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Harry Potter - J. K. Rowling Harry Potter and the Cursed Child - Thorne & Rowling
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Una canción en el jardín

Tal como dije la semana pasada, aquí viene un extra. No tiene canción, pero os invito a imaginar qué canción suena en el jardín, yo digo que una nana. Ese mismo jardín del que habla Severus en "Volver", pero unos veinticinco años antes. 

Esto se acaba hoy, agradezco muchísimo el apoyo que me habéis dado aquí estos meses. ¡Nos seguimos leyendo!

Personajes: Narcissa, Lucius y Severus.


Lucius miraba por la ventana. El jardín estaba soleado. Hasta su despacho llegaba el sonido de risas infantiles y correteos.

— Querido.

Se sobresaltó ligeramente, no la había oído entrar. Se giró, con la mano extendida hacia ella, que se colocó a su lado. Se quedaron allí, viendo por la ventana los dos juntos a la pareja que jugaba al escondite en el jardín.

— Le has echado de menos.

La voz suave de Narcissa no preguntaba, afirmaba.

— El curso se me ha hecho largo. Creo que Draco también le ha echado de menos.

Los labios pintados de burdeos sonrieron, mucho más abiertamente de lo que haría jamás en público. Esa era la Narcisa de verdad, la mujer fuerte y decidida, que había superado todos los tropiezos de su marido con la ley de los últimos años sin reblar jamás.

— Deberías decirle que le has echado de menos.

La miró de reojo, preguntándose cuánto sabía.

— ¿Cuánto quieres que sepa?

Ahora fue él quien sonrió, mirando de nuevo por la ventana, tenía la mala costumbre de olvidar que su mujer era una legeremante formidable.

— ¿Desde cuándo lo sabes?

— Desde antes de casarnos.

Levantó las dos cejas, sorprendido.

— Cissa, yo...

Ella levantó la mano, interrumpiéndole.

— Poco antes de casarnos, vine un día a visitarte con mi madre. El elfo dijo que estabas en el invernadero y me ofrecí a ir a buscarte. Estabas sentado en el sofá, con la cabeza de Severus en tus rodillas. Él parecía dormir y tú leías mientras le acariciabas el pelo.

— Y aún así te casaste conmigo —comentó, mirándola con admiración.

— Yo quería salir de mi casa, alejarme de mi padre. Y tú parecías capaz de amar, Lucius. Jamás había visto a un hombre hacer un gesto tan tierno.

Lucius volvió a mirar por la ventana, con los labios apretados y deño reflexivo.

— Le conocí en mi último año —habló al cabo de unos minutos—. Al volver de las vacaciones de Navidad, traía un ojo morado. No me costó mucho saber todo sobre sus padres, así que en las vacaciones de Pascua le invité a venir a mi casa. —Sonrió para él, recordando— Se convirtió en mi protegido, lo que viste era algo inocente, Severus aún iba al colegio.

— Pero le quieres —insistió su esposa tercamente.

— Te respeto, Narcissa —recalcó Lucius, volviénsose hacia ella y tomándola de la mano—, He cometido muchos errores, pero nunca te he engañado.

— No es eso lo que te he preguntado.

— No sé si como estás pensando. Ha sido un hermano pequeño durante mucho tiempo.

Volvieron a mirar por la ventana. En un claro del jardín, Severus estaba sentado contra un árbol con Draco entre sus brazos y veían moverse sus labios. Narcisa abrió la ventana e hizo un hechizo amplificador y lo escucharon perfectamente. Cantaba con suavidad una canción muggle. Observó cómo le cambiaba la cara a su marido escuchándole.

— Voy a bajar a llevar a Draco a tomar una siesta —murmuró Narcissa, alejándose de la ventana.

Lucius asintió, sin dejar de mirar por la ventana.

Unos minutos después un par de golpes en la puerta del despacho le devolvieron a la realidad.

— Pase.

La alta figura, vestida de negro, entró sin hacer ruido.

— Narcissa me ha dicho que querías hablar conmigo.

Compuso su mejor máscara de neutralidad mientras maldecía por dentro la cabezonería de su mujer y le señalaba a Severus uno de los mullidos sillones.

— No hemos hablado apenas desde que estás aquí. ¿Qué tal el curso? ¿Las cosas con Dumbledore están tranquilas? ¿Te tratan bien?

Los ojos de Severus se estrecharon.

—¿Qué ocurre, Lucius?

— ¿Por qué crees que pasa algo? Solo quiero que nos pongamos al día.

— Porque te conozco. Y tú mujer está actuando raro. ¿Está molesta? ¿Quiere que me vaya?

El tono de Severus subió ligeramente. Lucius sonrió, seguramente era la única persona del mundo que conocía al Snape bajo la máscara fría e impasible, la que él mismo le había ayudado a construir.

— Narcissa no está molesta ni quiere que te marches, Severus. Ella está encantada de tenerte con nosotros. Y Draco —contestó con voz reposada, tratando de calmar a su pupilo.

— ¿Y tú?

Le rompió un poco el corazón el rostro temeroso y un poco desencajado del joven. Durante años, él había sido su puerto seguro. Y le había fallado, mucho.

— Yo...

— Sé que me equivoqué yendo a pedir la ayuda de Dumbledore, Lucius. Te traicioné a ti y a todo lo que...

Lucius se levantó y se arrodilló con cuidado delante del sillón del joven, que en ese momento escondía el rostro entre las manos. Lo tomó de una de las muñecas y tiró, firme pero suave, para que le mirara. Los ojos oscuros estaban llenos de confusión y pena, ni tan siquiera fue consciente de acariciar con el pulgar la muñeca que sujetaba, un gesto de consuelo que hacía muchos años que no tenía con su protegido.

