
Problemas como tú
Problemas como tú
Harry no recordaba haber comido o bebido algo diferente a lo que Charlie había ingerido en aquel buffet de Rumanía al que habían ido a celebrar después de haber conseguido controlar a toda una manada de colacuernos húngaros, por lo que no podía haberle echado una poción. Su amuleto de lágrimas de dragón seguía siendo de un color rojo incandescente, así es que tampoco podía haberle maldecido.
Podía decir que estaba en serios problemas, porque no podía controlar sus manos que se enredaban en el cabello rubio y acariciaban la pálida piel, ni su boca que lamía, mordía y besaba todo a su paso. A decir verdad, tampoco es que sintiese muchos deseos de parar, aunque una voz en algún rincón de su mente le gritase que eso no estaba bien. La ignoró deliberadamente, en aquel momento no podía ni concentrarse en recordar cómo había llegado a aquella habitación, ya arreglaría cuentas con Malfoy cuando terminase.
Lamió su polla, lenta y concienzudamente, los gemidos del rubio le excitaban hasta niveles insospechados. Llevó una de sus manos al lugar de su deseo e introdujo un dedo, seguido de un segundo. Lo quería ya.
Extendió su líquido preseminal por su pene y entró sin más, hasta el fondo.
–¡Ah, jod-der! –protestó Malfoy entre dientes.
Él no se detuvo a verificar si estaba bien, no podía. Sería más fácil pedirle que respirara en el vacío.
Salió para volver a entrar una y otra vez, con un ritmo lento, fuerte y profundo. Sin dejar de besarle, devorando los gemidos que le volvían loco.
Estaba cerca y comenzó a bombear la polla del otro, quería que se corriese con él, lo quería todo de él.
Obtuvo lo que quería, podía asegurar que fue el orgasmo más potente que había tenido jamás, y se desplomó sobre el rubio.
Se retiró, tumbándose junto a él cuando fue capaz de levantarse y se quedó observándole por largos minutos, por alguna extraña razón no podía dejar de observarle y no sabía cuándo había comenzado a acariciar sus cabellos y su mejilla.
–¿Qué me has hecho? –preguntó aunque no pudo darle el tono de reprimenda que quería.
–Nada, Potter. Es el destino. Eres mío, mi pareja para siempre –explicó Malfoy lentamente observándole con cariño–. Tengo sangre veela.
Debía de estar enfadado por haberle esclavizado de aquella forma, pero no era así, ni siquiera la odiosa voz protestó. Ahora amaba a Draco y él lo amaba él, y por el momento no deseaba más del mundo. Ojalá todos los problemas en su vida fuesen así.
Fin