera soltado justo cuando necesitaba aprender a quedarme solo un momento.
Me quedé mirando las estrellas, la cuales brillaban como si nada pasara, como si todo estuviera normal.
—Perdón —dije en voz baja. No sé si a él, a mí, a todos los que alguna vez me han creído sin saber lo mucho que callo.
El jardín no respondió. Solo me dejó quedarme allí.
~~~❤︎~~~
Estaba por dormirme cuando escuché la puerta abrirse con ese crujido elegante que solo podía tener la Mansión Malfoy. No fue un auror, ni un elfo, ni un fantasma con complejo de drama. Fue ella.
Mi madre.
No dijo nada al entrar. Solo cruzó la habitación con la suavidad de quien ha caminado entre secretos toda su vida, y se sentó en el borde de mi cama como si aún tuviera cinco años y me acabara de caer de una escoba de entrenamiento. Yo no dije nada, no necesitaba hacerlo. Sus dedos naturalmente fríos aunque cálidos al tacto se hundieron en mi cabello, acariciándolo con ese ritmo que tiene el tiempo cuando es amable. Cerré los ojos. No porque estuviera cansado (que lo estaba), sino porque no quería llorar, no frente a ella y a la vez, no me importaría si lo hacía.
—Estoy orgullosa de ti, Draco —murmuró tan bajo que pensé que me lo había imaginado.
No lo había hecho. Sus dedos no dejaron de moverse, como si con cada caricia tratara de borrar los últimos meses, los interrogatorios, los juicios, los artículos venenosos, las pesadillas.
—Me alegra que tengas amigos que te quieran tanto —añadió después de un rato—. Pero yo te amé primero —termino con una sonrisa leve.
No pude evitar sonreír. — Tan competitiva como siempre, madre.
Ella se rió suavemente, ese sonido raro que casi nadie sabe que es capaz de hacer. Luego se inclinó y me besó en la frente, como si todavía pudiera protegerme con eso, como si la magia más fuerte estuviera en sus labios, no en las varitas ni en la magia.
Antes de levantarse, dejó algo en la mesa de noche. —Es una carta que llego recientemente —dijo sin mirarme—, no es de parte mía ni de parecidos, sin embargo creo que tienes que leerla.
Y se fue.
La puerta se cerró con el mismo cuidado con el que había entrado. Me quedé unos segundos quieto, en la oscuridad cálida de mi cuarto, con el sabor del beso aún en la frente y el eco de su te amo rondando entre las sombras. Me incorporé con lentitud, como si el sobre pudiera morderme, lo tomé. Era sencillo sin perfume, sin escudos ni emblemas familiares. Solo mi nombre escrito en una caligrafía infantil, irregular… y real.
Draco Malfoy, decía.
Me dolió el pecho, aunque no sabía por qué. Sin embargo lo supe apenas la abrí y leí las primeras líneas. Ahí fue cuando se me rompió algo.
Abrí completamente el sobre con cuidado, como si lo que tuviera dentro pudiera romperse, como si ya estuviera roto y yo solo pudiera sostenerlo sin hacer más daño. Era una hoja doblada en tres. Papel común y sin ningun adorno. Había pequeñas manchas, posiblemente de dedos sucios o tal vez chocolate, tal vez lágrimas. No lo sé, lo desdoblé.
Y ahí estaba.
Una letra torpe, apretada, escrita con esfuerzo en lápiz. Por alguien que aún no sabe del todo cómo escribir en letra cursiva, pero que lo hace porque quiere hacerlo.
Y decía:
Querido Draco Malfoy,
Me llamo Lily Reinolds y tengo 10 años. Vivo en California. Mi mami se llama Dita y me ayudó a escribir esto porque yo todavía no sé inglés británico (me dijo que tú hablas británico y como ahi son muy elegantes, tenia que escribir elegante también).
Vi tu juicio por la tele mágica que mi tía tiene. Yo también pasé algo feo con ese hombre que tú acusaste, pero no lo decía porque me daba miedo y porque no sabía que estaba bien decirlo. Cuando tú hablaste, me sentí menos sola.
