Donde Nuestro Azul Comienza

呪術廻戦 | Jujutsu Kaisen (Manga) 呪術廻戦 | Jujutsu Kaisen (Anime)
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Donde Nuestro Azul Comienza
Summary
¿Qué sentido tiene la vida de Satoru Gojo si no es el de ser el más fuerte? Es el mejor en todo lo que hace y todo lo que intenta sale a la perfección la mayoría de las veces. Es un dios sobre la tierra y, aun así, está sujeto a la misma opresión de la vida de los simples mortales: siendo mangoneado por su propio clan, forzado por valores morales que no tienen sentido ninguno para él.Y de repente, Suguru Geto aparece y echa por tierra de su visión nihilista de la vida. ¿Y qué puede hacer Satoru, sino dejarse llevar por sus encantos?ÓUna compilación de headcanons sobre cómo este par se conoció.
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A Través del Cristal Tintado

Geto Suguru se hallaba frente a los terrenos del Colegio Técnico de Magia Metropolitana de Tokio, observando el extenso camino montañoso con aire contemplativo. Llevaba el pelo recogido en un moño alto, pero un mechón de pelo se había soltado y colgaba por su lado izquierdo o, más bien, eso parecía. La realidad era que había estado por lo menos veinte minutos frente al espejo seleccionando cuidadosamente la longitud y el grosor de ese mechón, con el fin de que pareciera lo más natural posible. Si le preguntaras, no lo admitiría. A su derecha descansaba una maleta con todas sus cosas.

—¿Nervioso? —Una voz femenina se escuchó a su lado.
Geto se giró en su dirección.

Una chica de pelo castaño y ojos desinteresados le observaba, sujetando el asa de su propia maleta. Su mirada se paseaba perezosamente por Suguru, analizándolo poco a poco, de vez en cuando regresando a sus ojos. Geto reparó en la forma en la que jugueteaba con algo entre sus labios: un cigarrillo.

—¿Qué pasa? —preguntó la chica, inclinando el cigarrillo hacia un lado de su boca, dejándolo atrapado en la comisura. Se dio cuenta de que la mirada de Geto se posaba sobre sus labios.— ¿Quieres? —dijo sacando un paquete del bolsillo posterior de su uniforme y agitándolo frente a él.

—Eh… No, gracias —Geto ocultó una mirada de desaprobación y le sonrió a la chica—. Soy Geto Suguru.

—Ieiri Shoko —se presentó la chica.

—Encantado.

—Igualmente.

Shoko se giró para mirar hacia el camino que había estado contemplando Suguru y soltó una bocanada de humo en un suspiro.

—Es un buen tramo…

—Sí lo es…

—¿Y tendremos que pasar por aquí siempre?

Geto le dirigió la mirada, más por cortesía que por interés.

 

—¿No te quedarás en los dormitorios? —preguntó.

Shoko dio otra calada a su cigarrillo antes de dejarlo caer en su cenicero portátil.

—Sí, pero si tenemos que salir a una misión de campo tendremos que bajar, ¿no?

—No creo que nos envíen a muchas si tan solo somos de primero —respondió Suguru con tranquilidad.

—Jumm… cierto… —Shoko alineó su flequillo diagonal con las puntas de sus dedos—. Entonces, ¿subimos?

—A no ser que estés esperando por alguien.

—Nop… ¿Y tú?

—Ja… —Suguru soltó una risa vacía—. No parece que haya muchos estudiantes por aquí.

—¿A lo mejor ya han entrado? —preguntó Shoko, poniendo el pie sobre el primer escalón.

—No lo creo. ¿No decía en alguna parte que solo habían admitido a tres estudiantes? —respondió Geto, siguiendo sus pasos—. Tendremos que llevarnos bien,
entonces.

—Pues tú y yo ya somos dos, así que el último tiene que estar al caer…

Como si la hubieran escuchado, al decir eso último, el rugido de un motor interrumpió su conversación. Tanto Shoko como Suguru se giraron y miraron hacia atrás.

No hacía falta un grado en ingeniería para saber que a la escuela acababa de llegar alguien importante. El Mercedes-Benz que había realizado una parada frente a la entrada lo decía todo.

Abrillantado y pulido hasta el último milímetro, pese a ser de color negro el reflejo de la luz sobre la pintura cuando se abrió la puerta de pasajero consiguió cegar a Suguru por un momento.

Si el coche era caro, el chico que se bajó de él parecía más caro aún. Era evidente para cualquiera que lo mirara, olía a niño rico por todos lados, incluso en el sentido literal.

El niño rico, en cuestión, tenía el pelo corto y blanco. El corte parecía tener la intención de ser serio, pero había empezado a quedar largo por los lados y algunos mechones comenzaban a caer sobre la frente. La otra cosa llamativa eran sus gafas, que eran tan oscuras que no reflejaban nada y, aun así, a Suguru le pareció que podía ver un par de írises resplandecer a través de ellos.

