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Harry Potter - J. K. Rowling Harry Potter and the Cursed Child - Thorne & Rowling
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Paraules d'amor

O en castellano, "Palabras de amor", de Joan Manuel Serrat. Es una de mis canciones preferidas de él y me enamoré de ella escuchándola en catalán (aunque no lo entiendo). Esencialmente habla de la inocencia del primer amor. Pareja: Severus y Remus, podría ser su historia antes de "Sin él". Pareja: Severus y Remus, podría ser su historia antes de "Sin él"


 

Teníamos quince años. Se podría decir que no sabíamos nada de la vida, pero sabíamos. Yo sufría una maldición desde niño que me convertía en un monstruo. Él, bueno, no le gustaría que yo lo contara, pero es necesario para entenderle, para comprender cómo llegamos a sentirnos afines.

El padre de Severus era un monstruo, pero no como yo. A él la pobreza, la amargura y la bebida le convertían en un ser demencial que nunca quiso a su familia. Era un maltratador que hizo de  su hijo en una persona triste, reservada y un tanto amargada.

Y luego llegamos nosotros, claro, para completar esa amargura. Digo nosotros, porque nunca me interpuse, nunca levanté la voz contra Sirius y James para conseguir que le dejaran tranquilo.

Éramos unos niños, así que no sabíamos mucho del amor. Era esa idea elevada, ese sentimiento que recordaba entre mis padres cuando era pequeño y la vida aún no nos había golpeado a los tres. O el que Severus sentía por su madre, la única persona que había estado ahí siempre dándole amor incondicional.

 

Fue en la biblioteca, ¿dónde si no se iban a encontrar dos personas como nosotros? La biblioteca era el único lugar al que yo iba solo. Y el único donde él se relajaba, por lo mismo, no había James y Sirius revoloteando.

Creo que lo primero que me atrajo fue como cambiaba su rostro cuando se concentraba en algo. En clase de pociones no podía pararme a mirarlo, pero en la biblioteca sí, podía echar un ojo de vez en cuando a ese perfil, ver los cambios en sus cejas y en sus ojos cuando se topaba con una idea nueva o cuando estaba en desacuerdo con algo que el libro defendía.

Descubrí que odiaba y amaba a la vez su pelo. Era liso, caía recto a los lados de su rostro, impidiéndome muchas veces disfrutar de sus ojos. Pero a la vez me gustaba, tenía un color tan oscuro que, según le daba la luz, veía reflejos azules.

Me pilló desprevenido, una tarde de sábado. La mayoría estaba en Hogsmeade. Yo me estaba recuperando aún de la última luna llena y había declinado la oferta de ir a comprar chucherías, de todas formas tampoco tenía dinero para gastar en esas cosas.

Fue al girar en el pasillo de Historia de la magia. No lo vi venir, cuando quise darme cuenta me había acorralado contra una estantería y me clavaba la varita en el cuello.

— ¿Qué planeaís, Lupin?

Le miré, más desconcertado que preocupado. Quizá habría estado más asustado si no se hubiera apretado contra mí, presionándome más contra la estantería por mi falta de respuesta. Boqueé un momento, tratando de plantear un pensamiento coherente.

— No sé de que me hablas, Snape.

— ¿Crees que no me he dado cuenta de que me vigilas? ¿Te mandan tus amiguitos a controlarme?

Negué con la cabeza.

— No te vigilo y no me manda nadie, ¿podrías dejar de clavarme la varita en el cuello?

Me bajaba una gota de sudor muy grande por la nuca, la sentía resbalar perfectamente por mi columna, pero no era por la varita en el cuello, era porque mi cuerpo estaba empezando a reaccionar a la cercanía. De una manera que me sorprendía, nunca había sentido eso por la cercanía de otro chico.

— No te creo, Lupin.

Entonces pasaron dos cosas: él se presionó más, y notó sin lugar a dudas el bulto en mi entrepierna, y yo no pude evitar soltar un gemido y cerrar los ojos.

Se apartó de un salto, estupefacto, y yo quise que se abriera el suelo ante mí.

— ¿Qué...? ¿tú...? ¿cómo...? —balbuceó, y me pareció adorable incluso con cara de susto.

— No te vigilo, te miro porque me gustas —atiné a susurrarle, antes de salir escapando de la biblioteca.

Me habría gustado meterme en la cama y no salir nunca más, pero no pude. Me arrastraron a la hora de la cena al Gran Comedor y acabé sentado prácticamente frente a él. Estaba tan rojo que Lily me preguntó si tenía fiebre. Le dije que sí, que me encontraba regular, y aproveché para levantarme de la mesa y huir, de vuelta a esconderme tras las cortinas de mi cama.

No llegué muy lejos. Apenas había subido dos plantas cuando alguien me tomó de un brazo y me metió en un aula vacía.

— ¿Qué es eso de que te gusto? —preguntó a bocajarro, tan rojo como yo.

— ¿Me vas a hacer explicarlo?

Él cerró los ojos un momento y entonces me di cuenta: no me creía. Conseguí soltar una mano y estirarla para retirarle el pelo de la cara.

— Me veo en el espejo a diario, no puedo gustarle a nadie — susurró, con el tono más vulnerable que le había escuchado nunca—. ¿Por qué haces esto, Lupin? Es más cruel que las bromas de Black.

Me rompió un poco el corazón verlo así, porque sabía que yo tenía culpa de eso. Tomé la mano con la que no empuñaba la varita y la puse junto con la mía sobre mi pecho.

— No te estoy mintiendo, Severus —le dije con el tono más suave que conseguí—. Nunca me había pasado lo de esta tarde con nadie, y eso no se puede fingir, lo causó tu cercanía.

Se puso más rojo aún, pero me miró. Esos ojos tan oscuros y tan sabios, me sostuvieron la mirada unos minutos, tratando seguramente de calibrar mi sinceridad. Poco a poco, lo sentí relajarse, pero mantuvo la mano sobre mi pecho. Sonreí un poco, el me devolvió la sonrisa, pequeña, pero ahí estaba. Me acerqué un poquito, el no se echó atrás.

— Tienes unos ojos increíbles —murmuré, sin pensar.

Sonrió un poquito más y se acercó otro tanto.

— Los tuyos tienen un color que no había visto antes, como dorado.

Me volví a acercar, apenas nos separaba ya un palmo. Espere que se separara. No lo hizo. Vi sus ojos desviarse para mirar mis labios. Acaricié la mano que tenía olvidada sobre mi pecho. No la retiró. Me estiré más, me vio venir y cerró los ojos. Le besé y lo supe, no volvería a ser el mismo.

 

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