— Severus, —Pequeño, pensó, pero no llegó a usar el cariñoso apelativo que había reservado para él cuando era un frágil adolescente— trataste de salvar la vida de la persona que amabas, está bien, lo entiendo. Yo habría hecho lo mismo si se tratara de Narcissa o Draco.

O de ti, pensó. Las cejas oscuras se hundieron reflexivas un momento, la mirada clavada en los ojos azul hielo de su mentor.

— Yo no amaba a Lily, no de esa manera —murmuró, volviéndose a mirar el pulgar que seguía acariciando el interior de su muñeca—. Era mi amiga y fue culpa mía que muriera.

Habían pasado meses desde la caída del Señor Oscuro y la muerte de los Potter, pero las cosas habían estado complicadas y apenas habían hablado en ese tiempo.

— Pe... —se cortó justo cuando el apelativo iba a salir de sus labios.

— ¿Ibas a llamarme pequeño?

Supo que la palabra había resonado tan fuerte en su cerebro que la legeremancia de Severus había funcionado sin querer. El corazón se le aceleró un poco cuando la mano libre del pocionista se posó sobre la que aún le acariciaba el antebrazo.

— Sigues siendo como un hermano pequeño para mí y siento haberte fallado —acabó confesando, pesaroso.

Los ojos oscuros se cerraron con fuerza y se liberó, buscando distancia.

— Esto no ha sido una buena idea —murmuró.

— ¿El qué? —preguntó sobresaltado, aún de rodillas.

— Venir aquí. Es tu casa, tu familia, yo... no soy tu hermano pequeño.

Las pestañas rubias se agitaron en un parpadeo un poco asustado.

— Esta es tu casa, Severus, siempre va a serlo.

— No lo es. —Trató de levantarse para salir de la habitación, pero Lucius le bloqueó con su cuerpo.

— Sí lo es —intervino una tercera voz desde el quicio de la puerta.

Ninguno de los dos había sido consciente de la silenciosa presencia de Narcissa en la habitación, con una ceja levantada y los labios cruzados sobre el pecho.

— Sois un par de idiotas.

— Cissa, no —advirtió Lucius, incorporándose para acercarse a ella.

— ¿No a qué, esposo? ¿a decirle a Severus que le quieres? ¿O a decirte a ti que él está gritando mentalmente que en realidad no quiere irse? Para hacer tantos años que sois amigos, os comunicáis francamente mal.

Los dos hombres se quedaron mirándose en silencio mientras ella se acercaba y se sentaba en el sillón donde había estado sentado Lucius antes.

— ¿Qué pretendes, Narcissa? —preguntó su marido entre dientes.

— Que dejes por un momento tu orgullo y le digas al muchacho lo que sientes realmente —contestó con una brillante sonrisa, ignorando el jadeo indignado de Severus al ser llamado muchacho —. Vamos, —Agitó las manos para animarle a acortar la distancia— ¿necesitas una orden por escrito?

Los dos hombres fruncieron el ceño y fueron a abrir la boca para protestar.

— Si vais a empezar una discusión conmigo por esto, os advierto que tengo todo el tiempo del mundo y que me encantan los debates, voy a disfrutarlo —comentó divertida, mirando sus uñas perfectamente pintadas.

— ¿Qué sacas tú con todo esto? —interrogó finalmente Lucius con voz ronca.

Los ojos grises se clavaron en los azules, serios por un momento.

— ¿Además de verte feliz?

— Nadie es tan generoso.

— Seguramente no lo sea, es probable que lo que quiera es ser doblemente querida y cuidada, me parece que salgo ganando.

— Disculpad —interrumpió Severus, irritado—. ¿Me explicais qué está pasando?

Narcissa suspiró exasperada.

— Lucius está enamorado de ti y yo estoy proponiendo que te mudes a nuestras habitaciones. ¿He sido lo suficientemente clara?

Los dos hombres la miraron con las cejas muy levantadas antes de que ella volviera a examinar su manicura.

— Eso es... —balbuceó el más joven.

— Yo no....

— ¿Estás enamorado de mi?

Lucius cerró los ojos por un momento y se frotó la frente antes de dar un paso y acercarse más.

— ¿Cómo podría no estarlo? —le susurró, ignorando la triunfal sonrisa de su esposa.

Severus se sonrojó, mucho, y se giró a mirar a la mujer rubia en el sillón.

— ¿Y tú quieres que me mude a vuestro dormitorio?

— Solo si tú quieres —contestó ella sin romper el contacto visual con él, su sonrisa cambiando de triunfal a más dulce— y puedes tener tu propio dormitorio si quieres.

— Yo... —paró a tomar una gran bocanada de aire— acepto.

— ¿Seguro? No tienes que sentirte obligado a nada.

Por toda respuesta, Severus dio una larga zancada y lo agarró de la nuca, besándole con fuerza. Después, lo abrazó y murmuró en su oído.

— No podía amar a Lily porque siempre has sido tu, Lucius.

Se separó, todavía sonrojado, y se acercó al sillón en el que se sentaba Narcissa. Le extendió la mano y ella la tomó, con gesto intrigado, dejándose alzar. Él besó el dorso de la mano que aún sostenía.

— Eres la mujer más increíble que he conocido. Pero no sé si esto es justo para ti.

Ella usó su mano libre para apartarle el pelo de la cara, sus preciosos ojos grises escaneando el rostro serio y preocupado.

— Creo que ya has visto que soy una persona que dice lo que piensa, Severus. Me escuchareis si la situación me incomoda de alguna manera.

— ¿Nos lo prometes?

Sonrió y se puso de puntillas para besarle muy levemente.

— Palabra de Black. 

 

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