
No es sólo una escoba
No es sólo una escoba
Harry cogió el regalo que le tendían sus nietos, el envoltorio tenía forma de palo por un lado que se ensanchaba por el contrario. Era una escoba, lo sabía y sonrió. Sus nietos sonrieron satisfechos. Habían estado discutiendo sobre qué regalarle aquel año, a sus ochenta años ya era un poco mayor para seguir montando en escoba y la última que le regalaron, como todas las anteriores estaba en perfecto estado aunque tuviera diez años. Su abuelo siempre les daba un minucioso cuidado. Ellos pensaban que su pasión por las escobas era porque añoraba los años en que jugó Quidditch, llegando a ser el mejor buscador de la historia y que todavía no había sido superado; pero se equivocaban.Para Harry cada escoba tenía su historia. Su primera escoba, la Nimbus 2000 que le regaló McGonagall había sido su primer regalo. En ella había aprendido a volar, le había dado las primeras victorias y le había dolido su pérdida cuando fue destrozada por el Sauce Boxeador.
Su segunda escoba, la Saeta de Fuego que afortunadamente todavía conservaba con cariño por mucho que su pareja había insistido muchas veces en que ya no servía más que cara criar polvo, había sido el primer regalo que le había hecho un familiar. No era por despreciar a los Weasley, ellos también eran su familia, pero era distinto, ellos habían elegido acogerle; Sirius había sido un miembro de su familia inicial, su padrino.
La primera vez que había volado en su tercera escoba había sido al convertirse en buscador profesional. Y fue con esa escoba con la que cogió la snitch que les había hecho ganar los Mundiales de Quidditch y a partir de entonces Inglaterra había vuelto a ser puesta en el mapa del deporte, imbatible hasta su jubilación.
Su cuarta escoba tenía una historia muy especial, con ella había atrapado la snitch en la cual pocos días después había escondido un anillo de compromiso con el que se había declarado al amor de su vida.
Su quinta, sexta y séptima escoba habían llegado a su posesión en diferentes cumpleaños de parte de cada uno de sus hijos.
En la octava fue en la que había volado durante sus bodas de oro y la última que poseía hasta ese momento en que sus nietos habían decidido regalarle la novena a la que se unirían nuevos recuerdos. Quizás se fiasen lo suficiente de sus facultades como para jugar un partido por los viejos tiempos, pensó antes de rasgar el envoltorio y para su sorpresa descubrir que en efecto era una escoba, pero una escoba rellena de dulces y chocolate. ¡Merlín, amaba a sus nietos!
Los besó y abrazó fuertemente y sin perder más tiempo comenzaron a dar cuenta del regalo, si su pareja le pillaba con semejante cargamento de dulces le mataba.
Fin