
It's a kind of magic
Queen no requiere comentario, ¿verdad? Este OS, que completa a los dos anteriores, habla de magia y amor. Es el songfic número 20, así que aquí acabaría este recopilatorio, peeeeeero no, la semana que viene habrá un pequeño extra de uno de los primeros.
Personajes: Draco, Scorpius y Harry, acompañados de la familia. Hoy además cumple años nuestro héroe, felices 41 Harry, va para ti este regalo (aunque en la historia cumples 40, una pequeña licencia).
La infancia de Scorpius fue todo lo que Astoria y él querían, un niño feliz, que crecía rodeado de familia, aunque fuera la familia más inesperada: los Weasley. Especialmente los Potter-Weasley.
— Otra vez...
Draco levantó la mirada del periódico que leía, con la taza de té elegantemente en el aire, y miró a su esposa.
— ¿Disculpa, querida?
— Otra vez hay que cortarle el pelo a Scorpius.
Levantó ligeramente las cejas, confuso, antes de mirar al niño que jugaba en el cesped cerca de ellos. El cabello rubio pálido le llegaba casi a los hombros y se veía algo alborotado.
— Es la versión rubia de Albus —musitó para sí, con una sonrisa.
Esos dos, unidos desde el nacimiento, parecían a veces siameses, usaban las mismas palabras, los mismos gestos. Incluso juraría que Albus levantaba las cejas como un Malfoy con más perfección que Scorpius.
— Le corté el pelo hace dos semanas. Es...
"Cosa de magia", pensó Draco para sí mismo, tragando saliva. Había escuchado la misma queja de labios de su madre cuando era niño: el cabello de su padre crecía mucho más rápido de lo normal. Un día, curioso, se atrevió a preguntarle a su padre. Su madre no se molestaba realmente, la veía sonreir sonrojada muchas veces cuando tomaba su varita para adecentar la larga melena.
— Es magia innata, hijo —le explicó su padre, algo incómodo—. De siempre, cuando un Malfoy está enamorado, su cabello crece salvaje.
Volvió a mirar a su hijo de ocho años. Amor. Astoria enloquecería si se lo contaba. Sobre todo porque a él jamás le había pasado, su cabello crecía a ritmo normal. Así que se limitó a dar un sorbo de té y volver a su periódico.
Con el paso de los años, tuvo clarísimo quién era la persona que hacía crecer el cabello de su hijo, seguramente lo supo mucho antes que él, pero le dio su espacio. Scorpius había sufrido mucho con la muerte de su madre y se había vuelto más introvertido, salvo con su sombra Potter, claro, que además había tenido la desgracia de pasar por lo mismo. Era inevitable que esos dos niños, que habían nacido casi a la par y a unos metros de distancia, estuvieran destinados el uno al otro. Pero no iba a presionar a su hijo, necesitaba descubrirlo por él mismo y acudir a él cuando estuviera preparado.
Las vacaciones de Navidad de tercer curso comenzaron con un Scorpius con una larga trenza. Era increíble lo que le había crecido el pelo en tres meses y eso ya le dio una pista de que los sentimientos de su hijo comenzaban a salir a la luz. Pronto se dio cuenta de que no era lo único que ocurría: Scorpius tenía problemas para controlar su magia. Era algo muy sorprendente en un niño como él, que había dado su primera muestra de magia voluntaria con apenas un año.
El día antes de Nochebuena, al entrar en la biblioteca, se lo encontró rodeado de libros, pasando páginas frenéticamente.
— ¿Puedo ayudarte?
El sobresalto de escuchar de repente la voz de su padre a su lado hizo que un brote de magia tirara una estantería entera de libros.
— Padre, yo, lo siento, de verdad, no quería...
Draco no respondió, sacó su varita y devolvió los libros sin problema a su sitio.
— ¿Quieres contarme algo?
— Yo... —los grandes ojos grises, miraron hacia el suelo mientras enrollaba la punta de su trenza en el dedo.