Una sirvienta le ayudó a bajar su única maleta que, para sorpresa de Geto e Ieiri, era más pequeña que la de ellos. El chico hizo un ademán y la mujer dejó la maleta a su alcance. No intercambiaron despedidas y él no le dio las gracias, solo una reverencia formal de parte de ella antes de que volviera a subirse al coche.

El ronroneo del motor, que no se había detenido en ningún momento, volvió a cobrar fuerza con el arranque y el coche se perdió en la distancia.

El chico rico comenzó a subir las escaleras, pasando en medio de Shoko y Suguru sin siquiera dirigirles la mirada.

Geto e Ieiri se miraron mutuamente, observando al chaval que acababa de ignorarlos olímpicamente, pero optaron por no decir nada.

Después de una caminata silenciosa, la infraestructura de la escuela comenzó a hacerse visible a través del denso follaje. Por fuera parecía una escuela religiosa, pero quién sabía lo que ocultaba por dentro.

Tanto Ieiri como Geto suspiraron al ver que del edificio principal aún los separaban dos tramos de escaleras, separados por un camino.
Geto fue tomando nota de todo el recorrido mientras Ieiri divagaba para sus adentros sin prestar mucha atención.

Tras bajar los escalones, el empedrado se volvió mucho más ordenado y pulido. Geto acarició las rocas del muro de piedra, que estaban cubiertas de musgo. Ieiri se detuvo un momento a mirar el riachuelo que había al lado contrario para comprobar si habían peces, no había. El niño rico, por su parte, solo avanzaba sin dejar que nada lo distrajera, como si ya conociera el sitio o como si no le interesara en lo más mínimo. Geto pensaba que podría haber sido cualquiera de las dos.

Tras subir el último tramo, fueron recibidos por un hombre alto y fornido. Llevaba el pelo rapado por ambos lados y vestía un conjunto completamente negro, desde la chaqueta hasta los zapatos.

Ieiri hizo un pequeño gesto de saludo y Geto le sonrió a la figura familiar, el profesor Yaga. En su momento, este último le había hablado de la escuela de hechicería y, aunque había supuesto un agotador tira y afloja matricularse en una institución que parecía haber salido de la nada, Geto sintió que por fin había encontrado su lugar o, más bien, esperaba que fuera así. A decir verdad, en su estómago habían comenzado a arremolinarse sentimientos de angustia e inseguridad. Ya había sido advertido de que la baja tasa estudiantil de cualquiera de los cursos del Técnico pero, aun así, no le reconfortaba saber que solo dispondría de la compañía de dos personas durante su primer año, en especial cuando una de ellas parecía un niño mimado antisocial.

El susodicho hizo una mueca cuando el profesor les dio la bienvenida.

—Satoru, se más amable. Estos serán tus compañeros hasta que te gradúes.

El llamado Satoru se dignó por fin a mirarlos, siendo la única prueba de ello la forma en que había girado su cabeza, pues sus ojos permanecían escondidos tras la negrura de esas gafas de sol.

Suguru sintió una extraña punzada en la nuca.

Cuando Satoru terminó de analizarlos a ambos, se volvió hacia el profesor.

—Eso si llegan hasta la graduación —creyó oírle murmurar.

Con ese intercambio de dos frases, Geto pudo deducir un par de cosas: primero que, al igual que él, probablemente los otros dos alumnos ya habían conocido a Yaga en su momento; y segundo, ese chico, Satoru, había dicho, debía ser alguien medianamente importante si podía hablarle a una figura de relativa autoridad de esa manera. Esta última deducción se solidificó cuando Yaga se limitó a suspirar y a dejar que el chico avanzara por su cuenta.

—A vosotros dos, os mostraré las habitaciones.

 

Las instalaciones de la escuela eran grandes. Ya había quedado claro por los vastos terrenos montañosos sobre los que estaba construida, pero se hacía más evidente, no solo por los grandes campos de entrenamiento y equipaciones de cualquier escuela, sino también por lo grandes que eran las habitaciones. Tenían un área de alrededor de dieciocho metros cuadrados y venían con una cama, un escritorio y un armario incluidos. Además, contaban con una puerta corredera de cristal que daba acceso a un patio exterior común, que le proporcionaba una iluminación natural y agradable.

Geto no había traído muchos efectos personales de casa, pero disfrutaría organizándola. Tal vez cambiar la cama de sitio para que la cabeza mirara hacia el norte y girar la mesa para que no le diera la espalda a la puerta al estudiar.

Una mujer, una no hechicera que se encargaba de la mayoría de tareas domésticas, le estaba enseñando los dormitorios femeninos a Ieiri. Otra cosa en la que se había fijado era en la escasez de personal. Aunque, tratándose de solo tres estudiantes por promoción, seguramente no había necesidad de mucho más.