Mami me abrazó y las dos lloramos. Después le dije que te quería dar las gracias y ella me dijo que está bien, que tú mereces saber que hiciste algo bueno. Yo pienso que eres valiente y que deberías ser ministro, o un superhéroe con capa, o un héroe de esos griegos, ¡son geniales! No, mejor se lo que tú quieras ser, eso dice Barbie.
Gracias por hablar, por no quedarte callado, y por ser tan guapo también (eso lo dijo mi hermano Luke, no yo).
Con cariño,
Lily Reinolds
(9 años, ¡pero casi 10!)
Me quedé quieto mirando la hoja como si fuera un espejo.
No dije nada.
No hice nada.
No pude.
Porque me estaba desmoronando por dentro con la misma suavidad con la que se derrite el hielo al sol.
Lily. Diez años. Dita. California. Miedo.
Era una niña.
Una niña.
Y ese monstruo… le había hecho algo.
A ella.
Algo tan horrible, tan grotesco, que ni siquiera podía imaginarlo sin querer gritar. ¿Cómo alguien podía ver a una criatura tan pequeña, tan buena, tan inocente… y destruirla así?
Me tapé la boca con la mano y lloré. No esas lágrimas bonitas y cinematográficas que caen como perlas por la mejilla. No. Lloré feo. Con la cara arrugada y el pecho roto y el nudo en la garganta que no se deshacía. Lloré como si de pronto todo tuviera sentido y al mismo tiempo no tuviera ninguno.
Me dolía el alma. Pero en ese dolor… había algo nuevo, algo tibio. Como si por primera vez, mi dolor sirviera para algo más que hundirme. Como si cada vez que lo revivía, alguien más podía respirar un poco más tranquilo. Como si hablar no me hubiese quitado el alma, sino multiplicado el eco de la de otros.
No era muy bueno con las palabras. A veces siento que todo lo que hago es fallar, intentar, tropezar, sin embargo esta carta… esta carta era prueba de que una sola verdad puede ser suficiente.
Para cambiar algo. Para que alguien no se sienta sola.
Me limpié las lágrimas con la manga y la guardé con tanto cuidado como si fuera un tesoro. Porque lo era.
Una niña en otro país, en otra vida, me había escuchado, y ahora yo tenía que seguir hablando.
Por ella.
Por todas las Lilys que tenían miedo.
.
Necesitaba distraerme.
El pecho me dolía de tanto sentir, me había abierto demasiado esta noche: con mis amigos, con mamá, con Lily. No lo decía en voz alta, pero yo también tenía un punto de quiebre, también tenía un tope emocional, y lo pasé hace horas.
Así que me concentré en lo que más conozco: los rompecabezas imposibles.
Pensar.
Tracé un plan mental como si estuviera armando un tablero. No de ajedrez, eso sería demasiado fácil. Un rompecabezas mágico, distorsionado, donde cada pieza tenía cuchillas en los bordes.
Sirius.
Ese es el nuevo objetivo. El juicio fue solo el primer paso. Sirius Black sigue cargando con un crimen que no cometió, mientras que Peter Petigrew sigue viviendo escondido y cómodo en su anonimato de rata, literalmente.
Y nadie me creería si salgo con eso de la nada, ni siquiera con mis nuevos "contactos". Lo que necesitaba eran pruebas, una estrategia, algo que haga imposible seguir ignorando la verdad. ¿Tal vez si consigo que la comadreja vea a su rata transformarse? ¿O si hago que Peter confiese? ¿Y cómo encuentro a un Animago fugitivo con la habilidad de una babosa cobarde?
Suspiré. Esta bien, lo pensaré más tarde. Prioridades. Una cosa a la vez.
Horrocruxes.
Eso sí lo tengo claro. Sé lo que son, sé dónde están, sé cómo destruirlos. Pero…pero si los destruyo ahora, se alterará toda la línea de tiempo como en el segundo año, y sinceramente no quiero volver a pasar por otro juicio y reporteros, y quién sabe, tal vez ni siquiera llegó vivo.
Y si no lo hago, ¿qué pasa si pierdo la oportunidad? ¿Y si alguien más los encuentra primero? ¿Y si algo sale mal?
Pensar como estratega se siente como comer vidrio.