— Scorpius, hijo, estos libros no son necesarios —dijo con suavidad, sentándose junto a él y señalando los quince libros abiertos sobre la alfombra—. Habla conmigo, entre los dos encontraremos una explicación y lo arreglaremos.
— No sé que me pasa, todo está fuera de control. —El muchacho apretó los ojos, frustrado— Las cosas se caen, mi varita echa chispas, el pelo y la ropa de la gente cambian de color... y no es aposta, de verdad, padre, yo no...
— Scorp... —lo abrazó por los hombros— ¿ha ocurrido algo estos meses? ¿alguien te ha hecho daño?
El niño se talló los ojos y suspiró.
— Ha sido todo extraño, no lo sé... yo.
— ¿Hay algún problema con Albus?
Scorpius levantó la cabeza de golpe, con los ojos muy abiertos. Su rostro parecía demacrado, había adelgazado los últimos meses.
— ¿Albus? No. Que va, para nada, yo... —balbuceó, cercano al pánico.
— Ey, —Lo tomó de los brazos para poder mirarle a los ojos — cálmate, hijo. Sea lo que sea, está bien.
— ¿Seguro?
— No hay nada que no podamos solucionar.
— Te vas a enfadar...
— No lo haré, te lo prometo.
— Pero es que yo.. creo que yo.. podría ser que a mi...
— ¿Te gusten los chicos? —preguntó con suavidad.
Los ojos asustados lo miraron un momento antes de afirmar despacio con la cabeza.
— ¿Uno en concreto?
Volvió a asentir.
— ¿Moreno y con ojos verdes?
En lugar de asentir, esta vez directamente enrojeció.
— Hijo, creo que es hora de que te hable de algo que nos ocurre a los Malfoy...
El té semanal con su madre era, por lo general, el rato para el chismeo y para las confidencias. Era un ratito para quitarse responsabilidades y máscaras de seriedad, juntos, en la intimidad del saloncito privado de Narcissa en la mansión. Quizá por eso le afectó más, porque era su momento relajado y sin caretas.
— ¿Hay algo que quieras contarme? —preguntó ella, los ojos grises mirándole sobre la taza pintada a mano.
Levantó una ceja interrogante.
— Solo me preguntaba si te has dado cuenta de lo largo que llevas el pelo.
Draco dejó la taza en la mesa con más fuerza de la necesaria, salpicando té en todas las direcciones. Su madre apretó los labios antes de limpiar el desastre con su varita y rellenarle la taza. Un silencio tenso se instaló en la salita.
— Lo siento, hijo, no es asunto mío y no quería incomodarte.
Draco negó ligeramente con la cabeza antes de volver a tomar la taza de nuevo.
— Scorpius hizo la misma observación antes de irse al colegio—comentó molesto, mirando fijamente al fondo de su taza.
Su madre no contestó. Al cabo de un par de minutos tuvo que levantar la mirada, escamado por el silencio. Narcisa le miraba con una sonrisa entre pícara y misteriosa.
— Con el pelo así te pareces muchísimo a tu padre, ¿lo sabías?
— El espejo de mi habitación me lo dice a diario. Literalmente.
Ella emitió una suave risa.
— Mamá...
— ¿Quién es la afortunada?
Apretó los labios con fuerza mientras volvía a mirar a la taza y se sonrojaba.
— Oh, Morgana. Ahora sé de donde ha sacado tu hijo su cara de "tengo algo que decir y no sé cómo hacerlo" —comentó divertida.
— ¿Recuerdas como fue con Scorpius hace unos meses? El pelo, la magia fuera de control, la pérdida de peso...
Su madre dejó la taza sobre la mesa con cuidado y se enderezó más en su butaca.
— Tienes 40 años, no trece, Draco.
— Pero me siento igual de perdido que se sentía él —musitó.
— Hijo...
— Nunca había sentido esto. Y es absurdo, porque jamás en la vida yo me habría planteado...
Narcissa se tapó los ojos con la mano.
— ¿Ha ocurrido ya algo?