El edificio de dormitorios contaba con pequeñas cocinas y varias salas de descanso que podían ser utilizados por los estudiantes, aunque también podían pedirle a la no hechicera, a la que por costumbre llamaban madre, que lo cocinara por ellos si se lo decían con suficiente antelación.

Los terrenos contaban con varios campos de entrenamiento, tanto de artes marciales y de combate como de deportes normales. Había un gimnasio muy bien acondicionado también. Por lo demás, los grandes paseos naturales servían para despejar la mente y relajarse. Y, la mejor parte, eran los estudiantes los que cobraban.

Al principio, con todo el embrollo de una “escuela privada”, a Geto le había preocupado que a sus padres les diera un infarto pero, no solo no les habían cobrado sino un par de yenes por los trámites sino que, además, las familias contaban con una indemnización por muerte en servicio, por perturbador que pudiera resultar ese hecho. En resumen, aunque el sitio aparentaba ser una escuela religiosa privada, lo que ocurría por dentro no tenía nada que ver.

Otra de las cosas interesantes que habían llamado su atención era la posibilidad de personalizar el uniforme.

Ante las miles de posibilidades que se le aparecieron, Geto se decantó por personalizar la chaqueta para que solo tuviera un único botón en la esquina superior izquierda y por unos pantalones holgados. Ieiri, por su parte, tenía una versión más estándar del uniforme, con un botón adicional en el cuello de la chaqueta , falda y medias grises. Gojo, en cambio, apenas había modificado el suyo, llevando el que se te otorgaba por defecto.

Aunque resultara un poco contraproducente tener un uniforme si se podían realizar cambios al gusto, era bastante divertido.

 

Después del pequeño tour, a los estudiantes se les otorgó el resto del día libre. Las clases normales se daban de lunes a viernes, empezaban a las ocho y media y terminaban a las tres y media. Los entrenamientos supervisados comenzaban a las cinco y media y terminaban a las siete y media de la noche los lunes, martes y jueves , pero no había toque de queda. Los sábados, el entrenamiento comenzaba a las ocho y media de la mañana y tenían la tarde y el domingo libres. El resto del tiempo que no estaban entrenando, podían dedicarlo a cultivar habilidades de su interés o explorar libremente sus técnicas malditas. Además de eso estaban…

—¿Crees que las misiones serán difíciles? —preguntó Geto mientras preparaba una taza de infusión con un solo terrón de azúcar.

Estaban en una de las salas de descanso. Geto tomó asiento en un silloncito decolorado frente a Ieri, dejando el plato de su taza sobre la mesa de té.

No había ninguna norma que le prohibiera fumar, así que Ieiri encendió otro cigarrillo.

—¿Ya estás pensando en eso? —El mechero chasqueó varias veces antes de que saltara la chispa y se encendiera—. No lo sé, no me va eso.

—Espera, ¿entonces no estás aquí por la hechicería? —inquirió Geto, confundido.

Él había llegado al Técnico por la extraordinaria habilidad que había descubierto alrededor de los seis años. Eso le había valido un par de regaños y más de un psicólogo innecesario pero, con el tiempo, había logrado adaptarse. Aun así, le aliviaba saber que ya no hacía falta fingir que no veía cosas asquerosas posándose como moscas sobre la gente.

—No en ese sentido —respondió Ieiri, dando una calada—. ¿Tú también tienes? Ya sabes, una habilidad.

—Ah, sí. Umm… —Geto dejó la taza sobre la mesita—. Es algo así como absorción de…esto…

—¿Maldiciones?

—Eso. Las absorbo y luego las controlo.

—Oh…

Ieiri tardó algo en contestar. Geto pensó, por un momento, que a lo mejor había dicho algo indebido. Aunque no se imaginaba el qué, pero a esas alturas era difícil evaluar qué era normal.

—¿No sería más como manipulación de maldiciones, entonces? —dijo finalmente Ieri.

Geto soltó una carcajada seca.

—Me parece que el nombre es lo de menos.

—Puede. —Ieri le dio una pequeña sonrisa.

—¿Cuál es tu habilidad?

—Ah, es difícil de explicar. Nadie parece entenderlo cuando trato de explicarlo.

—Inténtalo.

—Está bien, pero no digas que no te lo advertí.

Geto asintió.

—No es mi habilidad como tal pero, aparentemente, no es algo que muchos puedan hacer. Ya sabes más o menos cómo funciona, ¿no? La energía maldita —-comenzó Ieiri—. Pues resulta que, si haces así y asá, —Ieiri hizo un par de gestos confusos con el dedo—, pasa esto, sientes como si tal —más gestos confusos—, y entonces bum, puedes curar tus heridas, y también las de otros si tienes energía suficiente.