Okey, repasemos:
— El diario de Tom Riddle ya lo tuve y lo destruí el año pasado.
— La copa está en la bóveda de la tía Bella.
— El guardapelo está en la cueva, protegido por un encantamiento de sangre... ¿o lo tenía Kreacher? Necesito verificar eso.
— La diadema, en la Sala de los Menesteres.
— Nagini sigue viva y vinculada a Voldemort.
— El anillo, con los Gaunt.
— Y… bueno, él. Osea Potter.
Eso es todo. Siete.
Puedo hacer algo, tal vez no hoy, sin embargo pronto. El dolor empezó como una presión detrás de los ojos, luego se fue extendiendo a las sienes. Lento y pulsante.
—Ravenclaw —murmuré entre dientes apretando la mandíbula mientras me sobaba la cabeza—. Y me duele la cabeza de pensar mucho. Qué irónico.
Cerré los ojos un segundo, intentando que el mundo dejara de girar tan rápido. No era miedo, era cansancio.
Cansancio de saber demasiado y aún así no poder actuar como quisiera. De tener las piezas más no el tablero. O tener el tablero… y jugar en un idioma que los demás todavía no hablan.
Porque esto no es solo un juego. Es historia. Es guerra. Es tiempo.
Y yo no tengo margen de error.
Uno solo.
Y el mundo podría venirse abajo.
Así que respiro. Pienso. Me sobo las sienes. Y empiezo a trazar líneas en el aire con la mirada.
Porque sé lo que tengo que hacer. Solo tengo que aguantar lo suficiente… hasta que sea el momento.
~~~❤︎~~~
Hay días en los que el universo parece decirte: ¿Estás cómodo? Qué lástima, ¡sorpresa existencial!
Esa noche no podía dormir. Ya había llorado, ya había pensado demasiado, ya me había sobado las sienes como una abuela con jaqueca. Y el insomnio me estaba mirando como si fuera un ex tóxico: pegado a mí y sin ninguna intención de irse en un futuro cercano.
Así que fui por mi recurso más extraño, íntimo y honestamente sospechoso: el diario de Carlisle Noir.
No le he dicho a nadie lo que significa ese diario para mí, ni siquiera a Theo. Era como mi lugar secreto, mi escondite de papel. Cuando nadie me entiende, Carlisle lo hace. O al menos lo hacía. Últimamente, sus respuestas habían sido más... crípticas, más evasivas. Como si estuviera distraído, como si ya no quisiera hablar. Pero como cualquier adolescente normal emocionalmente dañado con la necesidad urgente de validación mágica escrita… fui a buscarlo de todas formas.
Me senté en la cama con una manta sobre los hombros como una abuela noventera viendo su telenovela favorita y abrí el diario con la esperanza de encontrar un poco de consuelo, un sarcasmo elegante, una frase de esas que me hacían sentir menos solo en este desastre.
Pero no.
No, literalmente.
Las palabras Propiedad de Carlisle Noir estaban tachadas.
Tachadas. Como si alguien las hubiera arrancado del mundo con odioc no con un tajo cualquiera: con tinta gruesa una negra y densa casi viva. Las letras parecían retorcerse como si hubieran sufrido mientras las mataban. Y en su lugar escrito justo debajo con una caligrafía perfecta glamurosamente prepotente, aparecía:
Propiedad de J. S. P.
Me quedé mirando eso con la misma expresión con la que uno mira una cucaracha gigante trepando por tu carta de aceptación a Hogwarts. Una mezcla de horror, incredulidad y la urgente necesidad de exorcismo. —¿Qué carajo? —susurré. Volví la página, como si tal vez todo fuera un error. ¿Quizás Carl no estaba en casa? ¿Quizás alguien más escribió ahí por accidente? ¿Quizás el diario fue invadido por… no sé, el fantasma de un alguien del futuro, pasado o cualquier línea temporal alternativa?
Nada. Las siguientes páginas estaban en blanco. Ni una nota, ni una firma, ni un insulto condescendiente al estilo Noir.
Solo eso: J. S. P.