— ¿Qué? No, claro que no, esto es un capricho, un error, se me pasará mamá. Yo no soy gay.
— No seas absurdo, Draco. No se renuncia a lo que sientes. Y lo sabes, es amor. Estas enamorado de Harry.
— ¿Quién lo ha nombrado a él?
Los ojos grises de su madre le miraron, duros.
— Te conozco, hijo. Lo que no sé como no lo he visto antes, era tan evidente...
— No, no , no, mamá. No es evidente porque no está pasando, yo no estoy enamorado de Potter.
— Draco....
— ¡No! Somos amigos, eso es todo. Ni siquiera me gustan los hombres, joder —gruñó frustrado, pasándose la mano por el pelo.
— Hijo...
— ¡He dicho que no!
Un pequeño estallido de magia y el sonido de cristales rompiéndose fue lo último que escuchó Draco tras salir del saloncito de su madre para ir a encerrarse en su habitación.
El laboratorio estaba silencioso. Sentado en la mesa que tenía en un lateral, Draco pasaba a limpio unas notas con gesto de concentración, por eso apenas escuchó los pasos de Scorpius.
— ¿Qué haces así aún? —preguntó Scorpius ligeramente molesto.
Levantó la mirada confuso, sin soltar la pluma.
— El cumpleaños, papá.
Murmuró algo por lo bajo y volvió la vista al pergamino.
— Disculpa, no te he entendido —objetó el muchacho, divertido.
— No voy a ir, tengo trabajo.
Scorpius se sentó en la esquina de la mesa y esperó a que su padre volviera a mirarlo. El duelo de voluntad duró apenas cinco minutos, Draco acabó por levantar los ojos con el ceño fruncido.
— Ve tú solo y excúsame. Total, habrá mucha gente, Harry ni se dará cuenta.
Su hijo no le contestó, siguió mirándole con la ceja levantada.
— No me siento bien, yo...
— Excusas, papá. Hace más de tres meses que no le ves. Y es su cumpleaños, no se cumplen cuarenta todos los días. Él al menos te mandó un regalo por tu cumpleaños —argumentó cuando su padre fue a abrir la boca para protestar—. Fuiste tú el que se negó a celebrarlo.
— He estado muy ocupado.
— Has estado evitando al señor Potter. Para ser una persona con responsabilidades y supuestamente madura, gestionas fatal tus relaciones personales.
— ¡Scorpius! —le amonestó con su tono de padre.
— ¿Qué, padre? Deja de mirarte el ombligo y preocúpate por los demás. Tu amigo está pasándolo mal, es una fecha importante, y tú te has borrado de su vida.
— Estás exagerando.
— ¿Eso crees? La amistad también es un compromiso, no puedes desaparecer de la vida de alguien después de tantos años sin una explicación. Además, ¿no le conoces? Cree que ha hecho algo, que es culpa suya. Albus y James están preocupados, dicen que no lo han visto tan triste desde...
— Iré a vestirme —bufó, dejando la pluma con cuidado—. Coge el regalo.
La fiesta era en La Madriguera. En otro tiempo Draco se habría estremecido de repulsión, pero los últimos años muchas cosas habían cambiado y una de ellas era esa: era un Weasley más. Por eso se sentía aún más culpable respecto a los sentimientos que tenía por Harry, cuando se admitía a sí mismo que los tenía.
Había llegado a apreciar muy sinceramente a Charlie. Era un hombre franco y directo, protector de los suyos, un gran bebedor de cerveza y un contador de historias increíble, así que había sentido mucho su muerte. Por supuesto, había intentado estar ahí para Harry, los niños y el resto de la familia, porque ellos los habían tratado como familia desde el nacimiento de Scorpius, igual que luego ellos estarían con él meses después al perder a Astoria. Y ahora se sentía condenadamente culpable cada vez que se permitía la licencia de pensar en ocupar ese espacio.
Al salir por la chimenea de la sala, lo primero que recibió fue un abrazo. Uno fuerte.
— Molly... —trató de hablar mientras la mujer le estrujaba.