Geto guardó silencio, mirando a la chica como si le acabara de hablar en un dialecto del pueblo más remoto y oculto de la antigua china, o incluso peor. Quiso hacer un esfuerzo por rectificar su cara de retrasado, pero no le dio tiempo.

Ieiri se acomodó en su asiento y respondió:

—No pasa nada, estoy acostumbrada. Tú solo imagínate que es mi técnica maldita y ya está.

—Eh… Sí, mejor —murmuró Geto—. No, espera, pero entonces, ¿qué es…?

—Son rituales inversos. —Otra persona más se unió a la conversación.

—Vaya, el principito decide honrarnos con su presencia —saludó Ieiri.

Geto giró su cabeza hacia la puerta. Apoyado sobre el marco, con los brazos cruzados, se encontraba el chico de antes. Llevaba las gafas incluso ahora, en el interior.

Cuando se giró hacia Geto, este sintió como si le estuvieran analizando el alma, aunque probablemente solo era su imaginación. Ojalá fuera solo su imaginación.

—No tienes gracia —respondió el chico, dirigiendo su atención a Ieiri por fin, escaneándola de arriba abajo—. ¿Así que tú eres la que puede usar rituales inversos?

—Esa misma.

Geto sintió que una tensión extraña había comenzado a formarse en el aire, así que trató de aligerarla.

—Siéntate, si quieres. Todavía queda agua caliente, por si te apetece una infusión —ofreció cortésmente.

El chico no respondió, pero se dirigió hacia la nevera de la sala para buscar algo. Al no encontrar lo que buscaba, bufó y se recostó sobre la pared.

—Déjalo, a lo mejor se cree demasiado importante para juntarse con la plebe —dijo Ieiri con una sonrisa ladina. Dio su última calada antes de extinguir su cigarrillo.
El comentario pareció molestar al chico.

—¿Plebe? —preguntó Geto.

Al darse cuenta, arqueó las cejas. Entonces, míster niño rico, en efecto, no solo era rico, también era importante, tal como había supuesto.

—Gojo Satoru —respondió el míster.

—Eh… ¿Eh? Espera, ¿esa familia Gojo? —preguntó Geto—. ¿La de la lista de ricos de Japón?

Gojo chasqueó la lengua con molestia y se ajustó las gafas.

—Si quieres verlo así —respondió con desgana.

—¿A qué te refieres?

Ieiri miró a Geto con una ceja enarcada.

—¿Qué pasa?

—¿No conoces al clan Gojo? —cuestionó.

—¿Clan Gojo? ¿No se trata solo de una familia rica con un negocio de…? Emm… —En realidad, Geto tampoco sabía por qué los conocía. Tampoco se molestaba en hacer indagaciones sobre la vida de los ricachones. No sentía que fuera una vida que estuviera a su alcance.

Ieiri abrió los ojos con asombro. Gojo se mantenía, de hecho, bastante indiferente.

—¿Has estado escondido bajo una roca? Es como si no supieras nada sobre el mundo de la hechicería —dijo Ieiri. La cara de Geto confirmó su afirmación—. Ah, vale, ya veo.

La chica se relajó entonces.

—Mis padres no son hechiceros —se limitó a explicar Geto.

Ahora fue el turno de Gojo para mirarlo con impresión. Fruncía el ceño con incredulidad y lo analizaba como si fuera un bicho raro. Nada a lo que no estuviera acostumbrado, a decir verdad.

—¿Tus padres no son hechiceros? —no pudo evitar preguntarle.

—No.

—¿No vienes de ninguna familia?

—No. A ver, sí, tengo familia, pero no de ese tipo.

Hubo una pequeña pausa. Gojo no parecía convencido. Geto aprovechó el silencio para coger su taza de té y dar un sorbo, pero ya estaba frío. Con un suspiro decepcionado, volvió a dejarlo en la mesita.

—¿En serio? —volvió a preguntar.

—Completamente en serio.

—¿Cómo te llamas?

—Geto Suguru —respondió Geto, poniéndose en pie—. Un placer.

—¿Suguru como de “excelente”?

—Eso mismo.

—Suguru… —murmuró.

Gojo lo miró un par de segundos más. Tenía algo, sí, pero Geto ya se había aclimatado a la sensación de su pesada mirada sobre él.

—Ieiri Shoko, por si te interesa. —Ieiri se presentó por lo bajo.

Finalmente y, aunque parecía haber estado a punto de decir algo más, Gojo se dio la vuelta y desapareció por el pasillo, dejando a Geto sorprendido. Este se giró hacia Shoko.

—¿Qué ha sido eso?

Shoko se encogió de hombros.

—Creo que le has gustado.

Geto suspiró ante el comentario.

—Anda ya —resopló mientras volvía a sentarse—. A todo esto, ¿qué es eso del Clan Gojo?

