
Un nuevo camino
Daemon
Lo último que podía recordar claramente era el momento en que volaba a lomos de Caraxes para enfrentar al asesino de parientes; sabía que no tenía oportunidad de sobrevivir contra Vhagar, pero tenía algo que Aemond no: años de experiencia a lomos de dragón y experiencia en batalla. Tal vez moriría, pero se llevaría a ambos con él.
Había recibido una carta de Rhaenyra en la que ordenaba que matara a la jinete de dragón que estaba con él. No lo hizo, no por las razones que ella creía, sino porque ella no había hecho nada como lo que hicieron las semillas de dragón que cambiaron de capa. Ella había mostrado su lealtad hacia su reina en todo momento.
Sabía que Rhaenyra ya no era la misma; la pérdida de sus hijos había ido rompiendo su mente y comenzó a caer en la locura, sin saber realmente en quién podía confiar. Comenzó a desconfiar hasta de su propia sombra, y eso fue algo que sus enemigos supieron aprovechar, susurrando en su oído, fingiendo buscar lo mejor para ella cuando lo que realmente hacían era alejarla de sus aliados y poner en su contra a otros.
Sabía que él no había sido de ayuda con el comportamiento que tuvo, pero esa era su manera de enfrentar el dolor que tenía: planear la muerte de los que le arrebataron el trono a su esposa, a su hermano, su pequeña hija y sus hijos. Ese era el último recuerdo que tenía: saltar de Caraxes y apuñalar al Tuerto en el último ojo que le quedaba.
Luego de eso, se encontró en un lugar en el que realmente no había nada, solo se veía una extensión que parecía no tener fin de oscuridad. No había objetos, sonidos, ruidos de algún tipo ni nada más que simple oscuridad. Luego de lo que pareciera una eternidad y de caminar sin descanso tratando de encontrar una salida, vio a alguien a quien anhelaba volver a ver con todas sus fuerzas: su esposa, su sobrina Rhaenyra estaba con él, al fin en el lugar donde pertenecía, envuelta por sus brazos.
No sabía qué sucedía, no sabía si estaba soñando o estaba en el reino de Balerion y los dioses le estaban concediendo la oportunidad de ver a su llama gemela. Un momento interminable después se soltaron y permanecieron simplemente mirándose a los ojos, tantas cosas que decir, tanto por lo que disculparse, pero no necesitaban decir una sola palabra para transmitir todo lo que estaban pensando y sintiendo.
Si esto era solo un sueño, esperaba no despertar; no necesitaba otra cosa que tener a su esposa a su lado. El momento se vio interrumpido por la aparición de catorce figuras que aparecieron delante de ambos. Ninguno los había visto jamás, pero sabían quiénes eran: frente a ellos estaban los dioses valyrios. Los dos se arrodillaron frente a ellos rápidamente.
— Levántense, no hace falta que ustedes nos hagan reverencias —dijo uno de los hombres.
Se levantaron y miraron al hombre que habló; supieron automáticamente quién era: Balerion, el dios de la muerte. Estaban confundidos, no sabían por qué los dioses se mostraban frente a ellos. Tal vez fuera para juzgar los pecados que cometieron antes de morir; tal vez al final de su juicio les dieran la oportunidad de entrar al reino de Balerion. Era lo que más ansiaban; aunque ahora estaban juntos, eso era más que suficiente. Ellos querían pasar la eternidad con sus seres queridos, en especial sus madres y sus hijos.
— Sabemos que esto es confuso para ustedes, pero no están aquí para lo que piensan. Están aquí porque necesitamos que cambien el destino de la casa Targaryen. De su casa depende la supervivencia de la humanidad. Deben hacer lo que sea necesario para evitar su caída. Hemos decidido darles una segunda oportunidad de hacer las cosas. Verán todas y cada una de las pequeñas y grandes decisiones que llevaron a su casa a la destrucción y a preparar el escenario perfecto para que la humanidad perdiera cuando llegó la larga noche. También se les mostrará lo que sucedió luego de su muerte hasta llegar al momento en el que la profecía se cumplió —dijo Shrykos.
— Pero antes de comenzar, traeremos a la tercera persona que tendrá esta tarea y su segunda oportunidad —dijo Meraxes.