— Desde Pascua, Draco, creía que no volverías.
Le dio palmaditas torpes en la espalda, mirando a su alrededor en busca de alguien que le salvara. Su madre y su tía le miraban a unos metros, ambas con los labios apretados y la misma cara de reproche que habían tenido los últimos meses cada vez que rehuía un encuentro con los Weasley. Un poco más allá, Lana y Hermione contemplaban la escena, la primera con cara de empatía, la segunda dudando si intervenir. Al final fue su marido el que vino a rescatarlo.
— ¡Ey, Malfoy! —saludó Ron desde el quicio de la puerta que daba al patio, ignorando la tensión reinante—. Llegas a tiempo para un mini partido.
El Quidditch era religión en esa casa. Tres ex profesionales, dos de ellos aún entrenando equipos rivales. Y dos generaciones de buenos jugadores en el colegio. Por lo general, los equipos eran mixtos, padres e hijos mezclados, pero claro, era el cumpleaños de Harry y, por una vez, los niños y adolescentes Weasley eran meros espectadores.
Al decir que sí, no cayó en ese detalle, así que cuando le dijeron que no jugaría de buscador, sino de cazador con Ginny, un escalofrío le recorrió de arriba a abajo. Harry nunca jugaba, solía excusarse diciendo que su cuñada era la mejor buscadora de la historia y que le cedía a otro la oportunidad de ser humillado.
— Hola, Draco —le saludó una voz ronca a su espalda.
Tomó aire antes de construir una sonrisa y girarse a saludar al cumpleañero.
— Feliz cumpleaños, Harry —respondió, extendiéndole la mano.
Los ojos verdes, más grandes en un rostro que obviamente había perdido peso, le repasaron de arriba a abajo antes de que su apretón fuera devuelto.
— Me alegro de verte.
A Draco le pareció que esa frase decía muchísimas cosas más y sintió un torbellino de confusión, incertidumbre, alegría y culpabilidad. Trató de que su cara no dejara ver todo eso, pero el apretón no terminaba y sentía las miradas de los demás clavadas en ellos.
— Yo también. ¿Jugamos?
Se dio cuenta de lo brusco que había sonado porque vio la expresión de Harry decaer. Y sintió el reproche generalizado a su alrededor sin necesidad de ver sus rostros.
Les apalearon, claro. Porque Ron seguía siendo un gran guardián y Lana la mejor buscadora de Europa, pero también porque Draco no dio una. No podía quitarse de la cabeza la tristeza en la cara de Harry al soltar su mano. Cuando aterrizó después de que Teddy pitara el final del partido, huyó lo más rápido que pudo a esconderse en la cocina vacía, con la excusa de beber agua.
— ¿Estás bien, hijo? —le preguntó una voz afable unos minutos después.
Se giró, aún con el vaso en la mano, para encontrarse con la mirada preocupada de Arthur. El cabello pelirrojo ahora era casi todo blanco, pero seguía teniendo una actitud vital y jovial. Y siempre, siempre, desde el día que lo recibió por primera vez en su casa, le llamaba hijo, nunca por su nombre de pila, o Malfoy, como hacían Ron o Percy.
— No debería haber venido, Arthur. —confesó entre trago y trago de agua.
— Esta es tu casa. Te hemos echado de menos.
Se frotó la cara con la mano, la otra aferrada al vaso.
— Necesito...
— ¿Qué necesitas, Draco?
Levantó la vista justo para ver a Arthur dar un apretón en el hombro a Harry y salir cerrando la puerta tras él. Los círculos morados bajo los ojos verdes eran más evidentes después del ejercicio físico. Todo su interior, incluso el que le decía a todas horas que él no era gay y no podía estar enamorado de su amigo, le impulsaba a acercarse, abrazarlo y hacer desaparecer esas ojeras. Pero se aferró a su orgullo y apretó los dientes.
— Necesito volver al trabajo, hay una fórmula...
Harry se acercó más.
