
No puedo vivir sin ti
De Coque Malla, un temazo, preferiblemente la versión en acústico. Esta me evocaba desde el principio al cliché de me enamoro de mi compañero de piso. Luego me topé con material Jegulus y todo tuvo sentido rápidamente. Aviso que es un AU no mágico y que son dos partes, los dos puntos de vista de la historia.
Personajes: James siendo viudo y padre de Harry, compartiendo piso con Regulus.
En aquel momento, la decisión había tenido lógica: James estaba solo con un niño pequeño, desconsolado por la pérdida de Lily y con una casa en ruinas. Y yo tenía sitio de sobras.
Un año después, la cosa se había complicado. Mucho. Así que ahí estaba yo, en el pequeño salón de mi hermano y mi mejor amigo, con un té y una crisis existencial. Por suerte, mi hermano estaba fuera, no necesitaba sus exabruptos protectores.
— ¿Qué ha hecho Potter esta vez? —preguntó Severus, conteniendo una sonrisa.
— Se marchan.
La noticia pilló por sorpresa a mi amigo, tanto como me había pillado a mi. Después de un año, todos pensábamos que James estaba cómodo en mi casa y no pensaba ir a ninguna parte. Al fin y al cabo, yo era la persona que le ayudaba a cuidar de Harry. El hecho de que yo estuviera completamente colgado por él desde el colegio era, a ojos de Severus y de mi hermano mayor, otro buen motivo, aunque James viviera ignorante de los planes de casamentera de Sirius.
— ¿A dónde?
— Vuelven a Godric 's Hollow, por fin la compañía del gas ha accedido a rehabilitar su casa como parte de la indemnización.
Una explosión de gas, en el conducto que accedía a su casa, había matado a Lily Potter. Desde entonces el abogado de la familia de James había litigado por una indemnización cuantiosa.
— Pero eso tardará, Reg, la casa necesita muchas reparaciones —contestó con voz conciliadora su amigo, entre sorbo y sorbo de té.
— Las obras empezaron hace un mes. ¿James tampoco se lo ha dicho a Sirius?
Severus negó con la cabeza.
— Anoche, cuando me lo dijo… puede ser que yo perdiera un poco la cabeza.
Los ojos oscuros de mi amigo se estrecharon y me escanearon con preocupación.
— ¿Qué has hecho, Reg?
Cerré los ojos con fuerza y me froté la frente con la punta de los dedos, recordando la escena de la noche anterior. James sentado frente a mi en el sofá de nuestra casa, porque a estas alturas yo considero que es la casa de los dos. El pelo alborotado que hacía que mis dedos picaran por mesarlo y las gafas que siempre se deslizaban por el puente de su nariz.
— Hace días que quería hablar contigo —me dijo, con voz que me pareció que temblaba ligeramente.
— Dime —contesté, con un nudo de anticipación en el estómago.
— Harry y yo nos vamos.
Me quedé congelado, con la mano en el aire a medio camino de coger el vaso con licor que tenía sobre la mesa.
— ¿Qué? —balbuceé— ¿Por qué?
James me miró, una mirada que no supe interpretar, antes de desviar la mirada y fijarla en la puerta que iba al dormitorio donde estaba su hijo durmiendo.
— Necesitamos nuestro espacio.
— Esta es tu casa, James, no hay ninguna prisa…
— Volvemos a casa, estará lista en un mes. Tú ya has hecho mucho por nosotros y yo… yo necesito hacerme responsable de mi hijo.
— ¿He hecho o dicho algo que te haga creer que tienes que marcharte? —pregunté con voz ahogada, inseguro.
— ¿Qué? No Reg, por favor, no —respondió James, moviendo la cabeza y las manos nerviosamente—, has sido un anfitrión estupendo, somos nosotros, hemos abusado de tu hospitalidad.
— James, —Adelanté la mano con timidez y le toqué la rodilla— no has abusado de nada. De verdad que me gustaría que te quedaras. Que os quedarais.
Me miró y se pasó la mano por el desordenado pelo antes de hablar.
— ¿Y tu vida, Regulus? En este año no has salido con nadie. Necesitas tu espacio, lo entiendo, eres joven y ahora deberías estar pensando en tener sexo cada fin de semana y no en cambiar pañales.
Me sonrojé. Mucho. Porque era verdad, no había tenido citas en el último año, aunque si había tenido mucho sexo… conmigo mismo. Era inevitable, vivía en la misma casa que la persona por la que descubrí que me gustaban los hombres. Y lo veía en toalla, en pijama e incluso en calzoncillos muchas veces. Aunque no me hacía falta verlo con poca ropa, ya su voz profunda y sus carcajadas cuando me contaba anécdotas del trabajo conseguían mantenerme en un continuo estado de excitación, como si volviera al internado con trece años.
— ¿Ves? Es el momento de marcharnos, antes de que empieces a cogernos manía.
— Yo jamás podría cogeros manía, James —conteste, y la voz me traicionó.
