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Harry Potter - J. K. Rowling Harry Potter and the Cursed Child - Thorne & Rowling
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Volver

Sí, sí, el tango de toda la vida. "Volver", de Carlos Gardel, aunque la versión de mi lista de reproducción es la que grabó Estrella Morente para la película "Volver". Para mi habla de emigrar y después volver al hogar, que me perdonen les argentines si lo interpreto mal.

Personajes: Narcissa, Lucius y Severus, historia independiente.


Tomó aire, profundamente, antes de bajarse del coche. No pudo evitar un pensamiento irónico, él, volviendo en un vehículo muggle al lugar donde la magia más oscura había habitado por meses. Cerró la puerta con llave, a sabiendas de que el mando no funcionaría allí, aún a lo lejos podía sentir el hormigueo de la magia antigua de esa casa como estática sobre la piel.

Caminó hasta entrar en las protecciones de la propiedad . Las puertas se abrieron ante él como en el pasado. Una hilera de antorchas marcaba el camino hacia el jardín trasero. Lo siguió, con paso tranquilo.

Estaba bastante seguro de que no le esperaban. Al menos los anfitriones. Estaba allí porque su ahijado se lo había pedido. Él era lo único que le ataba a su antigua vida mágica. O ellos más bien, los novios. Revisó de nuevo su indumentaria, tratando de averiguar si sería adecuada para la boda a la que le habían invitado.

No llevaba una túnica, no había vuelto a usar una desde que abandonó el mundo mágico, con tanta discreción que la mayoría lo daba por muerto. Sintió un poco de ansiedad y se pasó los dedos por el cabello corto, ya brillante de canas. Veinte años habían pasado desde que había despertado en una cama de hospital, con un muchacho moreno vigilando su sueño.

Demasiadas cosas a su espalda, todas ellas motivos de peso para salir silenciosamente del país y abandonar la magia para siempre. Solo aquellos dos jóvenes habían seguido laboriosamente su rastro, al principio cada uno por su lado, después unidos.

Acabó de rodear la casa y se encontró en el gran jardín trasero. La vista del estanque, los rosales y el invernadero le retrotrajeron a tiempos muy felices, con Draco correteando entre los árboles mientras él trabajaba en el invernadero. En esa noche, el jardín estaba profusamente iluminado y en el centro, en un claro junto al estanque ,se levantaba un pequeño altar, con un arco de lirios blancos sobre él.

Había gente dispersa por el césped, charlando. Niños que correteaban, haciéndole sonreír. Nadie tenía que decirle que aquel pequeño rubio, que parecía sacado de sus recuerdos, era hijo de Draco.

Se mantuvo indeciso en el límite del claro. Después de haber dado el paso de viajar hasta allí, estaba empezando a tener dudas. Alguien se colocó a su lado y le tocó levemente el brazo antes de hablarle.

— Padrino.

Se volvió a mirarle. Aquel chiquillo al que había querido como a un hijo, era ahora un hombre tan alto como él. Le dedicó una pequeña sonrisa antes de ser abrazado con fuerza.

— Oh, Severus, no puedo creer que hayas venido —murmuró sin dejar de abrazarlo.

Dio unas palmaditas torpes en la espalda de su ahijado, que le apretó un poco más fuerte. Otra garganta carraspeó a su lado.

— Parece que vamos a empezar enseguida... Oh Merlín.

Draco soltó a Severus con una sonrisa, mientras se secaba los ojos y le tendía una mano a su prometido. Harry le miró con los ojos muy abiertos, dudando si sería bien recibido un abrazo suyo. Esta vez fue Snape el que dio un paso adelante y abrió tímidamente los brazos, a los que Harry se lanzó con una gran sonrisa.

— Profesor, ha venido, esto es...wow.

— Siempre tan expresivo, señor Potter —contestó con su antiguo tono de docente, haciendo que al muchacho se le cambiara la cara un poco.

Tuvo que sonreír para que Harry se diera cuenta de que le tomaba el pelo. Los miró a los dos, allí tomados de la mano, a punto de casarse, y sintió un gran orgullo.

— Solo por esto ya merece la pena casarse —comentó Draco, ganándose un pequeño puñetazo en el brazo de su novio.

— Muchas gracias por venir, profesor. Nos hace muy felices —dijo Potter, mucho más correcto.

— Ya no soy tu profesor, Harry. Ni hay necesidad de tratarnos de usted.

 

Ninguno de los tres, enfrascados en una conversación sobre el viaje desde Suecia de Severus, fue consciente de que otra persona se acercaba a ellos.

— Chicos, vamos a empezar, tenéis que entrar a la casa —dijo una voz femenina.

Severus cerró los ojos un momento. Ambos chicos lo miraron con preocupación. La mujer se llevó las manos a la boca, conteniendo un grito. Por un momento, Draco temió que su madre se desmayara por la impresión. Quizá no había sido tan buena idea la sorpresa.

— Severus... —la oyeron murmurar.

El aludido abrió los ojos y se giró hacia ella con algo de temor. Los novios decidieron que era el momento de desaparecer y obedecer a la organizadora entrando en la casa. Severus los miró marcharse, maldiciendo un poco interiormente, antes de volver a mirar a la mujer frente a él, que ahora se ponía una mano sobre el pecho y la otra la apretaba en un puño.