— ¿Que he hecho? Dímelo por favor, en qué me he equivocado para hacer que nuestra amistad se vaya a la mierda.
Draco suspiró largo y volvió a frotarse la cara.
— No has hecho nada, Harry. Yo... he tenido mucho trabajo.
— No te creo. Venga, Draco, dímelo —le sujetó con suavidad el antebrazo al verle hacer ademán de marcharse.
La impotencia que sintió en ese momento generó un brote de magia involuntaria que dejó a Harry sentado en el suelo a un par de metros, mirándolo con cara de desconcierto.
— ¡Yo no soy gay! —gritó, antes de salir de la cocina y meterse en la chimenea.
La ira de Scorpius al llegar a casa un rato después era tal que Draco podía sentir la alteración de la familiar magia desde su escondite en su despacho. También podía ser la de su madre, indudablemente molesta también. Rezongó y dio un trago a su whisky con hielo mientras miraba sin ver el atardecer a través de la ventana.
Escuchó el clic de la puerta abrirse, pero no tenía energía para enfrentarse a ninguno de los dos en ese momento, así que siguió mirando por la ventana y, por segunda vez en el mismo día, fue la voz de Harry la que le sobresaltó.
— A estas alturas no creo que hayas desarrollado una homofobia galopante —le dijo, con voz suave, dejándose caer en el sillón frente a él—, así que no acabo de entender lo que has dicho antes de marcharte. Pero tranquilo, no necesitas decir nada más, ahora me toca hablar a mi.
Draco se giró a mirarle, algo asustado por el tono firme y determinado del final, uno que no solía escucharle fuera del trabajo.
— Hace meses que siento cosas por ti, cosas que no sentía antes. Y ha sido difícil para mí, porque sentía que traicionaba a Charlie y que ponía en peligro nuestra amistad. Entonces tú desapareces y pienso que te has dado cuenta y estás molesto.
— Harry, yo...
El moreno levantó una mano para hacerle callar.
— Puedo entenderlo, de verdad, no eres gay y yo no te intereso de esa manera, me ha quedado claro, pero somos amigos, o eso pensaba. Y adultos, creo que podemos arreglar esto hablando.
— El pelo no para de crecerme.
Harry le miró sin entender.
— ¿Albus no te ha contado lo que significa?
— No. ¿Es algo malo? ¿Alguna maldición? —preguntó, preocupado por la evidente agitación de Draco.
Movió la cabeza negativamente, tomando aire.
— Es algo que nos ocurre a los Malfoy. Por eso mi padre llevaba el pelo largo. Y Scorpius.
Las cejas morenas seguían alzadas.
— Nos ocurre cuando estamos enamorados, Harry. Amor verdadero, de ese que hace que la magia reaccione.
El rostro de Harry se desmoronó.
— Entiendo, yo... mejor me marcho —se puso en pie y caminó hacia la puerta, pero esta vez fue Draco el que le sujetó por el brazo.
— Eres tú. Y no he podido manejarlo hasta ahora porque nunca había pensado que yo... que a mi...
— ¿Qué a ti te pasara el qué? —preguntó con voz ahogada.
— Enamorarme de ti —susurró por fin.
Una sonrisa ancha y brillante apareció en el delgado rostro moreno antes de que se inclinara hacia él y lo callara con un beso. Un beso casto y dulce que hizo que las mejillas de Draco se colorearan.
— Te dejo con tu whisky, mi fiesta de cumpleaños me espera —se despidió, alejándose despacio, como si le costara.
— Es posible que vuelva en un rato, ¿te parecería bien?
— Me parecería estupendo —sonrió de nuevo, ya enmarcado en el dintel de la puerta.
— ¡Harry! —lo llamó, saliendo tras él.
El aludido se paró ya con un pie en la chimenea.
— Lo siento —se disculpó Draco, acercándose.
— Ya está aclarado —le respondió, todavía sonriente.
— ¿Así, tan sencillo?
Harry se acercó y le miró un momento antes de volver a besarle.
— Amar debería ser sencillo, Draco.
Y se marchó.