Shoko acostó la cabeza sobre el respaldo del sillón, mirando al techo.

—Pues a ver, en la actualidad existen tres grandes clanes: el Clan Kamo, el Clan Zenin y el Clan Gojo. Los clanes tienen técnicas hereditarias que se suceden de generación en generación. También sé que hay algo de roce entre el Clan Zenin y el Clan Gojo, pero los tres clanes son muy especialitos y prefieren guardarse las cosas para sí, así que no te puedo decir mucho. Como podrás imaginar, nuestro simpático compañero es el sucesor del Clan Gojo —añadió con sarcasmo.

—Ah…

Geto se quedó pensativo.

—¿En qué piensas?

—No, en nada…

Lo que pensaba era que Satoru no tenía el aspecto de futuro líder de un clan. Sí, en parte tenía el carácter malcriado de un adolescente de estatus, pero al mismo tiempo mantenía ese tipo de interacciones al mínimo, como si solo quisiera ser dejado en paz. ¿Qué clase de educación recibía la familia Gojo? Por lo menos esperaba que fuera un altanero que abusaba de su nombre, pero más bien parecía preferir evitar pregonarlo si podía.

—Si tú lo dices —respondió Shoko, cortando su línea de pensamiento.

—¿Y sabes cuál es su habilidad?

—Hasta dónde sé, la técnica del clan se llama Infinito, pero lo que la hace especial son los Seis Ojos.

—¿Seis Ojos?

Shoko se ajustó unas gafas imaginarias. Geto lo entendió.

—Pero, de todas formas, ¿en qué consiste? —preguntó.

—Eso tendrás que preguntárselo a él, si es que en algún momento decide hablarnos. Los clanes son unos paranoicos totales. Poca gente de fuera llega a conocer los detalles de sus habilidades.

—Me lo imagino…

—De todas formas, seguro que el profe Yaga nos dará alguna clase de historia o algo así, historia de verdad, digo, considerando que se suele modificar lo más
importante para adaptarlo a los no hechiceros.

—A todo esto, creo que será mejor si me voy ya. —Suguru se levantó, recogiendo su taza y echando un vistazo al reloj de pared—. Se está haciendo tarde.

—Buenas noches —se despidió Shoko, haciendo un gesto con el brazo.

Suguru terminó de ordenar la vajilla y se fue a su habitación.

 

—Guaaaaaau, ¿seguro que no tienes experiencia peleando? —aplaudió Shoko. Aunque sus palabras eran de elogio, su tono era relajado, como si mostrar el más mínimo ápice de admiración resultara agotador para ella.

Se encontraban en el entrenamiento de la tarde. El profesor Yaga los había estado instruyendo a todos excepto a Shoko para medir su nivel. Ahora era el turno de Satoru, que se levantó dejando la sombra del árbol sobre la que se había recostado y se acercó al campo de entrenamiento con un paso tortuosamente lento al tiempo que Geto lo abandonaba. Por un segundo, le pareció que Gojo lo miraba, pero al intentar comprobarlo por el rabillo del ojo, solo se encontró con la cabellera blanca de corte pulcro que lo caracterizaba, así que volvió a dirigir su atención a Shoko.

—No es para tanto —le respondió con una sonrisa, aceptando la toalla que le ofreció—. Ya practicaba artes marciales antes, pero nunca he peleado en serio.

—Oh, entiendo, don prodigio —rio ella.

—No lo decía en ese sentido.

—¡Suguru! —El profesor Yaga interrumpió su conversación—. Ven un momento.

Geto se giró lentamente, el desinterés y la desgana inscritos claramente en su expresión. Aunque no hubiera sido en serio, Yaga le había presionado bastante para que tuviera que dar lo máximo de sí. No le hacía gracia que le hiciera volver cuando por fin le había dejado marchar.

—No me mires así. Vamos, ven —le apremió.

Con pasos lentos y arrastrados, después de dejar la toalla meticulosamente doblada a un lado, regresó al lado de Yaga, hallándose frente a frente con Satoru.

—La mejor forma de evaluar la fuerza de cada uno y mejorar las habilidades personales es enfrentándose a un desafío acorde. Dada la afluencia de estudiantes que tenemos en esta escuela, eso a veces no es posible pero, personalmente, creo que ambos podréis sacar mucho el uno del otro en un enfrentamiento amistoso —explicó.

—No hace falta que te las des de profesor ilustre —masculló Gojo, ajustándose las gafas. Eran como una barrera que los separaba.