A unos metros de dónde se encontraban, apareció una luz cegadora. Cuando la luz desapareció, vieron a Rhaenys en el lugar donde estuvo la luz. Ella miró todo a su alrededor y, cuando los vio, caminó apresuradamente hacia ellos.
— Daemon, Rhaenyra, ¿dónde estamos? ¿Quiénes son ellos? —preguntó con confusión en su rostro.
— Princesa Rhaenys, somos los dioses valyrios, y sobre dónde están... este lugar es algo así como el limbo entre el reino de los vivos y el reino de Balerion —contestó Aegarax.
— Ahora verán todos los errores que se cometieron desde el momento de la conquista de Aegon hasta la llegada de la larga noche. Su tarea será aprender de ellos y cambiar el destino que verán —dijo Tessarion.
Y así, los tres Targaryen vieron todo lo que debían cambiar para lograr salvar su casa de la destrucción y los errores que no volverían a cometer.
...Lo último que recordaba era ver el momento en que el Rey de la Noche derrotaba a los humanos por la falta de dragones y magia de sangre. Luego de eso, todo se oscureció, otra vez.
Despertó sintiéndose desorientado y se confundió aún más al mirar a su alrededor y no reconocer el lugar donde estaba. Luego de unos minutos, lo descubrió: estaba en sus aposentos en Dragonstone, pero no era tal como lo recordaba. Estaba tal y como lo tenía cuando fue exiliado de Desembarco del Rey luego de la muerte de Aemma.
Esto lo confundió aún más, y luego se dio cuenta de algo que realmente lo perturbó: no tenía la herida en el hombro causada por la flecha en llamas que consiguió en los peldaños de piedra, y ninguno de los cortes.
En ese momento, recordó lo que dijeron los dioses: tendrían una segunda oportunidad, en la que podrían arreglar todos los errores que cometieron. Los dioses los enviaron a los tres al pasado.
Ahora tenía la oportunidad de cambiar tantos errores que lo atormentaron durante años hasta el día en que murió.
Luego de que su sorpresa inicial pasara, comenzó a eliminar a los enemigos que estaban a su alrededor, una de ellas, la cual creyó que le era leal.
Lo primero que cambió fue el hecho de no ir a Desembarco del Rey a robar el huevo de dragón. Luego se dirigió hasta el lugar donde se encontraba Mysaria y se deshizo de ese gusano traicionero. Nadie la extrañaría, o tal vez sí, Otto Hightower, después de todo, perdería a su fuente de secretos.
Mientras pensaba en eso, recordó cómo mató a Mysaria.
(Retrospectiva)
Daemon se dirigió hasta la cámara de Mysaria; ella estaba mirando hacia afuera por una de las ventanas. Cuando lo oyó entrar, se giró.
— Daemon, ¿sucede algo? —preguntó ella al ver el rostro de Daemon, el cual mostraba una furia asesina y determinación.
— Eres muy astuta, lo reconozco. Supiste jugar bien tus cartas. Aunque yo jugué un papel fundamental en tu victoria al subestimar tu inteligencia —dijo acercándose a ella y la acorralo contra la pared.
— De que estás hablando, Daemon? De que juego hablas, de que victoria? —dijo tratando de parecer confundida, pero su voz temblorosa la delataba.
— El heredero por un día, te suena esa frase? Fue muy tonto de mi parte no darme cuenta de quién se lo pudo haber comunicado a Otto, después de todo, tú eres una espía excelente utilizando a los niños de Flea Bottom —dijo furioso, una furia que sentía más hacia él mismo por no haber sospechado de su deslealtad, que hacia ella.
— Deberías saber que no te iría bien si descubría que tú le brindabas información a Otto sobre mí. Tal vez pensé que eras más inteligente como para saber que nunca debes enfurecer a un dragón —dijo con voz baja, que destilaba veneno.
Antes de que ella pudiera reaccionar y volviera a tratar de fingir no saber de qué hablaba o tratara de defenderse, él la apuñaló varias veces con su daga en el estómago. Ella lo miró fijamente sin darse cuenta del todo como la apuñaló rápidamente, y luego sangre comenzó a salir de su boca rápidamente. Su cuerpo se fue quedando sin fuerzas hasta que sus ojos finalmente quedaron viendo sin realmente ver.