— Hola Cissa.

No lo vio venir. Quizá sus reflejos estaban más lentos por la edad, o Narcissa Malfoy seguía siendo una persona que se movía sorprendente rápido, pero el puño se deshizo para darle una bofetada que le giró completamente la cara.

— ¿Hola? ¿Después de veinte años? ¡Te creía muerto, hijo de mil infiernos! —masculló entre dientes, acercándose más para agarrarle de la solapa del traje—. Te lloré, te guardé luto. Y ahora crees que puedes decirme hola y ya está.

— Lo siento Narcissa, yo... en aquel momento pensé que no volvería nunca. —Trató de excusarse con voz ronca.

— Pensaste... pensaste en ti, claro. Así sois vosotros dos. —Hizo una pausa para tomar aire y calmarse, mirando a los lados para ver si alguien más había presenciado su pérdida de nervios— Tengo que atender a mis invitados. Ni se te ocurra desaparecer sin más, Severus Snape. —Le amenazó con un dedo— Esta vez te encontraré y te freiré a maldiciones, ¿me oyes?

— Sí, Cissa. —Agachó la cabeza para que no viera su pequeña sonrisa— Te prometo que hablaremos más tarde.

Ella suavizó su gesto de enfado antes de darse la vuelta para llamar a su nieto, recogiéndose la túnica con el mismo gesto que recordaba desde su adolescencia.

Se quedó allí, mientras los demás iban tomando asiento, tratando de evitar otro encuentro incómodo. Desde su escondite entre los árboles vio a Draco salir de la casa, tomado del brazo de su padre. El corazón le dio un vuelco al ver la envejecida silueta caminar con dificultad, a pesar de que su ahijado ya le había hablado en sus cartas de la salud de su padre, el único motivo por el que le habían conmutado la pena en Azkaban por arresto domiciliario.

Apenas prestó atención a la ceremonia, más concentrado en las dos siluetas sentadas muy juntas en primera fila. Narcissa tenía a su nieto sobre sus rodillas y pasaba un brazo protector por los hombros de su marido. Al finalizar, mientras los novios se besaban, se limpió una lágrima traidora mientras se adentraba entre los árboles.

 

La puerta del invernadero se abrió para él como la de la propiedad, reconociendo su magia. Allí poco había cambiado. Las plantas eran otras seguramente, pero seguía habiendo un sofá en una esquina, el mismo en el que había pasado muchas horas de la siesta, con la cabeza en las rodillas de Lucius de joven, más tarde con la cabeza de Draco en sus propias rodillas.

A él si que lo escuchó llegar, el bastón y el paso cansino le delataron. Lo miró mientras se acercaba hasta el sofá y se sentaba junto a él con esfuerzo.

— Aun tienes la marca de la mano de Cissa en la mejilla —le saludó con voz cansada.

Severus se llevó la mano a la cara con una sonrisa.

— Sigue pegando fuerte. ¿cómo estás, Lucius?

— No tan bien como tú, amigo.

No contestó, era una obviedad. En lugar de eso hizo algo que no había hecho en veinte años: se estiró a tomar su mano y dejar un beso ligero en sus labios.

— Me alegro de verte, Severus. Y de que estés vivo todavía, después de que Narcissa te haya descubierto.

A pesar de su mal estado, el sentido del humor seguía ahí.

— Aprovecha a echarme tú también la bronca antes de que nos encuentre, puede que sean mis últimas horas.

Lucius apretó su mano débilmente y apoyó la cabeza en su hombro.

— Los dos la cagamos con ella, ¿verdad? a mi me ha perdonado, creo. Veinte años en la cárcel dan para expiar muchas culpas.

— Espero que no hagan falta veinte años para que me perdone.

 

— ¿Has venido a quedarte?

La pregunta le pilló por sorpresa, tras un par de minutos en silencio solo interrumpido por los sonidos de la fiesta afuera.

— La verdad es que no era mi intención.

Recibió otro apretón en su mano, este un poco más fuerte.

— Deberías quedarte. Ella te necesita.

— Ha salido adelante sin ninguno de los dos estos años.

— Tenía a Draco y luego a Scorpius.

— Y ahora a ti.

— No sé si por mucho tiempo, Severus.

Se le instaló un nudo en el estómago tras las palabras apenas susurradas. Lo abrazó por los hombros, con el mismo gesto protector que había usado su esposa un rato antes. Así los encontró ella una hora después.

— ¿Está bien? —preguntó preocupada, agachandose frente a Lucius.

— Dormido, parecía fatigado.

Ella pasó una mano blanca y fina, aun joven, entre el pelo antes rubio y ahora blanco.

— Le he dicho a Draco que iba a acompañarle a la cama. ¿Quieres acompañarle tu y quedarte con él?

— Cissa...

Había un brillo de lágrimas en los amados ojos grises, iguales a los de su hijo.

— ¿Te quedarás?

Y supo que ella no se refería a aquella noche. Aun así, asintió. Se lo debía, a ella, a él, a los tres, a lo que habían sido antes de que la oscuridad se instalara en aquella casa y lo marchitara todo.

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