
Chapter 3
Rhaenyra abrió los ojos, pero no se movió. Todo estaba en silencio. Seguramente, todavía no habían encontrado a su padre muerto. Tenía que estar preparada, debía dar el mejor espectáculo, pareciendo una hija devastada por la pérdida del único padre que tenía. De eso dependía todo su plan. Necesitaba representar bien su papel para asegurar su éxito.
Tenía tanto en lo que pensar y personas con las que hablar. Después de todo, no había sido solo ella quien había regresado. Los dioses habían sido claros en lo que tenían que hacer. Le habían mostrado a ellos lo que pasaría si no cambiaban el curso de las cosas. No sabía si ellos estarían de acuerdo con su decisión, pero ella sabía que era la única opción verdadera. Y, a decir verdad, no se arrepentía ni sentía culpa por ella.
En su primera vida, quiso creer que su padre era solo demasiado bueno para ver la maldad que lo rodeaba, pero a medida que vio lo que sus decisiones le iban costando a las personas que lo amaban, se dio cuenta de que a él realmente no le importaba. Él vio lo que Alicent le hacía y jamás la detuvo. Vio lo que los constantes embarazos le hacían a la salud de su madre y, aún así, no se detuvo. Jamás fue un buen hermano para Daemon, y aunque él decía amarla, tampoco fue un buen padre para ella. Ni siquiera fue un padre en su infancia, siempre buscando tener su heredero varón, no pasaba tiempo con su hija.
Ella consideraba a ser Harrold más su padre que al rey mismo, e incluso Daemon pasó más tiempo con ella, a pesar de sus constantes exilios. Cuando obtuvo finalmente el hijo varón que tanto anhelaba y por el cual atormentó a su madre toda su vida, ni siquiera le prestó atención o se involucró en su vida.
Dejó esos pensamientos atrás, sabiendo que concentrarse en el resentimiento que sentía por Viserys no la ayudaría en lo que debía hacer. Se levantó y llamó a las sirvientas. Debía vestirse y realizar sus tareas habituales, no debía levantar sospechas de ningún tipo.
—Preparenme un baño y mi vestido —les dijo a las sirvientas.
Luego de bañarse, la vistieron y peinaron. Cuando estaba casi lista, se escuchó un ruido fuera de las puertas. Un momento después, pidieron entrar. Era su escudo jurado y el Lord Comandante, el cual tenía el rostro pálido y una mirada triste y compasiva.
—Princesa, vengo a informarle sobre una terrible noticia. Esta mañana, al no tener respuesta a los llamados a la puerta de los aposentos de su padre, Lord Hand y yo entramos. Al entrar, encontramos al rey sentado junto a su modelo valiryo. Él parecía estar durmiendo, pero al no despertar cuando anuncie la llegada de la Mano, me acerqué a él. El rey estaba frío y no respiraba. Lo siento, princesa, su padre está muerto —dijo ser Harrold.
Bajó la cabeza y guardó silencio. Rhaenyra quedó inmóvil, su rostro se volvió aún más pálido de lo normal, y sus ojos se volvieron brillantes por las lágrimas no derramadas. Abrió y cerró la boca un par de veces, sin poder emitir sonido. Lo que pareció una eternidad después, por fin logró hablar.
—¿Qué? Eso no puede ser verdad. Él estaba bien, su salud estaba bien. Yo lo vi en el consejo privado, y no parecía tener nada malo —dijo con voz baja, apenas un susurro.
Cada palabra fue dicha entrecortadamente, como si estuviera haciendo un gran esfuerzo por hablar.
—Lo siento, princesa. No sé qué fue lo que le sucedió. En la noche estaba bien, y no mostraba ningún signo de enfermedad —dijo el Lord Comandante.
Él la miraba con el rostro cargado de dolor por haberle dado esa noticia. Pobre princesa, pensaba, parecía rota, vacía por dentro, como si todo su mundo se hubiera derrumbado luego de esta noticia.
Rhaenyra veía que él estaba triste y preocupado por ella, se sentía un poco culpable por causarle preocupación por ella, pero era lo que debía hacer.
—¿Qué está sucediendo ahora? ¿Quién más sabe de la muerte de mi padre? —habló con voz baja, entrecortada, y parecía estar haciendo todo lo posible por no llorar.
—Princesa, solo lo sabe ser Otto Hightower, las hermanas silenciosas y yo —dijo.
Pareció titubear y pensar cómo decir lo siguiente.
—Lord Hand convocó al consejo privado... Él dijo que elegirán quién gobernará ahora los siete reinos —dijo.
Parecía furioso, pero contenía ese enojo.
—¿Quién gobernará los siete reinos? Mi padre me nombró su heredera hace unos días. ¿Acaso ya olvidaron su juramento? —ella estaba furiosa por el atrevimiento de ese hombre. Creer que ella no se enteraría de lo que estaba tramando era un insulto.
—Ser Harrold, reúna a los demás capas blancas y algunos capas doradas y diríjase con ellos a las cámaras del consejo privado. No permita que nadie abandone la habitación hasta que yo llegue —dijo con voz autoritaria.
—Sí, su gracia —dijo y salió de sus aposentos.
Ella pidió que todos salieran y que nadie la molestará, y rápidamente se dirigió a las cámaras del consejo a través de los pasadizos.