Era la cuarta vez en todo el día que Geto lo había escuchado hablar. Pese a estar los tres en la misma clase y haber compartido siete horas seguidas juntos, Gojo Satoru se limitaba a sentarse en su pupitre, piernas y brazos cruzados, esperando a que la hora terminara. Era difícil saber si prestaba atención o si se desentendía de la clase debido al oscuro cristal que hacía de muro entre el mundo exterior y lo que fuera que vieran esos supuestos Seis Ojos. Independientemente de eso, era imposible pillarlo desprevenido. Yaga intentó hacerlo tres veces, preguntándole de forma repentina cualquier cosa, de cualquier tema, de cualquier asignatura, y las tres la respondió de forma sucinta, concisa y precisa, sin cabida a errores o malinterpretaciones. De hecho, las respuestas eran tan perfectas que resultaba difícil continuar la conversación después de recibirlas, así que Yaga se rindió y decidió dar las clases como si solo fueran para Geto e Ieiri.

—Por mí no hay problema —respondió Geto—. ¿Qué hay de Gojo-kun?

Gojo lo miró a través de la oscuridad de sus lentes. Ah, ahí estaba otra vez: la penetrante sensación de los írises resplandecientes a través del cristal tintado.
El chico se frotó la nuca, dio un suspiro y dejó caer los brazos a ambos lados de su cuerpo.

—Vale.

—Ah y, Satoru, otra cosa.

—¿Eh?

—Creo que no hace falta decirlo, pero nada de infinito. Y lo mismo para ti, Suguru, sin técnicas. Un combate normal y corriente. ¿Queda claro?

—Sí —respondieron ambos al unísono.

El silencio recayó sobre ambos mientras se colocaban en posición, incluso la suave brisa de aire que mecía las hojas de los árboles pareció detenerse a observar lo que estaba a punto de acontecer. El cambio en el ambiente era tan evidente que incluso Shoko, que había elegido distraerse mirando el móvil, levantó la vista.
La posición de Geto era calmada y algo cerrada, invitadora, casi. Gojo alzó la cabeza orgullosamente y la inclinó hacia un lado, como tratando de entender el porqué.

—Cuando queráis —alentó el profesor Yaga.

Fuera cual fuera la razón de esa invitación, Gojo la aceptó. Fue un segundo, o tal vez una fracción de segundo, aunque no importaba porque, de todas formas, el tiempo es relativo. El caso es que su primer movimiento había sido una tentativa. En un par de zancadas había alcanzado a Geto, girado su torso y extendido el brazo desde el costado hacia adelante, apuntando a la cabeza. Grande fue su sorpresa cuando el objetivo de su ataque lo repelió sin problema con un par de golpes defensivos, moviéndose hacia atrás. No obstante, Geto no tenía la intención de dejar que Gojo lo hiciera retroceder poco a poco. Con cada bloqueo y haciendo buen uso de su juego de pies, pivotó, transfiriendo el peso de su cuerpo hacia la derecha y, con un empuje, logró establecer un poco de distancia.

—¿Yendo a por la cara directamente? No tienes honor —se mofó Geto.

En realidad, le daba igual, solo quería mantener la distancia y ganar un par de segundos para procesar lo que acababa de pasar. Liderado por la adrenalina, había logrado detener a Gojo por un pelo. Nunca había enfrentado a alguien igual, y algo le decía que ni siquiera había ido con todo. Por eso y, en parte, por su ego, intentó mantener la calma, con una sonrisa serena, mientras le daba tiempo a su mente para recuperarse.

Gojo, por su parte, se encontraba igual de sorprendido, aunque sus facciones no lo reflejaran con claridad. No solo por el hecho de que alguien había detenido una ofensiva iniciada por él, sino porque, a diferencia de todas las veces que había peleado con otros, esta vez su contrincante se había esforzado de verdad. Lo había visto, la forma en que sus pupilas se habían dilatado al verlo venir, la tensión inmediata de sus músculos, la precisión de los movimientos del otro y la intensa concentración trazada en cada milímetro de su cara, nada escapaba de sus ojos. Eso era algo a lo que Satoru no estaba acostumbrado. Desde que era niño, nadie nunca lo había tomado en serio al pelear. Cuando era un niño, se daba por hecho que perdería, por el simple hecho de que estaba empezando a aprender, así que los maestros eran estrictos, pero no se desataban con él. Cuando se hizo más fuerte, algo que no llevó mucho tiempo, se daba por hecho que ganaría, así que todos sus oponentes partían desde la base de la derrota y, en el mejor de los casos, esperarían aprender algo de la experiencia. Pero, ¿qué había de Satoru? Cuando tu adversario no da lo mejor de sí mismo, ¿qué pruebas tienes de que tu victoria no es una farsa, una gran mentira? Lo más cercano a una batalla sincera que había tenido habían sido un par de intentos de secuestro y de asesinato, pero incluso esos dejaron de llegar después de un par de ocasiones.
Suguru era diferente, él lo había dado todo en esa fracción de segundo. Lo había mirado de frente, firmemente convencido de que podía derrotarlo, pero sin arrogancia, y, debido a esto, llegó a sentir cierta fascinación por él.