Y aunque intenté decirme a mí mismo que tal vez era una coincidencia, que esas siglas podrían ser de cualquiera, que esto no tenía por qué ser un mensaje, no tenía por qué significar nada... algo en mi pecho se encogió.
Porque si el diario ya no le pertenecía a Carlisle… entonces, ¿a quién había estado hablando últimamente?
Y más importante aún:
¿Quién había estado respondiendo?
No me moví por largos minutos. Solo me quedé ahí, diario en mano, sintiéndome como el protagonista de una película de misterio barato en la que todos los muebles de la casa de repente comienzan a hablar.
Esto no estaba bien. Nada de esto lo estaba.
~~~❤︎~~~
Me costaba respirar.
Cada bocanada de aire entraba como si tuviera bordes filosos. La habitación está en silencio, salvo por el leve crujido del fuego y mi propio cuerpo traicionándome con temblores cada vez más notorios. Ya no me queda mucho, eso lo sé muy bien. El mundo se me va achicando a un rincón cálido junto a la chimenea, un sillón viejo que solía ser mi trono de sarcasmo y un último visitante.
Él está ahí.
No se atreve a cruzar la habitación y mo tiene que hacerlo. Su rostro aparece entre las llamas, intacto, joven como siempre, como si el tiempo le tuviera miedo. Como si los años no se atrevieran a tocarlo. Me mira con esos ojos llenos de juicios y cicatrices invisibles. No dice su nombre, nunca lo hace no cuando a mí pesar ya lo conozco de memoria. Como se conoce un poema maldito, una carta nunca enviada, un te odio que en realidad fue un te necesito para lograr mi meta, la cual en nuestro caso es la misma.
—¿Qué has hecho? —me pregunta con su voz más grave que antes, más cansada y menos arrogante.
Sonrío, o al menos lo intento. Me tiemblan los labios, pero lo hago. Con toda la fuerza que me queda. —Lo que debía. No lo entiendes ahora, pero algún día... tal vez nunca lo entiendas, en realidad. Y eso también está bien.
Le muestro el diario.
Mi diario.
Ese que comenzó como una tontería, una válvula de escape, un intento por no volverme completamente loco. Ese que luego se convirtió en refugio, en mapa, en profecía, en carta de amor no enviada. Cada palabra dentro de él… es mía. Cada línea es la piel que nunca me atreví a mostrar del todo. Cada secreto fue para él. Para él, para Draco aunque no lo supiera.
—¿Para qué lo hiciste, Carlise? —su voz tiembla por primera vez—. ¿Por qué no me lo dijiste? Teníamos un trato por él, era que teníamos que...
—Porque tú ya tenías tu propio dolor. No necesitabas cargar con el mío.
El fuego crepita con una suavidad casi compasiva como si la chimenea entendiera que esa noche no es como las otras. Que esto es una despedida.
—Todo lo que pude… todo lo que supe… todo lo que aprendí para protegerlo, para devolverle algo que le robaron… está aquí —digo, y alzo el diario. No me queda mucho tiempo, la magia que he usado para mantenerme cuerdo, despierto, entero… se agota. Ya no soy más que un alma pegada a un cuerpo que no coopera.
—Carlise… no...
No lo deja terminar apesar de que ni siquiera puedo responder. Porque él sabe, lo ve en mis ojos. Es el que siempre supo cuándo mentía y cuándo no, igual que su padre. Y ahora, por primera vez en años, me ve con total claridad.
Lanzo el diario al fuego.
Pero no arde, en cambio la tinta se enrosca en el aire como un suspiro, las páginas no se consumen: desaparecen. Como si el universo mismo supiera que hay palabras que aún no han cumplido su destino. No lo pierde, solo se va a donde tiene que estar. A donde estará él.
—Ti amo, Draco Malfoy —pienso mientras cierro los ojos. El fuego baila en mi visión como si fueran los recuerdos bailando por última vez para mí—. Y si esta vez no me conoces… si no recuerdas mis bromas, mis secretos, mi amor o mis errores… espero que sea porque fuiste feliz sin mí. Que logramos devolverte la vida que se te fue arrebatada.
Y así, con ese pensamiento arropándome como una manta vieja y querida… sonrío.
Y me dejo ir.