
Cromos para adultos
–Si le, si le, si le, si le, si le, si le –repetían a coro una y otra vez Albus y Scorpius mientras se mostraban el uno al otro sus cromos de las ranas de chocolate.
Minutos más tarde Scorpius gritaba:
–¡No le! Paracelsus. ¿Quién es este? –se preguntó Scorpius dándole la vuelta al cromo.
–Te lo puedes quedar, ese le tengo cuatro veces –concedió Albus antes de continuar pasando cromos.
Minutos más tarde sólo se oía la voz del pequeño de los Malfoy pasar cromos interrumpiéndose varias veces ante un cromo que no tenía.
Una vez que terminó, soltó el taco de cromos flexionando las manos adolorido por su peso.
–¿Cómo puedes tener tantos cromos nuevos de una semana a otra? –cuestionó el rubio.
–Es que los intercambio con mis hermanos –contestó.
–No me cuadra –reflexionó el niño de siete años–. Esta semana mi papá trajo un montón de cajas y le convencí para que me dejara coger los cromos aunque no me dejase comerlas, y sigues teniendo muchísimos más que yo –objetó.
–Es que... –Albus le miró dudando un instante. Su mamá le había dicho que no contase aquello a nadie, aunque él no entendía por qué, no tenía nada de malo y Scorpius era su mejor amigo–. Mi papá también como ranas de chocolate y nos da los cromos a nosotros, y como mamá no le regaña pues él puede comer muuuchos más.
–Ni mi papá ni mi mamá comen ranas, sólo bombones a veces. Por eso siempre tienes tantos, qué suerte –se lamentó Scorpius.
Albus sonrió orgulloso de su papá sin saber que la noticia se expandiría poco a poco y las consecuencias que tendría para todos.
***O-O***
Los chicos de quinto curso de Gryffindor estaban reunidos en su dormitorio ante el tesoro conseguido por Andrew Towler gracias a una poción de edad y un buen manejo del hechizo Confundus. Los controles para la versión para adultos de las ranas de chocolate eran muy rigurosos.
Los cinco ocupantes del dormitorio miraban con ansia y nerviosismo la caja ante ellos que contenía a su vez diez chocolates. Ante la indecisión, fue Andrew el primero en coger.
–Laura Madley –anunció al tiempo que unas tetas saltarinas salían inadvertidas de su caja ante la atención del adolescente por la imagen semidesnuda en el cromo–. ¡Joder, cómo está la enfermera!
–¡A ver! –gritaron sus compañeros.
Andrew se la enseñó algo reticente a apartar sus ojos tan pronto.
–Creo que no me sentó bien la cena y voy a ir a que me revisen –bromeó Harry Davis.
–¡Malditas túnicas! –se lamentó Ian Branstone.
Valientemente Albus cogió otra caja seguido por el resto de sus compañeros.
–Os recuerdo que esa foto se la tomaron hace unos nueve años –dijo Albus antes de, valientemente coger otra caja seguido por el resto de sus compañeros–. ¡Oh, Merlín! Michael Corner –anunció impresionado Albus mientas una polla voladora escapaba de su caja.
–¡Alicia Spinnet!
–¡Eric Vaiser! El jugador de los Halcones de Falmouth.
–¡Oh, joder! ¡Tu padre! –gritó Neville Carmichael.
–¿A quién tienes? –preguntó Ian, creyendo que era una expresión lo que gritaba su amigo tan impresionado.
–Tu padre, Albus. Es tu padre –aclaró casi sin levantar la vista.
–¡¿Qué?! No puede ser... no habrás leído bien –dijo no queriendo creer lo que decía su amigo.
Sus compañeros se acercaron a Neville confirmando sus palabras. Ian tragó antes de hablar.
–Sí que lo es, y la fecha es de sólo hace tres años –aseguró sin apartar la vista del Jefe de aurores que se mostraba con escasa tela, moviéndose por el cuadro con gracia y dando vueltas sobre sí de vez en cuando, con un adorable sonrojo en sus mejillas–. Lo dicho ¡malditas túnicas!
Albus salió de allí abochornado, maldiciendo el momento en que cogió la poción de edad de su tío George para este fin, mientras en el dormitorio sus compañeros siguieron abriendo cajas y observando los cromos, bendiciendo a Jason Samuel, que también estaba entre las imágenes, que ideó el hechizo para duplicar fotos en movimiento para que sus ocupantes no tuviesen que turnarse entre sus representaciones.
Fin