Pero eso no estaba bien.

—Ni el honor ni la honra dan de comer —respondió con simpleza, preparándose otra vez.

Fue tomado por sorpresa al ver que, en esta ocasión, Suguru había iniciado el movimiento.

No había estrategia, no había nada, normalmente no le hacían falta. Geto solo atacaba, Gojo se limitaba a esquivarle. Rápido, veloz, audaz, casi estúpido, pero quería observarlo un poco más.

Geto también se había sorprendido a sí mismo. Fue como un momento de revelación seguido de otra descarga de adrenalina. Cuando comprendió que Satoru estaba acostumbrado a ganar sin siquiera esforzarse y que esa era, probablemente, su única fuente de ventaja, se decidió y atacó. Con lo que no contaba era que Satoru fuera a responder rápido también. Aunque, pensándolo bien, era normal si recibían un entrenamiento de élite. Así fueron quedando sumergidos en su mundo, intercambiando movimientos a tal velocidad que podía escucharse la forma en que cortaban el aire, como si no existiera nada más. A Geto le pareció que Yaga le gritaba correcciones y apuntes, aunque a esas alturas le parecían incoherencias al azar, y ni siquiera sabía a quién se dirigía, solo podía contemplar la perfección de los movimientos de Satoru, que serpenteaba a través de los diez metros de diámetro que los rodeaban.

La frustración se hizo visible cuando empezó a darse cuenta que no podía encajar ningún golpe. Geto soltó un gruñido por lo bajo. Satoru arqueó las cejas con algo de sorpresa y, como si hubiera comprendido su queja, dejó de esquivar y bloqueó el gancho que había estado a punto de hacer, aprovechándose del impulso para realizar una patada giratoria dirigida hacia su cadera.

Geto fue capaz de reaccionar a tiempo, rotando hacia el lado opuesto y flexionando las rodillas para bajar su centro de gravedad. Ayudándose de una mano, pivotó para propulsarse y utilizó la inercia para dar un salto con una sola pierna, dando un giro de trescientos sesenta grados que le dio la oportunidad de darle una patada a Satoru en la cara.

Una lástima que un truco tan bonito no hubiera dado en el blanco. Satoru se hizo hacia atrás en un instante, pero no lo suficiente como para impedir que la patada golpeara la montura de sus gafas, que crujieron al caer al suelo. Oh, vaya.

—¡He dicho que suficiente, los dos!

Los dos jóvenes miraron al profesor Yaga con más agresividad de la que hubieran querido, jadeando pesadamente y sudando a mares. El propio profesor no pudo evitar mostrar estupefacción al ver la cara de sus estudiantes. Ahora, incluso se sentía culpable de detenerlos, como si hubiera interrumpido algo muy importante. Rápidamente sacudió esas ideas absurdas de su cabeza y dio dos palmadas para reafirmar su autoridad.

Satoru ignoró ese lamentable intento de retomar el control de la situación, calmó su respiración y caminó hacia donde habían caído sus gafas. Se agachó para recogerlas, les sacudió el polvo y las miró con decepción. Una gran grieta recorría el cristal negro y opaco, y la patilla golpeada ahora era inservible.

Entonces, Suguru lo vio. Brillantes, como el cielo azul iluminado por el sol del mediodía; penetrantes, como si pudieran ver a través de todas las cosas, incluso el alma; y perdidos en el horizonte, como si no les quedara nada interesante más por ver en este mundo. No era capaz de imaginar cómo era posible que la mirada de un humano pudiera reflejar todas esas cosas a la vez, pero ahí estaba. El calor que no había notado por el acelerón de su combate le subió de golpe.

Tal vez fuera porque llevaba demasiado tiempo mirándolo fijamente, pero Satoru alzó la vista y le devolvió la mirada, haciendo que Geto sintiera el impulso de apartar la suya. Después, se recordó a sí mismo que no estaba haciendo nada malo y caminó hacia él.

—Siento mucho lo de tus gafas —se disculpó con sinceridad.

Vio el brillo de los orbes azules oscurecerse, aunque solo fue un poco.

—No es nada, tengo otro par de repuesto —respondió Gojo secamente, guardándolas en uno de los bolsillos de su chaqueta. Su intención de irse era bastante evidente.

Eso molestó un poco a Geto. Lo normal era saludarse antes y después de un combate, por la deportividad, ¿no?

—Has estado muy bien —lo elogió, extendiendo la mano para que se la diera.

Gojo, que había quedado girado a medias al intentar marcharse, se volvió hacia él de nuevo, con lentitud, como si el que alguien le tendiera la mano fuera una acción desconocida para él. Sus ojos viajaron entre la sonrisa amable de Suguru y su mano un par de veces. Luego, lentamente, como con cautela, extendió la suya propia y se la dio.