En ese momento debería haberme disculpado y escondido en mi habitación. Pero no, elegí quedarme allí en el sofá, mirando el vaso entre mis manos mientras me caía un lagrimón gordísimo por la mejilla. Y claro, James no podía ignorarlo y marcharse, lo que habría ayudado a mi dignidad dolorida. No, se acercó más y me abrazó.
El olor de ese pelo, el calor del abrazo, los murmullos de consuelo, iguales a los que usaba para arrullar a Harry cuando tenía pesadillas. Me perdí y lloré, lloré la tensión del último año, la vergüenza de estar llorando, las miradas que me dejaban confuso y los roces casuales en la cocina.
— No te vayas, no me dejes —balbuceé.
Y sentí perfectamente el momento en el que mis palabras tuvieron sentido para él, porque se puso tenso y trató de separarse. Me agarré a él como una garrapata, incapaz de mirarle a la cara.
— Reg, yo…
— Por favor, James, por favor —seguí suplicando, con la frente apoyada en su hombro fuerte, ya completamente fuera de mí.
— No.
Una sola palabra, pero me dolió infinito. Me aparté y me levanté, con las piernas temblorosas.
— Te mereces más.
Severus me miró cuando terminé mi historia con esa última frase.
— ¿Eso te dijo?
Asentí, no podía hablar más sin ponerme otra vez a llorar.
— Y ya está. Te fuiste. Y esta mañana has huido antes de que se levantara.
Volví a asentir, parpadeando fuerte. Entonces sonó el teléfono. Y estaba tan abstraído que no me percaté del ceño fruncido de Severus al contestar. Ni de que no volvió al sofá. Me sacó de mi estupidez una manita infantil tirando de mi camisa. Bajé la mirada y ahí estaba Harry. Mi corazón no pudo evitar esponjarse al ver la mirada de adoración de ese niño que sentía como mío. Estiré los brazos y lo subí a mi regazo para abrazarlo.
— Tío Res. —La g aún se le hacía difícil y frunció el ceño antes de volver a intentarlo— Tío Reg, me he levantado y no estabas.
Me aclaré la garganta antes de hablar, pero aún así me salió la voz rasposa.
— He venido a desayunar con el tío Sev, porque el tío Sirius está de viaje. ¿Has desayunado con papá?
El niño me miró con esos ojos verdes, iguales a los de mi amiga perdida, y no pude evitar abrazarlo un poco más. Mientras esperaba su respuesta, escuché a Severus y James hablando en susurros en el pasillo. Eso no podía ser bueno.
— Papá ha dicho que el desayuno podía esperar, que te íbamos a buscar para desayunar contigo. Quiero tortitas, ¿vamos? —me preguntó, bajándose de mis piernas y tendiéndome la manita.
— Ey, campeón, papá tiene que hablar con el tío Reg. El tío Sev va a preparar tortitas, ¿vas con él a la cocina?—nos sorprendió a ambos la voz de su padre desde el marco de la puerta.
El niño miró al alto hombre de negro que le esperaba en el pasillo con una sonrisa que usaba solo con él. Asintió y salió corriendo, evitando a su padre, que cerró la puerta tras él.
— Se ha asustado cuando ha ido a buscarte y no estabas.
— Tendrá que acostumbrarse —gruñí, con los brazos sobre el pecho y sin mirarle, como si la vieja librería llena de textos de química de Severus fuera más interesante.
— Reg, yo… —sin mirarlo, sabía que James se estaba masajeando la nuca y desordenando el pelo en el mismo proceso.
— Olvídalo James.
Aunque en realidad lo que quería era decirle que borrara de su mente el momento en el que me humillé suplicando por algo que no era mío para perderlo.
— No creo que pueda —respondió, sentándose frente a mí y tratando de entrar en mi campo visual.
La mandíbula me dolía de tanto apretarla, no quería contestar. Ni mirarle. Ni olerle. Por dios bendito, quería que se marchara y sollozar sin final en el hombro de Severus.
— Pensaba que te estaba impidiendo seguir con tu vida, con tus planes, que Harry y yo éramos una carga. Ya sé—me paró, levantando una mano, al verme ir a protestar de nuevo—, ya me quedó claro que no somos molestia. Lo siento, he sido un idiota y no he sido consciente de…
— Basta, James, por favor. —interrumpí, sin apenas destrabar la mandíbula, porque estaba en un tris de echarme a llorar de nuevo.
Entonces James lo volvió a hacer: me abrazó. Y me acarició la espalda en suaves círculos.
— ¿De verdad quieres que nos quedemos contigo?
No contesté.
— Reggie…
Estaba seguro de que había sentido el escalofrío que me recorrió al escuchar el cariñoso apelativo que usaba en el colegio para hablar conmigo.
— Jamie, no me hagas decirlo otra vez —susurré avergonzado, sin poder mirarle.
Entonces fue él quien se quedó callado, y apretó un poco más el abrazo. Yo pensé que podría quedarme así eternamente, pero un pequeño puño llamó a la puerta y la cabecita morena se asomó por la puerta.
— Tío Sev dice que no puedo tomar tortitas si no estamos todos…
Con una risita ahogada, James se separó y siguió a su hijo a la cocina. Yo respiré hondo, varias veces, antes de plantarme una sonrisa y seguirles.