(Fin de la retrospectiva)
Saliendo de sus recuerdos, pensó en cómo matar a Brome. Él había traicionado a su esposa y contribuyó a su muerte en manos del hijo borracho y violador de Viserys. Luego de pensar en una manera durante un tiempo, se le ocurrió un plan. Le pidió que fuera a un bar en el pueblo y le pagó a un soldado que sabía le era leal para que lo matara y lo hiciera parecer un robo. Cuando los soldados que patrullaban el pueblo lo encontraron, el nombró a ser Robert Quince como el nuevo castellano de Rocadragón, ya que él era firmemente leal a su sobrina. No había en esta isla alguien más idóneo para el puesto.
Luego de un largo día en el que eliminó a dos de los enemigos de su esposa y de él, se retiró a su habitación a dormir. Se levantó al amanecer y comenzó a entrenar junto con los soldados que fueron con él cuando salió de la capital. Terminó el entrenamiento y decidió ir al pueblo a beber con los soldados. Volvió al castillo al anochecer, se estaba dirigiendo a sus aposentos cuando oyó a alguien llamándolo.
— Príncipe Daemon —dijo casi gritando el maestre Gerardys.
Daemon se detuvo y se volvió hacia atrás y vio que el maestre se dirigía rápidamente hacia él.
— Mi príncipe, hay dos cartas de Desembarco del Rey para usted. La primera llegó antes de que usted se fuera al pueblo, pero cuando iba a entregársela, usted ya se había marchado. Y la segunda llegó hace aproximadamente una hora —dijo Gerardys cuando llegó junto a él.
Daemon estaba confundido. Esto no había sucedido en su primera vida. No sabía qué podría haber cambiado.
Luego recordó su sueño. Él no estaba solo. Con él se encontraban Rhaenyra y Rhaenys. Los dioses las hicieron retroceder en el tiempo también.
Alguna de ellas seguramente había hecho algo para cambiar los sucesos que pasaron en la vida anterior, cómo él también lo había hecho al eliminar a dos traidores y no ir la noche anterior a Desembarco del Rey a buscar el huevo.
— ¿Quién envió las cartas? —dijo Daemon.
— Ambas cartas tienen el nombre de la princesa Rhaenyra, pero... mi príncipe, hay algo que me preocupa. Tenga, véalo usted mismo —dijo el maestre Gerardys, el cual tenía el rostro lleno de confusión y preocupación.
El maestre le entregó ambas cartas y Daemon las agarró titubeando un poco, ya que no estaba seguro de qué era lo que le preocupaba a Gerardys. Ahí, en un lado de ambas cartas, estaba el nombre de Rhaenyra, pero lo que impactó a Daemon fue la palabra que estaba escrita antes de su nombre: "Reina Rhaenyra Targaryen" estaba escrito en ambas. Esto no podía ser real, pensaba. ¿Qué podría haber ocurrido que cambiara tanto en tan poco tiempo? ¿Qué le ocurrió a Viserys? Él tendría que estar muerto para que Rhaenyra ascendiera al trono. Viserys ya estaba enfermo en este momento, pero no lo suficiente como para morir.
— Gracias, Gerardys. Me retiraré a leer las cartas —dijo en voz baja.
— Claro, mi príncipe —dijo y se retiró del lugar.
Daemon entró a sus aposentos y comenzó a leer las cartas. En una, Rhaenyra le informaba de la muerte de su hermano hacía dos días y le contaba que fue descubierto por Harrold Westerling la mañana anterior. Pedía que llevara al maestre Gerardys a la capital para examinar el cuerpo del rey y descubrir la causa de su muerte. En la segunda le escribía sobre los Peldaños de Piedra y le informaba sobre el envío de soldados para unirse a las tropas de la Serpiente Marina en su esfuerzo para derrotar a la Triarquía. Le pedía que le dijera al castellano que comprara suministros para la guerra. Se le pedía llegar a Desembarco del Rey la mañana del día siguiente.
Tenía mucho que hacer, así que hizo lo que le pidió su sobrina y le comunicó su petición al castellano y le dijo a Gerardys que se preparara para partir antes del amanecer. Tenía mucho que hablar con su sobrina. Cómo ansiaba volver a estar con ella y nunca más dejarla. Pensando en todo lo que tenía que resolver, se fue quedando dormido, soñando con el reencuentro con su esposa.