La sonrisa de Suguru flaqueó un poco al ver que Satoru apenas estaba apretando. Más bien, era como un perro dando torpemente la pata. En serio, ¿qué le pasaba?

—Me lo dicen mucho —respondió Satoru con tono vacío.

La sonrisa de Suguru flaqueó un poco más. ¡En serio!, ¡¿qué le pasaba?!

—Pero tú tampoco has estado mal —terminó por agregar—. Aunque mucho hablar de honor y todo eso….

Para luego terminar apuntándole a la cara también, pensaron ambos.

En alguna parte del corazón de Suguru saltó una chispa, no sabía de qué, pero antes de que pudieran decirse nada más, el profesor Yaga volvió a interrumpirlos.

—Hemos terminado por hoy. Id a daros una ducha, que cantáis —ordenó.

Los dos chicos se giraron hacia él otra vez y, de nuevo, en el profesor se asentó la sensación de que estaba interrumpiendo algo importante. Sin embargo, lo achacó al hecho de que eran dos adolescentes competitivos y agregó otro comentario innecesario.

—Ya tendréis más oportunidades para tiraros de los pelos. Ahora volved, o no os va a dar tiempo de pedirle a la madre algo de comer. Y luego no me vengáis llorando porque no sabéis ni freír un huevo.

—Creo que se preocupa demasiado, profesor —rio Geto, inclinándose ligeramente hacia Gojo, con la esperanza de que apoyara su comentario o de que riera con él.

Bueno, ya no sabía ni qué esperaba, porque Satoru ni se inmutó, solo puso rumbo hacia las duchas con ese paso tortuosamente lento de antes.

—Eh… ah… pues… —balbuceó Geto para sí mismo antes de iniciar la marcha también.

 

Una hora más tarde, Geto se encontró con Shoko en el pequeño comedor compartido.

—Hasta que por fin llegas —dijo dándole un sorbo al resto de su bebida. Su comida ya había desaparecido—. Debe de ser un rollo cuidar de esa melena que tienes.

—Jaja, pues no te equivocas —respondió Geto, sentándose con su propia bandeja de comida bajo la atenta mirada de la chica—. ¿Y Gojo? —preguntó mirando a su alrededor.

—¿Esperabas que comiera con nosotros?

—¿La verdad? No.

Shoko rio.

—Estuvisteis bastante bien —dijo—. Por un momento pensé que os ibais a matar o algo. El profesor Yaga no dejaba de gritaros, pero no parecíais escuchar.

—Ah, ya… —Geto se llevó una mano al mentón, reflexionando—. Fue algo extraño, por un momento dejé de percibir el mundo a mi alrededor. Me había pasado alguna vez antes, pero…

Shoko tarareó un suave “Jumm” en señal de entendimiento, aunque era difícil saber si esa comprensión era sincera.

—Bueno, supongo que seguirle el ritmo al más fuerte de su generación tiene que pasar factura de un modo u otro —comentó.

—Dices, pero creo que se estaba conteniendo —suspiró Suguru, dando un bocado a su cena.

—Eso es porque no viste la cara de sorpresa que se le quedó cuando lo bloqueaste, hasta se le torcieron las gafas.

—¿Ah, sí? —respondió Suguru, más por el hecho de seguir la conversación de forma proactiva que por el hecho de que le interesara el contenido.

—Sí, después de ese teatrillo de hacer como si no fueras a luchar. ¿De qué iba eso?

—Ah, en realidad no fue a propósito. Solo sentí que él reaccionaría, ¿tal vez?

—¿Ni siquiera tú lo sabes?

—Cuando estás en el campo de batalla hay cosas que no se pueden explicar con el razonamiento convencional. Tienes que estar ahí para entenderlo —le explicó Geto con condescendencia.

En respuesta a la obviedad de su indirecta, Shoko bufó.

—Paso, no es para mí. —Entonces se levantó y recogió sus cosas.

—Tú te lo pierdes.

Después de darse las buenas noches, Suguru terminó el resto de su cena y regresó a su habitación.

Tras repasar el día en su mente, llegó a la conclusión de que no le molestaba su nueva vida. De hecho, estaba bastante bien. Sí, Gojo daba la impresión de ser una persona frívola a la que solo le importaba hacer lo que estuviera obligado a hacer y retirarse el resto del día, pero no era desagradable. Y Shoko, por otro lado, no parecía darle mucha importancia a la mayoría de asuntos relacionados con la ofensiva, pero Geto la había pillado con dibujos e imágenes anatómicamente grotescas, y la había visto mostrar mucho interés en asuntos de biología y ciencias. Eso, sumado a las características de su habilidad, le daban una idea de por donde iban los tiros. Sí, podría acostumbrarse a esto.

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